Elecciones en Venezuela: Dando pasos hacia la derecha
El 21 de noviembre se celebraron elecciones estatales y municipales. Se presentaron 70.000 candidatos, 65.000 de ellos vinculados a partidos de la oposición. Se eligieron 23 gobernadores, 335 alcaldes, 253 diputados estatales y 2.471 concejales, es decir, 3.082 cargos en total. Trescientos observadores internacionales acompañaron el proceso electoral, algo que no ocurría desde hacía más de una década. El abstencionismo masivo fue particularmente notable: el 60% de los habilitados no votó.
El chavismo ganó en 21 de los 24 estados en disputa, y 205 alcaldías. La oposición de derecha eligió tres gobernadores y 117 alcaldes. El chavismo fue el claro vencedor, frente a una oposición francamente proimperialista, fragmentada y dividida. Pero basta con evaluar los datos electorales en su conjunto para darse cuenta de que el chavismo no ha podido contrarrestar la caída de su apoyo electoral y social, y el retroceso de la oposición en relación a las elecciones de 2017, cuando ganó 4 puestos de gobierno. Es en este contexto de disminución del apoyo electoral a la situación y a la oposición, que el fenómeno político del alto abstencionismo se revela en toda su importancia.
Se trata de una manifestación instintiva del rechazo y la desilusión de las masas ante la democracia burguesa y las promesas de los nacional-reformistas y derechistas. Ciertamente golpea más a los chavistas, al fortalecer las tendencias de ruptura entre la amplia base social, que le permitió ascender al mando del Estado, con la cúpula estatal que, por sus intereses y condiciones de vida, se funde con los intereses materiales de empresarios y parásitos, que desangran a los oprimidos.
Para tener una magnitud real de la tendencia de la pérdida de apoyo popular del chavismo, es bueno recordar que, con las elecciones del domingo, se han celebrado 29 elecciones (entre generales, legislativas y regionales) desde que Hugo Chávez fue elegido presidente por primera vez en 1998. Con Chávez aún vivo, el apoyo electoral al nacional-reformismo no había bajado del 75%, con una participación cercana al 80% del patrón electoral. Esto ocurrió en condiciones en las que la economía mundial crecía, lo que permitió al chavismo promover mejoras en las condiciones de la vivienda, aumentar los salarios, aplicar un programa de reformas sociales, mantener bajo control un amplio aparato de bienestar, soldar su relación electoral con las masas y marginar a la oposición derechista.
Con Maduro en la presidencia, esta tendencia comenzó a revertirse, bajando hasta alcanzar el 50% de apoyo electoral, mientras que la participación popular no superaba el 60%. En la base social del nacional-reformismo se manifestaron los daños causados por los impactos de la crisis de 2008, a los que pronto se sumó la de 2016. El país se hundió en la recesión, y la miseria y el hambre dieron un salto adelante. Los recursos del Estado se agotaron, lo que hizo imposible mantener el bienestar en los niveles anteriores. Para mantener el nivel de vida de las masas, y superar el atraso, que condenaba al país a hundirse en la desintegración, el gobierno debía tomar medidas decisivas contra la gran propiedad privada, y romper de una vez por todas con la opresión nacional, única forma de sacar al país del atraso, desarrollar las fuerzas productivas y elevar así las condiciones materiales de vida de las masas.
En cambio, pactó con sectores de la burguesía, la entrega de sectores estratégicos de la economía nacional -buscando así beneficiarse de las bondades de sus lucrativos negocios- y favoreció la formación de una casta empresarial, que parasitó los recursos del Estado. Todo ello mientras se congelan los salarios, se reducen los derechos y se practica una política fiscal que enriquece a una minoría, agravando la brecha de la miseria y el hambre de la inmensa mayoría. Esto llevó al chavismo a perder sistemáticamente apoyo político y electoral. A pesar de ello, la oposición de derecha nunca logró aprovechar esta situación para garantizar su victoria electoral, impedida como estaba de superar el profundo rechazo popular a sus candidatos y planes de gobierno.
También es bueno explicar el giro de la oposición, que durante los últimos diez años ha seguido el camino del golpismo. Y ahora ha decidido participar en estas elecciones. Los principales factores de este giro táctico se encuentran en la modificación de la situación mundial y en los cambios que se han producido en la situación económica nacional.
