El atentado terrorista del ISIS-K expone las contradicciones del nuevo gobierno talibán

El 26 de agosto, miles de afganos se agolpaban ante las puertas del aeropuerto de Kabul. Los soldados estadounidenses los registraban en busca de las 10.000 personas «con derecho a reasentamiento» cuando un yihadista detonó un potente explosivo, matando a 180 civiles afganos y 13 soldados estadounidenses. El atentado fue reivindicado por el Estado Islámico-Jorasán (ISIS-K).

Dos días después, los drones estadounidenses mataron a dos militantes del ISIS-K. El portavoz del Comando Central de Estados Unidos, Bill Urban, advirtió que se estaban preparando nuevos ataques y que el ejército estadounidense estaba en «estado de alerta máxima». Un día después, un nuevo ataque aéreo tuvo como objetivo un vehículo en el que supuestamente se encontraban miembros del ISIS-K. En el bombardeo fueron destrozados diez civiles, todos miembros de una misma familia, la mitad de ellos niños.

Urban justificó el ataque diciendo que se basó en «información creíble» de que el coche sería utilizado para un «ataque inminente». Sin embargo, dijo que la gran explosión que siguió al choque del misil sería un indicador de la «presencia de una gran cantidad de material explosivo».

A lo largo de 20 años, los imperialistas han acabado con la vida de más de 100.000 afganos (entre 4.000 y 10.000 militantes talibanes). Esta es la verdadera cara «humanitaria» y «civilizada» de los torturadores de pueblos que invaden países y diezman poblaciones con el objetivo de garantizar los beneficios multimillonarios de la casta de monopolios parasitarios y oligarcas financieros. Los más de 100.000 afganos abandonados a su suerte en el aeropuerto también están en la cuenta de los carniceros del mundo.

Lo fundamental es que el ataque terrorista del IS-K ha puesto de manifiesto las contradicciones a las que se enfrentan los talibanes para establecer su nuevo gobierno. Para consolidar su deseado califato islámico, está obligado a construir un poder político estable y a centralizar las fuerzas militares y tribales, fuente de permanentes divisiones internas y enfrentamientos sectarios. Fueron estas divisiones las que facilitaron la invasión y ocupación imperialista del país que, apoyada por la Alianza del Norte, derrocó al gobierno talibán (1996-2001). Así, el nuevo gobierno, presentado oficialmente el 7 de septiembre, se preocupó de incluir a los líderes de las principales facciones del movimiento talibán. Parte de esta estrategia es la propuesta de restablecer los vínculos diplomáticos con las potencias imperialistas. De hecho, para conciliar los intereses sectarios es necesario mantener las líneas de crédito y la financiación extranjera para mantener a flote la raquítica economía nacional, garantizar la subsistencia de millones de afganos que reciben ayuda del exterior y evitar así una lucha interna entre las facciones sectarias y tribales de los talibanes por el control de los recursos y las fuentes de financiación del Estado.

Pero para ello, también debe vencer la resistencia de los gobiernos imperialistas, que temen continuar con la «ayuda humanitaria» y las inversiones, porque consideran que los talibanes no ofrecen garantías de que vayan a cumplir su palabra, de respetar los «derechos humanos», formar un «gobierno inclusivo» y preservar los activos e inversiones extranjeras en el país. Para Estados Unidos, significaría reconocer a un gobierno que incluye, como ministro del Interior, a Sirajuddin Haqqani, que figura en la lista de «terroristas» más buscados del FBI. Sin embargo, no reconocer al gobierno talibán, y negarse a restablecer los lazos, sería una medida contraria a los intereses imperialistas, de impedir el avance de la influencia china en Asia. China ha establecido relaciones con el nuevo gobierno talibán para reforzar sus posiciones en la guerra comercial (su interés radica en explotar los ricos yacimientos de minerales del país) y en la disputa por el control de territorios estratégicos en la región.

Es probable que estas maniobras de los talibanes puedan, coyunturalmente, nivelar las divisiones internas y bloquear los enfrentamientos sectarios garantizando, a los señores feudales y a las direcciones sectarias, una parte de los ingresos millonarios de las exportaciones y de los impuestos internos a las empresas extranjeras. Pero cuanto más avance en este camino, más tendrá que recurrir también a la represión de las fracciones, movimientos y tribus desplazadas del poder, y particularmente contra los movimientos y organizaciones yihadistas, que seguirán desarrollando la «yihad» (guerra santa) contra las representaciones diplomáticas y comerciales de los «enemigos del Islam». Fundamentalmente, tendrán que enfrentarse a la revuelta de las masas oprimidas, que soportarán las consecuencias de la sobreexplotación de los salarios y del saqueo de las riquezas para garantizar la rentabilidad de las empresas extranjeras.

