Mundial del ´78: Una Copa ensangrentada: La lucha de las Madres

“La representación había sido cuidadosamente elaborada. Y casi todo sucedió como estaba calculado. Salvo por un episodio. Videla había abierto la ceremonia inaugural del Mundial con un discurso impensado para un dictador, en tono firme pero mesurado, que exaltaba los valores humanistas del deporte. Era la imagen que, minuciosamente estudiada, debía confrontar y derrotar a aquella otra difundida por la campaña “antiargentina” que adentro y afuera del país le atribuía la responsabilidad máxima por los más horrendos crímenes contra los opositores políticos. Según su propia evaluación, los militares ya contaban con una primera victoria: habían hecho fracasar la ofensiva a favor del boicot al Mundial”.

Inmediatamente después de aquel discurso y minutos antes de que comenzara el partido entre Alemania Federal y Polonia, miles de gimnastas dibujaron sobre el césped las figuras exactas y a la vez cambiantes de un esquema coreográfico deportivo que arrancaría aplausos de admiración. En el estadio repleto flameaban innumerables pequeñas banderas celestes y blancas y el público se fundía en un solo grito de “Argentina, Argentina”. El país parecía celebrar una fiesta y casi no había argentino lejos de la pantalla o la radio. Eran las 15 del día jueves 1 de junio y Buenos Aires se había convertido en el escenario de un espectáculo internacional que el gobierno pensaba utilizar para promocionar una imagen pacífica y respetuosa de los derechos humanos, y que el resto de los Estados no tenía mayor interés en cuestionar. Sin embargo, algo escapó a las previsiones oficiales y se constituyó en el primer revés de la dictadura durante el Mundial.

Mientras la totalidad de los medios nacionales y la mayor parte de los internacionales difundían la información, el discurso y el espectáculo de los gimnastas tal y como lo había pensado la dictadura, la televisión holandesa se salió del libreto y, por la pantalla de ese país, se pudo ver la ronda de las Madres en la Plaza de Mayo. A la misma hora en que se inauguraba el Mundial, las Locas de pañuelo blanco, con la Plaza más vacía que nunca, a excepción de sus propias presencias y la de un número significativo de periodistas extranjeros, realizaron su silenciosa marcha. Todo ocurría, como en tantas rondas, salvo que, por primera vez, era transmitida en simultáneo por la televisión holandesa para millones de personas. Desconociendo la fiesta deportiva y la euforia de miles de argentinos, en esas pantallas de ese  país europeo se recortaba, dramática, otra imagen del país. Fue un duro golpe en el rostro impertérrito de los miembros de la junta militar.

En el orden interno, la Junta había garantizado la complicidad y el consenso de la más amplia mayoría los argentinos. La acción psicológica de los militares puso el acento en el patrioterismo -exacerbado por la competencia deportiva- y un manipulado concepto de la defensa de la soberanía nacional, que llamaba cerrar filas, a mostrarle al mundo “lo derechos y humanos que éramos los argentinos” y esconder, en todo caso, la suciedad debajo de la alfombra. “El mundial también es confraternidad… Y usted juega de argentino”, repetía la campaña publicitaria oficial de la Copa. La operación fue apoyada por numerosos medios y comunicadores locales.

El gobierno estuvo más sólidamente acompañado que nunca por los medios de comunicación y por sus aliados civiles. Nunca, como hasta ese momento, las Madres sintieron no sólo el acoso y la presión del gobierno, sino también de la opinión pública, que las condenaba y las aislaba por “antiargentinas”. Y eso les dejaba su marca: “me sentía extraña en mi propio país y en mi propia familia. Nadie nos entendía. ¿Cómo podría ser que solamente nosotras pensáramos así y que nadie se diera cuenta?

