81º aniversario del asesinato de León Trotsky (3era Parte)
Como parte de la campaña al 81º aniversario del asesinato de Trotsky, publicamos la última parte del folleto de Guillermo Lora, Trotsky y nosotros. El POR celebrará un acto político, en su sede, el 22 de agosto. Se lanzará el folleto completo «Trotsky y nosotros».
LA EXPERIENCIA DEL NACIONALISMO (Guillermo Lora – Trotsky y nosotros)
Para los bolivianos la experiencia de las masas frente al nacionalismo de contenido burgués tiene una importancia capital por dos razones: a) porque el nacionalismo, Particularmente el encarnado en el MNR, debutó como una propuesta política que arrastró detrás de sí a grandes masas proletarias, campesinas y de la clase media; b) porque en Bolivia quedan pendientes de solución importantes tareas democrático-burguesas, lo que da lugar, como respuesta obligada, a plantear su solución y lo hace el nacionalismo partiendo de la certidumbre de que hay todavía lugar para el desarrollo capitalista integral y libre, de manera que importe la consumación de la liberación nacional. Hay que añadir de paso, que en otras latitudes el nacionalismo burgués no logra presentarse como importante movimiento de masas. El vigor, y supervivencia del nacionalismo boliviano se explican por haber correspondido a una realidad del país.
Ya Engels señaló que la burguesía -en países como la Alemania de la primera mitad del siglo XIX- en cierto momento, cuando se hace evidente la presión del proletariado realiza inevitablemente un giro hacia la reacción. La circular de 1850 tiene como eje la necesidad de que el proletariado se organice, arme y actúe de manera independiente, lo que resulta obligado formular si se considera que la burguesía -también allí donde la revolución democrática no ha sido cumplida- se ha desplazado definitivamente hacia el polo contrarrevolucionario. No se podrá colaborar positivamente a que la clase obrera madure y se forme como clase -que se emancipe del control e influencia ideológicos y organizativos de la burguesía- si no llega a comprender como se da este proceso.
En la polémica de Trotsky acerca de la desastrosa política menchevique de Stalin durante la segunda revolución china, se somete a severo análisis no únicamente la conducta de la burguesía nacional, sino el comportamiento que debe tener el proletariado frente a aquella clase. El stalinismo -plato menchevique recalentado- parte del supuesto de que la era de la revolución democrática supone la existencia de importantes sectores burgueses progresistas, a los que debe subordinarse y apoyar el proletariado, porque todavía no ha llegado su hora. Este planteamiento teórico se traduce en la práctica en la imposición de la política burguesa al proletariado. Nacionalistas y stalinistas echan al tacho de trastos inservibles toda la experiencia histórica y las enseñanzas de los maestros del marxismo: Lenin fue categórico y claro en este terreno:
“Nuestra revolución -la rusa- es burguesa; debido a ello los obreros deben apoyar a la burguesía, dicen los políticos desprovistos de clarividencia que vienen del campo de los liquidadores -corriente oportunista de derecha en el POSR-. Nuestra revolución es burguesa, decimos nosotros, los marxistas; debido a ello los obreros deben abrir los ojos al pueblo, haciéndole ver los engaños de los políticos burgueses, enseñándoles a no creer en las palabras, a no contar más que con sus fuerzas, su organización, su unión, su armamento”.
La burguesía nacional -inexistente en Bolivia- entra en fricciones con la metrópoli opresora y en esta medida aparece como la depositaria de la liberación nacional. Si se observa bien el problema, la histeria antiimperialista no puede ser otra cosa que la cobertura de la política que busca un mejoramiento de las relaciones semicolonia-metrópoli o de los precios de las materias primas que exporta la primera. Para resistir la presión foránea y para arrancar al imperialismo concesiones de alguna importancia, el nacionalismo no tiene más remedio que poner en pie a las masas obreras, campesinas y de la clase media, a fin de apoyarse en ellas y adquirir mayor fortaleza. No olvidemos que Villarroel organizó a la FSTMB en 1944. Esta puesta en pie de la mayoría explotada y su organización es algo trascendental porque contribuye a modificar radicalmente la política y al propio país.
No bien el asalariado comienza a marchar con sus propios pies, lo que equivale a decir que plantea sus propios objetivos -la base de todos ellos la destrucción de la gran propiedad privada- que pueden resumirse en la consigna de dar fin con el orden social imperante, no tiene más remedio que entrar en franco choque con la clase dominante. El proletariado encarna la insurgencia de los gérmenes materiales de la futura sociedad, ya suficientemente desarrollados en las entrañas de la que agoniza. La clase obrera, al ir fijando sus contornos, marcha pisándole los talones a la burguesía, presionándola poderosamente y concluye desenmascarándola totalmente.
