Un año de guerra en Ucrania – Declaración del CERCI

Sólo la clase obrera, unida, en lucha y bajo el programa de la revolución socialista, puede poner fin a la guerra de dominación

Lo fundamental de todas las actividades, pronunciamientos y decisiones preparadas por la coalición imperialista, encabezada por Estados Unidos, fue que la guerra se prolongará y avanzará la escalada militar. La Resolución de la ONU sintetizó esta perspectiva. También debemos señalar la importancia de que China haya presentado una propuesta, con el objetivo de un acuerdo de paz.

La postura de prolongar la confrontación o de abreviarla mediante una solución diplomática quedó claramente perfilada. Estados Unidos y los aliados europeos tenían que rechazar la propuesta de China. Y Rusia estaba dispuesta a estudiarla.

La línea de las potencias proucranianas fue de un ultimátum a Putin para que retirara las tropas incondicionalmente. Solamente así sería posible poner fin a la guerra. Esta directiva ya había sido dictada por Biden, cuando el canciller alemán visitó China y el presidente francés visitó Estados Unidos.

La posición de Brasil fue la de equilibrar las partes, lo que se tradujo en un cambio de postura al condenar a Rusia como responsable de la guerra y quitar responsabilidad a Estados Unidos, los aliados y la OTAN. Pero, en general, ha tratado de mantenerse en la línea favorable a la suspensión del enfrentamiento y a la negociación de los términos de la paz. Brasil no tiene un peso decisivo a la hora de influir en el curso de los acontecimientos mundiales, pero con la elección de Lula y su influencia en América Latina, las fuerzas enfrentadas trataron de ver la mejor manera de utilizarlo. Lo que finalmente se destacó fue su voto a favor de la Resolución dictada por Estados Unidos, distinguiéndose entre los países BRICS, que votaron en contra o se abstuvieron, como fueron los casos más significativos de China e India.

El intento de las potencias occidentales de aumentar su alianza mundial fracasó. Muy pocos cambios se apreciaron en los votos a favor, en contra y en las abstenciones. En este marco, resonó el clamor de los países alineados en torno a la bandera de no prolongar la guerra, encontrar un acuerdo diplomático para enfriar la escalada bélica y permitir un debate sobre la paz. Sin embargo, estaba claro que se trataba sólo de pronunciamientos.

La Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada poco antes de la sucesión de estas manifestaciones políticas, había decidido acelerar y ampliar el apoyo militar al gobierno de Zelenski. La bandera de la OTAN, subrayada en la Conferencia, era «dar a Ucrania lo que necesita para ganar». Ciertamente, esto no es nada nuevo. Su importancia radica en que, al cumplirse un año de la invasión, el imperialismo indica que su objetivo es intensificar el enfrentamiento militar, a pesar de la posibilidad de traspasar las fronteras de Ucrania y Rusia.

Al día siguiente de la visita de Biden a Ucrania, Putin anunció la suspensión de la participación de Rusia en el tratado de desarme nuclear New Start y amenazó con volver a realizar pruebas nucleares si Estados Unidos lo hacía. Estados Unidos, de hecho, está reestructurando su capacidad nuclear. La posibilidad de que las fuerzas rusas dispusieran de «armas nucleares tácticas» se planteó en cuanto quedó clara la implicación de las potencias y de la OTAN en el creciente armamento de las fuerzas armadas de Ucrania, que comenzó hace al menos nueve años y se ha potenciado en el último año. La sombra del peligro de una guerra que ponga en colisión directa a las Fuerzas Armadas de la OTAN y de Rusia se ha ido proyectando cada vez con mayor intensidad con cada medida de entrega a Kiev de nuevos aparatos militares.

La posición de la Conferencia de Seguridad de Munich de ampliar el radio de acción de la OTAN y todo el movimiento de fuerzas militares estadounidenses en Europa dan la sorprendente dimensión de que la alianza imperialista podría llegar hasta las últimas consecuencias para imponer una derrota a Rusia. La discusión sobre la paz ha quedado fuera de los cálculos de la OTAN y de los intereses del complejo militar, mientras que en Estados Unidos aumentan las críticas a la política bélica de Biden entre la población y crecen las diferencias entre republicanos y demócratas. Y da una idea del grado de sumisión de los gobiernos europeos a la política estadounidense que golpea claramente su economía y fragmenta su unidad.

