CERCI

79 años de la liquidación de la Tercera Internacional por Stalin

¡Viva la III Internacional de los Primeros Cuatro Congresos!

El 9 de junio de 1943, G. Dimitrov, presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, emitió el comunicado de disolución de la Tercera Internacional. En tres puntos concisos, el estalinismo dejó claro que la Internacional, creada en las condiciones de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Rusa de 1917, se había convertido en un obstáculo para la política de alianza con la fracción imperialista victoriosa.

He aquí la confesión de la traición a la clase obrera mundial: «Tres años después de la Segunda Guerra Mundial -en 1943- para galvanizar aún más el bloque de países y fuerzas que estaban comprometidos en la lucha contra el nazifascismo, se acordó disolver la Internacional, dejando a los partidos, llenos de experiencia, la responsabilidad de su acción política en cada país. Su ascenso y madurez política ya no hacían necesaria la existencia en este período de unidad internacional de las fuerzas progresistas del mundo opuestas al enemigo común de toda la humanidad, el nazismo y sus aliados, de un organismo internacional de dirección como la Internacional Comunista, que ya no se acomodaba a la nueva situación histórica que vivía el movimiento obrero internacional».

En nombre de Lenin, Stalin y sus secuaces confiesan sin miedo que la liquidación de la III Internacional se debió a la colaboración de la burocracia soviética con Estados Unidos, Inglaterra y Francia. La destrucción de la Tercera Internacional fue la máxima expresión del proceso de restauración capitalista, encarnado por el termidor soviético. Se confirmó el carácter contrarrevolucionario de la «teoría» de Stalin sobre la posibilidad de construir el socialismo en un solo país. Bajo esta orientación, el estalinismo colaboró con la derrota del movimiento obrero internacional, que se elevaba en su lucha de clases, impulsado por las bárbaras consecuencias de la Segunda Guerra Imperialista. Esta fue la forma en que Stalin demostró a los aliados que iba en serio con su objetivo reaccionario de negar la lógica leninista de que el avance de la transición del capitalismo al socialismo, iniciada con la revolución proletaria y la constitución de la URSS, dependía de la revolución mundial.

A continuación publicamos una Carta abierta al proletariado mundial, escrita por Trotsky, publicada en junio de 1935, ocho años antes de la disolución de la III Internacional, en la que demuestra que el estalinismo se había convertido en una corriente de «socialpatriotismo». Este fenómeno histórico condujo primero a la liquidación programática de la Tercera Internacional. Esto dio lugar, unos años más tarde, a su destrucción física.

En estos 79 años desde la desaparición de la III Internacional, el Partido Obrero Revolucionario (POR) levanta la bandera de la defensa del programa del proletariado internacional, elaborado y aprobado en los Congresos de 1919, 1920, 1921 y 1922, conocidos como los Primeros Cuatro Congresos de la Internacional Comunista, para distinguirse de los posteriores Congresos de revisión estalinista.

¡Viva la Tercera Internacional, dirigida por Lenin y Trotsky!

Nuestra tarea es superar la crisis de dirección reconstruyendo el Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional.

(POR Brasil – Masas nº665)


 

Stalin firmó el certificado de defunción de la Tercera Internacional (Trotsky, 25 de mayo de 1935)

Stalin, junto con el renegado Laval, firmó el certificado de defunción de la Tercera Internacional. Hoy no hay un solo trabajador, por atrasado que sea políticamente, que no comprenda que los burócratas soviéticos traicionaron pública y decisivamente al proletariado mundial. Por primera vez Stalin planteó abiertamente las cosas; ante los ojos de todo el mundo, repudió el internacionalismo revolucionario y se pasó al programa del social-patriotismo. Informó de su franca traición a sus lacayos de Francia a través de un ministro burgués que es a su vez un traidor a la clase obrera de su país. Los mercenarios burócratas del stalinismo francés inmediatamente sacaron todas las conclusiones necesarias, y en sus artículos Vaillant-Couturier agrega la ignominia a la traición.

Las masas proletarias se movilizan con ánimo revolucionario; los campesinos están en ebullición y participan vigorosamente en la lucha política; la pequeña burguesía, directamente golpeada por la crisis económica que se sigue profundizando, se radicaliza. Mientras tanto, este burócrata tiene la audacia de escribir que ya no cabe la actividad independiente del proletariado en su lucha revolucionaria contra la burguesía, que de nada valen todos los esfuerzos en este sentido y que lo único que queda por hacer para evitar la invasión a la URSS es tener fe en el imperialismo francés. De la manera más rastrera consuma la traición de su patrón.

