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Brasil: Rechazar el desvío del camino

Que las centrales, sindicatos y movimientos organicen la lucha por los empleos, salarios y salud pública. Que se posicionen por la estatización, sin indemnización, ocupación y control obrero de la FORD.

El cierre de Ford obligó a las direcciones sindicales a dejar de cruzarse los brazos. Los burócratas tuvieron que convocar asambleas cara a cara, organizar vigilias en las puertas de las fábricas, hacer protestas, llamar a parlamentarios y prometer unidad contra el desempleo.

Este hecho contundente siguió al cierre de una planta de Mercedes en el interior de São Paulo. Otros anuncios para el cierre de unidades fabriles, como 3M do Brasil y Yoki, encendieron más luces rojas. Estos casos son suficientes para verificar el proceso de desintegración económica que atraviesa Brasil. Pero la situación es mucho más grave. Los estudios indican que, desde 2015, se han cerrado 17 fábricas por día, totalizando 36.600. Solo en 2020, se extinguieron 5.500 plantas.

La crisis industrial aumenta el desempleo y potencia el subempleo. Refleja la regresión de la economía nacional, en un escenario mundial de destrucción masiva de las fuerzas productivas. Esto resulta en la mutilación de la fuerza laboral. Según cálculos del Dieese, solo la desactivación de Ford en Brasil resultará en más de 118.000 despidos, directos e indirectos. Así, crece el ejército de desocupados y subocupados, que, desde 2014, no ha dejado de crecer. Entre otras razones, la media de los ingresos de los trabajadores ha caído. Por eso avanzan la pobreza y la miseria de los explotados. Millones de jóvenes no ven la posibilidad de empleo. Son empujados al subempleo.

La desintegración del capitalismo ya no puede desarrollar las fuerzas productivas. La regresión industrial expresa la contradicción entre las fuerzas productivas avanzadas y las relaciones capitalistas de producción. A nivel mundial, hubo un exceso de capacidad productiva, sin un mercado correspondiente, que se estrecha cada vez más, debido a la explotación del trabajo, la creciente concentración de la riqueza y, por tanto, la regresión del desarrollo social. La crisis de la industria automotriz no es una excepción, aunque sea más destacada. En Brasil, la capacidad instalada es de 5 millones de unidades, hoy mueve solo la mitad de ese potencial. Resulta que los planes de desarrollo del pasado se topan con las leyes económicas del capitalismo. Gran parte de los recursos estatales se canalizaron hacia el sector automotriz, en la creencia de que, por esta vía, se aseguraría el desarrollo nacional y, con él, el desarrollo social.

Los avances en ciertos sectores monopolistas -el más expresivo fue el automotriz- incrementaron la concentración de la riqueza en un polo y la pobreza de las masas en otro. Provocaron grandes desequilibrios en el desarrollo general de las fuerzas productivas nacionales. Basta ver la composición histórica de la gigantesca deuda pública, para ver cómo los monopolios y el capital financiero saquearon los recursos y terminaron levantando poderosas barreras al desarrollo económico y social de Brasil. El cierre de Ford es un hito en la regresión de las fuerzas productivas nacionales y, en particular, de la industria automotriz.

Los dirigentes sindicales se vieron obligados a romper su larga cuarentena, para mostrar que hacían algo, ante el gran ataque de Ford a la clase obrera y a la economía brasileña. Empezaron, sin embargo, por trazar un camino que desvía la resistencia de los metalúrgicos y del proletariado en su conjunto. Condicionaron las asambleas a la espera de la apertura de negociaciones con la montadora. Presentaron como perspectiva la obtención de un acuerdo de indemnización. Montaron una vigilia en la puerta de la fábrica, en la que poco o nada pueden hacer. Y montaron una campaña publicitaria en torno a la desindustrialización, la necesidad de un plan de desarrollo nacional abstracto, la llamada de atención a las autoridades del gobierno y la crítica parlamentaria al gobierno de Bolsonaro. Estas respuestas derrotistas amortiguaron el impacto de la declaración de Ford sobre la decisión de irse de Brasil, independientemente del rastro de despidos.

El agravamiento de la pandemia, el cuadro de barbarie en la Amazonía y el inicio fraudulento de la vacunación cubrieron la débil resistencia de los metalúrgicos. Ahora el Frente Brasil Popular (PT) y el Frente Povo Sem Medo (PSOL) han salido de las catacumbas, para reabrir la temporada para el impeachment a Bolsonaro, comenzando con una caravana, bien al gusto de la pequeña burguesía.

El Partido Obrero Revolucionario llama a los trabajadores, la juventud oprimida y la vanguardia con conciencia de clase a rechazar esta desviación, montada por la burocracia sindical y las direcciones reformistas. La tarea del momento es organizar un movimiento nacional en torno a la estatización de Ford, sin indemnización, ocupación de fábricas y control obrero de la producción. Exigir la estatización al gobierno de Bolsonaro y a los gobernadores es la mejor manera de demostrar, por experiencia, que son, sobre todo, burgueses, independientemente de sus orientaciones políticas del momento. Es la mejor manera de mostrarle al proletariado y demás explotados que los gobiernos burgueses son servidores del imperialismo, las multinacionales y el capital financiero. La defensa de la ocupación fabril y el control obrero es el método de lucha que objetivamente coloca la situación y es la condición para unir a la clase obrera en defensa de la estatización de las fábricas cerradas, contra los despidos y por los empleos.

(Tomado de Massas n°627, Editorial, 24 de enero de 2021)

 

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