En este momento, la burguesía nacional se da perfecta cuenta que está umbilicalmente unida a la burguesía imperialista a través de la necesidad que tiene de defender la gran propiedad privada sobre los medios de producción, donde radica la justificación de su existencia como clase explotadora, esto aunque esté sometida a la opresión imperialista. Se presenta ante ella la urgencia de encontrar la forma más rápida y eficaz de contener y destruir a su aliada más importante hasta la víspera -la clase obrera-, este es el problema de su supervivencia: se incorpora como su nuevo aliado y su viejo amo nada menos que la metrópoli opresora. De esta manera y en el punto preciso en el que la clase obrera se torna amenazante y peligrosa, comienza el franco viraje de la burguesía nacional hacia los brazos -o posiciones- del imperialismo. Sellada la nueva alianza, la burguesía caduca y servidora de los intereses foráneos vuelca la violencia estatal contra los explotados. La lucha burguesa por la liberación nacional es abandonada inclusive en el plano de las declaraciones líricas y reemplazada por la política represiva contra el proletariado. La burguesía nativa se derechiza y puede concluir utilizando coma tegumento las formas de gobiernos fascistas.
Como puede notarse, la burguesía se agota al vivir el ciclo del nacionalismo: comienza partiendo de posiciones populares y que se distinguen por su histeria antiimperialista -es entonces que arrastra al proletariado y lo anula como clasey concluye como incondicional sirviente de la metrópoli opresora, momento en el que se emancipan los obreros. Lo que tiene que tenerse presente es que este proceso, así como la velocidad con la que se cumple, están determinados por la presencia del proletariado como clase.
Los explotados se estructuran como clase partiendo de la experiencia que viven en el seno de los movimientos y gobiernos burgueses radicalizados. Allí donde pone las manos la clase dominante parecería que todo se convierte en traición, en demagogia, en frustración. En realidad, lo que sucede es que la burguesía se limita a realizarse conforme a su esencia clasista, permanece fiel a sí misma. La poco numerosa y joven clase obrera ha agotado su experiencia frente al nacionalismo burgués ya sea de izquierda, de derecha o fascista y ha ocupado posiciones muy avanzadas con referencia a las promesas más atrevidas de la clase dominante. De esta manera se ha formado como clase y sus objetivos políticos apuntan hacia la conquista del poder político. El agotamiento de la burguesía nacional como propuesta política capaz de arrastrar a los trabajadores, plantea, al mismo tiempo, la urgencia de su expulsión del control del aparato estatal, extremo que únicamente puede ser materializado por la clase obrera.
El P.O.R. existe desde hace cincuenta años de constante trabajo político debido, sobre todas las cosas, al vigor y justeza de su programa. En la base de ese programa se encuentra el pronóstico de lá línea política que inexorablemente seguiría el victorioso nacionalismo movimientista de entonces. Cuando Paz se autoproclamaba marxista y cruzado llamado a consumar la liberación nacional, el POR le dijo que, de manera inevitable, concluiría en brazos del Departamento de Estado como su mejor agente y que volcaría los fusiles del ejército contra la clase obrera, su aliada en ese momento. A esta predicción hay poco que añadir cuando el envejecido líder del nacionalismo, después de haberse aliado con el golpista Banzer, proclama con todo cinismo que desde el poder realizará un programa francamente capitalista, proimperialista, antinacional, antipopular y antiobrero. Estamos seguros que la clase obrera, que marcha avasalladora ha sabido sepultar todas las ilusiones acerca de las posibilidades revolucionarias del MNR, tendran la fortaleza suficiente para sepultar de manera definitiva a la burguesía incapaz y putrefacta, de cuya descomposición emanan gases deletéreos del fascismo, del narcotráfico, de la corrupción y del latrocinio.
EL FRENTE ANTI-IMPERIALISTA
La áspera lucha contra el stalinismo llevó a Trotsky a identificar mecánicamente, partiendo de la experiencia negativa de las ligas antiimperalista de los años treinta, el frente antiimperialista, que fue delineado por el IV congreso de la IC, con la política de sometimiento de las masas explotadas al control y política burguesas, como si se tratara de un frente popular.
Los epígonos del trotskysmo, no los que llegaron a asimilar el marxismo de nuestros días, no tuvieron el menor reparo en aplicar la táctica del frente único proletario, propia de las metrópolis, y por este tobogan se deslizaron hasta planteamientos que por muchas razones recordaban la tesis de la revolución puramente socialista para todos los países, etc. Como es ya habitual los epígonos resultaron los más temibles detractores del frente antiimperialista.
Correspondió al POR reformular la táctica del frente antiimperialista en sus verdaderas dimensiones, como fuera formulada en 1922. En Bolivia se trataba únicamente de dar expresión teórica y política a lo que hacían las masas todos los días, lo que no merma la importancia de la labor cumplida. Fue en la polémica con los supuestos trotskystas encartonados y enlatados que tuvo que gastarse mucha tinta y tiempo, lo que ciertamente fue lamentable. Parecía que habíamos logrado convencer a los más, pero el momento menos esperado se comprobó que la desviación más corriente consistía en imprimir al frente antiimpertalista rasgos stalinistas.