Ante los ojos de todo el mundo la Tercera Internacional se ha convertido en el agente diplomático del stalinismo, cargado de errores y crímenes, que dio abiertamente el paso decisivo en el camino hacia la paz civil.

Revisemos los hechos.

El pacto Stalin-Laval se ubica en el mismo plano que la paz de Brest-Litovsk[2]. El gobierno soviético entra en una alianza militar con un gobierno imperialista, no porque así lo desee, sino para no ser aniquilado. De cualquier modo, eso no es más que una justificación. La paz de Brest-Litovsk fue una derrota, pero al Pacto Franco-Ruso se lo proclamó, ante todos los que saben oír, como un gran triunfo de la URSS. Ni hace falta comparar la relación de fuerzas de 1918 con la actual. Los hechos hablan por sí solos. Más allá de las diferencias en la situación mundial y en la relación de fuerzas, el Tratado Franco-Soviético, desde el punto de vista político y principista, aparece plenamente al mismo nivel que el Tratado de Brest-Litovsk. ¿Deben entonces los comunistas y los socialistas votar en el Parlamento la ratificación del Acuerdo Franco-Soviético? Y esto también sin tomar en cuenta el problema de sí la diplomacia soviética se vio o no obligada realmente a firmar el tratado.

Veamos el ejemplo histórico de Brest-Litovsk. Los socialdemócratas alemanes votaron su ratificación en el Reichstag, alegando que ya que los bolcheviques lo habían aceptado no había razón alguna para oponerse. Los bolcheviques les replicaron:

«¡Canallas! Nosotros estamos objetivamente obligados a pactar para que no nos aniquilen, pero ustedes tienen libertad política para votar a favor o en contra, demostrando ese voto si depositan o no confianza en su propia burguesía.»

Aun cuando aceptemos que el gobierno soviético se ve realmente forzado a concluir una alianza con el imperialismo francés, el proletariado de Francia no tiene por qué hacerlo también. Con sus votos en el Parlamento los diputados socialistas y comunistas no se pronuncian sobre las razones y motivos que determinaron la acción del gobierno soviético sino solamente sobre las razones motivos del gobierno Flandin-Laval. Si le dan un voto de confianza son tan canallas como los socialdemócratas alemanes de 1918.

Ayer nomás Thorez y Cía. juraban que «amamos a nuestro país, pero no podemos garantizar la defensa nacional bajo el régimen capitalista». Sí esta formulación tiene algún sentido, implica que no podemos confiar a nuestra burguesía la tarea de defender «nuestro país» (que además no es «nuestro»). Hoy se nos dice: «Con el corazón palpitante haremos causa común con nuestra burguesía en defensa de la URSS.» Nos preguntamos: ¿cómo puede ser que la burguesía francesa, que no es capaz de defender a «nuestro bienamado país», lo sea para defender a la URSS? Este es el nudo de la cuestión. No se puede andar con medias tintas. La misma gente se verá obligada a proclamar: «con el corazón palpitante haremos causa común con nuestra burguesía para defender a nuestro pueblo contra la barbarie de Hitler, ya que el pueblo francés tiene derecho a pedirles a sus héroes los mismos sacrificios que al pueblo ruso.»

La nueva posición del Partido Comunista no tiene nada de nuevo. Es social-patriotismo.

«Pero -se dirá- el peligro inmediato es el fascismo alemán, por lo tanto hay que hacer un bloque contra él.» Este argumento basta para justificar tal o cual combinación diplomática del gobierno de Moscú. Pero esta concepción no tiene nada en común con el marxismo. Siempre sostuvimos que el peligro de guerra es el producto inevitable de los antagonismos interimperialistas mundiales. El fascismo alemán y el peligro de guerra están determinados por las colosales fuerzas productivas del capitalismo alemán, que buscan una salida y no pueden dejar de hacerlo, sea cual sea el régimen político del país. Los regímenes capitalistas más progresivos de Europa se están ahogando dentro de los marcos del estado nacional. Francia marcha hombro a hombro con la fascista Italia y con la cuasi-democrática Inglaterra contra la fascista Alemania.

