Internacionalismo nº4

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Editorial Redacción Internacionalismo

La victoria de la contrarrevolución en Polonia Aldo Ramírez

Un primer balance critico de Solidaridad Redacción Internacionalismo

La izquierda brasileña y el Partido de los Trabajadores Pablo Rieznik Ricardo Guerra Vidal  Mario Dos Santos

El desbande del Comité Internacional Jorge Altamira Julio Magri

Una agencia del lumpen-proletario Julio Magri

Argentina: el carácter antinacional de la “izquierda nacional” Ernesto Fraga

Populismo y Marxismo Pablo Rieznik Aníbal Romero

“O Brasil pos-milagre” Pablo Rieznik Mario dos Santos

“El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina” Ricardo Malbrán

“Historia del Movimiento Obrero Boliviano” Adelaide N. Castela

Historia del trotskismo argentino (Segunda parte) Martín Valle

Resoluciones de la 4ta. Conferencia de la TCI TCI – Tendencia Cuartainternacionalista


Editorial

Redacción Internacionalismo

Las diatribas que se lanzaron entre si el imperialismo y la burocracia rusa, luego del golpe militar contrarrevolucionario en Polonia, así como la polémica que se desató entre los Estados Unidos y Alemania, y aún dentro del propio gobierno de Reagan, pudieron dar la impresión de que se estaba en presencia del ocaso de lo que es la piedra angular de toda la política mundial -nos estamos refiriendo a la colaboración contrarrevolucionaria entre el imperialismo mundial y el aparato internacional controlado por Moscú. Que los jefes de ambos bloques quieran deformar de ese modo la realidad es comprensible. Para el primero, la santa alianza con la burocracia antiobrera debe servir al propósito, no de lograr una conciliación imposible entre el capitalismo mundial y los estados obreros, sino que debe servir para ayudar a frenar y paralizar al proletariado mundial y para socavarla propiedad estatal y el monopolio del comercio exterior, es decir, la base social de los estados obreros. Para el Kremlin, por su lado, se trata de disimular la existencia de un acuerdo de principios con el imperialismo, para mejor manipular a la clase obrera mundial y para servirse de ella para negociar con las potencias capitalistas.

Pero la crisis polaca, y esto desde los acontecimientos de agosto de 1980, por lo mismo que fue un poderoso factor de socavamiento del presente orden mundial, ha agudizado en el imperialismo y en el Kremlin la necesidad de su mutua colaboración contrarrevolucionaria.

Es que detrás de las invectivas están los hechos: a) el alivio de la banca mundial, que tiene la certeza ahora de que podrá cobrarle sus créditos a Polonia; b) la satisfacción indisimulada del imperialismo por el hecho de que la dique del Kremlin logró evitar el enorme peligro que hubiera entrañado una invasión rusa, una guerra civil, una desintegración del ejército polaco o un golpe inhábil o inefectivo que hubiera podido concluir con el armamento de los trabajadores. La burocracia rusa ejecutó el golpe con el tratado de Helsinski en la mano, con ese mismo tratado cuyo cumplimiento los escribas del capital piden con todos los tonos, pues lo hizo «respetando» las instituciones formales propias del Estado burocrático vasallo de Polonia. Si el imperialismo hubiera considerado al golpe como contrario a sus intereses, ello se habría manifestado no sólo en el momento, sino especialmente con antelación, bajo la forma de presiones y boicots, o de una fantástica campaña de advertencia por medio de la prensa. Pero es sabido que, de esto, no hubo nada. Reagan, hace pocos días, tuvo el cuidado de que el estado norteamericano pagara los intereses impagos de la deuda polaca, en lugar de ir al ataque y declarar la insolvencia de Polonia.

En realidad el golpe polaco ni siquiera ha atenuado sino que ha reforzado la tendencia hacia una colaboración más estrecha entre el imperialismo y la burocracia, ya que esta alianza es un recurso frente a las crisis, es decir, que se atenúa en los momentos de «calma» y se acentúa cuando las contradicciones de la situación mundial se agudizan. Es evidente que la derrota del proletariado polaco no ha anulado, y ni siquiera debilitado, el desarrollo de los factores que impulsan la crisis mundial. La enumeración de estos factores debe comenzar por la propia Polonia, donde el gobierno militar y sus padrinos carecen por completo de un planteamiento articulado y coherente para reconstruir al régimen político duramente golpeado por la crisis revolucionaria. Europa oriental en su conjunto, es un enorme volcán, en cuya base está la impasse de esos regímenes para construir un «socialismo» autárquico, así como el desbarajuste que ha provocado su política de entrelazamiento económico con el imperialismo.

Sin haber logrado cerrar, realmente, la brecha polaca, el régimen de colaboración imperialismo- Kremlin debe hacer frente, inmediatamente a enormes pruebas: la crisis revolucionaria en Centroamérica, la situación de guerra en el Medio Oriente y en el Golfo Pérsico, la crisis dentro del bloque imperialista por la agudización de sus rivalidades económicas, y, en general, la tendencia hacía la desestabilización política en innumerables regímenes (Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Solivia, so o para enumerar algunos), motivada por los estragos que está causando la crisis económica mundial.

Un sector del imperialismo ha lanzado la acusación, no sólo contra los gobiernos burgueses euro peos sino contra el propio gobierno de Reagan, por no haber aprovechado la crisis polaca para orzar Kremlin, mediante un boicot generalizado contra la URSS, a dejar la vía libre a los yanquis en América Central el Caribe y el Medio Oriente. Esta propuesta ilustra el mecanismo de funcionamiento del sistema de colaboración contrarrevolucionaria mundial: es un régimen constantemente minado por la crisis mundial que por otro lado, no puede reconstituirse sin agravar los factores de fondo de esta crisis. (También se entendía que una explotación a fondo de la crisis polaca podía servir para poner en vereda a las burguesías europeas).

Pero en realidad fue precisamente este planteo el que Haig puso sobre la mesa en su reciente reunión con Gromiko. A pesar de todas las bravuconadas de Reagan la reunión no dejó de realizarse, y esto se debe, justamente, a que hoy es más necesaria que nunca una definición de conjunto del plan de la contrarrevolución.

Se deduce de aquí que el golpe polaco ha alterado la situación política mundial. La derrota del proletariado polaco ha ampliado el margen ‘de contraofensiva del imperialismo mundial, en especial el yanqui. El golpe polaco ha favorecido la posibilidad del envío de los “marines» a El Salvador, no como supuesta represalia contra la URSS (planteamiento puramente moral, ya que sostiene que el imperialismo obraría en base a criterios de “venganza» y no en base a un cálculo del estado de las relaciones de fuerza en el mundo), sino aprovechando, precisamente, el debilitamiento, la desmoralización y la confusión que la victoria del golpe polaco ha creado en las masas en su conjunto, y en Europa y Estados Unidos en particular.

Los gobiernos de Cuba y Nicaragua han apoyado abiertamente el golpe de Jaruzelski (el primero lo pidió a los gritos y el segundo llegó al extremo de impedir que una delegación de Solidaridad pudiera entrar en Managua; los Chamorro y Robelo sí, los Bujak y Walesa no — ¿qué teme el FSLN de dos emisarios, acaso que las masas nicaragüenses los reciban con expresiones de apoyo?). Castro y el FSLN actúan convencidos de que cuanto más serviles sean de la burocracia rusa, mejor tendrían asegurado el paraguas militar o atómico de ésta. ¡Qué ciega es una estrategia que convierte a las revoluciones cubana y nicaragüense en peones políticos de Moscú, en piezas de un juego mundial que no controlan, privándose de su gran recurso de autodefensa: la conciencia revolucionaria creciente de las masas de sus países, de Latinoamérica y del resto del mundo.

Contra lo que supone la política contrarrevolucionaria de Castro y del FSLN, Solidaridad fue parte del real escudo defensivo de las revoluciones cubana y nicaragüense. Durante el período de gran ascenso en Polonia, una intervención de los “marines» en Centroamérica hubiera tenido por consecuencia un enorme refuerzo de las tendencias proletario-revolucionarias entre las masas polacas y europeas, y la liquidación de un plumazo de la demagogia liberal del imperialismo yanqui. Esto hubiera aislado al imperialismo yanqui y agravado considerablemente la crisis del gobierno norteamericano al interior de los Estados Unidos. Ahora, por el contrario, después del golpe polaco, las perspectivas de una intervención militar son más probables.

El golpe polaco completa una fase de contraofensiva del imperialismo a nivel mundial y de desaceleración, incluso de empantanamiento, del ascenso de la revolución mundial. La expresión de esto es la declinación de la revolución iraní y el completo impasse de la revolución en Nicaragua.

Con todos estos elementos (que no se agotan, de modo alguno, el análisis de la situación mundial), el año 1982 se presenta como el de un colosal agravamiento de la crisis política mundial. La crisis económica tiende a acentuarse, en particular por el hecho de que un vasto sector de la industria y de la banca mundial están en situación de quiebra – requiriendo la intervención emisionista de los gobiernos. Esta crisis deberá tender a acentuar la resistencia de las masas, el dislocamiento de las naciones atrasadas y la lucha antiimperialista. La proyección política de estas tendencias sobre aquellos regímenes ya seriamente en crisis, agravaran la presente crisis des statu-quo internacional y de la colaboración entre el imperialismo y la burocracia totalitaria. Se entrara en un periodo de giros aún más bruscos que el pasado reciente. Las fuerzas que, desde la izquierda, están social o políticamente comprometidas con este orden mundial, o que se mecen en la ilusión de reformarlo, serán barridas con la inusitada rapidez.

Hay que aprender la lección de la experiencia mundial. Hay que construir partidos proletarios revolucionarios y el partido proletario mundial.

30 de enero de 1982


La victoria de la contrarrevolución en Polonia

Aldo Ramírez

Casi un año y medio después de las formidables huelgas encabezadas por los astilleros del Báltico, que impusieron el reconocimiento de las organizaciones obreras independientes a la burocracia, la única institución de ésta que quedaba en pie -el Ejército- lanzó el golpe antiobrero destinado a inaugurar su contraofensiva. Con una ferocidad propia de las peores dictaduras militares, los agentes polacos de la burocracia del Kremlin lanzaron una verdadera jauría humana contra el movimiento obrero organizado. Las ciudades y el país entero fueron cercados, prohibiéndose todo desplazamiento de las personas. Grupos paramilitares especialmente adiestrados —el Zomo y el Wow- y con un armamento superior al del ejército regular salieron a la caza de los militantes de Solidaridad («La Stampa”, 24/12). Fue decretada la pena de muerte ante el menor desacato. Para alojar a los miles de detenidos, se abrieron «campos de internamiento”, aprovechando incluso terrenos baldíos de los campos de concentración nazi. La analogía con el nazismo no se agota allí: la radio comenzó a propagar comunicados denunciando un supuesto «complot judío” del que formaba parte Solidaridad. Por la televisión, estos de nuestos eran repetidos por un consejero del general Jaruzelski el «capitán Gornicki”. “¿Quién es ese capitán? -se preguntó un viejo exilado polaco-? ¿Uno de esos soldados metidos en política por amor a su país, y que defiende, de buena fe, una mala causa? No. Es un periodista conocido desde 1968 por sus artículos repugnantes en los que atacaba a los intelectuales y a los judíos, y que se venga hoy de todos los que, luego de la firma de los acuerdos de Gdansk, le pidieron cuentas” («Le Nouvel Observateur”, 26/12). Las paredes se llenaron de proclamas del «estado de guerra» y la ley marcial: sobre ellas los trabajadores garabatearon en alemán -«bekanntmachung”- la palabra con que invariablemente comenzaban las proclamas de las tropas de ocupación nazi.

Y sabían muy bien lo que hacían. Mientras los gobiernos occidentales, abanderados de la «democracia”, y el Vaticano declaraban, con diversos matices, que el golpe era «un asunto interno de Polonia”, los obreros polacos ponían los puntos sobre las íes: el lunes 15 los astilleros de Gdansk amanecían ocupados con banderolas que denunciaban:»Jaruzelski traidor —a- gente de los rusos”. Ya al día siguiente del golpe, la «Pradva” expresaba su satisfacción. Pero la participación del Kremlin en el golpe estuvo lejos de ser meramente literaria. En el mismo momento, sus buques militares copatrullaban, junto a los polacos, las costas del Báltico; 30 divisiones del ejército ruso se apostaron en la frontera polaca para cubrir cualquier eventualidad. Uno de sus jefes -el mariscal Kulikov, comandante en jefe del Pacto de Varsovia, se hizo presente a los pocos días en Varsovia, para supervisar directamente el desarrollo de las operaciones represivas. Algunas de éstas, según testigos directos salidos de Polonia a pocos días del golpe, fueron simplemente dirigidas por oficiales rusos bajo uniforme polaco.

El general Jaruzelski y su irónicamente llamado «Consejo Militar de Salvación Nacional” no fueron más que la fachada de un golpe teledirigido por el Kremlin. Los burócratas rusos respondieron así a la pregunta que se formulaba un vocero imperialista: «¿Podía funcionar el experimento polaco de combinar instituciones democráticas con el dominio del PC, o estaba condenado desde su comienzo?” (“The Washington Post, 27/12). Todas las maniobras de un «frente de entendimiento nacional” con Solidaridad, impulsadas durante meses por el PC con el directo apoyo de la Iglesia, se revelaron como lo que realmente eran: una cobertura de una política de provocaciones contra la clase obrera (desabastecimiento, hambre, carestía, racionamiento) y de preparación del golpe. Para el Kremlin, la pregunta estaba respondida de antemano: durante un año vino reclamando la «reversión del curso de los acontecimientos”, y en particular desde septiembre, la «adopción de medidas decisivas contra Solidaridad” (amenaza de una intervención militar directa). Todas las ilusiones, generosamente alimentadas por la prensa imperialista, en una «reforma” del Estado polaco, basada en el «nacionalismo” del Ejército y la Iglesia, se vinieron abajo como un castillo de naipes. Todo el nacionalismo del ejército polaco se redujo a su decisión de coejecutar el golpe junto al Kremlin, para adelantarse a una invasión rusa, que hubiese puesto en peligro su unidad. Todo el nacionalismo de la Iglesia, que a las 24 horas llamó a «aceptar la situación creada”, se redujo a apoyar este golpe, inventando una supuesta «no intervención” directa de los rusos.

Sin embargo, fue en nombre de ese «nacionalismo” y de la “reforma” que los dirigentes de Solidaridad frenaron a las masas y buscaron una conciliación con el régimen. En las semanas previas al golpe, en nombre del «entendimiento nacional” los dirigentes sindicales contuvieron a duras penas una impresionante ola huelguística que se dirigía a la completa erradicación de la burocracia del aparato económico, lo cual dio un respiro fundamental al Ejército para lanzar el operativo golpista. Señalamos en ese momento: «El gran peligro para la clase obrera reside en la división que puede provocar la política de freno de su dirección . Esta división puede abrir una etapa de reflujo, sea mediante una derrota previa o una disipación de fuerzas. Pero en este caso la burocracia va a tratar de poner nuevamente su mano sobre la clase obrera. Otra variante en caso de frenar la resistencia, obrera es que se dé simplemente un golpe militar, sea articulado con el Pacto de Varsovia o también con el apoyo del imperialismo. Todo esto encubierto, por supuesto, con la bandera del nacionalismo polaco” («Política Obrera 325”, 9/11/81).

Que la inmensa crisis social en que se hallaba sumida Polonia (falta de alimentos y artículos de primera necesidad) había sido directamente impulsada por el Kremlin y sus agentes nativos, para justificar una intervención militar directa contra el movimiento obrero, lo prueba el que a las pocas horas del golpe los rusos liberaran una «ayuda alimentaria” a Polonia, y que Jaruzelski suspendiera todas las exportaciones de productos alimenticios (medida que, propuesta por Solidaridad, había sido calificada de «provocación”). En este sentido principal (provocar una salida de fuerza) el golpe es de Moscú. Vino a confirmar el conflicto irreconciliable de la burocracia con toda expresión sindical o política independiente de la clase obrera, que hunde sus orígenes en la función cumplida por esta casta en los estados nacidos de la revolución obrera.

El Estado polaco: una agencia de la burocracia del Kremlin

Las huelgas de julio-agosto de 1980 marcaron el inicio de una acción histórica independiente de la clase obrera polaca. La burocracia en completo retroceso, se vio obligada a transigir con la imparable exigencia de sindicatos independientes. Se trató de un expediente para salvar lo esencial: su monopolio político, «el rol dirigente del PC”, que hizo incluir en los acuerdos celebrados en Gdansk con la dirección huelguista. Pues se trataba justamente de eso, del poder omnímodo de la burocracia, lo que fue puesto en cuestión por la movilización obrera, lo’ que retrata el carácter revolucionario de la situación.

A lo largo de todo el período revolucionario, la dirección obrera se empeñó en mantener la coexistencia entre las organizaciones independientes y el poder burocrático. El imperialismo y sus agentes locales (la jerarquía eclesiástica) no cesaron de prodigar elogios a esta «moderación de la dirección de Solidaridad La teoría según la cual esta coexistencia, y una “reforma” del estado, eran posibles, se apoyó en una supuesta “excepcionalidad” del Estado polaco, el cual habría aprendido a coexistir con elementos «extraños” (por ej. la Iglesia).

Esta «teoría” olvida que en el origen del actual estado burocrático se encuentra la supresión a sangre y fuego de toda organización obrera independiente de la burocracia. En el quinquenio posterior a la Segunda Guerra, todos los sectores que se reivindicaban de la clase obrera y se negaron a integrarse al aparato stalinista fueron suprimidos, represión mediante, la que se apoyó en la presencia directa del ejército ruso. La burocracia del Kremlin configuró así un estado adaptado a sus necesidades en el corazón de Europa Oriental.

La burocracia soviética surgió en el estado que protagonizó la primera revolución obrera triunfante de la historia. Esto se produjo, sin embargo, en uno de los países más atrasados (Rusia), lo que hizo que la construcción de la nueva sociedad comenzase sobre una base material exigua. Esto se agravó con el cerco imperialista a la URSS y el retroceso de la revolución internacional. El concurso de estas circunstancias, que determinó un reflujo de las masas soviéticas, facilitó la diferenciación social de la casta de funcionarios del Estado y del propio partido dirigente de la revolución (el bolchevismo), que ocupaban un lugar privilegiado en la distribución de los escasos recursos. Una vez que satisfizo sus necesidades inmediatas, cobró consciencia de sus aspiraciones sociales (la posibilidad de privilegios dado el lugar que ocupa en el Estado) y se organizó en consecuencia. El resultado fue que el fenómeno de la existencia en el Estado Obrero de un vasto sector de funcionarios burocráticos, se prolongó en la liquidación de la dirección obrera del Estado (el poder de los Consejos Obreros-Soviets), suplantada por la dictadura de la burocracia conservadora, cuyo programa internacional es la «coexistencia pacífica” con el imperialismo. Las conquistas sociales de la revolución (nacionalización de los medios de producción y monopolio del comercio exterior) permanecieron en pie, pero sus conquistas políticas (la dictadura del proletariado) fueron liquidadas. Los estados obreros burocráticos así configurados se diferencian de las repúblicas «democráticas” imperialistas, en que éstas últimas se basan en la propiedad privada de los grandes medios de producción: ésta circunstancia (unida a la explotación imperialista del mundo atrasado) les permite operar toda una diferenciación social en el seno de las clases explotadas (proletariado, campesinos, pequeña burguesía), lo que les posibilita relativamente tolerar sus expresiones políticas e integrarlas al Estado. En los Estados Obreros degenerados, la burocracia usufructúa privilegios sociales derivados de la propiedad colectiva de los medios de producción: la existencia de organizaciones obreras independientes plantea de inmediato, no la liquidación de la propiedad privada y del Estado secular que la garantiza, sino sencillamente la liquidación de los privilegios, lo que equivale a la destrucción de la burocracia.

En los Estados de Europa Oriental, esta característica burocrática -incompatible con cualquier forma de democracia- se agrava por el hecho de que las medidas de expropiación del capital fueron realizadas no por una revolución (como en la URSS) sino desde arriba, respaldada en un ejército extranjero que reprimía toda movilización obrera independiente.

En si mismas, tales medidas fueron progresivas. En Polonia significaron la liquidación de la opresión secular de la clase terrateniente y la salida del país de su estado tradicional de miseria y atraso industrial. Pero fueron ejecutadas con métodos contrarrevolucionarios, para evitar que fueran llevadas adelante por la clase obrera, lo que hubiera alimentado la ola revolucionaria de posguerra en Europa Occidental y la lucha antiburocrática en la propia URSS. La burocracia quiso incluso evitar la expropiación de los capitalistas y terratenientes, lo que fue a la larga imposible por el boicot de estos, quienes conservando su poder social (la propiedad) pretendían recuperar su poder político (ejercido por agentes del Kremlin); y por la contraofensiva que montó el imperialismo («guerra fría”). Los estados obreros de Europa Oriental (Polonia incluida) surgieron como una nueva fuente de prebendas para la burocracia del Kremlin y sus agentes locales, sobre la base de la continua atomización sindical y política de la clase obrera.

La honda transformación operada por la estatización de la economía y la industrialización ocultaron por poco tiempo la impasse inevitable a la que se dirigía el régimen burocrático así como el ánimo de rebelión que se anidaba en las masas Pero sólo eso, pues «la existencia de una casta de señores ávida mentirosa y cínica no puede dejar de suscitar una sorda revuelta. El mejoramiento de la situación de los obreros no los reconcilia con el poder; lejos de eso, prepara, elevando su dignidad y abriendo su pensamiento a las cuestiones de política general, su conflicto con los dirigentes” (Trotsky, «La Revolución Traicionada”). A partir de inicios de los años 50, Europa Oriental fue el teatro de revoluciones antiburocráticas (Alemania 1953, Hungría y Polonia en 1956). El propio desarrollo económico en Polonia fue engrosando sectores sociales (intelectualidad, funcionarios) marginados de las decisiones políticas por la burocracia y que entran en conflicto con ésta.

A la rebelión estudiantil de 1968, siguieron las revueltas obreras de 1970 (en los puertos de Gdansk y Sczeczin) y 1976 (con centro en las fábricas de Ursus y Radom), que estuvieron a un paso de desembocar en movilizaciones nacionales. El ascenso obrero en Europa Oriental se desarrolló paralelamente a un nuevo despertar revolucionario en Europa Occidental (Francia 1968, Italia 1969, Portugal 1974). Las nuevas condiciones llevaron a una reformulación de la cooperación contrarrevolucionaria entre el imperialismo y la burocracia, expresada en los acuerdos de Bonn, Varsovia y Helsinki (1975), para prevenir el desarrollo de la revolución social en los países capitalistas y la lucha antiburocrática: la llamada ‘‘distensión” (detente), por oposición a la ‘‘guerra fría”. A cambio del reconocimiento diplomático de su área de influencia en Europa Oriental, el Kremlin accedió a importantes concesiones económicas y políticas al imperialismo. Se dio mayor libertad de movimiento para la Iglesia en Polonia, la que antes había estado bajo estricto control del régimen burocrático.

Como se ve, no había ninguna «excepcionalidad” del estado polaco pues el antagonismo entre los trabajadores y la burocracia era estructuralmente irreconciliable.

La dirección de Solidaridad y el golpe

El golpe intervino para evitar que las masas derrumbasen del todo al gobierno del PC e impusiesen su propio poder. En vísperas del golpe, el corresponsal de ‘‘The Economist” observaba que “cualquier chispa de una fila de espera puede transformarse en un amotinamiento multitudinario”. En 26 provincias, las direcciones regionales de Solidaridad habían organizado una “coordinación de Consejos Obreros” para implantar la gestión obrera en las fábricas, en la línea de las resoluciones del Congreso de Solidaridad. Según el testimonio de un sindicalista de Lodz, exilado (“Nouvel Observateur”, 9/1), en su región y en otras las autoridades habían literalmente cedido su lugar al sindicato y los consejos. La clase obrera se orientaba objetivamente, sin lugar a dudas, hacia la toma del poder. Su dirección, sin embargo, se oponía a que diese este paso.

La gran mentira de la burocracia (junto a la del “golpe polaco”) fue el pretexto que usó para implantar la dictadura militar: el supuesto plan de Solidaridad para tomar el poder e implantar una dictadura. De dictadura, lo único que hubiera tenido un gobierno de Solidaridad hubiese sido la eliminación de lo que quedaba de la camarilla de burócratas opresores de la clase obrera; pues sería el más democrático de los gobiernos que haya tenido Polonia, ya que Solidaridad representaba, como pocas veces en la historia de las organizaciones obreras del mundo entero, a la totalidad de la clase obrera y a la gran mayoría de los oprimidos (campesinos, estudiantes, etc.).

La verdad es la contraria: desde los Acuerdos de Gdansk (agosto de 1980), la dirección de Solidaridad se empeñó en limitar la movilización al punto que no comprometiese el poder del PC, esforzándose por la coexistencia entre éste y los sindicatos independientes. Incluso en vísperas del golpe, cuando diferentes secciones de Solidaridad advirtieron sobre movimientos de tropas típicos de una acción militar, la dirección nacional se negó a creer en la evidencia: luego de adoptar una resolución de huelga general en caso de golpe, sus miembros se retiraron a sus lugares más habituales, donde fueron casi todos detenidos de inmediato. La teoría que sustentaba esta actitud era la de que, en la medida que Solidaridad controlaba “de hecho” la vida social del país, podía continuar indefinidamente en esa situación, implantar la “autogestión” en fábricas y municipios, ahorrándose un enfrentamiento final con el poder burocrático, dejándolo como una mera formalidad inocua para satisfaces a la URSS.

Pero el poder burocrático, aún en sus momentos de mayor flaqueza, jamás fue una formalidad. En la medida en que continuó ejerciendo el poder administrativo y político, fue una constante fuente de provocaciones antiobreras: agresiones a los sindicatos, desabastecimiento de la población, etc. Aún débil, el poder político formal en manos de la burocracia fue su punto de reagrupamiento: fue a través de él que se operó el pasaje de su dirección hacia su Estado Mayor militar y se desarrollaron los preparativos golpistas.

Tras la teoría de la «autolimitación” de Solidaridad subyacía un mito, que le servía de fundamento: el de que la burocracia, completamente aislada en el país, era incapaz de un golpe de fuerza contra el sindicato independiente. La actitud negociadora de Kania y de Jaruzelski al principio, servía entre otras cosas para alimentar este mito (en realidad no eran sino maniobras destinadas a ganar tiempo, con vistas a un reagrupamiento de fuerzas). Los obreros polacos experimentan ahora amargamente la lección de que la guerra entre oprimidos y opresores se asemeja en un punto a la guerra convencional: el de que en el enfrentamiento .entre ejércitos enemigos no sólo cuentan las «relaciones de fuerza”, el recuento formal (el número), sino también el grado de organización y, sobre todo, el grado de conciencia, preparación y determinación de la dirección (otro dirigente sindical exilado, S. Blumstajn, reflexionó amargamente: «pensamos que con toda la población a nuestro lado nada podía pasarnos” -N. Obs., cit.).

El último factor ha sido el decisivo en Polonia. La política de la dirección burocrática contó con las cualidades que faltaron a la dirección obrera: apreciación realista del enfrentamiento, determinación de sus objetivos sin ilusiones, movilización de los cuadros militares bajo una firme disciplina. Luego de armar una campaña de intoxicación, atribuyendo a Solidaridad sus propias intenciones (la toma del poder), golpeó sorpresivamente a su enemigo, superior en número, pero que no se había preparado para el enfrentamiento. Con ello consiguió dos ventajas decisivas -movilizar a los obreros y campesinos de uniforme en una guerra civil contra los obreros y campesinos y devolver la iniciativa política a la burocracia- que inclinaron decisivamente las relaciones de fuerza a su favor. Todo el heroísmo que desplegó el proletariado polaco se encuadró en una acción defensiva, relativamente desorganizada para una organización que controlaba la vida del país.

Pero los mitos no .surgen del aire, sino que tienen siempre un fundamento terrenal. El mito de la inofensividad de la burocracia polaca tenía su base en la ofensividad muy real de los ejércitos rusos, cuya invasión se juzgaba como inevitable e incontenible en caso de toma del poder. Pero frente a un peligro real caben dos actitudes: o examinarlo detenidamente para determinar las condiciones de su derrota, o refugiarse en un mito que permita inmunizar al peligro (en este caso, que la «autolimitación” de Solidaridad implicaría automáticamente una autolimitación equivalente del Kremlin) De haberse adoptado la primera actitud se hubiesen advertido todas las ventajas que contra una invasión rusa tenía una política determinada de liquidación de la burocracia y toma del poder: la quiebra del ejército polaco y el armamento de la nación. La defensa militar de la revolución obrera no se hubiese limitado a eso. La salida de Polonia hubiera dado un golpe en el espinazo del Pacto de Varsovia (el ejército polaco es el segundo más fuerte del pacto y, como no ceso de repetirlo el propio Kremlin la ubicación de Polonia es vital para las líneas de comunicación y logística de las tropas del Pacto). Esto hubiera, por lo menos, demorado considerablemente una invasión, lo que hubiese dado tiempo para preparar la defensa y extensión internacional de la revolución, en la línea del llamado realizado por Solidaridad a los trabajadores de Europa del Este, cuya movilización hubiese logrado un fermento sin igual en la victoria revolucionaria de sus hermanos de clase polacos. La movilización en Europa Occidental también hubiera sido enorme (como lo demuestran las movilizaciones que se produjeron, aun en el marco de una derrota, y pese al boicot del stalinismo y la socialdemocracia). Lo fundamental es que Solidaridad hubiera conseguido el resultado que logró, con otros objetivos, Jaruzelski; ganar a una parte de las tropas enemigas, y neutralizar a otra. Por el camino de evitar una invasión no dándole pretextos, lo único que se consiguió fue soportar una invasión por procuración.

La dirección de Solidaridad dejó pasar los momentos de máxima ofensiva de las masas sin lanzar un ataque decisivo contra la burocracia. Aun cuando la situación era enteramente favorable, buscó una salida conciliadora bajo el arbitraje de la Iglesia. Al obrar así, estaba cavando la fosa del sindicato. Así fue en marzo, cuando se opuso al planteo de huelga general que espontánea y masivamente había surgido tras el apaleamiento de una reunión sindical en Bydgoczcz. Señalamos en ese momento:

«Afines de marzo la movilización revolucionaria del proletariado polaco llegó a su punto de máxima tensión: luego de una huelga general «de advertencia» de 4 horas (el primer movimiento de esta naturaleza en la historia de Polonia) se juzgaba inminente la efectivización de la huelga general por tiempo indeterminado. En tal caso se hubiera planteado directamente la cuestión de la caída del actual gobierno, la posibilidad de una entrada inmediata de las tropas rusas, la estructuración de un poder obrero basado en Solidaridad, la perspectiva de una guerra revolucionaria contra los invasores de la burocracia del Kremlin.

La huelga indefinida fue evitada a último momento por un acuerdo precario entre Walesa y el gobierno, y por la decisión de Walesa de suspender el movimiento bajo su responsabilidad, previo a la reunión del Comité Nacional de Solidaridad (…) Entendemos que el levantamiento de la huelga fue una capitulación de Walesa, que ha seguido aquí también las orientaciones de la jerarquía de la Iglesia y del Vaticano. Es sobre estos sectores que se apoya el ‘comunismo polaco’.

(…) La huelga general no se presentaba como una vía forzada para la revolución, pues nacía de las propias masas y tenía reivindicaciones precisas. Si el gobierno se revelaba incapaz de satisfacerlas, quiere decir que confesaba su incapacidad de gobernar, y esto es una evidencia de la que hay que sacar las conclusiones necesarias, pues significaba que el mentado pacto social o tregua es simplemente un espejismo que sirve sólo para disipar la energía de las masas. Esto último es el peligro, porque de esto puede resurgir el totalitarismo staliniano y las bayonetas del Kremlin” («P.O.” 319, 6/4/81).

Dos testimonios vienen a confirmar ahora que, en ese momento álgido de la crisis, fue la línea conciliadora lo que salvó a la burocracia y le dio margen para reorganizar sus fuerzas con vistas al golpe. El sindicalista Kowalewski afirma que «luego de los acontecimientos de Bydgoczcz en marzo, nos habíamos preparado para la huelga general. No tuvo lugar, pero sentimos, en ese momento, una fuerza enorme. El poder comprendió sin duda, entonces, que era necesario que la cosa no se repitiese” («N.Obs.”, cit.). No sólo eso. «En privado, altos responsables gubernamentales confirmaron que los planes para un estado de emergencia fueron puestos en marcha tan temprano como en marzo, durante la crisis que se produjo alrededor de la represión a los activistas de Solidaridad en la ciudad norteña de Bydgoczcz” («Washington Post , 3/1/82). La cuenta regresiva para Solidaridad comenzó cuando la burocracia comprendió que su dirección se negaba a afrontar un combate en que estuviese en juego el poder.

Con diferentes matices, esa fue la línea que prevaleció en los diferentes sectores dirigentes de Solidaridad (tanto la dirección católica de Walesa como la «izquierda laica” del KOR). Como señalamos en P.O. 325:
«La contradicción de la situación polaca consiste en que la clase obrera ha puesto en pie un coloso que, por ahora, y en la medida del desenvolvimiento de la experiencia de la vanguardia y de la masa toda, tiene una cabeza que no corresponde a su estatura histórica (9/11/81).

Mientras la clase obrera no pudo superar esa contradicción, la burocracia la explotó para inclinar, por el momento, la lucha en su favor.

Las tendencias dirigentes de Solidaridad

Desde el punto de vista de la extensión y profundidad de la movilización, la revolución política iniciada en Agosto de 1980 superó a las anteriores rebeliones antiburocráticas. Desde el punto de vista de la orientación política de la dirección obrera, en cambio, significó un retroceso respecto a aquellas.

Los sectores dirigentes de la revolución de 1956 (el diario «Po Prostu”), se identificaban con el marxismo, y criticaban al stalinismo desde el ángulo del socialismo revolucionario. Una de las expresiones más significativas de esa etapa (al menos vista desde el exterior) fue la «Carta Abierta” al PC, dirigida en 1964 por dos jóvenes militantes recientemente expulsados -J.Kuron y K. Modzelewski- que planteaba un programa de revolución política: derrocamiento de la burocracia e instauración de la democracia obrera.

La fracción dirigente de Solidaridad (Walesa) estuvo bajo la directa influencia de la jerarquía católica, la que la sometió a un programa de preservación del poder burocrático. Pero también la llamada «izquierda laica” (el KOR) se orientó, a diferencia del pasado, hacia una reforma del estado. A través de este sector se expresó la emergencia de todo un sector social (universitarios, técnicos, funcionarios administrativos «sin partido”) engrosado por el desarrollo económico, diferenciado de la clase obrera, pero marginado de las decisiones políticas por el monopolio de la burocracia.

El programa de la «izquierda laica” reflejó tanto esa evolución social, como la de la situación política internacional (intervencionismo creciente del imperialismo en los Estados Obreros en base a una demagogia «democratizante”).

La intelectualidad comenzó a cobrar conciencia de sus aspiraciones propias. Si bien éstas la sitúan en el campo de la lucha contra la burocracia, no lo hacen en la perspectiva de la revolución política dirigida por la clase obrera (pues a diferencia de ésta, la intelectualidad sí «tiene algo que perder” con la destrucción del Estado burocrático), sino de un programa reformista, de cooptación de la intelectualidad a la ‘dirección del Estado. Paradójicamente, esta evolución se expresó en algunos sectores que habían llegado a postular la revolución política. Así, Jan Litynski, uno de los fundadores del KOR y de su periódico «El Obrero”, señalaba en 1979: «Este sistema puede, en algunos años, transformarse en un sistema totalmente diferente. Por ejemplo, la diferencia entre la Polonia de 1974 y la de 1979 es colosal… Puede pensarse que la diferencia entre 1979 y 1984 será igualmente importante, sin cambio revolucionario del sistema, al que todo el mundo teme” («Imprecor” 7/5/80). El propio Jacek Kuron, indicaba ya en 1977 cuál era, a su juicio, el «modelo» de esa transformación: «en los países industrializados, llamados por algunos «países capitalistas”, la propiedad privada de los medios de producción no desempeña, en la actualidad, ninguna función. La economía de estos países está dominada por grandes organizaciones centralizadas, en las cuales la propiedad, por otra parte colectiva, está separada de la administración” («Imprecor”) en español, 9/6/77 Por sorprendente que esta afirmación parezca, ella indica el rumbo que adoptó la intelectualidad opositora: el de la reforma del Estado burocrático, basada en la colaboración con «Occidente” (es decir, con el imperialismo). Ni qué decir que la burocracia, que abrió las puertas a la penetración económica y financiera del imperialismo, es la menos indicada para criticar esa orientación. Por la misma época, A. Michnik, dirigente de la rebelón estudiantil de 1968 (y también dirigente del KOR) publicaba un folleto en -el que postulaba una alianza estrecha con la Iglesia como institución (no sólo con los católicos).

Si la influencia de Walesa puede traducir la falta de maduración política de la nueva vanguardia obrera, el KOR se sitúa en un punto de vista expresamente ajeno al de la clase obrera.

En ambos casos, se culmina en un rechazo de la hegemonía del proletariado en el proceso revolucionario —ya sea transformándolo en una fuerza de apoyo a la Iglesia, o «autolimitándolo” a un planteo de reforma del Estado- y, por ende, de rechazo de la dictadura proletaria como el único planteo cabalmente antiburocrático. Walesa llegó a sostener que se oponía a la toma del poder por Solidaridad, pues ello desembocaría en una dictadura totalitaria. Interrogado sobre el mismo punto, Kuron respondió: «Cuando llegan al poder, las organizaciones revolucionarias acaban privando a las masas de participación. Por eso es que Solidaridad no lo hará» (“Jornal do Brasil”, 8/11/81). Lo curioso de esta concepción, es que en nombre del peligro de que las organizaciones de las masas se burocraticen una vez en el poder, se tolera que la burocracia ya existente continúe ejerciéndolo contra ellas.

Basado en esta doctrina, el KOR elaboró un concretísimo y completísimo plan de reorganización de la sociedad («autogestión” de las empresas y municipalidades, “tribunales populares” de control del poder, preservación de un poder formal para el PC), que permitiría conservar todo lo existente, reformar al estado y evitar una revolución. Pero, como sucede siempre, el doctrinarismo y el “culto de lo concreto” les tapó los ojos sobre los peligros reales y los medios para afrontarlos, o sea, el poder obrero como única respuesta posible a la crisis y a las amenazas de la burocracia. Fue declaradamente para desbaratar esa posibilidad que se produjo el golpe. Kuron, en cambio, interrogado si “las fuerzas armadas emplearán la violencia contra los trabajadores que desafían al régimen?”, respondió: «No. Ellas son conciernes de (nuestra) unidad social. Es preciso considerar que este ejército nada tiene que ver con los de América Latina. Aquí son incapaces de promover cualquier acción violenta contra la sociedad” («Jornal)’ cit.). Pinochet-Jaruzelski se encargaría de retrotraer esta doctrina a la realidad. Los partidarios occidentales de la «autogestión”, que consideran a la revolución y la dictadura proletarias como «pasadas de moda”, harían bien en reflexionar sobre la experiencia del KOR.

Si en la etapa anterior al inicio de la revolución la labor del KOR había tenido un carácter altamente progresivo, pues sostenía todo movimiento de lucha contra la burocracia, luego de Gdansk su programa reformista mostró su carácter antirrevolucionario. La alianza con la Iglesia, que se jugó entera a la salvación del régimen burocrático, y el respeto al «rol dirigente del PC”, obraron como un freno decisivo de la clase obrera que -como lo demuestra su resistencia al golpe- estaba dispuesta a un enfrentamiento a muerte contra la burocracia. Las esperanzas puestas en la presión de los «imperialismos democráticos”, naufragaron en el apoyo que estos brindaron a la burocracia contrarrevolucionaria. Los sectores que se opusieron a esta orientación conciliadora, no llegaron a organizarse en una fracción política delimitada, con la perspectiva de la toma del poder por las organizaciones obreras. Sólo alcanzaron a distinguirse con propuestas más combativas que las de Walesa, como la de la huelga general frente al golpe. La huelga general, sin embargo, no hace sino plantear el problema del poder, no resolverlo. Resolverlo significa plantear la insurrección armada para la toma del poder, la quiebra del ejército enemigo, la preparación de la defensa revolucionaria (nacional e internacionalmente) de la nación. Y, en primer lugar, liquidar las ilusiones en la reforma del estado burocrático y la colaboración con la Iglesia y el imperialismo. Es claro que esta perspectiva no puede ser el fruto de un golpe de timón repentino y afortunado, sino de la tarea paciente de un partido revolucionario. Es la ausencia de tal partido la causa fundamental del fracaso momentáneo de la revolución proletaria en Polonia La experiencia de un año y medio de vertiginoso proceso revolucionario se incorporara sin duda, a la conciencia de la vanguardia obrera, en cuya delimitación política reside la esperanza del triunfo futuro de la revolución.

Polonia y la impasse de la política imperialista
  
El principal vocero de la burguesía francesa – “Le Monde” – sostuvo, defendiendo la posición pro-golpe adoptada de inmediato por el gobierno “socialista” del imperialismo francés: «reflejaba el análisis que el ministro francés había escuchado de sus colegas norteamericano, británico y alemán, consultados por teléfono: la proclamación del ‘estado de guerra en Polonia era ciertamente lamentable, pero aun así preferible a una intervención soviética. Además, no se ocultaba para nada en las capitales occidentales que un enfrentamiento entre Solidaridad y el gobierno de Varsovia, cualquiera que éste fuese, era inevitable. La solución del general Jaruzelski era pues la menos mala posible” (19/12/81). Diplomacia aparte, aquí está concentrado lo principal de la posición común a todos los sectores imperialistas: a) que los sindicatos independientes son incompatibles con el régimen burocrático, b) que el aplastamiento de aquéllos era imprescindible para la sobrevivencia de éste, c) que la sobrevivencia de éste es el mal menor.

El imperialismo era el último en tragarse la píldora propagandística del Kremlin, sobre la supuesta «restauración del capitalismo” perseguida por Solidaridad: «Los diplomáticos occidentales juzgan que, en despecho de algunas estruendosas declaraciones de un grupo de sindicalistas, las actividades de Solidaridad se desarrollaban en el cuadro de la búsqueda de una mayor democracia bajo el comunismo” («International Herald Tribune”, 6/1).

El golpe era preferible a una invasión rusa, sólo porque éste podía precipitar una guerra civil. Pero aún una invasión era preferible al derrocamiento de la burocracia por Solidaridad, que era el peligro mayor (en primer lugar, por el impacto revolucionario que el triunfo de la revolución obrera en Polonia tendría sobre las masas de Europa Occidental). Como lo señaló sin pelos en la lengua el «Guardián” (ligado al laborismo británico): «Polonia tiene, por la primera vez en 18 meses, un gobierno que está preparado para gobernar, y hasta ahora, la nación no entro’ en erupción” (21/12). Lo principal, para el imperialismo, era evitar la “erupción”.

Todo esto ilustra el apoyo dado al golpe por los gobiernos imperialistas, que es necesario distinguir de la demagogia de «lamentaciones” posterior:

«Mr. Honecker está tan convencido como yo de que (el golpe) era necesario” (Helmuth Schimdt, citado por «The Economist”, 19/12).

«Pienso que los soviets confían, tanto como nosotros, que la acción del general Jaruzelski va a funcionar” (un experto de política exterior, portavoz de Reagan, citado por Clarín, 15/12/81).

«Se trata de un problema polaco que debe ser resuelto por los polacos. No hay indicios de intervención de la URSS» (C.Cheysson, ministro de Relaciones Exteriores de Francia- «Le Monde”,15/12/81).

Pero el apoyo del imperialismo al golpe no sólo hay que situarlo en relación a su alianza general con la burocracia contra la revolución obrera mundial. Al compás de la «distención”, el imperialismo llevó adelante una profunda penetración económica en los Estados Obreros, de la cual los 30 mil millones de dólares de deuda de Polonia con los bancos occidental6 son un ejemplo. Estas inversiones, que fueron una de las principales válvulas de escape del enorme capital ficticio creado la crisis económica mundial, estaban en peligro directo ante toma del poder por Solidaridad; su pérdida significaría la apertura “crack financiero” sin precedentes. Lo que los gobiernos dijeron encubiertos por el melifluo lenguaje diplomático, los capitalistas lo tradujeron al crudo o idioma del dinero.

“Mucho banqueros occidentales han aplaudido el golpe porque piensan que la acción del ejercito va a terminar con la impasse política que se desarrolló entre el gobierno y Solidaridad, y que ha paralizado la economía (…) ven la toma del poder por los militares como una oportunidad para Polonia de comenzar un proceso completo de recuperación económica Solidaridad había estado luchando por reformas radicales, originalmente previstas para para ser efectivas a partir del Primero de Enero, que incluirían la gestión obrera de las empresas por Consejos Obreros (…) La acción del general Jaruzelski es una ´vía para salir de la impasse´, dijo Yves Laulan, principal economista de la Societé Generale de Francia… ´debemos preguntarnos:¿es la economía polaca más viable ahora que lo que era previamente (al golpe)’? La respuesta es sí” («Bussiness Week”28/12).

«Los bancos y los gobiernos occidentales esperan que la solución militar llevará rápidamente de vuelta al trabajo, en las fábricas y minas de carbón potencialmente lucrativas del país” («New York Times”, 16/12/81).

No cabe la menor duda, pues, de que el golpe de la burocracia del Kremlin, fue también el golpe de los acreedores imperialistas de Polonia (o sea, un golpe de la burocracia en favor del imperialismo, que por el mismo motivo, debilita a los Estados obreros). Aquí está resumida la esencia de la «detente” promovida por el imperialismo con el apoyo de la burocracia: una política para prevenir la crisis de los regímenes burocráticos, salvar la «coexistencia pacífica” y darle al imperialismo los medios para intervenir en esa crisis.

De ese modo, además de darle un expediente de escape a su propia crisis económica (abriéndole un vasto campo de inversiones en los Estados obreros), el imperialismo procura sentar las bases para la recuperación plena de los mercados de los países en que ha sido expropiado el capital. La política yanqui no se limita, por ello, a apoyar el golpe, sino también a reclamar su intervención en la «reconstrucción económica” de Polonia. Para el Secretario de Estado, Haig, «… la cuestión no debe ser analizada en el sentido clásico de la era post-Yalta. Debe serlo en el contexto de post-Helsinki. Es por ello que los estériles argumentos sobre las ‘esferas de influencia’ que podían ser usados en una situación post-Yalta… no son ahora aplicables” (“The Guardian”, 3/1/82).

Pero esta política está en crisis, debido a las divisiones del imperialismo para llevarla adelante o, mejor dicho, porque cada sector imperialista pretende implementarla en su propio beneficio. La cuestión de las sanciones económicas a la URSS propuestas por los EEUU, son apenas el lado formal de esta cuestión. Reagan sostiene que para los EEUU, a diferencia de Europa, la URSS estuvo “por detrás” del golpe, y en consecuencia debe ser sancionada. Hipocresía pura. Los yanquis saben perfectamente que la URSS ejecutó el golpe (no “por detrás”), y es un secreto a voces que las sanciones que aplicó son puramente formales (Reagan se cuidó de aplicar cualquier sanción real, como por ejemplo, el embargo a la venta de cereales). El reclamo a los imperialismos europeo y japonés, para que suspendan sus ventas de alta tecnología a la URSS, a raíz del golpe polaco, también es pura hipocresía: “Mucho antes de los acontecimientos en Polonia, los americanos venían reclamando a sus aliados que esclareciesen sus reglas de exportación de alta tecnología a los rusos” (“The Economist”, 26/12/81). La suspensión unilateral por los yanquis de esas exportaciones es casi formal pues éstas son menos del 5 por ciento de las ventas “occidentales” a la URSS (ídem).

Los yanquis se esforzaron en exigir de los europeos que suspendiesen las tratativas y ventas para la construcción del gasoducto entre Siberia y Europa. Lejos de ser una “sanción a la URSS” se trata de una sanción al capital europeo, pues los haría suspender un negocio de 22 mil millones de dólares (el mayor contrato de energía ya celebrado en el mundo). El gobierno japonés hizo caso omiso, y reemplazó a los yanquis como proveedor de tubos de acero a la URSS. El francés celebró un contrato de suministro de energía con la URSS. Los alemanes, que encabezaron la resistencia a las sanciones, dejaron claro que la pretensión real de los EEUU es asegurarse el monopolio comercial de las naciones capitalistas con la URSS.

La posición del imperialismo y de la socialdemocracia alemana, entretanto, opuesta a las sanciones, se ha singularizado por su apoyo al golpe y su odio a Solidaridad. Defendiendo sus propios intereses comerciales y de apertura política hacia la burocracia, la socialdemocracia alemana desplegó al mismo tiempo todas sus fuerzas para evitar la movilización del proletariado alemán en solidaridad con el polaco (su bancada parlamentaria lanzó un patético llamado a evitar las huelgas). Ahora bien, ésta es una cuestión clave, tanto por la tradición del proletariado alemán, como por su condición de bisagra entre la clase obrera del este y del oeste. La movilización de los obreros alemanes hubiese sido tanto un fermento para la clase obrera occidental como para sus hermanos de clase de Alemania Oriental (vecinos de Polonia): era el punto clave a impedir, y la socialdemocracia llenó allí plenamente su rol proimperialista.

La feroz lucha interimperialista entre yanquis y europeos no es sobre la necesidad de la “détente”, sino sobre si ésta será utilizada para disciplinar a las burguesías europeas a la yanqui: “los alemanes se manifiestan convencidos que en caso de catástrofe en Polonia los americanos serían los primeros, sobre los escombros de la «détente”, a retomar por su propia cuenta las negociaciones con la URSS” («Le Nouvel Observateur, 9/1/82). Comandar las negociaciones con la burocracia (Reagan manifestó su voluntad de reunirse con Brezhnev, aún si la URSS invadiese Polonia) y subordinar a las burguesías europeas: he ahí los objetivos de la política yanqui.

Que las divergencias interimperialistas no se basan en una apreciación cualitativamente diferente del golpe, lo prueba tanto su apoyo común a éste, como la condena verbal posterior, utilizando una demagogia “democratizante”: ésta es una concesión a la «opinión pública” de sus propios países, como también un elemento de su intervencionismo en los Estados obreros (un elemento demagógico frente a las masas de esos países). El imperialismo también prefería un golpe a una invasión, porque ésta lo hubiese obligado a sacarse la careta -la maniobra de apoyarla y condenarla verbalmente sería imposible- llevándolo a un enfrentamiento frontal con los trabajadores de los países occidentales.

La lucha interimperialista se agudiza porque su cuadro es la crisis de la “détente”, es decir, de la penetración económica y política en los Estados obreros. Dos voceros imperialistas expresan a su manera esta crisis:

«La esperanza de las cancillerías occidentales de que el desarrollo de la interdependencia de las economías traiga aparejada una liberalización política de todo el globo, y sobre todo el aflojamiento del control de la URSS sobre las democracias populares, se viene abajo” («Le Monde”, 2/1/82).

Para el «Wall Street Journal”:

«Hubiera tenido sentido ayudar (económicamente) a Europa del Este si Polonia y los otros estuviesen desarrollando la clase de economías que les permitiesen finalmente pagar los préstamos y contribuir al bienestar económico del mundo. Pero no hay señales de que están pensando en abandonar el sistema comunista y desplazándose hacia los mercados libres (citado por «International Herald Tribune”, 7/1/82).

Si se tiene en cuenta que para el vocero del imperialismo yanqui, el «bienestar económico del mundo” es el dominio indiviso del capital imperialista, se advierte que lo que está planteado, con tanta más urgencia dada la crisis económica, es la recuperación de los mercados de Europa del Este (y la URSS): una reorganización económica del mundo bajo la égida yanqui.

La “détente” está en crisis en función de este objetivo, y el debate interimperialista no es sino la punta del iceberg de un debate mundial del gran capital en tomo a una reorientación para conseguirlo. Para Kissinger, son necesarios cambios equivalentes a los que dieron lugar al Plan Marshall y la Alianza Atlántica, pues se trata del “fin de una era” (ver “Time”, 11/ 1/82). Justamente un «Plan Marshall” para Europa del Este es una de las propuestas que barajan los estados imperialistas para reforzar su penetración económica. Pero la impasse de la “détente” -apuntada por el Wall Street Journal- lleva a cuestionar ese plan, y al reforzamiento de una corriente “aislacionista” dentro de la burguesía yanqui, partidaria del proteccionismo económico, de agudizar la lucha contra el capital europeo, y reforzar el dominio yanqui sobre el mundo atrasado.

Este debate público dentro de la burguesía yanqui, y la tentativa de uno de sus sectores de reorientar la política de conjunto del imperialismo norteamericano (a lo que Schmidt se opuso patéticamente, señalando que las crisis del Este -Polonia- no deben transformarse en crisis del Oeste), anuncian una profundización de la crisis de la política mundial del imperialismo y un reforzamiento de la lucha interimperialista.

La impasse de los regímenes burocráticos

El origen de la crisis económica polaca ha sido atribuido a los «errores” del gobierno Gierek (toma excesiva de préstamos en Occidente, desarrollo excesivo de ciertas ramas industriales). El plan de Gierek (motorizar el desarrollo económico a través de las industrias susceptibles de exportar hacia Occidente), sin embargo, no fue sino la puesta en práctica de una tendencia que abarca a todos los Estados Obreros, y que está particularmente desarrollada en Hungría y Rumania. Estos países han acumulado, al igual que Polonia, cuantiosas deudas con los bancos occidentales. Las deudas, a su turno, expresan que se ha financiado a industrias cuya producción no ha encontrado mercado (lo que impidió su reembolso): las economías de los estados obreros han sufrido las consecuencias de la agudización de su dependencia respecto del mercado mundial (y de sus crisis).

La extensión y profundidad de esta «apertura económica” de los Estados Obreros revela que estamos ante una tendencia profunda: el desarrollo “autárquico” de la posguerra, en que las economías se desarrollaron como complementarias de la URSS (a través del COMECON) llegó a un punto de saturación.

La necesidad de integrarse al mercado mundial (so pena de provocar un colapso) pone al desnudo la utopía reaccionaria de la “construcción del socialismo en un sólo país», mito de la burocracia del Kremlin. Pero el mercado mundial está dominado por el imperialismo, que pone como condición que el desarrollo económico sea complementario a sus necesidades: en Polonia esto llevó a que numerosas empresas llegaran al punto de convertirse en subcontratistas de grupos monopolistas, las que tienen a su cargo la comercialización de la producción. La crisis y el estrechamiento de los mercados occidentales repercuten ahora más directamente en las economías de los Estados Obreros.

Ni qué decir que todo esto da al imperialismo los medios para intervenir directamente en la evolución de esos países. Utilizando el arma de la dependencia financiera y tecnológica, se exige que sean eliminadas las industrias «no rentables” (desde el punto de vista del mercado mundial) y que se otorgue mayor autonomía a las empresas, eliminando la planificación centralizada, y permitiendo su vinculación directa con el mercado mundial: en esto consiste la «reforma económica” exigida por el imperialismo para mantener su “ayuda” a Polonia. Se trata en medidas que van en el sentido de la eliminación de uno de os pi ares de los Estados Obreros: el monopolio del comercio del comercio exterior; y que, por ende, preparan el terreno para una restauración capitalista.

Tal “reforma” implica una catástrofe social: desocupación, liquidación de conquistas sociales y “racionalización” salarial. La común hostilidad del imperialista y la burocracia había el movimiento obrero independiente tiene aquí otra razón. Con razón pudo Jaruzelski dirigirse “a esos medios extranjeros que hace una década de días aconsejaban a los polacos trabajar e instaurar el orden y la disciplina. Ahora esos mismos medios deploran las medidas que fueron adoptadas exactamente en ese sentido” (discurso posgolpe, “Le Monde”, 26/12/81).

Por encima del reproche reaparece la comunidad de intereses. Y esta no se detiene allí. Pues el gobierno Jaruzelski, con pleno aval de la URSS, se ha esforzado por mantener el curso supuestamente “erróneo” de Gierek, incluso profundizándolo: se ha hecho un notable esfuerzo por pagar la deuda (la URSS vendió parte de sus reservas de oro para ayudar al gobierno polaco a pagar), se ha solicitado nuevos préstamos, se ha ratificado el pedido de ingreso al Fondo Monetario Internacional (lo que implica la aceptación de los condicionamientos de este organismo imperialista, en primer lugar, su derecho a orientar la política económica de sus miembros).

La tendencia de la burocracia es profundizar a cualquier precio la integración al mercado mundial, lo cual profundizara la crisis económica. Existe una salida: la suspensión del pago de la deuda, el reforzamiento de los mecanismos de defensa del Estado Obrero. Esto exigiría: en el plano externo, una política revolucionaria antiimperialista contra la presión capitalista; en el plano interno, un racionamiento igualitario mientras dure la crisis. Pero este programa exige la liquidación de la burocracia, la abolición de sus privilegios, la revisión de su política pasada (no es un gobierno de la burocracia el que podría desconocer la deuda por él contraída), la instauración del poder obrero.

Aún bajo la gestión burocrática, durante los últimos anos las tasas de crecimiento de las economías de la URSS y Europa del Este fueron muy superiores a las de los países capitalistas (que sufren los efectos de la crisis económica). Esto revela que estamos, no ante una crisis de la propiedad estatal de los medios de producción, y la planificación centralizada, sino de su gestión por la burocracia del Kremlin y sus agentes. Su política de huir de la crisis a través de una integración más profunda con la economía mundial bajo dominio imperialista, no hará sino agravarla y profundizar la disgregación de la propia burocracia.

La crisis del aparato internacional del stalinismo y el eurocomunismo

El índice más visible de la disgregación de la burocracia lo brinda la crisis de su aparato internacional. Un sector de éste, encabezado por el PC italiano, ha condenado el golpe de Jaruzelski, y responsabilizado por él a la URSS.

¿Se trata de un sector que rompe con el Kremlin para unirse con el movimiento obrero que enfrenta a la burocracia rusa? No. En el documento del PCI se admiten las calumnias que aquella lanzó contra Solidaridad: «presentó reivindicaciones que no eran viables en la realidad” —el PCI se guarda de decirnos cuáles …” la crisis que explotó en Polonia durante el verano de 1980 … no puede ser atribuida a maniobras de fuerzas reaccionarias, hostiles al socialismo, a pesar de haber dado y dar espacio y ocasiones a todo eso”. Si las huelgas dieron ocasiones a la “reacción”, ésta las aprovechó para apoyar a la burocracia contra el movimiento obrero. El PCI introduce por la ventana los mismos argumentos de la burocracia y manifiesta su acuerdo de principios con ésta contra Solidaridad.

«El descontento y la rebelión se dirigían contra la ausencia de vida democrática en ese sistema político, contra una relación entre Partido y masas que se había vuelto, esencialmente, burocrática…” ¿Sólo contra el burocratismo? ¿Y los centenares de asesinatos de Gdansk (1970), Sczeczin, Poznan (1956)? Además, ¿cuándo se tornó «burocrática” esa relación? El PCI no nos lo dice, y de paso aprovecha para saludar al Partido (con P mayúscula) de la burocracia como el «partido único de la clase obrera”.

El PCI afirma que «acogió positivamente” el nacimiento de Solidaridad, y enseguida dice que “dio todo el apoyo posible a las tentativas (de renovación de la vida política y social) que fueron realizadas por el POUP. ¿Cuáles? ¿El desabastecimiento, el racionamiento burocrático, las alzas de precios, los apaleamientos y detenciones de sindicalistas, las provocaciones sistemáticas al sindicato? ¿La negativa a dejar a Solidaridad emplear los medios de comunicación? (Todo cubierto tras la fachada del «diálogo”, y que fue el camino que precedió al golpe) ¿Y qué opina el PCI sobre los “renovadores” Jaruzelski y Rakowski (que así se presentaban cuando el poder burocrático utilizo la zanahoria del «diálogo” y la «renovación”)?

Hasta aquí, el Kremlin no tiene por qué inquietarse con os críticos del «eurocomunismo”. Pero éste se pregunta: ¿por qué las varias tentativas de renovación fracasaron?” La respuesta, para el PCI, sería que «esta fase del desenvolvimiento del socialismo que tuvo inicio con la Revolución de Octubre, agotó su fuerza propulsora”. El PCI sabe bien lo que hace cuando identifica a la Revolución de Octubre con la burocracia del Kremlin, y no con los obreros polacos. Para el PCI, Polonia perdió su oportunidad cuando se ignoraron «las tentativas que hasta aquel momento (1947) se habían realizado en varios países después de la derrota del nazismo para construir regímenes políticos que, rompiendo con las tradiciones reaccionarias y autoritarias del pasado, y siguiendo una política de amistad con la URSS, tuviesen en cuenta la Historia, la estructura social y la cultura de los diferentes pueblos”.

Tales tentativas fueron realizadas por los partidos burgueses y socialdemócratas (con eco en el stalinismo) y la “estructura social” que proponían ‘‘tener en cuenta” era la propiedad privada capitalista y la gran propiedad terrateniente. El único punto donde el PCI rompe con la burocracia es para criticar lo único que ésta realizó de progresivo, la expropiación del capital. Su conclusión: el único impulso para la reforma de las sociedades del Este no puede ahora sino provenir, no de los obreros del Este, sino de Occidente, para lo que el PCI insinúa una “euroizquierda” junto a la socialdemocracia, celosa defensora de los estados imperialistas.

El eurocomunismo da un nuevo paso hacia su alineamiento con el imperialismo; en lo inmediato el documento del PCI le ha permitido un acercamiento mayor al partido de la buguesía italiana, la Democracia Cristiana (que saludó el documento). Berlinguer, el «crítico del stalinismo y la falta de democracia”, recordó a los militantes comunistas la prohibición de formar fracciones, grupos o tendencias al interior del partido (para los «eurocomunistas”, la democracia bien entendida no empieza por casa). La aparición pública de un sector del aparato stalinista que cuestiona las conquistas de Octubre en los Estados Obreros (la expropiación de los medios de producción) indica un alto grado de disgregación del stalinismo internacional, y la existencia probable de un sector de la burocracia del Kremlin que se plantea llevar la colaboración con el imperialismo hasta ese punto.

La resistencia obrera y su significado

Las noticias llegadas al exterior, ultrafragmentadas, permiten, sin embargo, vislumbrar la extraordinaria amplitud de la resistencia obrera al golpe, que prueba la disposición de la clase obrera para librar una batalla a muerte contra la burocracia.

Según los informes oficiales, el 15 de diciembre por la mañana 260 fábricas se encontraban en huelga, a las que se agregaron 160 por la tarde. Al día siguiente, «sólo” 180 habrían mantenido su actitud. Como se trata en general de grandes empresas, y toda vez que el gobierno estaba interesado en minimizar al máximo la amplitud de la resistencia, estas cifras dan una idea de su amplitud. Otros informes (provenientes de extranjeros que salieron de Polonia a los pocos días del golpe) testimonian de la combatividad obrera: en las acerías de Huta Warszawa se formaron masivos piquetes con barras de acero para enfrentar al Ejército en caso de intento de desalojo; los obreros de Radom soldaron las puertas de los establecimientos para defender la ocupación. También se señalaron manifestaciones en la capital que enfrentaron abiertamente al ejército, con saldo de centenares de heridos (según el gobierno).

Sólo es posible entrever muy parcialmente la brutalidad de la represión. El gobierno admitió la muerte de 7 obreros durante la desocupación de las minas de Wujak, en Silesia. Poco después admitió poco más de una decena de muertes. Al salir del país, un viajero sueco que estuvo en contacto con una sección de Solidaridad, informó que el sindicato había comprobado por lo menos 200 asesinatos ( Le Monde”, 22/12).

El gobierno reintrodujo la práctica -conocida por los polacos – de los campos de concentración, en los que se han denunciado condiciones de detención infrahumanas (frío e inanición) y la práctica sistemática de torturas.

La resistencia encarnizada determinó la naturaleza del golpe. En lugar de una rápida “puesta en vereda” de la clase obrera, seguida de la reconstrucción del poder burocrático, se ha procedido a una verdadera militarización total del país (de la que los autores desconocen el plazo).

La premeditación y alevosía con que es ejecutada la sangrienta represión está subrayada por una serie de detalles. La eficacia de los «comandos” mencionados -Zomo y Wow- es el producto de un largo adiestramiento: «el Zomo y el Wow tendrían a su disposición armas ligeras de tiro rápido todavía no distribuidas al Ejército” -informa «La Stampa” (24/12). La primera lista de detenidos había sido preparada con gran antelación, como lo revela el burdo detalle que incluye nombres de personas que estaban (y permanecieron) en el exterior. «Luego del repentino golpe, un joven doctor en Gdansk dijo que al fin se dio cuenta de por qué tantas camas extra habían sido colocadas en el hospital militar local, con una semana de anticipación” («Time”, 28/12/81).

Aún descabezada, la resistencia continuó. El 16, Tass denunciaba histéricamente a los 19.600 obreros de las acerías de Huta Katowice, que ocupaban las fábricas. “La Stampa” (15/12) señala que las huelgas en Huta Warszawa y Ursus eran una iniciativa espontánea de los obreros, puesto que todos los dirigentes sindicales de esas fábricas estaban arrestados. Con el correr de los días, la huelga se centralizó en los centros obreros de mayor tradición de lucha: los astilleros de Gdansk y Sczeczin (que llegaron a reelegir un Comité de Huelga y a “filtrar” un llamado a la solidaridad al exterior), la zona de Silesia, en especial a los mineros, Wroclaw, Poznan y Varsovia. Parece ser que el gobierno se empeñó en aplastar la resistencia en Varsovia, donde se produjeron signos alarmantes: los estudiantes repartieron volantes llamando a la huelga, ante la mirada pasiva de los soldados. La sección local de Solidaridad se reorganizó en la clandestinidad, y un proceso de reelección de dirigentes sindicales tuvo lugar en las otras regiones.

El Kremlin saludó el aplastamiento, ejército mediante, de la ocupación de Huta Katowice (cerca de Silesia), y la detención íntegra de su Comité de Huelga. Sin embargo, el 21 se informaba que las tropas se habían negado a disparar contra los mineros de Silesia. A esa altura se generalizaban las denuncias de que en los lugares más delicados, oficiales rusos con uniforme polaco comandaban y ejecutaban la represión. El gobierno afirmaba tener la situación bajo su control, con un número mínimo de muertos y detenidos. Tass admitía, sin embargo, el 22 que aún un 20 por ciento de la población se encontraba en huelga. Solidaridad de Varsovia informaba que había por lo menos 13 mil detenidos, e informaciones llegadas al exterior señalaban una cifra oscilante entre 45 y 75 mil, y varios centenares de muertos.

El movimiento de resistencia no consiguió, sin duda, una articulación nacional. La fase final de la «huelga con ocupaciones estuvo localizada en Silesia, donde los mineros se negaban a desocupar y amenazaron con hacer volar las instalaciones. Toda la furia represiva se concentró sobre ellos: el 28, el gobierno informó que se había logrado desocupar la última mina en Piast: el Ejército inundó la mina, amenazando con ahogar a todos los ocupantes. Tras dos semanas de resistencia encarnizada, contra un enemigo mejor organizado y equipado (y dispuesto a todo), el movimiento obrero tuvo finalmente que retroceder. Mientras Solidaridad cuidó de no dañar, en la resistencia, los establecimientos industriales, «de los socavones de Piast y de otras minas, por mucho tiempo, quizás para siempre no saldrá más carbón” («L’Espresso”, 10/01/82). Según «Le Monde” (29/12), contra algunas plantas ocupadas se utilizó armamento pesado del ejército. ¡He ahí el verdadero rostro de los «defensores de la riqueza de la nación polaca ’!.

La heroica resistencia obrera es, además, un factor mayor de la configuración de la crisis internacional.

«La resistencia de los obreros polacos complica la tarea de los que han emprendido la liquidación de sus aspiraciones a la libertad pero también, las de cancillerías occidentales confesó «Le Monde” (19/12)- en un primer momento, la moderación occidental fue propiamente sorprendente” (la de «Le Monde” también). Las noticias de la resistencia obrera provocaron una ola de huelgas entre los obreros de Europa occidental, y empujó a los gobiernos al empleo de un verbalismo «democrático” que se constituyó en uno de los temas de la disputa interimperialista.

Pasada la «resistencia con ocupaciones, el proletariado pasó a una etapa de «resistencia pasiva” y organización clandestina. Esta última es un hecho, como lo prueban los vanos «boletines clandestinos” de Solidaridad que llegaron al exterior. El trabajo «a desgano” es generalizado. En Varsovia, la poderosa sección de Solidaridad ya comenzó a editar un diario clandestino (el «Boletín del estado de guerra”). El abismo entre la burocracia y las masas es infranqueable, la clase obrera no está dispuesta a caer sin combatir, y posee la experiencia de más de tres decenios de lucha contra un conocido enemigo.

Es por esto que está cuestionada la capacidad del golpe, pese a su ferocidad, para aplastar por tiempo prolongado a los trabajadores.

La dictadura militar de Jaruzelski, un gobierno de profundización de la crisis de la burocracia

Con la implantación de la dictadura militar, la burocracia ha quedado reducida en Polonia a su aparato represivo, o sea, ha quedado al desnudo, revelando que la única función del poder burocrático en una sociedad basada en la estatización de los medios de producción es la de frenar y reprimir a los trabajadores. La desintegración del PC sigue su marcha: desde el inicio, amén del «Consejo Militar”, los prefectos locales fueron reemplazados por militares; el «Time” (11/1) informa ahora que 90 funcionarios provinciales fueron dimitidos (y sustituidos por uniformados) por «incapacidad para cumplir sus deberes bajo la ley marcial”.

La desintegración del PC plantea, para la estabilidad del Estado un problema crucial: el PC poseía una base social propia, minoritaria, pero articulada (que fue deshecha por la revolución). El ejército, en cambio, carece por ahora de base social, y se encuentra sometido a las distintas presiones del imperialismo, de la burocracia rusa y de las masas. Se plantean dos alternativas: que el ejército se desintegre por la resistencia de las masas y la acción de la crisis (se plantearía, entonces, una invasión rusa), o que, para ganarse el apoyo de un sector de las masas (campesinos, técnicos, sectores influidos por la Iglesia) adopte una posición más independiente de Moscú y de mayor acercamiento al imperialismo. Sólo en ese caso podría hablarse de bonapartismo de un régimen que actualmente no es más que un instrumento del Kremlin, cuya burocracia es la verdadera mediadora con el imperialismo mundial.

El gobierno no tiene un planteo económico claro, pues esto depende del grado de apoyo del imperialismo. Ha decretado, sin embargo, violentas alzas de precios de los alimentos y artículos primarios, lo cual no es sino un instrumento de agudización de la diferenciación social durante la crisis (porque la burocracia tiene resuelto su problema de consumo dados sus privilegios). Esto no actuará como una transferencia de recursos de la clase obrera al campesinado porque la burocracia recupera el mayor poder adquisitivo que ganen los campesinos con el aumento de los precios de los productos que el Estado vende al agro.

¿A quién sirve esto? La respuesta: la carestía es para pagar la deuda externa, una de las exigencias del imperialismo para continuar financiando a Polonia. Se concluye en que el planteo económico de la dictadura es un plan de expoliación y achicamiento del consumo de las masas para pagar al  imperialismo: la burocracia obra como su agente. La crisis agrícola no es menor.

Un reciente informe de la OCDE señala que la agricultura polaca está estancada desde 19775: casi todas las cosechas desde ese año han sido inferiores a las del quinquenio anterior (“Le Monde”, 18/11/81). La OCDE reclama un cambio completo de la política del sector, favoreciendo las inversiones de los propietarios privados. Todo esto implica un plan de catástrofe social (desocupación industrial, crisis del sistema agrícola cooperativo) que amenazaría el frágil equilibrio de la dictadura.

Este golpe por procuración, que aparece (aunque no es) como independiente de Moscú, era la salida más barata para el Kremlin: permite maniobrar con las democracias imperialistas (invocando los Acuerdos de Helsinki y la «no injerencia” en los asuntos polacos), intentar mantener el frente único con la Iglesia, y maniobrar con el «nacionalismo polaco”, esencial para mantener la unidad de las diferentes tendencias militares; aspectos todos que hubiesen sido impedidos por una invasión directa. La «Unión Patriótica Grunwald” (grupo stalinista antisemita de vieja data) toma la cabeza de la labor represiva, lo que ha llevado a algunos cretinos bien pensantes de la “izquierda” a calificar al gobierno Jaruzelski como «fascista”. ¿Sólo a partir de ahora? Y hasta ahora, ¿qué era? Estos izquierdistas se olvidan que desde el punto de vista formal, el estado stalinista jamás se diferenció del fascista (su diferencia es de contenido: las relaciones sociales sobre las que se asienta; la propiedad privada o estatizada de los medios de producción). No es difícil descubrir entre estos elementos a los que hasta hace poco criticaban como «reaccionaria” toda crítica del “campo socialista”.

Este régimen, lejos de cerrar, abre la crisis política en el seno de la burocracia. «El golpe no resuelve nada. Sólo contemporiza con lo inevitable (…) Todo lo que se ha probado es que el ejército polaco, más la policía, puede imponer un orden superficial en el país” («International Herald Tribune”, 30/12). El único punto en común entre sus diferentes tendencias es el aplastamiento de Solidaridad. Todo lo demás las divide. Jaruzelski ha recurrido al expediente de formar tres comisiones para discutir los planes económicos y político, en las que se discute incluso si hay que eliminar al POUP y formar un nuevo PC («Time», 11/1). En torno a la cuestión sobre cómo salir de la crisis, las diversas corrientes (pro-URSS, nacionalistas, proimperialistas) no podrán mantener su unidad actual. La resistencia obrera actuará como disolvente general de un frente golpista que se dividirá inevitablemente.

Las perspectivas de la resistencia obrera

Bien entendido, la caída de la dictadura sólo puede provenir de una recuperación del movimiento obrero. El dilema: ¿reforma o revolución? ha sido resuelto transitoriamente por la contrarrevolución burocrática: una derrota parcial que incorporará a la conciencia de la vanguardia obrera la necesidad de derrocar a la burocracia e implantar un gobierno obrero.

Contra esta perspectiva, la Iglesia intenta jugar un rol de bombero. Durante los primeros días apoyó descaradamente al golpe, y lo defendió frente al movimiento obrero en lucha. “Los curas intentaron persuadirnos de abandonar la ocupación, diciendo que era una causa perdida. Teníamos la impresión de que habían sido enviados por el gobierno” -relató un minero de Silesia, concluida la ocupación («Le Monde”, 8/1/82). Ante la magnitud de la resistencia, decidió condenar verbalmente al gobierno, para recuperar su rol de mediadora y frenadora. Su labor se centra ahora en dividir la resistencia y aislar a los sectores combativos de Solidaridad. Un asesor del cardenal Glemp declaró: «Sé que seré criticado por esos extremistas de Solidaridad, pero el hecho es que ahora las personas conocen bien sus límites y podremos crear un sindicato que realmente se restrinja a defender apenas los intereses de los trabajadores y no se transforme en un amplio movimiento de oposición política» (“Jornal do Brasil”, 8/1). ¿Qué es esto, sino el apoyo inmundo al golpe y la defensa infame de la burocracia? Fue al parecer la iglesia la que convenció a Walesa para que no emitiera un llamado a la resistencia general (“New York Times”, 6/1). Desde luego, exigirá a la burocracia su «comisión” por estos favores, en materia de mayores concesiones al imperialismo.

