Brasil: Recuperar la fuerza del movimiento obrero y popular

Está claro que la pandemia continuará a lo largo de este año. El hecho de haber resistido durante doce meses, sin que los gobiernos hayan tomado medidas efectivas para controlarla, indica que todavía causará muchas más muertes, y seguirá siendo un factor importante de la crisis económica. Por mucho que el gran capital -banqueros, inversores, industriales y comerciantes- presione a Bolsonaro y a los gobernadores para que se pongan de acuerdo en las medidas para contener la pandemia, no hay forma de superar las divisiones. Además de eso, es demasiado tarde, ya que los contagios se ha extendido por todo el país, ha penetrado profundamente en la población y sigue su curso, con mutaciones y volviéndose más letal. Podría superar rápidamente los 400.000 muertos.

Las medidas parciales y locales de aislamiento social sólo frenan un poco la velocidad de los contagios, pero no la reducen de forma sensible. La prolongación de la pandemia hace retroceder la economía mes a mes y agrava las condiciones estructurales de pobreza y miseria de las masas trabajadoras. La vacunación se está llevando a cabo, pero su lentitud no se corresponde con la velocidad de los contagios, el agotamiento del sistema de salud y las muertes. Se ha llegado al extremo de que faltan medicamentos y oxígeno en los hospitales para el funcionamiento de las UCI.

Brasil acabó ocupando el epicentro de la crisis sanitaria, antes ostentado por los Estados Unidos. Su condición de país capitalista atrasado, y el hecho de que gran parte de la población sobrevive en la pobreza y la miseria, muestran la dimensión de la bancarrota histórica de la burguesía. Sus gobernantes se han mostrado incapaces de utilizar todos los recursos para contener el virus y proteger a la mayoría oprimida. Esta incapacidad se debe a su sumisión a los monopolios y a los acreedores de la deuda pública.

El programa de emergencia, acordado por el gobierno federal y el Congreso, sirvió a los intereses del gran capital y, en mucha menor medida, a los pequeños y medianos capitalistas. No cubrió las necesidades básicas de la población pobre y miserable; no evitó una ola de despidos y la elevación del desempleo a un nivel nunca visto.

La reducción de la ayuda de emergencia, de R$ 600,00, a R$ 300,00, y su extinción, en diciembre de 2020, expusieron una planificación en completo desacuerdo con el avance de la pandemia. El aumento de los contagios y de las muertes, ya en enero, se produjo en condiciones en las que ya no existía la ayuda de emergencia y los capitalistas seguían destruyendo los puestos de trabajo. La reanudación de las negociaciones entre Bolsonaro y el Congreso concluyó en la ayuda de emergencia de R$ 150,00, R$ 250,00 o 375,00, dependiendo de la composición familiar. Se pagará en 4 cuotas a partir de abril. Aunque la ayuda sea tan ínfima, esta le corresponderá a sólo 45,6 millones, es decir, a 22,6 millones menos que el contingente que recibió los R$ 600,00, en el primer semestre del año pasado.

Bolsonaro dijo que lamentaba por el tan bajo valor, pero que era lo que el Tesoro Nacional podía pagar. Esta apreciación fue asumida por el Congreso Nacional y los gobernadores, que están en la oposición. Entre proteger a las masas pobres y a los acreedores de la deuda pública, Bolsonaro optó por matar de hambre a las masas y pagar gigantescos intereses a los banqueros. Es en esta decisión que se refleja la quiebra histórica de la burguesía y, en consecuencia, de su Estado.

Se cayó la máscara de la oposición parlamentaria reformista y de la burocracia sindical, que había acudido a los explotados para decir que la ayuda de emergencia de 600 reales era una victoria contra Bolsonaro. Ahora bien, los colaboracionistas gritaron que era demasiado poco, pero no hicieron nada para organizar un movimiento por una ayuda de emergencia que correspondiera, al menos, a los cálculos del propio Dieese. No tenían nada que hacer contra la connivencia del Congreso Nacional con Bolsonaro, porque organizar la movilización de las masas chocaría con la política burguesa de aislamiento social. Lo único que les quedaba a las direcciones de los sindicatos y de las centrales era utilizar la voluntad de una parte de las multinacionales de «contribuir” con el “lockdown” del 24 de marzo.

La orden de las direcciones sindicales es quedarse en casa, no hacer manifestaciones en la calle y no convocar asambleas. No importa si la ayuda de emergencia es una migaja, si el desempleo sigue creciendo y si el hambre se extiende. Para los burócratas, lo que debe hacer la clase obrera y los demás explotados es contribuir con los gobernantes y sectores de la burguesía que han decretado los aislamientos aquí y allá, evitando las huelgas, manifestaciones y protestas.

La política de colaboración de clases, en las condiciones de la pandemia y la crisis económica, es una de las mayores traiciones a los explotados en toda la historia social del país.

Los trabajadores están agotados por la prolongada pandemia, por los despidos y por el agravamiento del desempleo. Esta condición objetiva no puede ocultar la tarea de trabajar por la recuperación de las fuerzas del movimiento obrero y popular. Esto implica una lucha sin cuartel de la vanguardia revolucionaria contra la política de conciliación de clases de la burocracia y de los reformistas. La defensa de un programa de emergencia para los explotados y la organización de un frente único, basado en la democracia obrera y los métodos de acción directa, siguen vigentes.

 

(Masas 633, Editorial, 4 de abril de 2021 – POR Brasil)

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