¿Nos olvidamos ya de que la actividad revolucionaria durante la última guerra consistió precisamente en denunciar la propaganda de los aliados, que hablaban en nombre de la democracia contra los junkers prusianos y los Hohenzollern? Reaparecen las viejas trampas para disimular los antagonismos interimperialistas detrás de falsos conflictos entre sistemas políticos.

Por este camino se llega rápidamente a la idealización de la democracia francesa como tal, contraponiéndola a la Alemania de Hitler.

Aquí tampoco se puede andar con medias tintas. Repetimos: «es la política del social-patriotismo.»

La concepción del «agresor» es muy adecuada para el maquiavélico trabajo diplomático, pero es fatal para orientar al proletariado. Para hacerle jaque mate al supuesto agresor Francia protege a Mussolini dándole libertad de acción en Abisinia[3] y también en Austria. Y precisamente el cerco cada vez más estrecho de Italia sobre Austria puede caldear al rojo vivo el nacionalismo alemán y llevar al estallido de la guerra. Aquí están involucrados los permanentes antagonismos que se profundizan y agudizan. Su inevitable explosión y las medidas preventivas de los estados capitalistas pueden y deben provocar la catástrofe.

Se nos replicará: «Todo eso tal vez sea cierto, ¿pero no es igualmente necesario salvarnos del peligro más inmediato, la Alemania de Hitler?» Antes que nada, observemos que todavía ayer la Comintern planteaba en Alemania la consigna de «liberación nacional», que es imposible de realizar sin una guerra. Hoy la Comintern pretende defender el status quo de Versalles para evitar la guerra. Está perdido el que abandone la posición de la lucha de clases y de la revolución internacional y comience a buscar la seguridad al margen de la lucha revolucionaria contra el propio gobierno dentro del propio país. Hoy se ocultará la traición tras el planteo de la necesidad de «salvar la paz», pero mañana, cuando la guerra estalle, se traicionará para salvar la democracia o salvar a la URSS. Pero el sometimiento del proletariado francés no salvará la paz, la democracia ni la URSS.

Si, aniquilada Alemania por segunda vez, Francia, Italia e Inglaterra se vuelven contra su aliado circunstancial, ¿cree alguien que en la confusión del momento será posible separar de un solo golpe al proletariado de la burguesía, que con la ayuda de los partidos obreros habrá logrado apoderarse de la nación y amordazar y desmoralizar a la clase obrera por medio de la paz civil?

Disipar el único capital que poseemos, la independencia revolucionaria del proletariado, a cambio de equívocas, precarias e inestables intrigas diplomáticas significaría cerrarle el camino al futuro revolucionario. El crimen fundamental del reformismo reside precisamente en haber castrado al proletariado con la colaboración de clases persiguiendo el fantasma de las reformas. Esta política es diez, cien, mil veces más criminal cuando no se trata de una época pacífica de trenzas parlamentarias sino de una guerra que concentra en manos de la burguesía todos los instrumentos de opresión y destrucción y le deja al proletariado su única arma: su independencia política, su odio a la burguesía, su voluntad revolucionaria.

Además, ¿quién tiene derecho a asegurar que la dócil sumisión del proletariado francés a su propia burguesía inevitablemente asustará al fascismo alemán y lo obligará a replegarse? Sería por cierto una afirmación gratuita; a la larga ocurrirá justamente lo contrario.

Hitler todavía no aplastó moralmente al proletariado alemán. Para lograrlo hace girar toda su propaganda alrededor de un argumento de mucho peso: «estamos rodeados, nos odian, pretenden destruirnos.» Se trata de la lucha de la raza. Ya el hecho de haber obligado al estado obrero a confraternizar con la burguesía francesa contra Alemania fortaleció la posición de los nazis contra la clase obrera de su país. Si el proletariado francés llega a participar deliberadamente en esta alianza sometiendo su independencia de clase, en Alemania avanzará mucho la teoría de la lucha de razas en detrimento de la de la lucha de clases. Llevado por el irresistible espíritu nacional que él mismo impulsó, Hitler se puede ver obligado a desencadenar la guerra.

Por otra parte, la abierta, irresistible y atronadora oposición del proletariado francés a su propio imperialismo será un desmentido al racismo y dará un poderoso ímpetu a la revolución alemana.