La reunión de la Asamblea de la ONU y su decisión de continuar la guerra tuvieron lugar, por tanto, en el marco de una ofensiva estadounidense y de la OTAN, que comenzó a entregar los tanques más potentes a Zelenski, y que dio señales de que podría llegar a enviar aviones de combate. Parte de esta ofensiva fue la advertencia a China de que no se excediera en el «apoyo» económico a Putin, enviándole armas

Joe Biden estuvo en Kiev y luego en Polonia, para proyectar el compromiso de Washington de enviar más armas, emprender más refuerzos logísticos, aportar más dólares y endurecer aún más las sanciones económicas a Rusia. Así que no hay nada que esperar tras un año de guerra, -cuyos antecedentes hay que buscarlos en la crisis ucraniana de casi una década- que ha devastado Ucrania y dinamitado la crisis económica en Europa y en todo el mundo, salvo un salto adelante en el armamentismo y los riesgos de una tercera guerra mundial.

El objetivo de reforzar la resistencia ucraniana con tanques alemanes, británicos y estadounidenses es ya un hecho. La cuestión radica ahora en la voluntad y decisión de Biden de autorizar la entrega de aviones de combate, que sería el recurso más fulminante y que podría cambiar el curso de la guerra, estancada por el momento en Ucrania. Es evidente que la propuesta de paz de Xi Jinping refleja el momento crítico en que se encuentra el enfrentamiento.

Está claro que existe una interconexión entre la disidencia promovida por Estados Unidos en Europa y Asia, que por un lado ha convertido a Ucrania en carne de cañón y por otro avanza en la misma dirección armando a Taiwán y promoviendo una alianza belicista en Asia.

El estallido del enfrentamiento militar en Ucrania fue el resultado de la intensificación gradual del asedio de la OTAN a Rusia, cuya demostración más evidente fue el objetivo de subordinar a Ucrania y Georgia, mediante un proceso de incorporación económica a la Unión Europea, bajo la bandera de una supuesta decisión soberana de las antiguas repúblicas soviéticas. Soberanía que reclama la coalición imperialista en los términos formales de la Carta de la ONU. Supuesta soberanía porque es una decisión de la oligarquía burguesa ucraniana, que se constituyó en el proceso de restauración capitalista, de liquidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de ruptura de relaciones entre las antiguas repúblicas soviéticas. Ucrania acabó sometiéndose por completo a los dictados del imperialismo, principalmente de Estados Unidos. A Zelenski no se le permitió negociar la paz con Rusia, conducta servil típica de un gobierno de un país colonizado.

La Rusia surgida de la restauración va en la dirección de preservarse como potencia regional, basada en una riqueza natural extraordinaria, de inestimable valor para las potencias y en particular para la preservación de la hegemonía declinante de Estados Unidos, frente a una China restauracionista que se ha convertido en un rival económico y comercial de primer orden. En estas condiciones, Rusia reaccionó interviniendo militarmente en la crisis no resuelta de Georgia y en la de Ucrania. Esto trajo como consecuencia la cuestión del derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas.

Los monopolios y el capital financiero dirigidos desde Estados Unidos se abren paso por encima de las fronteras nacionales, que aún ofrecen resistencia o se erigen en poderosos obstáculos, como es el caso del control o la fuerte influencia de Rusia sobre las antiguas repúblicas soviéticas que aún no han sido subordinadas por las fuerzas económicas y militares del imperialismo. Rusia está obligada a aprovechar al máximo su condición de gran poseedora de recursos naturales y exportadora de mercancías. Este es el camino que le reserva la restauración capitalista y su completa subordinación a la economía mundial. Y Estados Unidos y la Unión Europea no pueden renunciar a la libre penetración de sus capitales en la gigantesca y portentosa región euroasiática. Estados Unidos no puede permitir que las potencias de Europa aprovechen su asociación con Rusia para estabilizar y expandir su economía. Tal contradicción se manifiesta en forma de disputa comercial, que se convierte en carrera armamentística y enfrentamiento militar.

