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Brasil: La política exterior de Lula

La evaluación general de sectores de la propia burguesía es que, con la salida de Bolsonaro del comando del Estado, la política exterior de Brasil será más abierta y menos restrictiva. Lula ya había demostrado durante sus dos mandatos que sabía desenvolverse bien en las relaciones «multilaterales». En otras palabras, se balanceó entre las presiones de la guerra comercial y los conflictos militares resultantes. Sirvió a los Estados Unidos, sin alinearse completamente con las órdenes de la Casa Blanca.

Uno de los aspectos que destacó en su gestión fue el esfuerzo por mantener el Mercosur, golpeado por la crisis económica de finales de los noventa. Se reconoce la importancia de las orientaciones de Lula, que pretendían impulsar el Mercosur entre 2004 y 2006, logrando la Unión Aduanera. Bajo el gobierno de Bolsonaro, la zona de libre comercio sudamericana se ha estancado y prácticamente paralizado. Por ello, la primera actitud adoptada por el nuevo Presidente fue tratar de reactivar el Mercosur.

Sin embargo, pronto se observó que las facilidades económicas y financieras de cuando gobernaba Lula ya no existían. La economía mundial está sacudida por los años de la pandemia y la guerra de Ucrania, que el 24 de febrero cumplirá un año sin solución en el horizonte.

Internamente, los ministros de Lula reconocen que heredaron un presupuesto destrozado. Fue necesario que Lula pactara con los partidos del Centrão en torno al “Presupuesto Secreto” y al “Techo de Gastos” para poder iniciar su gobierno y cumplir mínimamente la promesa de campaña electoral de garantizar una Asignación Familiar (Bolsa de Familia) de R$ 600, disponer de una reserva para reactivar centenas de obras paralizadas y hacer frente a gastos ya previstos.

La deuda pública bruta de R$ 7,224 billones, o sea el 73,5% del PIB, seguirá restringiendo enormemente la capacidad de inversión del Tesoro Nacional, que soporta una gigantesca carga de intereses del 5,3% del PIB. Los estrechos márgenes del Presupuesto y las dificultades para revertir las tendencias al estancamiento del crecimiento y a la recesión económica colocarán al gobierno de Lula en una posición de fragilidad ante las fuerzas desintegradoras de la economía mundial, cuyos impactos sobre América Latina ya son grandes y pueden aumentar aún más.

Así, la orientación de reimpulsar el Mercosur -y situarlo en un nivel que apunte a la ampliación de los acuerdos con la Unión Europea y al replanteamiento de las relaciones comerciales con China- no se basa en factores objetivos favorables. Si Brasil y Argentina no dan un impulso importante a sus economías en el próximo año, será difícil que el gobierno de Lula pueda establecerse con relativa independencia frente a la presión de Estados Unidos, que necesita mantener la guerra en Ucrania y aprovechar sus duras consecuencias en Europa, y, en la misma línea, limitar al máximo posible la expansión comercial de China en América Latina y África.

No por casualidad, uno de los problemas que más se destacaron en la reunión de Mercosur es el de la continua amenaza de Uruguay de romper con las reglas comunes de no hacer acuerdos bilaterales. El gobierno del país vecino ve mayor ventaja en no seguir el Arancel Externo Común (TEC), que Bolsonaro ya había golpeado por decisión unilateral. A Estados Unidos le interesa que el Mercosur sea un obstáculo para el avance de productos chinos más competitivos, pero al mismo tiempo necesita que los Estados latinoamericanos sigan alineados con sus intereses imperialistas.

Los debates de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) no fueron prometedores. Esta organización nació para contrarrestar a la Organización de Estados Americanos (OEA), controlada por Estados Unidos. El nacionalismo burgués latinoamericano se mostró impotente para construir relaciones proteccionistas capaces de reaccionar ante las presiones del imperialismo.

La crisis mundial, cuya nueva etapa comenzó en 2008, en Estados Unidos, ha imposibilitado que organizaciones proteccionistas propias de semicolonias, como el Mercosur y la CELAC, ganen estatura y fortalezcan las fuerzas productivas en América Latina. Las esperanzas de que con la elección de Lula el Mercosur se reestructure de forma que favorezca la reactivación económica se verán muy probablemente frustradas en poco tiempo. Carecia de sentido la afirmación de que Lula no tiene interés en llevar a Brasil a formar parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que surgió tras la Segunda Guerra Mundial, bajo la égida de Estados Unidos, agrupando a las potencias. El objetivo de Scholz era discutir con Lula la guerra en Ucrania y la reanudación de la política medioambiental.

El canciller aleman no obtuvo de Brasil el compromiso de participar en el esfuerzo militar de ayuda al gobierno ucraniano. Pero la declaración de Lula de que, tras ser elegido, empezó a ver con otros ojos la responsabilidad de Rusia por haber iniciado la guerra, no dejo de ser importante. Así, el líder del Partido de los Trabajadores, PT, se situó políticamente en el campo del imperialismo estadounidense y de los aliados europeos.

Los 100 millones de euros «donados» por Alemania para que Lula iniciara una política ambiental, en línea con los intereses de las potencias, también bajo la orientación de Estados Unidos, desarrollada por el gobierno de Joe Biden, sólo pusieron de relieve la cuestión estratégica de los recursos naturales para las multinacionales y los Estados imperialistas.

El asedio de Rusia por la OTAN, la guerra que ha estallado en Ucrania y los peligros de extrapolación a Europa implican precisamente las riquezas naturales de la región y el control de las redes de suministro de materias primas.

La Amazonia siempre ha sido objeto de discusiones que implican la soberanía de Brasil y, desde luego, de los demás países que forman parte de ella. Bajo la máscara de la «economía verde», de la «preservación del ecosistema», del «desarrollo sostenible» y de la «democracia», se esconden los cálculos económicos de los monopolios, del capital financiero y los objetivos de los Estados que oprimen y saquean semicolonias y continentes enteros.

La preparación de la «visita» de Lula a Biden presenta las mismas señales que se reflejaron en la «visita» de Scholz a Brasil. Biden apoyó la elección de Lula frente a Bolsonaro, siempre alineado con Donald Trump. Ocurre que la ultraderecha económica, política y militar, que apoyó al gobierno de Bolsonaro, presentó rasgos nacionalistas, especialmente en relación a la Amazonia, que Lula hace mucho tiempo dejó atrás, a pesar de hablar de soberanía nacional.

Está claro que Lula inicia su gobierno presionado por Estados Unidos y las potencias europeas para alinearse en torno a las orientaciones imperialistas, ante la descomposición del capitalismo mundial, la intensificación de las disputas comerciales, la necesidad de controlar las áreas naturales y la escalada militar, impulsada especialmente con el asedio de la OTAN a Rusia, la guerra en Ucrania y la ofensiva estadounidense contra China. Estas condiciones objetivas de la crisis estructural del capitalismo estuvieron en la base de la caída del gobierno de Bolsonaro y el ascenso de Lula. El nuevo gobierno que se formó en oposición a la ultraderecha adquirió una fisonomía claramente proimperialista.

La esencia de esta concepción es que la vanguardia con conciencia de clase tiene ante sí la dura y difícil tarea de luchar en el seno de los explotados por su independencia de clase, su propio programa y la estrategia de la revolución social.

(POR Brasil – Masas nº682)

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