En Ginebra la URSS participó activamente en la disposición de medidas contra el terrorismo y los terroristas. El motivo fue el asesinato del rey de Servia. Los marxistas siempre fuimos adversarios del terrorismo individual, pero también asumimos la defensa de los terroristas nacionales contra la opresión imperialista. Ahora se abandonó también esta tradición elemental; la URSS se ubicó en la esfera de las luchas nacionales como pilar del orden establecido y del status quo.

El comunicado Stalin-Laval hizo que la clase obrera internacional comenzara a comprender mejor por qué Stalin emprendió una nueva persecución de los bolcheviques leninistas y del grupo de Zinoviev. Antes de entregar por fin el Kremlin a la burguesía, le era necesario aplastar y exterminar a todos los que podían protestar por ello.

¡El enemigo es el stalinismo! Pero no hay que olvidar o subestimar al reformismo. La traidora política de los stalinistas les proporciona un tremendo apoyo. De ahora en adelante Blum y Paul Fauré difunden abiertamente la idea de la defensa del «suelo nacional» porque de todos modos estos filisteos no aprueban la defensa «incondicional». Todo el mundo tiene claro qué estúpido es querer «condicionar» la defensa de la burguesía nacional o del estado proletario. Si nuestro país, tal como es, vale la pena de ser defendido, hay que hacerlo más allá de cuál sea el origen de la guerra; es absurdo castigar a «nuestro país» por la idiotez de Laval y sus colegas. Para nosotros, lo determinante es el carácter de clase, no la política del gobierno. Estarnos obligados a oponernos a los presupuestos de guerra de los gobiernos más democráticos de los estados burgueses y a defender a la URSS a pesar y en contra de Stalin y su infamia.

Sin embargo, el absurdo de la defensa «condicional» de los estados burgueses tiene un grave significado político. Si Blum le diera a la burguesía todo lo que ésta exige no podría diferenciarse de Herriot ni tampoco siquiera de Louis Marin.[4] Perdería la confianza de la clase obrera y se convertiría en un cero a la izquierda. Al presentarse como pacifista hasta el estallido de la guerra conserva la posibilidad de rendir un doble servicio a la burguesía durante el conflicto. Un gran sector de la clase obrera se dirá: «si este probado pacifista se une ahora a las filas de la ’paz civil’ será porque la guerra ha sido lanzada contra nosotros, porque la defensa es justa.» Para poder cumplir con esta misión Blum tiene que rechazar como inútiles las órdenes de Stalin. El giro social-patriota de los stalinistas facilita enormemente este pérfido juego.

León Blum y Cía. se lamentan de que el comunicado no se adecua suficientemente a los estatutos de la Liga. Sin embargo, ya en enero el CAP [Consejo Nacional de SFIO] elaboró su famoso programa, que proclama la necesidad de destruir el estado burgués y de oponerle los intereses del pueblo trabajador, que incluyen los intereses del país. ¿Qué es la Liga de las Naciones? Es también el mecanismo del estado burgués, o de varios estados burgueses que actúan conjuntamente y son al mismo tiempo antagónicos entre sí. Si sólo cabe destruir el mecanismo del estado burgués, ¿cómo se puede depositar esperanzas de un futuro mejor en la Liga de las Naciones, que es la quintaesencia de ese mecanismo?

La doctrina jauresista[5] afirma que la democracia o el estado democrático («el mecanismo burgués») sufre constantes mejoras y avanza lenta pero seguramente hacia el socialismo. Vista desde esta perspectiva, naturalmente la Liga de las Naciones tiene que ser el regulador de las relaciones internacionales de los demócratas.

Hoy no sólo Pivert y Ziromski sino también Blum y Paul Fauré se ven obligados a reconocer la necesidad de derrocar y destruir el mecanismo del estado burgués. En estas condiciones, ¿cómo pueden seguir creyendo en la Liga de las Naciones?

La misma cuestión se plantea respecto al tema del desarme. Ziromski se muestra muy pesaroso al ver cómo su reciente amigo Litvinov abandona la consigna del desarme en favor de la seguridad colectiva. En un artículo anterior el propio Ziromski rechazó el «social-pacifismo» en la política interna, es decir la esperanza de arreglar amistosamente el problema social. Ziromski es incapaz de comprender que el pacifismo social exterior es la otra cara de la moneda del pacifismo social interior. Si la burguesía permite que se la desarme para garantizar la paz ello implicará que a la vez queda desarmada para luchar contra el proletariado. Encontramos aquí la misma contradicción que en la cuestión de la Liga de las Naciones. Tenemos al menos el reconocimiento verbal de la necesidad de que el proletariado se arme y conquiste poderosos apoyos en el ejército burgués para llegar al triunfo en la lucha de clases interna. A la vez, se dedican a garantizar la paz bajo el régimen capitalista a través del desarme general. ¿Por qué entonces hacer una revolución contra una burguesía humanitaria que accederá a desarmarse por un convenio en la Liga de las Naciones?

