Perspectivas para el año nuevo: la crisis económica mundial se expresa como estanflacion
Todos los pronósticos de los organismos financieros del imperialismo auguran, para el periodo inmediato, una drástica caída en el crecimiento económico mundial, se habla de una caída desde el 6 % registrado el 2021 gracias al efecto rebote de la apertura económica postpandemia, al 3.2% previsto para el 2022 y una proyección de apenas 2,7% para el 2023, para América latina el pronóstico para el 2023 es de un crecimiento máximo de 1,7%. Todos coinciden en que se registran elevadísimas tasas de inflación en la mayoría de los países del mundo, que viene aparejada con la recesión en el aparato productivo. Las medidas monetarias, de encarecimiento del costo del dinero destinado a reducir la masa monetaria circulante para tratar de contralar la presión inflacionaria, tienen como efecto inmediato acentuar las tendencias recesivas, la contracción de la producción con las consiguientes medidas de despidos, pérdidas de fuentes de trabajo y el encarecimiento del costo de vida para los explotados. Todo esto que hace algunos meses aparecía como posibilidad es hoy una realidad, admitida y reconocida, por todos los gobiernos. Se confirma que tras el breve periodo de reactivación económica postpandemia ingresamos a un periodo de contracción, cuyo final depende del nivel de destrucción de las fuerzas productivas que se precipite, en este escenario la guerra cumple un papel determinante.
La economía europea es la más golpeada a consecuencias de su sometimiento a la política norteamericana enfrascada en ganar posiciones en su guerra económica contra China y Rusia. Los gobiernos europeos, particularmente Alemania y Francia, alineados contra Rusia han terminado pagando el gas y petróleo requerido por ellos a precios impuestos por las trasnacionales norteamericanas, hasta siete veces más caro que el ofertado por Rusia. La industria alemana, particularmente la industria automotriz, de producción de acero y otros materiales primarios, de alto consumo energético se ha visto duramente golpeados al punto en que muchas de ellas (la Opel por ejemplo) han suspendido operaciones de producción decretando vacaciones colectivas hasta febrero del próximo año 2023. Las protestas sociales menudean por el encarecimiento del costo de la energía, la perdida de las fuentes de trabajo, la elevación del costo de vida y se levantan las voces contra la política pronorteamericana de los gobiernos burgueses europeos. Aun así, con el sacrificio de la economía europea, en EEUU no se revierte la estanflación.
Estos dos polos de la crisis política, que implican a Estados Unidos y a Europa, dan la dimensión de la creciente inestabilidad de la situación mundial. En su base está el proceso de desintegración económica que comenzó en 2008 y se profundizó con la recesión de 2009. Los dos años de la pandemia y los ocho meses de guerra en Ucrania dificultaron el establecimiento de un periodo de estabilización de las relaciones económicas, aunque fuera mínimo y de corta duración. En este marco se ha agudizado la guerra comercial, impulsada por la crisis de sobreproducción, el estrechamiento del mercado mundial y el aumento de la competencia, especialmente entre Estados Unidos y China. Más recientemente, afloró la inflación, motivada principalmente por el excesivo parasitismo financiero, el enorme endeudamiento de los tesoros nacionales y la guerra de Ucrania, que ha provocado el aumento del precio del petróleo, el gas y los alimentos. Por ello, las tendencias predominantes son potenciar el proceso de desintegración económica en todas partes.
Las crecientes movilizaciones obreras y populares señalan el camino de la lucha de clases por el que puede surgir un movimiento por el fin de la guerra y por la paz sin los dictados de Estados Unidos, las potencias europeas y la OTAN, por a paz en el marco del respeto a la autodeterminación de las naciones. De lo contrario, la escalada militar en Europa y en el mundo continuará su marcha ascendente. Esta base estratégica de enfrentamiento contra la guerra de dominación depende de que el proletariado, unido y cohesionado, se sitúe en la posición de condenar y enfrentar la guerra.
En América Latina, la mayoría de las economías enfrentan elevadísimas tasas de inflación junto al cierre de fábricas y fuentes de empleo que no pudieron remontar la paralización económica que vino con la imposición de la política de aislamiento social durante la pandemia. La recuperación postpandemia tuvo un brevísimo tiempo de alza de precios de los minerales, las materias primas y los comoditties, que no alcanzó a conjurar el daño producido en el periodo precedente. La estanflación en la economía mundial ahonda la crisis en América Latina, la tendencia a la agudización de la lucha de clases determina el acelerado agotamiento de los gobiernos de la vieja derecha y los recientemente electos gobiernos de la “izquierda” reformista remozada en políticas procapitalistas, derechistas y antiobreras. Los casos de Pedro Castillo del Perú, de Boric en Chile, de Fernández en Argentina y de Arce en Bolivia, incapaces de impedir que los efectos de la crisis económica recaigan sobre las masas hambrientas que se ven rápidamente enfrentadas y desafiados por ellas, anuncian el derrotero que seguirán los Gobierno de Petro en Colombia y Lula en Brasil. La explicación hay que encontrarla en la imposibilidad de remontar la crisis estructural del capitalismo en el marco del respeto a las relaciones sociales de producción burguesas y que en América Latina se traducen en el histórico sometimiento de las burguesías latinoamericanas al capital financiero imperialista (transnacionales).
(POR Bolivia – Masas nº2627)