Plantear la resistencia como una fuerza de apoyo a las negociaciones de la Iglesia, como lo plantean algunos sectores de Solidaridad en boletines clandestinos (“La Stampa”, 27/12/81), es una perspectiva de derrota. Las negociaciones y los compromisos son imprescindibles en esta etapa de retroceso, pero entregar las perspectivas del movimiento en nombre del apoyo a un aliado del enemigo, es preparar una derrota segura, como lo demostró el golpe. La cuestión de la independencia de la Iglesia es uno de los puntos a clarificar en el curso de la resistencia. Lo mismo se plantea para la movilización internacional, en la que algunos sectores se plantean apoyar el boicot promovido por el imperialismo. La acción de éste es enteramente reaccionaria, pues se plantea, en nombre de la “democracia” que no defiende, restaurar el capitalismo. «Reagan enfatizó que sus acciones no significan un aliciente para que los polacos comiencen a construir barricadas” (“Time”, 11/1).

La única movilización consecuente y eficaz es la que debe llevar adelante el movimiento obrero de todos los países, con independencia del imperialismo. Es urgente una lucha masiva por el cese de la represión y por la libertad de los detenidos (se ha denunciado que los dirigentes Kuron y Michnik han sido sometidos a torturas que ponen en peligro sus vidas). De este modo se favorece la recuperación del movimiento obrero. Solidaridad con Solidaridad: esta consigna divide aguas, en el mundo entero, con los traidores del movimiento obrero.


Un primer balance critico de Solidaridad

Redacción Internacionalismo

Un primer balance crítico, en el movimiento obrero polaco, de la política seguida por Solidaridad, fue realizado a los pocos días del golpe por uno de sus principales dirigentes. Zbigmew Bujak, 27 años, es el principal dirigente de la regional Varsovia del sindicato, y uno de los pocos miembros de su Comisión Nacional que permanece en libertad. Desde la clandestinidad, dio una conferencia de prensa que fue fragmentariamente reproducida por el «International Herald Tribune» (19/1/82), la que pasamos a reproducir in extenso dada su enorme Importancia como paso de la clarificación política de la vanguardia obrera polaca:

(Bujak) respondió a lo que él llamó “una pregunta brutal”: ¿Debió Solidaridad hacer algo diferente de lo hecho, para evitar un enfrentamiento?:

“Mi respuesta será también brutal. Sé que muchos políticos de Occidente creen que si hubiésemos sido más prudentes pudimos haber evitado esta tragedia. Pero también se que lo que ellos llaman prudencia hubiese significado para nosotros colaboración con el estado y las autoridades del partido -una colaboración que hubiera tenido que ser dirigida contra los trabajadores, los intelectuales, los hombres del arte y la cultura. Tendríamos que habernos transformado en un anexo del sistema totalitario, creando sólo una impresión de democracia. No se puede pedir esto de nosotros ni del sindicato Solidaridad.

“Déjenme explayarme sobre la cuestión —continuó— Mucha gente compara la construcción de Solidaridad a una revolución. Pero también que esta revolución debía evitar el uso de la fuerza y respetar los acuerdos que determinan la razón de estado de Polonia -alianzas, cooperación económica, el rol dirigente del POUP.

“Se suponía que debíamos permitir al partido y a las autoridades gubernamentales reformar el sistema de gobierno del país y encontrar una fórmula nueva para el rol dirigente del partido, que tomase en cuenta los cambios sociales que estaban ocurriendo. Ahora sabemos que nadie estaba pensando en tales cambios y reformas, y que nuestras esperanzas -de que encontráramos pruebas de buena voluntad del otro lado- eran ilusorias. Es claro, ahora, que la actual situación no podía ser evitada”.

El Sr. Bujak, que fue paracaidista, dijo que estaba en contacto con activistas sindicales de Gdansk, Wroclaw, Lodz y otras regiones, y que el sindicato se estaba reorganizando. Dijo que los dirigentes en la clandestinidad estaban considerando el llamado a una huelga general, reivindicando el cese de la ley marcial y la libertad de Walesa y los otros sindicalistas presos. “Las tentativas de llevarlos a juicio o de expulsarlos de Polonia desatarían una huelga”, agregó.

“El primer schock de la ley marcial ya pasó, dijo, y ahora la oposición espontánea está creciendo.”

Como ejemplo señaló que existe una resistencia pasiva contra los despidos políticos en las fábricas, que los intelectuales estaban destruyendo sus cartas del partido, que la gente está actuando conjuntamente para rehusar la firma de las declaraciones de lealtad, y que los artistas y animadores estaban rehusando la cooperación con la radio y la televisión controladas por el estado.

“Si esta resistencia continúa -y existe la posibilidad de que aumente- ven una real posibilidad de abatir esta dictadura o al menos liberalizar la situación recuperando los derechos de las organizaciones disueltas o suspendidas”, dijo.

Bujak volvió varias veces sobre el tema de que la confrontación que culminó con la imposición de la ley marcial el 13 de diciembre, era inevitable, dada la dureza de las autoridades, y a menos que el sindicato no quisiera perder su misión y su identidad. «Había dos caminos -dijo- Solidaridad podía haber pensado sólo en su sobrevivencia, lo que significaría abandonar los esfuerzos por las reformas y vender los intereses de los trabajadores, intelectuales y otros. O podía tratar de realizar el programa adoptado en su congreso nacional de setiembre, para democratizar el país e instituir reformas para sacarlo de la crisis.

«Las autoridades también -sostuvo- estaban frente a una elección: adoptar reformas o destruir al sindicato. Desde el momento que decidieron defender sus privilegios, el enfrentamiento era inevitable”, agregó.

(…) “Verdaderos sindicatos independientes pueden existir sólo en condiciones de democracia”, sostuvo. «En consecuencia, para continuar independiente, el sindicato debe luchar por la democracia y transformarse en su guardián”. Dijo que “la esencia del programa adoptado en se-tiembre era la reconstrucción de todas las esferas de la vida social y económica”.

“Nadie tiene el derecho de decir que esto era imprudente”, declaró.
Bujak dijo que la ley marcial los “había tomado de sorpresa”, y que “fui personalmente uno de los más sorprendidos”.

“Ya durante la última primavera —dijo— algunos activistas sospecharon que las autoridades estaban planeando algún tipo de acción contra Solidaridad.

“Horas antes del golpe, agregó, toda la dirección del sindicato, reunida en Gdansk, comenzó a recibir informaciones sobre movimientos de tropas, policías y grupos especiales de la policía, corte de comunicaciones, etc. Pero el objetivo y la intención de esas acciones no estaba claro para los sindicalistas”.

Un cambio de planes a último momento permitió a Bujak escapar a la policía. Dijo que si la liberalización no vuelve, en los próximos meses, al nivel de antes del golpe, las actividades clandestinas crecerán. Estas incluirán distri¬bución de panfletos, manifestaciones y otras demostracio¬nes.

«No descarto que grupos armados clandestinos desarrollen actividades terroristas”, agregó. “Esto sería un desas¬tre para el país”.

En cambio, él llama a los miembros de Solidaridad a organizarse en células de 10 personas y a ayudar a las per¬sonas que pierdan su empleo. “Esta actividad está marchando”, dijo, agregando que “los trabajadores harían huelga en caso de despidos políticos”.

(…) En lo que respecta a sus propios planes, Bujak dijo que se mantendría en la clandestinidad “hasta que gane¬mos la lucha por la reactivación del sindicato”. “No voy a dejar el país, y no me voy a dejar expulsar”. (…)


La izquierda brasileña y el Partido de los Trabajadores

Pablo Rieznik Ricardo Guerra Vidal Mario Dos Santos

El régimen militar brasileño es el más antiguo del continente En su momento, el golpe militar que se produjo en 1964 constituyó no sólo una respuesta a la conformación de una situación prerrevolucionaria en el país; significó también un triunfo de la contrarrevolución y el imperialismo a nivel latinoamericano, contra el ascenso de masas que acompañó la victoria de la revolución cubana a fines de la década del 50 y comienzos de la siguiente. Este mismo régimen se encuentra ahora en una situación de agotamiento, y en Brasil se reúnen los elementos que conforman el desarrollo hacia una situación revolucionaria. El desenlace de la misma tendrá también, como 17 años atrás, una repercusión que trasciende las fronteras de esta nación.

El proceso de agotamiento del régimen brasileño viene desarrollándose, lenta pero sistemáticamente, desde algunos años atrás. La recuperación del movimiento obrero, iniciada con las huelgas de la periferia industrial paulista (el llamado ABC), en mayo de 1978, cerró un período de amplio retroceso, y es la característica básica que marca, en última instancia, la etapa política actual. La apertura de esta nueva fase de la lucha de clases en el país fue preparada, por un lado, por la acumulación de fuerzas de todo un período de resistencia de las masas (movilización estudiantil contra la represión, movimientos moleculares y trabajo a reglamento en las fábricas) y, por otro lado, por la disgregación del frente burgués, que se desarrolló a partir del agotamiento del período del llamado “milagro económico” (1968-1973).

La curva del desarrollo capitalista se ha ido ahora a pique y el régimen del “milagro” se encuentra hoy frente a la más grave crisis económica de los últimos 50 años. El crecimiento del producto bruto interno fue negativo el año pasado, la producción industrial retrocedió prácticamente un 10 por ciento en relación al 80 y la caída fue todavía mayor en las ramas tradicionalmente más dinámicas —la producción automovilística sufrió un retroceso superior al 30 por ciento. La crisis económica se encuentra en la base del impasse político del gobierno militar que no consigue conciliar a los diversos sectores del capital, agudizando el abismo frente a las masas, sobre las cuales se descarga los efectos de la propia crisis. Los propios órganos de información del gobierno reconocen que en las elecciones estaduales y parlamentarias, previstas para noviembre, el partido oficialista perderá la mayoría de los gobiernos estaduales y la mayoría parlamentaria. Esta última fue mantenida hasta ahora, con una serie de medidas arbitrarias y proscriptivas que se han agotado, y con esto el Alto Comando militar perdería la posibilidad de digitar al Presidente, que debe ser refrendado por el Congreso en 1984.

La impasse política del régimen involucra al conjunto de las clases sociales de la nación oprimida. Uno de sus aspectos más agudos es la crisis agraria actual: los choques armados entre los ocupantes precarios de las tierras y los grandes propietarios se suceden cada vez con mayor frecuencia y en los más diversos puntos del país se vive un clima de guerra civil en el campo. Este es el resultado de un vastísimo proceso de concentración de tierras -el 1,8 por ciento de los establecimientos rurales controlaban el 57 por ciento de las tierras ocupadas en 1978-y de expropiación de las masas pobres del campo. La dimensión de este proceso puede verificarse en el hecho de que en el lapso de apenas una década (1970-1980) el 5 por ciento de los más ricos aumentaron su participación en la renta rural del 27,7 al 44,2 por ciento, un reflejo de la enorme concentración provocada por el avance del latifundio y del gran capital. La contrapartida de este proceso ha sido también un crecimiento enorme de .a proletarización en el campo, la organización de una gran cantidad de sindicatos rurales y el surgimiento de huelgas entre la enorme masa de trabajadores agrarios que forman parte del ascenso del movimiento obrero brasileño.

Una manifestación decisiva del avance del imperialismo en el Brasil en los años del régimen militar es la total dependencia de la gran banca internacional. Brasil es el más grande deudor del mundo, el monto del endeudamiento supera los 70 mil millones de dólares, una hipoteca equivalente al 30 por ciento de todo lo que se produce en el país en un año, un volumen poco inferior al conjunto de la producción industrial anual. El pago del servicio de la deuda está llevando a la quiebra a sectores enteros de la burguesía nacional, que comienzan a reclamar la renegociación de la deuda y una política de disciplinamiento del capital extranjero.

El cuadro político y social del país se encuentra marcado, así, por una serie de factores potencialmente explosivos, cuya combinación plantea la estructuración de una situación revolucionaria. En este contexto, y como uno de sus componentes fundamentales, se ha materializado una propuesta planteada en 1979 por el líder de las huelgas del centro industrial del país- construir un Partido de los Trabajadores, al margen del Estado y de los partidos burgueses tradicionales. Hoy este partido ha conseguido quebrar la draconiana legislación vigente y obtuvo su registro luego de formar directorios regionales en por 1° menos un quinto de los municipios de nueve Estados brasileños. La caracterización del PT y, por lo tanto, la finalidad política de su participación en él, se convirtió en una piedra de toque para el conjunto de los grupos de izquierda que lo integran (todos con excepción del stalinismo —PCB moscovita; MR8, ex foquistas castristas; PC do B, albaneses-).

La Organización Cuarta Internacional —sección brasileña de la TCI- señaló desde un inicio que la propuesta de construir el PT, una organización política de masas separada de la burguesía, planteaba el problema de definir la estrategia de clase para la revolución brasileña. El propio carácter del partido, sus objetivos y métodos de construcción están en definitiva determinados por esta cuestión: cuál es la clase capaz de tomar en sus manos la dirección de ese vasto movimiento social que tiene por punto de partida reivindicaciones cuyo contenido inmediato es democrático, antiimperialista y de transición (contra un régimen dictatorial, contra la opresión imperialista, por reivindicaciones democráticas en el medio agrario, por la expropiación de los grandes truts y el control obrero).

En relación con esto, la historia brasileña ha probado la total impotencia del nacionalismo burgués para arrancar al país del atraso y la miseria en la que vive; su incapacidad para realizar la revolución agraria y para promover la unidad e independencia nacionales contra la opresión imperialista. La burguesía nacional es una clase históricamente caduca, incapaz de llevar a cabo las tareas democráticas de la nación oprimida; este es el balance de la Revolución del 30 y del varguismo.

Pero resulta que el PT rechaza este punto de vista y su dirección considera que, dado el carácter minoritario de la clase obrera, el partido debe definirse en función de una representación formal de todas las clases y capas explotadas en torno al objetivo común de la lucha por la democracia formal:

“Democratizar realmente la sociedad y el estado significa crear formas de organización y mecanismos de representación para que las grandes mayorías del país puedan mandar de hecho en el país” (Punto para la elaboración del Programa; Comisión Nacional Provisoria del Movimiento Pro-PT, febrero de 1980).

“El PT nace en una coyuntura en la que la democracia aparece como una de las grandes cuestiones de la sociedad brasileña. Para el PT la lucha democrática concreta de hoy es la de garantizar el derecho a la libre organización de los trabajadores en todos los niveles. Por lo tanto, la democracia que los trabajadores proponen tiene un valor permanente, es aquella que no admite la explotación económica y la marginalización política de los muchos millones de brasileños que construyen la riqueza del país con su trabajo” (Programa del PT).

Para la dirección del PT, el carácter del mismo, se desprende de lo que entiende son las características de la transformación social necesaria en el país, la democratización formal del Estado y la sociedad impuesta por el frente común de las diversas capas explotadas:

“El PT pretende ser una real expresión política de todos los explotados por el sistema capitalista” (Manifiesto del PT).

En este punto el PT es una reedición del viejo nacionalismo que se presenta como representación del conjunto de los explotados y postula la inviabilidad de una revolución proletaria socialista en un país atrasado (conceptos que ni siquiera figuran en los documentos programáticos del PT). La experiencia histórica ha demostrado, sin embargo, no la inviabilidad de la revolución obrera sino la de la democracia, como un período de florecimiento histórico necesario en el desarrollo de los países atrasados. Los regímenes políticos en estos países pueden llegar a adoptar una fachada parlamentaria pero nunca llegaron ni llegarán nunca a instituir un régimen de democracia burguesa. La base de ésta es el pleno cumplimiento de las tareas nacionales que la débil burguesía nacional es incapaz de ejecutar y que, resueltas por el proletariado -como vanguardia de la nación oprimida- conducen no a la democracia burguesa sino al gobierno obrero y campesino y al Estado obrero. Ya en su propuesta de programa para el Partido de los Trabajadores, la Organización Cuarta Internacional señalaba, casi dos años atrás, que el PT debía definirse como partido obrero, inscribiendo en su programa que la satisfacción de las aspiraciones más elementales del conjunto de la población trabajadora es imposible en los marcos de la sociedad capitalista y del Estado burgués”. “Omitir -en nombre de la necesidad de defender los intereses comunes de las diversas clases explotadas- que la plena satisfacción de esos intereses sólo es posible con la expropiación del capital, significa colocar al PT a remolque de la burguesía, de una propuesta que no supera los límites del Estado capitalista y que siembra la ilusión de que es posible satisfacer las aspiraciones de la mayoría oprimida con un cambio en la forma del Estado” (ver Revista “Internacionalismo” Nro. 1, junio de 1980).

El porvenir del PT depende enteramente de su capacidad para dirigir la movilización de la mayoría nacional en dirección a la revolución porque este será el desafío que le plantea el propio desarrollo de los acontecimientos. Procurando sobrevivir en una tercera vía será irremediablemente aplastado bajo la presión del choque entre la revolución y la contrarrevolu-ción. Por esto, la tarea de los marxistas en el PT es la de luchar por un programa transicional que, partiendo de las reivindicaciones mínimas de las masas establezca un puente hacia la única salida capaz de reconstruir la nación sobre un nuevo eje: la revolución acaudillada por el proletariado, el gobierno obrero y campesino.

Renunciando a esta perspectiva el PT ha renunciado inclusive al democratismo consecuente, como lo revela el hecho de que ha renunciado a plantear de una manera acabada las reivindicaciones de la democracia: acabar con el Estado dictatorial, fin de la camarilla militar, derechos a la sindicalización de la tropa, elegibilidad y revocabilidad de los puestos de comando, el armamento de la población trabajadora, etc…. Este es un primer punto de un programa en defensa de la soberanía popular contra la dictadura, por una Constituyente Democrática y Soberana: una reivindicación democrática cuya función es la de organizar el movimiento de las masas independiente de la burguesía que procura por infinitas vías la conciliación y el compromiso con el gobierno militar.

El PT ha castrado a las consignas democráticas de su contenido revolucionario, y a eso se debe la vaguedad con que las formula. Pregona la reforma agraria amplia pero no la nacionalización de la tierra, no la confiscación del gran capital agrario, ni tampoco la formación de comités de trabajadores rurales y campesinos pobres, los únicos capaces de asegurar el impulso a la insurrección en el campo, así como el cumplimiento cabal de la reforma agraria. Se pronuncia contra la dominación imperialista pero no plantea el desconocimiento de la deuda externa que expropia a la nación oprimida ni la confiscación de todos los grandes monopolios y la gestión obrera colectiva. No parte de que, allí donde el capital ya ha dado todo lo que tenía que dar conformando trusts gigantescos, el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas es inconcebible fuera de la gestión obrera de los medios de producción, y del plan económico estatal único. En las ramas en las que el capital ha abolido ya todas las condiciones de desarrollo correspondiente al régimen burgués democrático —libre competencia, funcionamiento del mercado- la única tarea progresiva es la expropiación de los expropiadores, de los capitalistas -lo que no es más que trascender la revolución democrática a partir de la solución de los problemas efectivos de las masas del país.

El problema esencial en relación al programa es el siguiente: si la peculiaridad de los países atrasados consiste en su desarrollo desigual y combinado, en el cual se mezclan los resabios del atraso y de las relaciones de producción precapitalistas con los adelantos de la técnica y de la última palabra del capitalismo, el programa de su transformación revolucionaria debe integrar las reivindicaciones democráticas y nacionales no resueltas con las exigencias de la gestión estatal de la economía por la clase obrera, planteadas por el avance del gran capital que ya ha agotado totalmente su progresividad histórica.

El PT, su programa y su perspectiva, plantean un desafío formidable para la izquierda, pero frente al cual ha naufragado va el conjunto de los grupos que optaron por una acomodación acrítica en su seno, desarrollando todos los argumentos posibles para justificar el abandono de la lucha por la política y el programa revolucionario. Como si un PT pequeño burgués democratizante pudiera ser un instrumento para organizar al proletariado como clase para sí y para conducir el movimiento de los explotados a su emancipación nacional y social. Esta es, sin embargo la esencia de los planteos de los principales grupos de izquierda, cuyo análisis se desarrolla, a continuación, en el presente trabajo.

O.S.I. (Organización Socialista Internacionalista)

La Organización Socialista Internacionalista Brasileña (OSI) caracteriza al Partido de los Trabajadores (PT) como “partido obrero independiente”. Originalmente, sin embargo, sus planteamientos fueron radicalmente diferentes. La propuesta de construir un partido de los trabajadores fue lanzada por Lula, entonces presidente del Sindicato Metalúrgico de San Bernardo do Campo (periferia industrial de San Pablo), en 1979. En ese momento la OSI lo condenó sin términos medios:

“surgido en el interior del sindicato corporativo, aglutinando viejos y nuevos pelegos, el PT viene mostrando en cada huelga su verdadero papel: mantener la estructura sindical corporativa, quebrar el movimiento huelguístico, (…) es una articulación burguesa, que juega al lado del PCB, un nace! de apoyo a la dictadura (…)” (Revista «Luta de Classe” Nro 2, setiembre 1979, pág. 27).

¿Tenía algo que ver con la realidad este planteo de la OSI? Absolutamente nada. La OSI había quedado atrapada fatalmente en un callejón sin salida, debido a un doctrinarismo esquemático, importado de París, que reducía a los sindicatos brasileños a una de sus características, su reglamentación y control por el Estado, que no es por otra parte, lo mismo que corporativismo, ya que ni los sindicatos eran formalmente parte del Estado, ni sus dirigentes formalmente funcionarios de éste Los sindicatos brasileños eran, además, la única organización obrera de masas del país, eran un resultado histórico de fantásticas victorias y derrotas de la clase obrera (es decir, que no eran un simple engendro administrativo) y fueron, aún en los peores momentos de sometimiento y represión, el único canal para el planteamiento de las reivindicaciones de los asalariados contra el capital. Hay que llamar la atención sobre el hecho de que la dictadura iniciada en el 64 debió dictar leyes de excepción de congelamiento salarial (“arrocho”), lo que prueba que no había una integración corporativa, sino una legislación antisindical contra esos concretos sindicatos, reglamentados y controlados por el Ministerio de Trabajo. Es cuando se consideran a estos sindicatos en todos sus aspectos, y no en uno arbitrariamente distorsionado, que se puede comprender y ya antes de eso preveer, que con la reversión del período de derrotas iniciado en 1964 y el comienzo del ascenso obrero, aquellos sindicatos sometidos a una presión obrera mayor, se irían a convertir en un canal de lucha y a alterar la política o la composición de sus direcciones. Esto ocurrió no sólo en San Bernardo y no sólo en la industria; en un congreso sindical realizado a principios de 1981 (CONCLAT), el ala izquierda liderada por Lula, tenía mayoría contra el ala derecha liderada por el PC. (1)

La propuesta de construir un PT no partió del “interior” de ningún sindicato, sea “corporativo” o no. Esta es otra unilateralidad. Partió de todo un proceso de recomposición política, no sólo en el seno de la clase obrera, sino también del ala izquierda de la pequeña burguesía. (Esto se puede ver en los virajes fantásticos en las posiciones de todos los sectores de “izquierda” entre 1977 y 1981, como en parte, se comprobará en este artículo). Un único intento de hacer votar la formación de un PT, en el congreso de los metalúrgicos del Estado de San Pablo, en 1979, fue rechazado, en particular por la acción tenaz del PC. “Política Obrera” en Argentina (y luego “Causa Operaría” de Brasil, que se fundó a mediados de 1979), fue la única organización que pronosticó con detalle toda esta evolución política desde su periódico (1978-1979) y en la polémica contra la OCI francesa y la OSI brasileña, desde fines de 1977. Fue sobre esta base que ambas organizaciones pudieron trazar desde el inicio una línea de intervención revolucionaria frente al PT y batallar sistemáticamente en torno a la misma, a diferencia del conjunto de la izquierda brasileña. Cuando los movimientos huelguísticos recién despuntaban, toda la izquierda se encontraba en el PMDB -y la OCI en el limbo sectario—; “Política Obrera” en setiembre de 1978, señalaba:

“El proletariado, para participar como clase en el actual proceso político necesita de su propia organización, un partido obrero independiente, planteo que debe ser desarrollado bajo la forma de un programa, y que debe ser levantado como exigencia a la burocracia sindical que rompe con la dictadura” (PO Nro. 288, 22/9/78).

Cuando los grupos de izquierda como el MEP (ver análisis en este mismo artículo), intelectuales y diputados que hoy ocupan posiciones en el PT, defendían construir un “Partido Popular”, que integrara a direcciones sindicales y a la izquierda burguesa del MDB, “Causa Operaria”, que recién aparecía, planteaba:

“Si queremos un auténtico PT, el camino es claro: partir de las masas obreras organizadas para proyectar su movilización en el plano político… Si ya llego el momento de construir un partido obrero, eso quiere decir que ninguna de las clases dominantes, ni sus partidos, es capaz de reagrupar a la sociedad detrás de objetivos históricamente progresista. Si un llamado partido obrero se limita a repetir, en una versión poco mejorada, los planteos de los partidos burgueses, seguramente fracasara en crear un polo de militancia políticamente independiente para la vanguardia obrera campesina. Para ser un real partido proletario, debe definir en su programa la estrategia de transformar el país bajo el gobierno obrero y campesino, esto es, un gobierno de los explotados, independiente de la burguesía” (“Causa Operaría” Nro. 2, octubre 1979).

Desde el inicio, por lo tanto, una estrategia y una práctica clara, apoyada en una  caracterización precisa del movimiento obrero y sindical.

Mientras tanto, ¿cuál era el eje de los planteos de la OSI?; la “destrucción” de los sindicatos, posición doblemente aberrante, porque no pasaba de ser un grupo minúsculo y pequeño burgués. Ni en Rusia, donde debería eclosionar un movimiento de masas contra los sindicatos “oficiales”, la oposición antiburocrática dejó de plantear la utilización de todos los resquicios que podían aprovecharse de esos sindicatos, para hacer avanzar el trabajo preparatorio de organización para imponer los sindicatos independientes (ver “La renaissence du mouvement ouvrier polonais”, editado por el Comité Internacional contra la Represión, París).

La OSI se lanzó a la aventura de los sindicatos paralelos que en París eran anunciados como “sindicáis livres partout” mientras en Brasil no los conocía nadie.

Es así que la OSI llegó tarde al PT y buscó luego quemar etapas acelerando una aproximación sin principios, pero su organización quedó marcada por una ausencia brutal de penetración obrera y por tanto, por una composición aplastantemente
estudiantil.

¿En qué consiste la progresividad del PT?

El viraje de la OSI se produjo cuatro meses después de la radical condena primitiva. Así, en enero de 1980 se afirmaba que:

«el PT es una respuesta al movimiento del proletariado en el sentido de su organización independiente (…) el PT nace como una articulación de agentes de la burguesía en el movimiento obrero, pero no evolucionó como un pilar de la dictadura. La fuerza motriz de su articulación es la lucha de los trabajadores y no los partidos burgueses ni la dictadura militar” (Revista “Luta de Classe” Nro. 3).

¡Qué es esto! Que una criatura de la dictadura pueda ser aprovechada para organizar a las masas, a condición de luchar contra los agentes de la dictadura dentro de la organización así creada, puede ser. Pero que esta criatura “evolucione” como una fuerza política consiente, no ya contra la dictadura, sino contra el capital, esto sí que es puro charlatanerismo.

¿Cuándo y qué produjo tal “salto cualitativo”?

Si la respuesta es al ascenso obrero diremos, antes que nada, que las grandes huelgas de San Bernardo son anteriores a la propuesta del PT y en los cuatro meses que van de la posición inicial a esta nueva formulación no hubo ningún acontecimiento significativo para el movimiento obrero. Por lo tanto no se trata de un juicio sobre una nueva situación, por parte de la OSI, sino de una revisión de sus posiciones pasadas. Así, invirtiendo totalmente su razonamiento pasan a considerar que el PT es una expresión del movimiento  huelguístico de 1978-79 y por esto afirman que su “fuerza motriz es la lucha de los trabajadores”. Sin embargo, esto es también una verdad a medias, una unilateralidad en la cual prevalece el elemente oportunista.

¿Qué significa que la “fuerza motriz del PT es la lucha de los trabajadores”?

‘Qué el PT es un canal para la movilización de los trabajadores en su lucha cotidiana? Esto hasta el momento el PT no lo ha probado. El PT no dispone de fracciones organizadas en los centros obreros del así, no interviene orgánica y centralizadamente como partido en las luchas obreras y ha formulado una política explícitamente abstencionista en relación al movimiento sindical, en nombre de la “autonomía” de los movimientos populares. En la propia revista de la OSI que citamos afirma que:

“si ese movimiento (obrero) utilizara al PT como instrumento transitorio o si pasara por encima de sus ruinas es una cuestión que no nos cabe resolver de antemano” (“Luta de Classe” Nro. 3, pág. 11).

Entonces, ¿cómo puede afirmarse que la fuerza motriz del PT es la lucha de los trabajadores, si todavía es una incógnita su relación con el movimiento obrero real?

Si por lucha de los trabajadores como fuerza motriz del PT, se quiere decir que surgió de las huelgas y del ascenso obrero esto también es unilateral. De una huelga o de una lucha surge una victoria o una derrota, un sindicato o una nueva tendencia sindical, un soviet o un comité de huelga, pero no un partido. Un partido es un programa y un programa a su vez, una determinada elaboración de las experiencias históricas de la lucha obrera. El PT no surgió de las huelgas en el sentido de que las huelgas y el ascenso obrero no pueden parir por sí mismas un programa y un partido.

La forma correcta de plantear el problema con cierto rigor es diferente. Las huelgas que se iniciaron en 1978 marcaron el despertar de la clase obrera brasileña frente a la dictadura y proyectaron la figura de sus dirigentes a nivel nacional, Lula fundamentalmente. El llamado de esta dirección a construir un partido de los trabajadores le da una importancia nacional a la propuesta y plantea, coloca en pie, la cuestión de construir un partido independiente -sus métodos y estrategia. Esto reviste un carácter enteramente progresivo en un país que carece de una organización política de masas de la clase obrera y en el cual no existe un partido revolucionario desarrollado. Pero plantear la cuestión no significa resolverla, ni tampoco la construcción de un partido de los trabajadores, es decir, que agrupa asalariados y pequeño burgueses, se identifica automáticamente con un partido obrero realmente independiente. Se puede tratar de un primer paso en este sentido, pero solamente esto, un primer paso: eso sería construir una organización separada de los partidos burgueses actuantes y del Estado. Pero existen todavía una serie de pasos a dar: actuar en forma independiente en el plano electoral y parlamentario y -fundamentalmente- en el de la agitación y la propaganda, en el conjunto de la situación política, a partir de una estrategia y una táctica realmente obrera, independiente. Para caracterizar al PT es necesario tomar todos estos elementos como un todo orgánico, no negar la progresividad de un paso hacia un partido obrero independiente ni dar por completa la tarea con el mismo. Desde otro ángulo, entonces…

¿Es el PT un partido obrero independiente?

Para la OSI la respuesta es afirmativa. De la caracterización inicial de Lula como “agente de la burguesía” ya no quedan rastros. En junio pasado se afirmaba que, “Lula y los que lo cercan están hoy marcados por las relaciones con el movimiento obrero independiente (…) Lula cumple un papel enorme, progresivo, (…) después de más de un año de construcción de ese partido obrero independiente que está siendo el PT” (“Luta de Classe”, Nro. 6, junio 1981, pág. 36).

Si se buscan las razones por las cuales la OSI fundamenta esta caracterización se verá que se resumen en lo siguiente: basta que el PT sea organizativamente independiente de la burguesía para que deba ser considerado como partido obrero independiente. Esto sólo puede ser el partido revolucionario porque puede ser independiente desde el punto de vista político. Así, en un reciente documento preparatorio del V Congreso de la OSI, se lee:
“Preguntamos: ¿existe algún tipo de partido obrero independiente organizativamente y políticamente7 La posición de la OSI es de que ese partido sólo puede ser aquel cuya dirección no defienda la colaboración de clases sino los intereses históricos del proletariado, esto es sólo puede ser el partido revolucionario y ningún otro” (Boletín Nro. 2, 30/10/81, pág. 16).

De aquí se deduce que la dirección del PT defiende la colaboración de clases y sin embargo la OSI no ve ningún inconveniente en definir al PT como partido obrero independiente. En realidad el criterio en el cual la OSI basa su caracterización de partido obrero, independencia “organizativa”, es absolutamente inconsistente. En 1920, en un debate similar Lenin intervino en el Congreso de la III Internacional para criticar la posición de algunos comunistas ingleses que calificaban al Partido Laborista británico como la «expresión del movimiento sindical”, caracterización con la cual -afirmaba- “es imposible concordar”. Y agregaba:

“Por supuesto, la mayoría del Partido Laborista está compuesta de trabajadores, pero este hecho no cabe deducir lógicamente que todo partido de trabajadores, que agrupa trabajadores, es al mismo tiempo, un partido político de los trabajadores; esto depende de quién lo dirige, del contenido de sus actividades y de su táctica política. Sólo esto determina si es un partido realmente proletario. Desde este punto de vista, que es el único punto de vista correcto, el Partido Laborista no es un partido de los trabajadores sino un partido político burgués” (…) (“El partido comunista y el partido laborista”; discurso en el Segundo Congreso de la III Internacional, 6/8/1920).

La pregunta pertinente para el caso brasileño es: ¿por su programa, por su dirección, por su táctica política, el PT, es un real partido obrero independiente, o es un partido no proletario, que agrupa a trabajadores (y no, como el Laborista, al proletariado organizado en los sindicatos)? La OSI no se formula la pregunta porque se plantea el problema de tal manera que el interrogante ni siquiera surge. Para calificar a una organización como obrera independiente la OSI juzga que basta examinarla “organizativamente”. Por esto nunca, en sus textos la OSI se plantea un análisis sobre el programa y las ideas dominantes en el PT.

Desde el punto de vista del conjunto de su actividad y de su concepción política integral, el PT, que carece tanto de una agitación y propaganda propia como de una estrategia política de clase, no puede ser calificado como un partido realmente obrero independiente.

En sus documentos programáticos el PT plantea la lucha por la democracia y en ningún momento se levantan los objetivos históricos del proletariado -dictadura de clase y destrucción del Estado burgués. El sociólogo Francisco Weffort, ideólogo del PT y autor de sus principales documentos programáticos declaró recientemente que la “destrucción del aparato del Estado no corresponde a la realidad del mundo moderno”, que lo que está planteado es “someterlo al control de las organizaciones sociales y del pueblo” («Em Tempo”, diciembre 1981). Esta declaración ya nos está diciendo que el PT no es siquiera un partido consecuentemente democrático, ya que no se plantearía la destrucción del “aparato del Estado” brasileño, es decir de la dictadura militar y el conjunto del régimen político presente. No se coloca, siquiera, a favor de una revolución contra el despotismo.

Es cierto que la dirección del PT se ha pronunciado recientemente por el “socialismo que será definido por la lucha diaria del pueblo brasileño”, pero esto es demagógico porque se rechaza explícitamente una definición del socialismo como régimen político de clase -basado en la expropiación del capital, la liquidación de su Estado y el gobierno obrero y campesino- y se lo diluye en consideraciones subjetivas sobre la “participación de las masas”, «formas de control social”, etc., etc. Por otra parte, a pesar de gozar de una simpatía generalizada entre los trabajadores, la base militante del PT está integrada en su mayoría por la juventud pequeño burguesa de los grupos de izquierda que lo apoyan, amparados en el prestigio de la figura del propio Lula.

Por su programa y su estructura militante, el PT es un partido democratizante de las organizaciones pequeño burguesas de izquierda, de una parte de la intelectualidad burguesa y de una fracción de dirigentes sindicales “independientes” que se han agrupado sobre la base, no de una delimitación de posiciones, sino de la confusión más completa, que hacen el panegírico de esta confusión que combaten todo intento de demarcación política como “sectario” y que esperan prosperar y llegar a Sí masas por medio del “atajo” de la popularidad de Luía La clase obrera no está presente en el PT como clase políticamente consciente, ni tampoco físicamente, sino que es indirectamente representada por su caudillo sindical. El PT es a lo sumo, un primer paso en la ruptura con la burguesía y los viejos mecanismos de regimentación de los explotados -esto es indiscutible-, pero es una ruptura embrionaria, completamente inacabada y, lo que es más importante, conscientemente bloqueada por el conjunto de sus tendencias. Porque es solo organizativamente independiente es que el contenido de su política es extraño al punto de vista del proletariado y la lucha de clases, y esto debe ser combatido. Esta es la esencia de la cuestión, y es aquí donde la OSI ha tirado la esponja.

Función oportunista de una caracterización

La función que cumple la caracterización del PT como partido obrero independiente, por parte de la OSI, es la de justificar el abandono de la lucha por el programa, por la política revolucionaria. Esto resulta de sus propios planteamientos: dicen luchar para que el PT se desarrolle como partido obrero independiente, pero entienden esto apenas como una lucha por su delimitación organizativa. A partir de este razonamiento se postula que si se lucha por un programa proletario en el PT, en realidad, se estarían confundiendo las cosas ya que esto sería combatir por un partido revolucionario y no por un partido obrero independiente. La OSI presenta la cuestión como si el PT fuera apenas un campo de reclutamiento para la organización revolucionaria que ellos representarían y no como una
realidad con vida propia, como una objetivación en donde predominan tendencias extrañas al proletariado. Por esto definen su táctica en el PT como “entrista” y en el documento preparatorio del Congreso, antes citado, afirman:

“nuestro objetivo con el entrismo es construir el partido revolucionario; el entrismo es una táctica aplicada por tiempo limitado, siendo que el momento preciso de su término será decidido en función de la construcción del partido revolucionario; la construcción del PT, partido obrero independiente, no es contradictoria con la construcción del partido revolucionario” (pág. 30).

En principio es evidente que la lucha por el partido obrero independiente no es contradictoria con la lucha por la construcción del partido revolucionario. Pero es justamente la OSI la que hace entrar en contradicción una cosa con la otra, cuando define al partido obrero independiente desde el punto de vista organizativo: si el p.o.i. no es políticamente independiente, es políticamente burgués o pequeño burgués y, por lo tanto, contradictorio con el partido revolucionario. En la realidad, la cuestión se presenta así: la fracción marxista no puede luchar por el partido revolucionario si no combate por la transformación del PT en un real partido obrero independiente, es decir, que asuma el punto de vista de la revolución social dirigida por la clase obrera. En este sentido, y sólo en este sentido, la lucha por la construcción del PT “no es contradictoria” con el partido revolucionario. Pero la construcción del PT tal como se desarrolla en la actualidad sí presenta un elemento contradictorio, un obstáculo a la construcción del partido revolucionario, con esta política de “aprovechar al PT como es”, se benefician las tendencias enemigas de la revolución social e incluso la democracia. La OSI establece compartimentos estancos, por un lado lucha, por el PT solo organizativamente e independiente, por el otro, lucha por el partido revolucionario, por lo tanto fuera del PT. Es decir es un centrismo sin finalidad política como trabajar en un club de ping-pong (y aun aquí hay que combatir a los que quieren hacer de las asociaciones deportivas factor de corrupción estatal!).

La intervención en el PT no es “entrismo” tal cual lo define la OSI en el párrafo citado.

La comparación con la táctica entrista en el PS francés en 1934/36, recomendada por Trotsky es muy instructiva. Este “entrismo” tenía una finalidad política cristalina: permitió a los trotskistas “estar adentro” del frente único PC-PS, para influir en su desarrollo, para combatir contra su transformación en frente popular con la burguesía y por qué asuma una orientación revolucionaria. Sólo en la medida en que se impulsase esta “finalidad política” podían los trotskistas crecer a expensas de los reformistas.

Pero el PT brasileño es, precisamente, esa especie de frente único- la fracción revolucionaria sólo puede crecer a expensas de los reformistas si lucha para que el PT intervenga revolucionariamente (programa de transición) y para ayudar a delimitar al proletariado consciente de la pequeña burguesía. Es notable que unas páginas antes en el mismo documento, se plantea la cuestión desde otro ángulo que, bien entendido, no tiene nada que ver con la propia política de la OSI:

“(…) por el hecho de ser una organización oportunista no centralizada, que tiene un curso centrista, puede evolucionar positivamente en el sentido de una transición para el partido revolucionario (lo que sólo puede suceder si los marxistas se tornasen su dirección) y en este caso, la organización marxista ‘se disolverá en ese partido obrero’. Trotsky nunca diría esto refiriéndose a la socialdemocracia” (pág. 28, subrayado del texto).

Si admitimos como correcta la posibilidad teórica -poco probable- aquí anunciada, es evidente que la “táctica del entrismo por tiempo limitado” no corresponde al PT, en el cual “puede ser” que nos disolvamos. De todos modos esto es accesorio, lo fundamental es lo siguiente: cómo el PT puede teóricamente evolucionar hacia el partido revolucionario, cómo su dirección puede tornarse una tendencia revolucionaria, si no se declara conscientemente que ésta es la transformación que se quiere operar, que no hay partido realmente independiente apenas en el “plano organizativo”, que el programa y la política actual del PT es pequeño burguesa democratizante, o sea, todo lo que la OSI no hace desde que se puso a embellecer al PT como el partido obrero independiente en el Brasil, se trabaja para la disipación del proletariado y no por su transformación en caudillo nacional.

Una concepción bernsteiniana

No sólo la OSI, sino también los morenistas y los seguidores brasileños de Mandel, han hecho uso y abuso de dos cartas de Engels, dirigidas a militantes marxistas americanos en la década del 60 del siglo pasado. Engels, entonces, los estimulaba a participar de los movimientos que se orientaban a la organización política propia de los trabajadores -los Knights of Labour (Caballeros del Trabajo)—, de los cuales se encontraban apartados por consideraciones sectarias. En una de esas cartas -a Richard Sorge afirma que “el primer gran paso a ser dado en todos los países que hayan recientemente entrado en movimiento es la constitución de los obreros en partido político independiente, no importando como (…) que el primer programa de este partido sea confuso y de los más incompletos, esto es un inconveniente inevitable pero, mientras tanto, pasajero”.

Son estas líneas fuera de contexto las que han justificado “teóricamente” un planteamiento revisionista sobre el movimiento obrero:

“Se trataba -afirma la OSI, luego de citar a Engels- que los militantes aceptasen el movimiento tal cual existía, sin colocar cualquier restricción de orden programática (…) no existe ninguna contradicción entre las reivindicaciones elementales y el objetivo final que es la transformación del proletariado en clase dominante; todo forma parte de un único movimiento, que procede del lugar ocupado por el proletariado en la producción”. (“Luta de Classe” Nro. 5, pág. 45).

La conclusión de la OSI es totalmente arbitraria y no se desprende para nada de lo que Engels afirmaba. Desde el punto de vista histórico, la OSI retrocede a la posición de los revisionistas alemanes y de los economicistas rusos critica por Kautsky y Lenin a principios de siglo. La esencia del planteo revisionista consistía justamente en plantear que no existían “contradicciones” entre el movimiento reivindicativo y revolucionario de la clase. En contrapartida, la mitad del “Qué hacer” de Lenin está dedicado a demostrar que la lucha por “las reivindicaciones elementales” conduce ‘‘sin contradicciones” al tradeunionismo y no a la política revolucionaria, a la constitución del proletariado en clase dominante;

“la conciencia política de clase, no se le puede aportar al obrero más que desde el exterior, esto es, desde fuera de la lucha -económica, desde fuera de la esfera de las relaciones entre obreros y patrones. La única esfera en que se puede encontrar estos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y capas con el Estado y el gobierno, las esferas de las relaciones de todas las clases entre sí. (¿‘‘Qué Hacer?”).

El movimiento de la clase en la órbita de la lucha “por las reivindicaciones elementales” conduce, en si misma a la perpetuación de la relación obrero-patrón. No hay tal movimiento «único», como afirma la OSI.

En lo que se refiere a los consejos de Engels a los marxistas americanos debe decirse, además, que el compañero de Marx señalaba que no se plantearan «restricciones programáticas” para integrarse al movimiento real de la clase, pero no para adaptarse a toda su ambigüedad v amorfismo programático (que es lo que la OSI hace). Mientras la OSI señala que el programa y la política revolucionaria no forman parte de la construcción del partido obrero independiente, porque la esencia de su construcción es delimitarse sólo en el plano organizativo.

Engels, indicó con toda claridad, en el caso de los Estados Unidos que:

Los Knights of Labour (son) un factor muy importante para el movimiento, que no debería ser vilipendiado desde afuera, sino revolucionado por dentro (…) (se trata) de caminar junto a todo movimiento real del conjunto de la clase, aceptar el punto de partida como un hecho concreto y conducirlo gradualmente al nivel teórico, resaltando que cada falta cometida, cada derrota sufrida, consiste en una consecuencia necesaria de los errores teóricos del programa original” (subrayado nuestro, “carta a F. Kelly, 28/12/1866).

La OSI, en cambio, reveló un desprecio olímpico por la lucha programática y jamás declaró su propósito de revolucionar al PT por dentro, que sí es lo que plantea Engels.

¿Son las elecciones el momento «por excelencia» para construir el PT?

El último número de la revista de la OSI (“Lut.a de Classe” Nro. 7), de noviembre pasado, incluye un artículo sobre las e- lecciones de 1982 y la participación del PT en las mismas. Se desarrollan aquí una larga serie de consideraciones sobre la importancia de saber utilizar las elecciones y en tomo al significado del sufragio universal, que realmente no vienen al caso, y se falla en lo fundamental: en la caracterización concreta de las elecciones brasileñas previstas para noviembre próximo. De acuerdo a la OSI.

“podemos preveer que la profundización de la crisis político de la dictadura militar, las fuerzas del movimiento de los trabajadores, después de más de un año de recomposición (…) apuntan hacia enfrentamientos de peso con la dictadura militar, enfrentamientos que tendrán en las elecciones uno de sus grandes momentos” (pág. 42).

Esta es la lógica que preside el análisis: las elecciones como el “gran momento” del enfrentamiento de los explotados con la dictadura. De esta manera se dirige toda la atención hacia el estrecho campo electoral y se restringe la actividad revolucionaria, estimulada por la crisis política hacia unas elecciones que no son la materia combustible de la crisis sino una de sus expresiones.

El punto de vista del “gran momento» es el punto de vista de la oposición burguesa, que busca paralizar todo movimiento real contra la dictadura para presentar a las elecciones como el “gran momento” para proceder a una modificación del régimen actual. Las elecciones se encuentran sobredeterminadas por la marcha de la crisis política y omitir esto es desbarrancarse hacia el electoralismo, es decir, hacia el terreno más viable para el entendimiento entre la burguesía dictatorial y la burguesía democratizante.

El análisis debe ser concreto. Estas elecciones forman parte del contexto más amplio de crisis del régimen militar. Para este régimen en crisis las elecciones constituyen una pieza del maniobrero político para su sobrevivencia y por esto es que resolvió que los gobiernos estaduales sean elegidos directamente -por primera vez en los últimos 16 años. El objetivo es incorporar al poder a sectores burgueses marginalizados y negociar, a partir de aquí, la elección de un nuevo Presidente para el 84, que es elegido por el Congreso. Pero el desarrollo de la más grande crisis económica de los últimos 50 años mina las posibilidades de compromiso entre las diversas fracciones burguesas y el imperialismo y -también- estrecha el margen de maniobra de la burguesía en su conjunto en relación a las masas.
En este sentido el planteo de la OSI de que, “para el régimen militar fundado en la sofocación de las libertades, las elecciones sólo pueden ser un estorbo” (pág. 63), es una fantástica falsedad, porque, evidentemente, no son “sólo” un estorbo, son, también una vía de salida. La teoría de que son “sólo” un estorbo es la del PMDB, porque para éste son su “único” método de lucha. Tampoco es correcto afirmar que, “la necesidad del régimen es la de fraudar las elecciones, pero el problema es encontrar una forma de fraude aceptable para la oposición burguesa” (pág. 64).

En primer lugar porque las elecciones, bajo el control de todos los recursos del poder militar, encuadradas en una legislación represiva monstruosa ya son en sí mismas un fraude. En segundo lugar porque el “problema” no es la oposición burguesa, con la que existen enormes posibilidades de un acuerdo, o, en su defecto, grandes posibilidades de que acepte el milésimo pacotón. El problema es que la crisis supera la dimensión puramente electoral y la dictadura se encuentra tremendamente bloqueada para encontrar una solución que, además de satisfacer a las diversas fracciones burguesas, sirva, principalmente, como recurso político para frenar el desarrollo de las luchas obreras y campesinas. Todo el análisis de la OSI se realiza desde una óptica formal, electoral, como si estas elecciones fueran algo opuesto externo e irreconciliable con el régimen.

Si tomamos las cosas como son, concretamente, el problema no consiste en señalar que el régimen quiere “fraudar” las elecciones – ¡cómo si una dictadura pudiera hacer otra cosa! — sino destacar que no puede haber elecciones realmente libres con el régimen militar en pie.

Las elecciones no son “sólo” un estorbo al régimen y todo el fraude ya establecido por la legislación y la intimidación, responden al carácter dictatorial del régimen que busca perpetuarse. Se habla de la eliminación de las elecciones parlamentarias y la prorrogación de mandatos de diputados y senadores, la posibilidad de disolución de los partidos y la realización de los comicios con candidatos sueltos, sin filiación partidaria, la proscripción de Lula, etc… Pero, entonces, en estas condiciones, ¿qué sentido tiene repetir una y mil veces la importancia de participar en las elecciones y considerarlas como el “gran momento” de enfrentamiento con la dictadura? Esto es -parafraseando un viejo refrán- como ver pasar un entierro y saludar a los pasantes diciéndoles “menos mal que tienen algo para llevar”. Es apuntar fuera del blanco y asociarse a toda la estrechez de la dirección perista, que ha hecho del terreno electoral el centro exclusivo de su actividad. En lugar de abrir los ojos de los trabajadores para toda la dimensión de la crisis actual se busca conducir sus expectativas al mezquino embudo de una vía electoral.

La presencia del PT en las elecciones constituiría un segundo paso en su delimitación de los partidos burgueses y esto, en sí es enteramente progresivo. Pero los problemas planteados por la situación actual van más allá de la cuestión de participar en las eventuales elecciones. ¿Qué hacer frente a nuevas medidas arbitrarias del gobierno? ¿Cómo aprovechar la agudización de la crisis actual y los cambios bruscos en la situación política? ¿Cómo organizar el combate contra el descargue de la crisis económica sobre los trabajadores, contra la carestía y el desempleo? El problema central que se plantea es cómo acabar con la dictadura y dar a la crisis actual una salida desde el punto de vista de la clase obrera, que es lo que corresponde a un partido obrero. En este sentido, la utilidad de la campaña electoral consistiría no en prepararse para el “gran momento” del comicio y la mera recolección de votos sino, esencialmente en la posibilidad de armar tribunas a lo largo y ancho del país, agitando en torno a un programa de movilización y propagandeando los objetivos históricos de la lucha de los trabajadores contra el imperialismo y el capital:

-campaña nacional del PT por una Constituyente Soberana y Democrática en total oposición al arbitrio dictatorial: definir un programa de reivindicaciones democráticas superando las mezquinas limitaciones de la oposición burguesa: fin de la camarilla militar, derecho a la sindicalización de la tropa y carácter electivo de los puestos de comando de las FFAA, formación de milicias populares, etc.

-poner en pie a los sindicatos en el combate contra la carestía y el desempleo; apoyo a todos los movimientos huelguísticos e impulso a la formación de comités de fábrica por una Central Sindical independiente de la burguesía y del Estado.

-impulsar la formación de comités de trabajadores agrícolas y campesinos para garantizar la ocupación de la tierra, por la confiscación del latifundio y el gran capital agrario.

-expropiación del imperialismo y de todo el capital monopolista que expolia a la mayoría nacional: desconocimiento de la deuda externa, ruptura de todos los pactos militares y diplomáticos, confiscación de los grandes monopolios, control obrero de la producción, nacionalización del comercio exterior, del mayorista interior.

En este terreno, organizando el movimiento real de los explotados, es que el PT debe construirse. En cambio, toda la caracterización unilateral de la OSI sobre las elecciones, embelleciéndolas, concluye con un planteo acabadamente oportunista: “las elecciones de 1982 polarizarán las atenciones de las masas y pueden constituirse en un momento por excelencia en que un partido obrero como el PT atraiga millones y millones de votos, construyéndose como un partido de masas” (pág. 66).

Se identifica la construcción de un real partido obrero con el número de sus votos. El PT puede llegar a juntar muchos votos, puede ser, pero que juntando votos se construya como un real partido obrero esto es una mistificación total. La construcción de un partido obrero reposa en su capacidad por organizar realmente a la vanguardia del movimiento obrero, elevar su conciencia y orientarla hacia el cumplimiento de sus objetivos históricos, transformarla en efectivamente dirigente en todos los terrenos de la lucha.

El voto es un instrumento pasivo, activado de años en años, por el cual la burguesía ha creado la ficción de que la sociedad dirige propios destinos. No sirve para modificar la sociedad y mucho menos es el método propio para construir el instrumento de su radical transformación: el partido de la clase obrera. La participación electoral puede ser una poderosa línea auxiliar, pues puede ayudar a ampliar la agitación política y la organización, pero nunca es el método privilegiado -“por excelencia”- de la construcción del partido. No existe momento “por excelencia” para la construcción de un partido obrero, pues esto es consecuencia del aprendizaje en el dominio de todas las formas de lucha y de la capacidad de relacionarlas al objetivo final. La OSI borra toda frontera con las ideas burguesas predominantes en el PT, que también consideran a las elecciones como el momento «por excelencia” para la construcción del partido, en la medida en que reniegan de la revolución y de la intervención del partido en la lucha reivindicativa de las masas.

Conclusión

La lucha por convertir al PT en un real partido obrero independiente debe desarrollarse en todos los planos. Apoyándose en cada paso de delimitación real no para considerar la tarea acabada sino para esclarecer el camino que aún falta recorrer. En este sentido la lucha por el programa revolucionario debe ser considerada en su conjunto, como una actividad integral, práctica, ideológica y política. Especialmente en la lucha por la intervención del PT en todos los movimientos que se desarrollan a partir de reivindicaciones mínimas, que conservan vigencia y vitalidad, organizando las fábricas y lugares de trabajo hasta el combate ideológico por la teoría revolucionaria.
El PT puede transformarse en un partido de masas si se convierte en un canal de las luchas obreras y democráticas y, en este caso, el trabajo marxista por revolucionarlo por dentro encontraría un terreno fecundo. Esta es una de las posibilidades de desarrollo del PT; la otra es que concluya como frustración total. En cualquier caso lo que está planteado es e combate por una política revolucionaria, de clase, sea para transformar al PT, sea para ayudar a la vanguardia a supera esta experiencia si concluye como frustración. Este es e no que la OSI no ha sabido encontrar; su trayectoria puede resumirse así: del sectarismo al oportunismo, una ausencia completa de principios revolucionarios, una incomprensión  mayúscula de la teoría y la política marxista.

Los orígenes de la Convergencia Socialista

La introducción del morenismo en Brasil se dio por contrabando, bajo el disfraz del socialismo reformista y no bajo la bandera de la IV Internacional y del Trotskismo. Un pequeño grupo morenista comenzó a organizarse en el país al final de la década del 70 y pasaron a conformar el llamado “Movimiento de Convergencia Socialista” que se proponía construir en el país un Partido Socialista “amplio y democrático” que reuniese todas las figuras que se reclamasen del socialismo y se propusiesen luchar por un “socialismo con libertad”. La propuesta de construir un PS en Brasil fue concebida como una propuesta de «concretar la síntesis de las varias corrientes que aspiran al socialismo”, lo que apuntaba a juntar varias figuras burguesas remanecentes del viejo nacionalismo burgués del PTB varguista (que, por supuesto, «aspiran” al socialismo), como Almino Alfonso, ex ministro de Joao Goulart o del antiguo PSB, como Edmundo Moniz y otros “socialistas” para crear un amplio y democrático Partido Socialista en Brasil, usando para eso inclusive las leyes vigentes en el país” (“Versus” Nro. 22).

A la política de buscar substitutos del partido revolucionario, se junta otra igualmente negativa que es su frentepopulismo. Así es que al final de la década del 70, la tentativa de los morenistas de crear un partido “socialista”, fue paralela a su participación en el MDB, partido burgués de oposición permitido por la dictadura militar. La participación de los “socialistas” en el MDB, pensando en un “frente electoral o frente de oposiciones democráticas”, que tenía como objetivo la “unidad de todas las fuerzas democráticas” para luchar por el “fin del régimen dictatorial” (…) “a partir de un programa mínimo y democrático hace tanto tiempo asumido y defendido por el MDB. Es decir, por “el programa equivale al compromiso con la dictadura, a la “apertura”. Se planteaba que “el régimen militar debe ser substituido por un gobierno provisorio, elegido por el frente democrático, y este tiene que tener un plazo, que debe ser el más corto posible, suficiente para la convocatoria de una Constituyente libre y democrática” (“Versus” Nro. 22, pág. 19, documento presentado por la Coordinadora Nacional del movimiento de Convergencia Socialista a la Convención Nacional de MDB). Se omitía el pequeño detalle de cómo iría a ser “substituida la dictadura “a partir del programa mínimo del MDB”, que ni qué decir, no contemplaba esta “sustitución”; de otro modo, como sería derrocado el régimen militar sin la organización de la insurrección, Convergencia Socialista, ni lo planteaba.

En las elecciones del 78, Convergencia Socialista lanza la consigna de votar por los “candidatos obreros y socialistas del MDB” y al mismo tiempo coquetea con la candidatura “alternativa” del Gral. Euler Bentes Monteiro, que articulaba un “Frente Nacional de Redemocratización” en el seno de la oposición burguesa para «disputar” con el Gral. Figueiredo la presidencia de la república en el Colegio Electoral. CS mantiene conversaciones y envía una carta al general donde expresa su esperanza de que “sobre los puntos de acuerdo podamos unir fuerzas y luchar juntos para que las libertades democráticas sean una realidad para nuestro pueblo” (“Versus” Nro. 22, ídem).

A esa política burguesa y oportunista del morenismo se une un planteo que oculta el carácter burgués democrático de la Asamblea Constituyente burguesa convocada a partir del programa mínimo del MDB y la presenta como alternativa socialista.

Esta estrategia está ejemplificada en las resoluciones aprobadas en el II Congreso de Convergencia Socialista. “Nosotros, militantes de Convergencia, somos socialistas, por eso en la Asamblea Constituyente lucharemos para que los trabajadores consigan votar una Constitución que organice el país en un nuevo cuadro, bajo una planificación socialista. O sea, lucharemos para que en la Constituyente se vote un Gobierno de los Trabajadores y una Constitución Socialista, que cree las bases para la construcción de un Brasil Socialista” («Convergencia Socialista” Nro. 5, noviembre 1978, pág. 4).

Aquí se combinan el oportunismo y la demagogia. Los “trotskistas” de CS se proponen luchar en la Constituyente burguesa por una constitución socialista y un gobierno de los trabajadores. Así, la reivindicación de la Asamblea Constituyente, que debe ser instrumento de movilización del proletariado y los campesinos pobres en una etapa de lucha democrática, es distorsionada, y se la formula como la forma política dé realización del socialismo. La más mínima lógica debería concluir, por lo tanto, que la agitación por la constituyente debe hacerse en nombre del socialismo. Pero en este caso: ¿dónde está el carácter democrático de las consignas dirigidas contra la dictadura y el imperialismo? Las consignas deben servir: a) para ayudar a las masas a golpear unificadamente a la dictadura; b) denunciar a la burguesía por darle la espalda a la democracia (no se la denunciará por darle la espalda a la dictadura del proletariado!); c) delimitar el programa socialista del proletariado, del democrático de las clases intermedias, de manera de desarrollar la fisonomía propia y la independencia política de aquél, es decir, evitar que en la lucha por la democracia el proletariado se disuelva en el frente burgués e identifique la realización del programa democrático como igual a su propia emancipación social. Otra cosa más es que la demagogia “socialista” (demagogia porque no dice cuáles son las condiciones que debe imponer el proletariado para luchar por su realización: 1) ponerse a la cabeza de la lucha por la libertad política; 2) separarse políticamente de la burguesía, con una organización y programas propios) oculta el contenido social burgués-democrático de la lucha contra la dictadura que está representado por las reivindicaciones contra el imperialismo y por la revolución agraria.

La agitación por la Constituyente debe hacerse alrededor de estas banderas: derrocamiento de la dictadura, expulsión del imperialismo y liquidación de la gran propiedad agraria. Es sobre la base de la diferenciación política entre la burguesía y el proletariado que se establecerá en el desarrollo de esta lucha, que emergerán las condiciones subjetivas para poner a la orden del día práctico la dictadura del proletariado.

Estas características de frentepopulismo, reformismo y búsqueda de un substituto del partido revolucionario son las que orientarán la actuación del morenismo en relación al PT. Esta política de CS no dejó de tener sus efectos en el seno del partido, ocasionando un gran número de divisiones y crisis. Cuando la construcción del PS se malogra, los articuladores de Convergencia Socialista van a encontrar en el PT “el embrión del Partido Socialista que está naciendo” y se proponen luchar “con todas las fuerzas para que ese embrión crezca rápidamente y se transforme en la verdadera opción de la democracia” (“Versus” Nro. 26, 11/78) y van a buscar influenciar la construcción del partido en los moldes de la tentativa fracasada del PS.

La «propuesta original» del Partido de los Trabajadores

El primer documento programático del Partido de los Trabajadores -una síntesis de concepciones liberales que propone la “participación política de los trabajadores”, la “democratización de la sociedad”, y que en ningún momento plantea las concepciones fundamentales de la independencia de clase del proletariado y sus objetivos históricos—, fue en parte, inspirado por los morenistas de Convergencia que, hasta hoy, se reivindican de las “propuestas originales” del PT.

Dada la realidad del PT, surgido de las grandes movilizaciones obreras de los últimos años, pero dentro de las restricciones impuestas por la reformulación partidaria de la dictadura militar y con un programa y una política pequeño burguesa, el deber elemental de los revolucionarios es luchar para que prevalezca el programa revolucionario y para impedir que el PT se cristalice como un partido pequeño burgués. La adaptación pasiva a las tendencias oportunistas existentes dentro del PT sólo puede contribuir para consolidar un aparato burgués y una traba para la revolución proletaria. Debe ser trabado un duro combate para que las masas realicen una profunda experiencia con el PT: esto significa, no sólo la lucha en el interior del partido sino también junto a las masas, ayudándolas a avanzar en el sentido de cumplir con sus objetivos históricos. La adaptación y la pasividad frente al actual curso del PT sólo pueden contribuir para la construcción de un aparato burgués que, con la agudización de la movilización de las masas, se constituirá inevitablemente en un bloqueo a su desenvolvimiento revolucionario.

La intervención de CS dentro del PT se guió siempre, por la adaptación a las tendencias oportunistas existentes en el partido, pues lo consideraban el “embrión” del Partido Socialista “amplio”, “democrático” es decir, de adaptación al régimen burgués. CS no se planteaba una adaptación transitoria a las características del PT como una forma de luchar por la construcción de un partido de clase realmente independiente, pues compartía la finalidad del PT de ser un partido de la democracia. De ese modo, consecuente con su posición de defender la “propuesta original” del PT, intervinieron con la propuesta de defender el partido como había surgido, abdicando de dar la lucha programática y adoptando la posición vigente: “Para CS sólo hay un PT -el que lanzó Lula frente a 80.000 metalúrgicos en abril de 1979. Defendemos y vamos a defender siempre este PT. Que sepamos no existe otro. Defendemos este PT y sus banderas de lucha. Y vamos a combatir a los que quieren modificar los objetivos trazados desde el inicio, por los compañeros Lula, Bitar, Cicote, Ibrahim, Skromov, y otros dirigentes sindicales. No queremos que el PT tenga todo nuestro programa” (“Convergencia Socialista” Nro. 9, marzo 1980) (subrayado nuestro).

O sea, no luchamos por nuestro programa dentro del PT (y tampoco fuera, ya que ¿cómo entenderían los obreros, una lucha por el programa que se consume en sí mismo, en el proselitismo individual y no tiene trascendencia a la lucha pública por influenciar a los trabajadores?), sino por otro programa que no es el nuestro, no queremos modificar las características oportunistas y combatir la confusión política existente en el PT, sino defenderla, y más todavía, vamos a combatir a quien quiera modificarlo. Estas son concepciones que conforman un evangelio de oposición a la construcción del partido obrero y profesan la intención clara de estructurar un partido oportunista.
Los que elaboraron tal estrategia parecen creer que los rumbos que va a tomar la construcción del PT no tienen ninguna relación con la organización de la clase obrera como clase para sí, o sea con la construcción del partido obrero.

Gobierno de los trabajadores y partido sin patrones

Una de las características del morenismo es el intento constante de ocultar su política oportunista, presentando consignas ambiguas como el modelo del clasismo y de la independencia de clase, cuando es esa ambigüedad la prueba misma de su política oportunista. Así es que la política de los morenistas en el PT estuvo delineada por la defensa de dos reivindicaciones consideradas como la síntesis del partido: «por un partido sin patrones» y “por un gobierno de los trabajadores”. La defensa de estas consignas fue considerada como una «defensa intransigente del carácter de clase del PT” («Convergencia Socialista” Nro. 14, junio/80, «¿Adónde queremos llegar?”).

Lo que distingue estas dos consignas no es, al revés de lo que quiere creer Convergencia Socialista, la «defensa intransigente del carácter de clase” del PT, sino su ambigüedad. ¿»Partido sin patrones” define acaso el carácter de clase del partido obrero? ¿La ausencia de patrones implicaría que es suficiente que la burguesía no esté presente físicamente en el partido para que éste no sea burgués, olvidando que la política de la burguesía puede estar presente a través de sus agentes pequeño burgueses o del propio movimiento obrero?

En segundo lugar, si la definición es puramente negativa, («sin patrones”), no llega a definir cuál de las clases sociales, no patronales, sería la dirección del partido; campesinado, pequeña burguesía, proletariado, todos son «trabajadores”; sería como decir: por un partido del pueblo. Si ésta es una defensa del «carácter clasista” del PT no estaría de más decir a qué clase el «clasista” está refiriéndose. Este tipo de «defensa intransigente” es perfectamente aceptable para muchos de los que defienden un partido policlasista, «frente de los explotados”, y son enemigos de la construcción de un partido obrero (MEP, AP).

La propuesta de que el PT se definiese por un gobierno de los trabajadores causó en el PT un gran barullo. Pero, a pesar del odio que muchos sectores en el seno del PT le dedican a esta consigna, ella no deja de ser ambigua y es opuesta a la de gobierno obrero y campesino, entendido como un gobierno revolucionario que arma a les trabajadores y no se detiene en los límites de la propiedad privada. Gobierno de los trabajadores, así como varias consignas levantadas por la izquierda en el PT, son una tentativa de escaparle a una definición clara del carácter de clase del partido y su programa. ¿Cuál es el carácter de clase de un gobierno de los trabajadores”? ¿En qué se diferencia de la reivindicación de «gobierno popular”? ¿Cuáles son las clases que van a gobernar, etc.?

La tendencia a oscurecer el contenido de clase de los objetivos y del carácter del partido que está presente en la política de CS tiene una sola función: obstruye la construcción de un partido real de la clase obrera, y lo substituye por otra cosa, una unidad oportunista que abriga indiferenciadamente griegos y troyanos y permite a cada uno desarrollar sus propios objetivos, que nada tienen que ver con el desarrollo político de la clase obrera.

Un giro izquierdista y sectario

A mediados de 1981 las concepciones de CS con respecto al Partido de los Trabajadores van a efectuar una curva de 180 grados en relación a sus posiciones anteriores. Esta vez el cambio será para el polo sectario y ultraizquierdista, asumiendo posiciones muy semejantes a las defendidas originalmente por la OSI. Las nuevas posiciones de CS surgen en su debate con la OSI, buscando la unificación de las dos organizaciones. En el proceso de unificación las posiciones en relación al PT no podrían dejar de desempeñar un papel fundamental y las concepciones sectarias van, irónicamente, a chocarse con las posiciones oportunistas de los lambertistas brasileños (a las que llegan también mediante un viraje de 180 grados) obstaculizando la unificación.

El núcleo de las nuevas posiciones morenistas es la caracterización de los sindicalistas que lanzaron la propuesta del PT, la corriente lulista, como «una ‘burocracia de izquierda’ y como tal históricamente contrarrevolucionaria”. Aclarando que «nosotros cuando hablamos de burocracia lulista estamos refiriéndonos exactamente a esto. A la concepción marxista de esta categoría. Nosotros nos estamos refiriendo a una casta privilegiada que tiene su origen en la clase obrera, que surgió de ella, sin embargo que no pertenece más a ella. Que tiene intereses diferentes y contrapuestos a ella; a un sector que está unido con la burguesía nacional e imperialista, para frenar un proceso de movilización permanente de las masas; a un sector que considera el trotskismo como su enemigo fundamental y que los trotskistas consideran como su principal enemigo dentro de la clase obrera. Porque definir una corriente como burocrática significa decir que ella constituye un aparato burgués en el seno de las instituciones obreras y significa decir, que por más que pueda, en determinados momentos, jugar un papel progresivo y que los trotskistas deben saber utilizar, ella es históricamente contrarrevolucionaria” (documento de polémica con la OSI, setiembre 1981, pág. 3).

¿Y el «partido de Lula, Bittar, Cicote…” etc.?

¿Pueden los camaleones del morenismo construir un partido revolucionario?

¿Qué significa decir que la burocracia lulista es «históricamente contrarrevolucionaria”? Si entendiésemos por el término los aparatos contrarrevolucionarios consolidados históricamente, que tienen una historia de traiciones a la clase obrera y cuyo pasaje al campo de la contrarrevolución es un hecho definido históricamente como los PPCC y los PPSS -y es la única manera como lo podemos entender— él de ninguna manera puede ser aplicado al lulismo. La burocracia lulista no sólo no tiene una historia de traición al movimiento obrero y al servicio de la contrarrevolución, sino que no tiene ninguna

historia. Esta es una camada de activistas jóvenes del movimiento obrero que surgieron en la década del 70 y se proyectaron a través del movimiento huelguístico de los tres últimos años.

El problema reside aquí en que «históricamente” es una abstracción.

¿A qué historia se están refiriendo?

Por ejemplo, en el curso de una guerra nacional contra el imperialismo, las masas campesinas pueden jugar un papel altamente progresivo, lo que no ocurre, por su apego a la propiedad privada, cuando se trata de desarrollar la socialización en el campo. La propia burguesía nacional juega un papel progresivo en la medida que choque con el imperialismo y sus agentes, y facilite ampliar la agitación democrática y nacional, y sólo en esa medida, aunque al mismo tiempo siga su papel contrarrevolucionario de someter al movimiento obrero y pactar con sus adversarios. El proletariado, en este caso debe procurar aprovechar las contradicciones del régimen burgués.

¿Cuál es la “historia” concreta por la que pasa Brasil? Las masas pasan por un período de lucha democrática y antiimperialista y por poner en pie un partido obrero independiente. En relación a su actitud ante el régimen burgués en general, a su actitud ante la dictadura del proletariado, entre Lula y un político burgués o un burócrata metido a político burgués, solo hay una diferencia de grado, y por eso no son realmente independientes del Estado burgués. Pero en relación a la lucha por poner en pie un partido obrero independiente de los paros burgueses actuales y a la lucha por conquistar condiciones es democráticas apropiadas al desarrollo de un tal partido, la diferencia es cualitativa. En este aspecto, y solo en este aspecto, Lula no es contrarrevolucionario sino progresivo. Es en la medida en que Lula se opone, conscientemente o por confusión, a la construcción de un real partido de clase (y en esto no es él sino el ala filo-stalinista de los MEP, AP, «intelectuales», etc. el agente fundamental) que tiende a jugar un papel de freno, potencialmente reaccionario, etc. Se trata, para los revolucionarios de reflejar en su política ambos aspectos, luchando por el desarrollo del PT como un partido ligado a las masas y, al mismo tiempo, por un programa revolucionario. El destino Anal de todo un sector de la burocracia obrera del PT estará determinado por las condiciones y el desarrollo que tenga esta propia lucha, principalmente por el nivel de intervención de las masas y por la calidad de la política de los cuartainternacionalistas.

Pero para CS, la burocracia «históricamente contrarrevolucionaria» puede «jugar un papel progresivo» lo que implica sacarle todo el sentido a las palabras. ¿Cómo pueden los «agentes de la contrarrevolución” -como se dice en otra parte del texto- realizar cualquier cosa progresiva? Este tipo de planteo no es un error casual, sino una demostración, por la prestidigitación que hacen con los conceptos, de que el debate con la OSI tiene un carácter profundamente oportunista, pues, al mismo tiempo que utilizan una verborragia ultraradical contra la burocracia, los “trotskistas” van a buscar aprovechar los «aspectos progresivos” de la contrarrevolución. Esta incoherencia con las caracterizaciones tiene la función de dejar a los morenistas con las manos libres para maniobrar en el seno del PT y para adaptarse a los planteos oportunistas de la burocracia y de la dirección del PT como lo hicieron hasta ahora.

Estos planteos sectarios conducen al oportunismo también por otro camino, cuando dicen que “Lula es un burócrata (…) igual a Joaquim (burócrata sindical «pelego”, ex interventor de la dictadura militar en el sindicato de los metalúrgicos de San Pablo, durante varios años, que se mantuvo en el período de ascenso a través del fraude sistemático en las elecciones sindicales). ¿Qué es sino una apología del «peleguismo”? No se trata de calificar ambos como burócratas y profetizar que finalmente ambos acabarán traicionando igualmente a la revolución o cosa parecida, sino evaluar el papel que cada cual desempeña concretamente hoy en el desarrollo de la lucha de clases.

¿Cómo explica CS que las direcciones de las huelgas del 78/79/80 sean equiparadas, en relación a estas huelgas y a sus consecuencias políticas, a las direcciones que en este mismo período hicieron lo imposible por contener el ascenso de las masas y se colocaron abiertamente contra él? Es simple, se trata de una «división de tareas” («Documento…” pág. 15): la dirección lulista se coloca a la cabeza de las mayores movilizaciones obreras en las dos últimas décadas, crea el Partido de los Trabajadores y la burocracia «pelega” quiebra huelgas y busca hacer que los obreros entren en los partidos de la burguesía, pero ambos «con una política diferente” están actuando al servicio de la burguesía y del imperialismo contra el movimiento obrero. Todo es postulado dogmáticamente por medio de una caracterización sociológica general,(es decir que se convierte en una muletilla): la dirección lulista es una burocracia y como burocracia «no pertenece a la clase obrera” y, por lo tanto, no puede defender los intereses de la clase obrera.

Las características de la burocracia lulista, que la distingue del “peleguismo”, es justamente que no se colocó contra el ascenso del movimiento de la clase obrera iniciado en el 78, sino que buscó acompañarlo dividiendo así la burocracia sindical en dos alas. En la resolución política de nuestro primer Congreso señalábamos: «La diferencia entre la llamada burocracia «auténtica” y la «pelega” es sólo una cuestión de grado, porque no son direcciones realmente independientes del Estado. (…) Con todo, por pequeña que sea esta diferencia de grado entre pelegos y auténticos, ella tiene una importancia fundamental: los últimos reflejan la inversión de la tendencia en la situación de la clase obrera, (del reflujo al ascenso) y expresan la tendencia a la independencia de clase del movimiento de masas. (…) Dejada a su voluntad, esto es, de acuerdo con su propia orientación política, la burocracia auténtica acabará como agente directo del Estado burgués dentro de las relaciones políticas previstas en la apertura, y así lo mostraron efectivamente en la huelga del78 y en toda su conducta posterior (…) Sin embargo esta dirección no actúa a su libre voluntad, sino que está sujeta a una fuerte presión de las masas (…) El balance histórico de esta nueva tendencia no está agotado y sus posiciones son un eje de referencia obligatorio para todas las otras tendencias sindicales minoritarias. La llamada tendencia auténtica, además de todo, está lejos de ser homogénea y es una obligación seguir atentamente todas sus diferenciaciones y orientar a los trabajadores acerca de todos los problemas de principios en cuestión” (págs. 16 y 17).