La solución de este enigma es bastante simple. Esta gente no tiene la menor confianza en la revolución ni en la destrucción del mecanismo del ejército burgués. Lo demuestran además repitiendo la consigna «Desarmen a las ligas fascistas». Ziromski es inconsciente de que esta famosa reivindicación revolucionaria es la encarnación más estúpida del pacifismo social.

Para refutarnos se nos dirá: «Sin embargo ustedes mismos, bolcheviques leninistas, reconocen el derecho del estado soviético a concluir alianzas con los estados imperialistas en pro de su seguridad inmediata. Por lo tanto, ¿no tenemos el deber, como obreros franceses, de apoyar estas alianzas en la medida en que le son útiles al gobierno obrero?»

¡No, nunca! Ya señalamos por qué los socialistas alemanes tenían la obligación de luchar contra la paz de Brest-Litovsk, aunque en ese momento ésta era absolutamente necesaria para que continuara existiendo la Unión Soviética.

Veamos este problema más concreta y prácticamente. El derrotismo revolucionario no implica en absoluto el sabotaje de la falsa defensa nacional por una minoría activa. Sería absurdo atribuirles a los obreros revolucionarios la idea de volar puentes y ferrocarriles, etcétera, en el caso de que estalle la guerra. Los obreros revolucionarios, en la medida en que sean una minoría, participarán en la guerra como esclavos del imperialismo conscientes de su esclavitud. Al mismo tiempo, prepararán con su agitación la transformación de la guerra imperialista en guerra civil.

Supongamos que la URSS lograra asegurarse la ayuda militar de la burguesía francesa en el caso de una agresión por parte del imperialismo alemán (lo que, de paso, no es de ninguna manera seguro). Esta asistencia brindada por la burguesía en el poder no se vería obstaculizada por el hecho de que la minoría revolucionaria continuara cumpliendo su deber de preparar incesantemente el derrocamiento de la burguesía, más allá de la ayuda militar del Estado Mayor imperialista (que será siempre precaria, equívoca y pérfida).

La repercusión que tendrá en Alemania el movimiento revolucionario de Francia proveerá otra clase de ayuda, muy efectiva, para la salvación de la URSS así como para el desarrollo de la revolución mundial.

Si el movimiento revolucionario francés, en el caso de una guerra, se fortaleciera tanto como para amenazar directamente el aparato militar de la burguesía y pusiera en peligro su alianza con la URSS, ello implicaría que el proletariado francés estaría en condiciones de tomar el poder en el apogeo de la lucha. ¿Acaso habría que frenarlo en esa situación? Díganlo entonces. ¿Correremos el riesgo de la derrota? Obviamente. La revolución, igual que la guerra, implica siempre un riesgo, ya que el peligro es su elemento esencial. Pero sólo los miserables filisteos pretenderán superar una situación internacional preñada de peligros mortales sin correr ningún riesgo.

Por lo tanto, el derrotismo revolucionario no impide al gobierno soviético aprovecharse bajo su propia responsabilidad de tal o cual pacto o de una u otra ayuda militar imperialista. Pero esas circunstanciales transacciones no pueden ni deben, de ninguna manera, comprometer al proletariado francés y mundial, cuya tarea, sobre todo en tiempos de guerra, consiste en preparar la liquidación del imperialismo a través de la revolución triunfante.

El pacto es un índice de debilidad, no de fortaleza, de la URSS. Este nuevo tratado es la consecuencia de las derrotas en China, en Alemania, en Austria y en España.

Dado que se debilitó el factor revolucionario mundial, el gobierno de la URSS se vio obligado a adaptarse al factor imperialista. Esa es la única formulación correcta del Tratado Franco-Soviético.

Los burócratas del Kremlin, que sólo ven el fortalecimiento de la URSS, postulan en consecuencia la independencia del estado obrero del movimiento obrero mundial; cuanto más derrotas sufra éste, más se fortalecerá la situación internacional de la URSS. Hay que liquidar estos planteos de charlatanes, hay que ponerlos en la picota.

