50 años del golpe fascista en Chile

Sólo el proletariado puede condenar con su programa el golpe fascista de Pinochet

El Presidente chileno Gabriel Boric preparó una gran celebración para condenar el golpe fascista del 11 de septiembre de 1973 y defender la democracia. La mayoría de los gobiernos latinoamericanos siguieron la misma línea. Es como si la democracia y la dictadura fascista no fueran regímenes políticos diferentes dentro del sistema capitalista. Pero la verdad es que son expresiones diferentes de la dominación de la misma clase social, la burguesía. Aunque no son indiferentes a la lucha emancipadora del proletariado, tanto la democracia como el fascismo tienen como denominador común la dictadura de clase de la minoría explotadora sobre la mayoría explotada. Ya sea bajo la democracia o bajo la dictadura fascista, ambos regímenes se basan en la preservación de la propiedad privada de los medios de producción y en la mejor forma posible de explotación del trabajo. La clase obrera y demás trabajadores luchan contra el fascismo para acabar con la dictadura de clase de los capitalistas, no para perpetuar la democracia burguesa. Del mismo modo, luchan contra la democracia para que la burguesía no la sustituya por el fascismo en determinadas condiciones de crisis profunda del poder de los capitalistas, y para derrocar al Estado burgués, poniendo fin a la dictadura de clase de los explotadores, que será suplantada por la dictadura de clase del proletariado y su democracia de clase.

El fascismo, como se ha demostrado históricamente, es el último recurso del gran capital, reconocible en una época de dominación imperialista, para preservar la dictadura de clase de la burguesía y las correspondientes relaciones de propiedad. No es casualidad que surgiera en los países con economías avanzadas, cuya máxima expresión se encuentra en Alemania con la experiencia nazi. La dictadura fascista destruye físicamente a la vanguardia revolucionaria y a parte de las direcciones sindicales y populares; clausura los sindicatos; acaba con el sistema de partidos que sustenta la democracia; e impone el terror a las masas y sus movimientos. Estos son los efectos del golpe del general Pinochet, similares a los de Hitler. Sin embargo, como tuvo lugar en un país atrasado y semicolonial, las raíces del fascismo chileno se encuentran en el imperialismo, que gobierna las relaciones mundiales a través del capital financiero y los monopolios. Sus raíces siempre han estado al descubierto, pero se han hecho aún más visibles con la apertura de parte de los archivos de la CIA. El presidente estadounidense Richard Nixon intervino en la crisis política que se agudizó en Chile con la victoria electoral del Frente Popular, creado por el Partido Socialista (PS) y el Partido Comunista (PCCh).

Brasil fue un actor clave en América Latina en la preparación, ejecución y consolidación del derrocamiento del presidente socialdemócrata Salvador Allende. La dictadura militar del general Garrastazu Médici puso a los servicios secretos, militares y empresarios brasileños a disposición de los generales, empresarios y partidos chilenos, que se sintieron fortalecidos por el apoyo del imperialismo norteamericano y de la dictadura brasileña.

No hay forma de atribuir los horrores de las detenciones masivas, los campos de concentración, las torturas, los asesinatos y la desaparición de cadáveres únicamente a Pinochet y su camarilla fascista. No se trata sólo de uno de los golpes más sangrientos y bárbaros de América Latina, sino de un golpe fascista preparado por Estados Unidos y alimentado por Brasil. No se trata sólo de militares oscurantistas, sino de la acción de la burguesía imperialista, dirigida desde Washington, y de la burguesía semicolonial de Chile, Brasil, Argentina y otros países del continente. Formo parte del Plan Condor que también golpeó en Bolivia, un Uruguay y Argentina. Su decisión era no permitir otra Cuba en América Latina.

En Chile, producto de la debilidad de su burguesía nacional y a las particularidades de su tradición democrática, fue posible gestar un movimiento impulsado por el PS y el PCCh para realizar tareas democráticas para la nación oprimida, como la reforma agraria, el control estatal de los recursos naturales, la reducción de las desigualdades sociales, etc. La tesis de Allende, seguida por el estalinismo, de que se trataba de lograr el cambio socialista a través de la democracia, pretendía convencer a los explotados de que la burguesía estaba dispuesta a aceptar la vía pacífica, ya que el gobierno de la Unidad Popular (UP) se oponía a los métodos y medios de la revolución violenta. La vía pacífica de la «revolución socialista» garantizaría cambios graduales, sin violar las relaciones capitalistas de producción. El gobierno del Frente Popular podría negociar cambios con sectores de la burguesía, de modo que se garantizara la propiedad privada grande y pequeña. Las estatizaciones se limitarían a ciertos sectores de seguridad nacional, como las reservas naturales y la industria minera. Las nacionalizaciones serían constitucionales y se garantizaría una indemnización a los capitalistas.