El frente antiimperialista emerge de las características diferenciales de nuestros países y de la naturaleza combinada de la revolución a realizarse. El proletariado no podría superar la pequeñez de su número y menos convertirse en caudillo nacional, sino lograse unir en un solo frente a toda la nación oprimida, es decir, a las diversas clases que soportan la opresión imperialista. La política en un país atrasado encuentra su expresión de mayor relieve en la pugna que libran tanto la burguesía como el proletariado por dirigir políticamente la unidad o frente de las clases que conforman la nación oprimida.
El frente antiinriperialista constituye la táctica adecuada para hacer posible la revolución proletaria en un país atrasado, esto porque se convierte en el marco dentro del cual puede efectivizarse el liderazgo de la clase obrera sobre la nación oprimida. No se trata únicamente del cumplimiento de consignas antiimperialistas, sino que permite moviliza, a las masas en su lucha cotidiana por mejores condiciones de vida y de trabajo. Esta consigna está llamada a tener vigencia mientras el proletariado no conquiste el poder político. No entra en contradicción con la revolución permanente, sino que, más bien, es la táctica precisa para su efectivizacíón.
En la última etapa ha sido posible oponer con éxito la táctica del frente antiimperialista a la política frente populista desarrollada por la UDP y por los partidos que la componían. Cuando hablamos de la conquista del poder por los explotados no estamos formulando una abstracción, algo que debe quedar en una declaración lírica, sino una consigna concreta: la insurrección permitirá que las organizaciones propias de las masas -los órganos de poder- destruyan el aparato estatal burgués con las armas en la mano. El partido revolucionario y su militancia será la dirección del proceso desde el seno de esos órganos de poder, es decir, de las masas. El trabajo que corresponde realizar no ofrece ninguna duda: hay que penetrar en las masas y sus organizaciones, para afirmarse en ellas, para ensanchar la influencia política y organizativa, para educar políticamente a los explotados, para organizarlos y movilizarlos. Los sindicatos y tampoco la COB-sindicato (ahora hay que recordar que a fines de 1954 la burocracia cobista proclamo a V. Paz 1ibertador económico”) podrán cumplir esta tarea y en caso de que lo pudieran estarían demás los órganos de poder.
TROTSKY VIVIENTE
Lo que llevamos dicho demostrará al lector que para nosotros el camarada Trotsky no es un ídolo, ni un simple mártir, sino uno de nuestros mayores que vive en medio de nuestra actividad cotidiana. Vivo en el pensamiento y en la acción de los oprimidos y explotados de la tierra altiplánica y que tan tenaz y admirablemente van luchando por libertarse, sin tener el menor reparo de regar con su sangre el camino escabroso que recorren. Cayó El Viejo y también cayeron muchos de nuestras propias filas. No los lloramos, los recordamos como ejemplos que templan nuestras ideas y nuestro espíritu.
Nos negamos a repetir únicamente que son mártires. Ellos -y sobre todo Trotsky- lucharon gozosamente, se realizaron a plenitud en los combates y la actividad partidista, muchas veces ignorada, gris, anónima, pero en cuya urdimbre es posible encontrar las ideas claves que nos permiten explicar el desarrollo y destino de la actual sociedad y de la humanidad. Los revolucionarios nos engrandecemos porque tenemos el suficiente coraje para sobreponernos a todas las miserias que conforman un mundo que periclita, el mundo de la explotación, de la barbarie, de la ignorancia, de la tortura, del narcotráfico, de la prostitución. Somos lo suficientemente grandes para no cejar en nuestra lucha destinada a acabar con esta vergüenza para la especie humana.
Cuando Trotsky cayó asesinado, los poristas estaban empeñados en una pugna interna entre los que sostenían que el Partido debía permanecer como cenáculo propagandístico, guardando celosamente sus ideas y sus documentos para que nadie los copiara, y los que se empeñaban por llevar las ideas revolucionarias hasta el seno de las masas, de los sindicatos. El Programa de Transición sostenía que ningún revolucionario podía excusarse de trabajar en los sindicatos. Trotsky y Lenin tuvieron que enfrentarse con los ultraizquierdistas que tan generosamente proliferan en las filas marxistas.
Atónitos por las noticias del cable, no abandonamos las luchas internas ni el trabajo encaminado a ligarnos con los trabajadores; con la rica y capital experiencia de los años cuarenta, con esa rica argamasa construimos el nuevo POR.
La dirección de la IV Internacional, en ese momento en los EE.UU. y que nos trataba como unos chiquilines, nos remitió la circular respectiva y una fotografía de nuestro guía que cayó en el combate. En la copia aparecía la firma de Trotsky, que ciertamente no fue estampada especialmente Para nosotros. Haciendo gala de nuestro origen indio, permanecimos mudos, con los dientes apretados y con la voluntad orientada a romper el cerco que nos impedía llegar hasta las masas. Más tarde, en una revista que editábamos a maquina de escribir, reprodujimos los artículos de uno de sus secretarios y de Natalia que relataban la forma cómo sucedió el crimen stalinista.
Agosto, 1985