Si debido a la aniquilación del proletariado en una cantidad de países, el gobierno soviético se ve obligado a confraternizar temporalmente con los opresores de la clase obrera francesa, esto no puede ser motivo de que a ésta se la debilite más todavía desmoralizándola. Así sólo se empeorará la situación internacional, se obligará a la revolución a replegarse y en consecuencia se pondrá en peligro directo a la URSS.

Cuando son acontecimientos de importancia mundial los que están sobre el tapete, el partido revolucionario no puede permitirse dejarse llevar por consideraciones secundarias, episódicas, coyunturales y siempre discutibles. Hay que ver a más largo alcance, preservando y acumulando la energía revolucionaria de la clase; de esta manera se podrá influir mejor en todos los problemas secundarios; la política revolucionaria es siempre la más práctica. ¡El enemigo es el stalinismo! Este debilitó a la URSS porque entregó a los obreros y campesinos chinos a la burocracia del Kuomintang, a los obreros ingleses a la burocracia de los sindicatos, etcétera… Atemorizado por las consecuencias, pretendió jugar la carta del aventurerismo, «el tercer período». Las consecuencias fueron todavía más fatales. Hoy Stalin y Cía. perdieron toda confianza en las fuerzas revolucionarias. Recurren a la diplomacia pura, es decir a lo más inmundo. Se niegan a ver otra cosa que las maniobras con un imperialismo en contra de otro. Lo que más temen es que los obreros franceses pongan en peligro sus intrigas. Thorez y Cía. suscriben esta desgraciada actitud. Ellos también temen que el movimiento revolucionario sea un obstáculo para la seguridad de la URSS. Aceptan la orden de castigar y atar a la revolución.

Se transforman abiertamente en la policía stalinista del proletariado francés y, lo que es peor, la policía stalinista se convierte al mismo tiempo en la policía al servicio del imperialismo francés. Cuando los bolcheviques leninistas comenzamos nuestra lucha contra la teoría del socialismo en un solo país podía parecer que no se discutía más que una cuestión académica. Hoy se ve claramente la función histórica de esta fórmula: su objetivo es separar el destino de la URSS del destino del proletariado mundial. Le creó a la burocracia soviética una base nacional que le permitió concentrar todo el poder en sus manos. La nueva ley que extiende la pena capital a niños de doce años revela con terrible elocuencia no sólo que la URSS está, todavía, a considerable distancia del socialismo sino también que bajo la dominación de la omnipotente burocracia la descomposición social de amplios sectores de obreros y campesinos alcanzó proporciones formidables, pese a todas las conquistas tecnológicas que tan caras pagó el pueblo. Y precisamente en el momento en que el peligro de guerra amenaza al estado fundado por la Revolución de Octubre, el gobierno de la URSS extrae las conclusiones finales de la teoría del socialismo en un solo país prostituyendo el abecé del marxismo y reduciendo a la Comintern al rol jugado por Scheidemann, Noske, Renaudel, Vandervelde y Cía.[6]

Cuando proclamamos, después de la capitulación de la Internacional Comunista ante Hitler, que estábamos ante el «4 de agosto» de la Tercera Internacional, nos enfrentamos con no pocas protestas. Se nos dijo que el «4 de agosto» fue una traición consciente, mientras que la capitulación a Hitler era la consecuencia inevitable de una falsa política. Hoy vemos qué superficiales son esas caracterizaciones puramente psicológicas. La capitulación expresaba la degeneración interna, una consecuencia de la acumulación de errores y crímenes. Esta degeneración implicó a su vez la capitulación ante la guerra imperialista y el prólogo a la capitulación ante la burguesía imperialista, que prepara la guerra. Por eso el «4 de agosto» de la Tercera Internacional estaba implicado ya en la capitulación ante Hitler. Es un gran mérito de los bolcheviques leninistas haberlo planteado a tiempo.

El stalinismo traiciona y envilece al leninismo.

La tarea urgente de la hora consiste en reconstituir las filas de la vanguardia del proletariado internacional. Para ello son necesarios una bandera y un programa, que no pueden ser otros que la bandera y el programa de la Cuarta Internacional.

La Tercera Internacional ha muerto. ¡ Viva la Cuarta Internacional!

(extraído de CEIP)

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