Para CS, sin embargo, no es correcto decir que la burocracia lulista sufre presión del movimiento de masas o que tiene una actuación empírica en función de esa presión, pero considera que ella tiene un proyecto propio: «Lula y la corriente sindical que él dirige, en el cuadro de crisis de la dictadura, con un movimiento de masas que tiende a cuestionar el orden burgués, quiere construir un partido y un aparato sindical para controlar a las masas y salvar a la burguesía» (“Documento…, pág. 15).

El proyecto de Lula es, por lo tanto, construir un partido, el PT, para salvar a la burguesía del movimiento de masas. Lo más curioso aquí no es la afirmación de que la construcción del PT tiene como objetivo salvar a la burguesía, sino el hecho de que los «trotskistas” de CS se hallan metido con todo a construir el PT. ¿Cuál es el sentido de colaborar en la construcción de un aparato contrarrevolucionario? Naturalmente CS hace la salvedad de que se trata de una táctica de “entrismo”, pero la función del entrismo en un aparato burgués sería la de simplemente, ganar un sector de las masas que esté preso a él y trabajar para destruirlo. Si lo que CS hace en el PT, llamando a las masas a apoyarlo, no haciendo ningún tipo de oposición a la dirección del partido, y trabajando para construirlo sin cuestionar los rumbos que está tomando, es entrismo, entonces se trata de un entrismo muy original, que aparenta ser lo contrario de lo que es. Este tipo de entrismo ya hacían los morenistas argentinos en el peronismo cuando se colocaron «bajo la dirección del gral. Perón” (sus propias palabras), y se adaptaban total y completamente al nacionalismo burgués.

Es preciso señalar que las posiciones actuales de CS sectarias y ultraizquierdistas, al punto de la provocación son estrictamente para uso interno, afuera, para las masas y la base del partido, no existe esa cháchara de Lula como “contrarrevolucionario” y «agente de la burguesía nacional y del imperialismo” y otras maravillas morenistas, y sí una adaptación a la dirección del PT que se trata de esconder con críticas superficiales. Ni antes, ni ahora, CS cuestionó el programa del PT, hasta llegó, después de la última vueltacamero, a saludar la declaración de Lula como que el PT sería socialista, o inclusive su política, en la última convención del PT no se colocaron claramente contra las coaliciones y llegaron a saludar una convención que sacó una serie de deliberaciones negativas como «un paso al frente”, criticando única y exclusivamente la elección de la dirección de la cual fueron excluidos.

Más que analizar las actuales estupideces de CS sobre que Lula paraliza el movimiento de masas “en función de sus acuerdos con la dictadura” («Documento”… pág. 8), es agente del capital extranjero e igual a los peores pelegos y, “el enemigo fundamental de los trotskistas en el movimiento obrero”, es preciso mostrar el abismo que va de las concepciones teóricas a las prácticas. Si el PT es una maniobra para contener el movimiento de masas, lanzada por agentes de la dictadura, enemigo jurado del movimiento obrero, ¿qué sentido tiene la participación de los «trotskistas” en el PT, en el ala del movimiento sindical encabezada por Lula? Más todavía, ¿qué relación existe entre las actuales relaciones sectarias de los morenistas y su práctica oportunista anterior y actual en el interior del PT?

El actual giro político de CS que es, reedición empeorada de las viejas posiciones sectarias de la OSI, (ver arriba), cumple objetivos precisos, no del punto de vista de los principios políticos, sino desde el punto de vista de las ganancias de aparato. En eí seno del PT el sectarismo será utilizado para establecer- una diferenciación superficial con la dirección, mientras que el oportunismo implícito dejará las manos libres para todo tipo de maniobras, en la lucha para conquistar posiciones en el seno del aparato del partido, en segundo lugar es utilizado como un arma en su lucha faccional contra la OSI por los despojos del ya muerto CI, oponiendo a las características marcadamente oportunistas de la OSI, su política «principista”. Pero con la misma seguridad que dos y dos son cuatro, el morenismo, cuando sus objetivos se agoten, cambiará su actual piel sectaria por una nueva versión del viejo oportunismo.

MEP: del foquismo al partido de los trabajadores

El MEP -movimiento por la emancipación del proletariado- surgió en la década del 70. Su origen está en las diversas «divisiones” del PCB que se metió en una experiencia foquista en el inicio de los años 70. Aunque nunca haya participado directamente del guerrillerismo de este período, y su aparición sea posterior a él, el MEP nunca renegó su filiación al foquismo castrista. Su planteamiento característico está en negar toda lucha por las reivindicaciones democráticas tales como por las «libertades democráticas” o por una «Asamblea Nacional Constituyente, soberana y democrática” que creía incompatibles con la lucha por el socialismo.

A pesar del revolucionarismo aparente de estos planteos, el abandono de las reivindicaciones democráticas los llevó al abandono de toda lucha política contra el Estado burgués, pues al concluir que «no hay condiciones para la implantación del socialismo en este momento”, pasaron a apegarse exclusivamente a las reivindicaciones económicas e inmediatas de los trabajadores. Por otro lado, este purismo socialista se reveló un mero ejercicio teórico pues, en la práctica, apoyaron en las e lecciones del 78 a los candidatos del partido burgués de oposición, el MDB, mero apéndice del régimen durante el período más duro de represión y que después, luego del inicio de la llamada apertura democrática”, trabajó siempre en el sentido de tapar la brecha abierta entre el régimen militar y las masas. Por esto es que entendemos que se trata de una tendencia filostalinista y filomenchevique (revolución por etapas, apoyo a la burguesía progresista).

La lucha por la construcción de un Partido Obrero Independiente nunca fue parte del programa del MEP. La construcción de un partido que separase el proletariado de la burguesía, la construcción de un partido revolucionario no era uno de sus objetivos. El partido revolucionario en Brasil sería para el MEP el producto de la aglutinación de las diversas organizaciones de la izquierda pequeño burguesa, en una organización cuyas fronteras podrían extenderse hasta abarcar el propio PCB que, a pesar de ser criticado por el MEP aparece como un «desvío” y no como un aparato contrarrevolucionario. Este no es un proyecto de construcción de un partido revolucionario de la clase obrera sino de un partido de revolucionarios pequeño burgueses, un partido pequeño burgués radical.

El lanzamiento de la propuesta del PT fue recibido, por esto mismo, con desconfianza. Los dos primeros números de su periódico legal no hacen ninguna referencia al PT, aunque su articulación ya existiese hace algún tiempo. En su tercer número publica un artículo titulado ¿‘‘La Clase Obrera encontró su Partido?” donde contrapone a la construcción del PT un partido obrero socialista, o sea de acuerdo con las concepciones del propio MEP, un partido radical. En esa época, la articulación del PT es encarada apenas como «un lugar más para discutir y debatir la necesidad y los caminos para la construcción de un partido obrero y socialista” («Compañero” nro. 3, mayo/79).

Esta contraposición entre el PT y un partido obrero y socialista se muestra puramente formal ya que irán a adherir al PT y abdicar completamente de la lucha por la construcción de un partido obrero en su seno.
Esta postura, reticente con relación al PT es abandonada rápidamente, sin mayores explicaciones, en favor de la concepción de que el PT sería una «composición partidaria más amplia” donde se reunirían diversas fuerzas de la izquierda clandestina con la Iglesia y parlamentarios pequeñoburgueses para formar un «frente de masas explotadas y oprimidas” (“Compañero” nro. 11, agosto/79).

¿Sólo “una composición partidaria más amplia»?

Para el MEP, así como para la mayoría de las organizaciones de izquierda que actúan en el seño del PT, el PT-sería «una composición partidaria más amplia (que) puede desempeñar un papel importante en las actuales luchas y en el enfrentamiento de la reforma en el cuadro partidario oficial” y «tiene necesariamente un carácter frentista” (MEP, «Cuestión partidaria” octubre/80)

El significado de la idea de que el PT es una «composición partidaria amplia”, «legal”’, es el de que no tiene realidad propia, que es apenas un espacio neutro donde las organizaciones de izquierda actúan, pero que no tiene dinámica propia, de modo que su evolución no tiene importancia, sólo importan los logros que los grupos que actúan en su seno puedan conseguir. El PT, sin embargo, no es de ninguna forma neutra; al contrario, en la medida que busca estructurarse como alterna-tiva de dirección para las masas, tomase una realidad que, si se cristaliza como partido pequeñoburgués, se constituirá en un poderoso obstáculo al desarrollo del movimiento de masas y a la construcción del partido revolucionario.

Definir un partido por su carácter amplio, por su legalidad, por otro lado tiene la función de evitar cualquier caracterización real del partido, su contenido de clase y su programa. ¿Se trata de un partido burgués, obrero o qué? ¿Cuál es el contenido de clase expresado en su programa? Sobre estas cuestiones fundamentales, ninguna definición,. Un partido puede ser amplio, o no, legal o clandestino, y con eso no definimos ninguna de sus características esenciales. En una sociedad dividida en clases no hay lugar para un partido neutro, siempre alguna clase acabará por prevalecer.

Esta «definición” busca preservar la falta total de límites, la ambigüedad reinante en el PT con relación a las cuestiones esenciales, su carácter de clase, el contenido de su programa, etc.

Las corrientes que actúan en el seno del PT y lo consideran como un espacio neutro donde desplegar su actividad, hacen apología e incentivan la ambigüedad y la indefinición del PT, ya que le permite agrupar a cualquiera indiscriminadamente, y por ese motivo abdican de la lucha por una estrategia obrera en el seno del partido. Sin embargo, esa ambigüedad, que hoy aparece como la fuerza del partido, mañana se mostrará como su principal debilidad. El PT se construye como alternativa de dirección para el movimiento de masas en contraposición con los demás partidos y en los momentos cruciales de la lucha de clases, cuando el movimiento de masas en su desarrollo revolucionario exija una dirección firme, o sea, con ideas claras y una estrategia definida, el PT, lo desamparará o, peor lo traicionará abiertamente.

La cuestión reside, por lo tanto, en saber si la ambigüedad y a indefinición política puede ser un arma de lucha para la ase obrera y las masas explotadas o si, al contrario, el arma que puede llevar al proletariado a la victoria, como dirección nacional explotada serán las claras ideas programáticas de las cuales el partido sacará la orientación para toda su actividad.

La estrechez del programa revolucionario

Para el MEP, la construcción del PT y la construcción del partido revolucionario son cosas distintas, “que no deben ser confundidas” y, por eso, consideran “un grave error” la lucha por dotar al PT de un programa revolucionario: “querer imponer a toda costa un programa revolucionario en el PT o solamente aceptar ese partido como algo que interesa a la lucha del pueblo cuando él adopte ese programa, representa una ceguera política que sólo interesa a aquéllos que están contaminados de una postura pequeño burguesa sectaria” y es «una concepción que contribuye para estrecharlo» (MEP – «Cuestión Partidaria”, octubre 1980, pág. 32 y 35).

Antes que nada no se trata aquí del falso problema de «imponer a cualquier precio” el programa revolucionario en el PT. En primer lugar, porque la cuestión no fue introducida artificialmente por los revolucionarios en el partido, sino que fue planteado por su propio desarrollo, el programa fue debatido y aprobado por una conferencia partidaria. El resultado de este debate, en segundo lugar, no fue un programa neutro sino pequeño burgués, una reedición del viejo nacionalismo burgués con ropa nueva, que propone como objetivo de la lucha de la clase obrera, la democracia burguesa, y no el fin del capitalismo.

La intervención de los revolucionarios en el interior del PT luchando por una estrategia obrera, no tiene como objetivo imponer nada, y sí, busca estructurar una alternativa de independencia de clase que pueda convertirse en la dirección revolucionaria de las masas, y, en los momentos críticos, mantener el ascenso e impedir que la dirección pequeño burguesa expropie el ascenso obrero y la revolución.

Para los grupos como el MEP, el programa revolucionario, en vez de contribuir para desarrollar la conciencia de las masas y agruparlas bajo la dirección de la clase obrera, armándolas para la conquista del poder político, tiene la facultad de estrechar el partido.

¿El programa revolucionario limita al PT? Si tomamos como «amplitud” lo que ocurre hoy en el partido de los trabajadores, su ambigüedad, la confusión política imperante, la aglutinación indiferenciada de elementos ajenos a la perspectiva de la clase obrera, entonces sólo podremos considerar la actual «amplitud” como una ficción, sin ningún valor positivo. El programa revolucionario, en esta situación, sería un factor fundamental de homogenización política, de clarificación, de mayor centralización del partido sobre una sólida base política que aumentaría la eficiencia de la acción partidaria entre las masas. Si eso se entiende por «limitación”, entonces, él, tornará con certeza el PT más «limitado”, en oposición al tipo de «amplitud” que existe hoy. Ahora, si los grupos como el MEP consideran que el programa revolucionario tiene apenas la virtud de «estrechar”, entonces, para ellos el programa de la revolución proletaria no tiene ninguna utilidad, pues no es capaz de ganar la conciencia de las amplias masas y ser un factor dinámico en la revolución, o dicho de otra manera, las masas no tienen la capacidad de entender el programa revolucionario y de apropiarse de él, por lo tanto, la conquista del poder por la clase obrera es una utopía.

Por otro lado, es evidente que la actual indefinición del PT no ha ampliado su base. El PT se apoya actualmente en una base militante que proviene casi exclusivamente de la pequeño burguesía, y de una pequeña camada de activistas ligados a ella. Su implantación en el movimiento obrero se reduce prácticamente a la representación de líderes sindicales en su dirección. Es, por lo tanto, absolutamente necesario no confundir, las simpatías que el PT consiguió despertar entre la pequeño burguesía y los trabajadores, con una real inserción en la clase obrera y en las masas; lo primero, es accesorio y superficial, solamente lo segundo representará un verdadero y sólido crecimiento y es fundamental. El PT sólo echará raíces fuertes, y duraderas, en las masas en la medida que se ponga a la cabeza de sus movilizaciones, y levante las reivindicaciones fundamentales de los explotados bajo la base de una estrategia obrera definida y despojada de sus actuales ambigüedades.

La defensa del programa revolucionario, en el PT no es entendida por los revolucionarios como la repetición académica de la doctrina, sino como la utilización de las ideas como base para la movilización de las masas. Todas las reivindicaciones a levantar en el movimiento de masas y las consignas de la lucha cotidiana sólo tendrán un sentido revolucionario y sólo harán a la clase obrera acercarse a su objetivo histórico, si son formuladas a partir de una estrategia revolucionaria obrera clara y forman un todo orgánico con ella.

Cuando un partido renuncia a la lucha por su programa y sus ideas, lo que en realidad está haciendo es concederle a otro partido el derecho y la posibilidad de imponer sin lucha su programa y sus ideas. Si la izquierda se niega a luchar por su programa, alguien tendrá que llenar ese vacío y es eso lo que pasa inevitablemente.

Para los que defienden esta posición la construcción de un partido obrero sólo puede significar la construcción de un partido que exprese los intereses económicos inmediatos de la clase obrera, sólo podría ser un partido obrerista y consecuentemente, «limitado”. La idea de que el PT no debe ser un partido obrero, sino “un frente de las masas explotadas” supone que los intereses de las diferentes clases explotadas sólo pueden ser expresados a través de una amalgama o fusión de los intereses de esas clases.

Sin embargo, la realidad es exactamente la opuesta, solamente la clase obrera puede expresar los intereses del conjunto de los explotados, pues solamente ella lidera la mayoría nacional explotada en la lucha contra el imperialismo y el capital nacional que condenan al país al atraso y mantienen la explotación de la gran mayoría de la nación.

Sólo bajo la dirección del proletariado, o sea, bajo una estrategia de liquidación del capitalismo y del imperialismo las diferentes clases explotadas pueden ver atendidas sus reivindicaciones fundamentales.

Los que se colocan contra la lucha por una estrategia obrera en el PT lo hacen porque consideran que el programa revolucionario es muy «radical” y no tiene en cuenta las necesidades políticas de las masas en ese momento. Sin embargo el MEP, que se coloca contra ese «radicalismo”, se opone a la lucha por las reivindicaciones democráticas como, por ejemplo la lucha por una Asamblea Constituyente Democrática y Soberana, mientras que los defensores del programa revolucionario colocan la lucha por las reivindicaciones democráticas como una cuestión fundamental del programa. ¿Qué podría ser más limitado y lejano a las necesidades de las masas?

El Secretariado Unificado

La sección oficial del Secretariado Unificado se expresa a través del periódico quincenal «Em Tempo”. Hace cuatro meses publicaron un folleto en el cual desarrollan el conjunto de sus posiciones en relación al Partido de los Trabajadores («Cuadernos de Em Tempo” Nro. 1, setiembre de 1981; “El PT y el Partido revolucionario en Brasil”). Consideran al PT como un “partido obrero independiente, clasista”, pero en ningún momento se da una explicación del porqué de esta definición, que constituye una especie de axioma, a partir del cual se tejen una serie de consideraciones. Ahora bien, desde el momento en que se dice también que «no es un partido revolucionario”, que «no ha asimilado la lucha de clases” y que «no ha hecho casi nada en el sentido de centralizar y dirigir las luchas obreras” (pág. 25 y 30) está implícito que la definición –partido obrero independiente- corresponde a una apreciación puramente formal. Es decir, como el PT se organizó separadamente de los partidos burgueses y del Estado, esto lo tipificaría ya como partido obrero independiente. Se trata de un punto de vista formalista que oculta, precisamente la hegemonía política, programática y también organizativa, del pequeño burguesía (incluyendo a los dirigentes sindicales).

Lo correcto y revolucionario es apoyar el paso al frente que significa el planteo de poner en pie una organización independiente de la burguesía, como un primer paso hacia el objetivo último, esto es, un partido proletario. Pero es incorrecto y antirrevolucionario meter en la misma bolsa, todos los pasos hacia atrás que bloquean y traban la obtención de ese objetivo, y que se han dado concretamente bajo la forma de un programa democrático burgués inconsecuente. Esto que nosotros calificamos como un «primer paso” del PT en la ruptura con la burguesía, «Em Tempo” lo toma como indicador de su carácter «obrero clasista” a pesar de que, según «Em Tempo” mismo no sea revolucionario, no centralice al movimiento real de la lucha obrera, ni asuma el punto de vista de la lucha de clases.

Nuestra caracterización del PT como «un primer paso” de ruptura con la burguesía subraya esencialmente lo que falta para la construcción de un partido realmente independiente, la necesidad de combatir en sus filas la confusión política existente y de luchar por una política y un programa revolucionario. El planteo de reconocer el PT como un «partido obrero independiente»clasista1’subraya lo contrario, la necesidad de evitar este combate en las filas del mismo por la clarificación política y programática desde el punto de vista marxista. «Em Tempo” lo dice textualmente, cuando, luego de afirmar en general que «es necesario luchar por un partido marxista revolucionario de masas”, plantea a renglón seguido:

«no podemos defender esto para el PT desde ya; esto sería estrecharlo. Por lo tanto, los marxistas defienden Sus posiciones, organizan una corriente, y procuran construir una organización. Con un avance cualitativo del grado de conciencia y de movilización de las masas, en una situación revolucionaria o prerrevolucionaria, ahí sí será posible luchar para que el PT adopte el programa del marxismo revolucionario” (pág. 31).

Aquí se ve que la incorrecta caracterización del PT como «partido obrero independiente” cumple invariablemente una función de adaptación oportunista, cuya única lógica es la de acomodarse a la opinión pública reinante en el PT para conquistar algunos puestos en el mismo. Porque en cualquier otro plano la posición carece de la más mínima lógica: ¿cómo «los marxistas van a defender sus posiciones y construir una organización si en este momento —»desde ya”— no corresponde luchar por el programa marxista revolucionario? Si en el PT no podemos defender la necesidad de luchar por un partido revolucionario”, ¿dónde vamos a luchar por el mismo: en la redacción, entre los que escriben el periódico? ¿De dónde han sacado los simpatizantes del SU que la lucha por el programa revolucionario solo debe darse en «situaciones revolucionarias”? Entonces: ¿cómo se prepara a la vanguardia obrera y a la clase toda para esas situaciones revolucionarias? Por otro lado, si en la actualidad no se debe luchar por un programa revolucionario para el PT, ¿debe lucharse por qué cosa? ¿Por un programa no revolucionario, o no luchar por nada?

En realidad, sólo la lucha permanente y sistemática por el programa marxista revolucionario en cualquier época puede preparar y templar una organización para los cambios bruscos y las nuevas situaciones que se presentan en una coyuntura revolucionaria. Si recién se empieza sobre el final no sólo puede ser demasiado tarde sino cómo se explicaría que durante todo el periodo anterior preparatorio se luchó por un programa no revolucionario, o no se hizo nada; ¿qué forma es esta de construir una dirección y educar a la vanguardia obrera? El peligro actual -“desde ya”- para el PT no es la supuesta «estrechez” del programa revolucionario sino su ambigüedad, que da cabida no sólo a planteos incompatibles con un papel de dirección en la lucha directa del proletariado y los campesinos, sino a políticos enemigos del democratismo consecuente y del socialismo. Para qué sirve esta amplitud si como reconoce «Em Tempo” ni siquiera es útil para que centralice y dirija las luchas reivindicativas de los trabajadores. En este sentido, ¿en qué consistiría la «estrechez” de un programa definido y de una estrategia realmente clasista, que le daría la fuerza y la cohesión que el PT «amplio” carece totalmente?

Los «trotskistas” del SU «olvidan”, cuando así les conviene, la experiencia histórica. La Asociación Internacional de Trabajadores, la I Internacional, también surgió de un movimiento práctico de los obreros de diversos países, y también había un enorme peso de tendencias pequeño burguesas anarquistas y de otro tipo. Marx no sacó de esto la conclusión de que había que someterse al mediocre y antiobrero común denominador de las tendencias en pugna, sino que combatió y triunfó por un programa proletario, que se concretó en el Manifiesto de la Internacional. ¿Y en qué estrechó esto a la Internacional, como le imputaban los bakuninistas? Al contrario, amplió su base de clase y evitó los intentos de disolverla en una Internacional liberal.

La lucha por el programa proletario es un proceso permanente, una actividad cotidiana que debe ser capaz de traducirse en una intervención práctica bajo la forma de reivindicaciones democráticas, antiimperialistas y transicionales al socialismo, tomando también en cuenta las consignas que corresponden a la situación política, la experiencia de la clase, etc. Pero lo que aquí están en discusión es que el principio mismo de no luchar por el programa proletario es, como concepción del trabajo, un principio oportunista destinado a la pura acomodación en el PT «amplio”, es decir, no revolucionario, no realmente clasista, encubierto con el mote de «partido obrero independiente” y que, librado a esta tendencia deberá volver al redil de la gran burguesía.

¿Es el PT un partido revolucionario?

Según «Em Tempo”:

«Por el propio hecho de representar una expresión política del movimiento sindical clasista, el PT contribuye para su avance, para que pase a niveles superiores de lucha. Ofrece una posibilidad de organización para millones de trabajadores. Hoy, no es un partido revolucionario. Aunque cumpla un papel revolucionario” (pág. 18).

Lo que aquí se afirma, sin embargo, no corresponde a la realidad. Es cierto que el PT agrupa a una serie de sindicalistas que bajo la presión del ascenso obrero se enfrentaron con la dictadura y con la burocracia «pelega”, esto es, agente directa de la dictadura. No obstante, estos sindicalistas que se denominan genéricamente de
«auténticos”, no conformaron un movimiento sindical propio, no constituyen una tendencia, no se organizan en tomo a una plataforma ni tienen un programa definido en el plano de los sindicatos (esto se ve cada vez que hay alguna conferencia sindical). Su movimiento es, en este sentido, absolutamente empírico, carece de todo tipo de unidad y centralización y de fronteras nítidas en relación al stalinismo y una serie de burócratas aliados al mismo, enemigos del PT. Una de las limitaciones básicas de los «auténticos” consiste justamente en su incapacidad para crear un auténtico «movimiento clasista”, es decir, una tendencia sindical basada en la lucha conciente contra el colaboracionismo clasista, en la organización del proletariado a nivel fabril —inexistente en el Brasil-, en la acción directa por la completa independencia de los sindicatos de la burguesía y el Estado. Los «auténticos” guaran en relación al movimiento sindical clasista la misma relación que el PT en relación al partido obrero independiente, constituyen un primer paso -todavía extremadamente diluido, en estructuración ni objetivos claros- hacia la conformación de una tendencia clasista en los sindicatos. En este caso el PT es la «expresión” de los «auténticos” en la medida en que expresa toda su confusión, la incapacidad de romper con el empirismo y estructurarse como tendencia sindical en torno a ideas propias, a una estrategia de clase.

Por otra parte, no se puede afirmar que el PT haya contribuido para que el movimiento sindical pase a niveles superiores de lucha. (¿No era que en relación a “la capacidad de centralización y de dirección de las luchas, el PT no ha hecho casi nada»?). Es que uno de los aspectos más negativos del PT es que se niega a intervenir como tal en el movimiento sindical, orientando el combate de los trabajadores y combatiendo por la dirección de sus organizaciones de masas, contra stalinistas y pelegos. Existe una tremenda confusión en este plano y la dirección del PT entiende que no corresponde hacer política en los sindicatos, que ella está reservada sólo a los dirigentes sindicales en tanto que tales, sin ingerencia del partido (lo que, de paso, es una prueba de la desconfianza de estos dirigentes en todo el peso pequeñoburgués, estudiantil y “politiquero” que predomina en el PT).

Pero un auténtico partido obrero tiene la obligación de pugnar por la dirección de las organizaciones obreras de masas e integrar a los sindicatos al movimiento revolucionario de las masas (¡si no en qué consiste su carácter de partido obrero!). Esto es imposible sin tener una línea de intervención en las organizaciones sindicales, organizando una agitación y propaganda propia, estructurando a los militantes de forma centralizada, etc. Este es justamente uno de los pasos que el PT no ha dado, que lo limita a un parlamentarismo sin diputados y que mantiene la completa vigencia de la lucha en su seno por la formación de fracciones sindicales de masas del PT, por una organización juvenil de combate del partido, etc.

En relación a la afirmación de que el PT no es todavía un partido revolucionario, aunque cumpla un papel objetivamente revolucionario es un puro juego verbal con apariencia dialéctica, pero completamente sin sentido. Si un partido cumple un papel revolucionario, entonces es revolucionario, en la medida de ese papel (ese papel se limita a una organización separada de los partidos burgueses existentes). Si además es obrero, se trataría de un partido obrero revolucionario. Y si todavía no es obrero revolucionario marxista, entonces hay que hacer lo que el Manifiesto decía en 1848:

“Los comunistas luchan por la conquista de los objetivos inmediatos, por la realización de los intereses del momento de la clase obrera; pero al mismo tiempo, defienden y representan, en el movimiento presente, el futuro de este movimiento”. (Los comunistas) no dejan por un solo instante de insuflar en la clase obrera el reconocimiento más claro posible del antagonismo hostil entre la burguesía y el proletariado”. “En síntesis, los comunistas apoyan en todos lados todo movimiento revolucionario contra el orden social y político existente. En todos estos movimientos ellos destacan, como la cuestión principal en cada uno de ellos, la cuestión de la propiedad, con independencia de su grado de desarrollo en ese momento”, “Los comunistas desprecian ocultar sus puntos de vista y objetivos. Declaran abiertamente que sus fines sólo pueden ser alcanzados por el derrocamiento por la fuerza de todas las condiciones sociales existentes” («Manifiesto Comunista”, ed. Ched, SP, 1980, pág. 53/55).

Pero el SU no quiere saber nada de “estrecheces”; del futuro de este movimiento, «del antagonismo hostil entre la burguesía y el proletariado”, “de la cuestión de la propiedad”, “del derrocamiento por la fuerza de todas las condiciones sociales existentes, etc.” y esto, cuando estamos en presencia de un partido pequeño burgués democratizante liderado por dirigentes sindicales.

“Em Tempo”, prosigue:

“(el PT) tiene un significado esencial desde el punto de vista de la construcción de un partido revolucionario, representa una alternativa política visible, viable, confiable, para millones de trabajadores, para toda la vanguardia social emergente” (pág. 18) (sub. del texto).

Esta afirmación está sacada en línea recta del arsenal “teórico” del SU, quien plantea “alternativas creíbles” para todos los países del planeta (el ERP, por ejemplo reunía esa característica de “visible”). Esto prueba que la línea de «Em Tempo’ no tiene nada que ver con las particularidades del PT, y que su interés no es hacer visible y convincente una línea revoluciona-ria, sino declarar como tal a una línea que parezca, momentáneamente, popular. En el caso del PT se puede ver lo nocivo de esta tesis, porque la realidad es que los “millones de trabajado res” no están en el PT y sus militantes obreros son, hasta el momento, una abrumadora minoría. En todo caso esto revelaría que existe una desconfianza por parte de numerosos sectores obreros en relación al PT, y su viabilidad. Por otra parte, la viabilidad del PT depende de su posibilidad de desarrollarse en un sentido revolucionario y ganar realmente la confianza de millones de trabajadores, caso contrario corre el riesgo de un rápido aborto. En el propio folleto de “Em Tempo” se dirá páginas más adelante que “el PT no está acabado, ni podemos garantizar que llegue a un buen resultado” (pág. 27). Pero entonces a que viene lo de alternativa política visible, confiable”, subrayado como “esencial” “desde el punto de vista de la construcción del partido revolucionario”. Lo que se quiere decir aquí es que el PT es grande, amplio, tiene una audiencia a diestra y siniestra, y esto permitiría a los revolucionarios «romper el círculo vicioso de la pequeñez”, como se afirma algunas líneas arriba en la misma página. Este es el argumento de mayor “peso” que se le ha ocurrido a “Em Tempo” para justificar una conducta contemplativa y acomodaticia en el PT: permite participar de algo grande, visible para millones de trabajadores y hacerse la ilusión de que la falta de principios y a confusión, la amplitud oportunista de una organización pude facilitar el avance del marxismo, negándose a defenderlo “desde ya”. Se engañan a sí mismos. Pero examinemos brevemente para concluir esta particular teoría sobre el “círculo vicioso de la pequeñez”.

¿El círculo vicioso de la pequeñez o la pequeñez del círculo vicioso?

En el capítulo introductorio del folleto se busca una explicación para justificar la crisis del movimiento revolucionario y la inexistencia, desde la degeneración de la III Internacional de organizaciones revolucionarias de masas. Precisamente la explicación se encontraría en el «círculo vicioso de la pequeñez”. Siendo extremadamente reducidas estas organizaciones no atraerían a los obreros de vanguardia porque su “eficacia en la lucha de clases no es clara”.

Así, “es el ‘círculo vicioso de la pequeñez’ que explica la paradoja de que las organizaciones que aseguran la continuidad de la experiencia histórica proletaria y de su programa no sean en su mayoría organizaciones de composición predominantemente obrera: es claro que los militantes obreros dan una importancia muchas veces mayor al problema de la eficacia de los partidos obreros en la conducción de sus luchas” (pág. 14).

Tenemos así un expediente simple -numérico- para justificar la bancarrota de las organizaciones del Secretariado Unificado y de sus amigos de la nueva vanguardia. Ella sería el resultado ineluctable del reducido número de militantes y no de sus propios errores políticos y no de su debilidad teórica y no de su incapacidad para penetrar en el movimiento obrero. La degeneración teórica y programática del SU estuvo frecuentemente dictada por la búsqueda de vías ficticias para salir del «círculo vicioso de la pequeñez”. Para esto fue que el SU se acomodó al foquismo castrista en la década del 60 y ahora al sandinismo; Moreno al peronismo y a todas las variantes frentistas populistas en la Argentina desde hace una década; la OCI a una política de adaptación al gobierno Mitterrand y que el propio “Em Tempo” se lanza ahora a la apología sin principios del PT. ¿Y salieron de la pequeñez? No, añadieron al número insignificante una completa falta de autoridad política.

La “eficacia” de una organización revolucionaria no puede analizarse en general. Puesto que una organización revolucionaria se prepara para ser “eficaz” en la revolución es absolutamente natural que en diversas circunstancias aparezca como «ineficaz” frente a la masa de los trabajadores: tiene que navegar contra la corriente, cuestionar las ilusiones dominantes en el movimiento obrero, etc. … Además, lo que para los trabajadores puede ser eficaz en un momento determinado no puede ser elevado a principio estratégico, y a la larga se torna ineficaz, en relación al desarrollo de la situación política, de su propia experiencia, de los cambios en el ánimo de las masas, etc. Por lo tanto la búsqueda abstracta de la eficacia no es un parametro que sirva para guiar la construcción de una organización revolucionaria y puede ser la fuente del más craso oportunismo. Si la “pequeñez” fuese un «círculo vicioso” las organizaciones revolucionarias estarían condenadas a vegetar como sectas toda su vida. Ahora, si el temor a la pequeñez es substituido por la aceptación oportunista de lo grande, de lo amplio, de las organizaciones que tienen una mayor audiencia indiscriminada pero carecen de una perspectiva revolucionaria, lo que está cuestionado es la eficacia que estas organizaciones puedan tener para dirigir la revolución. La eficacia del PT actual para agrupar en la confusión a dirigentes sindicales, intelectuales pequeño burgueses y sectas de izquierda es “desde ya” totalmente ineficaz para preparar al partido frente a cambios bruscos en la situación, frente a la necesidad de orientar a la clase ante la agudización de la lucha de clases en Brasil y trazar un rumbo revolucionario para el desarrollo de las luchas obreras. Para esto el PT no se encuentra en absoluto preparado.

Flaco favor le hacen a la revolución posiciones como las de “Em Tempo” que plantean que la lucha por el programa marxista debe ser guardada en un cajón para un futuro imprevisible. Se puede salir así del «círculo vicioso de la pequeñez”, pero sólo para integrarse al gran círculo del oportunismo.

NOTA:
(1) Como las aberraciones de los pseudotrotskistas deforman considerablemente el desarrollo de la nueva generación, que no conoce la tradición histórica del marxismo, nos parece muy útil citar «in extenso” la posición de Lenin y la socialdemocracia rusa frente a la política del Zar y de la policía rusa de crear sindicatos legales, que permitiesen sustraer a los obreros rusos de la influencia socialdemócrata.

La legalización de los sindicatos obreros no socialistas y no políticos ha comenzado ya en Rusia, y no cabe la menor duda que cada paso de nuestro movimiento obrero socialdemócrata, que crece en progresión rápida, alentará y multiplicará las tentativas de legalización, realizadas sobre todo por los partidarios del régimen vigente, pero también, en parte, por los mismos obreros y los intelectuales liberales. Los Vasíliev y los Zubátov han izado ya la bandera de la legalización, los señores Ozerov y Worms ya les han prometido y facilitado su concurso, y la nueva corriente ha encontrado ya adeptos entre los obreros. Y nosotros no podemos dejar de tener en cuenta esta corriente. Sobre la forma en que hay que tenerla en cuenta, difícilmente puede existir entre los socialdemócratas más de una opinión. Nuestro deber consiste en desenmascarar de continuo toda participación de los Zubátov y los Vasíliev, de los gendarmes y los popes en esta corriente, y revelar a los obreros las verdaderas intenciones de estos elementos. Nuestro deber consiste en desenmascarar asimismo toda nota conciliadora, de ‘armonía’, que se deslice en los discursos de los liberales en las reuniones obreras públicas, ya se deban estas notas a que dichas gentes abriguen el convencimiento sincero de que es deseable una colaboración pacífica de las clases, ya a que deseen congraciarse con las autoridades, o a inhabilidad simplemente. Tenemos, en fin, el deber de poner en guardia a los obreros contra los lazos de la policía, que en estas reuniones públicas y en las sociedades autorizadas observa a los ‘más despiertos’ y trata de aprovecharse de las organizaciones legales para introducir provocadores también en las ilegales.

“Pero hacer todo esto no significa en absoluto olvidar que la legalización del movimiento obrero nos beneficiará, en fin de cuentas, a nosotros, y no, en modo alguno, a los Zubátov. Al contrario, precisamente con nuestra campaña de denuncias separamos la cizaña del buen grano. Ya hemos indicado cuál es la cizaña. El buen grano está en interesar en las cuestiones sociales y políticas a sectores obreros aún más amplios, a los sectores más atrasados; en liberarnos, nosotros, los revolucionarios, de las funciones que son, en el fondo, legales (difusión de obras legales, socorros mutuos, etc.) y cuyo desarrollo nos dará infaliblemente cada vez más y más materiales para la agitación. En este sentido, podemos y debemos decir a los Zubátov y a los Ozerov: ¡Trabajen ustedes, señores, trabajen! Por cuanto tienden ustedes una celada a los obreros (mediante la provocación directa o la corrupción ‘honrada’ de los obreros con ayuda del ‘struvismo’), nosotros ya nos en-cargaremos de desenmascararles. Por cuanto dan ustedes un paso efectivo hacia adelante —aunque sea en forma del más ‘tímido zigzag’, pero un paso hacia adelante—, les diremos: ‘ ¡Sigan, sigan!’ Un paso efectivo hacia adelante no puede ser sino una ampliación efectiva, aunque minúscula, del campo de acción de los obreros. Y toda ampliación semejante ha de beneficiarnos y precipitará la aparición de asociaciones legales en las que no sean los provocadores quienes pesquen a los socialistas, sino los socialistas quienes pesquen adeptos. En una palabra, ahora nuestra tarea consiste en combatir la cizaña. Nuestra tarea no consiste en cultivar el grano en pequeños tiestos. Al arrancar la cizaña, desbrozamos el terreno para que puede crecer el trigo.” (“Qué hacer”,
ed. Akal, 1974, España; págs. 113-115).

Fueron precisamente los sindicatos legales zaristas de Zubátov los que, con el cura Gapón a la cabeza, declararon la huelga general y la confrontación que produjo el estallido de la revolución de 1905.


El desbande del Comité Internacional

Jorge Altamira Julio Magri

Con una rapidez asombrosa, el Comité Internacional (CI), fundado por el CORCI y la FB, en diciembre de 1980, se dividió 9 meses después. La lucha de clases, rápidamente, hizo entrar en crisis los planteamientos del CI y todos los problemas políticos y organizativos que se intentaron tapar con la «unificación” saltaron al primer plano. En lugar de abrir una discusión honesta y avanzar hacia una clarificación de las posiciones políticas en divergencia, los componentes del CI se precipitaron por la vía de los métodos del faccionalismo, las expulsiones sumarias y las acusaciones de todo orden. Esto se puede ver gráficamente en lo siguiente: de los centenares de páginas de la polémica”, sólo 15 escasas carillas corresponden a la discusión política, las restantes son denuncias, acusaciones, resoluciones y actas-sumarias de maniobras.

Todos esos métodos organizativos traducen el fracaso político del CI, que se mostró incapaz de organizar en sus filas la discusión política. Más aún, contra lo que proclamaban a diario, es decir, que marchaban hacia el centralismo y que la “unidad” era tal que ya no quedaban rastros de las corrientes que lo habían conformado, apenas se produjeron las divergencias salió a luz la estructura organizativa y política real del CI: la disolución de las Tendencias había sido ficticia, funcionaban por acuerdos, reinaba el federalismo; en síntesis, no eran una organización realmente internacional, no estaban basados en una real actividad colectiva internacional de organizaciones efectivas y reales en cada país. Por eso se dividieron con tanta facilidad; por eso pudieron tirar por la borda, en cuestión de horas, al “Comité Internacional”.

Podemos extraer un primer balance de esta división. Las unificaciones apresuradas, sin principios, son una fuente de confusión política. Pero una vez que las divergencias políticas se abren paso, se plantean dos alternativas. Una es que sus componentes organicen la discusión, lo que permitiría un avance en la clarificación política. La discusión podría absorber las divergencias o conducir a la división, pero en ambos casos, sobre bases políticas claras y delimitadas. En cualquier circunstancia, el resultado sería un progreso en la comprensión y en la elaboración del programa. La otra alternativa es que se ahogue la discusión, por mezquinos intereses de preservación. El resultado es el encubrimiento de los desastres políticos, el mayor apartamiento de la vía revolucionaria de esas corrientes y la confusión y desmoralización de sus militantes.

Esto último es lo que ha ocurrido con el CI (para lo primero faltaba no solo principios políticos y revolucionarios sino también honestidad). Si la «unificación” tuvo un carácter regresivo;- lo mismo ha ocurrido con la división. Fue una escisión no preparada, sin delimitación política, rápidamente ahogada, y, por lo tanto, una fuente de confusión y desmoralización política para las bases de esas corrientes.

La Tendencia Cuarta Internacionalista (TCI) ha ido marcando paso a paso el fraude político del Comité Internacional, y nuestro pronóstico sobre su inevitable fracaso ha tenido una contundente confirmación. Para entender la bancarrota del CI es inevitable remitirse a lo dicho por nosotros desde el comienzo.

Los componentes del Comité Internacional

El Comité Internacional (precedido por el Comité Paritario, constituido en octubre de 1979) fue el resultado de un fraude político. Este es un punto fundamental que debe quedar claro de entrada. La división del CI resulta de una falla de origen, y no de problemas derivados de un desarrollo.

De un lado estaba la OCI, para quien las divergencias históricas con el revisionismo corporizado en el Secretariado Unificado (revisionismo que se expresaba en el seguidismo de éste a los movimientos pequeño burgueses de los países atrasados aliado a la burocracia moscovita) habían dejado de tener un carácter de principios. Es así que la OCI fue virando hacia un planteo de unificación con el SU, al que pasó a calificar de organización revolucionaria basada en el Programa de Transición y parte del mismo tronco de la gran familia trotskista, como una de sus ramas.
Posiblemente hubo en este viraje el cálculo de que ello podría escindir a la sección francesa del SU, donde existía un grupo pro-OCI y al propio SU, entre la corriente encabezada por el SWP y el mandelismo, dadas las divergencias que existían entre estos en tomo de una serie de cuestiones y también en torno de la propia apertura de un proceso de unificación con la OCI. La OCI actuaba en base a una caracterización de la crisis del SU, en la cual la corriente de Mandel personificaba al “centrismo” rescatable contra la que sería la franca derecha antitrotskista dirigida por el SWP -aunque, claro está, desde 1972 a 1979 caracterizaban a la fracción de Mandel como esa derecha y al SWP como un partido obrero revolucionario. (El morenismo, nucleado en la fracción bolchevique, no entraba, aparentemente, ni en los cálculos ni en las caracterizaciones de la OCI). Pero la OCI proponía la unificación con el conjunto del SU, es decir con las dos corrientes (además de otras meno- res), y de ningún modo reclamaba la ruptura del centrismo con la derecha. Como era una maniobra sin principios, los cálculos de beneficios organizativos se anteponían a la lucha política de posiciones. La OCI fue tan lejos por este camino que no abrió la boca ante el pasaje abierto del SWP a las posiciones del castrismo (formulado en enero de 1979, en ocasión del XX aniversario de la revolución cubana), ni tampoco ante el apoyo político incondicional del SU al sandinismo y al gobierno de reconstrucción nacional de Robelo y Chamorro en julio de 1979. El Bureau del CORCI, en octubre de 1979, no tuvo ningún problema en considerar un texto de Mandel, enmendado por Lambert, “como un texto de principios». Ni en ese texto ni en ningún otro, el CORCI formuló alguna objeción al curso pro-castrista y pro-sandinista del SU, más aún, Lambert en sus enmiendas proponía que las cuestiones de la coexistencia pacífica, el stalinismo, el castrismo, de: “en una palabra, todas las cuestiones que son el objeto de las más vivas discusiones en las organizaciones que se reclaman de la IV Internacional” (“La Verité” nro. 589, diciembre 1979, pág. 85) quedaran para ser tratadas más adelante. Con toda razón S. Just, dirigente de la OCI reconoció un mes después de constituido el Comité Paritario, que “su constitución no estaba en nuestras perspectivas…” (I.O. nro. 925, 24/11/79), porque éstas no eran sino las de la unificación con el SU.

De otro lado estaba la Fracción Bolchevique. Esta se encontraba, al revés, dentro del SU desde su fundación en 1963 y se había propuesto, como aún lo reconocían en diciembre de 1980, “disputar la dirección de la IV Internacional para el XI Congreso” (Informe de actividades de la FB, pág. 6). La FB concentró su plataforma política en la crítica a la concepción e dictadura del proletariado” de la mayoría del SU, para proponer una concepción más revisionista aún, pues identificaba el fortalecimiento de las burocracias de los estados obreros con la defensa de éstos y proclamaba perimida la teoría marxista de la dictadura del proletariado como una transición hacia la abolición del Estado y como una etapa en la que éste va agonizando (ver crítica en Internacionalismo nro. 2).

Respecto a la línea del SU de apoyo al castrismo y al sandinismo, la FB le había tomado la delantera desde mucho tiempo antes. Ya en noviembre de 1977, la FB había caracterizado el frente del FSLN con la burguesía opositora como “un fenómeno contradictorio”, esto es, “regresivo en tanto forma parte de la estrategia mundial del imperialismo americano, pero enormemente progresivo en tanto puede llevar al fin la dictadura somocista y a detonar antes o después un potente movimiento de masas en el país (“Revista de América” nro. 6, noviembre de 1977, subrayado nuestro). Es decir, que lo que llevaría al fin del somocismo era el resultado de una estrategia mundial del imperialismo, y no que esta estrategia era «un freno interior” a la victoria completa de la revolución. Toda la trayectoria de la FB apuntaba hacia su disolución política y organizativa en los movimientos pequeños burgueses y nacionalistas.

Lo real es que la FB no contaba con ninguna base política, ni organizativa, para poder convertirse en dirección del SU, por lo que sus textos eran una mezcla de un faccionalismo espeluznante con el super-autoabultamiento de sus cifras de militantes para reclamar una representación en el Congreso del SU, diez veces mayor que la real.
La posición de la FB frente a la propuesta de unificación efectuada por la OCI fue planteada en la reunión de éste del 31 de marzo al 4 de abril de 1979 (o sea, a sólo 6 meses de unificarse con el CORCI —OCI—) y que fue rechazado por la mayoría del SU. Allí sostenían:

“Que el CORCI es una organización trotskista cuyo rasgo dominante es el sectarismo y que además en estos momentos atraviesa una crisis que lo está llevando a la desaparición como organización internacional, así como a serias crisis en sus organizaciones nacionales” y proponía “no concretar una unificación internacional antes de que transcurra un año de trabajo conjunto” y “previa unificación nacional de la OCI y la LCR francesas como mínimo” (Boletín mensual de la FB, abril 1979, anexo 4).

Esta moción ilustra varias cosas. Primero, reivindicaba al SU, ante el cual el CORCI era una “secta en disolución”. Segundo, buscaba someter a la OCI a un proceso de integración con la LCR, o sea, procesar el ingreso pleno de la OCI al SU a través de su disolución política y organizativa previa. Tercero, que este proceso se extendiera para después del XI Congreso, a fin de que el lambertismo no se sumara a la mayoría del SU y dejara a la FB en una superminoría.

A fines de setiembre de 1979 estalló una crisis en el SU que tuvo como detonante la expulsión de la Brigada Simón Bolívar por el gobierno nicaragüense. Esta “Brigada” fue formada por la FB en una línea de pleno apoyo al FSLN. Si bien casi no llegó a actuar (llegaron a Nicaragua cuando el FSLN hacía su entrada en Managua), se presentaron con las banderas del FSLN y hasta se llegaron a pavonear por haber sido recibidos por la Chamorro y Robelo, en Costa Rica.

El SU exaltó la formación de la BSB y “Rouge” (órgano de la LCR francesa), en su primera página, saludó a “nuestros primeros combatientes” en suelo nicaragüense. Para la mayo-ría del SU, la maniobra de la FB de formar la BSB al margen suyo estaba ampliamente compensada por la audaz iniciativa de enviar un contingente, aunque sea pequeño, a respaldar al FSLN, lo que podía abrir amplias posibilidades de colaboración con el sandinismo.

La crisis en el SU estalló, no cuando la BSB se formó, lo que muestra que no existían orientaciones divergentes, sino cuando fue expulsada. En la “autocrítica” del PST colombiano ‘ (de la FB) sobre este punto se señala que la expulsión de la BSB no fue por desarrollar un enfrentamiento político con el FSLN, que no existió, sino que la atribuía a la desconfianza del FSLN hacia una organización separada que podía estar haciendo un doble juego. Para el PST colombiano, de acuerdo con esto, lo que se debió haber hecho era disolverse también organizativamente en las filas del FSLN para un trabajo a largo plazo.

Para la mayoría del SU la expulsión de la BSB fue un incidente menor, o directamente una provocación, de la propia FB, que había concluido poniendo en peligro las relaciones con el FSLN. Se daba así el exabrupto de una organización revolucionaria” que no sólo no salía en defensa de sus militantes ante el ataque del FSLN sino que se sumaba a este ataque todo lo cual, a su vez, era compatible con la permanencia de la FB en las filas del SU!
Ante la crisis política en el SU, que colocaba la exclusión de la FB como un hecho, la FB pegó un espectacular viraje político y pasó a denunciar a la mayoría del SU por hacer frente con un gobierno burgués en la represión contra los «militantes trotskistas” y colocándose a sí misma en una orientación de denuncia del FSLN.

Esta crisis hizo estallar el proceso de unificación de la OCI con la mayoría del SU. Primero, porque puso de relieve que las divergencias en la mayoría del SU eran secundarias en relación a su amplio acuerdo con la política de integración con las corrientes pequeño burguesas favorables al compromiso político con la burguesía. Segundo, porque la OCI, manteniendo una caracterización de compromiso con el SU y llevada por la maniobra, siguió por la variante del impresionismo y pasó a ver ahora en la FB a un desprendimiento por la izquierda, que en el seno del SU combatía por posiciones trotskistas revolucionarias, cuando toda su trayectoria e incluso su orientación para Nicaragua, era de integración, más profunda aún que la mayoría del SU, en la política burguesa (disolución en el peronismo, en el centrismo, en el maotsetunismo, defensores de los procesos de institucionalización burgueses, etc.).

La formación del Comité Paritario

La «unificación” en el «Comité Paritario”, del CORCI con la FB (a la semana de excluirse ésta del SU), tenía detrás suyo todo este fraude político. La metodología que se usó para la «unidad” ahondó más el carácter maniobrero del nuevo bloque político.

Cuando organizaciones de largas trayectorias políticas divergentes deciden abrir un proceso de «unidad” se supone primero que han clarificado divergencias y han verificado que tienen principios políticos compatibles con un marco organizativo común. Precisamente, el rasgo común de la OCI y del PST era el de haberse ubicado, en los últimos veinte años, en posiciones antagónicas. Para la OCI, por ejemplo, los movimientos nacionales de contenido burgués que se desarrollan en los países atrasados forman un único bloque reaccionario con el imperialismo opresor. Para el PST, por el contrario, los partidos «democratizantes” de la gran burguesía de esos países, que tienden a actuar en concierto con el imperialismo (UDP boliviana, Robelo y Chamorro en Nicaragua, radicalismo y peronismo en Argentina) tienen un carácter progresivo, por lo que deben ser apoyados. Para la OCI, los sindicatos obreros de masas dirigidos por el nacionalismo burgués son instituciones de la burguesía, anti-sindicatos, mientras que el morenismo los calificaba de «soviets obreros” (como llamó a los sindicatos peronistas). Si para el primero, los burócratas de esos «anti-sindicatos” eran meros funcionarios del Estado burgués, para el PST la burocracia era una expresión de independencia de clase y así apoyaba la normalización de los sindicatos intervenidos por la Junta Militar argentina a través de las «comisiones asesoras” organizadas por los interventores militares y compuesta por los burócratas peronistas. Otro ejemplo era la caracterización sobre la etapa abierta con la reconstrucción económica de Europa, en el plano mundial: para la OCI, se trataba de un período cuyo rasgo dominante era la destrucción absoluta de las fuerzas productivas, la imposibilidad de intentos democráticos formales por parte de la burguesía, sea la imperialista o la semicolonial, y la definición de todas las clases fuera del proletariado como integrantes de una misma «masa reaccionaria”. Para el PST, asistíamos al período de mayor progreso histórico de la humanidad, de gran perspectiva para los procesos burgueses democratizantes y de inmensas posibilidades para substituir la construcción del partido revolucionario, por transformar a las direcciones pequeño burguesas en la dirección de la revolución socialista.

En lugar de proceder a una verificación en la actividad de las divergencias y a su clarificación, procedieron a… «limarlas” a cualquier precio para hacerlas «entrar” en la «unificación”. La FB presentó la unificación como el resultado “inevitable” y «natural” de «dos corrientes históricas trotskistas ortodoxas”, de modo que no era “un hecho milagroso, inexplicable o casual” (Informe de actividades de la FB, pág. 3). Si en la declaración de la Tendencia Bolchevique (noviembre de 1976) todavía se reivindicaba la creación del SU, en 1963, presentando como uno de sus méritos el haber dejado fuera «a los sectarios incurables (Healy, Lambert)”, ahora se decía “que la reunificación de los años 1963 y 1964 fue viciosa y llena de problemas, mal encarada” y que en su momento Moreno, líder de la FB, había alertado “sobre el carácter indispensable de la participación de las dos organizaciones trotskistas de Europa, la dirigida por Healy en Inglaterra y la de Lambert en Francia, para asegurar y permitir una dirección proletaria en el proceso de reunificación” (N. Moreno, I.O., noviembre 1979). El «sectario incurable” o «la secta en desaparición” se transformaba sin ninguna explicación en los guardianes de «la tradición obrera principista del trotskismo”, como explicó Andrés Delgado, del PST, en un mitin de la OCI («Correspondencia Internacional” nro. 1, enero 1980, pág. 98).

La FB presentó la escisión del CORCI de 1979, debido a la polémica de PO con la OCI, en torno a los sindicatos, como «una evolución que iba lentamente abriendo las puertas hacia el acercamiento posterior al PST argentino y la FB, ya que rompieron el POR de Lora en Bolivia y Política Obrera en Argentina, lo que significará un fortalecimiento para el CORCI al desprenderse de sus corrientes nacional-trotskistas” (Informe FB, ídem, pág. 5), y esto, cuando las posiciones del PST, sobre los sindicatos, eran del más crudo oportunismo ya que consideraban a las burocracias sindicales como corrientes independientes de la burguesía, declarando prioritario «en las tareas del PST considerar a la burocracia (sindical peronista) como nuestro principal aliado” (documento T. Bolchevique, agosto 1977) y «orientar todo nuestro trabajo, hacia el frente único con ella”. Más aún, consideraban al planteo de la dictadura militar argentina, de dictar una ley de asociaciones profesionales que sustituyera gradualmente la intervención militar directa por otra de regimentación «institucional”, como progresivo, y así la apoyaron públicamente (documento de la dirección nacional del PST argentino, mayo 1978 -ver también «Opción”, junio y julio de 1978).
Lo que era real en este informe de la FB era el señalamiento del viraje de la OCI hacia la unificación incondicional con el SU, del cual la ruptura con PO y el POR fue un paso importantísimo que creaba un terreno común con el revisionismo en todas sus alas, incluida la FB y el PST.

La formación del CP no tuvo una base de principios ni siquiera en torno a la Brigada Simón Bolívar. Lambert, en julio de 1981, en pleno «idilio” del CI, confesó que «al comienzo, nosotros, del CORCI no sabíamos lo que era la Brigada pero sabíamos que el PST argentino era un partido trotskista” (reportaje en «O Trabalho” nro. 115, 22/7/81, Brasil). Lo primero no le impidió salir en defensa de la orientación y posiciones de la Brigada y formar una «organización” internacional para «reconstruir la IV Internacional”. Lo segundo era falso porque durante toda su existencia la OCI denunció al morenismo como «antitrotskista”.

«No lograrán separarnos -advertía N. Moreno en la conferencia de formación del CI en diciembre de 1980-. No existe maniobra oratoria que nos pueda separar. Es el método y el programa que nos une, son 40 años de lucha por la clase obrera y la IV Internacional”. Casi las mismas palabras empleaba Lambert. «Teníamos una historia común aunque con trayectorias no comunes. La historia común es el programa de la IV Internacional, la historia común era la de la intervención en la lucha de clases a partir de ese programa” («O Trabalho”, ídem). ¡Qué farsa!

Se puede sacar aquí una conclusión. No existe maniobra por más legítima que sea (en este caso, aprovechar las divergencias en el SU) que pueda justificar el reemplazo de la claridad política por el abandono de la delimitación con el revisionismo. Presentada al comienzo por la OCI como una «táctica” para atraerse al SWP y separarlo del mandelismo, pasó a ser la «táctica” para atraerse a este último contra el SWP, para luego  “unificarse” con la FB, al margen de Mandel y del SWP y proclamar que la finalidad de esta “unidad” era la “unificación” con el SU. Como lo importante en las maniobras son sus finalidades políticas, y como el abandono de la diferenciación con el revisionismo significa un viraje político global, el CORCI concluyó disolviéndose políticamente en la corriente más derechista por excelencia del SU, que desplegó y despliega una política de abierta colaboración con la burguesía de su país y ¡de qué trayectoria!

La capitulación ante el frente popular: base de la unificación

A pesar de todo este “floreo” entre el CORCI y la FB, los imperativos de la lucha de clases que actúa como una ley ciega y absoluta sobre todas las clases y partidos, pero por sobre todo sobre oportunistas que creen que podrán librarse de ella, hicieron estallar el compromiso político oportunista del CI. Una de las divergencias más importantes radicó en la estrategia del frente único, tanto en los países imperialistas como en los atrasados.
Es importante, en este balance del CI, señalar que toda la corta trayectoria del CI se centró en el apoyo político a los frentes populares o de colaboración de clases con la burguesía. La actual política de la OCI en Francia, ante el frente popular y la socialdemocracia, impugnada ahora por el PST, estaba en pleno desarrollo cuando se formó el CP y el CI, y estos se pronunciaron en la misma línea que la OCI. Ya vimos que la FB apoyó el frente con la burguesía en Nicaragua, antes del incidente de la Brigada. Pero éstas no fueron los únicos casos de apoyo a la política de colaboración de clases.

Otro caso fue la posición del CP ante el golpe de García Meza en Bolivia. Plantearon, entonces, la “unidad de todos los partidos y de todas las organizaciones obreras y democráticas” con el objetivo de “la lucha por la democracia”, que se expresaba en el reconocimiento de un gobierno (el de Siles Suazo) que había abandonado la lucha y se encontraba en el exilio negociando con el Departamento de Estado.

El CP se colocó a la cola de la burguesa y proimperialista UDP. Planteaba un frente “por la democracia”, sin decir a qué clase de democracia se referían, pues no planteaban el reemplazo del ejército gorila por el armamento del pueblo, no planteaban las medidas antiimperialistas básicas (desconocimiento de la deuda externa, por ejemplo), no planteaban un frente único para poner en pie las organizaciones de las masas ni tampoco un planteo de control obrero de la economía nacional; se trataba pues de un frente para restaurar la democracia formal en la medida estricta en que ésta podía interesar a una fracción de la burguesía y al propio imperialismo. El CP proponía el reconocimiento internacional del gobierno inexistente, especialmente al Pacto Andino y a los EEUU (a éste porque —textual— “ha rechazado públicamente el golpe de Estado”, “Correspondencia Internacional” nro. 1, octubre 1980) es decir, que querían una marioneta dirigida por los yanquis para cerrarle el camino independiente de resistencia a los explotados bolivianos. Ni qué decir que se silenciaba toda crítica a la UDP. Así, exactamente así, concebía el CP el frente único en los países atrasados.

En la misma orientación, el PST en El Salvador pidió, para esa misma fecha, su ingreso al Frente Democrático Revolucionario (FDR) calificándolo de “un paso progresivo en el combate actual contra la dictadura…” (“El Socialista Centroamericano nro. 8, setiembre 1980). Se trataba aquí también del apoyo político a un frente de colaboración de clases, puesto que el FDR es la subordinación de las organizaciones armadas salvadoreñas a un programa, a una estrategia, y a una dirección burguesas; por lo tanto un factor de freno y no de impulso, de la revolución. Otro ejemplo de orientación similar es el Brasil, donde los grupos del CI estaban metidos en el PT sin ninguna diferenciación de su dirección pequeño burguesa (ver artículo en este número).

Hay que detenerse también en Perú porque aquí las posibilidades de desarrollo de los grupos del CP eran muy grandes. En 1978, el FOCEP había obtenido el 12 por ciento de los votos en las elecciones para la Constituyente, dejando muy por atrás al stalinismo y a las corrientes maoístas y centristas. Sin embargo, apenas instalada la Constituyente, un sector del FOCEP (PST, POMR, PRT, Ledesma) y de la UDP presentaron la “moción roja”, que planteaba que la Constituyente se hiciera cargo del gobierno para “resolver las contradicciones del pueblo oprimido” («Revolución Proletaria” nro. 78). Se llevaba, así, a la Constituyente controlada por los partidos de la derecha a la categoría de un Soviet —única institución que puede asumir la tarea de resolver las contradicciones (antagonismo de clases interno y externo) de la nación. La experiencia electoral y parlamentaria hundió en 24 horas el revolucionarismo mal asimilado de estos “trotskistas” peruanos, que siguen un libreto francés (también mal asimilado, porque la Constituyente peruana no era una Convención y porque en el Perú de 1980 es el proletariado y no la burguesía el caudillo revolucionario de la Nación).

Finalmente el CP terminó llevando a la bancarrota a sus grupos peruanos afines cuando se constituyó el ARI, un frente electoral que reunía al 90 por ciento de la izquierda peruana, que levantaba un planteamiento de gobierno obrero-campesino y adoptaba como candidato presidencial a Hugo Blanco. El PST y el POMR se opusieron sin principios y formaron un frente propio, sectario, porque contaban con una tendencia infiltrada en la organización de Hugo Blanco, con la que esperaban forzar a éste a romper con el ARI y prestar su nombre electoral al Comité Paritario. En la maniobra tuvieron éxito, pero en política fracasaron, porque los electores obreros y campesinos repudiaron el divisionismo y le quitaron a Blanco el 90 por ciento de sus votos. “Abandonado” por los “trotskistas” el ARI fue copado por moscovitas y pekineses y se alzaron al rango de segunda fuerza electoral del país (por encima del APRA) y los grupos del CP se fueron a la bancarrota. En el informe de actividades de la FB de diciembre de 1980 se señalaba, acertadamente, que la situación del PST peruano es de “un panorama verdaderamente desolador” (sobre Bolivia decían que era «parecido” a Perú, con un trabajo “gris, mezquino”), lo que era atribuido a problemas organizativos y de compañeros (sic).

Por último, toda la orientación del PST argentino —como veremos más adelante- se basaba en el reclamo a los partidos burgueses a conformar un frente político, incluido el ala videlista de las FFAA, para una “apertura política”.
Necesariamente esta orientación se reflejará en las «tesis programáticas constitutivas del CI, donde no hay ni un capítulo de análisis del Frente Popular siendo, como afirmó Trotsky, “la cuestión principal de la estrategia de la clase proletaria”. Esta omisión era más significativa aún porque en Francia, donde el CI tenía la principal sección, existía un frente popular en vísperas de llegar al gobierno.

Que sobre esto en las “tesis” no hubiera ni una palabra, se complementaba con la ausencia de un capítulo dedicado al análisis y caracterización de la socialdemocracia. Salvo dos o tres párrafos, la socialdemocracia no era siquiera mencionada, al punto que parecía una cosa del pasado.

En nuestra crítica a las “tesis” del CI pusimos de relieve ese hecho. «Es significativo esto —escribimos en «Internacionalismo” nro. 3— Porque tanto el CORCI como la FB están metidos hasta el cuello en la estrategia de desarrollar ‘partidos socialistas’ y lo plantean sin ninguna delimitación de la II Internacional” y concluíamos que “el propósito de esta omisión es quedar con las manos libres para todo tipo de maniobras políticas”. Esto se veía confirmado en que las dos o tres menciones de la socialdemocracia eran con el propósito de embellecerla. Se afirmaba, por ejemplo, que la socialdemocracia había cesado de jugar un papel contrarrevolucionario principal después de la segunda postguerra o que aquella era dependiente de la «democracia burguesa” por lo que se ubicaba como antagónica con las formas bonapartistas o con las dictaduras militares, confiriéndole alguna progresividad. Esto, como veremos enseguida, coincidía plenamente con las posiciones políticas de la OCI respecto a Mitterrand y el PS francés.

El apoyo al frente popular francés es la base de la constitución del Comité Internacional

El Comité Paritario se formó en octubre de 1979. La «crítica’ del PST a la OCI es de octubre de 1981. La actual política de la OCI estaba en pleno desarrollo cuando se formó el CP y durante dos años la FB respaldó la orientación de la OCI. Esto, además, lo dice explícitamente el propio documento del PST que critica a la OCI, pues, repetidamente, elogia la conducta política de la OCI hasta mayo de 1981.

La estrategia política de la OCI, desplegada en los últimos 5 años, parte de la caracterización de que la socialdemocracia francesa, encarnada en la dirección de Mitterrand, es antagónica a la V
República gaullista y está, por lo tanto, objetiva y subjetivamente, por la liquidación del régimen bonapartista abierto por De Gaulle en 1958.

«En tal sistema (de la V República) no tiene cabida un partido socialdemócrata poderoso… el político burgués de ‘izquierda François Mitterrand se convirtió en dirigente de un poderoso partido socialdemócrata cuya vocación gubernamental es liquidar la forma bonapartista de gobierno, forma que las masas, obligadas por la situación, deberán liquidar mediante su movilización ‘ (“Correspondencia Internacional” nro. 5-6, febrero-marzo 1981).
El vocero del Comité Internacional retomaba los análisis y orientaciones de la OCI que explicaba el resurgimiento del PS francés “como partido no colaborando con los gobiernos de la V República», situado “sobre el terreno de la unidad de acción con el PCF” y respondiendo “a las aspiraciones unitarias” (“La Vérité” nro. 592, junio 1980, S. Just, pág. 64). La OCI afirmaba que esa característica antibonapartista de los PS en general los llevaba “a jugar un rol particular como fue el caso en Portugal en 1975 o como lo es hoy el del PS en Francia” (“La Venté” nro. 586 pág. 108, abril 1979). Es significativa esta mención al ejemplo portugués porque en 1975 el PS se opuso a una de las fracciones militares que quena instaurar un régimen bonapartista con apoyo del PS. Fue este último bloque el que liquido los comités de obreros y de soldados que existían en Portugal.

Para la OCI la «vocación” del PS es la de “liquidar la forma bonapartista de gobierno», es decir al Estado burgués que existe concretamente bajo la forma de ese régimen. El PS no so o tendría así un alto valor progresivo sino que estaba evolucionando hacia un partido realmente independiente de la burguesía. A esta conclusión llegaba la OCI puesto que afirmaba que todas esas “particularidades” le daban al PS “la posibilidad de un cierto desarrollo, de un reagrupamiento en su seno de militantes obreros que buscan las vías del combate por el frente único de clase para terminar con Giscard y la V República y sus instituciones bonapartistas” (“La Venté” nro. 586, abril 1979, pág. 109).
Como para la OCI “la suerte del PS está estrechamente ligada al parlamentarismo burgués” y “en la V República y sus instituciones bonapartistas del parlamento es un mero apéndice del poder ejecutivo…” (C.I. nro. 5-6, febrero-marzo 1981), el PS tenía por delante un papel enormemente progresivo.

Pero que el parlamento sea un apéndice del ejecutivo es algo que tiene sin cuidado a los partidos reformistas, pues cuanto más bastarda sea su existencia política, mejor -menor su responsabilidad ante las masas trabajadoras. Adjudicarle a los PS una vocación irreconciliablemente par amentaría es acreditarles una vocación realmente empeñada en la reforma social. Se olvida que fue el PS francés anterior a Mitteirand un artífice esencial del ascenso de De Gaulle (1958) así como de su consolidación. En realidad toda la sapiencia de la OCI se reducía a esto en un régimen como el francés, si el ejecutivo y el legislativo no están en las manos del mismo partido, puede plantearse una crisis institucional. Pero de ocurrir esto, la vocación del PS va a ser la de cerrar las brechas y evitar que la herida se abra. Como quiera que Mitterrand consiguió el ejecutivo y mayoría en el parlamento, ésta perspectiva no se dio. Desde 1975 Mitterrand viene reafirmando que será fiel a las instituciones gaullistas, y ni qué hablar a la principal de éstas, el ejército, que fue el que llevó a De Gaulle al poder y que es la única y verdadera fuerza del ejecutivo francés, como se vio en mayo de 1968 (la negativa del ejército a intervenir obligó a De Gaulle a llamar a un referéndum, que perdió).

En la polémica de PO con la OCI, en 1978, pusimos de relieve que era absolutamente falsa la idea de que la socialdemocracia tuviese una especie de ligazón inamovible con la “democracia burguesa”. Mostramos que el modelo de la socialdemocracia, el PS alemán, no se desarrolló en un régimen parlamentario (“hoja de parra del emperador alemán” —Marx), que los principales líderes socialistas españoles formaron parte de la dictadura de Primo de Rivera, etc. (ver “Respuesta a Just”, por Aníbal Romero, año 1979). Más recientemente, están los ejemplos de adaptación del PSOE a la monarquía de Juan Carlos y la del PS portugués al Gral. Eanes. La tendencia parlamentarista del PS es secundaria y totalmente subordinada al objetivo central que es la defensa del Estado burgués imperialista.

Lo que también es importante señalar aquí es que el ala de Mitterrand encarnaba, dentro del PS, al sector partidario de construir la “Unión de Izquierda”, esto es un Frente Popular, en el marco del régimen, contra las otras alas que se orientaban hacia un bloque parlamentario con el sector de Giscard (Rocard). Es falso pues que la “suerte” del PS estuviese ligada al parlamentarismo, porque sus dos corrientes fundamentales planteaban la integración con el régimen bonapartista o el frente popular. (En todo caso Rocard era más “parlamentarista” que Mitterrand, ya que éste buscaba formar una nueva mayoría para gobernar, mientras que aquél planteaba basarse en combinaciones parlamentarias cambiantes).

Ahora bien, con el desarrollo de la crisis del bonapartismo, profundizado con la huelga general de mayo de 1968, no sólo el PS sino partidos de la propia burguesía entraron en contradicción con este régimen específico del estado burgués (Giscard votó contra De Gaulle en el referéndum que provocó la caída del Bonaparte). Esa contradicción significaba, precisamente, que en el campo burgués surgían fuerzas que se prestaban a tomar el relevo del régimen en decadencia, pues de lo contrario se crearía con seguridad una crisis revolucionaria. Pero esto no significa que el partido burgués o socialista van a luchar contra el régimen existente, ni mucho menos que van a buscar su liquidación o desmantelamiento, porque ello es incompatible con su función de defensores del Estado Burgués. La OCI abandonó el análisis de la política en base a la lucha de ciases, para reducirla a combinaciones parlamentarias. Esto, porque el antagonismo abierto entre el PS, o un gobierno del PS, y la V República, sólo puede aparecer como un refino-deformado de la agudización de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, en el que el PS juega como factor consiente  (y no es, en tanto que partido, sino un factor consiente) un rol frenador y contrarrevolucionario.

El PS es un partido obrero-burgués, en el sentido de que es obrero, por su forma, y burgués, por su contenido, es decir por su programa y función política. Este partido, totalmente en crisis, fue reconstruido en la última década por un conjunto de corrientes provenientes de formaciones burguesas ajenas a la socialdemocracia francesa (como la del propio Mitterrand) y a medida que la crisis del gaullismo, agravada por la huelga general de 1968, planteaba la cuestión del recambio. En el PS francés la burguesía está presente de un modo diferente a otros PS, porque aquí está organizada en forma de fracciones autónomas (CERES, Rocard, Mitterrand). El PS francés es, hasta cierto punto, por esta razón, un frente popular en forma de un partido.

Esto, todavía, no agota el problema. El PS es un partido ligado a la clase obrera pero de una base social compuesta pre-dominantemente por la clase media profesional y tecnócrata. Si se analiza la composición de los gabinetes ministeriales, de los responsables designados en las empresas públicas y en las empresas a nacionalizar, se ve que más del 50 por ciento son elementos sin partido, o directamente giscardianos-gaullistas, que sirvieron durante más de una década en funciones similares en el régimen bonapartista, y el resto son “socialistas” que formaban parte de los “staffs” de las empresas públicas y sociedades mixtas designados por Giscard-Pompidou, etc. Es esta capa social, compuesta de dirigentes asalariados del Estado o de dirigentes directos del capital que se convierten ahora en ejecutivos de las empresas nacionalizadas y a nacionalizar, la que asciende con Mitterrand. Esto, explica el entrelazamiento que se ha producido entre el gobierno “socialista” y el régimen de la V República.

Hay que también agregar en este desarrollo otra cuestión importantísima. La reconstrucción del PS comenzó con una estrategia de frente popular que llevó, a inicios de la década del 70, a la formación de la “Unión de Izquierda”, esto es, la alianza del PS, PC y el grupo burgués (MRG), radicales de izquierda. El stalinismo francés tomo la iniciativa en 1975 de romper la Unión de Izquierda, como una forma de defensa del régimen giscardiano, para lo cual caracterizó como enemigo principal, no a Giscard, sino al PS.

Ante la ruptura de la Unión de Izquierda, se desarrollaron en el PS dos tendencias, la de Mitterrand, con la estrategia de reconstruir el frente popular, y el rocardismo, de armar una coalición política con Giscard. Predominó el ala de Mitterrand, lo que significaba una línea de oposición política a Giscard y de oposición al “divisionismo” del stalinismo. Aunque el PS no estaba en el mismo frente político con el PC, Mitterrand planteaba acceder al gobierno con una estrategia de Frente Popular es decir, con el PC y los radicales y gaullistas de “izquierda”. Para la OCI, en cambio la oposición al viraje “divisionista” del PC colocaba al PS en una línea de “unidad obrera” y la o- posición política de éste al giscardismo en una estrategia de a- taque al régimen burgués. El divisionismo del PC provocó una alteración óptica en la OCI, pues se olvidó que si Mitterrand quería una unidad ’’obrera” con el stalinismo (esta unidad es también burguesa si no plantea el armamento del proletariado), también quería y realizaba una unidad burguesa con gaullistas y radicales renegados.

Otra alteración óptica fue provocada por las características de la elección presidencial de mayo de 1981. Como de un lado había un candidato burgués, Giscard, y del otro uno “obrero», Mitterrand, éste apareció encamando la lucha real contra la burguesía, al punto de que la propia izquierda revolucionaria estaba obligada a llamar a votar por él. Pero aún bajo esta forma “pura”, Mitterrand, por su política, era el candidato de una forma del propio régimen burgués actual.

Una muestra: las elecciones parlamentarias de 1978

Ya en las elecciones parlamentarias de 1978 fue clara la línea de capitulación de la OCI ante el frente popular. Es necesario recordar que para ganarse la confianza de un sector de la burguesía, Mitterrand aseguró de antemano que, en caso de una mayoría parlamentaria no pondría en cuestión la presidencia de Giscard, respetando las «instituciones” de la V República.

La OCI elaboró alrededor de esas elecciones el siguiente pronóstico: “cualquiera que sean los obstáculos que se levanten en el camino de las masas, más temprano o más tarde, antes de las elecciones, como resultado de las elecciones o después de las elecciones” se abrirá “la crisis revolucionaria” (“IO”, nro. 842, 15/3/78). En otro lugar decían que “una mayoría en votos y en electos del PS-PCF hacía concreto el objetivo de un gobierno PC-PCF sin ministros de las organizaciones y partidos burgueses. Esto significaba la muerte de la V República, la apertura de la crisis revolucionaria” (“La Verité” nro. 581, pág. 14).

