«La guerra civil en Francia» Resumen de la obra de Marx

Seguimos con la campaña de defensa de la Comuna de París. A continuación presentamos un resumen de la obra «La guerra civil en Francia», de Marx

Sólo unos días después de los sangrientos episodios de la Comuna, el 30 de mayo de 1871, Marx presentó al Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) su penetrante análisis de los hechos, titulado «La guerra civil en Francia – Mensaje del Consejo General de la AIT». El folleto, dividido en 4 capítulos, se difundió ampliamente en 1872, traducido a varios idiomas. En 1891, con motivo del 20º aniversario de la Comuna (ocho años después de la muerte de Marx), Friedrich Engels decidió agregar «La guerra civil» los dos primeros mensajes de Marx a la AIT sobre la guerra franco-prusiana de 1870. El conjunto de estos escritos, que incluyen también una magnífica introducción de Engels, está ahora a disposición de la vanguardia militante de todos los países. En ellos es posible vislumbrar la profundidad con la que Marx trató de explicar el significado trascendental de la Comuna, así como de exponer, con trazos vigorosos, sus principales conclusiones sobre este trascendental acontecimiento. Veamos algunas de ellas.

 

La Comuna demostró que los intereses «nacionales» de la burguesía no son más que la defensa hipócrita de sus intereses de clase

Con la caída de la monarquía de Luis Bonaparte, se cierra el cerco del ejército prusiano sobre Francia. Los obreros que tomaron desesperadamente la causa de la defensa de París, contra los deseos del nuevo gobierno republicano, se convirtieron en una amenaza. El gobierno quería la rendición; los obreros, la lucha. Para Marx, París armada era de hecho la revolución armada. La victoria militar del París asediado, o más bien de su Guardia Nacional, compuesta por obreros, significaría la victoria de los trabajadores, no sólo sobre el invasor prusiano, sino principalmente sobre el gobierno capitalista de Thiers. Ante el conflicto entre el deber nacional (la defensa de Francia) y los intereses de clase (la salvaguarda de la propiedad privada), la burguesía no perdió tiempo en preparar la capitulación, siempre y cuando significara la conservación de sus posesiones, propiedades y fuentes de riqueza. Bajo la bandera de «el gobierno de salvación nacional nunca capitulará», se preparó la capitulación más deshonrosa y abyecta. Los adversarios externos, Francia y Prusia, llegaron a un acuerdo y sellaron una alianza para aplastar a la Comuna. Esto desenmascaró la fanfarronería y la palabrería patriótica de la burguesía. Demostró que las rivalidades nacionales terminan donde comienza la amenaza a la propiedad privada.

 

La Comuna reveló la podredumbre de la clase burguesa, su villanía, deshonra y engaño

Empezando por Adolphe Thiers, estigmatizado por Marx como el «gnomo monstruoso», el gobierno de la república, proclamado el 4 de septiembre, no era más que el club de los más repugnantes sinvergüenzas, bandidos y estafadores de la peor especie. Los diputados «rurales», terratenientes, la aristocracia, los legitimistas, los orleanistas y los bonapartistas, con sus ministros sin escrúpulos, añoraban el viejo orden de saqueo del erario, de las ostentaciones y de la vida bohemia, a costa de los asalariados, los esclavos modernos. Se dice que en la huida de los sinvergüenzas burgueses a Versalles, hasta los ladrones comunes los acompañaron, pues sabían que no tendrían lugar en el París revolucionario. La Comuna, apoderándose de los numerosos documentos y papeles abandonados en la precipitación de la huida, los publicó, mostrando la interminable orgía de sus innominablest fraudes.

Cuando llegó el momento de enviar plenipotenciarios a Francfort, como exigió Bismarck, en ultimátum a Thiers, para efectuar la firma de la infame paz, Jules Favre no escatimó esfuerzos para presentarse como el más humilde lacayo para cumplir con todas las condiciones de Berlín. Ninguna manifestación de orgullo propio, de honor y de alteridad. Todo lo contrario de lo manifestado contra la Comuna: odio ciego, furia asesina, bestialidad salvaje, lanzando la «soldadesca mercenaria» para exterminar a los “communards”. La Comuna, aunque en minoría, luchó valientemente hasta la última barricada. Al sucumbir, cayó con toda la dignidad y nobleza de los que no se venden ni se corrompen; de los que, por el contrario, desafían a la depravada sociedad burguesa, con la bandera roja en la mano, proclamando la emancipación de toda la humanidad.