La mayor parte de los medios extranjeros tampoco venía a condenar el terrorismo de Estado ni a hurgar más allá de la superficie que dejaba ver la dictadura. El caso de Holanda se inscribió entre las excepciones. Ese país contaba por entonces con una sensibilidad especial en relación a las violaciones de los derechos humanos, luego de haber pasado por la experiencia de la ocupación nazi, lo cual coincidió con el importante nivel de desarrollo del movimiento de denuncia conformada por el exilio argentino. No por casualidad fue que se discutió intensamente si la selección local debía participar o no en el Mundial, y tampoco fue fortuito que allí se constituyera el primer grupo europeo de apoyo a las Madres. Estos grupos, que a partir de ese momento comenzarían a surgir y a crecer por casi todos los países occidentales del viejo continente, y frecuentemente en varias ciudades de cada uno de ellos, serían un puntal decisivo para el movimiento.

La decisión de la televisión holandesa produjo, además, un efecto multiplicador. Varias televisoras europeas, al igual que en numerosos medios gráficos, sintieron que no podían quedar rezagados y comenzaron a programar notas y entrevistas con las Madres. Ellas empezaron a ser buscadas por la prensa internacional -especialmente la europea, pero también la mexicana y la venezolana, entre las excepciones latinoamericanas-. Se cumple así el pronóstico del Buenos Aires Herald, que había afirmado que las Madres se convertirían en una cita obligada para la mayor parte de los periodistas extranjeros. El fenómeno parecía ser el fruto de una casualidad o de la mera vocación informativa de los medios. Sin embargo, fue resultado de una serie de factores ardua y conscientemente trabajados: el desarrollo del movimiento de denuncia fuera y dentro del país, el impacto de su acción en la opinión pública de diversos países, la solidaridad activa de sectores políticos y religiosos extranjeros y la poderosísima imagen de la Madres, sostenida en la presencia silenciosa en la Plaza de Mayo.

Superando sus propias expectativas, el comienzo del Mundial dejaba las Madres un triunfo extraordinario. En poco más de un año desde su surgimiento, ya no sólo eran conocidas en los núcleos de los emigrantes argentinos y las organizaciones de solidaridad sino que, también, llegaban al público masivo. Fue un grave traspié para el gobierno. La secreta estructura represiva era cada vez menos secreta y la Madres se convertían en la mayor evidencia de los métodos empleados. Con ello, estas mujeres logran un doble objetivo: por un lado, el de potenciar la denuncia del genocidio y, por el otro, el de asegurar o al menos contribuir a su propia salvaguarda, ya que sería más difícil borrarlas de un plumazo cuando habían alcanzado semejante trascendencia mediática.

Aquello por lo que habían trabajado durante meses, sin respiro, se concretaba ahora sin que el régimen más sanguinario y poderoso de la historia argentina pudiera evitarlo. Incluso, si al comienzo esa primera marcha durante el Mundial, la policía insinuó cargar sobre ellas, la presencia del periodismo extranjeros lo impidió. Así, la figura dramática de las Madres trascendió la Plaza de Mayo, aunque para la prensa argentina, nuevamente, parecían invisibles. “Fue una fiesta total… Sobria, medida, de buen gusto… Fue una fiesta argentina para el mundo”, comentó al día siguiente el diario La Nación, para el que no habían existido los rostros y las palabras desesperadas de las Madres que impactaron en Holanda, Alemania, Francia y casi toda Europa.

El gobierno enseguida hizo notar su disgusto por la relevancia que los periodistas extranjeros le habían otorgado a las Madres, y hasta un miembro de la Junta Militar expresó públicamente su desaprobación. Los militares espiaban las comunicaciones que los corresponsales enviaban al exterior y lanzan ciertas amenazas veladas contra los que pretendían “enlodar la fiesta del deporte”, pero no podían controlar los contenidos. Y, a veces, tampoco controlaban los medios que estaban en sus manos.

Desde el punto de vista de la opinión pública mundial, la novedad estaba en ese grupo de mujeres que clara y públicamente se instalaba en la Plaza de Mayo y constituía la evidencia de las atrocidades de la dictadura.