¿Para quién se hacía “concreto” un gobierno “sin ministros burgueses? Para el PC y el PS por supuesto que no, ya que estos estaban empeñados, uno, en lograr que continuara el gobierno de Giscard, y el otro en formar gobierno con el PC y la burguesía frentepopulista. ¿Para los obreros? ¿De qué modo, si estos siguen confiadamente a los partidos que, según la OCI, están obligados a liquidar la V República? Lo correcto era decir que una mayoría parlamentaria PC-PS ponía sobre estos la responsabilidad de poner un gobierno obrero independiente, pero que estos la rehuían como a la peste. Por tanto la lucha por una mayoría obrera debía ir acompañada de la lucha por darse los medios de tirar abajo a Giscard e imponer un gobierno realmente obrero. Esos medios podían ser los comités de acción, comités por un gobierno realmente obrero independiente formado por el PC, el PS, los sindicatos.

En base a su orientación, la OCI centró su campaña en el siguiente slogan “Los dirigentes del PS se han comprometido a desistir (a votar en el segundo turno por el candidato de “izquierda” -o sea PC, MRG— ahí donde éste esté mejor colocado). Si los dirigentes del PC se comprometen a desistir (por el PS), el 12 de marzo mayoría PC-PS; el 19 de marzo, la victoria” (“IO”, 841). La victoria del frente popular. Además se ocultaba que el PS se comprometía a desistir no sólo por el PC sino también por el MRG y que, en 34 circunscripciones, le había cedido a éste las candidaturas.

En la primera vuelta de esas elecciones, los partidos que sostenían al gobierno obtuvieron el 46,5 por ciento de los votos, y el PC, PS y la llamada extrema izquierda el 46,3 por ciento. Los votos restantes se repartieron entre MRG, ecologistas y o- tras formaciones menores. La OCI dedujo de aquí que existía “una mayoría PS-PCF (“La Verité”, nro. 581, abril 1978), sumando a los votos de estos los del MRG y la mitad de los ecologistas, (lo cual aun así le daba el 49,45 por ciento). “Es perfectamente legítimo sumar votos y porcentajes obtenidos por el PCF, PS., MRG y la llamada extrema izquierda y agregarle la mitad de los votos y del porcentaje de los ecologistas, cuya función ha sido de diversión en este escrutinio…” (“LV”, Ídem) Hay que detenerse en esto porque todo este ejercicio matemático de la OCI apuntaba, ya no a abstraer de los partidos obreros su naturaleza frentepopulista, sino a considerar los votos a un grupo burgués —el MRG— como votos obreros. Si esto es así, ¿cuál es la diferencia entre la “Unión de Izquierda” y la suma de la OCI? Más aún, había que haber propugnado porque el PS y el PCF se presentaran con el MRG en un frente electoral unido, ya que esto hubiera ampliado “los votos y porcentajes”…

Por último, concluyeron encubriendo el apoyo del PS a los candidatos del MRG, presentando a la dirección socialdemócrata como autocriticándose por ese “desliz” cuando se trató de una política tradicional y consiente. “Al interior del PS, de la base a la cúspide, —sostuvo la OCI (“La Verité” nro. 581) — se afirma la opinión ( ¿dónde, quién, cuándo?) que fue un error costoso abandonar 34 circunscripciones a los radicales de izquierda quienes, en todos lados, tuvieron un número de votos inferior al que hubiera obtenido un candidato del PS”. Nuevamente la técnica electoral intenta sustituir el análisis de clase; lo cierto es que la “cúspide” no lo consideró un “error” como lo volvieron a mostrar en las elecciones “parlamentarias” europeas de 1979 y en las legislativas de junio de 1981 cuando los radicales de izquierda integraron las listas del PS. Todo esto fue criticado por PO en los años 1978 y 1979 lo que demuestra que el pasaje de la OCI a las posiciones del frente popular no comenzó en junio de 1981. (Ver “Destrocemos la provocación de Just-Lambert” por Rafael Santos, ed. PO, 18/2/79 y también PO nro. 302 (30/10/79).

La OCI y las elecciones de 1981

Toda la campaña electoral de la OCI se basó en la mistifica- e que las elecciones presidenciales fueron un combate clase contra clase, la burguesía, de un lado, la clase obrera y las masas explotadas, del otro” (“Informe del BP de la OCI preparatorio del XXVI Congreso”, 29/7/81).

Que la masa de la burguesía se haya puesto de un lado, y la masa del proletariado y los oprimidos del otro, revela la pureza clasista que está adquiriendo la lucha política en Francia. Pero ésta no se presentó realmente así, pues, de un lado y de otro, los que se encontraban en la dirección eran direcciones burguesas. El fraude del Frente Popular consiste, precisamente, en que la representación de las masas es asumida por partidos obreros contrarrevolucionarios, coaligados políticamente con la burguesía. La candidatura de Mitterrand, aunque en su forma obrera, era por su contenido, de frente popular. Por lo mismo, las elecciones no fueron un «combate clase contra clase”, sino que éste estaba desdibujado entre una representación burguesa clásica (Giscard) y la burguesa frentepopulista.

Este hecho podía quedar parcialmente velado en las presidenciales donde se opusieron Giscard, candidato burgués, versus Mitterrand, candidato «obrero”. Pero no ya en las legislativas siguientes de junio, cuando el PS se presentó en coalición con el partido burgués MRG. Pero en todo momento se trató de un enfrentamiento electoral donde la representación de las masas era asumida por una dirección burguesa de frente popular y la burguesía «bonapartista”.

En la declaración del CC del 17 de mayo, la OCI calificó del siguiente modo el triunfo electoral de Mitterrand: “El 10 de mayo, el bloque unitario de los trabajadores y los partidos obreros derrocó a Giscard” («Correspondencia Internacional” nro. 9, junio 1981). Se tomaba un aspecto de las elecciones, que las masas votaron contra los partidos de la burguesía, para escamotear que el bloque triunfante no era “unitario obrero” sino de frente popular.

Esa misma declaración planteaba, ante las legislativas de junio, (donde el PS hizo frente con el MRG), que «este voto trazará los contornos del futuro gobierno de Mitterrand y le proporcionará los medios para resolver los problemas vitales para el porvenir del país”, (ídem).

En lugar de señalar que lo que se planteaba era barrer del Parlamento a la UDF y RPR, a los partidos burgueses, sin depositar ninguna confianza en el PS y PC, la OCI planteaba que había que ayudarlos, claro que para la única política que estos partidos pueden ejecutar: la de la burguesía imperialista.

Cómo asombrarse entonces que el mismo día del triunfo electoral de Mitterrand, en una declaración del BP (10/5/81, 21 horas), la OCI sostuviera que «para los trabajadores” no se trata de «conseguir todo en un sólo día”, (como si Mitterrand fuera a conseguirlo en mil); “se trata entonces ante todo de determinar hacia qué dirección se dirige y cuáles serán las primeras medidas que tomen” (ídem). Un llamado a la pasividad, de refuerzo de las ilusiones en Mitterrand, de que éste podría marchar en un sentido revolucionario. En un editorial de «10” del 30/5/81 se negaban a caracterizar al gobierno de Mitterrand de burgués, abriendo inusitadas ilusiones en que podría marchar por una vía revolucionaria: “El fondo de la cuestión se reduce a la respuesta que será dada a la pregunta: ¿colaboración de clase con el capital o lucha de clases contra el capital?”.

Todo esto demuestra cuán redondamente falso es, como sostiene el documento del PST de «crítica” a la OCI que, la OCI, hasta el acceso de Mitterrand al gobierno, «denunció en su prensa la adaptación de Mitterrand, el PS y el frente popular, a los intereses, las necesidades y las instituciones de la burguesía y la V República”. Esta insistencia del documento del PST es toda una confesión, ya que intentan salvar su corresponsabilidad en la orientación frentepopulista de la OCI y ocultar este aspecto de la base antimarxista de la «unificación”.

La OCI y el gobierno de Mitterrand

Según el documento del PST, la divergencia con la OCI no radica en la caracterización del gobierno del Mitterrand puesto que “todos coincidimos en definir al gobierno Mitterrand como un Frente Popular” (M. Capa, “C. Internacional”, nro. 13).

La verdad es que, si bien ambos dicen que se trata de un gobierno de Frente Popular, ninguno le da ese contenido, a saber que se trata de un gobierno de colaboración de clases recurso de la burguesía contra la movilización revolucionaria de las masas.

“Para determinar el carácter del gobierno Mitterrad- Mauroy es indispensable partir del movimiento de las masas que lo llevó al poder” (“informe del BP de la OCI”,… ídem). A lo que agregan: “Partiendo de estos datos, la OCI (u) considera que este gobierno burgués… es un factor de liquidación de la V República y de sus instituciones, un factor de profundización de la crisis del Estado burgués”. Esta sola conclusión tira al tacho de basura toda la caracterización de gobierno de frente popular, recurso último del imperialismo contra la revolución proletaria, freno de las masas, etc., porque un gobierno que actúa para liquidar el régimen político de la V República, es decir, al propio Estado burgués que existe concretamente bajo la forma de ese régimen, un gobierno así es cualquier cosa menos un gobierno contrarrevolucionario.

Pretender determinar el “carácter” de un gobierno, es decir, su carácter de clase y su función política, por el hecho de que subió apoyado en una movilización (en este caso, electoral) de las masas, es un fraude. ¡¿Qué debería decirse, de acuerdo con esto, del gobierno de Perón, de Komeini o del FSLN?!Este “método” de caracterización está escogido para llegar a una determinada conclusión, a saber, que se trata de un gobierno que impulsa, y no que combate, a la revolución.

La naturaleza y envergadura de un movimiento de masas que logra modificar la realidad gubernamental es un factor fundamental en la determinación de la nueva situación política que, bien entendida, se refleja sobre la propia conducta del gobierno. Por eso, contra todas las apariencias, puede decirse que, en la nueva situación creada en mayo de 1981, el gobierno Mitterrand es un gobierno burgués débil, si se lo compara con el de Giscard-Barre, esto, porque debe atender al problema de frenar a las masas y ganar tiempo mediante algunas concesiones. Pero el carácter de clase del gobierno y su función están determinados por su programa y su composición. Es de acuerdo a este criterio que el de Mitterrand es un gobierno burgués (de colaboración de clases), que es un factor de contención de la crisis de la V República y del Estado burgués. Al colocarse desde el punto de vista “de las masas que lo llevaron al poder”, la OCI se coloca desde el punto de vista de las ilusiones de éstas, que creen que porque fueron ellas las que le dieron la victoria a Mitterrand, éste es su gobierno.
“La OCI considera -insiste el informe del BP citado- que este gobierno burgués de colaboración de clases no es el gobierno que la burguesía considera como suyo, porque es consecuencia de su derrota, de la descomposición de su representación y de sus cuadros políticos, porque resulta de la victoria política de la clase obrera que impuso la unidad contra Giscard, el RPR y la UDF. Bajo este aspecto, es un factor de liquidación de la V República y de sus instituciones, un factor de profundización de la crisis del Estado burgués”.

Se deduce de aquí, que, para la OCI, existirían peculiaridades en la situación política francesa que le darían al gobierno de Mitterrand un contenido real altamente progresivo. Nuevamente, la definición de que se trata de «un gobierno burgués de colaboración de clases” queda reducido a cero porque se le adjudica, ni más ni menos, que ser “un factor de liquidación de la V República y de sus instituciones, un factor de profundización de la crisis del Estado burgués”. El gobierno de Mitterrand no sería entonces un freno de la lucha de clases del proletariado en las condiciones de crisis del régimen político de la burguesía, sino que se colocaría en una línea de ruptura con éste, como factor político consciente.

La OCI dice, acertadamente, que el de Mitterrand “no es el gobierno que la burguesía considera como suyo”, para ocultar que, sin embargo, no puede actuar sino como instrumento de ella.’ Esto significa que, por eso mismo, Mitterrand tiene que esforzarse por ganar la confianza de la burguesía con concesiones de toda especie, y ésta es la línea fundamental de desenvolvimiento de este gobierno. En verdad, este es el gobierno que la burguesía considera y no considera como el suyo. En tanto gobierno cuyo personal está en parte reclutado de las filas de los partidos obreros conciliadores (la mayor parte de los miembros de los gabinetes ministeriales, así como de los futuros dirigentes de las empresas nacionalizadas, ya fueron funcionarios de algunos de los gobiernos gaullistas precedentes), es un gobierno burgués hasta cierto punto indirecto, que la burguesía tolera y permite en tanto actúe al servicio de su clase, en particular conteniendo a los trabajadores y prosiguiendo como agente de la burguesía francesa a defender sus intereses, contra los pueblos oprimidos por ésta y en la competencia con los imperialismos rivales. Así ha caracterizado históricamente el trotskismo a los frentes populares, por lo que el planteo de la OCI significa una revisión en toda la línea.

Lo que la OCI descubre como peculiaridades “francesas” (ah! el “nacional-trotskismo”) no son sino las peculiaridades generales de un gobierno de Frente Popular, a saber que sube en una situación de radicalización de las masas, que éstas colocan en el gobierno a partidos que se reclaman de la clase obrera y que por esto lo consideran como suyo. Por esto mismo, no son gobiernos burgueses “clásicos’’, “normales”, sino recursos que la burguesía está obligada a admitir, para mejor defender al Estado burgués en crisis. Son recursos para preservar al Estado burgués y no, como afirma la OCI, para liquidarlo.

Qué clase de «recurso» es el frente popular

Que la OCI no le da a los gobiernos de frente popular el contenido de recurso último de la burguesía contra la revolución proletaria también puede ser visto desde otro ángulo.

S. Just (ver “Correspondencia Internacional” nro. 13) sostiene que “infligir a las masas una derrota mayor, exige derrocar al gobierno que las masas llevaron al poder, aunque éste sea un gobierno burgués. La burguesía de cualquier país siempre considera y trata así a los gobiernos de Frente Popular”.

La burguesía prefiere en general a los partidos burgueses, lo cual es completamente lógico, pero hay momentos en que prefiere a los partidos obreros, porque son su único factor de contención, aunque lógicamente, no lo vaya a decir porque su objetivo general siempre va a ser el retorno al gobierno de los partidos burgueses, para lo cual tiene que preparar el terreno, por lo menos mediante la crítica. Si Just se limitara a decir esto, no diría más que una tautología, y la palabra “derrocar” es un abuso de lenguaje. Pero Just sostiene otra cosa; sostiene la inevitabilidad de un choque extraconstitucional, golpista, de guerra civil, que estaría dado por una suerte de incompatibilidad absoluta del frente popular con la clase capitalista.

La idea de que la vocación del PS es la de liquidar a la V República, de ninguna manera es un patrimonio de la OCI; en este punto, lo que ha hecho la OCI es seguir rastreramente el pensamiento político de Mitterrand. Antes de capitular en los hechos, es en las ideas y en el programa, que la OCI se sometió a Mitterrand. Antes de 1971, fue Mitterrand, y no la OCI, el que planteó que no era posible el desalojo del gaullismo del gobierno con los métodos previstos por la constitución de la V República (ver “Le Coup d’Etat permanent”, 1964, de Francois Mitterrand). Pero el mayo francés (1968) demostró que el régimen gaullista si aún no se rompía ya se doblaba, y que la salvación del Estado burgués en su conjunto implicaba negociar la perspectiva de un recambio gubernamental. A partir de 1970, Mitterrand abandona todo lo que hay de “radical” en sus planteos, y es aproximadamente en este período que la OCI va a proclamar que la vocación del PS es liquidar la V República, es decir, justamente cuando de esta “vocación” ya no queda nada.

El PS pasó a postular a partir de 1970 el mantenimiento, levemente “retocado”, de las instituciones de la V República. El programa del PS de 1972 y el “programa común” de la Unión de Izquierda de 1973 ya se definían expresamente por una política de modificaciones formales de las estructuras de la V República. Así, por ejemplo, se postulaba el mantenimiento, modificando la forma de elección, del Consejo Constitucional, que tiene poder de veto sobre la Asamblea Nacional y el presidente. En 1978, para las elecciones parlamentarias, Mitterrand sostuvo abiertamente que en caso de un triunfo socialista no cuestionaría la presidencia de Giscard ni la V República. Y en 1981 gobierna con las instituciones bonapartistas.

Debemos detenemos en esta concepción de la OCI porque es una parte esencial de su estrategia respecto de Mitterrand.

En resumen, significa lo siguiente: no hay que “pasarse” en las críticas a tal o cual medida del gobierno de frente popular, ya que, en definitiva, éste “siempre”, más tarde o más temprano, concluye en el choque con la burguesía. Prepararse para ese momento significa no dejar pasar sombra alguna de que los trotskistas están en la oposición al gobierno de Mitterrand. Es lo que podríamos llamar la estrategia de la línea recta. El error es considerar aquí que el gobierno de frente popular está condenado a una única alternativa. Pero bien mirado sus alternativas son dos: a partir del objetivo de frenar y derrotar a las masas, puede lograrlo por sus propios medios o preparar el terreno para que lo haga un golpe o el fascismo. Son innumerables los gobiernos de colaboración de clases que lograron tal finalidad directamente (en Chile entre 1936 y 1947, el socialismo alemán en 1918-23, el frente popular francés en 1945-46, los gobiernos laboristas británicos, el frente popular portugués en 1974-75 o el socialismo portugués en 1975-77, etc.). El choque entre el gobierno colaboracionista y la burguesía en su conjunto, es una de las posibilidades, y es significativo que la OCI la considere la única, y que base su táctica en esta eventualidad, y no en lo que está ocurriendo hoy efectivamente —con Mitterrand acercándose con todo a la burguesía.

Está claro que allí donde el gobierno de colaboración de clases logra frenar a la clase obrera o derrotarla, deja de ser útil a la burguesía y es despreciado por las masas. En estas condiciones, puede caer o ser derrotado en las elecciones. Se ve, entonces, que la cuestión del “derrocamiento” de tales gobiernos se plantea cuando ya han logrado en mayor parte sus objetivos, porque ahí sí son, de un lado, un obstáculo a la imposición del conjunto de medidas sociales y económicas que la burguesía exige para restablecer la plenitud de su dominación, y, del otro, son un factor que bloquea la canalización del descontento popular de una parte de la pequeño burguesía y del proletariado hacia la derecha. Por todo esto, el desplazamiento de un gobierno de frente popular es un momento de crisis política, que puede o no replantear una situación de ascenso obrero. Pero hoy en Francia, donde es la burguesía la que está en retroceso, el frente popular es insustituible para el capital y lo que está planteado es cómo orientar a las masas para superar el obstáculo de este gobierno.

El frente popular es un recurso contrarrevolucionario último de la burguesía porque, en un período de crisis revolucionaria, su objetivo es desarmar y derrotar la movilización de las masas en defensa del Estado burgués. Ese es el contenido concreto del Frente Popular. Esto significa que despliega un conflicto con el proletariado, que se desarrolla permanentemente, incluso en situaciones de crisis política con los partidos burgueses y el ejército, porque el frente popular se interpone como un obstáculo para la lucha por la dictadura del proletariado.
Es a partir de este antagonismo entre el frente popular y las masas —que la OCI oculta por completo— que se explica la conducta de la burguesía. Si el gobierno de frente popular logra directamente sus objetivos, esto significa que con métodos democráticos y bonapartistas, logra derrotar y disciplinar a las masas. Por ejemplo, ese fue el intento de Allende en Chile, que entre otras cosas, incorporó a los militares al gabinete y aprobó la ley de requisición de armas contra las masas. Si Allende hubiese logrado aquel propósito, hubiese dado un paso hacia el bonapartismo y por lo tanto la alternativa del golpe pinochetista hubiera quedado inferiorizada. El allendismo., en este caso, hubiese cumplido, con sus propios métodos, los objetivos más generales del pinochetismo. Trotsky analizó esta variante en la guerra civil española. Consultado sobre la situación que se crearía con un triunfo del campo republicano, contestó: “Es posible que incluso con una victoria militar, el régimen victorioso se transforme en poco tiempo en régimen fascista, si las masas siguen estando descontentas e indiferentes y si la nueva organización militar creada por la victoria no es una organización socialista” (“La Revolución Española”, V 2, pág. 98). Quiere decir que, para Trotsky, los republicanos, en caso de triunfar sobre Franco, cumplirían los objetivos generales del franquismo, y más aún, no excluía la posibilidad de que el régimen republicano se transformara en fascista. Ya Mitterrand dejó en pie las instituciones de la V República, lo que quiere decir que se prepara, ante una agudización de la lucha de clases, a utilizarlas contra las masas.

El conflicto directo entre la burguesía y el frente popular es un aspecto subordinado del antagonismo revolucionario entre las clases, que se expresará si el proletariado no se enchaleca en la conciliación frentepopulista.

Es el fracaso del frente popular en disciplinar a las masas y no una cualidad inherente de él, lo que llevaría a la burguesía a derrocarlo. La OCI abstrae el antagonismo entre las masas y el frente popular para colocar a éste en conflicto irreductible con la burguesía. De esta forma, exime al frente popular de su objetivo de derrotar a las masas y por eso no lo coloca como un recurso “último” de la burguesía (alternativa del fascismo, pues ambos son “recursos últimos” que se imponen según la situación política: uno en Alemania de 1929-33, y el otro en Francia de 1934-36) sino que lo presenta como su negación. (Pero entonces: ¿por qué la burguesía no busca imponer ese otro gobierno ahora? Porque hoy su único instrumento posible es el frente popular).

Las nacionalizaciones: «Una negación de la propiedad privada»

Todos los partidos socialistas presentan en sus plataformas electorales el punto de las nacionalizaciones como un aspecto de su pretendida lucha antimonopolista. Lo mismo hizo el PS que, en su programa, de comienzos de la década del 70, decía que el propósito de aquéllas era «arrancar de los monopolios el instrumento de su poder…” Esta formulación es, en boca de la socialdemocracia, palabrerío hueco (o “pour la galerie”) pues cuando llegan al gobierno se olvidan de la “promesa”, alegando diversos pretextos, como que no tienen mayoría en el parlamento, que los necesarios aliados no están de acuerdo, etc. Con Mitterrand se planteaba la misma situación, con la diferencia que la quiebra de la base pequeño burguesa de los gobiernos gaullistas le dio un arrasador triunfo electoral y mayoría parlamentaria absoluta para su partido. Este hecho ha obligado al nuevo gobierno a quebrar sus “promesas”, ejecutándolas de tal manera que mayor sea el beneficio para la burguesía y que lo más rápidamente esas empresas vuelvan a manos privadas.

Que el gobierno de Mitterrand se ha visto obligado a marchar por la vía de las nacionalizaciones, en cierto modo contra sus intenciones, se aprecia en que ha modificado su justificación planteándolas como necesarias para “reequilibrar la estructura industrial del país”, lo que nunca fue el planteo del PS. Se pretende con esto ocultar lo mucho de forzado que hay en las nacionalizaciones y reformular a estas últimas de modo de preservar las grandes posiciones nacionales e internacionales del capitalismo francés. Este replanteamiento tiene el propósito de ganar la confianza de la burguesía y mostrar que los planes económicos de la socialdemocracia son compatibles con las relaciones de producción capitalistas.

Para entender el programa de nacionalizaciones de Mitterrand hay que tener en cuenta que la burguesía imperialista francesa es una de las más endeudadas, con grupos empresarios con el 60 por ciento de sus activos hipotecados. El Estado francés, bajo el dominio gaullista-giscardiano, salió a rescatar las pérdidas de su burguesía, al punto que puede decirse que se trata de una «burguesía estatizada”, esto es, sostenida por los subsidios estatales. Existen 800 empresas en las que el Estado tiene una participación superior al 30 por ciento y esto sin contar las deudas empresarias con él. «No habría casi la menor duda que, si la antigua mayoría hubiese conservado el poder, habría ido al rescate de Rhone-Poulenc que, debido a su muy mala situación financiera no podría más recurrir al mercado de capitales” (“Le Monde”, 8/12/81). En la siderurgia, que entró espectacularmente en crisis en 1977-78, el gobierno de Giscard salió a respaldarla, como fueron los casos de las empresas Bacilor y Usinor. Paralelo a este proceso se dio otro de financiamiento de las empresas estatales por la banca extranjera; por ejemplo Electricité de France, entre 1977 y 1980, obtuvo por ese medio el 57 por ciento de sus créditos. Esto muestra, a su vez, la coaligación entre la banca mundial y la burguesía francesa en las empresas estatales. Mitterrand continuaría con esto, aplicando una política de “alianza con las firmas extranjeras” que mostraría “que la cooperación europea puede dar buenos frutos” (“Le Monde”, 22/12/81).

Mitterrand contempló 5 grandes grupos a nacionalizar, pero excluyó de ello a las filiales; los bancos extranjeros (136) y 34 bancos regionales no se nacionalizan. La participación industrial en manos de los bancos será devuelta a los capitalistas privados. En algunos casos hay un retroceso porque el estado, de una participación supermayoritaria, pasa a tener el 51 por ciento de las acciones. Las nacionalizaciones se realizan en base a suculentas indemnizaciones, motivo por el cual grupos financieros compraron últimamente acciones de las empresas nacionalizables, elevando el precio de las acciones, que son la base para el cálculo del monto indemnizable. Pero hay más todavía, la ley de nacionalizaciones, de acuerdo a la Constitución de la V República, todavía tiene que pasar por el Consejo Constitucional, integrado por “personalidades” de la derecha francesa, y es seguro que se las arreglará para elevar el monto previsto de 30.000 millones de francos de indemnizaciones.
Por el nivel de endeudamiento con el Estado, las nacionalizaciones significan que los préstamos “morosos” del Estado aparecen reemplazados por la participación estatal directa.

Tampoco se trata de una movilización de recursos financieros ociosos que el Estado los dirige hacia el desarrollo de ciertas áreas productivas. Aquí el Estado se hipoteca hasta la coronilla para “rescatar” industrias deficitarias.
Ahora bien. La OCI entró de lleno en la apología de las nacionalizaciones del PS. S. Just, en un artículo sobre éstas, sostiene:

“el gobierno Mitterrand-Mauroy debe intentar superar la crisis económica, remediar las debilidades del capitalismo francés… levantar industrias hoy decisivas, capaces de rivalizar con los grandes grupos extranjeros, en los mercados europeo y mundial: equipamiento industrial, química, electrónica, informática, etc.” (“Correspondencia Internacional” nro. 13). Se trataría, entonces, no de un recurso de crisis de la burguesía sino de un gobierno reformista, del conjunto del capitalismo y el estado francés (es decir, de una “alternativa reformista global”, como los revisionistas del SU caracterizaron, precisamente hace 10 años, al programa de Mitterrand).

De más está decir que, si con las “nacionalizaciones”, el PS logra lo que Just dice, el capitalismo francés tendría posibilidades de un amplio desarrollo y Mitterrand sería el representante legítimo de la burguesía, puesto que le daría una proyección que no pudieron darle ni De Gaulle, ni Pompidou, ni Giscard-Barre. Just dice que las nacionalizaciones son para mejor competir en el mercado mundial, escamoteando que el primer paso de Mitterrand es reventar al Estado burgués en 30 000-45000 millones de francos, o sea, reventar el futuro de las propias “nacionalizaciones”. A Just se le ha “escapado” que el PS nunca planteó las nacionalizaciones para reformar económicamente al capitalismo francés, sino en relación a la utopía de la llamada “democratización del Estado”. El “nuevo” planteo es un giro de última hora para acomodar la defensa del capital francés a la nueva situación política.
Para la OCI, las nacionalizaciones “son una negación de la propiedad privada de los medios de producción en el cuadro de la propiedad privada de los medios de producción, incluso para salvarla» (S. Just, ídem). Estaríamos entonces en presencia de una expropiación parcial de los explotadores, es decir de una medida revolucionaria. La nacionalización burguesa es, en realidad, un acto de afirmación de la propiedad privada contra la tendencia a su supresión por la crisis y la bancarrota. El Estado sale a salvar, y no a negar, al régimen de producción que su propia crisis está llevando a la disolución. Las nacionalizaciones de éste son un acto de afirmación de la propiedad privada a través de la intervención del estado imperialista que toma a su cargo las pérdidas de la burguesía. Esto significa, que las nacionalizaciones buscan reforzar al imperialismo contra las masas del país y los pueblos coloniales y semicoloniales, mediante la intervención del Estado.

Que las nacionalizaciones no son una negación del capitalismo se ve hasta en el simple hecho de que las mismas no sólo están inscriptas en la Constitución sino que ésta exige la nacionalización de todo lo que sea servicio público o monopolio de hecho; o sea, que forman parte, no sólo del capitalismo, sino del propio régimen político vigente.
Puede darse el caso de que la nacionalización constituya una centralización por el Estado de ciertas ramas o empresas que, de otra forma, por la acción del capital privado, no podrían desarrollarse. En este caso, no es una absorción de «pérdidas» sino la única alternativa para el desarrollo, merced a los recursos del Estado, de ciertas ramas productivas. También aquí no se trata de un acto de negación de la propiedad privada sino de afirmación de ésta por el Estado capitalista pero su resultado es un progreso económico. Pero Mitterrand hipoteca el Estado en 30.000 millones de francos para rescatar a una parte de la burguesía francesa.

Engels analizó, precisamente, que la tendencia a absorber las empresas en ruinas constituía una tendencia marcada por la crisis, que no negaba la relación capitalista sino la afirmaba.

“El período industrial de alta presión, con su crédito inflado ilimitado, lo mismo que la crisis con la ruina de los grandes establecimientos capitalistas, empujan a esta forma de socialización de masas considerables de medios de producción que se presenta bajo las diferentes formas de sociedades por acciones… Pero ni la transformación en sociedades por acciones ni la transformación en propiedad del Estado suprime la cualidad de capital de las fuerzas productivas. El caso es evidentísimo para las sociedades por acciones. Y el Estado moderno no es sino la organización que la sociedad burguesa se da para mantener las condiciones exteriores generales del modo de producción capitalista contra las invasiones provenientes de los obreros como de los capitalistas aislados. El Estado moderno, cualquiera sea la forma, es una máquina esencialmente capitalista: el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Cuanto más fuerzas productivas se apropie tanto más se convierte en un verdadero capitalista colectivo, más ciudadanos explota. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. La relación capitalista no se suprime; muy al contrario es llevada a su culminación. Pero, llegado al punto máximo, se invierte. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es la solución del conflicto pero contiene el medio formal, la manera de alcanzar la solución”. (Anti-Dühring, cap. Nociones Teóricas).

Es por esto que constituye una caricatura del marxismo la afirmación de que las nacionalizaciones tienen, en sí mismas, un carácter progresivo. Esto último dependerá si la nacionalización —como aclara Engels— es una “necesidad económica”, o sea, “en el caso que signifique un progreso económico’’ (ídem). Es cuando el Estado toma a su cargo la propiedad y dirección de ciertas ramas o empresas que, por su dimensión, o por el monopolio privado, no se desarrollarían, lo que permite darle un impulso a las fuerzas productivas.

Pero si el frente popular es un recurso contrarrevolucionario de la burguesía, esto significa que viene a defender al capital de su disolución por la crisis, en especial de su factor consciente: el proletariado. Más en general, podemos afirmar que en la época del imperialismo la intervención de los Estados imperialistas responde, no a una necesidad de desarrollo de las fuerzas productivas, sino lo contrario: a la preservación de la propiedad privada y de las relaciones de producción capitalistas, contra la rebelión de las fuerzas productivas. Fue lo que señaló Trotsky en “La Revolución Traicionada”.

El “estatismo, sea en la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, los EEUU de Roosvelt o la Francia de León Blum significa la intervención del Estado sobre las bases de la propiedad privada, para salvar a ésta… El estatismo, en sus esfuerzos por dirigir la economía, no se inspira en la necesidad de desenvolver las fuerzas productivas, sino del problema de mantener la propiedad privada en detrimento de las fuerzas productivas que se rebelan contra ella. El estatismo frena el esfuerzo de la técnica sosteniendo empresas no viables y capas sociales parasitarias. Es en una palabra profundamente reaccionario» (subrayado nuestro).

A diferencia de la OCI, es la gran patronal francesa que ha comprendido esta cuestión. Sostiene: “Esperamos que las empresas nacionalizables seguirán siendo empresas competitivas sometidas a las reglas de la economía de mercado, aplicando la regla de oro del equilibrio de los balances… Esperamos que, nacionalizadas, no ser ‘estatizadas’ y consideradas como servicios públicos. Si esto se realiza, si el gobierno cumple con sus compromisos públicos en este terreno, no vemos por qué estas empresas no podrán tener su lugar en nuestras organizaciones profesionales…» (Yvon Gattaz, Presidente de la Confederación Nacional de la Patronal francesa, “Le Monde”, 31/ 12/81).
Como se desprende de estas palabras, para la gran patronal francesa no existe la “expropiación parcial» de que habla la OCI.
Para la OCI, en cambio, «estamos de acuerdo con un plan de 2 años, integrándose en un plan de 5 años contra la crisis, contra el desempleo. Estamos por el principio de las nacionalizaciones” (Informe BP de la OCI, ídem).
En lugar de esclarecer ante las masas el carácter reaccionario de las nacionalizaciones de Mitterrand, la OCI le hace la apología y manifiesta su acuerdo con el “principio de las nacionalizaciones”. Pero el trotskismo no está por la nacionalización sino por la confiscación, por la expropiación, y esto, porque en la medida que significa un golpe a la burguesía, acerca, facilita, ayuda a la preparación del proletariado para la toma del poder.
El Programa de Transición plantea que frente “a la estúpida consigna reformista de nacionalizaciones”, hay que plantear la expropiación, sin indemnizaciones, basada en la acción directa de las masas y vinculada a la toma del poder por el proletariado. Referente a los bancos, señala que la estatización de estos “sólo producirá estos resultados favorables si el poder estatal mismo pasa completo de manos de los explotadores a manos de los trabajadores».
Para la OCI’ “la onda de nacionalizaciones permite realizar la agitación sobre la necesidad de la ruptura política con la burguesía…” (S. Just, ídem). La agitación política de ruptura con la burguesía no está planteada por la OCI en contraposición a Mitterrand, su programa y «nacionalizaciones», sino como un complemento de estos, como la culminación de la «expropiación parcial», de la «negación de la propiedad privada», que había iniciado Mitterrand. Se trata de una concepción de «frente popular de combate” o sea, considerar al frente popular, su programa y “realizaciones” como parcialmente progresivas, las cuales deberían ser completadas, radicalizadas, por la presión de las masas.
S. Just sostiene que, una vez electo Mitterrand, podría haberse creído que todo esto (las nacionalizaciones) quedarían como promesas no cumplidas” y agrega que eso “sería olvidar que las masas trabajadoras derrocaron a Giscard justamente porque aspiran a poner fin al aumento de los precios, al desempleo, a la crisis y que sean satisfechas sus reivindicaciones” (“CI”, nro.13). Se ve nuevamente aquí que, para la OCI, las nacionalizaciones del PS son una satisfacción de las reivindicaciones de las masas.
Pero no es así. Mitterrand, es cierto, necesita cumplir con las promesas electorales, y no con todas, por la amplitud de la votación que obtuvo, pero para negarlas en la práctica. Esto último muestra que su objetivo es ganarse la confianza de la burguesía, pero por lo anterior, se ve su carácter de gobierno débil que tiene que maniobrar con las ilusiones obreras. La burguesía tiene perfectamente en cuenta esta contradicción política de Mitterrand y presiona al gobierno a gobernar en función de las necesidades del capital sin importarle el lenguaje que usa para consumo interno.

La apología de la OCI a las nacionalizaciones se complementa con la orientación seguida frente a la ley referente a la descentralización de las municipalidades. La misma limita las atribuciones de los prefectos y amplía la de los consejos municipales. “Estas medidas, que van en la vía del desmantelamiento de la V República (como se ve no hay confusión posible, para la OCI el PS se plantea conscientemente “liquidar la V República), de la ampliación del poder sobre todo de las municipalidades, de la supresión de los prefectos, son viejas reivindicaciones democráticas, pero es poco probable que el gobierno se dirija verdaderamente en esta vía (“Informe BP de la OCI, ídem). ¡Qué jeringozo! El gobierno adopta medidas reales que tienden a liquidar la V República pero “no es probable» que el gobierno verdaderamente tome esas medidas. Entiéndalo quien pueda. Todo esto es para buscar atenuar un poco una política vergonzosa.

Pero la descentralización de Mitterrand tiene el propósito no de democratizar las municipalidades, sino fortalecer el poder de los consejos económicos-sociales, organismos de carácter corporativo-colaboración de clases. El mayor peso que la ley le da a los consejos se dirige a facilitar los acuerdos con las empresas de la región, incluido el vuelco del dinero de las municipalidades hacia las empresas privadas, como sostuvo Rocard. La “desentralización» acompaña a las “nacionalizaciones”, porque facilita el respaldo y la asociación oficial a las empresas privadas.

Se trata, por un lado, del rescate del corporativismo, pues intenta colocar a los consejos como los árbitros de los problemas fundamentales de las regiones. Por esto mismo, se integra a la estrategia de Mitterrand, no como dice la OCI de desmantelar la V República, sino de preservación de los poderes del árbitro sobre la lucha de clases. El “socialista” Mitterrand sigue actuando bajo las instituciones de la V República y si la agudeza de la lucha de clases lo requiere usará sus poderes contra las masas.

Ni lucha frontal, ni de atrás, ni de costado: Mitterrand, un gobierno inatacable

En otro informe de la OCI al Congreso, firmado por el CC. Se señala que dadas las ilusiones de las masas, la intervención política de la OCI no debe partir “de la denuncia frontal del tenido burgués del gobierno”. Se señala, más adelante, que a herencia de 1936, cuando Trotsky planteó “fuera los burgueses radicales del gobierno de Blum”, hoy en el gobierno de Mitterrand “los ministros provenientes del gaullismo y de los radicales… no llaman la atención de las masas”. Propone, entonces, que las reivindicaciones de las masas se dirijan contra los capitalistas y los banqueros que están fuera del gobierno, contra el capital en general, contra la V República y “no contra el gobierno Mitterrand-Mauroy” (“Informe CC de la OCI”, ídem).

Ahora bien. Una de las características del gobierno de Mitterrand, comparado con el de Blum en 1936, es que el engaño de las masas es mucho más amplio porque, dada la aplastante mayoría de socialistas en el gobierno, éste aparece ante los ojos de las masas como un gobierno “obrero», “socialista”, independiente. Además, como el ascenso de masas es mucho menor que en 1936, menos se pone de relieve ante los obreros que se trata de un gobierno de compromiso con el capital. Finalmente, por toda la política del PC de bloquear el ascenso del frente popular al gobierno, el PS terminó por llegar formalmente al mismo no por medio de un frente electoral de Frente Popular, sino autónomamente.

Esto significa que el punto de partida de una política revolucionaria es poner en evidencia toda esta operación de enga¬ño de las masas y llamar la atención sobre el carácter burgués, de compromiso con el capital, del gobierno Mitterrand. Para la OCI, en cambio, el gobierno no debe ser denunciado frontalmente (es decir, con todas las letras) porque su carácter burgués está velado.

Pero sigamos. La OCI establece una muralla infranqueable entre la burguesía y el gobierno puesto que propone atacar lo que estaría fuera del gobierno y no a éste. Pero el problema es que la política revolucionaria de ataque a la burguesía sólo puede ser concebida como la punta de una cadena para romper todos los eslabones y no para detenerse ante el que centraliza a estos, o sea el gobierno. Cuando Trotsky planteó “fuera los ministros burgueses” era para que las masas llegaran a la comprensión del carácter contrarrevolucionario del gobierno de León Blum y preparar así las condiciones para su derrocamiento revolucionario. No oponía los ministros burgueses a los “obreros”, sino proponía atacar a los primeros por ser un flanco más comprensible para las masas, y como táctica para hacer saltar toda la política de compromiso socialista-comunista con la burguesía; esto es, atacarlo por el costado derecho. Más aún, cuando Trotsky se refiere a lo prematuro de un ataque frontal tiene en cuenta a la agitación y no a la propaganda que tiene que explicar sistemáticamente lo que significa como frustración y potencial de traición el gobierno de frente popular. La política revolucionaria busca determinar el ángulo de ataque al gobierno burgués. Pero para la OCI el gobierno es inatacable de cualquier ángulo.

Uno de los problemas importantes en este punto es que la OCI hace la apología de las ilusiones de las masas y se adapta formidablemente a ellas al punto que, en su nombre, propone seguir con el engaño de éstas. Pero para llamar la atención de las masas sobre el engaño de sus ilusiones es inevitable chocar, en un cierto punto, con esas ilusiones. La OCI no quiere nadar contra la corriente pero cierta lucha contra la corriente es inevitable y el problema de la política revolucionaria es determinar cuál es el ángulo desde el que debemos desenvolver esa lucha para arribar a la crítica a las ilusiones de las masas.

Ahora bien. ¿Cuál es en concreto, el programa de la OCI ante la actual etapa política francesa?

Se dice que se debe atacar al capital y a la V República pero no se formula el programa de reivindicaciones políticas del proletariado, que corresponda a estos objetivos.

La denuncia de la V República se ha convertido, en boca de la OCI, en una cáscara vacía al punto que coloca a Mitterrand como un factor consciente de liquidación del bonapartismo.

La V República nació en 1958, del golpe de estado militar que entronizó a De Gaulle como «bonaparte”, o sea de las fuerzas armadas como árbitro entre las clases en defensa del Estado imperialista. Con esta apoyatura, De Gaulle puso en pie un conjunto de instituciones bonapartistas que subordina al Parlamento al Ejecutivo, un Consejo Constitucional que oficia de veto del Parlamento, un Senado que no surge del sufragio, etc., todo esto sostenido en un Ejército permanente. En el campo específico sindical, la V República significó avances funda-mentales del capitalismo francés sobre las organizaciones y conquistas del movimiento obrero.

Mientras que en Chile, Allende subió al poder sobre la base de un pacto de garantía con las FFAA y los partidos burgueses, Mitterrand subieron encuadrado en las instituciones bonapartistas; o sea no firmó como Allende ninguna “garantía” porque todo ya estaba firmado.

La OCI, dice que las reivindicaciones deben dirigirse contra la V República, pero ¿cuáles son? ¿Cuál es el programa? Este debe ser un conjunto de reivindicaciones que apuntan al corazón del bonapartismo, esto es a las FFAA. El programa debe plantear la derogación de toda la legislación antisindical bonapartista, la constitución de una Asamblea Legislativa única plenamente soberana y el armamento de los trabajadores. La OCI se coloca por detrás del socialismo francés de preguerra, pues no plantea reemplazar al ejército permanente. Precisar el programa de lucha contra la V República desnudaría la afirmación de Mitterrand de que él se sirve de las instituciones bonapartistas pues así puede comandar un «ejecutivo fuerte” en unión a un parlamento favorable, cuando en realidad es el rehén de una legalidad nacida de un golpe de estado militar.

No plantear la cuestión de las fuerzas armadas, cuando se habla de «liquidar” la V República, y esto en un régimen salido de un golpe militar, significa propugnar el retorno al parlamentarismo «normal”. Esto está muy lejos de ser un planteó progresivo y no tiene nada de «liquidación” de la V República. Primero, porque el parlamentarismo formal sigue siendo el recurso de la burguesía ante una crisis mayor del régimen, esto para bloquear la revolución. Segundo, porque sería preservar a la institución base de la V República: el ejército y sus cuerpos armados.

Toda esta caracterización seguidista de Mitterrand, se refleja necesariamente en la orientación política de la OCI. Sostiene que «estamos de acuerdo con la consigna «guerra al desempleo», «guerra a la crisis” que Mauroy (primer ministro) formuló en su declaración gubernamental frente al Parlamento” («informe BP”, ídem). Así se presenta en la práctica el apoyo de la OCI a Mitterrand, cuando la realidad es que no hay ninguna «guerra” ni a la crisis ni al desempleo, sino todo lo contrario. Se ve claramente la identificación con el programa del frente popular y sus métodos, la confianza en el Parlamento, el gobierno burgués y el programa de Mitterrand. Pero más todavía, ¿cuál es el programa que levanta la OCI contra la desocupación y la crisis? No se plantea la formación de comités de fábrica, el control obrero, la ocupación de toda fábrica que expida, nada de nada. Sólo frases de embellecimiento de Mitterrand.

Otro aspecto del endeudamiento a Mitterrand es que la OCI presenta la actual situación política francesa como la de una inmensa ofensiva del capital contra el gobierno, para plantear: estamos prontos para apoyar toda resistencia del gobierno Mitterrand-Mauroy a las presiones y el sabotaje de los capitalistas” («informe BP”, idem).
Antes de entrar en este punto es conveniente hacer un breve balance de la política de la OCI ante la ofensiva golpista en Chile contra Allende porque sirve para apreciar toda a evolución (o involución) de esta organización y el significado de su política actual en Francia.

Todo el análisis de la OCI sobre Chile se basó en la caracterización de que el allendismo subía para defender al Estado burgués (en aquella época decían que un gobierno de Mitterrand haría lo mismo preservando la V República) («La Verité”, nro. 559, pág. 63, enero 1973) pero fue incapaz de ver la amenaza del golpe, cuando la burguesía comenzó a reagruparse, en 1973, detrás de las FFAA, esto es, que se abría un conflicto directo del golpismo con el allendismo. Claro está que en ese conflicto el frente popular buscaba la colaboración de los militares y desorganizaba cualquier resistencia de las masas, pero la primera tarea era caracterizar correctamente ofensiva del golpismo y señalar el programa para enfrentarla.

La OCI no caracterizo que el enemigo principal pasaba a ser el golpe en marcha y todo su análisis consistió en señalar la confluencia del allendismo con el golpe. La OCI abstraía de la situación política concreta un factor, que arbitrariamente elegía como más importante, y ocultaba el hecho de que la burguesía se preparaba para derrocar al gobierno del frente popular (Ver “La Verité”, nro. 559, 560 y 562, enero, abril y octubre de 1973).

Pero en Francia, ya se declaran «prontos” para apoyar la resistencia de Mitterrand cuando no existe una ofensiva de la contrarrevolución ni resistencia burguesa conspirativa contra el gobierno. La comparación con la situación chilena de 1973 sirve pues para ver todo el recorrido que ha dado la OCI, del sectarismo al oportunismo.

Pues lo cierto es que para el gran capital no está planteado «atacar frontalmente al gobierno” y lo hará o no en función de la evolución de la lucha de clases. Golpea eso sí, sobre su «costado izquierdo”, para que las nacionalizaciones sean más suculentas, para que las reivindicaciones de las masas sean desnaturalizadas, reduciendo al gobierno de frente popular a la impotencia, desmoralizando a las masas con «su gobierno”.
El presidente de la gran patronal francesa declaró recientemente que no seremos una fuerza de oposición sistemática, menos aún una fuerza de oposición ideológica. Deseamos simplemente ser una fuerza de proporción…”. (Yvon Gattaz, «Le Monde”, 31/12/81). Esto es, la gran burguesía francesa trabaja desde «dentro” del gobierno, a través de sus agentes directos e indirectos, para que se aprueben sus «propuestas” y para que el programa de Mitterrand se realice en concordancia con los objetivos y métodos del capital. El sabotaje desenfrenado y la oposición frontal de la gran patronal es un invento de la OCI.

Pero si fuese cierta la apreciación de la OCI, lo que se debería definir es cuál es el programa contra esa ofensiva y los métodos para enfrentarla. En cambio dice que «debemos apoyar toda resistencia del gobierno MItterrand-Mauroy…” ¿qué resistencia? Contra la derecha es correcto estar en el mismo campo de Mitterrand pero nunca apoyando su «resistencia” que no pasa los límites de su compromiso estratégico con el capital.

Las posiciones del PST ante el triunfo de Mitterrand

Apenas se produjo el triunfo electoral de Mitterrand, la prensa del PST la festejó como una victoria revolucionaria, propia, como si fuera una victoria de su corriente internacional, de una forma que dejara pequeñas las capitulaciones de la OCI. Sostuvieron que la victoria de Mitterrand fue «un triunfo de las masas francesas” que demostraría que «la crisis y descomposición del sistema capitalista sólo puede ser capitalizada en una perspectiva de progreso si se le contraponen poderosos partidos socialistas. Esa no es sólo la perspectiva de Francia: es una realidad que está planteada en todas partes” («Opción” nro. 28, mayo 1981).

La socialdemocracia ya no sólo no es presentada como un factor de contención de las masas, sino como la alternativa revolucionaria, anticapitalista, para todo el planeta. Por eso calificaron la victoria de Mitterrand de «gran triunfo socialista”, o sea como el triunfo de esa alternativa anticapitalista.

En un boletín especial editado por la dirección del PST fueron más lejos aún. Señalaron: «Al día siguiente de las elecciones cuando se conoció el triunfo de Mitterrand empezaron a llover felicitaciones, sí señores, tal cual”.
«Varios afiliados recibieron llamados de personas que conociendo sus ideas políticas los felicitaron por el triunfo del socialismo en Francia. A una afiliada la esperaban con un ramo de rosas rojas para felicitarla. En varias fábricas se acercaron compañeros de trabajo de los afiliados para darles sus congratulaciones.

«¿Por qué decimos que son grandes hechos? -se interroga la dirección del PST- Porque esas personas que se acercaron reflejan dos cosas: una, que están impactadas por el triunfo del socialismo en Francia, y dos, que ven a nuestros afiliados como parte de una corriente socialista mundial”.

Esto, más sucintamente, apareció también en “Opción (nro. 29, junio de 1981).

Lo que estas frases encierran como caracterización y estrategia políticas y como programa de intervención de una organización que se dice trotskista es formidable.

Se insiste, a) en que el triunfo de Mitterrand no es el del frente popular sino del «socialismo”, definido como alternativa anticapitalista revolucionaria.

b) Se autodefinen, no como un componente del programa internacional del proletariado, de la IV Internacional, sino de la “corriente socialista mundial” representada por Mitterrand Willy Brandt y Felipe González.

c) Reconocen que así son vistos por sus allegados, como un grupo reformista, electorero, que no guardan ninguna diferencia con la estrategia y la política de la II Internacional. El “trotskismo ortodoxo” es una frase para consumo externo porque dentro del país se identifican con la socialdemocracia.

La orientación, pues, que el Boletín proponía no se diferenciaba básicamente de la política de la OCI, y hasta empleaba casi los mismos argumentos. “Por eso (por las ilusiones) millones de trabajadores siguen a Mitterrand y no a nosotros. ¿Podemos ganarlos diciéndoles simplemente que Mitterrand va a traicionar? ¿Alcanza con predicar buenas ideas para convencer a la gente? Así será fácil, simplemente saldríamos con miles de autoparlantes por toda Francia y cuánto más gente nos escucha más nos seguirán. Pero no es así…»

El PST se colocó incluso por detrás de la propia OCI.

Pero además hay que señalar que el Consejo General del CI o sea con el voto del PST, aprobó a fines de mayo una resolución sobre Francia en la misma línea que la orientación actual de la OCI. La resolución escamotea por un lado los principales problemas planteados al movimiento obrero con el triunfo electoral de Mitterrand. La única mención que se hace del PS es la siguiente:

“El hecho de que, para obtener esta victoria, las masas hayan votado masivamente, desde la primera vuelta, por Miterrand, no significa un resurgimiento de la socialdemocracia. En realidad, las masas utilizaron la candidatura de Mitterrand y el PS para derrocar a Giscard y derrotar a la división. Pero el PS, así como sus homólogos europeos, sigue siendo extremadamente frágil y no puede reemplazar la eficacia contrarrevolucionaria del aparato stalinista” (“Suplemento Correspondencia Internacional”, Junio 1981).

Se presenta aquí, a) a la socialdemocracia, como un instrumento de las masas, escamoteando que el PS “instrumentó a las masas para que la derrota de Giscard fuese a manos de una dirección comprometida con el capital; b) se insiste en que ese “instrumento” sería “extremadamente frágil”, o sea fácilmente superable por las masas; c) se desprecia y descarta la eficacia contrarrevolucionaria de la socialdemocracia, la que sólo sería propia del stalinismo.
La declaración, por otro lado, está centrada en señalar que la caída de Giscard tendrá como consecuencia “la desestabilización directa de los estados semicoloniales del África franco-parlante”, para agregar que no es casual que el primer mensaje “político” recibido por Mitterrand después de su elección fuese de Fidel Castro, con una propuesta de colaboración con el régimen burgués francés para mantener los regímenes existentes en el África franco-parlante” (“Supl. Correspondencia Internacional”, Junio 1981).

El PST, junto a la OCI, presenta aquí el reemplazo de Giscard por Mitterrand como una especie de virtual descabezamiento del Estado francés, porque de otra manera no se puede entender por qué la victoria de Mitterrand, nada menos, que “desestabilizaría” al imperialismo francés. En realidad, el gobierno ha pasado de manos de un tipo de representante del imperialismo a otro. De todas las discontinuidades que puede producir el reemplazo de un gobierno burgués imperialista clásico por otro burgués-frentepopulista, si hay una que está excluida es precisamente la de la defensa, con las armas en la mano, de la política de rapiña de las colonias y semicolonias.
Es un hecho histórico comprobando mil veces que los frentes populares despliegan una política colonialista, todavía más proimperialista que la de los gobiernos burgueses clásicos. La razón de esto es que necesitan “compensar” la demagogia que efectúan en la metrópoli, con una política de defensa a muerte de los dominios de su burguesía, mostrando política (y también económicamente) al gran capital que, por encima de todo, son servidores del estado imperialista.

Los gobiernos “socialistas” y de Frente Popular han sido los responsables directos de las más grandes masacres coloniales. Tenemos, en el caso francés, la masacre de Magadascar en la inmediata posguerra. La masacre de “Sétif” en Argelia en el día de la liberación de París. Como mínimo, 50.000 personas fueron masacradas bajo las órdenes del gobierno de “coalición” de De Gaulle con el PS y el PC. La prensa del PC ocultó al proletariado francés por completo la matanza del gobierno que integraba, en tanto que el PC argelino participó físicamente de los asesinatos y linchamientos. Los “socialistas” y “comunistas” metropolitanos actuaron como los grandes engañadores de las masas de sus países, en tanto sus pares en los dominios del imperialismo participaron en la primera línea en las masacres. El PST, junto a la OCI, no sólo no dicen nada sobre esto, sino que presentan la subida de Mitterrand como un cambio de perspectiva para las masas coloniales.

La reocupación de Indochina y el reinicio de la guerra contra el Viet Minh ocurrieron también bajo el gobierno de “coalición”, de De Gaulle, el PS y el PC (cuando entre esos dos últimos reunían el 60 por ciento de los votos). El “socialista” Guy Mollet envió las tropas francesas, en unión a los israelíes e ingleses, en 1956, para atacar el canal de Suez nacionalizado por Nasser. Toda la guerra contra las masas argelinas, con sus espeluznantes masacres, lleva la indeleble responsabilidad “socialista”.

El ascenso de Mitterrand ha permitido, y no obstaculizado, al imperialismo francés operar todo un replanteo en su política “africana” porque la de Giscard estaba “reventada” por sus permanentes intervenciones militares y su compromiso con los regímenes títeres, corruptos y sanguinarios (por ejemplo, Bokassa). Bajo un «ropaje socialista”, Mitterrand sale a defender y a recomponer las alianzas coloniales francesas, ¿O acaso no fue Mitterrand quién, en París, logró formar una fuerza militar interafricana para intervenir en la guerra civil en el Chad y contra los movimientos antiimperialistas del continente? ¿Qué hizo Mitterrand ante la invasión sudafricana contra Angola sino apoyarla de hecho? ¿Y el apoyo a Senegal para invadir y anexar a Gambia, donde había triunfado un golpe nacionalista?

El bloque PST-OCI, en este imperdonable crimen político tiene el caradurismo de poner a Fidel Castro como alcahuete de Mitterrand, como si éste no supiera lo que tiene que hacer para explotar sus propios dominios. Castro, en África, sostiene políticamente a los movimientos y regímenes burgueses nacionalistas, que concilian con el imperialismo pero Mitterrand es el jefe directo del Estado imperialista verdugo de las masas africanas.
En pocos meses, el gobierno “socialista” desplegó una rabiosa política exterior antisoviética, de reforzamiento de los pactos políticos y militares del Atlántico. En el Medio Oriente, reorientó al imperialismo francés hacia el apoyo a Israel. En América Latina, su principal esfuerzo se dirige a forzar a las organizaciones guerrilleras salvadoreñas a que depongan sus armas y arreglen una “solución política” en acuerdo con el imperialismo yanqui y la Junta “títere”.
El PST, ahora,»critica” a la OCI por no denunciar a su propio imperialismo, pero lo cierto es que sus dirigentes firmaron con las dos manos un documento de apología a la política colonialista y antisoviética, del frente popular imperialista francés.

La «crítica” del PST a la OCI

La “crítica” del PST a la OCI apareció en octubre. Para esa fecha el Comité Internacional estaba atravesando por una crisis más amplia abarcando diversas secciones, al mismo tiempo que la prensa de la OCI estaba llegando a niveles extremos de capitulación ante el frente popular, en un momento en que comenzaba a hacerse evidente la desilusión de las masas con el gobierno.

En mayo, salieron a luz las divergencias en torno al frente único antiimperialista, lo que a su vez condujo en julio a una crisis en relación al Perú, que bloqueó la unificación del POMR y el PST (ver más adelante, capítulo sobre el “frente antiimperialista”). Para la misma fecha, la crisis irrumpió en Brasil en torno a la actitud frente al PT (ver artículo en este número). La unificación no caminaba en los países donde el CORCI y la FB contaban con grupos propios (Brasil, España, Perú). En este cuadro apareció el documento del PST.

La primera característica del mismo es que sostiene que la OCI desenvolvió una orientación correcta hasta el triunfo de Mitterrand; en “Opción” se decía, inclusive, que “desde el primer momento (la OCI) planteó la necesidad del candidato único PS-PC” («Opción” nro. 28, mayo 1981).

Se trata de una falsedad total. La OCI, ya en 1979 y como parte de su política de «unificación” con el SU, planteó para la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1981, con dos años de anticipación!, el apoyo al candidato de la LCR francesa. A principios de 1981 la OCI presentó un “protocolo de acuerdo” —rechazado por el SU— donde planteaba que el candidato de la LCR, Krivine, se transformara en una candidatura de unidad de la IV Internacional, lo que además de desmentir al PST, muestra su identificación política y programática con el revisionismo (ver crítica en “Internacionalismo” nro. 3). Finalmente el apoyo electoral a Mitterrand, como vimos, fue un apoyo político completo a la socialdemocracia y al frente popular.

La segunda cuestión es que se sostiene que la OCI cuenta con una caracterización justa del gobierno de Mitterrand («todos coincidimos en definir al gobierno Mitterrand como un frente popular”).

Es evidente que a partir de estas apreciaciones el PST no puede hacer una crítica de los planteamientos de la OCI puesto que sostiene que la intervención política electoral de ésta y su caracterización del gobierno de Mitterrand son acertadas. Si la política pasada de la OCI fue correcta, si su caracterización de Mitterrand también lo es, y como ni la OCI ni Mitterrand cam-biaron de posición, la «crítica” del PST carece de toda sustan¬cia. Lo que tiene es, entonces, una poderosa base faccionalista.

El documento del PST (M. Capa, «Correspondencia Internacional” nro. 13) sostiene que el gobierno de Mitterrand cuenta con el respaldo de la burguesía y el imperialismo, y propone atacarlo abiertamente. Afirma incluso que Mitterrand buscará “imponer los duros planes de hambre y desocupación de la burguesía, continuando la orientación de Giscard-Barre”.

El primer error es que Mitterrand no es un gobierno burgués clásico sino un gobierno de compromiso con la burguesía. Mitterrand busca ganarse la confianza del gran capital lo que entra en contradicción con su base social.
El segundo error es que el PST no formula un programa, que solo puede elaborarse caracterizando el conjunto de los elementos de la etapa política. Deduce la intervención política de un elemento de la caracterización del gobierno (gobierno burgués) y, pegando un viraje de 180° en relación a su posición de que no era cuestión de salir con altoparlantes, propone una intervención política sectaria y panfletaria. En verdad se trata del clásico zig-zag de la política impresionista que sale a festejar como propia la victoria electoral del Frente Popular y que, a los pocos meses, se desilusiona y cae en la verborragia.

El documento, repetidamente, insiste en que “la del frente popular es quizá la única etapa en que se dan todas las condiciones para superar la crisis de dirección revolucionaria, pues sólo en ella el rol de las direcciones traidoras se vuelve plena-mente visible ante las masas”. Se apoya, para decir esto, en la suerte del kerenskismo ruso y en que Trotsky, a comienzos de la década del 20, sostuvo, ante un eventual gobierno laborista en Inglaterra o del Bloque de izquierda en Francia, que el Partido Comunista, al quedar como fuerza de oposición, tendría grandes posibilidades en su trabajo revolucionario.

Hay que señalar aquí que cuando Trotsky, a comienzos de la década del 20, se refiere a la situación francesa e inglesa, tiene en cuenta que los partidos comunistas, a pesar de sus errores y debilidades, son secciones de una Internacional revolucionaria y que están rodeados del prestigio revolucionario de la Revolución Rusa. En estas circunstancias es que el acceso del laborismo o la “izquierda” francesa al gobierno le darían una gran perspectiva a los partidos de la III Internacional ubicados en la oposición revolucionaria.

Esta situación no tiene nada que ver con el pasaje entero de la IC al campo del orden burgués, en que los frente populares tienen el apoyo y sostén de la burocracia del Kremlin y sus agentes. Si los gobiernos de «izquierda” en los años 20 podían llegar a ser débiles por referencia a la oposición revolucionaria de una Internacional revolucionaria, los gobiernos de frente popular que se constituyen a partir de la década del 30 coalicionan a las direcciones obreras con la burguesía imperialista y las burocracias de los Estados Obreros.

Más aún; el kerenkismo ruso tenía la debilidad objetiva del profundo factor de descomposición de la guerra mundial y la debilidad subjetiva de tener ante sí al Partido Bolchevique. Por eso, como balance de aquel  y del rol jugado por los PC en la década del 20, Trotsky sostuvo:

“Pero debe agregarse que el kerenskismo no será en cada situación y en cada país necesariamente tan débil como el kerenkismo ruso, el que fue débil porque el Partido Bolchevique era fuerte. Por ejemplo, el kerenkismo español -la coalición de los liberales con los ‘socialistas’- no es en absoluto débil como fue en Rusia y esto es debido a la debilidad del Partido Comunista. El kerenskismo combina una política de frases reformistas, ‘revolucionarias’, ‘democráticas’, ‘socialistas’ y re reformas democrático sociales secundarias con una política de represión contra la izquierda de la clase obrera” (“¿Qué es una situación revolucionaria?”, 11/1931).

El gobierno de Mitterrand no tiene en común con el Kerenkismo ni su terrible debilidad emergente de la guerra ni a un Partido Bolchevique que estuviera entronizado en las masas y con una orientación revolucionaria. En estas circunstancias proclamar que estamos en una etapa «en que se dan todas las condiciones para superar la crisis de dirección”, como dice el PST, es un planteo exitista que escamotea el todavía largo proceso que hay que recorrer en Francia para agotar las ilusiones de las masas en el reformismo y construir el partido revolucionario.

El documento de PST propone que la OCI denuncie al gobierno. También el MIR o el MAPU chilenos denunciaron al gobierno de Allende o el ERP al de Perón, reflejando el desgaste de éstos y sus propias ilusiones. También la OCI «radicalizó” sus planteos últimamente, sin cambiar un milímetro su caracterización del gobierno. El planteamiento del PST es una faceta de una política impresionista, reflejo de la impaciencia pequeño burguesa ante la que definió “alternativa anticapitalista».

El documento del PST no es una crítica a la OCI; es insustancial, impresionista, y está dominado por una finalidad faccional.

Una ‘crítica» que se acompaña del ingreso al frente patronal argentino

Una crítica es real y principista cuando es un aspecto del programa y de la intervención política de la corriente que la formula. De lo contrario carece de todo valor y se transforma en una maniobra de ocasión, con fines faccionales.
La crisis política argentina determinó, a mediados del año pasado, la constitución de un frente político patronal, la llamada Multipartidaria. El PST, a fines de agosto, pidió su ingreso al mismo; o sea, con una mano denunciaba la «colaboración de clases de la OCI y con la otra reclamaba su ingreso en un frente patronal.

La Multipartidaria reúne a los principales partidos burgueses (radicales, peronistas, desarrollistas, etc.) que plantea la alteración constitucional del régimen militar y una línea de rescate e a burguesía ante la descomunal crisis económica. Se trata de un frente opositor, democratizante, de la gran burguesía proimperialista, que ilustra la desintegración del régimen militar.

Lo regímenes burgueses constitucionales pueden ser, respecto de las dictaduras militares reaccionarias, relativamente progresivos pues deben actuar en un cuadro de semi-libertades democráticas. Los frentes políticos democratizantes pueden también tener ese carácter en las medidas, por mínima que sea, que chocan, se enfrentan o discrepan con una dictadura militar. Pero solo en esa medida y bajo ese aspecto. Tomados en su conjunto son grandes frenos a la movilización real de las masas y profundamente proimperialista. Los frentes democratizantes sufren por la impasse de los regímenes militares y con el objetivo de prevenir la eclosión de una crisis revolucionaria. Estos frentes buscan atar tras sí al proletariado para asegurar la transición del régimen político y actúan como trampa “democrática» para empantanar la lucha de las masas.

Ni qué decir que un partido revolucionario no puede nunca apoyar a esos frentes, porque en ese caso se somete a la política de la burguesía.

La intervención política revolucionaria debe buscar que las masas se pongan al frente de la lucha contra la dictadura y el imperialismo. No podrá hacerlo si no explota la fractura en el régimen político y la oposición de sectores de la gran burguesía con él, por ejemplo utilizando esos momentos para exacerbar la agitación antidictatorial y organizar manifestaciones. Pero ni qué decir que debe combatir los intentos de subordinar al proletariado al frentismo burgués.

Todo esto significa que se debe plantear el programa del frente único de las masas en términos revolucionarios y no en términos democratizantes y atacar en la propaganda y en la agitación los planteos frenadores de la burguesía.
El PST en cambio, tiene la concepción estratégica de que el proletariado debe apoyar los frentes y regímenes democratizantes o institucionalistas de la burguesía, convirtiéndolos en absolutamente progresivos. Con esta caracterización apoyaron la institucionalización de Lanusse entre 1971 y 1973, el régimen peronista surgido de esa institucionalización, ingresaron al “bloque de los 8″ con la misma finalidad y finalmente al ala de Videla por «prometer” la institucionalización.

Ahora, pidieron ingresar en la Multipartidaria, realzando “los propósitos de democratización que proclama sostener la Multipartidaria” (razón por la cual el PST reclama “un lugar en ella”) y compromete su apoyo a las acciones de movilización que aquélla emprenda (Ver «Opción”, setiembre 1981). Se agrega, además, que «existe el peligro que la Multipartidaria se asiente sobre exclusiones y discriminaciones”, esto es, se reclama abiertamente la participación en ella de todas las organizaciones del movimiento obrero.

Se ve claramente que el PST propugna la alianza del proletariado con la burguesía sobre la base del programa político de los partidos patronales; se le reclama a la Multipartidaria que no sea «excluyente”, esto es que acepte el ingreso de la burocracia sindical y el stalinismo! La capitulación del PST ante el frente patronal argentino deja corta a la de la OCI ante Mitterrand lo que desnuda el carácter faccional, sin principios y oportunista de su «critica».

Frente Único Antiimperialista

En el curso de este trabajo hemos demostrado, con documentos y citas en la mano, estas cuatro cosas fundamentales: 1) que el PST sostuvo públicamente toda la política de la OCI en relación al frente popular francés, al menos hasta setiembre de 1981 -en tanto que PO la había venido denunciando desde febrero de 1979 («Destrocemos la provocación de Just- Lambert” por Rafael Santos, ed. PO) y, más aún, que la prensa del PST argentino fue más lejos de lo que nunca fue la OCI en el apoyo incondicional al gobierno de Mitterrand; 2) que la crítica del PST a la OCI, a partir de setiembre, es enteramente superficial, ya que no cuestiona las caracterizaciones que la OCI hace del gobierno de Mitterrand, limitándose a proponer planteos de intervención práctica que, en la mayor parte de los casos, son completamente sectarios; 3) que en el mismo y preciso momento en que lanzaba las críticas a la OCI, el PST no sólo continuaba defendiendo su política de frente popular que tuvieron en Bolivia y El Salvador, sino que proponía ingresar a la Multipartidaria, en Argentina -un frente burgués democratizante con un programa de orden burgués semicolonial; 4) que la escisión del CI no se explica sólo por las diferencias políticas que surgieron al final de su desgraciada carrera (inclusive por el hecho de que eran y, al mismo tiempo, no eran diferencias, por todo lo dicho arriba), sino que se explica por el carácter sin principios del bloque agrupado en torno a la sigla CI, de modo que bastó que surgiera un problema político de importancia para que se revelara la incapacidad del CI para procesar un debate político- y sí, en cambio, una dura lucha faccional.

Pero para dejar un balance claro de lo que fue políticamente el CI (un bloque de posiciones oportunistas y, a la vez, de falta de firmeza en esas posiciones -de ahí la enorme confusión que provoca, entre los menos avisados, la coexistencia de posiciones contrapuestas y el giro constante de unas a otras) es esencial detenerse en lo que fue una plataforma común de las dos tendencias del CI —nos referimos a la cuestión de su oposición a la táctica del frente único antiimperialista. Es en esta cuestión que se revela acabadamente la inconsistencia teórica del CI y sus posiciones de capitulación ante los tres grandes movimientos proimperialistas de masas en el mundo actual: la socialdemocracia, el stalinismo y el nacionalismo o democratismo burgués. Cuando se tiene presente que la cuestión del FUA fue planteada en el viejo CORCI, siendo un factor de discusiones y crisis constantes; que, en este viejo CORCI, la OCI se opuso primero al frente único antiimperialista, luego lo aceptó, pero nunca escribió un documento sobre este problema, de modo que un dirigente como Just, por ejemplo, se opuso al FUA hasta el final, pero sin hacer conocer sus posiciones; y que en el propio CI, la OCI comenzó defendiendo esta táctica (en la discusión de las “tesis”), lo repudió (en las “tesis”), la volvió a defender (como se verá, desnaturalizándola) en una reunión del Consejo General del CI, en mayo de 1981, para volver a abandonarla en julio en carta dirigida al POMR y firmada por Moreno y dos dirigentes de la OCI; cuando se tiene presente todo esto, y se recuerda la duplicidad del PST en tomo al frente popular, queda, entonces, muy clara, la total falta de ideas y de principios programáticos que formaron la base del CI. Que un bloque de esta laya hubiera podido permanecer unido por mucho tiempo, sólo hubiera podido ser el resultado de una perversión política (como dijimos en “Internacionalismo” nro. 3).

La primera parte del planteo del CI en relación al frente único antiimperialista, puede resumirse así: se trata de una táctica completamente secundaria en relación a la táctica (que para el CI se transformará en estrategia) del frente único obrero. Según el CI el FUO es «permanente”, esto porque respondería a necesidades reales y objetivas, a saber, la lucha que está obligado a empeñar el proletariado contra el capital, lo que no ocurriría con el FUA, que respondería, en cambio, a problemas coyunturales, que pueden o no surgir como problemas políticos concretos. La segunda parte de este planteo la veremos más adelante.

Existe aquí, en primer lugar, una indudable confusión entre los problemas políticos y la correlación de clases y partidos que se plantean en los países imperialistas y los que se plantean en los países oprimidos por el imperialismo. En segundo lugar, se revela una fantástica ignorancia respecto a las necesidades reales y objetivas, es decir, respecto a las contradicciones del desarrollo económico, social y político de las naciones oprimidas.

Primero. En la mayoría de las naciones que han completado su desarrollo histórico capitalista y se han convertido en imperialistas, las grandes masas siguen a los llamados partidos obreros tradicionales. El dominio político de estos partidos resulta más firme en los períodos inter-revolucionarios, cuando las masas se encuentran luchando a la defensiva. Pero en tanto la hegemonía de estos partidos contrarrevolucionarios no ha sido sacudida, no se puede pensar en la victoria de la revolución proletaria. Se configura, de este modo, una situación de transición -de un lado, hacia una nueva, futura, situación revolucionaria y, del otro, hacia la transformación de los elementos o partidos revolucionarios en dirigentes de las masas. Tenemos presentes aquí dos elementos: la necesidad objetiva de la lucha unida del proletariado contra la ofensiva del capital, y la cuestión subjetiva de la penetración del partido revolucionario en las masas, para diferenciarlas de los partidos contrarrevolucionarios. Estos dos problemas se funden en la política del frente único obrero: la lucha por el frente común parte de las condiciones concretas de la lucha del proletariado, dándole una salida política concreta a las aspiraciones de las masas: el frente único. Pero, de otro lado, esta misma táctica sirve para descubrir entre los obreros las vacilaciones de los partidos tradicionales y sus compromisos con el capital, aún en un período de ofensiva de éste. El CI, al calificar a este FUO de “permanente”, al declararse “patriotas” de este frente, es decir incondicionales de él, ha abstraído un elemento de la situación, las condiciones objetivas de la lucha, del conjunto de ella, a saber, de la necesidad de desplazar a los partidos contrarrevolucionarios del movimiento obrero y de conquistar para el partido revolucionario la hegemonía política. En estos dos sentidos, el FUO es y no es permanente: nos esforzamos por transformarlo en una realidad durante todo el período transicional, buscando desenmascarar a nuestros “connacionales” contrarrevolucionarios, y luchamos abiertamente por la escisión cuando tal frente es un obstáculo al ascenso de la revolución. Los «teóricos” del CI se han «olvidado” de que el trotskismo siempre atacó la táctica del frentismo por el frentismo; que denunció las ilusiones de que el FUO pueda suplantar la necesidad de poner en pie a la dirección revolucionaria, y que sólo apreció el frente único cuando era factor de impulso de la lucha independiente, pues la mayor parte de las veces era un factor de freno, que iría a convertirse directamente en frente popular. Toda la base de la capitulación ante Mitterrand está en esta concepción del FU —común a Moreno y a Lambert— en la que bajo la forma de “patriotismo” se procura una alianza estratégica con los partidos obreros contrarrevolucionarios. El frente único, por el contrario, debe tener siempre, un carácter condicional y subordinado -condicional a la situación política y a los fines políticos del frente, y subordinado a la estrategia de la revolución proletaria.

Para el CI el frente único obrero es sinónimo de “independencia de clase”, lo cual es falso. Tenemos varios ejemplos: la socialdemocracia alemana y el laborismo británico, así como todas las centrales obreras, incluyendo el frente del PC italiano y el PSI hasta mediados de la década del 60, son frentes únicos de la clase obrera, pues la agrupan en su mayor parte en tomo a las reivindicaciones económicas. Y preguntamos: ¿qué tienen de independiente de la burguesía? Lenin, en el congreso del partido bolchevique de 1919, planteó que el proletariado alemán no estaba diferenciado de la burguesía porque votaba a la socialdemocracia!!

Al combatir al frente único antiimperialista en nombre del frente único obrero, el CI nos presentó una caracterización antirrevolucionaria del frente único en general, nos reveló que disuelven todas las caracterizaciones marxistas sobre los partidos obreros contrarrevolucionarios a la hora concreta del planteo del frente único.