Básicamente, el gobierno de Allende se basaba en el nacionalismo burgués y pequeñoburgués, que como tal recurre al capitalismo de Estado. La bandera del socialismo democrático era conveniente para formar el Frente Popular con el PCCh, oscureciendo los ojos de la clase obrera y atrayendo a la pequeña burguesía rural y urbana. Bajo este lecho de rosas se agudizaban las contradicciones económicas y sociales. El imperialismo no estaba dispuesto a ceder pacíficamente el control de las ricas reservas naturales, los terratenientes reaccionaban contra la reforma agraria, la Iglesia excomulgaba al supuesto marxismo, el movimiento social se fortalecía con la esperanza de que el gobierno de la UP pudiera cumplir su programa electoral y, sobre todo, los cordones industriales amenazaban a la gran propiedad y la situación mundial era la de la ofensiva del imperialismo en la «guerra fría» contra la URSS, China y Cuba. Los movimientos anticoloniales y de liberación nacional estaban en ebullición. El imperialismo y las burguesías latinoamericanas, incluida la chilena, cercaron al gobierno de la UP. Caracterizaban que ese gobierno sería desbordado por la radicalización popular. Promovieron una crisis económica sin precedentes, en medio de la cual Estados Unidos y Brasil orquestaron la revuelta de los camioneros. Con el desabastecimiento, aumentaron las fuerzas centrífugas de la crisis política.

Las manifestaciones contra Allende se basaban en el sentimiento de las masas de que no había forma de que la UP resolviera los problemas. Crecían las reacciones de los terratenientes contra los campesinos, que no estaban preparados para reaccionar. Los cordones industriales, que chocaban con las direcciones de la izquierda reformista y el gobierno, fueron reprimidos y desarmados por Allende y fueron siendo aislados de la mayoría oprimida. El imperialismo puso en marcha una gran operación destinada a la contrarrevolución. En el centro de las maquinaciones y regimentaciones fascistas estaba el general Pinochet, que era comandante en jefe del ejército chileno y, por tanto, hombre de confianza de Allende.

El golpe se preparaba a la vista de la Unidad Popular. Los partidos de derecha y ultraderecha, bajo la dirección del Partido Demócrata Cristiano, controlaban el Congreso Nacional, obstruían la gobernabilidad y servían a la trama golpista. La clase obrera, desarmada de su partido revolucionario e influenciada por el frente político de colaboración de clases del Frente Popular, no tenía forma de transformar los cordones industriales en una trinchera para resistir la marcha del golpe fascista. Sin el armamento de los obreros y campesinos, los generales fascistas tenían todas las facilidades para planear con los EEUU el derrocamiento violento del gobierno y liquidar físicamente a la vanguardia, en su gran mayoría subordinada a la utopía de transformaciones pacíficas y graduales a través de un gobierno electo y el mantenimiento del parlamento.

La experiencia demuestra que el movimiento golpista nació en el seno de la propia democracia y a la vista de la Unidad Popular, que asistió a su caída sin recurrir al levantamiento de las masas ni al armamento de los explotados. Pinochet, rodeado de militares, policías, empresarios, partidos abiertamente contrarrevolucionarios, obispos, monjas, abogados, jueces, en fin, rodeado de las fuerzas que conforman la dominación de clase, y apoyado por los gobiernos de Nixon, Kissinger, Medici y toda la reacción burguesa de América Latina, envió a la Fuerza Aérea a bombardear el Palacio de La Moneda en una operación de guerra, cuando ni siquiera existía un movimiento armado capaz de resistir y derrotar a la contrarrevolución mediante la guerra civil. La corriente más izquierdista, pero que se mantuvo subordinada, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de orientación castroguevarista, intentó recurrir a las armas, pero quedó completamente aislada y en una situación de desesperación pequeñoburguesa, ya que nada podía hacer ante el derrocamiento pasivo del gobierno, el PS y el PCCh.

Allende prefirió la muerte a la huida, para poder conservar la memoria de un gobierno burgués que hizo creer a los explotados que era posible llevar a Chile al «socialismo» mediante la democracia burguesa, manteniendo el poder de los grandes dueños de los medios de producción y la convivencia pacífica con Estados Unidos, el imperialismo en general y los gobiernos latinoamericanos verdugos de sus pueblos. Los tanques ocuparon las avenidas de Santiago. La policía comenzó a detener en masa. El Estadio Nacional estaba preparado para convertirse en un campo de concentración y ya se habían instalado clandestinamente centros de tortura. Así, los fascistas vencerían por los métodos de la guerra y el terror.

