Brasil: El significado del movimiento golpista

Estaba claro que era imposible que el bloqueo de los camioneros y las manifestaciones frente a los cuarteles concluyeran en un golpe de Estado. El intento de los bolsonaristas más radicales de anular las elecciones nació muerto. La fracción burguesa que estaba detrás de la candidatura de Bolsonaro no se aventuraría en acciones que implicarían un levantamiento en los cuarteles. En particular, en lo que respecta a la fracción de la agroindustria, el logro de una aventura golpista sería perjudicial, sabiendo que tendrá que vivir con el nuevo gobierno no deseado.

El enfado de los camioneros y manifestantes fue la expresión más clara del descontento de las capas medias, que sirvieron de apoyo social a la campaña electoral del candidato de la ultraderecha. Por otro lado, la victoria de Lula estaba en los cálculos de una fracción burguesa, que ya no veía condiciones para seguir apoyando al gobierno de Bolsonaro. También hay que considerar la posición decisiva de los gobiernos de Estados Unidos y Francia, para que el resultado electoral fuera aceptado por los partidarios de Bolsonaro, entre los que se encontraban importantes representantes de las fuerzas armadas y del aparato policial.

Los bloqueos fueron clasificados como «disturbios» por la gran prensa. Este instrumento de la burguesía desempeña un papel de primera importancia, tanto para promover un golpe de Estado como para disuadirlo. Por eso Lula, el PT y el amplio frente burgués que se formó en la segunda vuelta se quedaron prácticamente al margen, esperando que la solución viniera del propio Bolsonaro. Bajo la intensa presión de los vencedores y sus partidarios, aunque sea circunstancial y llena de trampas, el perdedor se vio obligado a pedir el fin de la conflagración.

La policía no tuvo ningún problema en maquillar una represión, con la tropa de choque soltando algunas bombas de humo. Un contingente de la Policía Rodoviaria Federal  (PRF) llegó incluso a socorrer a los camioneros, pero no pudo pasar de la pasividad. En la segunda vuelta, hubo un precedente. El PT y sus aliados tuvieron que denunciar al comandante general de la PRF por el bloqueo de carreteras, principalmente en el Nordeste, bajo la justificación de la inspección y la seguridad en las carreteras, con el claro objetivo de aumentar la tasa de abstención, que sería favorable a Bolsonaro.

Llama la atención que gran parte de las fuerzas armadas y la policía se hayan perfilado en torno a la candidatura de Bolsonaro. Es el brazo armado del Estado burgués el que en última instancia decide y ejecuta un golpe de Estado. Lo que ocurrió en 1964 y los años de dictadura militar que siguieron son la prueba de la mecánica de un golpe de Estado.

Sin embargo, el hecho de que el golpe fuera inviable no puede ser una razón para ignorar que ha surgido un movimiento reaccionario concreto, cuyo objetivo era instar a las fuerzas armadas y a la policía a dar un golpe contra el resultado electoral. Lo fundamental que ocurrió no es el fracaso del golpe, que era previsible, sino la disposición de un sector pequeñoburgués y burgués para hacer imposible la investidura de Lula. Esta fuerza social actuó en base a la profunda polarización que dividió a las masas casi por la mitad.

El escaso margen de votos que dio la victoria al candidato petista y el enorme desempeño electoral de Bolsonaro en el Centro-Sur, Sur y Sudeste estuvieron en la base de la impugnación del resultado del 30 de octubre. También hay que añadir la fuerza electoral de la derecha y la ultraderecha, que se expresó en la elección de un gran número de parlamentarios y gobernadores. No por casualidad, Lula y sus aliados tuvieron que recurrir al frente amplio, incluidos los grandes partidos de centro-derecha, que fracasaron en el intento de hacer viable la llamada «tercera vía».

De modo que el gobierno de Lula nació dependiendo, por un lado, de los principales opositores, que encabezaron el golpe institucional contra Dilma Rousseff en 2016; y acosado, por otro, por la derecha y ultraderecha alineada al bolsonarismo. Es un indicador de que la mayor probabilidad es que Lula dirija un gobierno sobre un terreno inusual, si no sobre arenas movedizas.

Los aliados de centro-izquierda aprovecharán al máximo la presión de la oposición encarnada por Bolsonaro y sus acólitos fascistizantes. El problema, por tanto, es observar cómo se mantendrán y desarrollarán las tendencias golpistas que, por el momento, han sido disuadidas de avanzar hacia una aventura.

El gobierno de Lula y el frente amplio utilizarán sin duda las amenazas de la derecha, y especialmente de la ultraderecha, para aumentar aún más el grado de estatización de los sindicatos y de las organizaciones populares. La política de colaboración de clases lo tiene todo para adoptar esta forma. La política proletaria, necesariamente, tendrá que luchar entre dos fuegos, que han polarizado la disputa por el poder y arrastrado a los explotados.

La respuesta inmediata del POR al bloqueo de los camioneros y las manifestaciones por la intervención de las Fuerzas Armadas indicaron el rumbo de la lucha por la independencia de clase de los explotados. Por un lado, combatir todas las acciones de la derecha fascistizante, volcadas a derrocar al gobierno del PT; por otro, no dar ninguna forma de apoyo a la gobernabilidad burguesa que recaerá en Lula.

Los petistas y parte de la izquierda se manifestaron correctamente contra el movimiento golpista, pero apoyando al gobierno elegido. Todo ello en nombre de la democracia y el Estado de Derecho. Estas fuerzas se alinean en torno a la estrategia de defensa de la gobernabilidad capitalista. El problema es que arrastran a las centrales sindicales, a los sindicatos y a los movimientos corporativos detrás de objetivos históricos opuestos a los del proletariado.

Las respuestas de la vanguardia con conciencia de clase, por el contrario, están determinadas por la estrategia de la revolución proletaria, que implica la lucha por la toma del poder estatal y la constitución de un gobierno obrero y campesino. Este es el contenido de clase y el punto central que surgió en el proceso de polarización electoral, y que culminó con el movimiento golpista de los camioneros, que fue acompañado de manifestaciones en las puertas de los cuarteles.

Como puede verse, tras las elecciones, la crisis política no sólo se mantiene, sino que tiende a agravarse. La defensa del programa de los explotados, defendida en la campaña del Partido Obrero Revolucionario, la aplicación de los métodos de la lucha de clases y la confrontación con la política de colaboración de clases tomarán nuevas dimensiones bajo el gobierno de Lula y frente a la oposición fascistizante de los bolsonaristas.

(POR Brasil – Masas nº677)

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