Los portavoces del CI dicen que nunca van a romper el frente único obrero (¡ya que son sus patriotas!), lo que significa que subordinan la lucha por el poder al acuerdo con las direcciones contrarrevolucionarias. Pero nuestra finalidad estratégica debe ser reconstruir la unidad del frente proletario bajo la hegemonía del partido revolucionario. No sólo el frente único bajo la forma de bloque de partidos, o bajo la forma de partidos que agrupan a la casi totalidad de la clase obrera, sino incluso bajo la forma de soviets, debe ser considerado desde el punto de vista de la revolución, y no sólo de las “necesidades objetivas”. De lo contrario se convierte a los soviets en un fetiche organizativo, que reemplazaría al programa y a la dirección revolucionaria conscientemente forjada durante años. Se trata de ganar para el partido revolucionario a la mayoría de los soviets (Lenin se planteó, incluso, durante un breve período, construir nuevos soviets contra los de los mencheviques —ver Lecciones de Octubre, de Trotsky y Acerca de las consignas, de Lenin, por qué bloqueaban la revolución).

El CI considera al FUO como una abstracción y, en la práctica, como un problema de maniobras que facilitaría el crecimiento de los revolucionarios. Se trata de todo un agujero metodológico. La razón es que el CI carece de un programa, más aún no plantea que es éste la cuestión nodal del frente único. Olvida que un frente único es un factor de lucha o de freno según su programa. Se debe luchar por el frente único con un sistema perfectamente claro y delimitado de reivindicaciones, derivado de la situación histórica general y de la situación particular del momento.

Ya vimos que la OCI habla de «liquidar la V República”, pero es incapaz de decir en qué consistiría esta «liquidación” -de otro modo sí sabría claramente por qué Mitterrand no es un factor de esa “liquidación».

Cualquiera sea el destino “práctico” de una campaña por el frente único proletario, lo que debe asegurarse a toda costa es que la responsabilidad por su rechazo o ruptura caiga sobre las organizaciones contrarrevolucionarias. El valor seguro de la consigna del frente único es que, en cualquier caso, impulsa a que la clase se una para una lucha de clase contra clase. De ahí que el requisito imprescindible de la táctica es que sea impulsada por un programa de combate compuesto por reivindicaciones mínimas y transitorias precisas. El carácter del frente único está dado por su programa; de él depende que sea un frente para la lucha de clases, y no para la colaboración de clases. Llamar a la unidad del frente proletario, no para barrer a la burguesía en las elecciones parlamentarias, sino para “dotar a Mitterrand de los medios para su política” (burguesa y proimperialista); y no usar la campaña para estimular la participación directa de las masas en ella (comités de acción) ni para impulsarlas ya, ahora que todo sí empieza a ser posible, la ocupación de fábricas contra las cesantías y la ocupación general de fábricas (¿cómo descubrir la viabilidad de una consigna si no es lanzándola frente a los problemas concretos que enfrentan las masas?), todo este planteo de frente único «permanente” y “patriótico” de la OCI-PST, es un planteo rastrero ante la burocracia antiobrera, que sólo sirve para echar la responsabilidad del fracaso y ruptura del frente único sobre los que pretenden encamar a la izquierda revolucionaria.

En una carta al POMR (julio 1981), la OCI-PST plantearon su rechazo al frente único con las organizaciones de base de los partidos de masas por considerarlo un obstáculo al frente único con las direcciones de esos partidos.
Aquí está retratado otro aspecto más del carácter capitulador que tiene en este bloque el planteo del frente único en general. Porque una cosa es que un partido oponga el frente único por la base al frente único por las direcciones (como lo hizo el stalinismo en relación a la socialdemocracia en el «tercer período”, 1929-34), otra cosa es que se esfuerce por atraer a las organizaciones de base de los partidos de masas al frente único que es reclamado a sus direcciones. Sostener lo contrario, es cometer el error inverso al del stalinismo, es oponer el frente único por arriba contra el frente único por abajo, transformando en rehenes de las direcciones contrarrevolucionarias a las bases de esos partidos.

Por el contrario, toda la política revolucionaria del frente único, dirigida a las organizaciones de masas tomadas en su conjunto, debe estar concebida para acercar a la lucha de clases intransigente a las bases y organizaciones de base de esas organizaciones, para que también exijan el frente único a las direcciones, ya que así se marcha a la reconstrucción de la unidad proletaria bajo la hegemonía revolucionaria.

Ahora, véase que la OCI-PST plantean que esta táctica de FUO debe también prevalecer en los países oprimidos por el imperialismo.

La primera constatación que se impone es que la unidad de los explotados (obreros, campesinos y pequeño burgueses pobres) en estos países no coincide con, ni está representada por, os partidos que se reclaman obreros. En la mayoría de estas naciones se presenta el fenómeno de la presencia de un movimiento de masas, la mayor parte de las veces mayoritario, el carácter nacionalista burgués o pequeño burgués (estos movimientos se plantean, programáticamente, superar las con contradicciones del desarrollo nacional —no de las contradicciones sociales internas— engendradas por la dominación del imperialismo, prometiendo al proletariado concesiones sociales en un régimen de tutela corporativo o semicorporativo).

Un frente único obrero en estas condiciones significa dejar fuera de la unidad al 95 por ciento de las masas; y no sólo a los no obreros sino también a los obreros, pues estos también siguen a los partidos nacionalistas. Esto no es solo una imbecilidad, es bien peor: como veremos, aparta al proletariado de la lucha antiimperialista y sacrifica la lucha real por el frente único proletario, en la medida en que éste se plantea, y en forma acuciante, no sólo también, sino especialmente, en las naciones atrasadas.

El primer error de fondo de la OCI-PST es considerar que no existen bases objetivas para el frente único antiimperialista, como las que existen para el FUO; por eso el primero sólo podría tener una vigencia coyuntural. Este planteo es de inconfundible filiación metropolitana, refleja los prejuicios de la aristocracia obrera de los países imperialistas contra la lucha antiimperialista (la asimilan a lo que su prensa les cuenta sobre Perón, Nasser, Kadhafi o Abdel-Krim) e, inversamente, es un reflejo del monumental error populista de considerar a los movimientos nacionalistas dirigidos por las capas más plebeyas de la pequeño burguesía como partidos obreros, de modo que el frente con estos sería proletario (Ejemplos: la OCI caracterizó como obreros o cumpliendo función de obreros al MNA de Argelia, al MIR de Venezuela y a fracciones de la UDP peruana; y el PST, como es conocido, caracterizó como partido obrero a la rama gremial del peronismo).

Sin embargo, la base objetiva del FUA y de la lucha antiimperialista en general es, precisamente, la opresión del imperialismo, es decir, la traba que opone al desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas autóctonas de esas naciones, y, por lo tanto, al desarrollo cultural, político y democrático correspondiente. El imperialismo integra a las naciones atrasadas a la economía mundial, pero lo hace bajo el régimen del monopolio, con el objeto de acaparar la totalidad de la plusvalía extraída, lo que significa que esa integración aísla a la nación oprimida de la circulación económica mundial tomada como un todo. Las reivindicaciones de independencia económica y política expresan la necesidad de romper esta monumental traba al desarrollo nacional (burgués) de estos países. En la medida en que, debido a las luchas interimperialistas, a las crisis del imperialismo y a las guerras, el desarrollo de estos países ha desbordado, aunque no quebrado, los límites impuestos por las metrópolis, se ha planteado una lucha encarnizada por parte del imperialismo para liquidar las conquistas democrático-burguesas de las naciones oprimidas. Esto se puede ver en a brutal penetración imperialista en el campo, en la expulsión de millones de campesinos de sus tierras (la creación de una enorme masa de trabajadores sin empleo alojados en las villas miserias, favelas, poblaciones, barracas, etc.), la monopolización de las ramas de cultivos agrícolas comercializados ínter- nacionalmente, la ruina de la producción de alimentos y la dependencia de los monopolios que se ha creado para abastecer el déficit de esos alimentos. Toda esta circulación económica gira en torno a un mismo grupo de monopolios que se han dividido el mercado mundial. Otro ejemplo es la división del trabajo internacional introducida en el seno de un mismo grupo monopólico, de modo que lo que se registra como exportaciones e importaciones industriales de las naciones atrasadas no es más que una circulación contable dentro de una misma empresa. Estos son manifiestos casos de aislamiento de las naciones atrasadas de la circulación económica mundial, que se opera en nombre de la integración económica internacional y de la interdependencia.

Tenemos todavía el fenomenal mecanismo confiscatorio de la deuda externa, que se abulta con sucesivas renegociaciones, lo que viene a resultar en el acaparamiento creciente de la riqueza nacional por un puñado de grandes bancos -que monopolizan la “integración mundial» de las naciones atrasadas, a expensas de toda otra relación económica con el mercado mundial, y que imponen una determinada compartimentación de la producción de las naciones atrasadas, pues está en manos de ese capital financiero la distribución de cartas en el mercado mundial. Sin pretender agotar esta cuestión, hay que terminar señalando la fantástica ofensiva lanzada por el imperialismo para desmantelar sectores enteros de la burguesía agraria e industrial nacional (Argentina, Chile, Uruguay, Perú), con el objeto de quedarse con la totalidad de la plusvalía extraída.

Es por esto que la lucha por la emancipación nacional de las colonias y de las semicolonias no se reduce, ni concluye, con la reivindicación de la independencia formal, tan cara a la democracia burguesa formal (hipócrita). Se trata de abolir todas las cadenas políticas y económicas que someten a las naciones atrasadas al imperialismo, es decir, de confiscar al gran capital imperialista y realizar la revolución agraria. Para los llamados “socialistas puros» la lucha por estos objetivos no sería una lucha nacional sino directamente socialista, lo que significaría concluir que las naciones atrasadas del mundo podrían, por sus propias fuerzas, ‘‘implantar» el socialismo o, en su defecto, condenarse a un larguísimo período de opresión nacional. La cuestión, correctamente planteada es ésta: la realización revolucionaria de las tareas de emancipación nacional superan el marco de la democracia burguesa y plantean la revolución permanente.

Todo el régimen de miseria, de dictadura, de represión, de asesinatos, de mortalidad infantil, de oscurantismo cultural, de analfabetismo, de enfermedades endémicas, de alcoholismo y de embrutecimiento, que caracteriza a las naciones atrasadas, está determinado, fundamentalmente, por la opresión imperialista.

¡Y el bloque “trotskista» PST-OCI nos decía, en sus “tesis” que no existen razones objetivas para realizar la unidad del frente antiimperialista!

Pero la necesidad de realizar la unidad del frente antiimperialista, es decir, la necesidad de que el partido obrero revolucionario tome posición ante la necesidad de la lucha contra el imperialismo y ante la tendencia de las masas a la unidad contra el opresor nacional, no agota el problema relativo a la formulación de la táctica del frente único antiimperialista. Es que junto a lo anterior se plantea el problema de que la burguesía de las naciones atrasadas es incapaz de llevar a término la emancipación nacional y busca, por todos los medios, por temor al proletariado y al levantamiento agrario, el acuerdo con el imperialismo. Como la victoria completa de la revolución sólo es posible, entonces, bajo la dirección del proletariado —lo que plantea su gobierno y su régimen político, la dictadura del proletariado— se plantea la lucha interna contra la burguesía nacional; lucha interna contra los intentos de ésta de negar al proletariado sus propias aspiraciones en la lucha contra el imperialismo (democracia política, libertad de organización, protección social, jornada de 8 horas y elevación radical de su nivel de vida, armamento del pueblo), y lucha interna por desenmascarar los compromisos de la burguesía con el imperialismo, sus vacilaciones y su engaño sistemático del pueblo, especialmente cuando se encubre con la bandera del socialismo o de la “tercera posición».
El punto de partida de la táctica del frente antiimperialista es, precisamente, la más implacable crítica a la burguesía nacional, la más nítida demarcación de las fronteras de clase, la lucha más tenaz por acabar con su influencia entre las capas pobres de la nación.

En toda la literatura de la OCI-PST no se encuentra una sola palabra sobre los fines propios del frente antiimperialista, es decir, sobre el programa que lo define como realmente antiimperialista. Se habla de acuerdos prácticos, circunstanciales, como si esto solo asegurara el carácter revolucionario del frente y no pudiera ser el disfraz del seguidismo. La consigna del frente único antiimperialista va dirigida a todas las fuerzas que se encuentran en oposición al régimen existente de opresión nacional -sean oposiciones semirevolucionarias, pequeño burguesas cobardes o capituladoras- pero sobre la base de un programa de lucha, revolucionario, para el derrocamiento de ese régimen y la realización de las reivindicaciones nacional- liberadoras, manteniendo la más rigurosa independencia política y organizativa. A la inversa, luchamos contra todo frente que simule una oposición real al régimen presente y que levante un programa de compromiso con el imperialismo y la reacción interna.

La unidad antiimperialista no tiene nada que ver con ponerse a la cola de la burguesía; su eje es la lucha práctica de masas para derrocar al régimen presente.

La táctica del frente antiimperialista tampoco se reduce a postular un determinado bloque político de lucha. Antes que nada, y por sobre todo, debe servir para arrancar al proletariado del estrecho círculo de sus intereses corporativos, para orientarlo a ocupar el puesto de vanguardia contra el imperialismo y sus agencias políticas. La primera condición para la realización de la unidad revolucionaria antiimperialista, consiste, justamente, en que el proletariado y su partido se coloquen a la vanguardia de la lucha nacional. Con independencia de que la burguesía o sus representantes pequeño burgueses puedan ser forzados a integrar un frente revolucionario común (y a este frente sólo pueden venir forzados), la consigna de frente único antiimperialista tiene el inestimable valor de orientar al proletariado a ponerse a la cabeza de las masas oprimidas de la nación, desenmascarando la cobardía de la burguesía nacional.

El interés estratégico que tiene el proletariado en el FUA es que debería servir para ganar a las masas pequeño burguesas pobres y a la mayoría del propio proletariado a la revolución. Pero esto no significa que sea correcto reducir el planteo frentista a los partidos pequeño burgueses, es decir, exceptuar a los burgueses. Primero, porque allí donde la masa pequeño burguesa y parte del proletariado siguen políticamente a los partidos burgueses democráticos o nacionalistas (peronismo, Multipartidaria), propugnar un frente exclusivo con partidos pequeño burgueses no nos acerca sino que nos aleja de la finalidad de emancipar a las masas de la tutela burguesa. Segundo, porque allí donde los partidos pequeño burgueses predominan, estos actúan como apéndices de, o en forma vacilante, ante, la burguesía nativa; hay que desnudar la falta de voluntad de lucha unida de ésta para atraerse a la pequeño burguesía, y no permitir que sea la burguesía quien nos acuse de un sectarismo encubridor de pasividad. Se trata, como se ve, de un problema esencial de método, para luchar en los hechos, y no sólo de palabra: por la hegemonía del proletariado. Un ejemplo de cómo no hay que plantear el FUA es lo que hicieron el PST y el POMR de Perú, que plantearon un ultimátum para que se retire de la ARI un sector del velazquismo (mientras se admitía a los demás velazquistas travestidos de ¡marxistas-leninistas!), en lugar de plantear un programa claramente revolucionario de carácter antiimperialista, forzando al aislamiento o autoexclusión de los arribistas velazquistas y, con esto, al aislamiento del stalinismo que los sostenía.

El frente único antiimperialista no es un bloque sin principios con la burguesía sino el más contundente instrumento para desenmascararla, en el mismo momento en que ella está efectivamente, en los hechos, diariamente, engañando al pueblo con promesas de lucha que nunca se cumplen, pues son un chantaje demagógico al imperialismo. La cuestión es siempre el programa y la denuncia de los partidos burgueses. No criticamos al FSLN por el hecho en sí, en abstracto, de haber un frente con la Chamorro y con Robelo; los criticamos porque este frente con los agentes democráticos y antisomocistas del Departamento de Estado tuvo por programa el no desmantelamiento del ejército de Somoza (propósito que la insurrección luego frustró), la limitación de la reforma agraria y un pacto de coexistencia con el imperialismo en América Central —y esto en vísperas de la insurrección, cuando todas las cartas estaban en manos del FSLN. No es la falta de crítica lo que puede atraer a la burguesía al frente antiimperialista revolucionario, como tampoco es la crítica la que la ahuyenta de él, ni la que la empuja a combatirlo encarnizadamente. La burguesía viene al campo de la revolución, o se pasa a la contrarrevolución, por la presión de sus propios intereses de clase. El proletariado tiene que explotar en su propio beneficio las contradicciones entre la democracia burguesa y la reacción imperialista, de modo que el impulso que se dé al movimiento de masas tenga un vigor y una caridad de objetivos tan amplios que las inevitables oscilaciones y traiciones de la burguesía sean incapaces de frenar el movimiento de la revolución como sí ocurriría en los casos de no intervención de los revolucionarios en el aprovechamiento de esas contradicciones, pues ello tiene por consecuencia debilitar el impulso hacia arriba de las masas, o su endeudamiento político a la dirección de la burguesía.

Una tesis sobre el frente revolucionario antiimperialista debería integrar la experiencia de la lucha de los pueblos coloniales y semicoloniales, y no sólo las lecciones de la intervención de la III Internacional sino también de la IV Internacional, o de los que se reclaman de ella. Es evidente, de todas maneras, que hay que saber adaptar esta táctica a las características de los diversos países, a las diferentes situaciones políticas y, en particular, al grado de diferenciación social y política entre la burguesía y el proletariado. Existen países donde la reacción política está en el poder bajo la forma de una dictadura militar proimperialista, mientras que en otros es la burguesía democratizante la que se encuentra en el gobierno (aún dentro de éstos hay que distinguir entre aquellos gobiernos que se asientan, dadas circunstancias especiales, en acuerdos relativamente estables con el imperialismo —como ha estado ocurriendo en Venezuela— y aquellos completamente inestables, que han fracasado en lograr un compromiso con la reacción interna —como los gobiernos constitucionales argentinos desde 1958). La presencia de gobiernos democrático-burgueses es un factor que debe ser explotado a fondo, porque al estrecharse el compromiso de esta burguesía con el imperialismo, tiende a abrirse una crisis entre ésta y la pequeño burguesía, como en general, tiende a ocurrir con cada paso que la burguesía da hacia el campo del imperialismo. El ángulo de ataque a esos gobiernos debe ser sus vacilaciones hacia el imperialismo y su irresistible tendencia al compromiso con éste. Se prepara el terreno, así, para el frente antiimperialista con la pequeña burguesía, y, no sólo esto, sino que se explotan las divergencias y hesitaciones dentro del gobierno democratizante, en situaciones de amenaza golpista, para facilitar el pasaje de algunos de sus sectores a un bloque de resistencia con el proletariado, o para paralizar los intentos del gobierno de ocultar la inminencia del golpe, ocultamiento concebido para frenar una intervención de las masas. Esta línea de intervención debe servir, por sobre todo, para una agitación dentro del ejército, con la finalidad de ganar algunas posiciones vitales en su seno entre la tropa, la suboficialidad y en algunos casos, la propia oficialidad. Ni qué hablar del valor de esta línea de ataque en los casos de gobiernos militares nacionalistas.

Hemos dicho más atrás que la cuestión de la unidad proletaria, lejos de perder su valor en los países atrasados, se transforma en una cuestión decisiva —a condición, claro está, de vincularla a la cuestión del frente antiimperialista como táctica que incita al proletariado a encabezar la lucha antiimperialista y que disputa al nacionalismo pequeño burgués la dirección de la revolución.

Para el PST-OCI hay que buscar el frente político con los partidos obreros con fidelidad «patriótica”, y desechar el frente antiimperialista para coyunturas excepcionales. Se propone, de esta manera, un frente del 0,5 por ciento de la clase obrera con un programa de lucha anticapitalista. Los sindicatos nunca entrarían en este frente obrero, pues de él se excluyen a las direcciones nacionalistas, a las que pertenecen las direcciones de los sindicatos. Se encierra, en esta táctica, al proletariado en el círculo de sus más estrechos intereses de clase, lo que viene como anillo al dedo al nacionalismo burgués, que no quiere para nada ver a los obreros haciendo política revolucionaria. Se renuncia a luchar por la dirección de las otras clases oprimidas, pues los intereses de éstas (la tierra por ejemplo) no entran en el círculo de las reivindicaciones anticapitalistas. Se renuncia a explotar y aprovechar las contradicciones entre la democracia burguesa y la reacción, pues en un planteo de clase contra clase, de frente obrero contra frente burgués, la democracia burguesa y la reacción burguesa integran un único bloque reaccionado. Se aísla radicalmente al partido revolucionario, pues los otros partidos obreros, ahí donde existen, no están interesados en, ni están sometidos a la presión de, estructurar un frente obrero (la presión de la mayoría oprimida se dirige a la unidad al frente antiimperialista). Se le hace el juego a tales partidos obreros, en especial al stalinismo, que buscan integrarse como cola en el frente democrático, pues les resulta fácil rechazar la pretensión de estructurar un frente sectario y hacer caer la responsabilidad del divisionismo sobre los trotskistas. La política del frente antiimperialista es, por el contrario, un arma fantástica para luchar contra el menchevismo stalinista, pues sirve para responsabilizarlos no por su frentismo tomado en sí, sino por su seguidismo; no por su «antiimperialismo» sino por su traición a la lucha contra el imperialismo, al subordinarla a los límites del nacionalismo burgués. El morenismo jamás propuso un frente obrero en Argentina desde 1950, pero dijo sí a todos los frentes democráticos: peronismo, bloque de los 8 y Multipartidaria. Antes de 1950 propusieron el frente PS-PC contra el peronismo, pero luego descubrieron que ese era un frente proimperialista de Washington (PS) y Moscú (PC) contra el nacionalismo burgués. El frente «obrero” en Perú (PST-POMR) fue una triste farsa, cuyo «mérito” consistió en aniquilar electoralmente a Hugo Blanco y en entregar el ARI a prosoviéticos y prochinos.

La unidad proletaria tiene, por el contrario, una importancia fantástica cuando se plantea de modo que sirva para que el proletariado conquiste una posición autónoma y dirigente en pi frente antiimperialista. Esa unidad proletaria es la lucha por construir sindicatos, comités de fábricas, centrales obreras comités de huelga, soviets, e, incluso, partidos obreros independientes. La opresión nacional es una forma de explotación capitalista, que coexiste con muchas otras formas capitalistas, más o menos antinacionales. Contra esta explotación el proletariado necesita de su unidad, con independencia de las diferencias raciales, políticas, culturales, religiosas o nacionales (casos como Sudáfrica Israel, etc. deben discutirse aparte). Esta unidad es; un factor que mina, objetivamente, es decir, con independencia de sus direcciones proburguesas, el ascendiente del nacionalismo sobre el proletariado Permite crear un terreno común fundamental entre los obreros con conciencia de clase y los que siguen al nacionalismo -pues el más atrasado de estos puede ser ganado fácilmente a la idea de la organización obrera contra el capital. Es un arma poderosa para desenmascarar a los agentes del nacionalismo en el movimiento obrero, ya que las más de las veces estos agentes son llevados a jugar el papel de rompehuelgas y vendidos, en beneficio de la política de los capitalistas nacionales. El valor inestimable de la lucha por la unidad proletaria se pierde miserablemente cuando los que combaten por ella son enemigos de la unidad del frente antiimperialista. Porque al ser acusados de despreciar la lucha por la emancipación nacional, su ascendiente en la clase se debilita y el de los burócratas nacionalistas se refuerza; porque al no combatir a la burguesía en el terreno del antiimperialismo, se permite que ésta continúe engañando al proletariado y reforzando su ascendiente sobre él; porque al no luchar por el frente político antiimperialista, se confina a los sindicatos al tradeunionismo, es decir, se bloquea el desenvolvimiento de su conciencia de clase, se contribuye a la consolidación de una tendencia a la aristocracia obrera alimentada por concesiones estatales, se facilita la intervención del Estado en los sindicatos a través de políticas de protección social que satisfacen el 80 por ciento de las reivindicaciones corporativas El aguinaldo de Perón, en 1945, y el salario mínimo de Vargas antes y después de 1937, hicieron más por el control estatal dé los sindicatos que todos los esfuerzos de los trotskistas argentinos y brasileños por contrarrestarlo a través del frente único proletario, entendido como la táctica «patriótica” del frente con el stalinismo o los PS. Los sindicatos, centrales obreras v soviets proletarios deben ser orientados a jugar un papel de liderazgo en el frente antiimperialista, aprovechando su inmensa autoridad de masas. Ayuda al obrero nacionalista a pasar de su condición de un obrero burgués a un obrero con conciencia de clase. La experiencia de la Federación Sindical Minera y de la Central Obrera Boliviana es bien ilustrativa. Eso sí, para esto hay que huir como a la peste de la línea fundamental de la OCI en los sindicatos, que es la de no intervenir en ellos cuando no están dirigidos por un burócrata independiente puro, como por ejemplo el antiobrero, anticomunista y proimperialista Bergeron de Fuerza Obrera de Francia, y que es la de “no hacer política”, cuando se decide hacerlo.

Allí donde se combinan un conjunto de circunstancias, a saber, la inexistencia de un real partido revolucionario, un ascenso obrero que choca con el nacionalismo burgués, un pirncipio de crisis entre los sindicatos burocráticos (y dentro de ellos) y la tutela del Estado o el nacionalismo, el problema de la unidad proletaria y de su independencia de clase, puede plantearse bajo la forma de la lucha por un partido obrero independiente. La utilidad de esta consigna está relacionada con la comprensión de que, en este caso, debe lucharse para que sea un real partido de clase y no una forma disimulada del nacionalismo o democratismo pequeño burgués (ver en este número el artículo sobre la izquierda brasileña y el PT).

Pero la bancarrota política del bloque OCI-PST no se reveló i sólo en su oposición antirrevolucionaria al frente antiimperialista revolucionario y en su defensa vacía y también antirrevolucionaria del frente proletario, tanto en los países imperialistas como en los dominados. La contradicción entre el hecho de plantear el frente proletario en las naciones atrasadas, mientras en la práctica nunca aplicaban esa táctica y sí la del frente popular de colaboración de clases (Bolivia, Argentina, El Salvador, Uruguay) tuvo que explotar de alguna manera en el CI, y explotó, efectivamente, en una forma en donde la lucha faccional y las ideas políticas se mezclaron de tal manera, que concluyeron confundiendo a los propios hechiceros, desatando el desbande final. Esta crisis terminó por poner de relieve que el PST-OCI tenía guardada en su gaveta una concepción bien definida del frente antiimperialista, y que esta concepción no era la del trotskismo sino la del stalinismo.

En una reunión de la dirección del CI («Correspondencia Internacional”, julio-agosto 1981), la OCI hizo, aparentemente, una precipitada movida de peón, y mandó a uno de sus dirigentes a tomar la palabra sobre el frente único antiimperialista, en un planteo que era una revisión completa y absoluta del planteo de las “tesis” de base del CI, las que sólo admitían el frente proletario, reservando el antiimperialista para los feriados nacionales (no es chiste: los dirigentes del PST argentino son los campeones nro. 1 de cantar el himno nacional, y, en otra época, los más enfervorizados cantores de la marcha peronista). Este hecho, aparentemente “teórico”, estaba ligado a las dificultades para la fusión entre el PST y el POMR en Perú, pues este último levantaba como obstáculo su acuerdo con el frente antiimperialista. El peón movido por la OCI alentó otra movida en el tablero, pues inmediatamente el POMR sacó un documento sobre el frente antiimperialista que paró la unidad.

A su vez, Moreno (en ese mismo número de la “Correspondencia”), calificó al discurso del primer peón como completamente revisionista (lo que constituye nuestro único y gran acuerdo con Moreno en las últimas dos décadas), y se encargó a Andrés Romero, del PST, la redacción de una respuesta, que salió en octubre. La crisis desatada dentro de la dirección del CI y en Perú, provocó el pánico en la dirección de la OCI, la que, siguiendo la máxima sagrada de estos parisinos, a saber, de que ninguna maniobra debe ser sacrificada a la defensa de una idea, mandó a Lambert volando a Bogotá para pedir perdón a Moreno. El resultado fue que entre el mencionado peón y estos dos reyes, sacaron un violento documento contra el POMR, donde los de la OCI tienen la vergüenza de decir lo contrario de lo que dijeron en la reunión del CI mencionada, sin la menor autocrítica y echándoles la culpa de su pésima posición en el tablero a la movida de los peones peruanos, cuando la causa real había sido la primera movida del peón que los instigó y alentó.

Este «incidente” sirvió, sin embargo, para que la OCI y el PST escribieran detalladamente sobre el FUA, primero en aparente divergencia (primer peón), y, luego, e P unidad, cuándo atacaron al POMR. Lo que surge e tos no es sólo el frente popular, ¡es el frente popular con la reacción!

El discurso ya mencionado del representante de la OCI tiene tres ideas principales. La primera es que en tanto sigan vigentes las tareas democrático-burguesas es legítimo un frente con la burguesía. Detengámonos en ella.

Deducir del hecho general de la vigencia de tareas democrático-burguesas el bloque con la burguesía, significa
considerar a esta como progresiva en relación a la lucha por las tareas de la emancipación nacional; velar, tanto su tendencia al acuerdo con el imperialismo como el acuerdo efectivo que ha ya alcanzado con este a cambio de algunas migajas de autonomía formal; y la inevitabilidad de la traición constante de la burguesía, precisamente en la llamada “lucha por las tareas democrático-burguesas”. Del yugo con todo rigor, así como de las tareas pendientes es la necesidad de desenmascarar a la burguesía nacional que se disfraza de víctima de ese yugo y de abanderada de la liberación. El  planteo frentista correcto no parte de las tareas democráticas en abstracto, sino e a necesidad de unir a las masas explotadas en una lucha revolucionaria contra el imperialismo: de la necesidad de aprovechar las contradicciones entre la democracia y la reacción, por tibias que sean, para ampliar la agitación contra el régimen existente, y, fundamentalmente, para comprometer a los ojos de las masas a la burguesía, desnudar su cobardía y su doblez, separar a las masas de ella, y ganar la hegemonía de la revolución para el proletariado. Postular la legitimidad y, por lo tanto, la necesidad del bloque con la burguesía en nombre de tareas democráticas que serían comunes, significa poner un signo igual entre el programa democrático de los explotadores y el de los explotados, y reducir a la nada las diferencias capitales entre ambos. El único programa que puede servir para el frente antiimperialista revolucionario es el de la sección de las reivindicaciones democrático-revolucionarias del programa obrero, y el de las acciones prácticas que aproximen la lucha de las masas nacía e objetivo de derrocar al régimen presente y destrozar la dominación de la oligarquía y el imperialismo. Decir que, porque a revolución es burguesa hay que hacer un frente con la burguesía, no es diferente de la tesis menchevique —la revolución es burguesa, entonces la dirección le corresponde a la burguesía. La regla marxista: apoyar todo movimiento contra el régimen de opresión existente -con nuestros métodos, en función de nuestros objetivos y explicando las limitaciones de ese movimiento— se transforma en el discurso del representante de la OCI en: hagamos un bloque compacto con la burguesía por los objetivos democráticos comunes. Como se ve, el “incidente arroja una enorme luz sobre la real posición de los campeones del frente proletario, y esta real posición concuerda, exactamente, con la política del frente popular que
han aplicado en América Latina.

Pero prosigamos con la segunda idea.

Esta reza así: a diferencia de una disputa entre dos sectores capitalistas de la burguesía imperialista, «sí se puede conformar un bloque con un sector de la burguesía (colonial y semicolonial) cuando existe una disputa por la «ubicación en el mercado» (con el imperialismo) (discurso mencionado, «Correspondencia Internacional»).

Aquí la causa de la burguesía indígena es abrazada toda entera, no ya contra el rival imperialista sino contra el proletariado. La lucha por el mercado es la lucha por el acaparamiento de la plusvalía extraída y por tanto, presupone y refuerza la explotación de la clase obrera. En este punto, contra el programa burgués de «ampliemos nuestra participación en la plusvalía extraída”, el programa de la clase obrera es por la abolición del régimen de explotación capitalista, la expropiación e expropiadores, el fin del asalariado, el socialismo.

El partido obrero revolucionario no hace sino traicionar causa histórica y sagrada del socialismo si no libra una lucha sistemática contra el capitalismo y contra las utopías pequeño burguesas, mostrando que el desarrollo del régimen presente, incluso en los países atrasados (puesto que éstos han madurado con extraordinaria rapidez gracias a que han sido integrados por el imperialismo, con sus métodos, al mercado mundial), conduce a la dictadura del proletariado y al socialismo mundial. En una lucha por la masa relativa de plusvalía, el proletariado no toma partido por ninguna fracción, por semicolonial que sea, del capital mundial, sino que la denuncia como la forma inestable, anárquica, brutal, de existencia del modo de producción capitalista que se trata de abolir. Las contradicciones entre la burguesía de un país oprimido y la de un país opresor (e incluso entre la pequeño burguesía y el imperialismo) interesan al proletariado sólo por su proyección política, cuando es una lucha política, ya que, sólo en este caso, se plantean problemas fundamentales para el desarrollo político del proletariado (democracia, libertad de organización, protección del trabajo -pues un obrero aniquilado en la jornada fabril no puede participar en la vida política ni en la lucha por la emancipación de su clase). El fondo de esta lucha política es económico, es la plusvalía, pero es solamente en el terreno político que el proletariado puede arrancar las modificaciones y los derechos que atenúen la intensidad de su explotación y le permita desenvolver su propio futuro.

En el augusto recinto del Consejo General del CI se sostuvieron estas posiciones, indignas incluso de un burócrata sindical, y no sólo no se las refutó en el momento, sino que es exactamente lo que se conservó, cuando Moreno y Lambert “superaron” el “incidente” mediante la carta al POMR (es decir, a expensas del POMR, una vez más forzado a humillarse con una retractación).

Veamos lo que dice esta carta firmada por tres astros de la revolución mundial:
“Aceptamos (sic) de manera excepcional en algunos países y en algunos momentos (“normalmente” somos patriotas del frente proletario) cuando las condiciones políticas lo exigen (¿cuáles? ¿o ese es un secreto reservado al papado bicéfalo de Paris-Bogotá?), acuerdos contra el imperialismo con el nacionalismo burgués porque (ahí está, ¿por qué?) en un país oprimido por el imperialismo la burguesía es una clase explotadora, ‘semi-oprimida’, es decir que no tiene la libre disposición de la plusvalía arrebatada en su país, de la cual el imperialismo se apropia de la mayor parte” (17/6/81). ¡Pobre burguesía nacional que no puede disponer libremente de la plusvalía! Porque si pudiera ¡cuántas obras de beneficencia tendríamos! ¡Proletarios y campesinos pobres de todos los países oprimidos, uníos por el derecho de la burguesía a la libre disposición de vuestro trabajo, de vuestro sudor y de vuestra sangre! ¡Dios mío que no existes, qué bancarrota!

Prosigamos, ahora con la tercera idea que, por el antecedente de las otras dos, tiene que culminar en una catástrofe sin precedentes.

El lector menos avisado se tiene ya que haber dado cuenta que los dos primeros planteos reunidos tienen una sola conclusión política: el bloque permanente, histórico, superpatriotico, con la burguesía nacional, lo que equivale a decir, su disolución en esta. Este es el paso que se franquea en la tercera idea sin el menor rubor. Véase.

“Un día la burguesía nacional en el poder es agente del imperialismo, no tiene el menor roce con él; entonces, nosotros decimos, abajo ese gobierno reaccionario. Pero entonces el gobierno resuelve nacionalizar o expropiar ciertas empresas imperialistas, llama a los obreros a organizarse en sindicatos y persigue a los elementos vinculados al imperialismo extranjero. Quizás los obreros que antes nos escuchaban se alejaran de nosotros y se volverán directamente hacia ese partido nacionalista burgués” (“Correspondencia Internacional” nro. 10/11). Fantástico, no debemos decir nunca “abajo un gobierno burgués”, así sea el representante de la reacción, el “agente del imperialismo”, porque de repente éste nacionaliza… y nos quedamos sin el pan y sin la torta. Como sólo obtiene frutos quien persevera en su trabajo, el discursante de la OCI recomienda: no «bambolearse» (textual), es decir, no criticar un día y alabar el otro, no, sino seguir siempre una línea recta, la de la ruta trazada por la burguesía, no importa ahora que no sea democrática o que no se preocupe por la «libre» disposición de la plusvalía («agente del imperialismo” preferirá la seguridad de una sumisión dorada a las vicisitudes de un importuno reclamo), lo que importa es pegarse a ella con tesón y mucho sacrificio (sacrificio para los infelices que aceptan esta recomendación, no para los que se prodigan en aconsejarla desde ambas márgenes del Sena).

Si se mira esta aterradora conclusión de la OCI con toda seriedad, que es como debe hacerse, se verá que no tiene ni un Pelo de descabellada, y que mucho antes llegó a ella una poderosa fuerza internacional, el stalinismo. El discurso de la OCI es la explicación de por qué el PC argentino apoya a Videla- Viola-Galtieri, siendo que la dictadura rioplatense es la representación de la reacción política. El stalinismo está alineado estratégicamente con la burguesía nativa y no puede desertar de esa alianza ni en los ratos en que toda esa burguesía apoya a la contrarrevolución contra las masas. Cuando el frente contra¬rrevolucionario se escinde, el stalinismo busca tener un pie en cada lado -Multipartidaria y dictadura- y propugna el «go¬bierno cívico-militar». Si decir «abajo ese gobierno reaccionario» es «bambolearse”, se concluye que la OCI está en contra de la consigna de «abajo la dictadura” en Argentina y en Chile, por ejemplo. Aquí se ve la hilacha de los que tuvieron la desvergüenza de denigrar a nuestro heroico partido, PO, con la especie de que sería lacayo de Videla y Pinochet.

No hay «cambio de frente” de las burguesías indígenas, decía la OCI en el viejo CORCI, «discutiendo” con PO, quien llamaba la atención sobre estos giros para no dejarse sorpren¬der con ellos, y para denunciar ante las masas el carácter diversionista de tales virajes, cuyo propósito es confundir y armar nuevas trampas «democráticas” a los trabajadores. Sí que hay «cambios de frente” -dice, ahora, el vocero de la OCI- pero esto significa que no tenemos que inmutarnos, ni decir «abajo el gobierno reaccionario” cuando triunfa un golpe proimperialista.

¡Claro Moreno que todo esto es el colmo del revisionismo, pero no basta con decirlo, hay que demostrarlo; no basta con demostrarlo, hay que ser fiel a esa demostración -y no mandar cartas revisionistas al POMR; y no basta con mandar cartas correctas, hay que ser fiel a esa línea en Bolivia, Argentina, Uruguay, El Salvador, la Brigada —y bajo Perón, Aramburu, Frondizi, Guido, Illía, Onganía, Lanusse, Cámpora, Perón- Isabelita y Videla-Viola!

El «incidente” permitió conocer también una versión más «depurada” del FUA en la versión del PST (aparte de la mencionada carta). Es un artículo en respuesta al discurso de la OCI, firmado por Andrés Romero. Este artículo no critica ninguna de las afirmaciones del discurso que hemos citado, lo que equivale a que ha dejado pasar lo esencial de la supercapituladora posición de la OCI, y esto ya dice mucho sobre el carácter vacilante de la crítica del representante del PST respecto a la burguesía nacional.

El planteo de Romero puede resumirse así: la burguesía y los partidos no luchan contra el imperialismo; «la burguesía -cita a Trotsky- participó en la guerra nacional como un freno interno”; la lucha efectiva contra el imperialismo exige derrotar la colaboración del nacionalismo burgués o pequeño burgués con el imperialismo; la burguesía nacional está entrelazada con el imperialismo. Consecuencia: la táctica correcta es el frente único proletario.

Pero -dice Romero (y este “pero” es toda una definición política)- a veces «algún sector de la patronal puede verse obligado a luchar realmente contra el imperialismo” (subrayado nuestro); a veces, las “organizaciones nacionalistas están empeñadas en una confrontación real (con el imperialismo) (de nuevo, el mismo subrayado nuestro). Para estas veces, prosigue Romero, planteamos el FUA táctico y. “aun así – nos advierte- permanecemos alertas para detectar el momento exacto en que (las organizaciones nacionalistas) dejan de ser progresivas» (subrayado nuestro).

En estas líneas no sólo se presenta una idealización y un embellecimiento de la burguesía nacional. Al justificar al FUA por la lucha real de la burguesía (y real quiere decir consecuente, quiere decir partidaria incluso del armamento de las masas y de la insurrección) lo que se está haciendo es plantear el FUA de un modo pasivo, no como una exigencia a las direcciones nacionalistas para desenmascararlas, sino como un sumarse a ellas en el propio terreno burgués y con los propios métodos de ella, que, si no son métodos revolucionarios constituye una capitulación en toda la línea del partido obrero revolucionario, y que, si lo son, constituye el desmentido total de todos los pronósticos de ese partido obrero sobre el carácter frenador de la burguesía, con el consecuente y correspondiente desprestigio político.

La única oposición real que puede emprender la burguesía contra la reacción, aún la más audaz, es una oposición vacilante dirigida simultáneamente y, en general, preferentemente contra el proletariado. Tomada en su conjunto se trata de la política de una clase históricamente caduca, incluso por referencia a las tareas pendientes de emancipación nacional. Olvidar esto es marchar al desastre. Pero lo que importa distinguir aquí es que en el caso de una situación de choque con la reacción, por tímido que sea, la burguesía opositora tiene un carácter democrático, aspecto que puede ser decisivo en un momento determinado. Es esto lo que hay que explotar, y no tejer ilusiones sobre la lucha real. Que se trata de un aspecto del carácter de la burguesía, y que este aspecto está relacionado a circunstancias políticas precisas, lo demuestra el hecho de que esa misma burguesía se alinea en el campo de la contrarrevolución en la medida en que se va afirmando la independencia del proletariado (los partidos de la Multipartidaria y el stalinismo apoyaron el golpe de 1976).

La situación de partida en la mayoría de las naciones atrasadas es la hegemonía de la burguesía sobre las masas. Contraponer a este hecho el frente único proletario, sin que las masas hayan superado, por medio de su experiencia, al nacionalismo, es construir castillos en el aire, buscando un imposible acuerdo exclusivo con el stalinismo. De lo que se trata es de desenmascarar que el nacionalismo no lucha siquiera por lo que propone, y para eso es necesario plantear la exigencia del frente revolucionario antiimperialista como método de combate por las reivindicaciones nacionales. La táctica frentista revolucionaria procura explotar la cobardía y las vacilaciones de la burguesía; busca explotar, además, para el desarrollo de la agitación más vasta posible, todos los choques y roces de la burguesía con el imperialismo, y que son completamente inevitables dado el carácter de las naciones oprimidas; y se propone principalmente, por medio de esta acción, estimular al proletariado a salir de la preocupación limitada de sus intereses inmediatos para encabezar la lucha contra el imperialismo.

Romero se reserva para ciertas coyunturas su idealización de la burguesía, y cree que con eso circunscribe, cuando en realidad amplía, el alcance de su glorificación. Es que son, precisamente, esas coyunturas los momentos decisivos de la lucha, las “situaciones revolucionarias”, en las que con posiciones como las de Romero se liquidan veinte años de trabajo en un minuto.

Romero enfatiza el caso de una lucha real de la burguesía, pero no nos dice nunca en qué consiste esa lucha real. ¿En el momento oportuno lo decidirá el comité ejecutivo? Es un vasto campo de ilusiones el que se ha abierto ante el nacionalismo burgués.

Romero repite también una vieja cantinela menchevique que Stalin retomó para justificar el bloque de las cuatro clases: lo de detectar el momento exacto en que la burguesía deja de ser progresiva o traiciona. Ese momento sólo se detecta en la cárcel o en el cementerio, porque la burguesía no manda prea- viso. Para no ser sorprendidos por un cambio de frente brusco de la burguesía nacional hay una solo regla de oro: ninguna ilusión sobre su llamada lucha real, saber siempre que presionamos sobre una burguesía vacilante para desenmascararla y para quitarle margen de maniobra a su demagogia; y, principalmente, explicar, agitar y convencer de que la forma por excelencia de presión del proletariado sobre todas las clases de la sociedad es no ir detrás de ninguna de ellas y colocarse a la vanguardia del combate junto a sus organizaciones propias, luchar por su propio armamento y aprovechar toda crisis resultante de las contradicciones entre el nacionalismo o la democracia burguesas y el imperialismo, para incorporar masas crecientes a la lucha y apresurar la obtención de los objetivos propuestos.

El PST se esfuerza por formular el FUA de una manera subordinada, pero como el FUA es siempre en la práctica la táctica para luchar contra el imperialismo e imponer la hegemonía proletaria, en esa formulación subordinada están presentes todos los elementos de la capitulación ante los explotadores nativos.

Es por todo esto que el PST plantea, sistemática y permanentemente el frente popular, y sólo en muy rarísimas ocasiones, casi ninguno, plantea el llamado frente obrero.

Preguntamos: ¿y la Multipartidaria constituye una lucha real de la patronal argentina contra el imperialismo? Una de dos. o el PST responde que sí, y entonces sabemos que su real cubre todas las formas de conciliación de la burguesía con el imperialismo, o dice que no, y sabemos que para el PST se trata de hacer cualquier frente con la burguesía, sea real o no su lucha, es decir, un frente no revolucionario sino colaboracionista.

El PST le dice a la Multipartidaria: déjennos entrar porque estamos de acuerdo con la vigencia de la Constitución de 1853, enarbolada por ustedes. La forma pasiva, seguidista y bien educada del planteo frentista salta a la vista. Y el contenido no le va a la zaga, porque la vigencia de la Constitución de 1853 es la base de todas las fórmulas de compromiso entre la burguesía y la dictadura. Nosotros, PO, atacamos a la Multipartidaria por ser un frente conciliador, proimperialista y antiobrero. Explotamos sus contradicciones con la dictadura para lanzar una agitación resuelta por manifestaciones de masas, huelgas políticas y toda acción que pueda conducir al derrocamiento del régimen militar. Utilizamos la agitación creada por la Multipartidaria contra su voluntad, por mínima que sea, para atizar la movilización de las masas. Apoyamos toda acción de la Multipartidaria y sus aliados, como el acto de la CGT del 7 de noviembre en San Cayetano, para transformarlo en una manifestación real de masas, propagandeamos la necesidad del frente antiimperialista y utilizamos el menor paso de movilización de la Multipartidaria (hasta ahora no hubo ninguno) para reclamar un comando de lucha de todas las fuerza antidictatoriales, empezando por los sindicatos y la CGT. Y siguiendo este método luchamos por reconstruir la unidad del frente proletario, planteando la lucha por poner en pie las comisiones internas de fábricas, los sindicatos y la CGT, para echar a los interventores y encabezar la movilización revolucionaria. En esta acercamos al frente con PO a otras organizaciones y para poner en pie un poderoso FUA realmente revolucionario.

Despojada de su barniz patriótico-proletario, la línea del bloque OCI-PST ha quedado clara: frente sin principios con la burguesía, pasividad en la lucha antiimperialista, desprecio por la real vigencia de la unidad proletaria.
La OCI no asimiló estos problemas en el viejo CORCI y, mejor, nunca se interesó por ellos. No saben jugar al fútbol pero creen que pueden gambetearle a la realidad. El desbande ignominioso del CI es la venganza de esa realidad sobre los que pretendieron esquivarla. Un crimen político que no ha quedado impune y cuyo fracaso debe abrir una nueva vía.

La formación del Comité Internacional fue un crimen político contra el movimiento revolucionario de la IV Internacional. Por eso es que su desbande se caracterizó por el desprecio por la lucha de ideas, por la falta de escrúpulos en las maniobras faccionales, y por el manoseo, la división y la liquidación de las pequeñas organizaciones nacionales que a los militantes de éstas tanto costó construir (el ejemplo flagrante es el POMR en Perú). El Comité Internacional se fundió con los mismos métodos con que apareció, es decir la falta de principios.
En general, todo acuerdo político carente de principios (y peor aun cuando se trata de disimular este hecho con “tesis» impostoras, es decir, que no corresponden a las ideas reales de los protagonistas sino a remedos de ocasión) es un crimen contra la vanguardia revolucionaria, por la simple razón de que es un factor de confusión y una fuente de desmoralización ulterior. Qué decir cuando este procedimiento se pone en práctica con todo cinismo y alevosía, como surge claramente del siguiente boletín de la OSI de Brasil (lambertiana) al explicar el método que fue usado para estructurar el que hubiera debido ser el acuerdo de fusión con “Convergencia Socialista» (morenista):
«… cada vez que se presentaba alguna diferencia (en la elaboración del documento) ésta era superada por el camino más fácil: diciendo las cosas por la mitad, no diciendo nada, o colocando de una forma o de otra las dos posiciones» (del documento “Opiniones de la dirección nacional de ‘Convergencia Socialista’ sobre el proceso de unificación”, citado en el Boletín nro. 2 preparatorio al V Congreso de la OSI, parte 2).

Corrientes y partidos que proceden de este modo son de una peligrosidad muy particular, porque no exponen francamente sus ideas, las cambian todos los días con la finalidad de obtener beneficios organizativos episódicos, es decir, que se transforman en organismos extraños a los únicos métodos que pueden permitir a la clase obrera progresar. La denuncia de estos grupos por sus ideas debe servir para poner de relieve que carecen de ellas, que son como los camaleones, de modo que su finalidad no entronca con la necesidad de maduración del proletariado, pues tienen objetivos completamente excluyentes, lo que es típico del arribista.

Si la caracterización anterior viene como anillo al dedo al PST (como lo prueban las fantásticas volteretas de su trayectoria política), ni duda cabe que el sayo le cae principalmente a la OCI, a partir, por lo menos, de la escisión que perpetró en el viejo CORCI.

El verdadero crimen político representado por el CI fue cometido por la OCI. Es que la OCI, a pesar de sus notables deficiencias teóricas, de sus manifiestos planteos no revolucionarios (FUA, revolución en los países atrasados) y de su ya visible burocratismo, representaba desde 1953 el único punto de referencia que se esforzaba por mantener la continuidad de la IV Internacional en la teoría y en la práctica. Atraía, porque procuraba ser un centro de elaboración internacional y porque se acercaba, las más de las veces con métodos de suficiencia y su estimación, a todo grupo que, en el mundo, buscaba el camino de la revolución proletaria.

Aparte de la liquidación gangsteril del viejo CORCI y de la aproximación oportunista al SU, la OCI cometió el imperdonable crimen de armar un bloque sin principios con la corriente más derechista, liquidadora y aventurera de todas las que alguna vez se reclamaron de la Cuarta. Peor, la OCI blanqueó completamente al morenismo, cuando lo declaró, desde el inicio, una corriente trotskista consecuente de toda la vida- Este es el capital político que el morenismo logró sustraer para sí gracias a los servicios de la OCI. Con este capital va a proseguir su trabajo de infiltración entre todos aquellos grupos trotskistas de formación más o menos reciente, sin la experiencia de la lucha internacional, y completamente confundidos en relación a las causas de la crisis de la Cuarta y al carácter de las tendencias que se reclaman de ella. La OCI ha logrado la proeza de que el morenismo abandone el CI luego de haber recibido la bendición del lambertismo y con los laureles de acusarlo, al final, de agente del frente popular francés. De la autoridad de la OCI, de hace diez años, no ha quedado nada, peor, su desprestigio y el desbande de sus fuerzas no tiene parangón. Por importante que sea la responsabilidad de la OCI por este crimen, la responsabilidad del PST no debe ser minimizada, pues tiene que servir para llamar la atención de todos los que siguen a esta corriente, pues se trata, en su mayor parte, de gente sin experiencia política.

Todos aquellos que se reclaman de la Cuarta y que se plantean, al menos en teoría, reconstruirla, tienen el deber de sacar un claro balance del destino del CI, así como de las posiciones políticas en discusión.

Esto es imprescindible para quebrar la confusión con que el bloque PST-OCI armó su unificación y luego su escisión.
En el cuadro político de los que se reclaman de la Cuarta tenemos una situación bien clara y definida.

De un lado, el bloque del SWP norteamericano y la LCR de Francia, que se caracterizan por haberse disuelto a todos los fines prácticos y reales en el castrismo en el preciso momento en que éste saluda, luego de haberlo reclamado, el golpe de Pinochet-Jaruzelski, armado por Moscú, y también en el momento en que actúa como un freno interno de las revoluciones salvadoreña y nicaragüense, así como de la latinoamericana en general.

Del otro, tenemos el bloque PST-OCI que, escindido, continúa siendo un bloque político definido, porque ha dejado planteos políticos por escrito, así como una trayectoria, que ambos sectores tratan de tergiversar pero que constituyen su huella digital imborrable. Es el bloque del frente popular en las naciones avanzadas como atrasadas, es el bloque de la pasividad ante el imperialismo y el seguidismo a la burguesía indígena y sus agentes burocráticos.
En tercer lugar, está la TCI que, cualesquiera sean sus insuficiencias organizativas, de elaboración y de trabajo colectivo internacional, es la única, repetimos, la única que previo con fundamentos la perspectiva antitrotskista del bloque SWP- LCR y del PST-OCI, que los caracterizó anticipadamente, y que elaboró la refutación programática de su revisionismo y antirrevolucionarismo. Esto también es un hecho imborrable, que le da a la TCI una autoridad política llamada a superar sus problemas y limitaciones presentes.

Fuera de estas tres tendencias existen diversos grupos de valor efectivo o potencial que, durante todo este periodo de discusiones, no llegaron a estructurar posiciones políticas claras, o fueron incapaces de hacerlo. A estos grupos, así como a todos los militantes y organizaciones nacionales y de base de los bloques SWP-LCR y PST-OCI, los llamamos a participar en el balance político planteado, es decir, a tomar conscientemente partido.

Es a partir de esto que, entendemos, podría estructurarse un reagrupamiento internacional más amplio para reconstruir la IV Internacional.


Una agencia del lumpen-proletario

Julio Magri

Ya en prensa este número, llegó a nuestras manos la “nueva” publicación de la comente morenista («Correo Internacional”).

Esta publicación está, casi por entero, consagrada a “mostrar” que el PST y las organizaciones de la ex-FB plantearon permanentemente la consigna de “Solidaridad al poder», y que lo mismo ocurrió con el Comité Internacional cuando lo componía el PST, contra lo que sería la actual posición de la OCI, así como la del SU, quienes se oponen a esta consigna. Moreno los acusa de viles capituladores y traidores, que le hicieron el juego a la dirección frenadora de Walesa y al propio golpe de Pinochet-Jaruzelsky.

No vamos a entrar aquí en el aspecto político de este planteamiento, que “Internacionalismo” ya analizó en todos sus números. Lo que queremos es llamar la atención sobre lo que constituye una fantástica patraña de Moreno, la FB y el PST.

Para “mostrar” que esa consigna corresponde a sus posiciones pasadas, “Correo Internacional” cita extractos de 4 párrafos de un complemento a la resolución del CI sobre Polonia, escrito por Moreno en el mes de abril de 1981.
En esos extractos se dice que en Polonia existe un poder dual, que Solidaridad representa el poder de las masas, y que esa organización debería extenderse a los soldados. Punto. Demás está decir que hasta un ciego podía ver esa “dualidad”. Pero ni en esos extractos, ni en todo el texto existe, ni por asomo, la más mínima referencia o insinuación a que la estrategia política o la consigna debía ser que Solidaridad expulsara a la burocracia y tomara el poder.
Y no puede haberla porque la lectura completa del texto muestra que:

1) Moreno se pronuncia en contra de la toma del poder “por las masas”, y esto dicho cuándo, la huelga general decretada para fines de marzo, colocaba a Solidaridad al borde del poder, razón por la que fue parada a último minuto por Walesa.

Dice textualmente el punto 5, “El programa” del texto de Moreno: “En vista de nuestra debilidad, debemos evitar posiciones que se vuelvan ‘ultraizquierdistas’, por más justas que parezcan. Por ejemplo, derroquemos inmediatamente al gobierno, o construyamos soviets ya”.

Esto es exactamente lo que Moreno dice en abril y que “Correo Internacional” se cuida de recordar o de reproducir- Moreno se opone a la toma del poder por Solidaridad “en forma inmediata” (¡como si la insurrección la pudiera decidir él desde Bogotá!) es cierto, pero en ningún otro lado de este texto la defiende como consigna concreta que señala la perspectiva del desarrollo en curso de la situación polaca V prepara la insurrección. Más todavía, se denunciaba, sí, f quienes planteaban esa consigna como “ultraizquierdistas»’ que le hacían el juego a la burocracia.
2) Moreno señala también en ese texto que la “UNICA” consigna debía ser la de Asamblea Constituyente (Cap. III, Por la Asamblea Constituyente). (Ver “Suplemento Correspondencia Internacional” nro. 7, abril 1981).

Estamos en presencia de una alevosa tergiversación. Pero esto es, con todo, todavía un aspecto secundario. En un numero siguiente “Correspondencia Internacional” (nros, 10-11, julio, agosto 1981) publico las intervenciones de Miguel Capa (Nahuel Moreno) y Andrés Romero, dirigentes del PST argentino, donde expresamente atacan la consigna de Solidaridad al poder.

M. Capa caracterizó la situación polaca del siguiente modo: “En Polonia tenemos a la Iglesia católica, que es muy fuerte, tenemos a Solidaridad, dirigida por un católico, y por otro lado, tenemos a las masas haciendo una revolución política y comités de fábrica, embrionarios, que posiblemente se desarrollen en soviets”. Y concluía: “Yo no veo otra consigna mejor que Constituyente” (subrayado nuestro). Aquí, no sólo no hay ni siquiera un esbozo de que Solidaridad tomara el poder sino inclusive se abandona lo del “poder dual”, dicho en abril, para presentar a Solidaridad en un único bloque con la Iglesia y la burocracia, y a las masas fuera de Solidaridad.

En consonancia con esto, Andrés Romero intervino para OPONERSE EXPRESAMENTE A LA CONSIGNA DE SOLIDARIDAD AL PODER:

“La consigna del gobierno para Solidaridad creo que sería completamente contraproducente. La manera de avanzar para empezar a plantear el problema del poder de una manera concreta es la demanda de constituyente y la movilización para imponer esa demanda. Si se trata de propagandizar un poder obrero distinto, tenemos que decirlo en ese sentido, hace falta un poder obrero distinto, vamos a luchar por el en la constituyente. Pero si queremos desenmascarar las vacilaciones de la conducción de Solidaridad justamente la consigna que no debemos plantear es que vayan al gobierno sino que luchen por las reivindicaciones del movimiento de masas, que es luchar por la constituyente”.

Más claro, imposible.

Pero… ahora resulta que Moreno saca una baraja de la manga y publica en “Correo” una carta que habría enviado a Lambert en el mes de agosto —o sea, contemporánea al número recién citado de “Correspondencia Internacional”— donde sostiene que sí debía lanzarse la consigna de que Solidaridad expulse al POUP del gobierno.

¿Qué tenemos?

De un lado, un conjunto de documentos publicados por Sus redactores, no en un número sino en varios, oponiéndose a la consigna de Solidaridad al poder. Como surge de las citas, los dirigentes del PST fueron los campeones de la oposición a esa consigna.

De otro lado, extractos de 4 párrafos, fuera de su contexto, a los que se pretende hacerles decir algo que no dicen. Al final una carta desconocida que Moreno habría enviado en agosto, planteando lo contrario de lo que decía públicamente en ese mismo agosto.

Esto prueba que los calificativos de “capituladores”, “revisionistas” y “contrarrevolucionarios” que Moreno-les cuelga al SU y a la OCI, le caen como cadena de perro. Esto por un lado. Pero por el otro lado nos demuestra la duplicidad calculada de Moreno, que pone un huevo en cada cesta —actitud extrema que retrata al hombre sin principios. Moreno tiene una coartada lista, y esto retrata al delincuente.

Se impone llamar la atención y usar los calificativos que usamos porque no se trata de un hecho nuevo, sino que se ha convertido en una norma de conducta. Cuando se fundó el Comité Paritario, Moreno sostuvo que en 1963 se había opuesto a la reunificación con el SU, cuando la realidad es que la apoyó calurosamente durante 15 años, pero cuando decidió reunirse a la OCI sacó una carta que le habría enviado en aquella época a Hansen, dirigente del SWP, y que sería anti-unificación.

Otra. Recientemente, al producirse la escisión del CI, la OCI le recriminó a Moreno el haber votado con la OCI las resoluciones del Consejo General sobre Francia.

Moreno alega ahora, que en una carta que envió el 13 de julio a la dirección de la OCI ya alertaba a ésta por su política respecto al gobierno de Mitterrand (ver “Correspondencia Internacional” nro. 14, editado por el PST, fecha 5/11/ 81, artículo “Ningún obstáculo al debate”).

No olvidemos tampoco otros hechos similares. La conferencia de fundación del Comité Internacional, realizada a fines de diciembre de 1980, aprobó una resolución especial de apoyo a la llamada “ofensiva final” que el FMLN salvadoreño inició en esos días. Durante todo el mes de enero, el CI saludó entusiasmado al FMLN y al FDR por su ofensiva militar, pensando que triunfaría. Sin ningún problema, Moreno, quien votó con los 10 dedos de las manos esa resolución, una vez que fracasó escribió en “Correspondencia Internacional” (nro. 12, setiembre 1981) lo siguiente: “Es así que la llamada ‘ofensiva final’ en El Salvador tiene que ser juzgada no como una batalla erróneamente preparada sino como, una trama contrarrevolucionaria cuidadosamente montada por el stalinismo y el castrismo, para derrotar o detener el ascenso revolucionario, y en particular, sus victorias y consolidación en el campo”. ¿Notable no? Esto ya no es una trayectoria; esto es un prontuario.

No olvidemos también que en 1974, “Avanzada Socialista”, semanario del PST, publicó íntegramente la declaración de fundación del bloque de los 8, un frente patronal en defensa del gobierno peronista, destacando que la misma llevaba la firma del PST, y el gran acierto de integrar ese bloque político. Un mes después, ante las críticas de PO, alegaron que nunca habían firmado esa declaración y que la afirmación de “A.S.” fue un error de un compañero de la redacción del periódico.

Finalmente, está el hecho directamente delictivo que fue denunciado internacionalmente, de la negativa de Moreno a pagar 50.000 libros comprados por la dirección del PST, con Moreno a la cabeza, en diciembre de 1975 contra la editorial El Yunque. Para esta “operación” aprovecharon la situación de ilegalidad provocada por el golpe militar.

Una dirección que actúa así, sistemáticamente, que siempre dispone de una “coartada”, que tiene cartas de todo color y pelaje con las posiciones políticas que se^ quiera, que achaca a un compañero por lo que fue la política capitula- dora de la dirección, que planifica con todo esmero el robo de miles de libros de obras de León Trotsky para luego venderlos por el mundo, una dirección que procede con esos métodos no es otra cosa que una cúpula bandolera carcomida por la inmoralidad y la corrupción. Es la actuación consiente de un aparato cuyo único interés es medrar con la duplicidad, el engaño y la mentira con el único fin de desarrollarse como parásitos. Es una agencia del lumpen-proletariado en el movimiento obrero.


Argentina: el carácter antinacional de la “izquierda nacional”

Ernesto Fraga

Apareció hace poco tiempo en Buenos Aires el libro “La era del peronismo”, que es una reedición, convenientemente “jeringueada”, de un viejo texto de Jorge Abelardo Ramos.

Desde el punto de vista del grado de elaboración y análisis, el libro carece de toda seriedad: se manipulan superficial-mente episodios y datos equivalentes a todos los que se ocultan para abonar “teorías” justificatorias de una «política” que no son más que la apología del nacionalismo burgués en sus formas re-accionarias.

«La historia se mueve y el historiador se mueve con ella” -dice Ramos en la introducción. Efectivamente sus posiciones se mueven, pero acompañando a la historia nacional por uno de sus lados más negros: el de la degradación proimperialista del nacionalismo de contenido burgués. La llamada «izquierda nacional” siempre ha sido la sombra de la burguesía nacional, en particular del peronismo, y como toda sombra refleja al cuerpo con formas grotescas. Todo el sentido del libro, con los agregados y supresiones que se le han hecho (hemos consultado por curiosidad la 5ta. edición), consiste en acomodar las posiciones del ramismo a la fase actual de la lucha interburguesa y de descomposición del régimen militar. Sobre el viejo y remanido cuerpo de la apología vulgar a la burguesía nacional, se incorpora, entre otras cosas, un balance del último gobierno peronista. La dirección que se le da a ese balance es la de enganchar en la política de «convergencia cívico-militar” que es común a la totalidad de las fuerzas políticas burguesas.

Hay que destacar sin embargo que el libro registra un importante progreso desde el punto de vista de la honestidad. Ramos ha abandonado explícita* mente el autocalificativo de marxista, por eso en esta edición se suprimen todas las contradictorias e “inconvenientes” alusiones a la necesidad de un «partido obrero», así como otras con las que Ramos solía embellecer sus planteos proburgueses. Este si es un aporte clarificador del libro.

Menchevismo y militarismo

El libro da un “panorama” de la ideología de Ramos, si puede ser denominado con ese nombre un conjunto de razonamientos vulgares dirigidos a adular a la burguesía y en particular a los militares.

Ramos presenta un refrito de la vieja política menchevique, según la cual debe ser abolida la lucha de clases en el seno del país oprimido, y el proletariado debe diluirse en un movimiento nacional dirigido por la burguesía. Sólo así se podría alcanzar la liberación nacional, en nombre de la cual debe combatirse toda movilización independiente del proletariado para salvar la unidad nacional.

Así, Ramos explica la intervención política del ejército por la debilidad de la burguesía nativa, pero se «olvida” de añadir que el ejército puede sustituir pero no superar a la clase social que debe servir, de modo que está obligado a re-producir, por supuesto que a su manera, las limitaciones, cobardía y vocación antinacional de la burguesía nacional. El gobierno militar de Perón no fue más lejos en su antiimperialismo que el gobierno civil de Paz Estensoro o que el de Vargas ( 1930/35 y 1950/54); así como el gobierno civil de Belaunde tampoco ha ido más lejos en su proimperialismo que el de Videla-Viola-Galtieri. Los militares han reproducido todas las oscilaciones que puede desenvolver la burguesía nativa, atenazada como está por el imperialismo y el proletariado. El recurso del golpe militar ha servido para cerrar procesos democráticos agotados, y el de la «institucionalización” la de la bancarrota de «procesos militares”. Debido a la peculiaridad de sus explicaciones, Ramos se ha transformado, ya hace mucho, en un abogado de la intervención militar.

De la apología a la comente militar nacionalista que dio el golpe en el 43 Ramos pasa rápidamente a sentar «doctrina” sobre las virtudes de la supuesta corriente “nacional” que, por definición, recorrería el ejército.

Este habría desarrollado una “aguda conciencia nacional” como producto del conocimiento por parte de los oficiales de la realidad del país (pág. 18) y, más aún, “Como el Ejército era una institución extraeconómica, dependiente del presupuesto del Estado, carecía de una vinculación efectiva con la estructura semicolonial del país…”

Tenemos aquí acumulada la tradicional argucia del menchevismo para justificar su constante genuflexión frente al Estado y sus guardias armados: el Estado estaría ubicado en la estratosfera, desligado de las clases sociales concretas y por lo tanto capacitado para ejercitar “per se” la soberanía nacional. La realidad es que el Estado argentino (como cualquier otro) y todos sus estamentos, no son más que la resultante de los intereses y la ubicación real de las clases dominantes del país. Lejos de estar «desvinculado” de la estructura semicolonial, el ejército argentino refleja intensamente sus características.

Bajo la máscara de la «soberanía política” formal hay en realidad mil lazos de sometimiento estatal al imperialismo y estos lazos son particularmente fuertes en las fuerzas armadas, pilar del Estado. No casualmente éstas, formadas y arma-das bajo la mano de hierro del Pentágono han sido el principal instrumento de preservación del orden imperialista a lo largo de nuestra historia.

Es indudable que como corazón del Estado tienden a reflejar las presiones contrapuestas de todas las clases que constituyen el país oprimido. Y es por esto que cuando esas contradicciones amenazan con desbordar, tienden a escindirse y a desarrollar tendencias bonapartistas, originadas en la búsqueda de preservar los intereses de conjunto de la burguesía frente a la presión desintegra- dora del imperialismo y de los explotados, y en los apetitos propios de la camarilla militar. Pero es esto mismo lo que define el rol de las FFAA en la lucha por la liberación nacional. Ya sea reflejando la política de la burguesía nacional en sus fases de mayor acercamiento al imperialismo o en los momentos en que se agudizan los roces y choques con aquél su rol fundamental es reprimir y encuadrar la intervención independiente de la única clase que, por no tener ataduras con la propiedad, puede liderar consecuentemente el combate antiimperialista, el proletariado. De allí que toda auténtica revolución apunte a la escisión y la destrucción de las FFAA. El camino de la liberación nacional es el del armamento del proletariado y no el alineamiento detrás del militarismo represor como postula Ramos.

En realidad, el punto de partida de las preocupaciones políticas del ejército, es decir, de su cuerpo de oficiales, es garantizar el orden existente. Como crece a expensas de la sociedad civil, su desarrollo como casta la opone siempre en mayor medida a ésta. Es una organización conservadora y antidemocrática. Es por esto que se liga con tanta facilidad a la metrópoli opresora. Los procesos nacionalistas que encabezan los militares no niegan esta realidad, más bien la confirman. Es la aguda sensibilidad ante los síntomas de revuelta social (sensibilidad determinada por ser el centro nervioso del orden estatal), ante la crisis sin salida de los regímenes representativos y ante la peligrosa impasse de la sociedad semicolonial, lo que lleva al Estado Mayor a oscilar del campo imperialista hacia planteos nacionalistas. Perón, golpista en el 30, Velazco Alvarado y Torres, jefes de contrainsurgencia, fueron los que encabezaron tales procesos.

Sobre la «consecuencia” antiimperialista del nacionalismo militar la historia nos ha dado múltiples ejemplos: Basta citar que, en 1947 el gobierno peronista firma el tratado de Río de Janeiro que somete a la Argentina a los dictados, inclusive la declaración de guerra, del sistema panamericano controlado por EE.UU… Así debutaba en el terreno diplomático y militar el gradual recostamiento del nacionalismo en la potencia imperialista dominante. Agotada la experiencia bonapartista serían las fuerzas armadas las encargadas de abrir a sangre y fuego el ciclo de la restauración imperialista sin atenuantes.

Ramos zanja el abismo entre el palabrerío militarista y esta realidad con la ridiculez de que la causa de los males del país estaría en que la oficialidad nunca habría sido formada en una «ideología nacional coherente”. De allí que postule como una de las claves para la «revolución nacional” el adoctrinamiento de la camarilla militar en el nacionalismo burgués, oficio que se ha asignado a sí mismo en toda su trayectoria.

Pero es justamente esa trayectoria nefasta la que más claridad arroja sobre el sentido de las «teorías” de Ramos. La llamada «izquierda nacional” ha sido en realidad una corriente que ha buscado siempre medrar con el apoyo literario al militarismo y el entreguismo proimperialista de «nuestro” nacionalismo burgués. Los extremos de corrupción a que esto ha llegado quedan retratados con su apoyo, junto a Perón, al golpe militar de Onganía, al que saludó como antesala de la “liberación nacional”.

Esta es la negra realidad de la “izquierda nacional” que acompaña como un eco la degeneración
contrarrevolucionaria del nacionalismo burgués.

Balance antiobrero del peronismo

Como el oficio de apologista del nacionalismo —qe ejecutó a sueldo duran-te los dos primeros gobiernos peronistas -lo cumple Ramos contra la izquierda, su método consiste en recubrir todas sus mistificaciones con categorías políticas totalmente adulteradas del marxismo.

El mecanismo es archiconocido. Se caracteriza al 17 de Octubre del 45 como el debut de la intervención política del proletariado. “Había llegado el tiempo -dice- de que la clase trabajadora ingresara a la política argentina. No lo hacía sola: integraba un frente nacional antiimperialista” (p. 95). Pues, precisamente, porque iba a la rastra de una clase extraña a la suya, el proletariado no entraba a la política del país en tanto que tal, aunque él sí creyera hacerlo, porque la burguesía no se pre-sentaba con su plantel completo sino travestida de militares nacionalistas. El proletariado argentino, contra toda la falsificación de Ramos, descubrió muy tempranamente su poderosa tendencia hacia la intervención política independiente ( ¡desde 1880!) pero nunca cristalizó o consumó esta tendencia, todavía tiene que aprender el arte de inter-venir en política, arte que consiste en agrupar detrás suyo a los aliados y aprovechar las contradicciones del régimen burgués – y no, como ha ocurrido, dejar que los aliados marchen con su enemigo y que el régimen burgués se aproveche de las contradicciones del proletariado (por ejemplo, entre el conjunto de la clase y su dirección burocrática y proburguesa). Y si no: ¿cómo se explica la frustración de las ilusiones del 45 y el 73, y las derrotas del 55 y el 76? Para intervenir en política en serio, es decir, como en una guerra entre ejércitos decididos a todo, y no como en un carnaval, de comparsa, o en la cancha, desde la tribuna, es necesario un partido proletario.

Ramos tiene razón: el peronismo fue un frente NACIONAL antiimperialista, es decir, un frente solidario con los explotadores nacionales. Mientras para Ramos la presencia de un enemigo común, el imperialismo, entraña la necesidad de formar una paz social con la burguesía, para los trotskistas, ese mismo punto de partida significa la necesidad de denunciar implacablemente la concordancia entre la burguesía y el imperialismo, luchar por desplazar a la burguesía de la conducción de la guerra antiimperialista (junto a los pobres de la ciudad y del campo) sostener como estrategia fundamental de la victoria el frente único con el proletariado mundial, y hacer de la lucha contra el imperialismo un paso poderoso hacia la realización del socialismo (no un planteo antagónico con éste). Por eso hay que oponer al frente nacional o democrático, el frente único revolucionario.

¿Cuál es la lección principal de la experiencia peronista, en su fase más importante, 1945-55? Desde el punto de vista de las tareas antiimperialistas, el peronismo fue un monstruoso fracaso, porque dejó en pie a la oligarquía terrateniente y porque descapitalizó al Estado con un par de nacionalizaciones jugosamente pagadas, que favorecieron al imperialismo británico en retroceso. Durante todo un período, Perón se esforzó, con una violenta demagogia antiyanqui, por preservar la relación privilegiada con Inglaterra (Tratado Eddy-Bramuglia, 1946), en un intento final por reflotar el viejo statu-quo con la metrópoli. La confiscación de una parte de la renta de la oligarquía, mediante el IAPI, en 1947- 50, fue compensada y desbordada, por los subsidios del mismo IAPI a la oligarquía en 1950-55 y aún en la primera fase, la renta agraria fue transferida, en gran parte a los frigoríficos anglo-norteamericanos en compensación por aumentos salariales. Perón no tardó en pasar a la órbita yanqui (tratado interamericano de Río, 1947), vista gorda a la invasión a Guatemala, recomposición de relación con el Ex-Imp Bank. Pero no le tocó un pelo al Estado existente: reforzó la injerencia de la Iglesia y de la casta de oficiales, fue incapaz de abrir los escalones superiores a la suboficialidad. La industrialización fue precaria, porque no se apoyó en un riguroso plan de Estado, ni en la ampliación del mercado agrario, ni en la unidad de América Latina contra el imperialismo.

Desde el punto de vista de la clase obrera, se obtuvieron grandes conquistas sociales, pero a cambio de algo definitivamente superior: la pérdida de la independencia sindical, su estatización. Bajo el peronismo se dio el fenómeno de la mayor burocratización de todos los tiempos y los sindicatos se convirtieron realmente, aunque no desde el punto de vista de la Constitución, en ruedas del Estado. Esta profunda degeneración fue decisiva a la hora de luchar contra la “libertadora”, ante la que los burócratas y Perón capitularon vergonzosamente. Las conquistas sociales fueron episódicas, porque no hubo sindicatos de combate, para defenderlas. La pesada carga heredada del peronismo tiene un peso fundamental aún en el movimiento obrero. La burocracia ha sobrevivido a crisis inmensas por sus sólidos lazos con la burguesía y el Estado. Es indudable que los sindicatos argentinos fueron una poderosa realidad desde 1945 hasta hoy, y ello porque por ahí pasó la enorme combatividad del proletariado, pero es esa poderosa realidad, precisamente, lo que pone de relieve el hecho de que han sido repetidamente derrotados por el militarismo (y de que nunca pudieron obtener una victoria decisiva), a causa de su dirección.