Si no podían controlar a la prensa extranjera cuando difundía las imágenes de las Madres, tendrían que controlar que la imagen misma de las Madres no volviera a aparecer. La solución estaba pues en erradicar a las Madres de la Plaza a través de un operativo dirigido directamente por el Ministerio del Interior y por intermedio de la Policía Federal: tenían que evitar que cada jueves se repitiera la escena de las marchas.

Sin conocer sus planes, las Madres preveían que algo así podía suceder. Después del golpe que le habían asestado al gobierno durante la inauguración del Mundial, tanto ellas como el gobierno eran conscientes de lo que significaba la disputa por la Plaza. La idea fue, entonces, redoblar la apuesta de la movilización y, simultáneamente, recurrir a sus mejores aliados entonces: los corresponsales y periodistas extranjeros. “No se puede decir que tuviéramos una gran capacidad organizativa ni política, pero hacíamos lo que podíamos. La idea era mantener a toda costa el espacio de la Plaza, esa era nuestra única sabiduría. Y entonces, durante la semana llamábamos por teléfono, visitamos en sus casas a otras Madres para asegurar que vinieran el jueves siguiente. Y eso era todo. También llamamos a los periodistas extranjeros: teníamos la convicción de que mientras ellos concurrieron a la Plaza, no nos iban a tocar. Los militares se cuidaban mucho de ellos: si habían montado todo para dar una buena imagen, ahora estaban en un brete con nosotras. Así todo, visto a través del tiempo y aunque nosotras pensamos lo contrario, no llegábamos a ser muchas Madres; es que sobre nosotras había una presión terrible, tremenda, y tampoco era ir a la Plaza y nada más. Llevábamos el miedo adentro, nos hostigaban, nos seguían, nos amenazaban y encima ponían a la gente en nuestra contra. Había que superar todo eso para ir a la Plaza. El resultado final era unos centenares de mujeres, las más decididas, pero que, sin ser muchas, tenían un valor enorme. De eso nos damos cuenta nosotras y todos”.

El jueves 8, a partir de las 3:00 de la tarde, las mujeres, acompañadas de algunos niños y unos pocos hombres, volvieron a ingresar a la Plaza desde distintos ángulos. Venían de a una o de a dos, a lo más, para no llamar tanto la atención y que no les impidieran el paso. Iban confluyendo de a poco hacia la pirámide, la mayoría permanecía caminando entre los diversos canteros, otras se quedaban paradas en algún costado y unas pocas se sentaban en algún banco. Se echaban entre ellas miradas cómplices y también observando de reojo a los policías de civil, a los que ya habían aprendido a reconocer, sino por la habitualidad de los rostros, por lo menos por señas inconfundibles del physique du rol. De pronto, cerca de las 3.20, las que estaban sentadas se levantaron y empezaron a andar, las que permanecerían paradas se pusieron en marcha y la que estaban caminando aceleraron el paso, y todas a la vez enfilaron hacia el centro de la Plaza. La mayoría de las mujeres desplegó sus pañuelos, que unas llevaban apretados en sus manos y otra sacaban del bolsillo del tapado o de la cartera; se lo colocaron en la cabeza con una rapidez y una precisión que parecía ensayada. Y allí estaban las locas, si, eran ellas; miraban a los policías con una mezcla de ingenuidad y coraje, y como diciendo “aquí estamos, sí éramos nosotras, esas que hace apenas unos segundos parecíamos estar paseando”. Y ahí estaban.

Los periodistas extranjeros se acercaron. Algunos, los viejos conocidos de las Madres, se colocaron al lado de ellas y marcharon tomados del brazo o simplemente a su lado. Eran los menos. Los más, se colocaron en posición de observador, miraban, tomaban notas, sacaban alguna foto de las Madres y algún audaz apuntó con su cámara a los policías de civil que las Madres les señalaban con un gesto de complicidad. En total eran más de 300 los familiares que concurrieron ese día. La policía uniformada los observaba y la de civil no parecía estar dispuesta a ninguna provocación mayor. Alguno, sin embargo, se acercó un grupo de las Madres y le recriminó: “¿qué hacen aquí? ¿Se dan cuenta de la imagen que dan del país? ¿No ven que periodistas extranjeros que van a aprovecharse para atacarnos? ¿Ustedes no son argentinas?“.

