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A 20 años de los asesinatos de Maxi y Darío

Como todos los 26 de junio nos encontramos en el Puente Pueyrredón donde hace 20 años fueron asesinados Maxi y Darío. Ese 26 de junio de 2002 parecía ser una más de las tantas jornadas que acompañaban esos días de enormes luchas por los reclamos más sentidos del movimiento obrero, tanto ocupado como desocupado.

La falta de respuestas luego de la caída de De la Rúa en diciembre 2001 volvió a potenciar el descontento generalizado y las luchas unitarias de ocupados y desocupados. Pero el Gobierno también había preparado su respuesta. Trabajó infatigable y sistemáticamente durante la víspera de ese 26 de junio para demonizar las movilizaciones populares y sobre todo al movimiento piquetero que se manifestaba masivamente a lo largo y ancho del país. Tal y como ocurre en nuestros días.

Todo el aparato ideológico, con sus medios de comunicación, con sus esbirros y mercenarios a sueldo llenaban las hojas de los principales diarios e innumerable cantidad de horas de televisión y radio. Los principales dirigentes de los partidos políticos de la burguesía fomentaban la represión como única salida posible. El propio Carlos Ruckauf había dejado deslizar en los días previos la respuesta que se estaba preparando.

El 26 de junio de 2002 no hubo ningún error de cálculo, ni desborde de un loquito, sino un verdadero plan orquestado con un objetivo buscado, planificado y llevado a cabo hasta sus últimas consecuencias. Las fuerzas represivas se prepararon para matar. Fueron más de 30 los heridos en esa jornada, muchos de los cuales recibieron balas de plomo. Los allanamientos a los locales cercanos de las organizaciones donde la gente se resguardaba; las persecuciones durante kilómetros buscando el total disciplinamiento de los que se movilizaban; la brutalidad exhibida en sus métodos de detención; todo eso desembocó también en el fusilamiento a pocos metros de distancia de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

Estaban convencidos que ocurriría como tantas otras veces durante la década del 90, en la que tantos mártires y luchadores habían sido vilmente asesinados en las rutas argentinas, dejando tras de sí solo impunidad. Únicamente lo escandaloso de la manipulación y encubrimiento de información pudo desbaratar sus criminales planes para que los verdugos de las masas quedaran impunes.

Es cierto que los autores materiales fueron identificados y sus procedimientos develados, pero quedaban y aún quedan los más importantes: los autores intelectuales de la Masacre de Avellaneda, que hasta el día de hoy se pavonean libremente como si ninguna responsabilidad hubiesen tenido. La impunidad es palpable cuando se ve que no solo no fueron juzgados, sino que la mayoría se han reciclado políticamente. Ahí están los Aníbal Fernández, los Duhalde, los Felipe Solá, Luis Genoud, Carlos Ruckauf, Alfredo Atanasoff, Juan José Álvarez, entre tantos otros. Y esa misma impunidad alcanzó ribetes insospechados cuando hace pocas semanas Alfredo Fanchiotti y Alejandro Acostado (autores materiales) solicitaron el arresto domiciliario.

Son 20 años de impunidad los que acompañaron trágicamente los asesinatos de Maxi y Darío, constituyendo una muestra de la barbarie capitalista, de su Estado y de sus repodridas instituciones como la Justicia burguesa. Estas mismas instituciones y este mismo Estado que tan deslegitimados estaban en aquellas jornadas y que la burguesía tan afanosamente buscó reconstituir estos 20 años.

Aquel golpe represivo potenció la crisis política, lejos de atemorizar a las masas, estas radicalizaron su respuesta. Duhalde tuvo que anunciar en los primeros días de julio que anticipaba las elecciones internas abiertas para diciembre y que se adelantaría 6 meses la entrega del gobierno en medio de la mayor crisis de los partidos políticos patronales.

Semejante avance en la organización y en los métodos de lucha, en la politización de la vanguardia no encontró su dirección revolucionaria. Meses más tarde se iniciaría un lento proceso de la reconstitución de las ilusiones democráticas, de las expectativas en las vías institucionales y los caminos burgueses. Aquel “que se vayan todos” no tuvo la fuerza y la claridad programática para concluir en nuevos levantamientos de masas, a pesar de las enormes conquistas que logró arrancar y las fenomenales enseñanzas que dejó a su paso.

Como lo decíamos hace 20 años la impunidad solo podrá ser resuelta con la puesta en pie de Tribunales Populares para juzgar a todos los responsables. Es necesario tomar en nuestras manos las banderas de aquellas luchas, de Maxi y Darío y mostrar que la única salida posible a la barbarie, a los problemas de hace 20 años -y a los actuales-, al hambre, a la miseria, a la desocupación, es acabando con el régimen capitalista de producción, a través de una revolución social, que termine con las bases materiales de esta podredumbre actual. Ninguna otra salida es posible en el escenario actual.

 

(nota de MASAS nº417)

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