La función de los Ramos es ocultarle a la nueva generación este único auténtico balance del peronismo, es decir, la historia de la inevitabilidad de su frustración y de la inevitabilidad de su declinación y ocaso.

Ramos escribe “de memoria”, y por eso sus libros son una anti-historia. Tienen un carácter de corrupción intelectual. No se documenta, no confronta documentos, no discute rigurosamente los planteos de ninguna tendencia política.
Un guitarrero está condenado a decir macanas. Así, según Ramos, Perón habría forjado la conciencia de clase del proletariado (para decir tonterías también hay que tener coraje). “Toda una generación obrera -dice- ha sido educada con esas ideas (se refiere a ciertas frases “izquierdistas” de Perón) y también con las fórmulas de ‘armonía social’…Pero de los innumerables discursos de Perón, los obreros han conservado en su inconsciente colectivo aquéllos que necesitan para su destino…” (pág. 46) (Ripley: créase o no).

El locuaz Ramos se enreda, pues si lo que los “obreros necesitan para su destino” no es la “armonía social” que propugnaba Perón, está claro que la paz social con la burguesía que Ramos defiende, en nombre del antiimperialismo, es enteramente reaccionaria, pues está a contramano del “destino” histórico del proletariado. Ahora, cuando Ramos propone una “convergencia con los militares nacionalistas”, cabe preguntarse si lo que pretende es que comience a funcionar de nuevo el selector inconsciente del proletariado ante los futuros discursos nacionalistas.

Pero ni qué decir que la conciencia de clase no se forma mediante el metabolismo inconsciente del proletariado del alimento nacionalista. La experiencia inmediata del trabajador no produce la conciencia de sus intereses históricos sino que reproduce su existencia presente de vendedor de fuerza de trabajo. La influencia del nacionalismo refuerza esta atadura del proletariado al modo de producción prevaleciente de la vida social y es por eso que esa influencia sobrevive largo tiempo al agotamiento del movimiento nacionalista, permitiéndole seguir en escena. Lo que opone, primariamente, al proletariado que sigue al nacionalismo a ese mismo nacionalismo, es su instinto, la forma más elemental de la conciencia, que se deriva de su existencia real como clase explotada. Pero el pasaje de lo instintivo a lo consiente requiere la lucha contra el nacionalismo burgués, a partir de un programa que exprese, no la situación y experiencia inmediatas, sino la histórica y mundial del proletariado. Esto es el marxismo y el programa de la IV Internacional.

Es indudable que la revuelta social del proletariado puede tener por cobertura las ideologías más antimarxistas y más hostiles al socialismo (por ejemplo, Komeini y el Islam). Esta constatación es valiosa para saber de qué lado de la barricada pelear, a saber, con los fanáticos musulmanes contra los pragmáticos norteamericanos. Pero con el Islam o el peronismo, las masas no podrán triunfar sobre el opresor nacional, ni mucho menos emanciparse. El nacionalismo burgués y sus discursos son una pesada lápida contra los oprimidos.

El palabrerío de Ramos disimula mal su hostilidad visceral hacia el movimiento obrero y su independencia política. «Como organizaciones que agrupan a grandes sectores de trabajadores -dicesin distinción de ideologías, los sindicatos deben vivir siempre bajo las condiciones del Estado, cualquiera sea su naturaleza, nacionalista u oligárquica, que no puede admitir de ellos una peligrosa independencia. Sindicatos ‘independientes’ no han existido nunca» (pág. 147). Pero preguntamos: ¿qué fueron Sitrac-Sitram, Smata Córdoba, la UOM de Villa Constitución, que jugaron rol eminente en el proceso político que el libro trata y que ni se «digna” mencionar? ¡Para colmo ha sido editado en pleno apogeo del «Solidaridad” polaco!

Basándose en este tipo de argucias, Ramos califica de «ridículo” acusar a la burocracia por su «dependencia hacia Perón”, y declara su identificación con ese sometimiento.

Ramos no busca disimular su hostilidad hacia el proletariado con conciencia de clase. No estamos todavía en una situación de poderoso ascenso obrero, cuando retorne la moda burguesa de la demagogia desenfrenada. El problema de la burguesía argentina en este momento es tratar de cerrar la presente crisis política antes de un “Cordobazo”.

Ramos tiene razón, ningún régimen burgués (y, para el caso, tampoco un régimen burocrático de la escuela del Kremlin) puede tolerar la «peligrosa” independencia de los sindicatos. ¿No retrata esto, entonces, el carácter reaccionario fundamental de todo régimen burgués, en este período de decadencia mundial del capitalismo? Pero sigamos. Tampoco ningún proletariado tolera, a la larga, la estatización o tutela de sus organizaciones. Ramos es un esclavo de la primera ley, nosotros de la segunda.

Para defender sus condiciones de existencia el proletariado necesita organizaciones capaces de luchas y, en periodos de crisis, de luchar a fondo. Esto solo puede serlo una organización independiente. Estamos en presencia de un conflicto irreconciliable. La solución de Ramos es reaccionaria, pero también provisoria, porque un régimen de tutela paternalista se estrella contra la crisis y la agudización de las contradicciones sociales. La resolución de este conflicto es una sola: la destrucción del Estado burgués y la abolición de todos los antagonismos de clase en general. Es por esto que hay que marcar a fuego a la traidora burocracia sindical y luchar por una dirección revolucionaria de los sindicatos. Sitrac-Sitram y Villa Constitución no fueron derrotados porque hubieran emprendido una utopía, sino porque no hubo claridad política y fue un primer paso. Pero ya ocupan en la conciencia histórica del proletariado un lugar que ningún burócrata peronista podría pretender jamás.

Ramos se queja, todavía, de que Perón no haya “advertido” «que una democracia efectiva de la central obrera hubiera defendido mejor las conquistas revolucionarias (!) que el sistema de obediencia a los dirigentes”. Esto es una tomada de pelo, ya que el sistema que defendía Perón era este sistema de do-minio totalitario del proletariado, y por eso intentó repetirlo en 1973.

El único contacto significativo de la «izquierda nacional” con el movimiento obrero en toda su existencia, ha sido como laderos y escribas de la burocracia sindical. En todo el libro, brillan por su ausencia o se reducen a insignificancias los grandes combates de clase de estos últimos 35 años, «movimiento obrero» será sinónimo de dirección burocrática, y Vandor y Rucci serán pintados como los arquetipos del dirigente de su clase. Incluso le reprocha a Vandor que haya intentado armar su propio juego independiente de Perón (p. 230), pero no dice que era para favorecer el golpe de Onganía.

«Izquierda nacional proimperialista»

La apología de los aspectos antiobreros del peronismo tiene su contrapartida en la de sus aspectos más proimperialistas. El libro está centrado en esto, aunque se los pretenda contrapesar con señalamientos injertados en el texto acerca de las limitaciones en el desarrollo de la industria pesada o en el ataque a la oligarquía.

Sin inmutarse, Ramos declara que en el último período del gobierno peronista, terminada la prosperidad de la posguerra, “Con toda decisión Perón hizo frente a los acontecimientos y afrontó los puntos débiles del sistema: el petróleo y la siderurgia”. ¿Qué es este «afrontar” para esta «izquierda nacional”? En 1953 se sanciona una ley de inversiones extranjeras que asegura un trato preferencial para el capital extranjero. El «problema del petróleo” fue encarado firmando un contrato con la Standard Oil de California, que es fiel antecesor de las posteriores entregadas del frondicismo y el onganiato. El desarrollo de la siderurgia consistió en la contratación de un préstamo norteamericano de 60 millones de dólares para construir una planta, esto después de haber dilapidado las reservas de divisas con que contaba en indemnizaciones al capital extranjero y adquisición de artículos de consumo en el exterior.

Para Ramos, el momento culminante del gobierno peronista es, en realidad, el de su ingreso cada vez más resuelto a la órbita del imperialismo yanqui. Esta es la verdad de las teorías mencheviques de Ramos sobre la «independencia económica”. Según éste ésta podría ser alcanzada ya no explotando las contradicciones interimperialistas que favorecieron a la Argentina durante la guerra sino «reorientando el comercio exterior”, «contemplar ante todo América Latina, mediante convenios bilaterales de Estado a Estado. Hay que tender -prosigue- a soslayar el saqueo del intercambio desigual con el mundo capitalista avanzado. Todo lo cual supone la creación de una tecnología latinoamericana”. Es decir que sería posible a los países atrasados sustraerse al dominio del mercado mundial por el imperialismo creando su pro-pio mercado y su propia tecnología, como si el rasgo fundamental de la época imperialista no fuera justamente la existencia de ese mercado mundial monopolizado por las potencias imperialistas. Como si la lucha por la democratización de las relaciones económicas internacionales, es decir, la conquista de la independencia económica y política, no superara el cuadro de la democracia burguesa y el orden imperialista mundial. Como si fuera posible desarrollar las fuerzas productivas de un país al margen de su desarrollo internacional. Como si el problema de la independencia económica pudiera resolverse por medio del comercio y de la diplomacia entre países semicoloniales.

La utopía que aquí está formulada se dirige a enfrentar el planteo antiimperialista del marxismo acerca de este problema, a saber que la única salida para el estancamiento de los países atrasados es la construcción del socialismo, no en un país ni en un grupo de países sino a nivel internacional, y que la liberación nacional sólo será alcanzada mediante la fusión de las revoluciones coloniales y las revoluciones socialistas en las metrópolis. En la práctica, la posición de Ramos se ha mostrado como la cobertura teórica del entreguismo más descarado. Ramos fue y sigue siendo un adulador proimperialista rabioso del gobierno de Frondizi (hemos notado que en esta edición suprimió toda una parte de crítica a Frigerio), en particular de los contratos petroleros. La «teoría” de Ramos, común a los desarrollistas, de que un Estado en manos de la burguesía nacional podría manejar a su antojo las inversiones imperialistas se ha revelado como un vulgar engaño. Lo mismo vale para la concertación entre los países latinoamericanos, que supuestamente permitiría lograr un acceso autónomo al mercado mundial. La «unidad” de los estados semicoloniales sólo puede dar lugar a un engendro integrado al sistema imperialista. Y, efectivamente Ramos hace la apología de la política exterior del frondicismo de la que fue propagandista en su momento. Esa política osciló de ciertos roces con el departamento de Estado yanki (postulando sobre todo una política de «cerco democrático” sobre Cuba en lugar de una de bloqueo y agresión directa) a un alineamiento total con éste. Ramos fue de los que hicieron fuerza para este alineamiento saludando con un panegírico la llegada del presidente Eisenhower al país en 1960. La “unidad latinoamericana” semicolonial de Ramos no es más que propaganda izquierdizada del «sistema panamericano” dirigido por los yankis.

Pero así como la política exterior de un gobierno es una extensión de su política interior, la política «americanista” de Ramos revela lo que realmente es en sus recetas políticas para la Argentina, en particular frente al problema del peronismo. No se sabe si lo que “inspira” a Ramos es la decadencia proimperialista del peronismo o los movimientos del imperialismo y la burguesía para integrarlo como una fuerza confiable del frente burgués.

Apologista del sometimiento del movimiento obrero, de la entrega al imperialismo, Ramos sin embargo se pone de crítico de los aspectos totalitarios del peronismo respecto a la oposición burguesa.

«Al no contar con la presencia activa y el control recíproco de grandes partidos argentinos -dice- que coparticiparan del poder, la influencia de Perón creció desproporcionadamente, convirtiéndose en el regulador único de toda situación”… “los rasgos dictatoriales y centralizadores de  Perón… encontraban otra causa concurrente en la negativa del radicalismo y de los partidos de izquierda a integrarse democráticamente con Perón en un gran Frente Nacional Revolucionario” (p. 137). Una vez más, apelando al lenguaje engañoso, se trata de contrabandear una postura prooligárgica y proimperialista respecto al peronismo. Llamando “revolución” a lo que fue un gobierno bonapartista de la burguesía que termino entregando al  abanderado de la reacción imperialista), Ramos presenta su versión de lo que han sido todos los intentos de la política burguesa en los últimos decenios: integrar al peronismo a un frente «democratizante bajo la bendición yanki. Ramos «racionaliza a la multipartidaria, es su abogado y ha ido al foro a propugnar el acuerdo cívico-militar. Lo que Ramos postula es la trampa de otra experiencia (que en 1955 fue contrarrevolución democratizante). El apoyo del FIP (partido de Ramos) a la multipartidaria y su búsqueda de un compromiso con la dictadura, se ubica en la línea que en 1973 fue el apoyo al Frejuli y al «Gran Acuerdo Nacional”.

Con el GAN contra el proletariado

Cuanto más se acerca a la época actual, más patético es el rol político de esta “izquierda nacional”.

En el libro se presenta una versión totalmente mistificada del ascenso del peronismo al gobierno en el 73. Lo que fue una salida de crisis concertada por la burguesía con el visto bueno del imperialismo (GAN), para hacer frente a la situación revolucionaria abierta por el Cordobazo, es presentado como el resultado victorioso de la lucha de las masas. La caída del gobierno de Cámpora, que fue destituido por un golpe de derecha apoyado por el ejército porque el régimen se mostraba impotente frente al ascenso de las luchas obreras, es presentada como un hecho progresivo. En realidad el semigolpe del 13 de julio orquestado por Perón y la derecha peronista con el visto bueno de la cúpula militar fue un paso hacia la derecha, hacia el bonapartismo, para enfrentar a las masas. El conflicto de clases planteado objetivamente (ocupaciones de fábrica, movimientos reivindicativos de todos los sectores explotados) es juzgado con la misma óptica de la derecha peronista y de toda la reacción imperialista: «Todo el país reclamaba esa ley del olvido. Pero sus resultados fueron catastróficos”. Para Ramos la salida de la cárcel de centenares de presos habría transformado la movilización de millones de trabajadores, jóvenes, etc. en instrumento del «terrorismo”, «…la confusión y el desorden fueron descomunales” (lenguaje de un revolucionario!). El retomo de Perón a la presidencia, al que el FIP farsescamente pretendió apoyar «desde la izquierda” es presentado como el verdadero comienzo de una «revolución nacional”. En realidad, como el programa del Frejuli y luego el Plan Trienal lo demostrarían, era una versión súper diluida del viejo intento ya fracasado de superar el atraso y el sometimiento del país con métodos de intervencionismo estatal, sobre la base de la preservación de las relaciones de propiedad existentes. La «reedición” del intento conservaba, agravados, los rasgos más negativos del pasado: no tocarle un pelo al capital extranjero, garantías a toda la burguesía, negativa a nacionalizar la banca y el comercio exterior, mantenimiento (y fortalecimiento) de todo el aparato represivo y represión a la libre organización obrera. Este proyecto debe ser juzgado en el marco de todas las contradicciones que estaban en juego y, dado el ascenso obrero, su rol global era contrarrevolucionario: defender al Estado semicolonial frente a la insurgencia de las masas. El gobierno peronista se desintegrará bajo la presión antagónica de éstas y del imperialismo, pero Perón y el peronismo no jugarán un rol neutral: tenderá a recostarse en el segundo contra las primeras. Según Ramos, Perón no habría encontrado «tiempo” para encarar la «revolución nacional” por la necesidad de enfrentar la “provocación terrorista” de izquierda y de derecha. En su lenguaje sibilino se confunde, de un lado, la lucha obrera con la guerrilla y del otro se hace aparecer a Perón neutral frente al terrorismo derechista, «debió soportar el Navarrazo”. En realidad, Perón inició lo que luego Isabel llevaría a su punto más alto: la represión oficial y paraoficial con métodos terroristas contra los trabajadores y la juventud. Perón balanceó esto con la formación del «bloque de los 8” para contar -con típico método bonapartista- con un instrumento de «izquierda» para contener a las masas. Contra lo que Ramos afirma, la izquierda foquista acompañó en lo fundamental este juego político contrarrevolucionario de Perón, se aguantó la caída de Cámpora, apoyó a Perón-Perón, la ley de asociaciones profesionales y la intervención de las universidades, etc. Es el fracaso de ese intento bonapartista lo que abrirá camino a la reapertura de la situación revolucionaria y al “historiar” ese momento culminante es cuando Ramos se mostrará aún más como lo que es.
Asume penosamente la defensa del gobierno de Isabel, señalando dos causas fundamentales de su crisis: 1) «La delincuencia económica…” del imperialismo y el conjunto de la burguesía; 2) «La actividad terrorista” (p.288). La histórica huelga general de junio-julio del 75 que constituyó el punto más alto de la movilización independiente de la clase obrera argentina merece apenas un comentario perdido de algunos renglones. El derrocamiento del gobierno de Isabel a manos de este movimiento fue frustrado por la burocracia sindical, pero se había producido un hecho político de consecuencias revolucionarias: la ruptura del proletariado con el gobierno peronista. Con esto no sólo quedaba quebrado este gobierno sino todo el aparato de «institucionalización” montado por la burguesía para hacer frente al ascenso que debutó en 1969. Por ello, no sólo el gobierno sino toda la burguesía, incluidos los militares quedaron a la defensiva. Comenzaron entonces un conjunto de maniobras políticas destinadas a preparar el terreno para una contraofensiva, para reformular el GAN. La debacle del gobierno de la camarilla Isabel-Lopez Rega y la peligrosidad de una salida parlamentaria fueron colocando a las FFAA como árbitro de la situación.

Es frente a esta situación que el teórico de la «izquierda nacional” toma partido por una de las variantes (a la que se jugó sin suerte Isabel) que estaban en juego: la militarización del poder manteniendo un cuadro constitucional. Señala como un hecho auspicioso la sanción de la «ley de seguridad” que coloca en manos de las FFAA la represión de las actividades terroristas…”. Pero se lamenta de que «no existía en el gobierno decisión para ejercer el poder y voluntad de imponer a los provocadores sectoriales de la sociedad civil todo el peso extra- económico del Estado para restablecer el orden” (p. 289). Fracasada esta variante, el FIP se sumaría a la cohorte silenciosa que aceptó el golpe como el resultado «inevitable” de la situación. Las huelgas contra el plan Mondelli, que re-presentaron el combate sin dirección del proletariado contra la degradación gol- pista de la situación, no merecen una sola mención. Ramos trata de borrar el rastro de su apoyo a la militarización, que prepararía el golpe, sacando un balance hipócrita del peronismo: «La experiencia global del peronismo es concluyente: el Estado debe democratizarse a sí mismo por la autogestión y el control de los trabajadores”. Pavadas. Primero que diga si es partidario incondicional o no de derrocar a la presente dictadura militar.

Epílogo

Así como en 1966 la «izquierda nacional” fue a buscar el “alma nacional” en las huestes de Onganía, se lanzó también a buscar empleo bajo el régimen más terrorista y sangriento de nuestra historia. Toda la prédica contra el terrorismo que «desestabilizó” a Isabel, cuando la realidad es que ese terrorismo fue el instrumento más o menos ciego, más o menos consiente de los militares que querían implantar el estado policial que Perón-Osinde-Lopez Rega-Isabel no pudieron implantar, a Ramos le sirvió para arrastrarse ante las botas triunfadoras. El «verdadero” fundamento del golpe habría sido la «proliferación del terrorismo” y luego de cumplida la «misión” de destruirlo las Fuerzas Armadas habrían quedado «sin programa definido” y «burladas” por Martínez de Hoz y Cía. El FIP que reconocía en el gobierno estar impulsando «a los tropezones” una «perspectiva latinoamericana” progresiva (!) reclamaba en 1978 una definición «nacional” a la dictadura, aclarando no tener «apuro electoral alguno” (ver folleto “De la crisis argentina a un frente patriótico”, octubre 1978). Ahora, con la descomposición y el agotamiento del régimen el lenguaje se ha «izquierdizado” apenas, pero el contenido es el mismo. El FIP pide un lugar en la multipartidaria a la que le reclama su ampliación, porque si ésta no se produjera… «la Multipartidaria habría nacido muerta y en lugar de contribuir a que el gobierno cambie su política o a que una política cambie el gobierno, sólo tendría como resultado al fortalecimiento del mortal ‘statu quo’…” (“La Patria Grande”, setiembre 1981).

Esta «izquierda” ladera del militarismo y de lo más podrido del nacionalismo burgués se ha asignado el papel de enfrentar en las asambleas estudiantiles las mociones en favor de las libertades, de los desaparecidos y presos y del enjuiciamiento de los militares. Debe ser marcada ante la nueva generación.


Populismo y Marxismo

Pablo Rieznik Aníbal Romero

El objeto de este artículo es examinar un texto, “Para una Teoría del Populismo”, que forma parte del libro de Ernesto Laclau, “Política e Ideología en la Teoría Marxista – Capitalismo, Fascismo, Populismo”, que fue publicado originariamente algunos años atrás. Más recientes, en cambio, son sus traducciones al español y al portugués, las que han tenido una calurosa acogida en medios académicos latinoamericanos identificados con la intelectualidad progresista. Su atractivo, en este caso, se explica por la pretensiosa tentativa del autor de abrir nuevos campos para el pensamiento marxista, para romper con el supuesto “eurocentrismo provinciano de la Segunda y Tercera Internacional”, que estaría marcado por un desvío teórico -que Laclau denomina “reduccionismo de clase”. A esto atribuye el autor la incapacidad del “marxismo”, para comprender fenómenos tan decisivos como el fascismo y el populismo.

Hablamos de atractivo para la “inteligencia” latinoamericana de izquierda porque ésta, en su absoluta mayoría, cultiva con particular entusiasmo todo tipo de eclecticismo que aparezca como innovador, superando lo que sería el carácter arcaico del marxismo clásico y que, en casi todas las circunstancias, es apenas una regresión teórica monumental. El mecanismo teórico de esta regresión no es nuevo: puesto que el stalinismo surgió del seno del partido de Lenin, es en las raíces mismas del bolchevismo y, por lo tanto del marxismo, que se busca la fuente primitiva de la barbarie posterior cometida en su nombre. La constatación formal suprime la dialéctica más simple, a saber, que el stalinismo es la negación del bolchevismo y no su continuidad, que su política interna y externa no es el resultado de un determinado planteo teórico, sino que expresa, bajo la forma de un empirismo brutal, los intereses de una casta particular emergente del atraso y del aislamiento de la Rusia soviética y que -como todo lo que brilla no es oro— no basta autotitularse marxista para ser considerado como tal. La apreciación es pertinente, pues el propio Laclau procede a la crítica de las concepciones del stalinismo, o de ciertos teóricos de izquierda, sobre el nacionalismo y el fascismo, como si estuviera sometiendo al análisis al “marxismo”, convertido en una verdadera bolsa de gatos. Stalin y Trotsky, por ejemplo, serían variantes -derecha e izquierda- del propio marxismo.
El libro en cuestión incluye cuatro textos independientes, escritos en circunstancias diversas. Tres de ellos constituyen una polémica con otros autores sobre la cuestión de los modos de producción en América Latina y sobre el fascismo; el cuarto plantea de una manera más orgánica la concepción de Laclau sobre la cuestión del populismo (“Para una Teoría del Populismo”). La obra de Laclau permite verificar que, lo que se presenta como novedad no es más que, en un lenguaje oscuro y esotérico, una reedición disfrazada de viejos planteos nacionalistas, que tanto contribuyeron -y contribuyen- a afirmar el dominio de la política burguesa sobre el movimiento de la clase obrera.
El populismo según el autor
De acuerdo a Laclau pocos conceptos como el de populismo “han sido tan ampliamente usados en el análisis político contemporáneo, aunque menos todavía hayan sido definidos con menor precisión (…) a la obscuridad del concepto se agrega la indeterminación del fenómeno al que se refiere. ¿Será el populismo un tipo de movimiento o un tipo de ideología? ¿Cuáles sus fronteras?”. De ahí que el objetivo central del texto sea “el de plantear propuestas que puedan contribuir para la superación de esta imprecisión” (págs. 149 y 150).

¿En qué consiste, entonces, el populismo para Laclau? En las reivindicaciones no clasistas integradas en el discurso o programa de determinado movimiento político de oposición al régimen existente. En la definición más sofisticada del autor: “El elemento estrictamente populista no reside en el movimiento como tal, ni en su discurso ideológico característico -que, como tales tendrán siempre una pertenencia de clase- y sí en una contradicción no clasista específica articulada a este discurso” (pág. 171). La prueba de que estas reivindicaciones no clasistas tendrían una existencia real se manifiesta – según el autor— en las propias referencias de los marxistas a cosas tales como la “lucha secular del pueblo contra la opresión”, las “tradiciones populares de lucha”, la clase obrera como “realizadora de tareas populares incompletas”, etc. (pág. 173). (Nótese en esta última referencia, de pasada, la pequeña trampa: el autor modifica una de las tesis clásicas de la teoría de la revolución permanente de Trotsky, el proletariado como ejecutor de tareas burguesas no cumplidas por la burguesía, sustituyendo burguesas por populares, para atribuirles así, un carácter “no clasista”; ya volveremos sobre esta cuestión). Por lo tanto, Laclau concluye en que no toda reivindicación o elemento ideológico tiene un “carácter de clase”, y en que en el no reconocimiento de esto consiste justamente el “reduccionismo de clase” de la II y III Internacional. El razonamiento del autor se completa del siguiente modo: si la burguesía consigue integrar las reivindicaciones «populares”, que no tienen ninguna determinación clasista, a su propio discurso, tendremos el populismo burgués; si es el proletariado el que lo logra alcanzaremos la variante de “populismo socialista”, su expresión más elevada y radical. “En el socialismo, por consiguiente coinciden la forma más elevada de ‘populismo’ y la solución del último y más radical de los conflictos clasistas.” (pág. 202).

Debe llamarse la atención para la afirmación de que, en el socialismo, populismo y clasismo “coinciden”. Esto es lo que Laclau presenta como lo esencial de su aporte teórico: el socialismo es la “fusión” de populismo y clasismo y, en la misma medida, ya no es ni una cosa ni la otra, por eso se define como “socialismo populista”. La innovación consistiría en cuestionar que el socialismo sea la negación del populismo burgués, es decir, que sea la realización de los objetivos históricos del proletariado -dictadura de clase, abolición de la propiedad privada, desintegración progresiva del Estado, república mundial de los Soviets (todo esto sería reduccionismo clasista).

El razonamiento, en realidad, es tautológico ya que lo que el autor predica está implícito en su postulado. El socialismo no es la negación del populismo —según Laclau-, porque él mismo ya le retiró a éste su carácter específico, o sea, burgués. El autor parte de un postulado falso, que los objetivos y reivindicaciones democrático-populares tienen un carácter neutro, “no clasista”, y, en este caso, su conclusión es apenas coherente con la falsedad de su punto de partida. En verdad, el carácter burgués de los objetivos democráticos y populares está determinado por el hecho de que la consecuencia de su resolución integral corresponde al desarrollo de la sociedad burguesa: es la igualdad formal de los ciudadanos y la desigualdad real de las clases, el trabajador libre y no la liberación del trabajo asalariado, la libertad de los propietarios y no la liberación de la propiedad privada. El reino de lo popular-democrático, el reino del populismo, es la sociedad burguesa, no precisa de aditamentos para ser calificado de burgués y no es casualidad que la generalización del término —populismo— se haya desarrollado precisamente para designar al democratismo o al nacionalismo de contenido burgués. El planteo de Laclau coincide, exactamente con el populismo ruso, al que Lenin combatió, porque negaba, justamente, el carácter burgués de la revolución.
Laclau -también- eliminó el carácter específicamente clasista del populismo (burgués) y el elemento puramente clasista del socialismo (obrero). En esto, el autor es plenamente “populista” porque la función básica del populismo es la de confundir ambas cosas, eliminar las fronteras entre lo burgués y lo proletario, diluirlas en conceptos ahistóricos sobre lo popular y lo democrático, velar el carácter burgués de las tareas democráticas y populares, para mejor diluir al proletariado en la burguesía, durante la lucha común contra el feudalismo y/o el imperialismo. En esta fusión de clasismo y populismo, Laclau procede a un rescate político del nacionalismo burgués, al que presenta como antesala del socialismo; el socialismo sería la continuidad del nacionalismo, populismo radicalizado: “la ideología popular tornóse cada vez más antiliberal -afirma Laclau en relación a la Argentina de principios de la década pasada- y, en los sectores más radicalizados, pasó a fundirse con el socialismo, ‘socialismo nacional’ fue la fórmula acuñada en el transcurso del pro-ceso” (pág. 196). Esto es falso en dos sentidos. Primero, la fórmula de “socialismo nacional” no fue acuñada por los sectores populares más “radicalizados” sino por Perón, y fue históricamente planteada inclusive por la derecha fascistoide peronista. Segundo, cuando la izquierda peronista enarboló esta bandera y levantó la consigna de “patria socialista”, esto no significaba ninguna fusión con el socialismo. Al revés, el socialismo nacional fue la cobertura de su sometimiento al populismo, al nacionalismo burgués. Con el disfraz de “socialista”, la izquierda peronista se integró a un gobierno enteramente burgués, de colaboración con el conjunto de partidos patronales gorilas y las Fuerzas Armadas —y, por esta vía, con el imperialismo. (Nótese que Laclau presenta elogiosa-mente a la tendencia antiliberal, olvidando el pequeño detalle de que era una tendencia corporativista, antidemocrática, de sometimiento policial y legal de las organizaciones obreras. De «demo- cratista” Laclau culmina en antidemocrático. Es que “olvida” que el demócrata o nacionalista burgués es absolutamente inconsecuente en sus planteos “no clasistas”, ya que le interesa la lucha contra la reacción sólo en la medida en que le permite su explotación del proletariado).

El planteo de Laclau, desencarnado del teoricismo abrumador de su texto es el de la Juventud Peronista: con Perón al socialismo. Su confusión política es idéntica: “el avance en la dirección del socialismo sólo puede consistir en una amplia serie de luchas, a través de las cuales el socialismo afirma su identidad popular y el pueblo sus objetivos socia-listas» (pág. 202). Todo aquí se encuentra invertido: lo específico del socialismo, que debe afirmarse como su “identidad” es su carácter de clase obrera (y no popular) puesto que materializa los objetivos históricos del proletariado, que son internacionales (y no nacionales); el pueblo, a su tumo, es una abstracción que designa al conjunto de clases de la Nación que no ha completado su revolución democrática o nacional -trabajadores, campesinos, pequeña burguesía, burguesía- siendo que las tareas popular-democráticas no superan el cuadro burgués (y no son, por lo tanto, socialistas). Laclau le da contenido «socialista” al pueblo y a las reivindicaciones democrático-populares, mistificando el carácter de clase de éstas; ésta es la esencia de su planteo.

No clasismo y lógica de clase

El planteamiento sobre la existencia de reivindicaciones, tradiciones, o elementos ideológicos “no clasistas”, carece de todo rigor. Los elementos ideológicos que no tienen una pertenencia clasista, históricamente determinada, no existen. En este punto conviene distinguir la apariencia de la esencia del problema en cuestión. Ninguna reivindicación o ideología, en cualquier sociedad que consideremos, aparece como clasista directamente. En el desarrollo de la historia humana, cada nueva clase que tomaba el poder era obligada -aunque sólo fuera para alcanzar su objetivo— a re-presentar sus intereses como los intereses comunes de toda la sociedad o, para expresar lo mismo en el campo de las ideas, era obligada a dar a sus pensamientos la forma de universalidad, de representarlos como siendo los únicos razonables, los únicos válidos de manera universal. Esta explicación, que es de Marx (“La ideología alemana”) es mucho más simple que el alambicado juego de conceptos de Laclau e indica como éste último invirtió los términos del problema. Lo que corresponde -en el análisis científico de la realidad social- es descubrir el fondo, la esencia clasista de la ideología o reivindicaciones que esconden su filiación clasista: Laclau, en cambio, procede al revés y pretende mostrar la ausencia de contenido de clase de las reivindicaciones que la historia ya ha probado como clasista. Postulando que estas reivindicaciones estarían externamente «fusionadas” a “discursos” de clase antagónicas populismo burgués o populismo socialista. Esta tentativa termina en una pura especulación ideológica en el sentido más estricto de! término, es decir, en una construcción artificial de la realidad.

Es absolutamente trivial la verificación de que la clase obrera puede incorporar reivindicaciones históricamente propias de otras clases explotadas, pero que pueden contribuir a acelerar y clarificar la lucha por sus propios objetivos históricos. Esto, sin embargo, no significa que tales reivindicaciones o aspiraciones -“tradiciones populares de una lucha secular”- tengan un valor “no clasista”, lo que equivale a situarlas en el limbo y no en la historia real. Es exactamente lo que hace Laclau cuando considera a la democracia como una reivindicación que carece de connotación clasista, como si no hubiera surgido en un momento preciso y en correspondencia con el ascenso histórico de una nueva clase social: la burguesía. ¿Qué significa definir una reivindicación como no clasista, sino decir que no corresponde a ninguna forma concreta de sociedad, situarla fuera del tiempo y del espacio? Laclau parece confundirse por el hecho de que la democracia fue planteada por el conjunto de clases que se levantaron contra la vieja sociedad feudal. Esto, sin embargo, no le da un carácter universal ni le otorga el atributo de “no clasista”.
Al revés, en todo caso se trata de ver cuál es el interés del proletariado en luchar por la democracia política y es por esto mismo que la actitud de cada clase y capa social en la lucha por la democracia ha diferido enormemente. En la Francia revolucionaria, desde la monarquía constitucional a Robespierre, todo el mundo luchó, desde 1789, con la bandera de la democracia. Este hecho no prueba que su contenido de clase fuera arbitrario (la convención decretó el carácter sagrado de la propiedad privada) sino que cada camada de la sociedad quería sacar un provecho diferente de la victoria (Laclau termina en esto, precisamente, en confundir la categoría de universalidad, que siempre es concreta, con la arbitrariedad). Pero no sólo esto: al mismo tiempo, la escasa diferenciación social y la consecuente precaria delimitación política entre las clases, impedía a los proletarios o futuros proletarios superar el horizonte ideológico y político de la democracia y del republicanismo burgués. Por eso, el movimiento obrero explica Marx, todavía inmaduro en 1830 y 1848, pretendía satisfacer sus aspiraciones dándole un carácter «social” a la República burguesa, es decir; dándole un carácter proletario al populismo! Qué lejos, hacia atrás, se ubican las ideas de Laclau -en el proletariado clase en sí.
En este punto Laclau, se une a las infinitas vertientes burguesas y pequeño burguesas que reivindican el “valor universal” de la democracia (puede verse un desarrollo de este tema en «El debate sobre la democracia en Brasil”, Revista Internacionalismo” nro. 3) y, en especial el eurocomunismo (pretendiendo encontrar las raíces del stalinismo en el marxismo, los intelectuales académicos terminan del brazo de Togliatti, uno de los orquestadores de los “procesos de Moscú”).

Ahora bien, como Laclau se pretende materialista, busca el fundamento de aquellas reivindicaciones que define como «no clasistas” en lo que llama la contradicción “pueblo-bloque de poder”, que es, afirma, la contradicción dominante a nivel de cualquier formación social. De este modo, a la confusión sobre el “no clasismo» agrega una concepción particular sobre la historia.

Si la contradicción “pueblo-bloque de poder” es una contradicción dominante en todas las formaciones sociales su naturaleza ficticia, ilusoria, está clara, pues todos los antagonismos del “pueblo” con el “poder” se resolvieron, en el pasado, recomponiendo esa contradicción.

Es sólo cuando esa contradicción asume el carácter de un enfrentamiento burguesía proletariado que puede ser resuelta. Laclau, plantea, por lo tanto, una contradicción indeterminada, que, en el mejor de los casos, lleva a apoyar siempre a los oprimidos contra los opresores y a sacrificarlos ante la nueva opresión. Lo relevante es la forma particular, social, que adquiere esa contradicción, pero aquí Laclau procede a un nuevo malabarismo teórico. Reconoce que la «lucha de clases asume prioridad sobre la lucha popular democrática” (pág. 172), pero de una manera puramente formal, porque las clases “constituyen una contradicción dominante al nivel del modo de producción” y se definen como «polos de relaciones de producción antagónicas que, como tales, no tienen ninguna forma de existencia necesaria en los niveles ideológico y político” (pág. 166). Nuevamente tenemos aquí la lógica totalmente invertida. Primero: “al nivel de las relaciones de producción” no existe lucha de clases propiamente dicha, la expresión cabal y acabada de la lucha de clases se da en el plano político, en la formación social en su conjunto, en relación a un problema central: el Estado. La lucha de clases «a nivel de las relaciones de producción”, bajo el capitalismo, es sindicalismo y no lucha de clases en el sentido pleno del término. Segundo: la constitución de las clases para desarrollar su real antagonismo tiene -al contrario de lo que afirma Laclau- una forma de existencia necesaria: el Estado para la burguesía, la organización política propia, partidaria, para el proletariado, porque sólo a través de la misma se constituye realmente como clase para sí, como afirmaba Marx. El marxismo no es reduccionista (esto porque afirma que el hombre hace la historia), pero si es determinista (ya que la hace en determinadas condiciones que no eligió). Es así que los objetivos históricos de la clase obrera sólo pueden materializarse si ésta adquiere su propia independencia política y se organiza en tomo a una estrategia propia. Este es el sentido de su evolución “necesaria”: es lo que planteaba Marx cuando —en una célebre carta a Weydemeyer- señalaba que no le cabía el descubrimiento de las clases y de su lucha, sino que la consecuencia de su desarrollo, de acuerdo a las leyes del desarrollo social, era la dictadura del proletariado. En las palabras del propio Marx: que “la existencia de las clases se vincula a determinadas fases históricas del desarrollo de la producción (y que) la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado (como) transición para la abolición de todas las clases y para una sociedad sin clases” (subrayado nuestro).

Laclau, como se ve, no critica el “reduccionismo” sino el determinismo, la base del pensamiento científico. Para Laclau las formas ideológicas y políticas son indeterminadas, es decir, no corresponden a una sustancia (las condiciones económicas de la producción y las clases que de ellas se derivan). Esas formas sólo pueden ser “interpretadas” en sí mismas por lo que ellas postulan de sí mismas, son iguales a su propio “discurso”. La elaboración concluye, así, en una estación terminal inevitable: el idealismo. La conciencia determinaría el ser social, y no al revés. El marxismo no sería la “forma necesaria” del proletariado con conciencia de clase. El “discurso” socialista sería, en definitiva, una forma elevada de populismo, de realización de valores universales, de la «idea”.

Desde el punto de vista político, la teoría pueblo-poder no es nueva, fue formulada por el anarquismo, incapaz de desentrañar el carácter de clase del enfrentamiento entre explotadores y explotados en cada circunstancia histórica e incapaz de entender el problema clave del Estado, como el producto, no de una idea incompleta del mundo, sino de los antagonismos de clase en cierto momento de su desarrollo, que sólo puede abolirse con la supresión de ese antagonismo. Desde el punto de vista político, la tesis de que la oposición entre pueblo y bloque de poder es la determinante en la lucha política es también parte de la charlatanería demagógica de todas las variantes del nacionalismo no marxista y antimarxista: según la tal concepción toda tentativa de introducir la lucha de clases en el seno del «pueblo” y disputar su dirección a la burguesía ayudaría al “bloque de poder”. La originalidad, en todo caso- consiste apenas en repetir con los modismos de las universidades inglesas, banalidades que con vocabulario mucho más simple y accesible los voceros del nacionalismo latinoamericano repiten des hace 50 años atrás, por lo menos. Medio siglo en el cual los líderes nacionalistas de todo tipo llevaron a la frustración y la derrota al movimiento de masas, siempre atrincherados detrás de los mismo argumentos que Laclau ahora reproduce que el marxismo es “eurocéntrico», el bolchevismo peca de reduccionismo de clase, etc. Las traiciones históricas del stalinismo, que se alió a las oligarquías nativas y al imperialismo yanqui contra los movimientos nacionalistas fueron siempre utilizadas por los voceros del nacionalismo como una prueba del fracaso del marxismo en la comprensión de «lo nacional”, y esto debido al «reduccionismo clasista”. Pero se oculta escrupulosamente que históricamente, fue más frecuente el apoyo incondicional del stalinismo al nacionalismo de contenido burgués y que este mismo ter-minó mostrando su carácter antinacional. Esta identificación ridícula entre stalinismo y marxismo es también retomada por Laclau. Sin embargo, va todavía más lejos en una nueva dirección, procurando justificar ahora una original fusión-integración del marxismo, no sólo con el nacionalismo de las naciones oprimidas sino también con el nacionalismo imperialista más descompuesto: el Fascismo.

Socialismo y Fascismo, ¿pueden fundirse?

A pesar de una dialéctica verbal extremadamente opaca, el razonamiento de Laclau es cristalinamente mecánico: el populismo consiste en una serie de símbolos, mensajes, tradiciones y reivindicaciones neutros en sí mismos, pero que hacen a la tradición del «pueblo”. La «competencia” entre el fascismo y el nacionalismo, de un lado, y el socialismo, del otro, consiste en ver quien integra primero el «paquete” populista a su discurso: el que lo consiguió… ganó el combate. Ahora bien, en la medida en que la clase obrera siga el curso propuesto, la integración de los supuestos elementos «no clasistas” a su propio discurso o programa, se configuraría una variante intermedia -entre la revolución proletaria y el capitalismo. Por esta vía, como ya señalamos, Laclau empalma con toda charlatanería sobre la tercera opción entre el socialismo y la sociedad capitalista. Con un agravante: como Laclau no distingue entre el nacionalismo opresor de los países imperialistas y el nacionalismo oprimido de los pueblos subyugados por los primeros, culmina una ultrarreaccionaria teoría sobre la fusión socialismo-fascismo.

Esto aparece claramente cuando Laclau critica los planteos de Trotsky para Alemania, de 1931. Trotsky decía entonces: «El fascista Strasser dice que el 95 por ciento del pueblo está interesado en la revolución, consecuentemente no se trata de una revolución de clase, sino de una revolución popular, Thalman (PC) le hace coro. En realidad el obrero comunista debería decir al obrero fascista: claro, el 95 por ciento de la población, cuando no el 98 por ciento, son explotados por el capital financiero. Pero esta explotación está organizada jerárquicamente: existen explotadores, existen sub-explotadores, sub-subexplotadores, etc. Solamente gracias a esta jerarquía los superexplotadores consiguen mantener sometida a la mayoría de la nación. A fin de que la nación pueda reconstruirse en torno de un nuevo núcleo de clase, tendrá que ser reconstruida ideológicamente y esto sólo podrá ser realizado si el proletariado no se disuelve en el pueblo, o en la ‘nación’, sino al contrario, desarrolla un programa de su revolución proletaria y presiona a la pequeño burguesía a optar entre los dos regímenes” («Contra el Nacional Comunismo: lecciones del plebiscito rojo”). ¿Qué es lo que cuestiona nuestro autor? El «reduccionismo” sectario: «la revolución proletaria es el único objetivo que la clase obrera puede proponer a las clases medias» (pág. 136, ambas citas). ¿Cuál sería la alternativa? «la alianza entre la clase obrera y las clases medias (que) exigía la fusión ideológica del nacionalismo, el socialismo y la democracia” (pág. 137). Nótese bien: la «fusión” entre el nacionalismo imperialista reaccionario alemán y el socialismo. Pero si el socialismo se “fusionaba” con el nacionalismo en Alemania: ¿qué debían hacer los socialistas franceses, checos y polacos?, ¿fusionarse con su propio nacionalismo antialemán? El resultado de todo esto es la guerra imperialista. El nacionalismo alemán no es defensivo y antiimperialista sino belicista y colonial, pero esta distinción elemental no fue tomada en cuenta por Laclau.

No es cierto, por otra parte, que Trotsky propusiese la revolución proletaria en abstracto, es decir, doctrinariamente. Trotsky propuso el frente único PC-PS en defensa de las libertades y la democracia obrera contra el totalitarismo nazi. ¿No es ésta una reivindicación democrática esencial? ¿Un frente de combate PC-PS no hubiera volcado a las «clases medias” al campo de la revolución? Laclau «fusiona” literariamente lo que en la realidad alemana era incompatible: nacionalismo y democracia. En verdad, el agresivo nacionalismo alemán era la destrucción entera de las conquistas nacionales de la lucha de los explotados en el curso de la historia de la formación de la nación alemana, de sus organizaciones obreras y democráticas históricas y de todo su acervo cultural. El nazismo expresaba la disolución nacional provocada por el imperialismo y por esto la nación sólo podía reconstituirse en torno a un nuevo eje o núcleo de clase. En este sentido y sólo en este, la cuestión nacional tenía un aspecto progresivo, es decir, en tanto no se confundiera con el estado burgués alemán y planteara su destrucción. El proletariado integra, así, no reivindicaciones “no clasistas” sino las conquistas logradas por la humanidad en su desarrollo. Por esto Trotsky habla de «reconstruir a la nación” (Laclau no toma nota de esto) sobre un nuevo eje, el de la revolución proletaria. Laclau se niega a distinguir el carácter absolutamente antagónico, de clase, entre la defensa de las democracias ya arrancadas por el proletariado alemán a su burguesía en el curso de un siglo y la bandera del reaccionario nacionalismo alemán hitleriano.

La ausencia de un criterio de clase lo pierde a la hora de ver el distinto carácter de consignas igualmente burguesas en el plano formal (nacionalismo, democracia), pero donde el contenido de una es el imperialismo y el de la otra la defensa obrera contra el imperialismo. Su oposición al «reduccionismo clasista” es contrarrevolucionaria en el sentido lato de la palabra: la dialéctica real de la lucha de clases es sustituida por una fusión mecánica de peras y manzanas y su resultado es un engendro teórico reaccionario.

La síntesis «populista” entre el nacionalismo y el socialismo, propuesta por Laclau, fue justamente la que intentó Thaelman y el PC alemán: actuaron en frente único con los nazis para quebrar a la socialdemocracia y contribuyeron a la victoria del totalitarismo hitleriano, abandonaron la bandera «reduccionista” de la revolución proletaria y pasaron a defender una tercera alternativa de «revolución popular”, mimetizándose a los nazis, borrando toda frontera con ellos. Esto es lo que Trotsky critica, a continuación de la cita que Laclau reproduce parcialmente: «La consigna de revolución popular adormece tanto a la pequeña burguesía como a las amplias masas obreras, las concilia con la estructura jerárquica del ‘pueblo’, retarda su liberación. En las actuales condiciones de Alemania, la consigna de revolución ‘popular’ anula las fronteras ideológicas entre el marxismo y el fascismo, concilia parte de los obreros y de la pequeña burguesía con la ideología del fascismo, permitiéndoles creer que no hay necesidad de elegir, una vez que, tanto en uno como en otro caso, se trata de la revolución popular”. La anulación de las fronteras ideológicas entre el fascismo y el marxismo es la tarea que justamente ahora retoma Laclau y su significación práctica se revela en que él mismo se declara admirador de Togliatti, a quien considera un precursor del «socialismo populista”. El stalinista italiano propuso justamente el frente único con el fascismo en 1937 y es el precursor de la teoría de la “fusión” entre el socialismo y el clericalismo, que el PCI terminó planteando acabadamente con su estrategia del «compromiso histórico” con la Democracia Cristiana. ¿Cuál ha sido la función del «socialismo” togliattiano sino la de desarmar -literalmente- al proletariado italiano en la posguerra y la de asegurar durante 40 años el monopolio del poder por parte de la corrupta DC?

El «socialismo populista” se presenta así, ya no en la teoría sino en la realidad, no como “fusión de socialismo y populismo” sino como subordinación completa del primero a las formas más bastardas del segundo.

La revisión filosófica

Al explicar los principios de su metodología de análisis de la realidad social, Laclau realiza una incursión en el campo epistemológico. Esto se comprende perfectamente porque lo que Laclau ha hecho es abandonar el materialismo por el idealismo, es decir, no se ha limitado a una revisión “política’’ del marxismo. Afirma entonces que “convendría llamar la atención para el hecho de que la práctica teórica se desarrolla exclusiva-mente en el plano del pensamiento (…) una teoría sólo es falsa en la medida en que sea internamente inconsistente, es decir, si en el proceso de construcción de sus conceptos, entra en contradicción con sus postulados (…) la resolución empírica del problema consiste, estrictamente hablando, en la negación de su existencia en el plano teórico” (págs. 66 y 67).

El idealismo de este “marxista” es cristalino. El problema teórico que no es susceptible de verificación empírica, práctica, no existe como tal, puesto que “la cuestión de saber si el pensamiento humano corresponde a una verdad objetiva no es una cuestión teórica, sino práctica. Es en la práctica que el hombre debe demostrar la verdad o sea, la realidad y la fuerza, el carácter terreno de su pensamiento. La polémica en torno a la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica es un problema puramente escolástico” (Marx, “Tesis sobre Feuerbach”).

Laclau rechaza la «resolución empírica” de sus elaboraciones teóricas, precisamente porque en la práctica el nacionalismo burgués, el populismo, el anar-quismo y el eurocomonismo han fracasado miserablemente. Esto es, se mostraron no como el camino a un supuesto socialismo populista, sino como una subordinación a la burguesía oprimida u opresora, no como una vía para la emancipación del proletariado y las masas explotadas, sino como el terreno propio de sus derrotas y frustración.

De acuerdo al autor, su propia construcción teórica sólo sería falsa si «en el proceso de construcción de sus conceptos, entra en contradicción con sus postulados” (Laclau «interpreta” el mundo, lo “postula”, cuando se trata de transformarlo). Pero el problema son, precisamente los postulados, que deben ser una abstracción legítima, científica, de la realidad, capaces de soportar, en las conclusiones, la “prueba de la práctica”. Son los postulados de Laclau, su definición equivocada del «no clasismo” y del «reduccionismo clasista”, la confusión de sus axiomas arbitrarios sobre lo «popular” del socialismo y lo “socialista” del pueblo, lo que torna absolutamente inconsistente su propio discurso teórico. Laclau considera que la verdad de una proposición teórica sería su carácter no contradictorio, cuando lo propio de un “discurso marxista” es el desenvolvimiento (movimiento y correlación) de las contradicciones objetivas. Las categorías del conocimiento deben corresponder al modo de existencia de las contradicciones de la realidad.

La “práctica teórica” es una muletilla con la cual numerosos intelectuales pueden encontrar una auto justificación de su vida, pero no pasa de un mero juego de palabras. La “práctica teórica” que acabamos de analizar no es otra cosa que un intento de revitalizar una doctrina nacionalista con modismos y clisés “marxistas”.


“O Brasil pos-milagre”

Pablo Rieznik Mario dos Santos

El libro que aquí comentamos apareció algunos meses atrás, acompañando la “rentrée” política de su autor. Celso Furtado fue el Ministro de Planeamiento en el gobierno de Joao Goulart; luego del golpe militar de 1964, que proscribió sus derechos políticos, se dedicó fundamentalmente a la actividad académica en universidades americanas y europeas. Ahora se ha afiliado al PMDB, por el cual se lanzará como candidato en las próximas elecciones de 1982. En este contexto, su última obra tiene un propósito político bien claro; de entrada el propio autor nos indica que pretende “sugerir líneas de acción para rescatar al país del enmarañado al que lo llevó una práctica política que se niega a ver problemas estructurales” (pág. 15). Se trata, por lo tanto, de una propuesta alternativa frente a la crisis del régimen militar vigente.

El libro está dividido en tres partes. La primera, concentrada en el análisis de la política económica reciente, culmina con un planteo global sobre los «desafíos para la década del 80” y el “esbozo de una estrategia”. La segunda, está dedicada a las vicisitudes del actual “cuadro internacional” y la tercera está volcada al análisis del atrasado y miserable Nordeste brasileño.

En un reciente reportaje Furtado señalaba que el país «se encuentra administrado por la deuda externa en lugar de administrarla”. Es también un resumen de la caracterización central del libro, cuyo planteamiento básico es que «las deformaciones del Estado brasileño actual son, en lo esencial, reflejo de la subordinación de ese Estado a la lógica de un estilo de desarrollo que patrocinan las empresas transnacionales y sirve a una minoría de la población” (pág.
76). De ahí que el objetivo central de una estrategia alternativa a la actual sería -según las palabras del autor- el de “restituir al Estado autonomía de acción y eficacia en lo que respecta a los instrumentos clásicos de política económica en el campo fiscal, en el monetario y crediticio, y en el cambiado” (pág. 77). Para esto «el primer estadio de la acción política debería concentrarse en un esfuerzo por desendeudar al estado de intereses y grupos (…) y someterlo al control de la sociedad” (ídem). De qué manera podría alcanzarse tal objetivo el libro no nos lo informa; lo que nos indica son apenas líneas de acción que debería encarar un Estado como el propuesto. Estas pueden ser resumidas en tres puntos básicos: a) elevar la tasa de ahorro para la inversión productiva, desestimulando el crédito para el consumo de bienes durables (automóviles, electrodomésticos, etc.); b) renegociar la deuda externa; c) transferir recursos hacia la agricultura para elevar su productividad y promover la descentralización industrial con vistas a eliminar las disparidades regionales.

El objetivo central de esta política sería el de avanzar en la industrialización del país, para lo cual Furtado estima como punto clave su orientación hacia los mercados externos para conseguir lo que se denomina “economías de escala”. Consiente del proteccionismo reinante en los principales mercados y de la impasse generalizada del capitalismo a nivel mundial, Furtado postula que no existe otra solución que buscar “nuevas formas de cooperación” «entre el Tercer Mundo” y los “países capitalistas avanzados”, de los cuales surgirá “el embrión de la estructura de poder que finalmente disciplinará el proceso de interdependencia al que están condenados todos los pueblos, como condición de sobrevivencia” (pág. 114). El remate del razonamiento concluye, así, con una expresión de deseos.
La esencia del libro consiste en plantear como alternativa a la dictadura y su política de miseria para la mayoría nacional, otra vía de desarrollo capitalista. Por esto habla del “estilo” de desarrollo patrocinado por las transnacionales: no se refiere al capitalismo como tal sino a lo que entiende como una de sus variantes. Para Furtado existiría otro estilo capitalista que «homogeniza los patrones de consumo” y permitiría reducir los desequilibrios sociales. Sería el estilo de los países capitalistas desarrollados e inclusive del propio Brasil en la época del gobierno desarrollista de Kubitschek (1955-60), cuando se procuró compatibilizar el ingreso de capital extranjero con un cierto disciplinamiento del mismo y con políticas estatales de desarrollo industrial. Furtado no explicita esto último pero surge claramente del tono apologético con el cual se refiere a este período. En cambio, el entreguismo del gobierno actual a las transnacionales impediría —en los términos de Furtado- que el Estado maneje cualquier variable de política económica en favor de un desarrollo más equilibrado Este eje del planteamiento de Furtado es doblemente falso. En primer lugar no es cierto que el capitalismo adelantado tienda a homogeneizar los patrones de consumo. En la actualidad, por ejemplo, en los países más desarrollados del capitalismo occidental el 10 por ciento más rico de la población detenta un porcentaje de la renta similar al del 60 por ciento más pobre, según las informaciones del Banco Mundial. Por otra parte, la tendencia manifiesta del capital es la dirigida a profundizar la tasa de explotación de la clase obrera en los propios países metropolitanos, tendencia que se materializa en el presente en la búsqueda sistemática de ajustes de salarios por debajo de la inflación y del aumento de la productividad del trabajo, en el alcance monstruoso del desempleo (25 millones de trabajadores) y en el ataque en toda la línea al llamado salario “indirecto” (sistema previsional, beneficios y seguros sociales, etc.). Que el movimiento sindical y el desarrollo histórico de la lucha obrera en estos países ponga un límite a la explotación capitalista no debe acreditarse en la cuenta del desarrollo del capital sino en el de los explotados por el mismo.
En segundo lugar, el sistema capitalista es una poderosa realidad mundial y, por lo tanto, la capacidad de los países imperialistas en tolerar un mejor nivel de vida de sus trabajadores está asociado a su misma capacidad por oprimir y someter a los pueblos de las naciones periféricas. Desde el punto de vista del conjunto del sistema la tendencia del capital no es a “homogeneizar” sino a “heterogeneizar” los patrones de consumo y a polarizar los desequilibrios sociales.

Aunque carezca de rigor, la oposición entre un capitalismo bueno y otro malo es necesario al análisis de Furtado, cuyo propósito es plantear una alternativa capitalista «nacional”. En este sentido el autor retoma, en lo esencial, los planteos del moderado nacionalismo que caracterizaron su propia gestión gubernamental, aunque no existe en todo el trabajo ningún balance al respecto, por lo que no se discute la viabilidad de las propuestas formuladas en la actualidad. Por otro lado, todo esto se presenta de una forma mistificada, es decir, como una lucha por someter al «Estado al control de la sociedad y desendeudarlo de intereses de grupos”. Como si el propio Estado -en general- fuera un organismo neutro y como si el Estado brasileño -en concreto- no fuera, además, un Estado dictatorial. Pero justamente, una de las características reiteradas del pensamiento político burgués es la de presentar al Estado como un atributo general de la sociedad para ocultar su específico carácter clasista.

Impasse de la burguesía

Furtado denuncia que las tendencias propias del desarrollo del país bajo el dominio de las «transnacionales» conduce a la superexplotación de las masas y a una depredación brutal del medio ambiente. Sin embargo, a esto opone un nacionalismo de intenciones pero ninguna propuesta nacionalista real. Así, en todo el libro, no se propone ninguna medida de ataque al capital externo -expropiación de los grandes truts, estatización del comercio exterior, etc. — y todas las sugerencias de Furtado -aumento de la tasa de ahorro, desarrollo tecnológico, más exportaciones— son “líneas de acción” que giran absolutamente en el aire. Furtado revela, en esto, toda la impasse de sectores de la burguesía nativa que se halla endeudada hasta el cuello y se limita a pedir modificaciones tibias de política económica destinadas a disputar algunas migajas de la plusvalía obtenida por el capital extranjero en el país. Furtado expresa este impasse en el plano teórico, negándose a considerar al capital extranjero como expresión de una relación social: el imperialismo, o sea, la opresión económica y política de la mayoría nacional. Por esto no menciona la palabra imperialismo y habla de «estilo de desarrollo de las multinacionales” como si se tratara apenas de un problema de «empresas” y de un arreglo comercial.

Existe en todo esto también un elemento utópico, la pretensión de corregir y disciplinar al capital extranjero sobre la base de nuevas «formas de cooperación”. Esto aparece con más claridad en el capítulo sobre el «cuadro internacional” donde Furtado retoma los planteos básicos del «Informe Brandt” (ver «Crítica de Libros” en «Internacionalismo” Nro. 3): los impasses del mundo capitalista deben resolverse en la mesa de negociaciones, convenciendo a los grandes monopolios y a las metrópolis imperialistas que es de su propio interés ayudar a la periferia atrasada a industrializarse y resolver los desequilibrios sociales que conducen a explosiones revolucionarias de los explotados. Como si la conciencia del estallido bastase para eliminarlo, como si con buenas intenciones pudiera anularse la lógica propia del desarrollo del capital: la explotación del trabajo humano, la profundización de las diferencias de productividad entre sectores y naciones para obtener superbeneficios, la depredación ecológica al servicio del lucro privado optimizado, la barbarie bélica como válvula de escape a las dificultades de valorización del propio capital.

La lógica del nacionalismo… o de la adaptación

Para Furtado el dato fundamental que explica el desarrollo social en los países avanzados es «la fuerte creación de empleo en el sector industrial, donde se concentraba el aumento de la productividad física, que permitió a la masa asalariada ganar la fuerza necesaria para pesar en la estructura de poder» (pág. 69). Ya, “en las sociedades de industrialización tardía, como es el caso brasileño, se presenta un cuadro diverso… el núcleo de trabajadores industriales no tiene la misma función de liderazgo en la organización del conjunto de la masa trabajadora, la masa asalariada fuera de la industria crece con gran rapidez y se mantiene ampliamente mayoritaria” (ídem). Así, las conquistas obreras no se generalizan, la mayoría nacional subsiste en un cuadro de marginalidad en sectores económicos atrasados porque «la lucha de clases dentro del sistema económico tiende a permanecer circunscripta, sin poder de irradiación” (pág. 74). Conclusión: en el Brasil «el papel de la lucha de clases será más modesta (que en los países avanzados), lo que exige nuevas formas de acción política, si se pretende que las estructuras sociales evolucionen en el sentido de una amplia mejoría de las condiciones de vida de las masas de la población trabajadora” (ídem).

Ahora bien, esta especie de antagonismo que Furtado postula entre «lucha de clases” y «acción política» carece completamente de rigor. La lucha de clases es esencialmente lucha y acción política. Implícitamente Furtado identifica lucha de clases con lucha sindical, sindicatos desarrollados y la capacidad de la sociedad burguesa para asimilar ciertas conquistas obreras. Por eso destaca la lucha de clases en los países adelantados. El fenómeno en la realidad es diferente: la capacidad de absorción de algunas reivindicaciones obreras por par te de los países imperialistas neutraliz3 la delimitación política clasista y, por tanto, la lucha de clases. Los sindicatos tienden a integrarse a la política Pura mente burguesa y los propios partidos obreros se constituyen en «gerentes de Estado burgués”. Esto es colaboración y no lucha de clases. Al revés, en los países atrasados su propia pobre base material tiende a impedir relativamente un desarrollo orgánico y estable de las políticas colaboracionistas y, por eso, la lucha de clases y las convulsiones políticas adquieren muchas veces un carácter más violento. El debate real no es entre «lucha de clases» y “acción política” porque esta formulación del problema es equivocada -ficticia-; la discusión gira en torno al contenido y a la dirección de clase de la acción política a emprender en los países dominados por el imperialismo como Brasil.

Dos cuestiones básicas caracterizan a estos países. En primer lugar, haber sido integrados al mercado mundial en función de los monopolios de los países avanzados. En segundo lugar, la ausencia histórica de una revolución burguesa, la inexistencia de una transformación revolucionaria de las relaciones sociales pre- capitalistas. Así, el no cumplimiento de las tareas burguesas clásicas -revolución agraria e independencia nacional- marca el atraso y los formidables desequilibrios sociales que caracteriza a las naciones oprimidas. ¿Quién puede encabezar y dirigir el proceso de liberación nacional de estas lacras? ¿La burguesía, incapaz de estimular una amplia movilización nacional, o el proletariado, separándose y delimitándose de los explotadores nativos, apoyándose en el conjunto de las masas explotadas y desarrollando la lucha de clases? ¿Cuál es la viabilidad real de los términos de esta alternativa? Esta es la forma real en la cual se ha desarrollado el debate sobre el carácter de la transformación social en los países atrasados.

Furtado no explícita y confunde los términos de la cuestión pero da una respuesta precisa: una acción desde arriba, desde el Estado – como el mismo afirma – que reposa en un frente amplio de “fuerzas sociales” (incluye aquí a la burguesía y habla de la necesidad de estimular la iniciativa empresarial). En este sentido, retoma el viejo planteo nacionalista de que la lucha de clases no puede desarrollarse en los países atrasados por la debilidad del proletariado, el peso del atraso, etc. La alternativa sería la de conformar un frente nacional entre explotados y explotadores nativos para el desarrollo de un verdadero capitalismo nacional. La experiencia histórica nunca confirmo esta teoría. Al contrario, en la época contemporánea, en los únicos países atrasados en los cuales se procesó una real transformación social en favor del pueblo – como Frutado postula – fue en aquellos en los cuales la lucha de clases se desarrolló en toda su plenitud hasta quebrar la “acción política” de conciliación de clases con la burguesía (China, Cuba, etc.). Otro problema es que en un cuadro de aislamiento y presiones del imperialismo estos países tengan un claro límite al desarrollo de sus propias fuerzas productivas: el socialismo nacional es tan inviable como el capitalismo nacional.

Las burguesías nacionales han demostrado una incapacidad congénita para dirigir los procesos de emancipación nacional de sus países atrasados por su temor histórico a ser desbordada por la insurgencia de la mayoría nacional explotada. De ahí que los movimientos nacionalistas de contenido burgués concluyan siempre en los momentos decisivos capitulando frente al imperialismo. Exactamente esta fue la experiencia del gobierno de Goulart, cuyos planteamientos políticos Furtado replantea ahora sin ningún balance crítico.

Furtado se refugia en fórmulas libres-cas contra la lógica propia de la lucha de clases. Representa en este sentido a toda la corriente intelectual que en el seno del PMDB brasilero pretende construir una “alternativa nacional” para los explotados, en un país en el cual la lucha de clases no tendría base para desarrollarse. El carácter concretamente reaccionario del planteo reside en que es la base teórica del trabajo de sabotaje contra el Partido de los Trabajadores -PT-. Que en el propio PT la mayoría de intelectuales y diputados se alineen detrás de variantes de las propuestas aquí analizadas indica que en sus propias filas es necesario un trabajo de clarificación por una estrategia de acción basada en la lucha de clases liderada por la clase obrera, única vía para la transformación radical de las relaciones sociales vigentes en favor de la mayoría oprimida.

15/12/81


“El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina”

Ricardo Malbrán

Se trata de un extenso y sumamente documentado trabajo, que analiza un período, 1897-1905, en el que se produce un viraje del movimiento anarquista argentino hacia el trabajo en los sindicatos y su consolidación. El rasgo peculiar de las organizaciones obreras argentinas, a principios de siglo, lo constituirá la hegemonía que en ellas ejerce el anarquismo.

El grueso libro —y prácticamente toda su tesis— consiste en analizar la lucha interna que precedió, en el movimiento anarquista, la realización de tal viraje. Sus protagonistas eran la corriente “anarco-individualista”, enemiga no sólo de todo tipo de organización obrera sino de todo tipo de organización (inclusive la de los propios anarquistas), y la corriente “pro-organización”, representada por el periódico “La Protesta Humana”, que emergerá triunfante.
En los anarco-individualistas, la ideología anarquista aparece claramente como una variante extrema del liberalismo: «…censura inclusive la ayuda mutua y llama a dejar librados a su suerte a los débiles. Los fuertes y talentosos no deben frenar su progreso para ayudar a los débiles. El dejar librados a su suerte a los débiles, los pondrá ante la disyuntiva de sobreponerse o ser aniquilados, lo que acaso dé por resultado que se decidan a luchar. En la lucha por la existencia, el individuo debe confiar sólo en sí mismo y luchar contra las órdenes de la sociedad que, en nombre de la “mayoría”, quiere oprimirlo” (p. 81). No es de extrañar que, en este sector, la negación de todo carácter de clase de las ideas anarquistas aparezca con toda claridad. Su periódico «El Rebelde” llega a sostener: “…un anarquista puede ser masón, burgués, policía, ir a la iglesia, y hasta confesarse. Pero por el solo hecho de ser anarquista es indudable que lo hace contra su voluntad y que algo desea conseguir por estos medios, que no le sería posible adquirir de otra manera” (p. 97). Es nítidamente claro lo que se podía conseguir por estos “medios”: se trata de una ideología del ascenso social individual, y de la “libre competencia”.

La corriente “organizadora» defiende la creación de sindicatos. Llega a considerar incluso a la federación de los sindicatos como «el embrión de la sociedad futura”. Esta corriente recibe el aporte de numerosos militantes sindicales europeos, emigrados a la Argentina, algunos de los cuales había ya jugado un rol de importancia en sus países de origen (como el sindicalista catalán Pellicer Pereira y, sobre todo, el abogado italiano Pietro Gori).
Bien que partidaria de la organización obrera, esta corriente no deja de manifestarse como ajena a la concepción de la lucha de clases. En uno de los congresos sindicales que marca su apogeo (el IV de la FORA) proclama como su objetivo: “un pueblo de productores libres para que al fin el siervo y el señor, el aristócrata y el plebeyo, el burgués y el proletario, el amo y el esclavo, que con sus diferencias han ensangrentado la historia, se abracen al fin, bajo la sola denominación de hermanos”.

Desde luego, se opone a toda lucha política del proletariado contra el Estado existente, y su ideología se hermana con la de la corriente «individualista” en el sentido que aparece como una variante extrema del liberalismo: “nuestra organización, puramente económica, es distinta y opuesta a la de todos los partidos políticos, burgueses y obreros, puesto que así como ellos se organizan para la conquista del poder político, nosotros nos organizamos para que los estados políticos y jurídicos, actualmente existentes, queden reducidos a funciones puramente económicas…” (p. 430-33).

El autor poco nos dice sobre las razones del triunfo de esta última corriente sobre la «individualista”, salvo ponerla en relación con un viraje hacia la organización obrera que se opera, por esa época, en las principales secciones del movimiento anarquista mundial (en Italia, en España, con la creación de la Federación Obrera Regional Española, en Francia, con el surgimiento del “anarco sindicalismo» de Fernand Pellotier, etc.). En realidad, el libro (que es una tesis universitaria) profundiza poco y nada en las causas de la hegemonía anarquista sobre la clase obrera de la época, en su correlación con la situación política y social de* país, y en una sincronización con la secuencia histórica de otros movimientos obreros de la época: se trata casi de un ensayo bibliografía0 sobre las publicaciones anarquistas de principios de siglo.

Un tal trabajo hubiera permitido poner de relieve lo siguiente: mientras los primeros intentos de organización obrera en Argentina corresponde 3 corrientes socialistas (la Federación Obrera que intentan crear en 1891)’ son los anarquistas quienes primero la concretaron con éxito (la FOA, fundada en 1901). Mientras que a fines del siglo pasado, Engels constataba la victoria del socialismo sobre el anarquismo en los principales países europeos, en Argentina, los anarquistas, organizados más tardíamente, desplazan a los socia-listas en prestigio e influencia en las filas obreras. En Argentina, además, que es un país eminentemente agrario, se produce a fin del siglo pasado un vertiginoso proceso de concentración urbana e industrial, centrado sobre todo en Buenos Aires. En el proletariado naciente de origen sobre todo inmigratorio, la formación de su conciencia de clase arranca tempranamente. ¿En qué medida el hecho de que buena parte de ese proletariado de origen extranjero estuviese compuesto de artesanos y campe-sinos arruinados en sus países de origen (y que por ese motivo emigran hacia Argentina) contribuyó al fortalecimiento del anarquismo argentino?

El historiador español G. Zaragoza Rovira señala que fue la actividad sindi-cal de los socialistas, y sus éxitos en ese terreno, la que inclinó a los anarquistas a imitarlos. Para los socialistas, sin embargo, la actividad sindical era un soporte de la actividad política, centrada en la obtención de bancas parlamentarias a través de las cuales se impulsarían reformas sociales favorables a la clase obrera. El sistema político oligárquico existente —voto calificado, fraude, marginamiento de los extranjeros— marginaba sin embargo a las grandes mayorías de la participación política, lo que socavaba las bases de la perspectiva socialista. Oved nota correctamente, sin ir más allá, que “la experiencia de la campaña electoral en la Argentina de esos años, parecía fortalecer los argumentos anarquistas” (p.87). Para el autor, el apoliticismo anarquista caía como anillo al dedo de los obreros, “que tropezaron con vías políticas cerradas, (aunque) les quedaba la posibilidad de actuar como grupos de presión, principalmente en los terrenos económicos y gremiales, articulando intereses sectoriales e incorporándolos a la sociedad” (p. 25). Sin embargo, el “apoliticismo» anarquista no lo era tanto. El autor nota, sin vincularlo con lo anterior, que los anarquistas vieron con simpatía, y llegaron a apoyar de hecho, los levantamientos radicales de fines del siglo pasado y principios del actual. El abstencionismo anarquista lo emparentó con el «abstencionismo revolucionario” practicado por un movimiento burgués que se proponía la democratización del Estado. Se puede concluir que, en las condiciones del Estado oligárquico, el anarquismo representó una convergencia progresiva con el radicalismo opositor, lo cual era su gran ventaja «política» sobre el socialismo (que des-preciaba al radicalismo, tildándolo de variante de la «política criolla”). La progresividad del socialismo consistía, entre-tanto, en procurar dar una expresión política independiente a la clase obrera. Ambas cuestiones no llegaron a estar unidas en una sola expresión política.

El Estado oligárquico pudo integrar al raquítico socialismo, mientras perseguía sañudamente a los combativos sindicatos obreros. Las primeras tímidas insinuaciones de una política de conciliación social dirigidas a la clase obrera, la Ley Nacional del Trabajo puesto a discusión en 1904, fueron combatidas por los anarquistas. Sin embargo, los primeros tanteos de convergencia con una política social del Estado partieron del propio sector anarquista: Oved relata cómo es una fracción anarquista (encabezada por P. Gori) la que impone en un congreso sindical una resolución favorable al arbitraje obligatorio en los conflictos, recibiendo el apoyo de los socialistas. El socialista José Ingenieros escribe, en esa época: “lo único que harás, será alguna huelguita para mejorar las condiciones de trabajo. Ustedes se siguen llamando anarquistas pero, en realidad, han dejado de ser lo que eran antes… En otras palabras el anarquismo de los pocos anarquistas inteligentes y estudiosos ha evolucionado, de la misma manera que el socialismo” (p. 162). La tendencia hacia la convergencia e integración al Estado se desarrollará ampliamente luego del ascenso de Irigoyen, aunque teniendo por protagonista fundamental a la corriente anarcosindicalista, que amén de ganar a buena parte de los obreros socialistas, hará otro tanto con los anarquistas, y desplazará a unos y otros en influencia en el movimiento obrero organizado.

No es preocupación del libro el determinar cómo contribuyó el anarquismo al afianzamiento de una consciencia clasista (es decir, un balance histórico del anarquismo como etapa del movimiento obrero argentino). Esto lo hubiera llevado a evaluar en qué medida el anarquismo era una ideología importada, no de otro país (argumento preferido de los nacionalistas, los que admiten que el país incorpore todos los adelantos de la técnica mundial, pero no que la clase obrera incorpore las ideas más avanzadas del proletariado mundial), sino de otra clase social: la primera etapa del movimiento está caracterizada por la presencia dominante de abogados, escritores, profesionales (el Dr. J. Creaghe, el poeta A. Ghiraldo, que dirige durante varios años “La Protesta”), elementos que conservan en todo momento un gran peso. Del mismo modo, la defensa por los anarquistas de la huelga general como arma suprema de la lucha contra la explotación, que no será mero palabrerío, sino que se concretará en las huelgas generales de 1902 y 1904 (para tomar sólo el período abarcado por el autor). (Oved pasa por alto que el primer gran intento, parcialmente exitoso, de los anarquistas de concretar una huelga general, se produjo en 1896). Puede decirse que las huelgas generales se incorporaron a la tradición del movimiento obrero argentino de ahí en más, y será uno de los elementos de conciencia clasista que el peronismo no logrará borrar.


“Historia del Movimiento Obrero Boliviano”

Adelaide N. Castela

Lo que comentamos aquí son los 19 años de historia del movimiento obrero boliviano que constituye el cuarto tomo de la obra de Guillermo Lora; fue publicado después que ya tuvimos conocimiento de su quinto tomo (1952- 1979) y analizado en el número anterior de nuestra revista.

En esta obra, Lora nos muestra el período posterior a la guerra del Chaco y la experiencia de la clase obrera boliviana con el nacionalismo, o con el llamado “socialismo militar”, como pasos de un camino lento y persistente de la clase obrera hacia una política independiente; cómo el proletariado sintió la necesidad de estructurar su partido. En grandes trazos, esa tendencia no encontró expresión ideológica adecuada hasta 1946, dominando hasta ese momento la doctrina política defendida por las camadas burguesas o pequeño-burguesas. Describe la lucha cotidiana de la clase obrera, la biografía de los principales personajes del momento, dedicando un capítulo entero al análisis de las condiciones de vida y trabajo en las minas, para demostrar que la experiencia diaria en la actividad sindical y la decepción frente a la conducta gubernamental v de los diferentes partidos populares crearon las condiciones necesarias para que se concretara la independencia programática del proletariado.

