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La unidad nacional del Frente de Todos es bajo la dirección del sector más oligárquico y antinacional de la burguesía

(Editorial de MASAS nº 375)

El gobierno ha planteado desde antes de asumir que haría un gobierno de “todos”, un gobierno de “unidad nacional”. Que venía a superar divisiones y grietas. Como si fuera posible disolver los antagonismos entre una ultraminoría que nos oprime, que es dueña de todo, que vive saqueando el país y una mayoría cada vez más pobre, más desocupada, más precarizada. Como si fuera posible conciliar los intereses del capital financiero y los de la Nación oprimida.

Los partidarios del gobierno, muy afectos a los símbolos, durante años ha criticado aquel acto del 2016, de los 200 años de la “Independencia”, cuando Macri invitó nada menos que al Rey de España para decir “lo angustiados que debían estar los patriotas a la hora de tener que declarar la Independencia”.

Plenamente consciente del valor de los símbolos, Alberto Fernández celebró el Día de la Independencia junto a todos los gobernadores (pieza fundamental de la gobernabilidad de Macri, que le garantizaron todas las leyes), las Cámaras empresarias del capital más concentrado (incluso la Sociedad Rural) y un representante de lo más nefasto de la burocracia sindical. El mensaje simbólico es claro. No hubo un descuido, no hubo errores. Hubo una clara definición política. Son los sectores empresarios que estuvieron detrás de la última dictadura y de Menem, están bañados de sangre, de entrega y la mayor corrupción, como bien lo denunció Hebe.

¿Cómo tragarse semejante sapo? La unidad nacional del Frente de Todos termina siendo dirigida por quienes respaldaron fuertemente a Macri. Hay una continuidad de intereses detrás de ambos gobiernos.

Una y otra vez el Gobierno jura que va a pagar la deuda externa. Jura que va a respetar los contratos y que no estatizará. Le creemos. Si toma estas medidas será obligado por la irrupción popular, o como medida de salvataje al capital.

Como señalamos desde el principio su política económica se estructura sobre un eje: pagar la deuda externa y llegar a un acuerdo con el FMI. Es una estafa política decir que saben cómo fue el saqueo, quiénes fueron los saqueadores, quiénes los cómplices, y a continuación decir que la vamos a pagar entre todos. Más que estafa es una traición a la voluntad popular.

Su política es de preservación de la gran propiedad de los medios de producción, la mayoría en manos de multinacionales o capitalistas nacionales. Por lo tanto no tiene ninguna capacidad para resolver los problemas urgentes de los oprimidos ni para desbloquear las fuerzas productivas. No es con “ellos”, es contra “ellos” que se empiezan a resolver los problemas.

Sus anunciados planes buscan una “solución” asistencial, atendiendo a la masa de desocupados y desesperados, con ayudas del Estado. Una economía que normalice la precarización, la informalidad, la marginalidad, los bajos salarios, la miseria. Son conscientes del drama que se vive y apenas se conforman con contenerlo. Saben que cuentan con la colaboración de los movimientos de desocupados que se jactan de su papel de amortiguadores del descontento, que han desnaturalizado completamente su origen piquetero. Y por supuesto cuentan con la colaboración de la burocracia sindical.

Aquellos sectores que apoyan a este gobierno y son críticos con estas políticas deben sacar todas las conclusiones. Deben romper con las ilusiones y retomar la idea de que es necesario recuperar la soberanía nacional, terminar con las políticas neoliberales, enfrentar el poder de las multinacionales, de los terratenientes, de los grandes medios de comunicación. Deben independizarse políticamente, romper el sometimiento a estas políticas miserables que nos terminan enterrando. Dejen de contar los votos de los diputados, dejen de calcular cuántos votos sacarán en las elecciones, ¡no es por ahí! El camino del legalismo, de las instituciones y los consensos están hechos para mantener la situación tal como está.

Sólo un gran movimiento nacional de lucha puede imponer el desconocimiento de la deuda externa, la recuperación de todas las empresas privatizadas, de todos los recursos, para hacer realidad la ruptura con el neoliberalismo. No es con discursos, no es con votos, no es en las mesas de negociación. La historia enseña que es en las calles, ocupando las fábricas, paralizando el país, que se puede defender a la nación oprimida contra los opresores. Y que sólo la clase obrera puede acaudillar esa rebelión, porque es la única clase que consecuentemente puede ir hasta el final, porque no tiene ninguna atadura con la gran propiedad privada.

Esta cuestión está en debate en todas partes. El capitalismo está en una etapa de descomposición sin retorno, nos ha llevado a una catástrofe y no puede garantizar sino la barbarie en todas sus dimensiones. No es en Argentina, en todos los países venimos sufriendo sobre nuestras espaldas estas crisis, que devienen de otras crisis y le seguirán otras y otras más, que nos dejan en una situación cada vez peor.

La clase obrera y el conjunto de los oprimidos, deben unir sus reclamos, coordinar sus luchas, pasar por encima de todos los diques burocráticos y de todas las mezquindades, los ocupados y desocupados, los activos y los jubilados, los afiliados y los que no al sindicato. Todos los trabajadores debemos unir nuestras fuerzas para pelear desde lo elemental que nos quieren arrancar. La fuerza de la clase obrera que se pone de pié podrá arrastrar a los demás oprimidos, también aplastados por la crisis. La unidad desde las bases es fundamental para romper todos los bloqueos. Debemos superar el aislamiento de todas las luchas que se están dando.

Al frente de los patrones que se someten al capital financiero le opondremos el frente único antiimperialista, de la mayoría oprimida, que luche por el propio poder político.

No hay salida bajo el capitalismo que no sea de barbarie. La respuesta a la crisis es luchar por nuestro propio gobierno un gobierno de la mayoría, conquistar por primera vez la democracia, instaurar un gobierno obrero-campesino (dictadura del proletariado), que expropie la gran propiedad de los medios de producción y los transforme en propiedad social. Esa es la única vía para empezar a construir el socialismo.

 

 

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