Los terribles indicadores de pobreza tienen como contrapartida la mayor concentración de riqueza en una minoría
El Indec publicó los datos de pobreza: un 42% es pobre y un 10,5% indigente. En el caso de los menores hasta 14 años la pobreza llega al 58%. Aclara que el elevado índice en parte es por la pandemia pero que los índices venían empeorando desde 2018. Estos índices oficiales ya se parecen a los del 2001.
Para nosotros la medida de la pobreza es diferente a la del INDEC. Es pobre todo aquel trabajador que no alcanza a satisfacer todas sus necesidades más elementales, y que abarca a casi el 90% de la población que percibe ingresos por debajo de la canasta familiar.
Más de un tercio de los trabajadores está precarizado, ya sea en relaciones de dependencia informales o en empleos por cuenta propia. Fue y es el sector más afectado por la pandemia. 9 millones de trabajadores recibieron el IFE el año pasado en 3 pagos de $10.000 que no alcanzaron para nada.
Siempre la excusa de los funcionarios es que si no fuera por ellos todo habría sido peor. Porque su punto de partida es administrar la pobreza y no salir del estrecho marco del respeto a la gran propiedad privada.
Esos indicadores del Indec, al 31 de Diciembre, se agravaron por la inflación de este año ya que los ingresos de los trabajadores no se actualizaron ni siquiera para equiparar la inflación real.
Aquellos planes miserables del 2020 fueron desactivados este año para reducir el déficit fiscal, no porque hubieran notado una mejoría en la situación de los más pobres de los pobres. El crecimiento acelerado de los contagios y las medidas que toma el gobierno, vuelve a empujar a esos sectores al costado de la banquina.
Estamos frente a un problema estructural, no pasajero. La pobreza creciente, como el desempleo y la precarización vienen desde fines de los años ´70. La reprimarización de la economía del país destruyendo numerosas fábricas, la política de privatizaciones, el endeudamiento y la entrega de los recursos a las multinacionales, tuvo consecuencias terribles para la mayoría de los trabajadores.
La pobreza no se combate con subsidios, planes o bolsones. Se la combate creando trabajo genuino, industrializando el país, pagando salarios y jubilaciones que alcancen para vivir como personas. No olvidemos que ni siquiera con el crecimiento económico de la época kirchnerista se logró reducir la pobreza y el trabajo en negro en forma substancial (en 2003-2008 la economía creció a un promedio del 7,6% anual). El mejor resultado del kirchnerismo, según datos oficiales fue bajar la pobreza al 27% en 2013.
El gobierno de Fernández, como los anteriores, dicen que la clave es el crecimiento, que si la economía crece baja la pobreza y la desocupación. Esto es verso. Es lo que dicen los banqueros y los empresarios en general: para distribuir más hay que producir más, debe crecer la productividad del trabajo. También dicen que habría que distribuir mejor, aplicando más impuestos a los más ricos, hasta el Banco Mundial hoy aconseja que se aumenten los impuestos.
Si tenemos un plato de sopa y la mayoría toma de ese plato con cucharita de postre y unos pocos toman del plato con cucharón, es fácil de observar que basta con que todos tengamos el mismo tipo de cuchara para tomar un poco más de sopa… El peronismo ya se olvidó hace rato del “fifty/fifty” o “50/50” que fue su premisa hasta hace algunas décadas, quería decir que los trabajadores debieran recibir el 50% del producto, para alcanzar la “justicia social”.
Los periodistas Sol Minoldo, Nicolás Dvoskin y Francisco Amsler del Centro Cultural de la Cooperación publican en Página 12 un análisis sobre la pobreza que termina en resignación: “En el largo plazo, resulta difícil imaginar una Argentina sin pobreza, en tanto la estructura productiva no sea capaz de crear puestos de trabajo más productivos y de mejores ingresos para los argentinos”. Es difícil imaginar cuando no conciben terminar con este régimen social repodrido atacando las causas de la tragedia que vivimos.
Para desarrollar las fuerzas productivas, industrializando el país, es necesario expropiar los grandes medios de producción, para poder organizar y planificar la economía, para decidir qué se produce, cuánto, cómo a qué precios. Con los resortes vitales de la economía en manos de multinacionales, banqueros y oligarcas, es imposible desarrollar las fuerzas productivas y resolver estructuralmente la pobreza, el desempleo, la miseria.
Esto quiere decir que para terminar con la pobreza tenemos que expulsar a la burguesía del poder. Su permanencia agrava nuestra situación día tras día.