La importancia del análisis de este período histórico nos parece fundamental en la medida en que la experiencia revolucionaria de las masas posterior a 1952 puede ser sintetizada como la lucha por superar políticamente el gobierno nacionalista, en los hechos, antinacional y antiobrero.

La situación política después de la guerra del Chaco

Lora apunta que la pos-guerra estuvo marcada por el hecho que la guerra llevó a un primer plano de la escena política a la clase media. La movilización de masas estuvo bajo el comando, bajo la dirección, pequeño-burguesa. Sucede que, después de 1935, se produce un retroceso en el campo del socialismo, donde el proletariado se somete a una nueva alineación, los partidos obreros aislados se unen a grupos y partidos nacidos de las entrañas de la pequeña burguesía que se orientaba a disolverse en el capitalismo de estado. El ejército, que perdió la guerra, se convierte en árbitro del juego político, en el mayor partido.

Líderes obreros famosos por su radicalismo y por su marxismo buscaban en la jerarquía castrense el apoyo de “revolucionarios” y de “amigos del pueblo”, lanzando sobre los agrupamientos políticos tradicionales (oligárquicos) la responsabilidad sobre los desastres de la guerra.

Después de la guerra del Chaco la desvalorización monetaria estaba en la raíz de la agitación social impulsando a los sindicatos a reorganizarse. El impetuoso despertar de las masas en la lucha por mayores salarios y contra la especulación en todos los sectores de la economía hizo que tanto el tambaleante gobierno del liberal Tejada Sorzano como los conspiradores (que en mayo del 36 llevaron al poder al coronel David Toro, en un gobierno de coalición entre el ejército, el partido Republicano Socialista y la Conf. Socialista Boliviana de Baldivieso) tuvieran que tener en cuenta el sindicalismo. Lora concluye que ese impetuoso despertar no se tradujo en una organización política disciplinada y homogénea; por el contrario, las direcciones sindicales del momento demostraron su voluntad de ser “domesticados”. La dirección sindical dejó que otros (los militares) resolviesen el problema así poder, colocándose en la posición de instrumentos de apoyo para el gobierno nacionalista, ya que creían que por la presión podrían transformarlo en socialista.

Aquí es importante detenernos para examinar la afirmación que hace Lora de que el gobierno militar de Toro fue, en la realidad, el ensayo fascista más atrevido que conoció el país. Durante el gobierno de Toro fue creado el Ministerio de Trabajo, visto tanto por los obreros que estaban dentro como fuera de las federaciones como una conquista de ellos. La creación del Ministerio vino acompañado por el decreto de sindicalización obligatoria y por la institución del trabajo obligatorio que pretendía convertir el país en un verdadero cuartel. El Ministerio ocuparía la función de organizar la colaboración de clases, quedando a cargo de los sindicatos mejorar la producción para «armonizar” los intereses entre capital y trabajo. Los sindicatos pasarían, de instrumentos de defensa de los obreros contra el estado y los patrones, a ser herramienta para armonizar los movimientos del capital con los trabajadores. Se proponía sustituir el viejo sistema parlamentario democrático liberal por otro “funcional” con elecciones a través de los sindicatos.

Los líderes obreros, hechos ministros, divulgaban a los cuatro vientos que el Estado debería jugar un papel funda-mental, puesto que neutralizaría el atraso cultural de los trabajadores, incapaces por sí mismos de construir buenas organizaciones. Llegaron a difundir la tesis de que el Ministerio de Trabajo aseguraba la transformación de la sociedad en socialista; cuando Toro, verdaderamente, procuraba disciplinar los obre-ros para someterlos a los planes gubernamentales. Es importante llamar la atención del hecho de que no sólo el proletariado inculto de la atrasada Bolivia era incapaz de dirigir la revolución para estos pretendidos ‘‘socialistas’’, como afirma varias veces Lora durante la obra, sino que para estos señores ‘‘defensores” de los intereses del proletariado, no serían posibles “buenos” sindicatos sin la ayuda del gobierno de los patrones. Toro obtuvo la cooperación de intelectuales y políticos que se consideraban marxistas, que alimentaban la esperanza de poder transformar sin dolor desde arriba la sociedad. En marzo del 37, el gobierno confisca la concesión a la Standard Oil Company of Bolivia por el desvío de petróleo extraído, empresa extranjera considerada por el movimiento popular como responsable por la guerra del Chaco y su desastroso final. En ese momento la jerarquía militar abandonó a Toro, tomando el poder Busch.

Lora analiza que a pesar de la declaración de Busch de que tomaba el poder (1937) para salvar la ideología de mayo (1936) -armonía entre capital y trabajo— el ejército se fortaleció mientras que los dirigentes y líderes civiles buscaban la sombra protectora de las fuerzas armadas para actuar. Si en el 36 el militarismo se vio obligado a apoyarse en los partidos para tomar el poder, en el 37 con Busch la operación se dio al margen de ellos. A pesar de Busch no tener nada hecho que equivaliera a la nacionalización del petróleo, también fue identificado como caudillo de izquierda, que en materia social no hizo más que hacer aprobar una legislación laboral (elaborada durante el gobierno de Toro con participación obrera) 9ue incorporaba muchas reivindicaciones del movimiento obrero, a pesar de Ocluir a los trabajadores agrícolas, artesanos, empleados públicos y ejército. Consiguiendo la oposición de los propietarios de minas, que promovieron un nuevo golpe castrense que tuvo, como Señala Lora, como verdadero significado, el de ser un golpe de la burguesía contra el reformismo y las temeridades del buschismo (que decretó la concentración total de las divisas, como forma de controlar las exportaciones por miedo de las medidas estatistas).
Caen por tierra las tesis de los intelectuales que se juzgaban, por derecho divino, dirigentes del proletariado para llevarlo a fronteras extrañas, tales como la de que la liberación de Bolivia atrasada se daría por la legislación social, por las medidas protectoras del Estado a través de reformas. Para los obreros, que vieron en las medidas adoptadas por los gobiernos llamados del ‘‘socialismo militar” su propia conquista, la serie de reveses y desilusiones hicieron que se convenciesen de que obrero disfrazado de ministro era un adorno para encubrir un gobierno extraño a las masas.

Lora coloca a José Aguirre Gainsborg como el único intelectual que llegó a la conclusión de que también en la atrasada Bolivia cabía al proletariado la misión de dirigente y por lo tanto debería organizarse en un partido político independiente, de clase. Aguirre fue el único que señaló el error de marchar detrás de la junta militar de Toro. Fue ganado en Chile por la oposición de izquierda y fundador del POR, sepultado entonces por la insurgencia del socialismo pequeño-burgués.

El surgimiento de la CSTB

Es en el cuadro descripto que comienza a aparecer, a delinearse, la fisonomía del proletariado. En 1936, bajo el patrocinio del gobierno de Toro se funda la central Sindical de los Trabajadores Bo-livianos, que tiene en su 2o Congreso su apogeo y última reunión unitaria. En este Congreso, el más importante de toda la existencia de la CSTB, pues trató de configurarla ideológicamente, fue aprobada una Declaración de Principios, redactada dentro de la línea pirista (PIR – Partido de Izquierda Revolucionario-Stalinista) que refleja fielmente el democratismo pro-yanqui. Con el fin del gobierno de Busch, la CSTB creía que el dilema estaba entre un ministerio izquierdista y otro de derecha, cabiendo a ella el papel de presión. En Bolivia el sindicalismo organizado se afilió a la Confederación de los Trabajadores de América Latina (CTAL), gracias al trabajo previo realizado por los stalinistas. La Confederación se encontraba bajo el control de éstos, que después de caracterizar la segunda guerra mundial como la lucha entre la democracia y el fascismo se declararon contra la huelga, como una forma de luchar por el aumento de la producción para contribuir a la victoria de los «aliados”, o sea del imperialismo yanqui, enrolado en la propuesta de defensa de la unidad nacional por la democracia.

Tanto el PIR boliviano como la CTAL combatían los gobiernos nacionalistas como nazifascistas. Durante el año 1942 hubo, en Bolivia, una gran huelga de los trabajadores de las minas de Catavi y Siglo XX que, evidentemente no contaba con el apoyo del PIR que seguía las directivas de Moscú de cooperar con el imperialismo evitando huelgas y conflictos en las minas. La CSTB comienza, entonces, a ser superada por los grandes movimientos masivos y Lora acrecienta que ella misma comenzaba a sentirse extraña a los trabajadores mineros. Lo importante era asegurar los altos índices de producción de los mineros al servicio del imperialismo en guerra con los países del Eje.
Frente a esta política del PIR fue posible al MNR iniciar, de hecho, su carrera como partido popular y «revolucionario”.

Después de la masacre de los trabajadores de Catavi el parlamento debate la cuestión. Lora analiza que si la ficción de que es posible la independencia de los tres poderes (siendo que el poder real lo tiene el ejecutivo) y de ver el papel del parlamento como el de fiscalización de lo hecho por el ejecutivo, no sirve para controlar a éste, si sirve para conseguir que un partido con poca militancia como el MNR sea convertido en organización popular. Mientras que la derecha y el stalinismo divulgaban la tesis de que fue el nazifacismo el pro-motor de los acontecimientos de Cata- vi, el MNR supo sacar la ventaja política posible. El POR (Partido Obrero Revolucionario) hasta entonces desconocido edita un documento sobre la masacre que en el curso de los debates parlamentarios fue divulgado.

El gobierno de Villaroel y la creación de la FSMB

En diciembre de 1943 hay un nuevo golpe que instaura el cogobierno RADEPA-(Logia Razón de la Patria)- MNR; los jóvenes militares buscaban formar un partido que pudiese asegurarle el apoyo de los trabajadores y de la clase media. Se declaraban simpatizantes de Alemania e Italia. El gobierno de Villaroel tuvo en la oposición la unión de la derecha con el stalinismo que exigía el fin del nazifascismo y la completa solidaridad con los EEUU y la constitucionalización del país. Lora señala que el gobierno de Villaroel estaba de espaldas a las masas y dada la lucha contra la derecha y la necesidad de encontrar apoyo interno para impresionar al imperialismo lo obligaba a movilizar las masas, creando en esa medida, en su propio seno, un elemento activo que podía acabar con el gobierno pequeño- burgués y superarlo.

Las grandes concentraciones obreras que hasta los años 40 se diluían en un sindicalismo de tipo horizontal, a pesar de que fueron muchos los esfuerzos para estructurar una central obrera del sub-suelo, tuvo en 1944 la fecha de fundación de la FSTMB. El proletariado boliviano comienza a delinear el camino de su independencia, siendo que su congreso fue desconocido por la CSTB, dirigida por los stalinistas. El stalinismo estuvo ausente en el Congreso ausencia que se debe a la absurda tesis de “fascistización” de los obreros, acusando al POR de actuar bajo la inspiración gubernamental. Para el Congreso de fundación fueron invitados Villaroel y el Ministro de Trabajo, lo que evidentemente, deja en claro el carácter- nacionalista y oficialista de la reunión. Lora concluye afirmando que los dos primeros congresos de la FSTMB que se realizaron partían de la certeza de que el gobierno era el protector de la Federación y su aliado. A partir del tercer congreso realizado en Catavi (marzo del 46), pocas semanas antes de la caída de Villaroel, marca el punto de partida del viraje de los mineros para la izquierda. La creciente oposición al sindicalismo dirigido por el ministerio de trabajo y al entreguismo del régimen RADEPA- MNR se cristaliza en el tercer congreso minero de Catavi-Llallagua donde por primera vez en un congreso obrero se habló de las limitaciones del nacionalismo y de la necesidad de poner fin a las maniobras capitalistas que tienden a desvirtuar conquistas sociales alcanzadas. En este congreso fueron aprobadas las “Tesis de Pulacayo” presentadas por el POR, cuya primera grande significación es comenzar retomando la experiencia truncada por la guerra del Chaco.

Las Tesis de Pulacayo ligan las luchas cotidianas a las tareas históricas del proletariado. Ligando las tareas in-mediatas a la necesidad de derrumbar el capitalismo, de poner fin al régimen burgués apuntando la necesidad de conquista del poder político. La experiencia del 36 es analizada criticando la piedra de toque del colaboracionismo, esto es, la del Estado como árbitro ideal, donde los ministros “obreros1′ no fueron más que simples adornos de gobiernos antiobreros. Las Tesis están basadas en la revolución permanente que opone la lucha de clases al colaboracionismo. O sea pone por tierra la creencia de que obreros y empresarios están igualmente interesados en la mayor productividad, pues esto supone que de ella depende el bienestar social para ambos sectores.

Para la Tesis, el “peligro» para los sindicatos no estaba en ser políticos y sí en la poderosa influencia ejercida por el gobierno restaurador de los privilegios de la oligarquía a través de su quinta columna pirista; la CSTB stalinista no pasaba entonces, de una agencia gubernamental. La aprobación de las Tesis de Pulacayo no implicó la renuncia a la lucha política o a la acción parlamentaria, pero sí de la constatación de que cabía la acción directa al primer plano.

El POR boliviano y la FSTMB formaron el FUP (Frente Único Proletario) para las elecciones, lo que es visto por Lora como posible en la medida en que el MNR se encontraba momentáneamente ausente en el movimiento obrero, dando la impresión de sólo existir ahí el POR (En las elecciones del 47 la FUP consigue elegir siete diputados y dos senadores). Lora al hacer la biografía de Juan Lechín Oquendo apunta su papel empírico de oscilación entre las posiciones del nacionalismo y los postulados de la izquierda marxista que, se tomó líder por la bancarrota del stalinismo como dirección sindical, por la falta de un partido obrero y por la propaganda y ayuda del aparato estatal.

El lechinismo es presentado como un grupo sin ideología política definida e interesado en emanciparse del control de las bases para actuar de acuerdo con los intereses de los seguidores que rodeaban al «lider”. Si el gobierno nacionalista parte eje un furioso antiimperialismo para acabar subordinado al Pentágono (evolución, además, común a todos los movimientos populares dirigidos por la pequeño-burguesía), Lechín, al presenciar el recorrido de la clase obrera hacia una actuación independiente del régimen, actúa como contra-revolucionario, demostrando su empeño para entregar trabajadores a la tutela pequeño burguesa (junto con Paz Estensoro, estructuró el cogobierno COB-MNR).

La gran cuestión planteada por Lora en esta obra es cómo se puede entender el hecho de que después de la aprobación de las Tesis de Pulacayo continúe en boga el llamado mito Villarroel, el de atribuir al partido pequeño burgués el programa revolucionario de la clase obrera. Lora analiza que antes de 1952, todo lo que hacía el POR llevaba al crecimiento numérico del MNR -aunque no político-. Toda la radicalización de los trabajadores acabó fortaleciendo a un partido y a un gobierno extraño al proletariado, empujando la vanguardia obrera al aislamiento. Los trabajadores identificaron el cogobierno COB- MNR (la ESTMB fue la columna vertebral de la COB) como suyo. Lora concluye que sólo la experiencia de las masas sobre las limitaciones e incapacidad de un régimen nacionalista, podía permitir la superación de hecho del MNR y del mito. La experiencia revolucionaria posterior al 52, como ya señalamos, sintetiza justamente la lucha de las masas por superar políticamente el gobierno nacionalista.


Historia del trotskismo argentino (Segunda parte)

Martín Valle

La intervención de la dirección de la Cuarta Internacional 

El lector sabrá disculpamos la transcripción “in extenso” de las citas anteriores, lo cual tiene por objeto la cabal explicitación de las posiciones en presencia en este debate de gran importancia. Compartimos la apreciación de Guillermo Lora: “La discusión habida a partir de 1939 (en Argentina) siempre teniendo como eje el problema de la unificación, y que no tardó en centrarse alrededor del eje de la cuestión nacional, tuvo en su tiempo y sigue teniendo aún, una importancia capital para la Cuarta Internacional en América, en Bolivia y en el mundo entero, pues planteó los puntos cruciales de la revolución de los países atrasados en nuestra época. Es una verdad lástima que las historias de la Cuarta Internacional que circuí no se refieran para nada a este acontecimiento trascendental” (41).

Ni que decir tiene que no fue únicamente esta discusión lo que influyo en la vida de los grupos trotskistas de la época. Sabemos que los procesos de Moscú, con su secuela de infames acusaciones y asesinatos de los viejos líderes del bolchevismo, tuvieron un fuerte efecto desmoralizador sobre muchos cuadros del movimiento obrero y revolucionario, incluyendo militantes trotskistas,. El asesinato de Trotsky (agosto de 1940) asimismo, no  solo privo a la Cuarta Internacional de un dirigente irremplazable sino que le quito uno de sus emblemas como movimiento: el de tener a su cabeza uno de los dirigentes de la Revolución de Octubre, expresión viva de su continuidad orgánica del bolchevismo. Se cifraba la esperanza en la rápida conversión de la Cuarta Internacional – con Trotsky a su cabeza – en una fuerza dirigente, al finalizar la Segunda Guerra Mundial y abrirse un período revolucionario. Es posible que, en Argentina, la deserción de Antonio Gallo del movimiento -en Agosto de 1941- esté vinculada a estos episodios, como la de algunos otros cuadros indecisos, o «gastados por el aislamiento, por detrás de los «motivos personales” que frecuentemente se exhiben para justificar tales abandonos. La desvinculación del trotskismo del otro cuadro dirigente del debut de los años 30, Pedro Milessi, está ligada a la primera crisis internacional de la Cuarta luego de su proclamación: la discusión sobre la naturaleza del Estado Soviético, al que la fracción Schachtmann y Burnham en el SWP negaba su carácter de “Estado Obrero degenerado” para identificarlo con una nueva forma de opresión clasista. Estas posiciones «antidefensistas” (así fueron llamadas, pues negaban el principio de la defensa incondicional de la URSS frente a una agresión capitalista) tuvieron alguna influencia en Argentina -por lo menos Milessi será expulsado a causa de ellas de la LOS en Marzo de 1941. El único miembro del Comité Ejecutivo elegido por la Conferencia de Fundación de la IV que las sostuvo (el brasileño Lebrún -pseudónimo de Mario Pedrosa) viajó especialmente al Cono Sur para ganar adeptos, sin mayor éxito, en Argentina (Liborio Justo sostiene que en 1940 se entrevistó con un enviado especial de la «minoría antidefensista” del SWP, quien no lo convenció, sin aclarar si se trata de Lebrún) -con más éxito en Uruguay, donde la futura sección de la Internacional nace como grupo «Antidefensista” ligado a la corriente internacional liderada por Schachtmann ,para modificar después esta posición y afiliarse a la Cuarta.

Estos hechos, sin embargo, parecen haber sólo influido el destino inmediato de algunos militantes, tomados individualmente. La discusión sobre la cuestión nacional, en cambio, influyó decisivamente en la conformación, el agolpamiento o incluso la desaparición de las organizaciones. Ello porque desplazó decididamente el eje del debate de las ‘cuestiones internacionales o doctrinarias (el stalinismo, la URSS, la guerra civil española) o de las cuestiones organizativas e incluso personales, hacia los problemas estratégicos inmediatos que debía afrontar el movimiento cuartainternacionalista en Argentina y Latinoamérica. Desde ese punto de vista no podía sino tener efectos saludables. Ya Trotsky había manifestado a Mateo Fossa que la prensa cuartista en Argentina se refería demasiado exclusivamente a problemas doctrinarios («Están en Argentina, tienen una serie de problemas revolucionarios, hay que tratar esos problemas y resolverlos lo mejor posible. Y no hablar de Trotsky. Resolver los problemas del país, los problemas revolucionarios” -así recuerda Mateo Fossa, 34 años después, las palabras de Trotsky en esa ocasión). (42)

Para 1941, el Comité Ejecutivo de la IV Internacional se había trasladado de Europa (donde el desarrollo de la guerra y la ocupación nazi de los principales países le impedía funcionar) a los EEUU. De hecho, su dirección recayó en los militantes más experimentados del SWP (Cannon, Dunne, Curtiss) y en algunos dirigentes europeos expatriados a Norteamérica con el fin de asegurar la continuidad de la actividad del centro internacional (Marc Loris, que había sido secretario de Trotsky, ischer). El CEI se había dotado de un departamento latinoamericano que enviaba cartas a los grupos del continente que amaban de la Cuarta y elaboraba informes sobre ellos para la dirección internacional. Durante 1941, el CEI interviene abiertamente en la polémica entre los grupos argentinos. Esta polémica ya se había extendido a la mayoría de los grupos latinoamericanos de la Cuarta. Quebracho (que ya en ese momento venia como cabeza de una tendencia internacional contra el “centrismo” de sus oponentes) escribe: “En contra (de la LOR y la “liberación nacional” estaban los titulados ´trotskistas´ del Uruguay, a través de la Liga Bolchevique Leninista, el Partido Obrero Revolucionario de Bolivia (el Centro Revolucionario de Bolivia, sin embargo, escribía… que compartía la posición de nuestros folletos) y el Partido Obrero de Chile. Nos apoyaba… el Partido Obrero Revolucionario de Chile (…) también nos acompaña en la defensa de la ‘liberación nacional’ el Partido Obrero Revolucionario de Cuba”. (43)

En efecto, Justo había sido activo en la difusión continental de sus posiciones. Diego Enriquez, máximo dirigente del POR chileno, llegará a representarse su lucha contra el POI como una batalla contra el «centrismo”, de naturaleza equivalente a la que libraba la LOR argentina contra la LOS, incluso haciendo suyas las críticas a la política «ambivalente” seguida frente a ella por el CEI y el DLA, que ya planteaba públicamente Quebracho. (44)

En cuanto al POR boliviano, Guillermo Lora admite que en ese período su dirección defendía la concepción de una revolución puramente socialista que ignoraba la cuestión nacional, lo que reflejaba la ausencia de claridad sobre el punto en el programa porista, aprobado en 1938. (45)

El único pronunciamiento oficial del CEI de la IV Internacional frente a la polémica será una breve tesis, redactada en Mayo de 1941, referida a la cuestión que más lo preocupaba, a saber, la consigna de «neutralidad” levantada por la LOR. Reproduciremos de ella lo esencial, aclarando que en su introducción calificaba a la discusión de «muy seria” y concerniente al conjunto de países coloniales y semicoloniales:

«En casi todos los países del mundo, lo mismo que en los países semicoloniales, la burguesía está dividida en 3 sectores respecto a la cuestión de su participación en la guerra imperialista: 1) un sector de la burguesía que favorece al imperialismo anglo-americano; 2) un sector que favorece al imperialismo alemán; 3) una sección que desea ser neutral en la lucha entre estos imperialismos. Es sólo bajo circunstancias muy especiales que la burguesía de un país pequeño o semicolonial puede efectivamente ser neutral.

«(…) Para el proletariado o para alguna sección del proletariado sostener la idea de la neutralidad y presentarla como un slogan solamente tendría éxito si él mismo se atara a esa sección de la burguesía esperando y rezando para que la guerra mundial la deje sola. Pese a cualquier intento que se haga para dar a la idea de neutralidad algún contenido que la distinga en su uso por el proletariado del uso que le da algún sector de la burguesía, ella conduce inevitablemente al embotamiento de la distinción entre el partido revolucionario del proletariado y la sección de la burguesía que defienda la neutralidad. (…) El concepto de neutralidad tiende a devenir puramente legalista- Se adopta la idea que una nación neutral puede ser imparcial en una lucha entre dos poderes imperialistas. Imparcial significa que cualquier cosa que se permita a un poder será también permitido para el otro. Está completamente ausente el espíritu de lucha contra los dos campos imperialistas. En su aparente actitud de indiferencia a la victoria de ninguno de ambos campos, no puede ser detectada la actitud proletaria de que ambos campos son en realidad uno y el mismo y deben ser destruidos.

«Ni que decir tiene, por supuesto, que las fuerzas de la Internacional no pueden ser nunca neutrales en una lucha entre un pueblo colonial o semicolonial contra un poder imperialista. Entendemos perfectamente que los camaradas que utilizan el slogan de neutralidad no quieren dar a entender que serían neutrales en tal caso. (…) El slogan de neutralidad c duce en el mejor de los casos a un rol pasivo que no promueve la lucha contra el imperialismo. Un slogan de esa naturaleza» consecuencia, no puede ser aceptado por la IV Internacional.

“Los partidos revolucionarios de los países sudamericanos, secciones sudamericanas de la IV Internacional, deben utilizar slogans que movilicen a los obreros y campesinos de estos países contra todos los imperialismos (…) Atacando no mediante la neutralidad, sino mediante una activa lucha antiimperialista, al imperialismo en general, debe ser precisado hacia el principal peligro imperialista del momento. En este caso el imperialismo yanqui está alineado a todo Latinoamérica detrás de sus propios fines. Debemos atacar sobre todo al imperialismo yanqui. El proletario debe distinguirse claramente de su propia burguesía que juega la neutralidad solo para ganar un lugar para negociar una parte mayor del botín de la explotación imperialista, o para venderse a sí misma por un precio más elevado a uno de los poderes. Hoy es el imperialismo americano quien está siendo ayudado por la burguesía latinoamericana. La ayuda bajo el disfraz de la defensa de la democracia contra el fascismo, debe ser expuesta y atacada por nuestras fuerzas. Debe ser claro que sólo mediante la alianza de las masas latinoamericanas con el proletariado americano podrán ser derrotados tanto el imperialismo americano como las burguesías nativas en sus comunes maquinaciones para guardar a los pueblos latinoamericanos bajo su sujección.

«Como susbstitutos al slogan de neutralidad proponemos: Abajo la guerra imperialista! Abajo el imperialismo yanqui! Contra todos los explotadores imperialistas! Por la unidad socialista de América Latina!” (46)

La declaración está lejos de la consigna de “derrotismo revolucionario” (posición a la que, sin embargo, no critica). Se critica correctamente la consigna de «neutralidad”, como propia de (un sector) de la burguesía nativa: en la Argentina, era defendida por los sectores oligárquicos más ligados al imperialismo inglés, para quien la entrada de nuestro país en la guerra aceleraba su pasaje a la órbita del imperialismo yanqui. Aún neutral, la Argentina se mantuvo durante el período bélico como la principal proveedora de carne a Inglaterra.

Justamente por ese carácter, la «neutralidad” no es una consigna susceptible de movilizar a las masas contra la guerra y el imperialismo. Puramente legalista, es una consigna burguesa que sólo se puede traducir en una actitud de presión hacia el gobierno; es decir, que coloca al proletariado a la rastra de la burguesía nacional. La LOR aceptó retirar la consigna. Es significativo que Quebracho, que se lanzará luego a una violentísima batalla contra el CEI de la IV Internacional, no se haya referido jamás, en los numerosos escritos que le consagra, a esta tesis del CEI, la única oficial sobre el problema.

¿Cuál era la orientación para preparar una movilización in-dependiente de las masas, en esa situación? La del CEI se limita al nivel de generalidades (abajo la guerra, el imperialismo, los explotadores). En cambio, aún dentro de una perspectiva oportunista de presión sobre la burguesía («neutralidad”), la LOR planteaba que los trabajadores debían aprovechar la guerra para plantear la expropiación de las empresas y bancos imperialistas (la «liberación nacional”). La perspectiva de un movimiento antiimperialista de las masas, dentro del cual los trotskistas debían luchar para dotarlo de una dirección obrera independiente, era uno de los pronósticos básicos del análisis de la IV Internacional referente a la guerra. En el «Manifiesto de Emergencia” frente a la 2da guerra -uno de los últimos escritos de Trotsky- se leía:
«Del hecho mismo de las dificultades y peligros enormes que crea la guerra en los centros metropolitanos imperialistas, ella abre también amplias posibilidades para los pueblos oprimidos. El sonido del cañón en Europa anuncia la hora de su liberación”.

La confusión política del CEI en ese aspecto, era evidente en un fragmento del informe de su delegado que en esos momentos recorría la Argentina (Sherry Mangan):

» el total rechazo de la ‘neutralidad’ por la LOS, no sólo como slogan sino como tema de conversación (talking point), impresiona a este observador pues contiene un gran sectarismo y ultraizquierdismo (…) El deseo de neutralidad de parte del proletariado argentino, los trabajadores rurales, y amplios sectores de la pequeña burguesía, es apasionado y profundo… ese sentimiento popular puede ser usado como punto de partida para una explicación efectiva a los trabajadores industriales y para una explicación efectiva a los trabajadores industriales y rurales de: a) por qué la burguesía nacional no puede por su propia naturaleza ser permanentemente neutral y guardar a la Argentina fuera de la guerra imperialista; b) por qué una actitud pasiva o meramente neutral de parte de los trabajadores implica que están ligados a la burguesía nacional, es no solo inefectiva, sino contraria a sus intereses y a aquellos de los trabajadores de los países beligerantes – que su natural deseo de no ser llevados a la sangría imperialista puede ser mejor expresado y servido tomando una posición activa contra ambos campos imperialistas». (47)

¿Cómo tomar una posición “activa”? Es el problema que la declaración del CEI no resuelve. Su confusión se expresa también en la benevolencia de su crítica a la LOS, respecto a la dureza con la LOR: si la posición de esta última era equivocada (y la crítica del CEI parcialmente correcta), la de la LOS («derrotismo revolucionario”) era directamente desastrosa; no tomaba en cuenta que la Argentina no participaba en la guerra, ni luchaba contra las presiones del imperialismo por embarcarla en ella.

El gobierno argentino, además, mantenía fricciones con los yanquis a ese respecto (no quería participar). Esta era la otra omisión del CEI: la de la posibilidad de fricciones entre el imperialismo y la burguesía nativa (la declaración sólo habla de las «comunes maquinaciones» de uno y otra). El caso se presentó de manera muy práctica en 1942 en Argentina y Chile, países que no habían entrado en la guerra, luego de la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro. La importancia de estas crisis en las relaciones entre el país oprimido y el imperialismo, es enorme, pues crea la posibilidad de un movimiento antiimperialista de las masas -del cual un sector de la burguesía tratará inevitablemente de tomar la dirección (3 años después -1945- el desarrollo de esa crisis llevó en Argentina al nacimiento del peronismo). La crisis ya era visible en el momento de la declaración del CEI. Luego de la Conferencia de 1942, el imperialismo yanqui amenazó con bloquear —incluso militarmente-a Chile, si éste no entraba en guerra. Frente a la capitulación a regañadientes de la burguesía chilena, el POR -sección de la IV en ese país- planteó:

“Este derecho a la autodeterminación nacional es esencial-mente democrático burgués y no socialista. Pero la ruptura del frente imperialista mundial no es concebible más que abriendo ancha puerta a todos los pueblos sometidos de la tierra para que decidan su propio destino. La propia Carta del Atlántico, que ni Inglaterra ni los EEUU respetan, establece en uno de sus puntos este derecho fundamental. En Chile, la burguesía entreguista y dependiente del imperialismo es incapaz de levantar esta bandera democrática (…) La política externa e interna de Chile DEBE DECIDIRSE EN CHILE y no en los Estados Unidos… en Chile la UNICA CLASE CAPAZ DE LLEVAR ADELANTE UNA POLITICA DE ESTA ESPECIE ES EL PROLETARIADO y no la burguesía gobernante”. (48)
Es visible aquí la influencia de las posiciones de la LOR. Pero la posibilidad de un debate al interior de la Cuarta que clarifique estas cuestiones se verá frustrada. Porque en ese mismo momento, ya Quebracho está llevando resueltamente a la LOR a la ruptura con la IV Internacional.

Polémica entre Quebracho y Marc Loris

En el mismo «Boletín Internacional” en que se publican las tesis del CEI «Sobre el slogan de la neutralidad”, un miembro del CEI, Marc Loris publica una «Carta a los camaradas argentinos” destinada a criticar dos folletos que ya hemos citado: “La Argentina frente a la guerra mundial” del GOR, y “La Internacional y la lucha contra el imperialismo” de Jorge Lagos (LOS). Loris desarrolla claramente los aspectos confusos de la posición del CEI, bien que a título personal. De hecho esto lo conduce a defender los planteos de la LOS contra el GOR.

Frente al párrafo del GOR: «hagamos agitación en favor de la propia Argentina, para que pasen a poder de nuestro pueblo todas las grandes compañías de servicios públicos, empresas industriales, sociedades agrícolas y bancos extranjeros n actualmente nos esquilman y dominan” -Loris no encontrara nada mejor que responder: «¿Y la burguesía nacional? ¿Qué se quiere decir con la fórmula que pasen a poder de nuestro pueblo?” Esto es parte del arsenal fuera de época y superado de todos los demagogos pequeño burgueses”.

Un poco más adelante: “El planteo (del GOR) habla asimismo de la economía argentina como “deformada” por la opresión imperialista. ¿Será cuestión de ‘restaurar’ la economía argentina, de hacerla ‘normal’? ¿En el cuadro del capitalismo imperialista, es posible esperar para ella que siga un curso armonioso de desarrollo?”. Y luego compara al “autor del pan-fleto” con… Sismondi (49), calificando su perspectiva de «reformista”. Frente a esta manifiesta incomprensión del rol del imperialismo en los países atrasados, del diferente lugar ocupa-do en el sistema imperialista por países opresores y oprimidos, Quebracho, lejos de polemizar para ponerla de relieve, se limitará a responder secamente: “no habíamos escrito para que nos leyeran los imbéciles”. (50)

Luego de contar las veces que en el folleto del GOR aparece la palabra «socialismo”, Loris se escandaliza de que en aquel:

«la revolución proletaria es presentada como el instrumento, el medio de la emancipación nacional!!” Loris salpica, finalmente, su “demolición” del GOR con observaciones como “NO, todo esto está lejos, muy lejos, del marxismo… No, no hay aquí ningún lenguaje revolucionario” (sic). Luego pasa a la crítica del “camarada Lagos” -saludándolo previamente por haber “corregido” los errores del GOR, “aunque cayendo a veces en errores clasificables como sectarismo”. Frente a la afirmación de Lagos sobre la inexistencia de restos feudales en Argentina (que para él fundamentaba su estrategia de la revolución puramente socialista) Loris responde que tales restos existen en países como los EEUU o Inglaterra -para luego comentar: “no es cuestión de replantear la revolución proletaria con la revolución burguesa. Pero es propio de la revolución proletaria resolver las tareas democráticas burguesas que las más avanzadas burguesías han sido y son incapaces de resolver”. Loris suscribe, pues, la tesis de la naturaleza similar de la revolución en los países avanzados (aquellos que han cumplido su revolución democrático burguesa) y atrasados (los que no han pasado por dicha revolución). En nombre de que toda revolución -en la época imperialista- no puede concluir triunfalmente sino como revolución proletaria, se niega toda diferencia entre el programa de la revolución en un país metropolitano y en un país oprimido. Algo más, el único momento en que la opresión nacional aparece en Loris, es cuando se ve obligado a criticar la siguiente postura de Lagos: “La guerra entre uno de nuestros países y uno de los sectores imperialistas será una guerra imperialista”. En realidad aquí estaba encerrada toda la polémica entre los grupos argentinos: si la guerra entre un país semicolonial y un país imperialista es una guerra imperialista por ambos lados, ¿qué diablos es el imperialismo?

Loris recuerda a Lagos que una guerra entre una colonia y un país imperialista “puede ser” una guerra de defensa anti-imperialista. Y nada más. (51)

Resulta evidente -en la medida que Loris es, miembro del CEI de la IV- la confusión existente en esa dirección respecto a los países oprimidos. Se distingue -formalmente- entre países opresores y oprimidos, pero luego se lo concluye asimilando. Se niega la necesidad de que el proletariado de los países oprimidos luche por la liberación nacional.

En el movimiento revolucionario, esta posición tiene un antecedente: la planteada en un momento por Rosa Luxemburgo y Piatakov -criticada por Lenin en “Una caricatura del marxismo – que negaba la lucha por la “autodeterminación nacional bajo el supuesto de que ésta sería irrealizable bajo el imperialismo y de que la revolución socialista significa la destrucción de las fronteras nacionales (disolución de las naciones). Lenin respondió que no hay tal “irrealizabilidad” sino que “no solo el derecho de las naciones a la autodeterminación sino todas .as reivindicaciones fundamentales de la democracia son realizables bajo el imperialismo sólo en una forma incompleta, deformada y como rara excepción”. Concluía en que sería por completo erróneo pensar que la lucha por la democracia pueda distraer al proletariado de la revolución socialista, o relegarla, posponerla, etc. Por el contrario, así como es imposible un socialismo victorioso que no realizara la democracia total, así no puede prepararse para la victoria sobre la Burguesía un proletariado que no libre la lucha revolucionaria general y consecuente por la democracia” (1916, Tesis sobre la revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación). Esta cuestión era particularmente importante en lo que se refiere al proletariado colonial y semicolonial pues -para Lenin- “es evidente que en las inminentes batallas decisivas de la revolución mundial, el movimiento de la mayoría de la población terrestre, orientado al principio hacia la liberación nacional, se volverá contra el capitalismo y el imperialismo, y jugará quizás un rol revolucionario mucho más importante que el que podamos pensar” (1921, III Congreso de la I.C.).

Si es correcto plantear que la burguesía de los países atrasados no puede —en la actual era imperialista – liberar a su país ni consumar la revolución democrática, esto no quiere decir que el proletariado no deba plantearse esas tareas. Antes bien, éstas pasan a ser parte del programa de emancipación social de la clase obrera. “Con respecto a los países de desarrollo burgués atrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución integra y efectiva de sus fines democráticos y de emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida” (Trotsky, tesis nro. 2 de “La revolución permanente», subrayado nuestro). Se aprecia que el planteo de Trotsky y el de Loris se oponen por el vértice.

“Integra y efectivamente”, sólo la revolución proletaria puede consumar la liberación nacional, pero esto no quiere decir que otras clases no puedan enunciar esta tarea, o plantearse realizarla “en forma incompleta, deformada”. Así sucede en los momentos en que la burguesía nacional (o sectores pequeño burgueses, o militares) pretenden -y consiguen en mayor o menor grado— arrastrar a las masas obreras y explotadas tras su demagogia nacionalista. Como se vio, el único modo en que la clase obrera revolucionaria puede disputar a la burguesía la dirección de los explotados, no es negando la liberación nacional (“tal renuncia sería sólo ventajosa para la burguesía y la reacción”, señalaba Lenin), sino planteando consecuentemente -revolucionariamente- la cuestión nacional y democrática. La confusión que el planteo del CEI introdujo entre los trotskistas argentinos se mide en el hecho -que veremos más adelante- de que sus principales sostenedores (Ramos, Posadas), pasaron a adoptar posiciones pro-peronistas pocos años después, cuando la emergencia de ese movimiento nacionalista.

Quebracho aprovechará de inmediato las debilidades evidentes del texto de Loris para escupir fuego contra él. En la “Respuesta a Marc Loris” de la LOR burlas e insultos harán pasar a segundo plano la respuesta propiamente política. Luego de tratarlo de “discípulo de Stalin” y de dar rienda suelto a su verborragia de polemista, culminará con una “mojada de oreja”: “He vivido bastante en Union Square (sede del SWP, NDA) para que me asusten misivas como la suya y mi permanencia en aquel barrio de Nueva York me permitió, muy claramente, percibir el concepto despectivo que muchos pseudo-revolucionarios pequeño-burgueses tienen allí por nuestros países latinoamericanos, haciéndose cómplices del desprecio imperialista para los mismos. Usted, Marc Loris, es uno de ellos”. (52)

Otro dirigente del SWP, Charles Curtiss, manifestará su buen instinto exponiendo su desacuerdo con la “Carta…” de Loris -aunque fuera con su tono y no con su contenido- carta privada al delegado del CEI en Argentina, recomendándole la prudencia de que la “Carta…” carecía. (53)

En vano. Aunque el propio Lagos escribiera a Quebracho- “Créame que considero superficial, poco táctica y por ende contraproducente la carta de M. Loris en lo que se refiere a que realiza una crítica de su posición deformándola… Yo comprendo que la posición suya no es la que critica M. Loris” (54); para Quebracho el problema ha dejado de ser los “centristas’ argentinos e incluso latinoamericanos, desde ahora sus enemigos serán los “centristas” que dirigen la Internacional.

La creación del P.O.R.S.

Por las cuestiones políticas y organizativas implicadas, el “caso” argentino significaba un verdadero “test” para el CEI en cuanto a su capacidad como dirección de la IV Internacional. El «movimiento” se había desarrollado en Argentina prácticamente sin contactos con la dirección internacional, guardando últimamente apenas un contacto epistolar con su Departamento Latinoamericano (DLA). En un informe de éste al CEI, de Mayo 1940, se leía: “La Comisión América Latina (CAL) ha intentado unir todos estos grupos (se refiere al GOR, a la LOS y a los «regionales”, NDA) en una sola organización, pero hasta ahora sus tentativas han fracasado. Al principio sus divergencias eran menores y sobre todo de orden personal (…) En el número 7 de “Inicial”, apareció un artículo de fondo sobre la naturaleza de la revolución en Argentina, que tiende a demostrar que será exclusivamente socialista. Recientemente el GOR ha enviado una carta a la CAL pidiendo ser reconocida como sección argentina de la IV Internacional. (…). El grupo “Inicial” ha planteado la exclusión del camarada Quebracho como condición para la unificación con el GOR. La CAL le ha enviado un texto expresando su desaprobación de este ultimátum. (…) Las divergencias toman ahora un aspecto político, y por lo tanto nos será mucho más fácil decidir cuál de los grupos expresa las ideas de la IV Internacional». (55)

Ya hemos visto los textos de la primera intervención del CEI en el debate. Hacia la misma época, éste decide enviar un delegado a los países del “cono sud” con el fin de propender a la unificación de los grupos allí existentes. Terence Phelan (seudónimo de Sherry Mangan) llega a la Argentina durante los primeros meses de 1941. Lo hace en calidad de corresponsal de las revistas “Time”, “Life”, y “Fortune”, trabajo que ha conseguido por indicación del CEI, con el objetivo de facilitarle sus desplazamientos por el mundo, para llevar adelante una tarea de contacto entre los diferentes grupos y el CEI. Mangan militaba en el trotskismo yanqui desde 1934.

Su primer contacto estable parece haber sido en Argentina con la LOS, y en particular con el joven responsable de su periódico (Jorge Abelardo Ramos, “Sevignac”). En su primer informe al CEI constatará la impasse en que está metida la LOS en cuanto a sus consignas referidas a Argentina y la guerra mundial -impasse vinculada, digamos, a su política de “transformar la guerra imperialista en guerra civil” y “derrotismo revolucionario” en un país que no participa en la guerra: “Ni un kilo de carne, ni un gramo de trigo, para los poderes impe-rialistas!’—es la consigna del momento de la LOS— que propone aprovechar la guerra imperialista no para expropiar al imperialismo sino para suspender las exportaciones. Phelan se lamenta de la “pobreza” de este slogan, y se pregunta qué pensarían de él los obreros ingleses y franceses. Al mismo tiempo sostiene, sin embargo, que las diferencias entre la LOS y la LOR (ex GOR) no son programáticas, sino de «aplicación” (tácticas). (56)

En contacto asimismo con la LOR, sus relaciones con esta van a tensarse rápidamente. En junio se produce el congreso de unificación del POR y el POI chilenos; que dará lugar al POR, sección chilena de la IV Internacional. Phelan concurre como delegado del CEI y Quebracho, por su propia cuenta, por la LOR. En el curso del Congreso, Phelan da lectura a la “Carta” de Loris ya citada y transmite un saludo de la LOS, grabado en disco. Justo reacciona ofendido, pero aprovecha para plantear sus posiciones sobre la “liberación nacional», cosa que le es agradecida por el Congreso. Cada cual ve en el Congreso un triunfo: Phelan, porque cree haber demostrado que la unificación de los grupos es posible. Quebracho porque aduce que la unificación de Chile ha sido un triunfo de los “revolucionarios” el POR- contra los “centristas” -el POI.

En Argentina, Phelan constata también la debilidad y dispersión de los grupos trotskistas. Desplegando gran energía, viaja por todo el país y convence a los grupos “regionales” – de La Plata, Santa Fe (animado por Narvaja), y Córdoba (donde están Esteban Rey y «Flores”, primitivo seudónimo de Posadas) — de participar en un proceso de unificación. En fin, logra reunidos a todos en un Comité de Unificación al que propone a la LOR, en Agosto, participar.

La LOR acepta, con reservas, pues considera que es preciso proceder previamente a una delimitación de posiciones. El Comité acepta el criterio y propone se presenten tesis por escrito por parte de cada grupo. Así lo hará la LOS. Así lo hará también la LOR, pero de una manera singular. Convencido Quebracho de que no se trata de “limar diferencias” sino de una batalla política en la que sus posiciones deben derrotar a las “centristas”, comienza la publicación de la serie «Documentos para la unificación del movimiento cuartainternacionalista argentino”, empezando por una «Breve reseña cronológica”. En ellos no sólo critica las posiciones, sino también la trayectoria de los grupos adversarios, intentando demostrar la existencia de una corriente centrista desde los inicios mismos del trotskismo en Argentina. Los “Documentos…” serán cinco y la LOR los difunde pública y continentalmente, continuará su publicación imperturbablemente aún después que las tratad- vas de unificación se hayan roto. Esto, que le atraerá las simpatías de otros grupos latinoamericanos (el cubano y el chileno) le acarreará también las iras de los otros grupos argentinos, y las críticas de Phelan mismo, quien, descorazonado, constata que la LOR y la LOS ni siquiera se ponen de acuerdo sobre qué es lo que hay que discutir.

Es indiscutible que en su intervención en las tratativas (si así puede llamárselas) Phelan le atribuyó mucho más importancia a las cuestiones organizativas que a las divergencias políticas, las que trató de minimizar. Su aporte al Comité de unificación consistió en un grueso “Proyecto de resolución organizativa sobre el partido”. Allí afirmaba, polemizando “Nuestro camarada Quebracho ya ha citado varias veces muy justamente el dicho de nuestro gran teórico L. Trotsky: ‘Es la idea la que crea los cuadros y no los cuadros la idea’. Lo que se olvida de citar era el contexto de este dicho, que se refiere a que ya tenemos la idea. Aquella ‘idea’ no es otra que el programa de la Cuarta”. Quebracho retrucó: “¿Basta, para llegar a la unidad, estar de acuerdo con el programa de la IV Internacional? No, no basta. Ese programa no resuelve todos los múltiples aspectos que se refieren a la estrategia revolucionaria en los países sometidos y toca muy ligeramente lo que se refiere al carácter de la revolución en los mismos. De ahí la necesidad imperiosa de completarlo encarando y resolviendo multitud de puntos de fundamental importancia para los países coloniales y semicoloniales que hasta ahora no han sido aclarados en forma definitiva. Y como estos puntos son, precisamente, los que aquí están en discusión, resulta, en consecuencia, que el programa de la IV Internacional en abstracto no es suficiente, sino que hay que llegar a aclarar y ponerse de acuerdo en lo que se refiere a su aplicación en Argentina”. (57)

Phelan utiliza el programa para el objetivo contrario con el cual había sido escrito: no para abrir, sino para cerrar el debate. Poco después de la aprobación del Programa de Transición, Trotsky había saludado a los trotskistas de Nueva York, qué en lugar de ponerse a repetirlo como loros, se habían puesto a estudiar cómo adaptarlo a la situación concreta de los EEUU, y cómo explicarlo a las masas.

Independientemente de la dirección de la Cuarta, una de sus secciones latinoamericanas más importantes -el POR cubano- se interesó en el debate “argentino”, planteando un método más correcto y una posición más concreta sobre los problemas en disputa. Quizá su carta haya llegado demasiado tarde (febrero de 1942?): “…en el problema de los camaradas argentinos hay dos puntos fundamentales que precisar… para una unificación de nuestras fuerzas en ese país: la valoración particular del problema revolucionario argentino, partiendo de nuestros principios marxistas leninistas, para traducir una línea estratégica general en la aplicación de la táctica específica de lucha que corresponde a las condiciones del país y, en segundo lugar, planteamiento organizacional consecuente con el punto anterior. Estimamos que este modo de ver las cosas no ha sido debidamente interpretado por la mayoría de los camaradas, a pesar de la correctísima insistencia de la LOR sobre la necesidad de clarificar primero y unificar después.

“Para nosotros el problema de la liberación nacional, dada nuestra condición semicolonial, es decir, de país donde la mayor parte de las conquistas democráticas no se han alcanzado, es parte integrante del proceso general de la revolución permanente. Está claro que para nosotros liberación nacional no significa en ningún caso el traspaso de las empresas imperialistas a manos de una burguesía nativa, sino la expropiación, por el estado cubano, sin indemnización, de tales empresas. Esto implica, como es natural, la conquista del poder por el proletariado cubano. Y esta conquista del poder no sería la revolución socialista, porque lo que haría sería combinar las tareas democráticas con las socialistas posibles. Sería positivamente la liberación nacional, pero no ejecutada bajo la hegemonía de una burguesía, sino de la clase obrera”. (58)

La posición posee la virtud de tratar de integrar los problemas nacionales y la “revolución permanente”. Se esboza, sin embargo, una tendencia a separar -a “colocar una muralla”- entre la revolución democrática y la socialista, cuando se plantea que la toma del poder por el proletariado no sería la revolución socialista. Justamente, la toma del poder por el proletariado indica que la revolución democrática se ha transformado en socialista, la cual ejecutará “al pasar” (Lenin) las tareas democráticas incumplidas. Quebracho planteará una concepción similar.

Se trata, al menos, de una posición clara frente a los problemas. Veamos, en cambio, la de Phelan, que aun considerando la liberación nacional como un problema secundario, se refirió a ella en su texto al Comité de Unificación:
“La Argentina es un país semicolonial, determinante capitalista (sic) y relativamente avanzado. Este último es primario y fundamental, y el acuerdo sobre eso es decisivo. La revolución democrática, aunque muy avanzada, no se ha completado. Llegada demasiado tarde en esta época de imperialismo agonizante, la burguesía nacional es incapaz de cumplir las tareas restantes de la revolución democrática, incluso la de la ‘liberación nacional’ del yugo del imperialismo.

(…) Indiscutiblemente existe en Argentina un anhelo, vago pero intenso, para la ‘liberación nacional’ del yugo imperialista. Bajo pena de no sólo perder como aliados a los elementos pequeño burgueses urbanos y rurales y aún proletarios que sienten tal deseo antiimperialista confuso, sino también de echarlos en los brazos del sector demagógico nacional fascista de la burguesía nacional, no podemos arriesgarnos a descuidar ese anhelo que correctamente comprendido y evaluado puede servir como importante punto de partida para nuestra propaganda.

“Pero un punto de partida para la agitación no es la misma cosa que una consigna de ‘liberación nacional’, es la denominación de un problema no su solución. Convencidos como estamos que solamente la dictadura del proletariado puede cumplir no sólo ésta sino todas las tareas de la revolución democrática tendremos que tomar el mayor cuidado en la selección de nuestras consignas, para evitar toda tendencia a embotar la naturaleza clasista de nuestra solución. Aún más, debemos saber la posición secundaria y transitoria que las consignas referidas a este problema deben jugar dentro de nuestro programa de acción. Sobre todo no debemos, por nuestro interés en este problema, aflojar ni una pulgada nuestra lucha contra la explotación capitalista criolla. En resumen, como principio determinante en todas las cuestiones semejantes, tenemos que subordinar siempre la ‘liberación nacional’ a la revolución mundial proletaria”. (59)

La liberación nacional para Phelan, no es un problema objetivo, planteado por la estructura de1 país y del Estado y su vinculación con el imperialismo mundial, sino subjetivo, un “vago anhelo” de las clases medias y algunos obreros. Su formulación por el partido revolucionario aparece sólo como una concesión a estos sectores, y no como el método para disputar la dirección de los explotados a la burguesía. Los sectores nacionalistas de ésta son identificados con el fascismo: Phelan adelanta así el argumento con el que casi toda la izquierda se embarcará, poco después, con la Unión Democrática.

Trotsky había partido de la economía mundial, definitivamente unificada bajo el capital por el imperialismo, para definir la pertenencia de todos los países a la economía capitalista. Phelan lo invierte, y parte de definir a la Argentina como país capitalista, y a postular el grado de desarrollo de ese capitalismo (“relativamente avanzado”) como un acuerdo de principios. La voluntad de “no embotar la naturaleza clasista de nuestra solución”, y de “subordinar la liberación nacional a la revolución mundial”, son correctas, pero ni Phelan ni el CEI entienden a esta última como Lenin:

“La revolución social no puede sobrevenir más que bajo la forma de un período en el cual la guerra civil del proletariado contra la burguesía en los países avanzados, se une a toda una serie de movimientos democráticos y revolucionarios, comprendido los movimientos de liberación nacional, en las naciones poco desarrolladas, atrasadas y oprimidas”. (60)

Todo el texto de Phelan aparece marcado por el eclecticismo, debido a la voluntad de conciliar, y no de clarificar, las posiciones en disputa.

De todos modos, el Comité de Unificación estallará, al menos en lo que concierne a la participación de la LOR, en una serie de episodios poco claros. En carta privada a Curtiss, Phelan señalará su convencimiento de que Quebracho esta “loco, sin la menor duda mentalmente desequilibrado”, lo que no le impide ver en él al “por lejos, más dinámico talento político del socialismo argentino’, temiendo que su pérdida no lo convierta en “un nuevo Mussolini, destinado al nacionalismo fascista, al estilo Vargas” (alusión al reproche atribuido a Zinoviev contra los socialistas italianos, de haber perdido a Mussolini, “el más grande talento del socialismo italiano”). La correspondencia privada de Phelan revela hasta qué punto los problemas planteados por Justo lo obsesionaban en este sentido. (61) En octubre, disputas violentísimas se producen entre la LOR y Phelan sobre la ausencia de “tesis” por parte de la LOR o quizá por la forma que ha elegido la LOR para presentarlas. Como sea, la LOR decide quedar en el Comité sólo en calidad de “observadora”. Phelan decide simultáneamente que ya ha hecho suficientes concesiones a la LOR. Lo urgente para Phelan es organizar “el partido”. Curtiss escribe a Phelan recomendándole prudencia para no excluir a Quebracho. Phelan responde pidiendo al CEI le otorgue su confianza, “pues nuevas concesiones a Quebracho y los 27 que alega, pueden romper la unidad de los otros 75 que yo he contado” (62). Queda oscuro pues si la convocatoria para el primer Congreso del Partido Obrero de la Revolución Socialista fue aprobada por el CEI, o simplemente tomada por el Comité de Unificación con Phelan, quienes la fijaron para el mes de diciembre. Para Phelan ya se había franqueado la etapa prevista en su “Proyecto…”: “…espero haber explicado lo que quiero decir por la distinción entre puntos principales y puntos secundarios. Si nos encontramos de acuerdo sobre los primeros, es mi firme convicción que debemos proceder de inmediato a la unificación, a través de la discusión organizativa, dejando los demás puntos políticos para la discusión en una serie de boletines internos de la nueva organización. (63)

La LOR continuará publicando sus documentos bajo la divisa (primero de Plejanov y después de Lenin) “antes de unirno5 y con el fin de unirnos debemos delimitarnos previamente de un modo claro y decisivo”.

En diciembre de 1941, pues, el PORS realiza su Congres0 en Punta Lara, cerca de La Plata. Los delegados no superan la treintena. Están presentes la vieja LOS (ya sin Gallo ni Milessi)- los grupos de La Plata, Córdoba, Rosario y Santa Fé. También el grupo de obreros del transporte nucleado alrededor yugoeslavo Medunich Orza. Entre los delegados del grupo platense, el joven estudiante de física Ernesto Sábato, muy conocido más tarde como escritor (64). Phelan interviene activa’ mente durante el Congreso, sobre todo en las discusiones organizativas —la carencia de métodos adecuados es lo que ha impedido a su juicio a los trotskistas argentinos crecer. La resolución programática es confiada a Jorge Lagos, y es aprobada por el Congreso. Se elige un Comité Central, cuyo Secretario General es Carbajal (Narvaja). Se nombran dos funcionarios rentados, que deberán permanecer en la Capital: Posadas y Esteban Rey, aunque este último, presintiendo un futuro no muy claro, se niega a transportar su familia desde Córdoba. El secretario de Finanzas será el alemán Kurt Steinfeld, exilado austríaco que se encuentra a la cabeza de un grupo alemán que publica en Buenos Aires un periódico dirigido a los refugiados del régimen nazi. Steinfeld, empleado en la Agencia Overseas News, es práctico en el manejo del dinero y organiza desde hace tiempo en Argentina la huida de militantes (especialmente de origen judío) de la persecución nazista en Europa. La prensa, en fin, es confiada a la responsabilidad de Jorge Abelardo Ramos. El nuevo periódico se llamará «Frente Obrero”- «Organo del PORS”, aunque se presentará en su primer número como continuador de «Inicial”, retomando su numeración. En cuanto a la resolución programática, de la que es dable esperar que refleje el resultado de las discusiones pro-unificación que hemos venido relatando, citemos algunos párrafos: «Bien lo ha comprendido Westinghouse cuando se ha fusionado con Siam Di Telia para explotar el mercado latinoamericano de maquinaria eléctrica, bien lo comprenden la General Motors y la Ford que reabren sus talleres de montaje en el país y pagan tan vastas fábricas. La tan remanida consigna ‘liberación nacional’ que elementos tipo Marianetti presumen realizable por un gobierno popular de Liberación Nacional, se ha concretado por la oligarquía financiera con el apoyo directo del capital yanqui. (6.5)

«La actual no es una ‘deformación’ de la economía capitalista nacional, sino su forma auténtica. La burguesía nacional argentina es incapaz de luchar o de intentar luchar contra el imperialismo y por ello la lucha contra el imperialismo debe ser en primer término una lucha contra la burguesía nacional que detenta el poder político de los explotadores nacionales y extranjeros”.

(…) Preciso es reconocer que la guerra de la República Argentina, cualquiera que sea el sector burgués que detente el poder y uno de los sectores imperialistas, sería una guerra imperialista. (66)
La resolución no sólo mantiene las posiciones anteriores a la discusión, sino que ignora olímpicamente el texto de Phelan. El eclecticismo de éste condujo a que su intervención careciera totalmente de influencia política. Poco después del Congreso, helan volverá a los EEUU, donde pedirá el reconocimiento del PORS como sección oficial de la IV Internacional.

¿Qué clase de industrialización?

La intervención de la dirección cuartista no modificó en nada los planteos del sector trotskista argentino con el cual mantuvo relaciones privilegiadas. Para caracterizar al país, éste se basaba, sin embargo, no en Trotsky ni en la tradición bolchevique de la III Internacional, sino en el teórico socialista argentino que había formulado una caracterización más acabada: el reformista Juan B. Justo (ver Internacionalismo Nro. 3). Para Justo, la incorporación de la gran mayoría del territorio nacional a la producción (agraria) para el mercado mundial, era un ejemplo típico de «colonización capitalista”. No se le escapaba, sin embargo, el carácter atrasado de este capitalismo: ausencia de desarrollo industrial, atraso agrario, predominio de formas políticas antidemocráticas. El eje del desarrollo económico que permitiría superar esas taras era, para él, el capital extranjero: «La entrada de grandes masas de capital extranjero es necesaria e inevitable… Las grandes empresas de construcción, que es necesario realizar para completar la evolución del país y del pueblo trabajador que lo habita, no pueden ser hechas por la clase rica criolla, disipada e inepta… El capital extranjero va a acelerar la evolución económica del país, y con mayor fuerza aún va a acelerar su evolución política y social”. (67)

Este esquema, formulado a principios de siglo y según el cual los países atrasados recorrerían, por influencia del capital externo, un ciclo económico y político similar al de los avanzados, fue retomado literalmente por los trotskistas cuatro décadas más tarde. La diferencia consiste en que daban el proceso como concluido: industrialización del país, asociación del capital extranjero con el nacional, que había fortalecido a la burguesía argentina permitiéndole erigirse como clase plenamente dominante. Fue en esto que se basaron para plantear la «revolución socialista” como la etapa futura del desarrollo. Es indudable que el salto en el crecimiento industrial argentino durante la década del 30 influyó para que sacasen esa conclusión.

Pero, ¿se había realmente industrializado el país?

La Argentina había ingresado plenamente al circuito capitalista internacional, a mediados del siglo pasado, como productora de materias primas (cuero, cereales, carne), para las naciones industrialmente avanzadas. Las primeras grandes industrias que se desarrollaron (frigoríficos y ferrocarriles) fueron un apéndice de la «Argentina pastoril”, es decir, consolidaron a la Argentina como apéndice agrario del desarrollo industrial en los centros capitalistas mundiales. El auge de la economía basada en la estancia y el capital comercial también dio pie para el surgimiento de ciertas industrias que producían para el mercado interno. Era una industria limitada a la rama alimenticia y a otras producciones imprescindibles, no competitivas por razones de costo y distancia con los centros manufactureros mundiales. No se trataba de una industrialización, pues su capacidad de expansión era ultralimitada, y «se produce sin que aparezca la industria pesada en gran escala, que a esa misma altura del siglo XIX iba a caracterizar el ordenamiento de otras sociedades totalmente diferentes entre sí: la estadounidense y la alemana. Argentina perderá sus estructuras locales y regionales de producción y consumo, sin transformarse en potencia industrial”. (68)

El eje del desarrollo económico era, pues, la producción agraria en función de las necesidades de las potencias industriales, y el crecimiento de la industria se subordinaba a ello. El latifundio se consolidó como unidad productiva y la oligarquía terrateniente como clase dominante. Esta conducirá a la economía argentina a subordinarse a la acumulación de capital con centro en las naciones industriales (Inglaterra, sobre todo). Pero éstas, debido a que la acumulación ya desbordaba sus fronteras nacionales, se lanzaban ya a penetrar en los países atrasados, procurando inversiones para sus capitales excedentes. Una inversión sumamente rentable eran los servicios y los títulos públicos de los países atrasados, cuyo desarrollo económico capitalista nacía, así, prisionero del capital financiero internacional. En nuestro país, en 1885, 45 por ciento del capital de los ferrocarriles era argentino contra 10 por ciento solamente en 1890; los intereses pagados por la Argentina al capital extranjero representaban 20 por ciento del monto de las exportaciones en 1881, 44 por ciento en 1884, 66 por ciento en 1886. Este proceso, al tomar al país cada vez más dependiente de sus exportaciones primarias, liquidaba toda base financiera propia para la industria, al propio tiempo, sentó las bases para la dependencia política del Estado. En 1890, en plena crisis financiera, el gobierno vació de divisas al país para pagar la deuda externa: el capital extranjero se apropió de prácticamente la totalidad del excedente nacional. «El centro de poder pareció desplazarse de los productores a los representantes locales de los centros mundiales de decisión (abogados, financistas intermediarios)”. (69)

El esquema lineal de J.B. Justo fallaba, al no tomar en cuenta que el capital, mundialmente considerado, había alcanzado ya su plena madurez. En los países avanzados manifestaba sin disimulo su hostilidad hacia los explotados, y se tornaba chovinista y reaccionario. A los países atrasados concurría en procura de superbeneficios (superiores a la media mundial), para lo cual se aliaba con las clases más reaccionarias, consolidando las formas económicas, sociales y políticas del atraso, sobre las cuales asienta su dominación.

El crecimiento industrial a partir de 1930 fue limitado a reemplazar aquellos productos industriales que ya no podían ser comprados en el mercado mundial como consecuencia de la caída del poder adquisitivo de las exportaciones primarias. Los precios internacionales de los productos argentinos cayeron un 40 por ciento entre 1926 y 1932, mientras que los bienes industriales mantenían su valor anterior. Las causas del desarrollo industrial no eran internas sino externas. «No hubo una voluntad deliberada de los gobernantes ni un desarrollo integrado de la industria como consecuencia del proceso natural de expansión, al estilo de lo ocurrido en las metrópolis. El mercado existía, había una demanda mensurable y conocida que se abasteció hasta ese momento de la exportación y que podía ser satisfecha a través de la producción local”. (70)

El contenido económico de esta «industrialización” no fue el típico de su ocurrencia en los países avanzados: el desplazamiento relativo de la producción de bienes de consumo por la de bienes de producción (máquinas e insumos industriales). Antes bien, la producción de bienes de consumo siguió (y sigue) predominando en forma aplastante en la estructura industrial. Por su contenido social, la industrialización en los países avanzados significó, en el siglo pasado, una transformación de las relaciones de propiedad: la expropiación o transformación de las viejas clases feudales y el desplazamiento de éstas del poder político (revolución democrático burguesa) que sentó las bases de la expansión del capital industrial. En Argentina (y en lo~ países atrasados), la vieja oligarquía se asoció a este proceso de industrialización bastardo, cuyo factor dinámico fue el capital extranjero. La «industria argentina» consolidada en los 30, fue una consecuencia de la crisis industrial en los países avanzados y un apéndice de éstos: ‘‘La enorme masa de trabajadores condenados al ocio y el elevado porcentaje de equipos inactivos reclamaban la apertura de nuevos mercados para recuperar la estabilidad y el nivel de producción de los años anteriores… Así nace la «sustitución de exportaciones” en los centros. Puesto que no pueden enviar equipos completos a los países subdesarrollados porque éstos no tienen cómo pagarlos, les instalan plantas de armado final para enviarles luego partes en forma continua. La estrategia de combate (con otros países imperialistas) exige instalar empresas en otros países y generar clientes cautivos para las exportaciones posibles” (71). La Argentina anticipó durante los años 30 un proceso que se expandiría mundialmente en las décadas posteriores.

Las características distintivas de esta «industrialización” son:
a) El estancamiento de la industria a un nivel primario de desarrollo: en 1937, los establecimientos con menos de 10 obreros eran el 85,5 por ciento del total (la proporción creció posteriormente). A esta base artesanal de la industria hay que agregar que continúan predominando las ramas primarias (aquellas que caracterizaron los albores de la producción industrial): en 1937, «alimentos, bebidas y tabaco” abarcaba el 40 por ciento de la producción, «textiles” cerca del 20 por ciento mientras que «metales, vehículos y maquinaria” no llegaba al 15 por ciento. (72)

b) Como consecuencia de la anterior: la baja productividad general de la industria. En 1937, la productividad por obrero en Argentina era 4,5 veces menor que en los EEUU (proporción que, igualmente, no ha hecho sino crecer). (73)

c) No desplaza el eje del desarrollo económico: la valorización de la tierra y la producción agropecuaria. Esto ya era notado, en 1933, por el consejero comercial de la embajada británica: «por rápido que haya sido el crecimiento de la industria manufacturera… subsiste una larga serie de requerimientos que so o pueden ser satisfechos en el exterior. Casi todos los artículos de primera clase precisan para su producción de bienes e hierro y acero; la ausencia de una industria local de carbón y hierro ha impedido el desarrollo de una industria de producción de máquinas en una escala extensiva. El único medio para la .. Argentina de obtener los productos de ésta en el exterior es exportando sus excedentes de grano y carne”. Pero justamente los precios de esas exportaciones habían caído vertiginosamente; a lo que hay que sumar la dependencia financiera del Estado. El mismo informe señala: «la Argentina poseía grandes reservas de oro. Aproximadamente la mitad de ellas fueron embargadas en 1930 y 1931, principalmente para pagar los servicios de la deuda y para prevenir la depreciación del cambio (74). Al igual que en 189Ó, el capital financiero, con la complicidad del gobierno oligárquico, completaba el abrazo mortal contra el desarrollo industrial autónomo, liquidando su base financiera.

La consecuencia de todo el proceso es la postración política del Estado. La necesidad de preservar el mercado inglés para los productos primarios, lleva al gobierno argentino a firmar en 1933 el pacto Roca-Runciman, en el que a cambio el gobierno argentino hacía toda clase de concesiones a Inglaterra (concesiones aduaneras, monopolio del transporte en Buenos Aires, tipos de cambio preferenciales, cierre del mercado a los competidores de Inglaterra, etc.), es decir, renunciaba a determinar libremente la política del Estado.

La supuesta industrialización de la Argentina fue un ejemplo típico de desarrollo combinado, característico de los países atrasados, en los que se combina la última palabra de la técnica con el atraso agrario e industrial. El atraso industrial no impedía que, ya en 1936, 47 fábricas (0.1 por ciento del total) empleasen el 15 por ciento de los obreros, con lo que el grado de concentración superaba en más de 10 veces al de la industria norteamericana (75). Se trata de una industria que nació monopolizada, sin atravesar la etapa de la libre competencia (que fue el motor de su desarrollo en los países avanzados): el censo industrial de 1935 señala que 671 sociedades anónimas controlaban 2.300 establecimientos que arrojaban en su conjunto más del 50 por ciento de la producción total. Este pequeño grupo de monopolios obtiene enormes beneficios, basados en el atraso agrario e industrial: el primero produce un flujo constante de mano de obra barata del campo a la ciudad, el segundo hace que los precios de mercado sean fijados por el 90 por ciento de las empresas (de base artesanal): la enorme diferencia de costos entre éstas y la gran industria es embolsada por los monopolios. Se trata de una industria que parasita el atraso, exactamente lo contrario de la etapa juvenil del capital industrial en las metrópolis (cuando luchaba por destruir las formas atrasadas de producción industrial -gremios artesanales- y agraria -latifundios feudales).

La industria argentina se expandió dentro de los límites que le fijó el capital imperialista. Lejos de acentuar la independencia económica del país, aumentó su dependencia, agregando a las manufacturas los insumos industriales y bienes de producción que debían ser comprados al exterior. Lejos de afianzar a la burguesía argentina en el control del Estado, reforzó el peso político del capital extranjero, tanto por el peso decisivo de la participación de éste en la industria, como por el aumento de la dependencia del capital financiero internacional.

Todo esto escapó a la gran mayoría de los trotskistas argentinos de la década del 30, que creían exactamente lo contrario- De algún modo, se veían sometidos a la ideología y la propaganda de las clases dominantes (quienes señalaban en la asociación con el capital extranjero un triunfo de la «autodeterminación nacional”). Esta influencia era posible por la ausencia de un programa, que caracterizase al país, a sus clases, e indicase las tareas objetivas de la revolución. La despreocupación con que manejaban ciertas cifras -2 millones y medio de obreros industriales, cuando el censo de 1935 indicaba la muy exacta cifra de 526.594 «empleados en la industria”- revela la ausencia de preocupación por el programa, lo cual los dejaba libra- dos a toda suerte de impresionismos. A falta de un prograiñ3 propio, adoptaron el único que había producido la izquierd3 argentina hasta ese momento (el del socialismo reformista) tratando de sacar de él conclusiones “revolucionarias”. En tal trabajo de adaptación, retrocedieron incluso respecto del programa de Juan B. Justo, pues éste señalaba la incapacidad de la clase dominante criolla para crear un país capitalista «moderno”, mientras los trotskistas la presentaron como una clase burguesa ejemplar, que había cumplido plenamente los objetivos de la liberación nacional y la revolución democrática.

La muerte de la LOR

Luego de creado el PORS, la alternativa política para la LOR es la de continuar el combate por sus ideas, a escala nacional e internacional, con la perspectiva de constituir una tendencia dentro de la IV Internacional. Justo presenta retrospectivamente las cosas como si una tal tendencia hubiera existido ‘‘de hecho”, lo cual quizá no está lejos de la verdad (cf. supra las citas de los POR chileno y cubano). Pero las circunstancias no han permitido que la LOR sea otra cosa que un pequeño grupo vaciado en el molde personal de Quebracho. Y la personalidad de éste -que ya había mostrado sus tendencias megalómanas (76)- no lo predisponía en absoluto a iniciar una lucha de largo aliento desde una posición minoritaria.

Refiriéndose, en Febrero de 1942, al recién nacido PORS, la LOR opinará que es más “digno de lástima que de crítica”. Lo cual no le impedirá sistematizar sus divergencias con él, de las cuales queremos citar algunos puntos: “4)…ante el avance cada día mayor y más exigente del imperialismo en los países sometidos, algunos sectores burgueses de los mismos, para evitar ser aplastados por el imperialismo y luchando por su propia existencia, pueden levantarse contra él, iniciando una acción que nunca llevarán hasta el fin, pero que el proletariado revolucionario, sin abandonar la más intransigente lucha de clases, y sin dejar de señalar que la burguesía tarde o temprano traicionará esta acción, puede acompañar mientras dure, tratando de ganar la dirección de la misma para completarla.

“(…) 6)…» la vanguardia proletaria de los países coloniales y semicoloniales debe plantearse, en primer término, la revolución agraria y antiimperialista, realizada a través de la conquista del poder por la clase obrera y el establecimiento de la dictadura del proletariado.

“7) Que el proletariado en el poder, realizando la revolución agraria y antiimperialista, no podrá detenerse en ella y, de acuerdo con los principios de la revolución permanente, según las condiciones económicas del país y siempre que cuente con la suficiente fuerza o con la ayuda adecuada del proletariado mundial, pasará de inmediato a las tareas socialistas”. (77)

Conviene detenerse en este texto, que significó el punto máximo (y final) de elaboración, por la LOR, de los problemas del programa revolucionario en nuestro país. La concepción de una revolución “agraria y antiimperialista”, o sea, democrática, está tomada literalmente del arsenal teórico del stalinismo del 3er. período (1929-34). La Ira. Conferencia Latinoamericana de la I.C. (Junio de 1929) señalaba: “toda tendencia a crear una economía nacional independiente dentro de los cuadros de la legalidad burguesa, está llamada al fracaso. Únicamente una revolución democrática burguesa dirigida contra el imperialismo y los grandes terratenientes, puede crear las condiciones Para ese desarrollo independiente. (…) la verdadera lucha por la independencia nacional debe realizarse contra la gran burguesía nacional y el imperialismo, de lo que se desprende que el carácter de la revolución en A. Latina, es el de una revolución democrático burguesa. (…) Esa revolución deberá poner en primer plano: la lucha contra los grandes terratenientes, Por la entrega de la tierra a quienes la trabajan; lucha contra los gobiernos nacionales, agentes del imperialismo y por el gobierno obrero y campesino” (Actas del Secretariado Sudamericano de la I.C., editado por “La Correspondencia Internacional”, Buenos Aires, 1929).

Por debajo de las concesiones verbales al febril ultraizquierdismo del “tercer período” stalinista, se advierte la pata de la sota. Se desprecia la “legalidad burguesa” para postular… una revolución que se detiene ante la democracia burguesa. El “gobierno obrero y campesino” no es, como lo fue para los primeros congresos de la IC, una versión popular de la “dictadura del proletariado” (de ser así, se trataría de la revolución proletaria): su contenido está dado por el carácter de la revolución (democrática). El mismo texto agrega: “sería un grave error el sobreestimar el rol de la pequeño burguesía y de la burguesía industrial naciente, como posible aliada de la revolución antiimperialista. En algunos casos podrán ser aliados momentáneos; pero la fuerza motriz de la revolución deben ser los obreros y campesinos”. El destino ulterior de esta concepción es conocido: el aliado «momentáneo” se transformó en “permanente”, y el stalinismo en un aliado permanente de la burguesía nativa. La alianza entre los obreros y los campesinos no debía salir de los marcos de la revolución democrático burguesa.

La crítica trotskista retomó y enriqueció las tesis de la IC: la época histórica en que la burguesía podía dirigir una lucha consecuente por la democracia ha concluido, la lucha antiimperialista de los países atrasados y oprimidos se integra así al proceso de la revolución proletaria mundial. Y precisó: en la medida en que la clase obrera toma la dirección de la lucha antiimperialista, en que realiza la alianza obrero-campesina «luchando irreconciliablemente contra la influencia de la burguesía liberal-nacional”, transforma directamente a la revolución democrática en socialista, convirtiéndola por ello en permanente. Algo más: sólo la revolución proletaria puede hacer triunfar los objetivos de la democracia, pues la burguesía nacional, por su temor a la movilización del proletariado (que también va dirigida contra ella), concluye aliándose con el imperialismo contra las masas.