El gobierno de Allende se negó a preparar una reacción contra el fascismo. Y las organizaciones obreras y populares fueron, sobre todo, desarmadas ideológica y políticamente por la política de colaboración de clases, por el Frente Popular urdido por el PCCh y el PS y por un gobierno burgués de características típicamente pequeñoburguesas. La clase obrera, los campesinos y las capas de la pequeña burguesía pagaron caras las ilusiones del «socialismo por vía democrática y gradual». Sus destacamentos de vanguardia fueron golpeados por la muerte y la mutilación política.

La tragedia chilena no debe ser motivo para ocultar la verdad histórica. El Frente Popular y el gobierno de la Unidad Popular de Allende son responsables de una gran traición. Esta verdad aún debe ser expuesta, ya que es una tarea que sólo un partido revolucionario puede cumplir. Dado el carácter embrionario del Partido Obrero Revolucionario (POR), miembro del Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional (CERCI), este objetivo es una condición para el propio desarrollo de la vanguardia con conciencia de clase, que pondrá en pie el partido marxista-leninista-trotskista.

En estos 50 años transcurridos desde el golpe fascista, se refuerza la necesidad de avanzar en la construcción del partido basada de esta terrible y rica experiencia. El programa que se elabora está profundamente marcado por la comprensión histórica de la contrarrevolución fascista, que condujo, por responsabilidad de la Unidad Popular, a una gran regresión política e ideológica que habrá que superar. En el momento en que la vanguardia con conciencia de clase dé un paso en la construcción en el seno del proletariado, se producirá un salto de calidad en la lucha de clases por la revolución socialista. El triunfo de un golpe fascista, en condiciones de retroceso general de las fuerzas revolucionarias, como ocurrió en los años 70 y 90, no sólo ha silenciado a Chile, sino también a América Latina. El pinochetismo aún no ha sido superado. Esto sólo ocurrirá con la construcción del partido proletario y el avance de la lucha de clases hacia la revolución social.

Los acontecimientos de los años 70 en Chile tienen mucho que ofrecer al proletariado latinoamericano y a su destacamento más avanzado. El actual gobierno chileno, construido en torno al presidente Boric, refleja plenamente el atraso en la tarea de desarraigar al pinochetismo de la vida nacional. Siete años después del golpe, en septiembre de 1980, Pinochet consiguió celebrar un referéndum para que los chilenos aceptaran la prolongación de la dictadura, aprobando una constitución a su imagen y semejanza. Hubo que esperar hasta 1988 para que el referéndum alcanzara una mayoría que impidiera la permanencia del dictador fascista en el poder. Aun así, el 44% de la población votó a favor de su permanencia en el poder. Las elecciones presidenciales de diciembre de 1989 eligieron a Patricio Aylwin, del Partido Demócrata Cristiano, como representante de la Concertación de Partidos por la Democracia. El mismo partido que ayudó a Pinochet a dar el golpe pasó a ocupar el poder del Estado. Aliado con la Democracia Cristiana, el PS de Allende formaba la Concertación. La transición de la dictadura a la democracia se venía preparando desde la crisis de 1982, cuando se formaron la Alianza Democrática y el Movimiento Democrático y Popular y aparecieron los primeros signos de protestas populares. Pinochet abandonó el poder en 1990, pero dejó tras de sí su legado autoritario. Murió sin haber recibido ningún castigo. Incluso en Chile sigue habiendo archivos secretos sobre los crímenes de la dictadura.

Los gobiernos de la Concertación -PDC y PS- son los principales responsables de la fuerza del pinochetismo que aún impulsa la ultraderecha. La democracia de Allende albergó el golpe fascista; y la democracia de Aylwin y la Concertación protegió el legado pinochetista. El fin de ciclo de la Concertación, marcado por los gobiernos de Ricardo Lago y Michelle Bachelet, ambos del PS, dio paso a la elección de Sebastián Piñera, candidato de la derecha que proviene del pinochetismo. Es evidente que la dictadura fascista se ha transformado en una democracia gobernada por los mismos protagonistas de los años setenta, dado que el PCCh se ha aferrado a la política de colaboración de clases. En octubre de 2019, Piñera reprimió violentamente las multitudinarias manifestaciones populares, dejando 30 muertos y cientos de heridos. Bajo la democracia restaurada, se reveló la dictadura de clase de la burguesía.

