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EEUU: A un año de la elección de Joe Biden

Las masas deben luchar contra el gobierno disfrazado de progresista, con su programa y métodos propios

El 20 de enero de 2021, Biden se convirtió en presidente del país, derrotando al ultraderechista Trump, con el mayor número de votos registrado en la historia de EEUU. Este apoyo popular masivo sirvió a la burguesía norteamericana para presentar su elección como la salida a la convulsa situación social, para sortear las disputas interburguesas y reforzar su estrategia de cambiar un gobierno burgués desgastado por otro disfrazado de progresista y democrático.

Biden contaba con el apoyo de las principales facciones de la burguesía imperialista y de las direcciones de los sindicatos y movimientos populares que se oponían a la política racista y nacional-chauvinista del anterior presidente. Apoyado por la mayoría parlamentaria demócrata, el recién nombrado gobierno también había prometido acabar con los daños sanitarios de la pandemia, pacificar el país y recuperar la política exterior, marcada por las negociaciones y los acuerdos multilaterales, dejando así atrás la prepotencia nacionalista de Trump reflejada en la guerra comercial. La pandemia sería contrarrestada con un programa de vacunación y una reforma sanitaria que garantizaría el acceso de los pobres y miserables a la sanidad privada ultraconcentrada. Para pacificar el país, dijo que era necesario aprobar reformas electorales y policiales, que deberían servir para acabar con la discriminación racial y la violencia policial. El objetivo era, de este modo, evitar nuevas revueltas, como las que acecharon a la burguesía y al gobierno de Trump en 2020. Pero su plan más ambicioso fue aprobar un paquete de inversiones de un billón de dólares destinado a crear puestos de trabajo y construir una infraestructura energética «ecológicamente sostenible», dando un salto en la modernización de la industria y en la competencia pacífica con la Unión Europea y China.

Sin embargo, ninguna de sus promesas fue más allá de los discursos electorales y los llamamientos demagógicos al Congreso. Las continuas tendencias desintegradoras de la crisis económica, la aparición de nuevas mutaciones de Covid-19 y el agravamiento de la crisis política demostraron que el gobierno democrático se vería obligado a gobernar en condiciones políticas y sociales desfavorables. Su promesa de aprobar un amplio programa de vacunación y garantizar el acceso a una sanidad privada sofisticada y tecnificada para los pobres y los miserables fue bloqueada por demócratas y republicanos, que confluirían en la defensa de los intereses capitalistas de la medicina privada (no existe un sistema sanitario público en el país). La reforma electoral está empantanada, ya que choca con los intereses de demócratas y republicanos, que utilizan las limitaciones y restricciones de la ley actual para controlar los colegios electorales y monopolizar las fabulosas donaciones de los grandes capitalistas. El plan de infraestructuras, en cambio, está paralizado y languidece en el Congreso, ante los intereses de las corporaciones de la industria de los combustibles fósiles. La semana pasada se le infligió una nueva derrota, cuando el Tribunal Supremo prohibió la propuesta de ley que obligaría a los empresarios a exigir el «pase sanitario» a sus empleados para trabajar.

Las cosas no van mejor en política exterior. Las consecuencias de la desorganizada y caótica retirada de EEUU de Afganistán, decidida por Trump de acuerdo con los talibanes, han caído en la espalda del demócrata, arruinando su imagen de «experto negociador». En Europa, el fortalecimiento de los lazos económicos con Inglaterra y la firma del programa AUKUS significaron la reanudación, a un nuevo nivel, de los conflictos comerciales con las burguesías europeas. Las expectativas de los gobiernos europeos se han roto, y ahora consideran que Biden no es un socio tan fiable como pensaban.

Estos condicionantes políticos y económicos se han reflejado en la permanencia de las divisiones interburguesas y en la resistencia de los sectores chovinistas de la clase media a su gobierno. La aparición de Trump en un multitudinario mitin popular hace quince días demostró que las divisiones políticas seguirán condicionando la gobernabilidad del gobierno demócrata.

Sin embargo, hay una pérdida de apoyo entre las masas pobres y miserables que garantizaron la victoria electoral del demócrata; pero que ahora se resienten por el bloqueo del partido demócrata a la aprobación de la reforma policial y electoral. Según las encuestas, su gobierno es ahora rechazado por el 50% de la población, pasando de ser el presidente más votado de la historia a tener uno de los índices de aprobación más bajos de la historia (40%) -sólo superado por Trump al final de su mandato-.

Las derrotas políticas y el debilitamiento social de la administración Biden llegan en un momento en que los pobres índices de reactivación económica no logran equiparar las tendencias recesivas, y se produce una caída de las exportaciones y un aumento de los precios de las importaciones. Estas condiciones han restringido la oferta de productos y han aumentado sus precios. Los capitalistas exigen nuevas medidas para proteger sus beneficios, congelando los salarios y flexibilizando las relaciones laborales. Esto obligará al gobierno a rebajar aún más sus programas económicos y sociales y a chocar con las huelgas de obreros y otros trabajadores en defensa de los salarios y las condiciones laborales, que crecen en número y radicalización en todo el país.

Resulta que son las condiciones económicas, especialmente en las crisis, las que determinan hasta dónde puede llegar el gobierno de turno en la aplicación de medidas y la aprobación de nuevas leyes. Biden no dará un paso firme en la democratización de las relaciones raciales ni en la concesión de mejoras salariales y laborales.

Es a partir de esta caracterización que la vanguardia clasista del país deberá luchar por transformar la decepción de las masas en el gobierno democrático en política de clase, denunciando y esclareciendo cada una de sus concesiones y retrocesos, como prueba de que no hay forma de romper con la dictadura de la burguesía sin avanzar en la lucha de clases.

Las recientes huelgas obreras, que a través de su radicalización y organización colectiva han logrado imponer parte de sus reivindicaciones a la patronal, demuestran que el curso objetivo de la crisis obliga al proletariado a recurrir a la lucha de clases para imponer sus demandas. Pero sin su propia política y estrategia, la clase obrera no ganará su independencia política y, por tanto, no podrá romper con el gobierno impostor de Biden y plantear su propio programa para la crisis

Aquí radica la importancia de dar pasos firmes en la construcción del partido marxista-leninista-trotskista en EEUU, aplicando el programa de la revolución socialista a las condiciones concretas del país y traduciendo la experiencia de las masas en política revolucionaria. Cada avance realizado en este camino constituirá un firme punto de apoyo para el proletariado mundial en su lucha por superar la crisis de su dirección reconstruyendo el Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional.

 

(POR Brasil – MASSAS nº656)

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