Estas contradicciones se manifestaron el 26 de agosto. El acuerdo entre los talibanes y EE.UU. y sus aliados fue caracterizado como una traición por parte del ISIS-K, decidiendo así continuar la «yihad». El atentado terrorista fue una bofetada para el victorioso movimiento talibán, demostrando las dificultades que tendrá ahora el nuevo gobierno para contener las fuerzas centrífugas del movimiento islamista radical. También advirtió a los talibanes de los peligros de que su gobierno sirva de paraguas a las organizaciones yihadistas que aún operan en la región. La protección que los talibanes ofrecían a Al Qaeda y a su líder, Osama bin Laden, sirvió para justificar el intervencionismo imperialista y provocó su caída del poder. Por lo tanto, es probable que ahora decida aplastar cualquier movimiento que pueda interponerse en sus objetivos políticos de establecer su poder. Lo ocurrido con la Alianza del Norte en el valle de Panjshir es también digno de mención como ejemplo de estas contradicciones. Tras la victoria de los talibanes, anunció que resistiría con armas. Pero inmediatamente tuvo que enfrentarse a una ofensiva militar contra sus territorios. Al cierre de estas líneas, los «aliancistas», derrotados, se retiraron a las montañas para continuar la lucha de guerrillas contra los talibanes.

Estados Unidos se ha ofrecido a «proporcionar ayuda» a los talibanes si deciden luchar contra el ISIS. Y los que hasta el año pasado eran considerados «terroristas» podrían convertirse, en las nuevas condiciones, en nuevos aliados del imperialismo, para combatir el «terrorismo yihadista». El gobierno chino ha hecho idénticas exigencias y propuestas, reacio a que la «yihad» islámica se extienda a la región china de mayoría musulmana igur. Por ello, los explotados y oprimidos no deben someterse nunca a la campaña ideológica de las potencias contra los movimientos islámicos radicales, que falsea el verdadero contenido social y nacional de los movimientos nacionalistas islámicos, así como los métodos aplicados por los oprimidos contra sus verdugos.

Lo cierto es que cuanto más se acomodan los talibanes a las presiones externas y más se someten a los dictados de las potencias, más exponen su impotencia para lograr la autodeterminación nacional, en cuya base está la resolución de las tareas democráticas y la unificación nacional. El principal obstáculo para la realización de estas tareas reside en la propia estructura histórica y social del movimiento talibán, que tiene sus raíces en el primitivismo tribal, la propiedad feudal de la tierra y el escaso desarrollo capitalista. Por eso, aunque su victoria fue posible porque encarnaba las tendencias antiimperialistas de las masas afganas, su gobierno seguirá arrastrando el atraso, el arcaísmo de sus organizaciones y las permanentes divisiones internas. Estas condiciones favorecen las maniobras de las potencias, para utilizar el nuevo gobierno para preservar sus intereses generales.

Sólo un gobierno obrero y campesino puede dar una solución revolucionaria a las tareas democráticas y conquistar una verdadera independencia nacional de las naciones opresoras. La revolución agraria y la industrialización mediante la expropiación de la gran propiedad privada de los medios de producción y su transformación en propiedad social permitirán superar el atraso secular del país, democratizar las relaciones civiles y políticas y dar pasos firmes hacia la autodeterminación nacional.

El problema radica en el escaso desarrollo social de la clase obrera afgana, comprimida como está por la permanencia de las relaciones feudales de propiedad de la tierra, el primitivismo tribal y el raquítico desarrollo industrial. Sin embargo, tiene a su favor el hecho de que constituye una fracción del proletariado mundial, que tiene un programa y métodos probados por la historia.

Esta es la importancia fundamental de trabajar en nuestros países por la reconstrucción del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional, que guiará y ayudará a la clase obrera de los países semicoloniales de Oriente Medio y Asia Central a ocupar su lugar a la cabeza de la nación oprimida. La confluencia de los esfuerzos de la vanguardia con la conciencia de clase que, en cada país, trabaja para superar la crisis de la dirección revolucionaria mundial, permite al proletariado, afgano y árabe en general, librar la lucha contra el oscurantismo, el reaccionarismo feudal, los métodos terroristas y la campaña reaccionaria del imperialismo en el seno de las masas oprimidas, bajo su programa y estrategia de poder.

 

(POR Brasil – MASAS nº 647)

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