Con el ascenso de Donald Trump a la presidencia de EEUU, el avance de la crisis económica y el acercamiento del chavismo a Cuba, China y Rusia, el gobierno imperialista estadounidense ha lanzado una ofensiva con la oposición de derecha para derrotar al chavismo. La victoria de la oposición en las elecciones legislativas de 2017 la animó a declarar al presidente del Parlamento, Juan Guaidó, como «presidente legítimo». Y, contando con el apoyo del imperialismo a la designación arbitraria, decidió entonces seguir el camino del golpe y el boicot electoral.
La oposición creyó posible utilizar el creciente descontento de las masas con el chavismo, y el giro a la derecha de la política burguesa en el continente, en referencia al exitoso golpe institucional contra Dilma Rousseff, para combinar el llamado a un levantamiento militar, con el llamado al intervencionismo imperialista, en nombre de la defensa de la democracia, y por el fin de la «dictadura». Pero, bastó el fracaso de la intervención imperialista en Venezuela el 23 de febrero de 2019 -disfrazada de misión de «ayuda humanitaria»-, y la derrota del complot militar del mismo año, para que quedara claro que Guaidó y el imperialismo se toparían con el rechazo de la población, y chocarían con el apoyo masivo del ejército al chavismo. Juan Guaidó empezó a desmoronarse, y llegó a ser rechazado por la propia oposición de derecha, tras conocerse sus maniobras financieras con dinero confiscado al Estado venezolano en el extranjero. La elección de Biden, que, sin abandonar el plan para acabar con el chavismo, prioriza el fortalecimiento de EE.UU. en la guerra comercial con China, finalmente ha supuesto el abandono de la táctica fallida.
Sin embargo, el factor principal del retroceso táctico de la oposición golpista reside en la aprobación por parte del gobierno de medidas que favorecen la reanudación de los negocios y los beneficios de las empresas nacionales e internacionales. Con la mejora de los precios del petróleo (principal producto de exportación del país), se estima que el PIB debería crecer entre un 2 y un 5%, modificando así la tendencia a la baja de los últimos años, en los que se contrajo un 80%. Ha aumentado la construcción de edificios residenciales y comerciales. Construido a bajo coste -aprovechando los bajos salarios- se espera que la reactivación económica permita obtener grandes beneficios con la venta a inversores extranjeros. También se ha creado una burbuja de consumo de bienes de lujo. Se está fortaleciendo una fracción de la burguesía comercial que se enriquece con el comercio ilegal de productos de la canasta de bienes básicos («clap») provista por el Estado, que se venden en tiendas y mercados. Como la mayoría de los productos de consumo popular son importados, la diferencia entre el valor del dólar en el mercado exterior y en el nacional está sirviendo de palanca para que parásitos y corruptos amasen grandes fortunas.
Esto explica que continuar con la táctica del boicot terminaría dando rienda suelta a los monopolios y empresas chinas, rusas y europeas para fortalecer sus posiciones económicas en Venezuela. Esto acabaría golpeando a los monopolios imperialistas, y debilitándolos en la disputa por la explotación de las riquezas naturales y las oportunidades de negocio que se han abierto en el país.
Lo fundamental para la política proletaria es comprender que la avalancha de dólares que llega al país, aunque alivie las tendencias al estancamiento y la recesión, no servirá para desarrollar las fuerzas productivas, ni para elevar las condiciones de existencia de la clase obrera, los campesinos, los asalariados, la juventud oprimida. El empobrecimiento de las masas continuará y la opresión de la nación oprimida se agravará. Esto aumentará el descontento popular y creará las condiciones para que las masas que luchan por sus necesidades vitales, y que recurren a sus propios métodos, puedan finalmente agotar su experiencia con el reformismo nacional, y avanzar en la conquista de su independencia de clase.
La vanguardia con conciencia de clase está obligada a acompañar la lucha de las masas por sus necesidades más inmediatas, y combatir el giro derechista del chavismo, así como las maniobras de la oposición proimperialista, con la estrategia y los métodos de la lucha de clases. Para dar un paso firme en este camino, es necesario que las masas transformen su desilusión en las formas democrático-burguesas en política revolucionaria. Pero para ello, es urgente superar la crisis de dirección política, y avanzar en la construcción del partido marxista-leninista-trotskista. Sólo así se podrán superar los escombros ideológicos y políticos de 23 largos años de la farsa del «Socialismo del siglo XXI».
(POR Brasil – MASSAS nº653)