Toda la pretensión de que Chile se había modernizado bajo los 17 años de dictadura de Pinochet se vino abajo. Se agudizaron las contradicciones capitalistas de un país semicolonial y se puso de manifiesto la polarización entre la riqueza concentrada y la pobreza generalizada. El gobierno asesino de Piñera atestiguó el fracaso del retorno a la democracia y del objetivo de librar al país del pinochetismo. En diciembre de 2021, el candidato Gabriel Boric fue elegido por la coalición de su partido Convergencia Social con el PCCh y otras corrientes de izquierda. La bandera de la sustitución de la Constitución pinochetista, que había sido renovada, fue el principal fracaso del nuevo gobierno, cuya alianza con el PCCh garantizaba la presencia de una fuerza del pasado responsable de la UP. La mayoría rechazó tanto a la derecha y la ultraderecha, como al centro-izquierda que representaba a los viejos partidos de la burguesía. La izquierda reformista liderada por Boric demostró ser típicamente pequeñoburguesa. Rápidamente reveló sus debilidades y su impotencia política. Los prematuros síntomas de agotamiento reflejan el proceso de desintegración del capitalismo en Chile, como parte de la crisis mundial.

Boric intentó aprovechar el 50 aniversario del golpe fascista para hacer hincapié en la democracia burguesa. Sin embargo, se vio obligado a reconocer la inestabilidad de su gobierno, que sirvió para canalizar la revuelta popular con el fin de convertirse en presidente de la República. La Convergencia Social y el PCCh son responsables de inflar las ilusiones de que las necesidades de los explotados serían satisfechas por un gobierno de izquierda democrática, ilusiones de que se podría terminar con la Constitución pinochetista sin tocar sus bases materiales. En este sentido, han servido al objetivo de la burguesía y del imperialismo de contener la revuelta de las masas. El político pequeñoburgués, que saltó a la fama tras las luchas estudiantiles de mayo de 2006 bajo el gobierno de Bachelet, habló en la ceremonia del 50 aniversario diciendo que «la democracia no está garantizada, y es deber de la democracia velar por el bienestar de la población. Cuidar del medio ambiente, de las mujeres. Eso es cuidar la democracia». El impostor, al que la izquierda siguió en las elecciones, presentó la Asamblea Constituyente como la vía para fortalecer la democracia, dejar atrás la dictadura de Pinochet e iniciar un proceso de reducción de las desigualdades sociales y de las más diversas formas de opresión. La Asamblea Constituyente fracasó y todos los problemas nacionales y sociales continúan sin visos de solución. Por el contrario, la tendencia es que la crisis chilena se agrave.

La burguesía no tiene más remedio que descargar la descomposición del capitalismo sobre la mayoría oprimida. El gobierno boricua no tiene forma de presentar un camino contrario. Por eso aprovechó las protestas demagógicas del 50 aniversario de la dictadura para afirmar que «la democracia no está garantizada». La derecha y ultraderecha pinochetistas se han preservado precisamente por el compromiso entre los partidos de la burguesía para retomar la caricatura de una nueva democracia, es decir, la democracia de la Concertación. El gobierno de Piñera asesinó y mutiló manifestantes, sin que les pasara nada a los represores del pueblo. ¿Por qué? Porque ocurrió en democracia. Boric venció al candidato de la derecha pinochetista, José Antonio Kast, y Piñera dejó la presidencia impunemente. Esa es la verdadera democracia. La democracia de la burguesía, que funciona como el mejor régimen político para su dictadura de clase.

La ceremonia en La Moneda -a la que asistieron innumerables jefes de Estado latinoamericanos y representantes de los países imperialistas para condenar la matanza, la tortura y todos los horrores perpetrados por el golpe fascista del 11 de septiembre de 1973- pone al descubierto el grotesco cinismo de la política burguesa. Corresponde a la clase obrera y al resto de los trabajadores de Chile acabar con el pinochetismo acabando con el capitalismo. Las experiencias de la vía pacífica al socialismo del PS y el PCCh son parte del doloroso aprendizaje de los explotados. Constituyen la base de la lucha contra todas las variantes del reformismo, el pacifismo y el democratismo.

Chile avanza hacia la revolución proletaria, única vía al socialismo El problema radica en la ausencia de un partido revolucionario, que se encuentra en estado embrionario de construcción. El futuro de la revolución está en sus manos y en las de la vanguardia aún dispersa que está despertando en Chile. La clase obrera de América Latina y de todo el mundo debe luchar contra el fascismo, así como contra el democratismo burgués, de acuerdo con el programa y las tareas de la revolución proletaria.

Acabar con el capitalismo para acabar con el fascismo

¡Viva la lucha de los explotados chilenos por su liberación de la dictadura fascista de Pinochet y de la cadena capitalista que los esclaviza!

¡Construir el Partido Obrero Revolucionario en Chile!

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