 

La indulgencia de la Comuna fue ampliamente aprovechada por sus enemigos

Los soldados que se unieron a la Comuna y fusilaron los generales Lacomte y Clèment Thomas actuaron con toda prontitud y determinación. Esta determinación le faltó a la Comuna, que cometió el error de dejar marchar al «gobierno de la defensa nacional», ¡sin detener a un solo ministro! Incluso los ‘sergent de ville’ (policías) «que debían ser desarmados y arrestados», según Marx, pudieron irse tranquilamente a Versalles, para luego unirse a la contrarrevolución. Los monárquicos y los reaccionarios tuvieron incluso libertad para manifestarse en París, siendo reprimidos sólo cuando recurrieron a la acción armada, lo que provocó la muerte de dos combatientes de la Guardia Nacional, y algunos heridos. La toma de rehenes sólo fue llevada a cabo mucho tiempo después por la Comuna, mientras que Versalles recurrió a ella desde el principio, y los hizo acompañar del fusilamiento de los prisioneros, que cayeron en sus manos; recurso que la Comuna sólo aplicó en sus últimos días de vida. Marx menciona que uno de los errores más graves de la Comuna fue no haber marchado contra Versalles, cuando aún estaba desarmada, poniendo fin a las conspiraciones de Mirabeau-Mosca, Thiers. El precio de su magnanimidad fue la mayor carnicería obrera de la historia de Francia. El propio Flourens, prisionero en Versalles, pagó con su vida su error de conciliar con la gran burguesía en el intento de toma del poder el 31 de octubre de 1870. La ausencia de August Blanqui en París (encarcelado con Flourens desde los episodios de 1870 y amenazado constantemente de fusilamiento) contribuyó de alguna manera a la falta de una dirección firme de la revolución. No por casualidad, denunció Marx, el gobierno de Thiers se negó a liberarlo en la oferta de intercambio de rehenes con el cardenal Darboy, sabiendo que hacerlo «daría una cabeza a la Comuna».

 

La Comuna demostró que la dictadura del proletariado es el régimen de transición hacia la sociedad sin clases

La Comuna, como expresión política de la emancipación de los explotados, erigió un Estado nuevo, proletario, bajo los escombros del viejo aparato estatal burgués, demolido por los golpes de la revolución. La dictadura del proletariado, finalmente revelada en sus formas concretas, mostró que los oprimidos no necesitan ni el destacamento de hombres armados separados del pueblo, ni la pesada burocracia estatal para gobernar. La Comuna fusionó el ejecutivo y el legislativo, y eligió representantes de los explotados en los barrios pobres, bajo el principio de la revocabilidad del mandato. Según Marx, en el esbozo de organización nacional, que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, «se constata claramente que la Comuna debía ser la forma política incluso de las aldeas más pequeñas”. Cada localidad y pueblo debería autoadministrarse, «mediante una asamblea de delegados». La unidad de la nación no perdería nada con ello, sino que lograría por primera vez una verdadera unidad democrática, ni burocrática ni autoritaria. La dictadura proletaria creó las premisas para la completa supresión del Estado, y la restitución a la sociedad civil de las funciones, ahora monopolizadas por un cuerpo de tecnócratas y políticos de la clase dominante. El dominio político del proletariado, apoyado por el pueblo armado, para completarse, tendría que expropiar a toda la burguesía, y establecer su régimen como una transición necesaria hacia la sociedad sin clases, el comunismo.

 

La Comuna dio los primeros pasos hacia una economía planificada

Las condiciones económicas de una ciudad asediada, y sin medios financieros a su disposición, impusieron a la Comuna apenas medidas compatibles con su situación. Aun así, no fueron pocas las incursiones del gobierno, disciplinando la economía, el funcionamiento de las fábricas y prohibiendo los abusos de los empresarios. La Comuna estableció una nueva regulación del trabajo, aunque en general no expropió a la gran burguesía de su perímetro de dominación. La entrega a las organizaciones obreras de todos los talleres y fábricas abandonados por los capitalistas impuso ciertamente los primeros elementos, o incluso la primera experiencia de control y gestión obrera de la producción. «Con el trabajo emancipado», dijo Marx, «todo hombre se convierte en trabajador y el trabajo productivo deja de ser un atributo de clase». La Comuna creó las condiciones económicas para la transición al comunismo. Los medios de producción (tierra, fábricas, industrias y comercio), arrancados de las manos de la burguesía, dejan ya de ser capital, «medios de esclavización y explotación del trabajo», para convertirse en «simples instrumentos de trabajo libre y asociado». Ahí están las condiciones fundamentales para la liberación del hombre de sus propias relaciones económicas, que actúan como fuerzas ciegas que lo dominan y oprimen.