El programa de la LOR resulta una mezcla de las ideas trotskistas y de la concepción stalinista. Desde el punto de vista trotskista, la vanguardia proletaria no debe plantearse, «en primer término, la revolución agraria y antiimperialista” (burguesa) como un proceso independiente de la revolución socialista, es decir de cualquier revolución efectivamente dirigida por el proletariado. Otra imprecisión de Justo es no caracterizar a las clases dominantes argentinas (sus divisiones, la naturaleza de sus relaciones con el imperialismo, su actitud frente a los problemas nacionales), limitándose a señalar «algunos sectores burgueses pueden levantarse contra el imperialismo”. ¿Cuáles? El gran problema político planteado por esa cuestión —la actitud del proletariado frente a los movimientos nacionalistas burgueses- no está siquiera esbozado. La oportunidad que la emergencia de estos movimientos dan a la vanguardia obrera de plantear un programa de lucha consecuente contra el imperialismo (y, por lo tanto, de disputar la dirección de la nación a la burguesía) es reemplazada por un “acompañarlo mientras dure”, que se desliza hacia la teoría del bloque estratégico con la burguesía nacional.

Justo, posteriormente, evolucionó hacia posiciones nacionalistas: llegó a postular que la emancipación latinoamericana debía dar lugar a una nueva nación que bautizó “Andesia”. Lógicamente, rompió con el trotskismo, lo que ya estaba anunciado en el final del artículo mencionado: “La III Internacional se formó, más bien, de arriba para abajo (…) La IV Internacional, en contradicción dialéctica con la III, se construirá de abajo para arriba, no a la sombra del prestigio de la revolución rusa, sino sobre la base de los principios marxistas, del estudio de la experiencia de aquella revolución y del fracaso de la III Inter-nacional. Por eso damos mucho más importancia a nuestro propio programa que a cualquier reconocimiento del exterior”.

Pura demagogia. Ningún partido revolucionario (ningún partido en general), mucho menos una Internacional, se construye de abajo para arriba. Como el propio Justo gustaba citar: “no son los cuadros” los que crean el programa sino el programa los cuadros”. El programa, al principio, es preservado por una van-guardia revolucionaria, que es la que crea la organización a partir de él. De otro modo, habría que esperar que los explotados vuelvan a realizar toda la experiencia anterior, para volver a llegar a las conclusiones revolucionarias del programa (a las que llegará además, sólo una vanguardia). En realidad, cuando Quebracho escribía “de abajo hacia arriba», debía leerse «de mi hacia abajo”, como lo revela que, cuatro meses después, esta curiosa concepción de la dialéctica aplicada a la construcción de Internacionales, se transformará en la dantesca consigna- “Ni Moscú ni Nueva York!! Cuarta Internacional Revolucionaria!!”, que culmina una carta dirigida por Quebracho a los militantes de la LOR y a sus simpatizantes en el exterior”.

En ella se dirigía al Comité Ejecutivo Internacional: Todos los integrantes del tal PORS han demostrado una flexibilidad de columna vertebral muy apta para actuar entre nosotros como representantes de ustedes. Esa es la ‘sección argentina que Uds. merecen y necesitan”.

Aún si fuera así, lo fundamental es que había habido una convergencia política entre la dirección internacional y los militantes argentinos que ignoraban la cuestión nacional. Pero Justo se negaba a combatirla dentro de la Cuarta. Afirmó, dirigiéndose a sus compañeros: “Nuestra lucha contra el centrismo en este país y en América Latina nos lleva, en consecuencia, a emprender la lucha contra el centrismo en su propio reducto actual, el SWP de los EEUU”. (78)

El delirio del planteo se evidenció rápido. La lucha contra el “centrismo” que debía culminar en Nueva York luego de haber atravesado todo Latinoamérica, no superó en realidad los límites del Gran Buenos Aires. La mayoría de los militantes de la LOR, identificada con Quebracho, la abandonaron. Mateo Fossa hizo explícito que lo hacía en contra de la ruptura con Nueva York” (con la IV Internacional). Justo intentó una pelea de aparato contra la dirección cuartista. El, que había combatido a los «centristas» y por la “liberación nacional” en Argentina, pretendió aliarse con los centristas norteamericanos que habían roto hacía tiempo con la Internacional: Oehler, Stamm y Weisbord (¡el primero rompió con Trotsky oponiéndose a la consigna de la «independencia nacional» de Ucrania socialista!). Fracaso total, pues las fracciones mencionadas desaparecieron al poco tiempo.

Lo poco que quedó de la LOR comenzó a editar un Boletín Sudamericano (5 números aparecieron en un año) destinado a organizar la ruptura de los grupos del continente con los “centristas», quienes se irán transformando paulatinamente en “los agentes de Wall Street”. Lo único que recogerán es una exigua y efímera “Liga Obrera Marxista” de Oruro (escindida de la juventud del Partido Socialista Obrero Boliviano del ex porista Tristán Maroff) que se disolverá al desaparecer la LOR, integrándose al POR, sección boliviana de la IV Internación^. Los POR de Chile y Cuba enviarán, vanamente, cartas a la LOR pidiéndole que reconsidere la actitud adoptada. El periódico de gran tiraje de la LOR -«Lucha Obrera”- será suprimido. Los escasos militantes de la LOR van desertando. En el momento del golpe del 4 de junio de 1943 (frente al cual la LOR produce su última declaración) sólo quedan dos: Quebracho y Santiago Escobar (seudónimo del trabajador gastronómico Enrique Carmona). Este último también se separa para retornar a su provincia natal del Chaco. Liborio Justo, abrumado, también se retira a las islas del Ibicuy, en las que permanecerá durante varios años. Así murió la LOR. (79)

En un lapso muy breve, Quebracho había logrado borrar con el codo lo mejor que había salido de su mano. Sus posiciones habían politizado en un grado no conocido al movimiento cuartainternacionalista argentino, sacándolo en buena medida del terreno de disputas personales en que se desenvolvía. Podemos afirmar, con G. Lora: “tiene el gran mérito de haber señalado que el trotskismo de su época cometía el error de asimilar a la Argentina a las metrópolis imperialistas e ignorar la cuestión nacional. Se debe a él el retorno, al menos en Argentina, a los aportes de Lenin y Trotsky al respecto” (80). Luego, ante el pnmer contratiempo, declaró muerto al movimiento fundado a iniciativa de León Trotsky tres años antes, y pretendió reproducir en escala planetaria el clima que él mismo había repudiado en Argentina poco tiempo atrás. En lugar de confrontar el movimiento (la IV Internacional) con las tareas que se proponía (el programa) ignoró a ambos y se limitó a extender el certificado de «burócratas” a sus dirigentes.

En cuanto al programa —y después de varios años de lucha programática- le bastó lanzar el anatema de “cosmopolitismo”. Ignorando el sentido de las proporciones, se vio como el dirigente de un nuevo movimiento mundial, y cuando todo eso fracasó, se consoló con la idea de que era un profeta adelantado a su tiempo. Sigamos a Lora: “en su momento Quebracho se lanzó a luchar contra los molinos de viento. Tomó la opinión de algunos dirigentes como el pensamiento de los diversos partidos, como si éstos hubiesen agotado la discusión de los problemas planteados en la Argentina”. (81)

Así es. Como el Quijote que quiso superar las hazañas de Amadís de Gaula, Justo quiso superar las de Trotsky sin el talento ni los sacrificios de éste. El último paso lo franqueó, cuando en 1959, en su empecinamiento por “superar” a Trotsky, publicó un libro acusándolo de “haberse puesto al servicio de Wall Street”. La infamia y la patología se mezclan en esta retomada de las viejas calumnias stalinistas. Lo curioso es el argumento político (el único) que Quebracho usó para fundamentar su peregrina teoría: el que Trotsky hubiese defendido -contra el imperialismo- la nacionalización del petróleo mexicano ejecutada por el gobierno del Gral. Cárdenas. Trotsky también tuvo que explicar para un grupo ultraizquierdista -aplaudido por Quebracho- el carácter nacionalista de la medida (el grupo en cuestión sostenía que se trataba de una «maniobra de un sector imperialista contra otro”), a la par que defendía un programa de independencia de clase frente al cardenismo, y por “la administración obrera de la industria nacionalizada”. Podemos compartir, frente a la acusación descabellada, la indignación de Medunich Orza: “Es sabido que toda la reacción imperialista, sea pro inglesa o pro yanqui, acusó a Cárdenas de expropiar las empresas petroleras escuchando los ‘consejos de Trotsky’ (…) Y en definitiva, con errores o sin ellos (Trotsky) quemó toda su vida en la lucha por la emancipación de la clase explotada, que no era lo mismo que el solaz espiritual de un Quebracho”. (82)

Al salir de su «exilio interior”,, Justo se entusiasmó con el rol jugado por el POR en la revolución boliviana, a la que consagró un libro. Vinculado al POR, intentó convencerlo de su postura por una nueva Internacional, contraria a la Cuarta: en esa época publicó “Estrategia Revolucionaria”, en la cual recapitula la lucha que hemos venido relatando, y elimina “sagazmente” una referencia crítica a G. Lora (dirigente porista) contenida en un documento original de la época reproducida en el volumen nombrado. Cuando el POR le reprochó su increíble libro «León Trotsky y Wall Street”, Justo lo volvió a declarar su enemigo a muerte.

Guillermo Lora, que lo conoció en su período de entusiasmo por Bolivia, dijo de él: “El hijo del Presidente Justo preocupado en hacer escándalos en su país y fuera de él con el premeditado objetivo de que la prensa se ocupara de su persona, podía tener algún porvenir (…) Pero Liborio Justo se acabó para la política revolucionaria cuando pretende señalar derroteros a la actividad marxista continental desde su cómodo gabinete (…). El que voluntariamente escapa de la realidad del medio en que vive, el que hace escapismo en todos sus actos, es un cobarde que está impedido de imprimir sus huellas en los acontecimientos (…). El Justo que conocimos fue el batallador de ayer en total decadencia”. (83)

El luchador trotskista se acabó en 1943: su trotskismo fue apenas más que un episodio de juventud. La Quinta Internacional que propuso fundar después no llegó a ser siquiera una curiosidad, salvo páralos que se interesen en megalomanías. Pero, como “lo que escribe la pluma no lo puede borrar el hacha», es justo señalar junto a su desbarranque posterior, que el Quebracho caído en 1943 es, aún sin saberlo, el que mejores servicios le rindió al movimiento trotskista en Argentina.

La muerte del P.O.R.S.

Robert Alexander afirma (84) que el PORS fue reconocido como sección argentina de la IV Internacional, bajo recomen- elación de Terence Phelan. El estudio de la correspondencia entre éste y su “hombre de confianza” en Argentina, Kurt oteinteld, no permite confirmar esa aseveración: sin duda Phelan propuso tal reconocimiento, pero chocó con las reservas del CEI.

Este fue tanto más remiso a conferirle ese carácter, cuanto que desde el inicio mismo de las actividades del PORS, éste comenzó a presentar signos de descomposición. «Frente Obrero”, anunciado semanal, luego quincenal, luego mensual, finalmente vio la luz apenas dos veces durante los primeros seis meses. La primera deserción de importancia es la del propio Secretario General, Narvajas, quien se retira a Rosario diciendo que su cargo puede ser mejor cubierto por Cristalli (Posadas). Si hay que creer a Steinfeld, Narvajas habría esperado un rápido crecimiento, y habría sostenido en discusiones que la invitable derrota de la URSS frente a la invasión alemana iba a favorecer el reclutamiento de los militantes stalinistas. Como sea, desde su reducto natal adoptará una posición escéptica, aun manteniéndose ligado, que lo conducirá poco después al abandono de la militancia. Ramos, quien es acusado de un manejo personalista e incontrolado de la prensa, también renuncia a su cargo. En fin, numerosas querellas estallan alrededor de cuestiones organizativas: convocatoria del CC y del CN, cifras infladas de militantes (acusaciones al CC de considerar en tal calidad a meros simpatizantes), no pago de las cotizaciones por los grupos del interior, lo que impide financiar el periódico, no prepa-ración del siguiente Congreso en los plazos previstos, acusaciones a Steinfeld de manejar el dinero y las rentas como un me-dio de chantaje y presión, confusiones al respecto de la «doble militancia” de los alemanes (en el grupo alemán -IKD- y en el PORS), en fin, expulsiones. Se van produciendo deserciones: «Carlos”, Margarita Gallo, Angélica. El joven Hugo Bressano es separado, y se afilia a la LOR. Para ella escribe un folleto: «Tres meses de vida en el confusionismo. Sobre mi separación del PORS” (15 de mayo de. 1942). Dos meses después es también expulsado de la LOR, no sin que antes Quebracho le sugiera el seudónimo de Nahuel Moreno con el que será conocido posteriormente. Todo esto acontece durante los primeros seis meses de vida del PORS.

Phelan sigue la crisis por correspondencia. Ante el carácter aparentemente organizativo de ésta, no cesa de recomendar remedios organizativos, aconsejando a Steinfeld no «argentinizarse, es decir, no embarcarse en las querellas de camarillas que tipifican la irresponsabilidad organizativa de los militantes nativos de ese país. Le informa acerca del descorazonamiento existente en el CEI acerca del desenvolvimiento de la «sección” argentina. En otra carta a la sección chilena vuelve a quejarse amargamente de esta característica «humana” de los argentinos. Steinfeld informa al CEI (en Junio de 1942) que el PORS está dividido en cuatro «campos”: 1) Cristalli, «Lavalle”, «Irán , Lisardi”, «Victor”, que sostiene que graves errores han sido cometidos durante la unificación, en la que se admitieron a conocidos centristas y reformistas, 2) «Carbajal” -Narvajas- y el grupo de Rosario, que se mantiene a la expectativa, 3)»Friaorini” (Reinaldo Frigerio o «Jorge Lagos”), «Quarrucci” (Esteban Rey), «Sevignac» (Ramos), Steinfeld, Barto y los demás miembros del «grupo alemán”, quienes se colocan en una posición de «resistencia pasiva” a la mayoría del CC (campo 1), contra sus violaciones de la Resolución Organizativa (Ramos redacta un documento solicitando que se convoque al Congreso) y se autotitulan “legalistas”, y 4) Miguel (Oscar Posse), Hugo Spaghetti (Guevara), Margarita Gallo, Medunich Horza, Krause y el grupo de obreros yogoeslavos, Alberti, quienes sostienen que la dirección viola los estatutos y las bases programáticas del PORS, y que es irrecuperable. Phelan manifiesta su simpatía por el «campo 3” y recomienda trabajar con los dos militantes más promisorios: Ramos y Posadas, este último porque es el único que se esfuerza en hacer penetrar al PORS en los medios sindicales. Sostiene que el “campo 4” está demasiado impregnado por las viejas ideas sectarias de Gallo. (85).
Esta situación de inacción se prolonga durante algunos meses. Cuando la LOR comunica su ruptura el CEI pide se hagan todos los esfuerzos por “recuperar” a Mateo Fossa, quien parece no estar decidido a seguir a Quebracho (cuyo nombre clave en la correspondencia es “Juana la Loca”). Steinfeld provoca asimismo un escándalo proponiendo que las páginas de “frente Obrero” se abran a militantes de otras tendencias: por su “trabajo alemán” se encuentra vinculado a partidarios de Brandler, Verdecken, Broodway, Marceau Pivert y otros. Es el CEI el que está más cerca de dar en el clavo cuando se dirige formalmente al PORS pidiéndole que proceda a realizar la sus-pendida discusión sobre la «liberación nacional” y le remita tesis al respecto (en Julio de 1942). La dirección de la Internacional está probablemente impresionada por el tamaño de las acusaciones hechas por la LOR al PORS -los documentos de la LOR llegan regularmente al CEI, no así los del PORS.

Porque es en torno a esta cuestión mayor, por encima de los problemas organizativos, que estallará el PORS. Una primera división provisoria se consagra en 1943, cuando dos “FO” son editados paralelamente: se distinguen mutuamente como «FO grande” y «FO chico”. A la cabeza de este último se encuentran aquellos que en el futuro revisarán radicalmente la concepción de la revolución puramente socialista, que había prevalecido en el PORS: Ramos, Posadas, Niceto Andrés. En el primero se agrupan los que la siguen defendiendo: Posse, Guevara, M. Orza y, pese a las recomendaciones de Phelan, el grupo alemán. A notar que es este sector el que «recupera” a Fossa para la IV Internacional.

La división se ha producido, pues, siguiendo las posiciones políticas más radicales, y no en base a los criterios organizativos defendidos por cada cual. El golpe del 4 de Junio de 1943, y la ilegalidad en que coloca las actividades de izquierda van a terminar de completar la dispersión. Ramos y Andrés evolucionarán por su propia cuenta hasta formar la “Liga Comunista Revolucionaria” primero, y el grupo «Octubre” después, el que adoptará posiciones nacionalistas al punto de permitir la colaboración de Ramos con el gobierno peronista (camino en el que no lo acompañará Andrés). En plena lógica con esta evolución, «Octubre” romperá en 1947 con la IV Internacional. Jorge Lagos ingresará al… Partido Comunista, del que saldrá formando parte de la fracción pro-peronista de Rodolfo Puigros («Clase Obrera”). Esteban Rey volverá al Norte,^ donde desarrollará por su propia cuenta una labor «entrista en el Partido Socialista. También en 1943, Posadas ingresa, en la Capital, al PS, del que saldrá con un pequeño grupo que formará el «Grupo Cuarta Internacional” (GCI), futura sección argentina a partir del III Congreso Mundial de la IV en 1951. Moreno ‘estudiante de derecho, tratará de resumir su experiencia en un folleto, publicado en 1943, titulado «El Partido”, en el que la cuestión será analizada en base a «categorías hegelianas”, y reagrupará a un pequeño núcleo de jóvenes con los que formará el «Grupo Obrero Marxista” (GOM). Alexander señala que Narvajas seguirá manteniendo un «PORS” hasta 1948, cosa bastante improbable. Probablemente se refiera a un grupo “autónomo” rosarino, compuesto por militantes estudiantiles y que también se mantiene ligado al viejo trotskista David Siburu, quien vive retirado en Rafaela. Guevara, militante sindical, volverá a su “autonomía regional” y formará un grupo sindical trotskista conocido simplemente como “Zona Sud” (de Buenos Aires), que seguramente no fue el único en su género. El único sector que mantendrá las viejas posiciones, en base a las cuales fue fundado el PORS, será la «Unión Obrera Revolucionaria” (UOR), animada por Oscar Posse, de la que participará por algún tiempo Mateo Fossa.

El desenlace parcial de la crisis política argentina que fue el golpe juniano, le pegó el golpe de gracia al PORS, que vivió penosamente menos de un año. A fines de 1943, «Owen” (Phelan) preguntaba desesperanzado a un corresponsal argentino si era cierto que del PORS… diez grupos! habían surgido.

¿Terence Phelan, agente del imperialismo?

Sherry Mangan («Phelan”, «Owen”, «Pilan”) fue un valeroso militante de la Cuarta Internacional. Grueso, algo bohemio bebedor, se especializó en contactos (clandestinos o no) corí los grupos extranjeros cuando el CEI funcionaba en los EEUU de resultas de la guerra. Así, no sólo recorrió América Latina sino que hacia el final de la guerra, aprovechando su calidad dé corresponsal, logró restablecer el contacto con los grupos trotskistas de los países europeos ocupados por los nazis (Bélgica Austria) a riesgo a veces de su propio pellejo Luego también estuvo en Bolivia, logrando acercarse a los militantes del POR encarcelados durante el «sexenio” (1946-1952). Trasladado el CEI a Europa, trabajó junto a éste. Más adelante, volvió a Bolivia estableciéndose en Cochabamba. Allí trabajó en una novela sobre los mineros de Catavi y allí murió su compañera Margarita. El macarthysmo en los EEUU le impidió publicar su novela Murió en Suiza, en 1961, a los 57 años.

Participando en Argentina en las gestiones de unificación, en 1941, un artículo bajo su firma apareció en la revista «Fortune” cuyo eje eran los consejos que daba a los EEUU para mejorar su penetración política en Argentina. El artículo despertó una ola de críticas por su intromisión en la vida del país. Entre los críticos se encontró Quebracho, quien, como bien lo hace notar Medunich Orza, no lo hizo público en aquel momento, y si bastante después, para endilgar a Phelan el sambenito de «agente del imperialismo”, con el que apostrofará después a la IV Internacional en su conjunto, y finalmente al propio Trotsky. Phelan protestó contra la acusación, sosteniendo que se habían deformado sus palabras. Una versión del artículo, corregida por él mismo, apareció en Diciembre de 1941 en la revista «Claridad” -en él las frases no admiten un doble sentido: «La continuación de la guerra en Europa sumada a nuestra posición respecto al Japón en el Asia, nos hace necesitar de la América del Sur al mismo tiempo que nos da la oportunidad de desplazar de ella a otras potencias, especialmente Inglaterra, que están ahora demasiado gravemente ocupadas en otras partes para prestar plena atención a su defensa” (86). Y así por el estilo, Alexander constata sorprendido que el «Militant” del SWP comentó el artículo de «Fortune” como una muestra de la política imperialista del Tío Sam, sin hacer ningún comentario sobre el hecho que su autor es un dirigente del SWP mismo. En su comentario al libro de Alexander, Joseph Hansen, máximo dirigente del SWP durante muchos años, no comentó nada al respecto. (87)

La cosa no terminó allí, pues la acusación fue retomada más adelante por otro grupo en ruptura con la Cuarta («Octubre” de Ramos), lo que llevó a Kurt Steinfeld a escribir a la sección brasileña, el 12 de Mayo de 1947: «Una publicación trotskista argentina nos denuncia a Terence Phelan y a mí como agentes del imperialismo. Hasta tanto la IV Internacional no haya tomado posición sobre el asunto, sírvanse considerarme como muerto”. (88)

¿Qué había pasado? La única defensa de Mangan hecha por un dirigente «trotskista» que conozcamos, es la de Livio Maitán: «Puesto que se han hecho sobre el mismo graves insinuaciones (!) en el curso de polémicas fraccionistas, sobre todo en la Argentina, quien escribe puede testimoniar que Sherry Mangan transcurrió todos los últimos años de su vida en condiciones financieras muy precarias, cuando no de miseria”. (89)

Hay defensas que matan. ¿Por qué un «agente del imperialismo” (qué «insinuación”!) no puede «haber muerto en la miseria”? Mangan merecía una mejor defensa.

Combinar la tarea de delegado de la IV Internacional con la de corresponsal de la prensa imperialista era una tarea complicada. La escasez de la IV la obligaba a utilizar tal clase de métodos. En sí mismo, este no tiene nada de des honradez. Una dirección revolucionaria debe, además, ser capaz de salir en defensa de tales métodos cuando los calumniadores lo denuncian para destruirla. Incluso en el caso límite en que el militante en cuestión haya «metido la pata”, como fue seguramente el caso  Mangan. Si durante la vida o la actividad de éste, era imposible hacer tal cosa públicamente, no existen tales justificativos después. Lo contrario es dejar la puerta abierta a las calumnias que mancillan no sólo la memoria de un militante, sino (lo que es peor) la bandera de una organización. Si no sabe hacerlo, tal dirección está condenada.

Balances del P.O.R.S.

Con la disolución del PORS y de la LOR se cierra una etapa de la vida del movimiento trotskista argentino, que no por azar, coincide con el fin de una etapa de la vida del país. Para los trotskistas la etapa se cierra, qué duda cabe, con un fracaso pues deben recomenzar, organizativamente, prácticamente desde cero. Pero políticamente no, si son capaces de aprovechar las lecciones del período que finaliza. Esta es, sin duda, una tarea que concierne no sólo a los militantes argentinos, sino a la Internacional en su conjunto (en primer lugar a su dirección) pues la construcción del partido revolucionario en un país, para los trotskistas, no es más que la expresión «nacional” de una lucha mundial por su esencia.

Resulta interesante, pues, repasar las opiniones, fragmentarias y dispersas, que existen sobre lo que fue -de hecho o por derecho- la primera sección argentina de la IV Internacional.

Liborio Justo, en medio de la retahíla de epítetos con que obsequia al PORS y a cada uno de sus miembros, deja pasar una idea interesante: «en lugar de arrancar (el PORS) su trayectoria del punto de degeneración en la espiral del desarrollo de la III Internacional, fue a entroncar su línea de partida en las posiciones de la democracia burguesa y la II Internacional, las que estaban en contraposición o habían sido superadas por la Tercera” (90). Recordemos que A. Gallo, inspirador ideológico de las posiciones sobre la cuestión nacional, no sólo reducía su experiencia política anterior a la del socialismo reformista (que se caracterizó, en Argentina y en el mundo, por ignorar la distinción entre naciones opresoras y oprimidas), sino que buscó explícitamente apoyo en sus teóricos nativos para justificar la perspectiva de una revolución puramente socialista. Gallo marcó con sus ideas todo un sector y toda una etapa del movimiento trotskista argentino. Quebracho, en cambio, poseía la experiencia de haber participado en un movimiento de contenido democrático y antiimperialista: el de la Reforma Universitaria. En definitiva, ninguna corriente política de izquierda en Argentina dejó de estar recorrida por estas dos opciones (las numerosas escisiones del PS y luego del PC se reconocen en problemas como el de la neutralidad en la primera guerra, el antiimperialismo, la actitud frente al gobierno de Perón, etc.), el trotskismo no fue la excepción. Una neutralidad «internacionalista” frente a los problemas nacionales no puede ser mantenida: de no ser superada, ella conduce o al proimperialismo o al nacionalismo. Lamentablemente, la historia ulterior del movimiento trotskista lo confirmará hasta la saciedad.

Miguel Medunich Orza, obrero que participó del PORS, sacó muy rápido su balance: «Después de un mes de fundarse el partido, escribimos una carta destinada al CEI de la IV Internacional, en la cual denunciábamos la conducta de Phelan y la orientación errónea que seguía el partido. Afirmábamos en la carta que, si no había posibilidad de rectificar esta orientación y anular las intrigas internas, el partido desaparecería en un futuro cercano. A pedido del compañero Oscar (M.P.) desistimos de mandarla (…) El fracaso del PORS, a la par de las malas condiciones objetivas y subjetivas de adentro y la derrota de la clase obrera en otros países, tuvo por causas fundamentales la inconsistencia ideológica de la clase media, su vacilación constante entre las posiciones revolucionarias y las reformistas …su apego a chismorreos e intrigas personales, como arma en la lucha por el predominio directivo, su desconocimiento increíble de las necesidades elementales de las masas obreras y de la teoría socialista, su desprecio hacia las opiniones obreras… su cinismo, deslealtad, rencor personal y la pretensión de é obediencia incondicional a su mando, la falta de personalidad propia en la mayoría para oponerse a la orientación impresa a movimiento por el bonzo o los bonzos de turno, aunque la sepan errónea” (91). Este reproche a las características de un movimiento compuesto mayoritariamente por intelectuales, está lejos de ser único. Por el contrario, la experiencia de alimentará un «anti intelectualismo” en la posterior etapa del trotskismo argentino, que lo llevará a veces a un tranco desprecio de la lucha por las ideas.

Emparentada con la anterior, veamos la conclusión de Rosadas, cuando se dirige en 1946 al Secretariado Internacional informando la existencia de su grupo: «…debido a la disolución del PORS y sobre la experiencia que él arrojaba, de pre-tender crear un movimiento y un partido sobre, a espaldas y por encima del proletariado, dirigimos nuestra actividad íntegramente a unirnos al proceso diario y permanente del proletariado en la fábrica, talleres, sindicatos, etc. para sacar de allí, en la lucha viva, nuestros militantes y educarlos para crear nuestros cuadros”. (92)

El planteo evade totalmente los problemas teóricos y políticos y trata de resolverlos empíricamente (“ir a las fábricas”). Tiene importancia que los formule quien luego será, no sólo uno de los máximos dirigentes argentinos, sino latinoamericanos y mundiales, de la IV Internacional. Ir a las fábricas, sí… pero ¿con qué programa? Para Posadas eso carecía de importancia.

De Jorge Abelardo Ramos mejor no pedir un balance, aunque lo traicione su recuerdo del Congreso del PORS: «Se trataba de organizar un partido revolucionario, ese partido ideal, intransigente e inquebrantable que templó las aspiraciones de nuestra adolescencia y que hoy todavía constituye el objetivo de nuestra lucha. Al fundarse el pequeño partido el eje de su actuación pública fue su oposición a la guerra imperialista y a la participación argentina en ella” (93). Hemos recontravisto que ese no fue el “eje” del PORS, aunque Ramos especule con la mala memoria para lavar este pecado de juventud. Ramos sacó su balance de manera muy práctica: rompió con la IV Internacional y se convirtió en el suministrador a sueldo de argumentos de «izquierda” al peronismo -y no contra el imperialismo (a cuyo presidente Eisenhower saludó) sino contra la izquierda (contra la clase obrera). Realista, transigente, maduro; y sobre todo quebrantable, Ramos se debió acordar con sorna de ese PORS «ideal, intransigente y (ay!) Adolescente”, os adolescentes” del futuro recogieron la bandera que él, felizmente, no manchó sino que se limitó a abandonar.

Constatando cambios como el de Ramos, Oscar Posse —el único que fue consecuente con el programa del PORS- dio en el clavo a pesar de ello: «Hasta el 4 de Junio de 1943, la idea de que el proletariado debía llegar al poder sobre la base de un programa eminentemente socialista sólo había sido discutida por uno de los grupos que defendía el programa de la IV Internacional en este país, el encabezado por Quebracho (…) El movimiento militar del 4 de Junio tuvo un efecto sorprendente sobre el pensamiento político de muchos trotskistas argentinos (…) La Argentina dejó de ser para ellos un país de rasgos pronunciadamente capitalistas donde el proletariado debía tomar el poder luchando principalmente contra la burguesía, para convertirse en una nación atrasada en la que aún quedaba por completar o terminar la revolución democrático burguesa. Era evidente que este cambio de posiciones estaba estrechamente vinculado al carácter profundamente nacionalista del movimiento militar. Por primera vez surgía en Argentina, al calor de acontecimientos mundiales, un movimiento burgués con pretensiones de convertir a este país en una potencia de primer orden, rompiendo los lazos que lo ataban al imperialismo Aquellos que habían combatido las posiciones de Quebracho por oportunistas, sin asimilarse por eso las más correctas se dejaron llevar por la corriente y se lanzaron a una furiosa revisión de nuestras posiciones”. (94)

Ciertamente que el surgimiento del peronismo había conmovido la idea de que la Argentina era un país «capitalista desarrollado e independiente. Ese esquema excluía un movimiento nacionalista con apoyo de masas pues en tales países el nacionalismo asume formas netamente reaccionarias y antiobrera. Posse se limitó a aferrarse al esquema anterior, incurriendo en la misma sobreestimación de la burguesía argentina, la cual no solo rompía lanzas contra toda dominación imperialista, sino que le aprestaba a transformarse en “gran potencia”. Posse pasó por encima del conflicto con el imperialismo que había suscitado la más grande movilización de masas del siglo. Los otros trotskistas, para sobrevivir, se habían puesto a “revisar furiosamente”. La UOR, dirigida por Posse será la primera en desaparecer de las corrientes trotskistas.

Comentando en 1947 los aportes de Phelan al trotskismo argentino, Nahuel Moreno nos regaló una frase al estilo de las que nos va a acostumbrar su pluma: «Así como la mayoría de las veces la mediocre mercancía imperialista es superior a la mejor mercancía colonial, Phelan, a pesar de sus graves errores organizativos y tácticos, ha sido el único que basándose en los elementos teóricos y en los pocos materiales de los grupos argentinos, sentó los cimientos programáticos generales del movimiento trotskista argentino”. Queriendo quedar bien con Dios y con el Diablo, Moreno sólo consigue tratar de idiota a todo el mundo. Luego de citar los «aportes” de Phelan sobre la liberación nacional -«cuestión secundaria”- que ya hemos visto, Moreno lo critica: «La liberación nacional es la más colosal tarea revolucionaria en los países atrasados y no está subordinada, sino indiscutiblemente relacionada, a la revolución socialista mundial. Sin la revolución mundial no es posible la colosal tarea de liberar a los países atrasados del imperialismo. Por eso, el arma de la liberación nacional es la lucha de clases más intransigente internacional y nacional”. Entonces ¿cuál fue el aporte de Phelan a los «cimientos programáticos”? ¿Y el del PORS? Según Moreno:

«su posición justa sobre el país y la burguesía nacional (…) Señalaron la dependencia de la industria y la burguesía nacional del capital extranjero. La burguesía nacional no puede ni quiere trastocar este estado de cosas”.

Moreno sigue tergiversando. Como hemos visto, el PORS se caracterizaba por presentar a la burguesía argentina como una clase plenamente dominante, que se asociaba libremente con el capital imperialista (por eso no planteaban la «liberación nacional”). Se trata de una ceguera deliberada, pues el propio Moreno cita al PORS:

“A través del proceso de hipotecamiento y endeudamiento de la tierra, de la capitalización de la renta del suelo, del rol cada vez más decisivo que los bancos y las S.A. juegan en la vida del país, los diversos grandes burgueses agropecuarios y urbanos y el capital imperialista se han ensamblado en una ‘oligarquía financiera’ que tiene como órgano económico al Banco Central y como gerencia general al Estado Nacional”.

En consecuencia con ello, el PORS veía en la neutralidad argentina durante la 2da. Guerra un movimiento independiente de su burguesía. La crítica de Moreno consistirá en señalar que detrás de ello estaban los capitales europeos e ingleses:

“No se tiene en cuenta que si quien domina el mercado consumidor v los capitales es el capital imperialista y concreta-mente los yanquis e ingleses, el gobierno no puede llevar a cabo una política independiente de los imperialismos dominantes. (…) Si Norteamérica dentro del país se fortalece, como asegura el PORS, ¿cómo no se manifiesta ello en la política del gobierno argentino? (Perón, NDA)”. (95)

La crítica no vale nada, pues se critica lo que el PORS nunca dijo. Toda la operación de Moreno se reduce a presentar -al igual que el PORS- al imperialismo y todas las fracciones de la burguesía nativa como formando un bloque homogéneo, sólo que con hegemonía imperialista, la que es aceptada con gusto por la burguesía argentina. De este «esquema” -al igual que el PORS- están excluidos todo conflicto nacional o crisis en el Estado debido a la opresión imperialista. El problema del peronismo, Moreno lo resolvió diciendo que Perón era, al igual que cualquier otro burgués, un «agente inglés”, sólo que representando al ejército, la burocracia y la policía. Las enormes movilizaciones contra el imperialismo yanqui en medio de las cuales surgió el peronismo se limitaron a que “los obreros más atrasa-dos se limitaron a sostener un ala del régimen capitalista contra otro” («Movilización antiimperialista y movilización clasista”, Julio de 1949). Con esta concepción, Moreno se alineó con el gorilismo, pues señaló al peronismo como la «vanguardia de la ofensiva burguesa” (la Unión Democrática, apoyada por el imperialismo, era «menos totalitaria”). No había ni la sombra de un conflicto, siquiera deformado, entre la nación y el imperialismo. Luego de introducir a la «liberación nacional” por la puerta, Moreno la sacó por la ventana. La miopía política del PORS pasó entera a Moreno, con ligeros retoques. Moreno llevó a la práctica lo que el PORS esbozó: el sectarismo atroz frente a los movimientos nacionalistas; el morenismo se convirtió en una secta insignificante durante una década.

Si a la ceguera deliberada se la puede llamar balance, podemos admitir ese nombre para el de Terence Phelan. El 1° de Noviembre de 1944, en Francia, Phelan presenta un informe ante el 1° Congreso del Partido Comunista Internacionalista (que él ha contribuido a organizar), sobre la situación de la IV Internacional fuera de Europa. Para dar una idea i del optimismo exagerado del informe, citamos sus escasas líneas sobre la Argentina (recordemos que Phelan ya sabe que en 1943 el PORS está disuelto): ‘‘En Argentina, en 1941 y después de largas negaciones, una fusión se pudo realizar entre cuatro grupos trotskistas diferentes. Ella condujo a la creación del PORS y terminó de desenmascarar al aventurero Quebracho, quien la última vez que hemos oído hablar de él, estaba por formar una Quinta Internacional de su creación”. (96)

Los militantes europeos hubieran tenido más interés en oír hablar del PORS que de las desventuras de Quebracho, que aquí sirvió de taparrabos a un fracaso político.

Desde luego que una tal consideración no puede ser repetida a los grupos argentinos que el Secretariado Internacional de la IV Internacional trata, una vez más, de unir en 1947: ‘‘Parece que muchos camaradas argentinos consideran que la concepción misma del PORS era defectuosa. La concepción fundamental del PORS fue la de unir todos los camaradas que seria y sinceramente aceptaban el programa internacional de la IV (…) El defecto del PORS estribó no en su concepción del partido sino en el hecho de que esa discusión, condición sine qua non para hacer homogéneo el partido y armarlo ideológicamente NO SE HIZO. El partido no supo darse, por ausencia de tal discusión, un análisis claro de la naturaleza de la Argentina, ni supo forjarse una línea de acción que fuera comprendida y aceptada por la gran mayoría de los militantes. No vale la pena a esta fecha tardía intentar determinar sobre quiénes en Argentina o en otra parte, recae la responsabilidad por la quiebra del PORS (…) en cierto sentido, es la experiencia del PORS la que hay que hacer de nuevo” (97). El progreso aquí consiste en aceptar que la indispensable discusión previa delimitadora no tuvo lugar, pero… resulta significativo ver a una dirección de la Cuarta que se rehúsa a sacar un balance de su propia actividad (borrón y cuenta nueva -no discutamos el pasado). Esto alimentará una desconfianza que será norma en los grupos argentinos, hacia la dirección (o direcciones) de la Cuarta Internacional. La “concepción del Partido” era correcta, el problema es que el PORS carecía de programa, dice el SI. Ahora bien, para Trotsky, el partido es el programa (98). La ‘‘concepción del partido” separada del programa aparece como un criterio de aparato. El mismo que, habiendo presidido la formación del PORS se utiliza en 1947 para proponer a los grupos argentinos unirse… y después discutir. Mal podrían sacar los militantes argentinos las lecciones de su propia historia, si la dirección internacional no los impulsa en ese sentido, dando el ejemplo.

A modo de conclusión

¿Qué puede agregar el autor, la mayoría de cuyas opiniones han ido siendo vertidas como comentarios a las de los actores mismos?

La IV Internacional hizo durante este período en Argentina y era a única vez— la experiencia de que no es el camino más corto el que lleva más lejos, y que la línea de la menor resistencia puede provocar alguna satisfacción inmediata, pero también una amargura mucho más larga.

Durante estos primeros tres lustros, son los problemas del programa (la idea) los que están en primer plano -y en ese carácter los trata este trabajo. El trotskismo logró, es cierto, atraer a algunos obreros, entre ellos a sindicalistas de primer nivel (como pocas o ninguna vez después), pero una “fracción trotskista en el movimiento obrero estuvo lejos de existir. Por eso los problemas de la intervención en el movimiento obrero prácticamente no se plantearon: el movimiento no se alzó a una altura suficiente como para planteárselos. No es el caso en todas partes: en Chile en la misma época las sucesivas organizaciones trotskistas fueron uno de los factores más dinámicos en el movimiento sindical. No es que en Chile los problemas programáticos estuvieran resueltos de una vez por todas – las dispersiones consecutivas del trotskismo chileno demuestran lo contrario.

Dos factores objetivos contribuirán a la debilidad de la inserción obrera en esta etapa: 1) el nacimiento mismo del trotskismo argentino como una fracción ultraminoritaria del ya minoritario (en 1929) stalinismo argentino y 2) la situación general del movimiento obrero, que conoce en este período el reflujo más largo de toda su historia, con escasos picos de ascenso (1933-36). Ello favorecerá indudablemente -por el escaso número y la composición social- el clima de camarillas y querellas personales, pero no al punto de sacar la conclusión (de Quebracho, Moreno y Posadas) de que éste era el único rasgo del movimiento.

Porque al mismo tiempo el trotskismo acercó a sus filas a varios de los mejores militantes e intelectuales de su generación. A los ya nombrados habría que agregar, por ejemplo, a José Boglich, que militó en el PSO y murió en 1943 ó 44, autor de uno de los primeros (y casi únicos) estudios serios de la cuestión agraria en Argentina, desde una perspectiva marxista (99). El problema consistía en armonizar todos esos elementos en una fuerza política, lo que no se consiguió. Lo primero era resolver las cuestiones de principio: carácter de la revolución en los países atrasados, lugar de éstos en el sistema imperialista mundial. La fracción mayoritaria de los militantes de la época, que a fortiori consiguió el apoyo de la dirección internacional, liquidó ambos problemas con la aseveración: “ya no hay más revoluciones democráticas, sino revoluciones socialistas”. Se trataba de un escamoteo, pues a la cuestión concreta del carácter de la revolución en los países atrasados, se respondía con una afirmación sobre el carácter de la época para el capitalismo considerado mundialmente. La revolución socialista es la única posible, pero las hay que surgen del antagonismo maduro entre el capital y el trabajo (en los países imperialistas), y las que surgen de la lucha en los países atrasados contra-la opresión nacional. Al negarse a considerar los problemas de la opresión nacional y el atraso, se ignoraba también la lucha de clases que los subyace, y que hace que las propias clases dominantes se los planteen (éstas eran presentadas formando un solo bloque con el imperialismo). Lo más importante es que se niega a discutir el problema central de la revolución en los países oprimidos: cuál debe ser la actitud del proletariado frente a los problemas nacionales, es decir, los derivados del incumplimiento de la revolución democrática. Como quiera que estos problemas son los que están en primer plano en la política en los países atrasados (los movimientos nacionalistas no hacen sino expresarlos), su ignorancia coloca a los trotskistas en un sectarismo fuera de la realidad, en el mejor de los casos, o alineados con el bando proimperialista, en el peor. Trotsky, al sistematizar la teoría de la revolución socialista, no había ignorado las tareas incumplidas de la revolución democrática: “…la revolución democrática sólo puede triunfar a través de la dictadura del proletariado, apoyada sobre la alianza con los campesinos y dirigida en primer término hacia la realización de los objetivos de la revolución democrática (…) La dictadura del proletariado, que sube al poder en calidad de jefe de la revolución democrática, se encuentra de manera inevitable y repentina al triunfar, delante de objetivos vinculados a transformaciones profundas del derecho de propiedad burgués. La revolución democrática se transforma directamente en socialista, transformándose por ello en revolución permanente». A la confusión respecto a la teoría revolucionaria, hay que sumar la desorientación para caracterizar el país. En este punto, ciertas características del desarrollo capitalista argentino (por referencia a resto de Latinoamérica) ayudan a confundir. G. Lora las aprecia de este modo: “En Argentina, donde el trotskismo hizo las primeras tentativas de estructuración como programa siguiendo las agudas polémicas alrededor de las tesis de la revolución puramente socialista y de la liberación nacional (en esa época esta última posición sufrió la deformación stalinista que la considera como una finalidad estratégica), la formación de la vanguardia revolucionaria necesita partir (…) del análisis de una realidad que no corresponde, precisamente, a la de una semicolonia clásica y donde la presencia de una importante burguesía industrial induce a ver fantasmas de todo tipo” (100). Sumados a un antistalinismo primario, que pretende polemizar hasta con los términos que éste utiliza (y sobre todo con ellos, más que con sus ideas) que muchas veces es el primer paso hacia el trotskismo, terminan provocando catastrófica confusión.

Sería falso adjudicársela únicamente a los “argentinos”: ella existe, como hemos visto en otros grupos latinoamericanos. Pero sobre todo, ella existe también en la dirección de la Internacional, novel (luego de la barrida por el stalinismo y el nazismo de la dirección de la Oposición de Izquierda) y formada sobre todo por referencia a los problemas de la URSS y de la lucha de clases en Europa y los EEUU. Su confusión frente a los problemas de los países oprimidos se hizo evidente en el caso argentino, donde sostuvo las peores posiciones. Lamentablemente, esta confusión no será superada en los años por venir, y la dirección cuartista oscilará entre posiciones sectarias y de capitulación ante el nacionalismo.

La unificación de los grupos argentinos sin discusión previa fue directamente impulsada por el CEI, quien consideró que no existían diferencias programáticas. “No parece haber una sola diferencia de tal naturaleza como para impedir la unificación de todos los grupos, insistían en Abril de 1941 por carta de J.S.B. Stuard (101). Revelando su falta de voluntad para considerar los problemas, el CEI trató despectivamente las “querellas” entre los argentinos, su delegado trató de cerrar el debate más que de abrirlo, cubrió con su autoridad una unificación apresurada y con alfileres, presentó tal cosa como una victoria política, y el engendro que resultó confirmó aquel dicho de que “el pez se pudre por la cabeza”. El PORS se vino abajo primero en su dirección, y casi de inmediato. La dirección de la IV de 1941 debía ser consciente de que no contaba con la misma autoridad que aquella con Trotsky a la cabeza. Y aunque la hubiera tenido, la IV Internacional, que existía y luchaba, todavía debía construirse. Y no simplemente mediante la acumulación de militantes, sino mediante la delimitación y clarificación políticas. Lo peor es que, cinco años después, se propondrá, explícitamente, “repetir la experiencia del PORS”.

Porque “si se tiene en cuenta que la lucha revolucionaria desgasta y destruye permanentemente los cuadros” (102) se comprenderá que la ausencia de claridad política conduce a la hemorragia de militantes, aunque éstos estén armados de la mejor “Resolución Organizativa». Como una evidencia del fracaso de esta primera etapa de la IV Internacional en Argentina, la mayoría de los que durante ella han jugado un rol dirigente abandonaron la militancia y estarán ausentes en la etapa siguiente: Gallo, Milessi, Justo, Lagos, Narvajas, cuando no presentes en la trinchera opuesta: Ramos.

El primer viraje político importante barrió con la artificial construcción del CEI. Con la consecuencia de que la intervención de las masas que, en Octubre de 1945, produjo la más grande crisis política argentina de la primera mitad del siglo, y que abrió la situación más favorable hasta entonces para el enraizamiento del trotskismo, encontró a los trotskistas más dispersos y desorientados que nunca desde su nacimiento en el país.

La actividad que desplegaron a partir de entonces con todos sus errores y limitaciones, confirmó la vigencia del programa trotskista y de la IV Internacional, en cierto modo a pesar de los trotskistas mismos, con el hándicap suplementario de no poseer un balance de los primeros quince años de su historia y de su primera gran crisis. Todo lo cual los exponía —y los expuso- a repetir los mismos errores, junto con otros nuevos.
A cincuenta años del nacimiento del trotskismo en Argentina, ninguna de estas cuestiones ha perdido actualidad.

27 de mayo de 1980.

41. Guillermo Lora, “Contribución a la historia política de Bolivia- Historia del POR», Ed. Isla, La Paz, 1978, p. 304.

42. «La Opinión» cit.

43. “Estrategia…” 83, 84.

44. «Estrategia…”, 79, 80. Diego Henriquez es el seudónimo del diri¬gente de izquierda chileno Adonis Sepúlveda. 

45. Lora, op. cit., 244.

46. “International Bulletin”, Comité Ejecutivo Internacional de la IV Internacional, volumen 1, nro. 6, julio 1941.

47. Idem.

48. “Frente Proletario”, órgano del POR de Chile, nro. 12, Octubre 1942, Santiago de Chile.

49. Sismondi: economista socialista criticado por Marx por proponer eliminar los “lados malos” del capitalismo y no el modo de pro¬ducción como tal.

50. LOR, “Boletín Interno”, nro. 1, “Respuesta a Marc Loris”, Agosto 1941.

51. “International…”

52. “Estrategia”, 158.

53. Carta de Terence Phelan a Charles Curtiss, 28/10/41 en las Sie¬rras de Córdoba.

54. “Estrategia», 157.

55. “Les Congrés de la IVéme. Internationale”, Ed. La Breche Paris 1978, p. 402.

56. “International…”

57. “Estrategia”, 104.

58. Ídem, 102.

59. Nahuel Moreno, “Tesis: diferencias del movimiento trotskista argentino”, en «Revolución Permanente”, nro 2-3 Bs As Octubre 1949. p. 15 y 16.

60. V.I. Lenin, O.C., tomo XX, p. 432, Ed. Cartago, Bs. As. 

61. Phelan a Curtiss, cit.

62. Ídem.

63. Moreno, cit. 15.

64. J.A. Ramos, “Crisis y resurrección en la literatura argentina”, E. Coyoacán Bs. As. 1961, pp 73-74

65. Moreno, cit., 18.

66. “Estrategia”, 92.

67. «Juan B. Justo y la cuestión nacional”. Ediciones Juan B. Justo. Buenos Aires, Í980. Prólogo de Gregorio Weinberg

68. Sergio Bagú, “Evolución histórica de la estratificación social en Argentina». Ed. Esquema. Venezuela, 1969, p. 33.

69.  Alejandro B. Rofman y Luis A. Romero, «Sistema socioeconómico y estructura regional en la Argentina”, Ed. Amorrortu, Bs As, 1974. p. 111.

70.  Jorge Schvarzer, “1925-1955: auge, expansión y crisis”, en “Todo es Historia”, Septiembre 1977, pp. 57 y 58.

71. ídem.

72. Fichas de investigación económico y social, Nro 1, Abril 1964, P- 19.

73.  ídem, p. 35.

74.  Stanley G. Irving, “Economic conditions in the Argentine Republic», informe del Consejo Comercial del Embajador de Gran Bretaña, Londres, 1933.

75. Félix J. Weil, “The argentine riddle”, New York, 1944, p. 260.

76. Entre otras actitudes extemporáneas, Liborio Justo había considerado importante publicar su autobiobrafía, en 1940, bajo el título de “prontuario”

77.  “Estrategia…”95

78. ídem, 117.

79. Enrique Carmona se suicidó en Buenos Aires, bajo las ruedas de un tren, en 1945, a los 25 años. Miguel Medunich Orza con quien estuvo enfrentado a veces, no tiene más que palabras de elogio para la personalidad de este joven trabajador y sindicalista, y sostiene que su decepción política intervino para precipitar su decisión de quitarse la vida.

80. Lora, op. cit. 299.

81. ídem. 303,

82. Orza, op. cit. 52, 53. .

83. Lora, op. cit. 302, 303.

84. Alexander, «Trotskysm…”,  57.

85. Correspondencia Terence Phelan—Kurt Steinfeld, 1942-43. Michigan University, 
EEUU.

86.»Estrategia”, 106.

87. Alexander, «Trotskysm…”, 56. JosephHansen, “El trotskismo en América Latina” en “Perspectiva Mundial”, Vol. 1 nro. 21 y ss. , New York, Noviembre-Diciembre 1977 (4 artículos).

88. Carta Kurt Steinfeld, 12/5/47, archivos Secretariado Unificado de la IV Internacional.

89. “Apuntes sobre una historia del trotskismo en América Latina”, Livio Maitán, Ed. José Carlos Mariátegui, París 1978.

90. “Estrategia…”, 99.

91. Orza, op. cit, 49.

92. José Posadas al Secretariado Internacional de la IV Internacional, 1/6/46, Archivos 
Secretariado Unificado.

93. “Crisis y resurrección…», 73.

94. UOR, “Boletín teórico”, nro 1. Bs As Octubre 1948.

95. «Tesis: diferencias…”, 1920.

96. “Bulletin du Secretariat Europeén de la IVeme. Internationale”, Nro. 1, noviembre 1944.

97. “S.I. de la IV Internacional a Liga Comunista Revolucionaria de la Argentina, 5/6/47. Archivos S.U. Ejemplares prácticamente i- guales de esta carta fueron dirigidos a los otros grupos trotskistas de la época (UOR, GCI, GOM, MOR de Jujuy y Tucumán, animado por Esteban Rey, etc.).

98. En las “Discusiones sobre el programa de Transición”, notas tomadas sobre intervenciones orales de León Trotsky, éste afirma: “La importancia del partido. (…) Ahora bien, ¿qué es el partido? ¿En qué consiste su cohesión? Esta cohesión es un entendimiento en común de los hechos, de las tareas, y este entendimiento en común es el programa del partido. Así como los trabajadores modernos, al igual que los bárbaros no pueden trabajar sin herramientas, del mismo modo el programa es el instrumento del partido. Sin el programa cada trabajador debe improvisar su herramienta, debe encontrar herramientas improvisadas, y lo uno contradice lo otro. Sólo cuando contamos con una vanguardia organizada sobre la base de concepciones comunes podemos actuar.» Ver, L. Trotsky, “El Programa de Transición para la Revolución Socialista”, Ed. Avanzada, Caracas, 1975, pp. 55 y 56.

99. José Boglich, «La Cuestión Agraria”, Bs. As., Ed. Claridad, 1937.

100. Guillermo Lora, “Proyecto de informe sobre América Latina”, Documentos del POR, París, 1977, p. 13.

101. «Estrategia…», 97.

102. Lora, «Contribución…», tomo I, p. 27.


Resoluciones de la 4ta. Conferencia de la TCI

TCI – Tendencia Cuartainternacionalista

Publicamos las resoluciones de la 4ta. Conferencia de la TCI, celebrada entre los días 31 de julio y 2 de agosto de 1981. Las publicamos en este número porque “Internacionalismo» Nro. 3 se encontraba en prensa cuando se realizó

Conferencia

Acta

Entre los días 31 de Julio y 2 de Agosto de 1981 se realizó la IV Conferencia de la TCI. Estuvieron presentes delegados de las siguientes organizaciones: PO (Argentina); POR (Bolivia); OCI (Brasil); CEMTCH (Chile); POR (Perú);

PP (Venezuela). La LOP (Palestina) se excusó, informando que dificultades materiales impedían su asistencia.
El orden del día discutido fue el siguiente; a) Informe de actividades, b) Resoluciones políticas.

Los trabajos de la Conferencia estuvieron concentrados en el primer punto del orden del día, que abarcaron la mayor parte de sus deliberaciones, pues resultaba imprescindible examinar las actuales dificultades políticas y organizativas que atraviesa la TCI, determinar sus causas y darse un plan para superarlas. La amplia discusión realizada permitió una clarificación de estos problemas.

El delegado de PO presentó un proyecto de resolución que fue aprobado con los votos de PO, POR (B), OCI CEMTCH y PP. El POR (P) presentó una moción sobre la situación y las tareas de la TCI que fue rechazada, un voto a favor del POR (P).

Sobre la base de los textos presentados a la Conferencia y de los materiales existentes, la Conferencia encomendó a la dirección de la TCI que emita en su próxima reunión, a realizarse a comienzos de setiembre, declaraciones sobre Polonia, Francia, Irán, Medio Oriente v El Salvador-Nicaragua.

Resolución político organizativa de la 4ta. Conferencia

1) La tercera Conferencia de la TCI, realizada en Mayo de 1980, se formuló un plan de trabajo cuyas características principales eran las siguientes:
a) Afirmar una dirección, que debía reunirse trimestralmente, con la finalidad de estructurar un trabajo sistemático de la Tendencia, proceder a una elaboración política colectiva e intervenir activamente en el desarrollo de las secciones nacionales.

b) editar de un modo regular la revista teórico-política de la organización;

c) elaborar los informes sobre la situación internacional y una actualización de la tesis sobre América Latina, que había sido presentada por G.L. a la frustrada Tercera Conferencia del CORCI;

d) fijar una posición política por escrito frente a los documentos del CETI.

2) Con la excepción de la salida (no regular) de Internacionalismo, estos objetivos no fueron cumplidos. En realidad, con el golpe del 17 de Julio de 1980 en Bolivia, y la furiosa represión que allí se desató, y con la expulsión de C. del país que debía actuar como sede de la dirección, no fue posible cumplir con la primera de las fechas previstas para la reunión de la dirección. Este hecho alteró el cumplimiento de los otros objetivos. Por acuerdo telefónico el compañero J.A. quedó encargado de asegurar la salida de Internacionalismo. Esto permitió desarrollar la presencia internacional de la TCI. Debido a las in-numerables dificultades organizativas que son propias de la debilidad de la TCI, sólo se pudo establecer para fines de Julio de 1981 la convocatoria de la Cuarta Conferencia de la TCI, que tiene entre sus objetivos, restablecer el funcionamiento orgánico de la organización.

3) De acuerdo con los informes de actividades volcados en la Cuarta Conferencia el desarrollo del conjunto de las secciones ha estado caracterizado en los últimos catorce meses, por lo siguiente:

P.O. (Argentina) informó que ha entrado en una etapa de firme crecimiento. La periferia organizada en el movimiento obrero (que en una elevada proporción deberá incorporarse a la organización) supera considerablemente el punto alcanzado por P.O. en la huelga general de Junio-Julio de 1975. Desde fines de 1980, se observa un enérgico repunte organizativo de la UJS. P.O. mantiene las posiciones conquistadas en los movimientos de familiares de desaparecidos en 1979, crece partidariamente. Se editan cinco publicaciones periódicas. P.O. estima, que en el curso de 1981, llegará al nivel de militantes de Junio-Julio de 1975. En los últimos doce meses se ha logrado ganar a numerosos militantes del PST y la influencia sobre los cuadros de esa organización crece constantemente. Debido al mayor crecimiento en la clase obrera, se ha alterado la fisonomía de clase de la organización. Se informó también del crecimiento de la organización uruguaya, quien tiene la intención de solicitar su ingreso a la TCI, en la próxima Conferencia.

El delegado mandatado por el POR (Bolivia) informó que se ha abierto un terreno de considerable crecimiento para la organización. Se ha fijado el objetivo de construir un partido de masas en el curso del presente período de lucha contra la dictadura militar. La razón para estas posibilidades de desarrollo está dada por el acierto de los pronósticos formulados por el POR en el período democratizante en oposición al conjunto de la izquierda. Esta no tiene casi actividad en el interior del país. La crisis de la UDP es imparable; el MÍR ha dejado de sostener sus planteos liberal- burgueses para pregonar abiertamente la “convergencia Cívico-militar”. El POR sufrió duramente la represión y el número de los militantes descendió durante un período. A partir de este punto, sin embargo, se triplicó en la capital. Tiene varias decenas de compañeros en es-cuelas de formación, previas al ingreso al partido. Este crecimiento se acentúa en la capital y en el medio estudiantil en detrimento relativo de los fabriles y mineros. «Masas 0 sale sistemáticamente, y su venta llega a mil ejemplares. El CC del POR estima que es leído por cinco mil personas. El POR se plantea una enérgica clarificación de sus métodos organizativos entre sus militantes, para abandonar viejas prácticas y rutinas de trabajo que bloquean su lucha por conquistar posiciones de organización y dirección en el seno de los sindicatos.

La OCI (Brasil) informó que, aunque no ha crecido en el período bajo examen, ha tenido un desarrollo político y de organización que le debe permitir hacerlo en la próxima etapa. Edita regularmente la prensa. Edita “Internacionalismo” en portugués; vende de ambos 350-400 ejemplares. Ha depurado de su seno todos aquellos elementos que vinieron de arrastre de la escisión con los lambertistas; su lugar ha sido ocupado por cuadros francamente militantes. De grupo exclusivamente estudiantil ha pasado a estar compuesto en un 30 por ciento por obreros, el 90 por ciento de los cuales pertenecen a la gran industria metalúrgica. Ha ganado posiciones de dirección en dos distritos del PT. Envió 10 delegados a la convención del PT de San Pablo. Ha intervenido con un programa escrito. Publica folletos. Informa que ha habido negligencia para aprovechar las posibilidades de difusión a nivel nacional. Se plantea sistematizar sus planteamientos en forma de folletos, colabora regularmente en «Internacionalismo”.

El CEMTCH (Chile), que se encuentra casi íntegramente en el exilio en Europa, ha quedado reducido a un grupo minúsculo de militantes. Atribuye este hecho a que fracasó en montar un trabajo en Chile; a que el grupo carece de tradición en el país, pues es una creación posterior al 73; a la crisis del CORCI; y a las propias limitaciones del grupo. En breve, entregará una posición referente a cómo plantea su futuro.

La L. O. (Palestina), ausente en la reunión, no presentó informe de actividades.

El POR (Perú) informó que perdió el 50 por ciento de sus militantes. En el curso de la conferencia se ha interpretado esto como un resultado de su fantástica seguidilla de desaciertos políticos. Se señaló que la realidad ha dado razón a la TCI contra la sección peruana en todas las duras divergencias que hubo, y se señaló que la debacle organizativa que resultaría fue prevista en la 3ra Conferencia de la TCI. El POR realizó el 2do. Congreso en agosto de 1980, donde se aprobó un balance político. También se ha escrito sobre un balance de la organización desde su fundación. Se está asegurando la salida quincenal de “La Comuna”. Se han reconquistado posiciones en una sección del sindicato metalúrgico y en otro de bancarios. En el debate fue señalado su no colaboración escrita en “Internacionalismo»  Vende 300 periódicos y 30 “Internacionalismo».

P.P. (Venezuela) informó que ha perdido la mitad de la militancia. Señaló que continúa trabajando en el seno del MIR, pero que no tiene prensa propia. Se reduce a unos quince compañeros. Han vendido 200 ejemplares de “Internacionalismo”. En el debate se agregó que en diciembre de 1979 fue aprobada la realización de un congreso y la salida de un periódico público, para marzo de 1980. El delegado de PP ha explicado este incumplimiento por la dificultad que tienen para elaborar políticamente.

Por último, se añadió la información de que la célula de la TCI en Barcelona, compuesta por exiliados, ha ganado a un grupo de compañeros de la organización del SU y que se propone editar un periódico. Ha colaborado para el N° 3 de «Internacionalismo”. También se informó que los compañeros exiliados en Europa de todas las organizaciones de la TCI han decidido realizar un plenario general y funcionar de un modo integrado. Los militantes en Francia sacaron declaraciones sobre las elecciones en ese país.

4) Aunque de acuerdo al informe de actividades del conjunto de la Tendencia puede observarse un progreso general (esto por referencia al período anterior), ya que se fortalecen las secciones principales de la organización y a que hemos podido editar una revista de no poca calidad, la realidad es que estamos en presencia de una crisis política de características especiales. El progreso que se observa refleja factores preexistentes, tales como la clarificación introducida por la declaración de fundación y por los documentos elaborados con posterioridad (crisis del SU, Nicaragua y Afganistán), y también a la existencia anterior de dos secciones ligadas, en grado desigual, al proletariado de sus países. Estos factores, en sí mismos, por su sola presencia n° pueden imprimir una fuerte dinámica a la TCI de aquí en adelante. El factor que deberá determinar el avance de la organización es su funcionamiento sistemático y colectivo, en primer lugar el funcionamiento de su dirección, y el cumplimiento por ésta de los objetivos que se establecen. Es por esto que la caracterización correcta es que estamos en una situación de crisis. Bien entendido, no se trata de una crisis referida a un desacierto en los planteamientos políticos, pero tampoco es simplemente una crisis organizativa, administrativa o de funcionamiento, es una crisis en la decisión política de impulsar consecuentemente el desarrollo de la TCI, es decir, de asumir toda la responsabilidad organizativa por el funcionamiento de la Tendencia. La 4ta. Conferencia ha debatido esta cuestión.

5) La fundación de la TCI se justifica, antes que nada, por una razón política, cual es aplastar el trabajo de destrucción política abierta con la prematura degeneración burocrática del CORCI. La TCI se estructura sobre planteamientos que son el resultado de una larga experiencia política y de batallas enérgicas libradas contra el revisionismo desde la década del 50. La TCI nace en momentos de ilusiones en la llamada «unificación trotskista”, señalando anticipadamente la frustración de esas expectativas, ya que tal «unificación” tiene objetivos antirrevolucionarios. La TCI acaba con el equívoco mantenido por la OCI de Francia, la que evitó decir con toda claridad que el SU no era solamente una desviación ideológica, sino que había pasado a representar intereses extraños al proletariado. El SU se empeñó a fondo en su política revisionista y se jugó enteramente en el foquismo. Con posterioridad se asimiló a la pequeña burguesía y al stalinismo pro-militares en Portugal. La concepción de la reconstrucción de la IV Internacional, como una reunificación con los revisionistas por medio de la recuperación del SU está condenada al fracaso. Los esfuerzos que se empeñen en esa dirección conducen a un callejón sin salida. Hay que luchar políticamente contra el revisionismo y sus nuevos aliados, no para recuperarlos o reformar-los, sino para destruirlos políticamente. Los grupos que caracterizan al SU de centrista con la finalidad de postular su recuperación se estrellarán contra la pared. El SU no puede ser centrista, ya que ha roto en la teoría y en la práctica con el programa revolucionario (lo que no se puede confundir con los que en la teoría y en la práctica rompan con las direcciones -contrarrevolucionarias). La línea de desarrollo planteada por la TCI ha consistido en luchar contra estos supuestos trotskistas y en guiar a las secciones nacionales a estructurarse sobre la base de ideas claras y de una militancia firme en el seno de las masas. El balance de los últimos dos años confirma el acierto de esta línea pues la Unificación no se consumó por e Profundo oportunismo del SU y e recién formado CI, este último tuvo que expulsar secciones, fue incapaz de hacer una Conferencia abierta, ha fracasado estrepitosamente en Nicaragua, Perú, Brasil, Argentina, Bolivia, donde sus planteamientos políticos fueron desmentidos por los hechos, con la consecuencia, en su mayor parte, de crisis organizativas y políticas. Lamentablemente, no todas las secciones de la TCI aprovecharon el acierto político de la tendencia, notablemente en Perú y, secundariamente en Brasil. A pesar de los éxitos en Argentina y Bolivia, el fracaso en aprovechar los enormes desaciertos de Hugo Blanco, el POMR y PST, ha impedido impulsar sustancialmente el desarrollo de la TCI. La vigencia de la TCI está dada por su función y por los planteamientos políticos. Es un factor de desarrollo para sus componentes. Hay que luchar para que cumpla sus cometidos.

6) Para entender la presente crisis política de la TCI debe tenerse en cuenta que aunque sean justas sus posiciones políticas, esto no significa que esté anclada profundamente en el movimiento obrero internacional. La TCI está compuesta por dos partidos relativamente implantados en sus países y una mayoría de grupos pequeños sin tradición, sin experiencia, sin inserción en las masas y, probablemente en algunos casos, sin el conocimiento de la propia realidad nacional. En ciertas secciones se observa incluso una tendencia hacia el carácter secta, que significa que, junto a lo anterior, tiende a involucionar, a cerrarse sobre un mismo grupo de militantes y a suplantar un intenso trabajo de inserción en la realidad nacional con ejercicios principalmente especulativos.

El desarrollo progresivo de la TCI depende, por todo esto, de la colaboración que aporten sus organizaciones principales, de modo de ayudar a la elaboración del conjunto, a hacer posible un genuino combate político a nivel internacional (las fuerzas burguesas y pequeño-burguesas que actúan en cada país, incluso los nacionalistas, tienden a actuar en bloques internacionales y por referencia a la situación internacional). Está planteada la reafirmación de una dirección de la TCI que incluya al POR Bolivia y PO. Superar la presente crisis política es encontrar la vía para estructurar esta dirección.

7) Es indudable que la posibilidad de una poderosa tendencia internacional está relacionada con la existencia de poderosas secciones nacionales.

Es posible también que se presenten circunstancias en que las posibilidades de desarrollo de una sección para convertirse en un partido de masas, e incluso en dirección de la revolución, sean mayores, en un período, que el desarrollo de la Tendencia Internacional, haciendo del desarrollo de esa sección el factor más dinámico que abra el desarrollo de la tendencia en su conjunto. Pero estas son variantes en el desarrollo posible de la organización internacional y no pueden cuestionar la tesis de que los partidos trotskistas deben desarrollarse en un cuadro internacional organizado, allí al menos donde éste sea un defensor de los principios revolucionarios. En el caso concreto de la TCI, la presencia del POR (Bolivia) y de PO en la dirección es imprescindible para su genuino desarrollo. Los enormes obstáculos prácticos, organizativos y de diverso orden que se contraponen a la concreción de este objetivo, pueden superarse a partir de una discusión concreta que permitirá arbitrar también alternativas concretas para superar aquellos obstáculos.

La 4ta. Conferencia plantea al CC del POR qué considere la utilización de un cuadro partidario para integrar la dirección internacional.

La 4ta. Conferencia rechaza de plano que los problemas de la TCI radicarían en la supuesta falta de un balance de la IV Internacional desde 1938. La TCI ha demostrado la vigencia del programa de transición, esto a través de la lucha política y en base a la experiencia histórica, y ha concretado en una plataforma programática (declaración de fundación) las ideas que lo delimitan del revisionismo. En tanto organización de combate, su actividad no puede esperar a que se escriba la historia. El balance histórico, tanto en el plano internacional como en el nacional, es una tarea que debe ser implementada  colectivamente por la TCI y por cada una de sus secciones La crisis por la que pasa la TCI no tiene nada que ver con una historia y no se resuelve transformándose en una secta
de estudiosos.

8)……..

9) En relación a la sección peruana la 4ta. Conferencia propone que se edite un B. I. con las resoluciones de la reunión de marzo del POR de Perú, junto a un texto de debate que quedará a cargo de RG. Se propone que en la próxima reunión de la dirección se escriba un texto de debate en base a los periódicos «La Comuna” y el documento del 2do. Congreso del POR. Se exhorta a la dirección del POR a que entable relaciones con aquellos compañeros que se han retirado de su organización, pero que continúan siendo activistas en el movimiento de masas peruanas, más aún si no se declaran hostiles a la TCI. Se solicita también que envíe un artículo integral para «Internacionalismo’’ dentro de los límites de espacio que impone la revista.

Se resuelve que el PP de Venezuela edite su periódico, sin importar la modestia de su técnica y su material. Asimismo, debe enviar un informe lo más completo posible sobre la situación política en Venezuela y en particular, sobre la «Coordinación de Izquierda”.

Dadas las presentes circunstancias de la TCI, se considera que la vehiculización de los escritos del POR deberá hacerse por medio de “Internacionalismo”.

Los compañeros residentes en Europa deberán tomar contacto personal con la L. O. de Palestina para integrarla al trabajo colectivo de la TCI.

Votación: a favor: PO, POR (Bolivia), PP, CEMTCH, OCI en contra: POR (Perú)

Moción del Partido Obrero Revolucionario (Perú) sobre la situación y las tareas de la TCI

IV Conferencia de la TCI

El POR (PERU) considerando:

1) Que desde su fundación, abril de 1979, la TCI proclamó asumir la batalla por la reconstrucción de la IV Internacional, estructurándose alrededor de claros ejes programáticos, en oposición a las corrientes liquidadoras y revisionistas que se reclaman de la IV Internacional.

2) Que en esa perspectiva se trazó una serie de objetivos y tareas que no han sido desarrolladas con energía suficiente, lo que se ha expresado en la actual crisis de funcionamiento de la TCI, la cual ha hecho reaparecer viejos problemas de la historia de la IV Internacional que aún no han sido resueltos.

3) Que constata que en el período comprendido entre la III y la IV Conferencia se eligió una Dirección Internacional para centralizar la actividad de la TCI, pero que ha revelado no funcionar orgánicamente, lo que de hecho exige un balance de sus propias responsabilidades. Todo ello se evidencia en el aislamiento y parálisis de la TCI, sumada la carencia de iniciativas frente a la intervención de la lucha de clases internacional, de igual modo por la falta de un enfoque global de la situación mundial y sus perspectivas. Una muestra de sus resultados ha sido la crisis y quiebra de algunas de sus secciones integrantes.

PLANTEA:

1) Encarar la actual situación de la TCI partiendo del balance de la historia de la IV Internacional, una toma de posición respecto de los diversos intentos efectuados hasta hoy por explicar y resolver el problema de la IV Internacional en sus diversas fases de crisis, un deslinde con el conjunto de corrientes desarrolladas en su interior y además de una interpretación de la propia historia de las secciones afiliadas a la TCI. El POR (PERU)
ha realizado un avance en ese sentido a través del documento respuesta a “Por una Fracción Internacional por la IV Internacional”.

2) La TCI debe dotarse de un conjunto de tesis básicas que exprese su propia comprensión de la situación mundial y sus tendencias fundamentales; teniendo como punto de partida la crítica y delimitación ya iniciada frente a la teoría de la “Revolución Inminente”, planteamiento levantado por el CORCI y manejado por las organizaciones que posteriormente dieron vida a la TCI y con cuya Declaración se fijan las bases para iniciar un proceso de delimitación.

3) Asimismo considera necesario apertura la batalla por que la TCI se constituya en un polo de reagrupamiento de todos aquellos sectores y elementos consientes que avanzan hacia la revolución y el Programa de Transición, impulsando la táctica de la Conferencia
Abierta y propone sea asumida como tarea práctica por el conjunto de la TCI. La Conferencia Abierta debe ser entendida como la táctica que nos permita despejarnos un mayor terreno de influencias y acción, integrando a nuestras filas o fusionando con nosotros a lo mejor de la vanguardia, en la perspectiva de la reconstrucción de la IV Internacional.

4) Se desprende de lo anterior que ello no podrá ser posible sin la existencia de una dirección cohesionada que se oriente a la estricta aplicación del centralismo democrático. Implica la designación de una dirección central con una sede permanente, la que no excluye una dirección más amplia que sesione en períodos más espaciados, la publicación de un órgano central, la edición de una revista teórica con un comité de redacción del que participen todas las secciones, la cotización obligatoria y un presupuesto de la organización, la intervención conjunta en campañas internacionales referidas a los problemas más destacados de la lucha de clases (ej. Polonia, El Salvador, etc.). De igual es imprescindible el funcionamiento del boletín interno para impulsar y centralizar la discusión entre las secciones.

Lima, 26 de Julio de 1981.

Elaborado por el Comité Central y ratificado por la Conferencia partidaria del 29 de Julio.

Votación: en contra: PO, POR (B) OCI, PP, CEMTCH a favor: POR (Perú)

Resolución estatutaria

Se tomó conocimiento que en los días previos a la realización de esta Conferencia, el POR (P) realizó una Conferencia y se emitió por unanimidad la siguiente resolución: La Conferencia de la TCI considera que la actitud del j POR (P) de no invitar a su Conferencia a los miembros presentes de la TCI en el Perú es un error político, producto de una equivocada aplicación de los Estatutos, contrario al carácter y a las normas de la TCI.

Las secciones de la TCI dieron cumplimiento a la resolución sobre cotizaciones adoptada en la Illa. Conferencia, a excepción de la LOP, quien no envió su cotización, y del POR (B), cuya situación fue objeto de una resolución. Se resolvió mantener la misma escala de cotizaciones hasta la próxima Conferencia.

La Conferencia tomó conocimiento que un grupo de compañeros invoca en una publicación su carácter de “militantes peruanos de la TCI” y resolvió exigir de esos compañeros que cesen con esa actitud, en aplicación de los Estatutos de la TCI.
La próxima Conferencia de la TCI se realizará en el mes de abril de 1982.

Resolución sobre cotización 

La IV Conferencia de la TCI ha recibido una comunicación del POR (Bolivia) en la que se dice: “Como ya indicamos en el pasado (hubo una resolución del CC que enviamos a la TCI) no podemos cotizar tal como se acordó en la última Conferencia, porque estamos acumulando para dar un salto en la medida en que se presenten buenas condiciones.”

El delegado mandatado por el POR (B) ha declarado que este planteo debe entenderse como una solicitud de eximición de la cotización por un período de tiempo, dadas las dificultades de la sección boliviana.

(…)

La IV Conferencia solicita al CC del POR qué formule una propuesta respecto al período en que pretende ser eximido de cotización.