La Madres habían aprendido que era mejor no contestar. Lo que tenían que decir estaba dicho con su sola presencia. Lo demás, quizás se aclararía con el tiempo. En todo caso, ellas seguirían adelante. Cerca de las 4:00 de la tarde, la Madres dieron por concluida la marcha pero tenían pensado algo más. Habían decidido elevar la apuesta.

Se disgregaron un tanto, mientras hablaron con los periodistas que menos conocían para informarles de sus reclamos; pero rápidamente, dos Madres líderes se tomaron del brazo y bajaron por el cantero que va hacia la Catedral, iban hacia Diagonal Norte para tomar por Florida. La decisión era que a la Plaza ganada había que sumarle la calle. Iban a marchar por Florida, la arteria más turística de Buenos Aires. El hecho tomó por sorpresa a la policía.

Al comienzo, las Madres marcharon en silencio y a un ritmo relativamente lento por la peatonal porteña. Eran entre 12 y 20 mujeres. Lo hicieron sin dificultades, hasta que llegaron al cruce con la calle Tucumán. Para entonces, la policía había podido reorganizarse y decidir lo que tenían que hacer para evitar que ellas continuaran avanzando: montar una provocación. Mientras los transeúntes miraban sorprendidos y algo asustados la marcha de las Locas, una mujer policía se dirigió a la cabeza de la marcha y les dijo que no podían continuar y que debían dispersar inmediatamente. Al mismo tiempo, un grupo de policías de civil, haciéndose pasar por gente común, comenzó a insultar a las Madres a los gritos e, incluso amenazar a los periodistas extranjeros diciéndoles que no tenían nada que hacer allí.

Otra patota comenzó a rodear y aislar a una compañera. Mientras uno decía que debían llevársela detenida, el resto trataba de sujetarla. Pero Yoyi Epelbaum se lanzó primero hacia atrás y luego hacia un costado, y volvió a reunirse con el grupo de Madres que ahora habían disuelto la fila de a dos y se aglutinaban a su alrededor. La tensión era enorme. ¿Cómo terminaría aquello? Las Madres no se pararon a pensar. Habían avanzado varias cuadras por Florida, lo cual era más de lo que imaginaron hacer. La violencia de los provocadores parecía ir en aumento, pero ellas no retrocedieron ni un palmo, aspecto que fue percibido por los que conducían el operativo. La patota volvió al ataque, pero ya sin mucha convicción. Entonces un policía uniformado ordenó que “las dejaran tranquilas”. Además, un camarógrafo alemán estaba registrando el episodio.

Poco a poco, pasado lo peor, las Madres se dispersaron. En el interior de cada una de ellas había una mezcla de alivio, fuerza y miedo. Decenas de periodistas extranjeros habían presenciado todo, lo cual aseguraba la repercusión mundial que efectivamente tuvo el episodio. Incluso la agencia local Noticias Argentinas lo incluyó en su reporte del día. Habían superado el desafío y ganado una pelea. Pero la cuestión no terminaba ahí, también habían dejado al león herido. Un león feroz y asesino que había invertido mucho en esa operación y que deba dejar fácilmente que todo se le tronchara…

Para la Madres, el saldo de la experiencia del Mundial era contradictorio. Si bien sufrieron uno de los peores aislamientos que habían padecido desde el inicio de su lucha, ahora el mundo conocía su denuncia. Gracias a la prensa internacional habían podido hacer sus manifestaciones y su reclamo había llegado al mundo entero.

Con extractos tomados del libro de Ulises Gorini : “La Rebelión de las Madres” Historia de las Madres de Plaza de Mayo

(nota de MASAS nº426)

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