 

La Comuna reveló la importancia histórica de la alianza obrera con la pequeña burguesía y el campesinado

En 1848, la pequeña burguesía de París (comerciantes, artesanos, pequeños productores), luchando contra el proletariado, fue una de las responsables de la derrota de la insurrección de junio. Inmediatamente, recuerda Marx, ella fue «sacrificada sin ceremonia a sus acreedores» en el altar de la reaccionaria Asamblea Constituyente. Años de experimentos, decepciones y sacrificios llevaron finalmente a la pequeña burguesía urbana de París al lado de los obreros. La guerra la empujó por este camino, y la Comuna la obligó a elegir: la liberación con el proletariado, o la vieja humillación bajo el Imperio. Ella eligió lo primero. Este hecho, que no tiene nada de insignificante, reveló sin embargo dos grandes lecciones: 1) el proletariado, para llegar al poder, necesita ponerse a la cabeza de la mayoría oprimida, es decir, saber unir con él a la clase media urbana y a los explotados del campo; 2) demostró poseer todas las cualidades políticas y organizativas para atraer a su lado a la pequeña burguesía.

Para Marx, el grito de la Comuna a los campesinos «¡nuestra victoria es vuestra única esperanza!» indicaba acertadamente el significado de un gobierno obrero para los campesinos, cansados de los impuestos, las reparaciones, la usurpación de sus conquistas de 1789, el autoritarismo local, los intermediarios, los recaudadores de impuestos y otros «vampiros judiciales». El gobierno barato de la Comuna sería a la vez un alivio para sus rentas y la liberaría «de la tiranía de la guardia rural, del policía y del prefecto». El campesinado francés, que osciló en varias direcciones desde Luis Felipe (1830), hasta el Imperio de Napoleón III (1851), llegó a la guerra franco-prusiana cada vez más alejado de la aristocracia terrateniente y de sus emisarios de la Asamblea Nacional de Thiers. «Los `rurales» -decía Marx- “sabían que tres meses de libre comunicación de la París comunal con los provinciales desencadenaría un levantamiento general de los campesinos; de ahí su ansiedad en establecer un bloqueo policial alrededor de París.» Las condiciones estrictamente locales de la sublevación obrera, circunscrita a la capital francesa, y el poco tiempo de que disponía no permitieron forjar una alianza obrero-campesina. Sin embargo, no había duda de que éste era el gran secreto (y, por eso mismo, temido con horror por los versallenses) capaz de abrir las puertas a la victoria de la Comuna por todo el territorio francés.

 

La Comuna señaló el camino de la fraternidad internacional de los trabajadores

La noticia de la Comuna fue seguida con pasión por los trabajadores conscientes de todo el mundo. La París cosmopolita, que había acogido a los refugiados políticos del mundo durante décadas, ahora como la Comuna, les había dado «la oportunidad de morir por una causa inmortal». Desde su nacimiento, la Comuna proclamó como objetivo la liberación de todos los explotados. Se erigió como la patria internacional del trabajo, e hizo de la bandera roja su estandarte, pues representaba, no cualquier aspiración nacional, sino sólo la sangre derramada de los trabajadores. La Comuna acogió a todos los hijos de la clase obrera, que vinieron a luchar por ella y a compartir su destino. Numerosos extranjeros participaron en sus actividades, algunos asumiendo puestos de extrema responsabilidad. La Comuna demostró así que la lucha contra la burguesía y su régimen despoja a los trabajadores de todo el mundo de los peores prejuicios nacionales y los une en solidaridad internacional de clase. La Comuna, aunque asediada y condenada a sucumbir, hizo que el poder irresistible de su llamamiento, la fuerza moral de sus acciones, la audacia de quienes tomaron el cielo por asalto, tuvieran eco en toda la clase obrera de Europa y América del Norte. Sin embargo, el proletariado mundial, apenas despertado en sus primeros pasos en la independencia de clase, no pudo acudir al rescate de la gran Comuna. Sin embargo, las propias condiciones de su derrota no dejan lugar a dudas: no hay lugar para la victoria de los trabajadores más que mediante la revolución proletaria internacional.

 

(nota de MASSAS nº 633 – POR Brasil)

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