La guerra que estalló el 24 de febrero de 2022 con la invasión de Ucrania por las fuerzas militares rusas es, pues, distinta de todas las que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra de Corea. Expresa en todas sus dimensiones el agotamiento del reparto del mundo en la posguerra y la necesidad de las potencias de recuperar cada milímetro del espacio perdido por las revoluciones proletarias y los movimientos anticolonialistas de liberación nacional del siglo pasado.

No es de extrañar que el imperialismo, que se caracteriza por negar la autodeterminación de las naciones oprimidas, imponerse económicamente por encima de las fronteras nacionales, intervenir militarmente y promover anexiones, no sólo de países sino de regiones enteras, utilice la formalidad de la Carta de la ONU, del respeto a la soberanía de los pueblos, para condenar a Rusia y librarse ante los ojos de los pueblos explotados y oprimidos de la responsabilidad de la guerra de Ucrania.

A Estados Unidos y sus aliados les resulta cada vez más difícil ocultar sus objetivos económicos, que les han llevado a intensificar y ampliar el cerco de la OTAN a Rusia, y a avanzar en el terreno de la guerra comercial con China, lo que implica prepararse para una posible conflagración militar. Por eso, los antecedentes de la invasión rusa a Ucrania se encuentran en la crisis de 2014-2016, que sacudió las relaciones entre ambas repúblicas, otrora entrelazadas bajo la URSS, con la guerra civil desatada por Kiev, impulsada por el imperialismo contra el levantamiento en las regiones orientales. Y los antecedentes de esta ruptura, a su vez, se encuentran en el proceso de restauración capitalista, la degeneración de los lazos entre las repúblicas soviéticas y la destrucción de la conquista revolucionaria más avanzada del proletariado mundial, que fue la construcción de la URSS sobre la base de la transición del capitalismo al socialismo y el derecho a la autodeterminación de las naciones, con todas sus implicaciones históricas.

Es en las condiciones del agotamiento del orden mundial planteado tras la Segunda Guerra Mundial, de la necesidad de un nuevo reparto del mundo y de la restauración capitalista triunfante, donde hay que comprender y responder a la guerra de dominación que se libra en Ucrania y que presenta como perspectiva una conflagración mundial.

Las respuestas, la lucha por el fin de la guerra de dominación y ciertamente la formulación de la paz no dependen de las fuerzas que participan en ella, ni de los aliados, es decir, no dependen de ninguna de las fracciones capitalistas o procapitalistas. Dependen del proletariado y de los demás trabajadores. Este contenido de clase de la guerra condiciona el contenido de un posible acuerdo de paz, que ha demostrado estar lejos de los objetivos de Estados Unidos, aunque la propuesta de China contempla la «soberanía y la integridad territorial de todos los países», repitiendo los términos legales de la Carta de la ONU.

El hecho de que por primera vez se haya formalizado y debatido ampliamente una propuesta de paz indica que existe una enorme presión contraria a la prolongación de la guerra. Todo indica que éste será el tema que más atraerá la atención de la población oprimida, ya que la escalada militar y el enfrentamiento en suelo ucraniano exponen el peligro real de que la guerra se salga de su marco inicial. Los gobiernos europeos empeñados en enviar armas a Zelenski no han tenido forma de arrastrar a las multitudes a apoyar la causa del imperialismo de cercar a Rusia y subyugarla. Por otra parte, tampoco tienen manifestaciones masivas de apoyo a la invasión militar rusa.

La ausencia de respuestas del proletariado y de los demás explotados a la guerra de dominación, en el terreno de la independencia de clase, indica a su vez la profunda crisis de la dirección revolucionaria. Las numerosas y repetidas huelgas en varios países europeos indican, sin embargo, la potenciación de las tendencias de la lucha de clases. Es cierto que todavía se limitan a reivindicaciones económicas. Su desarrollo, sin embargo, tiene todo para converger hacia la bandera del fin de la guerra, lo que implica luchar contra el cerco imperialista a Rusia y poner fin a la ofensiva militar de la OTAN en toda la región.

Las manifestaciones a favor de la postura de la ONU, que duraron un año, se limitaron a un pequeño contingente. Se limitaron a repetir las conocidas falsedades de los portavoces de Zelenski, Estados Unidos, la Comisión Europea y la OTAN. Lo notable fue la manifestación en Berlín convocada por el partido «La Izquierda». El «Manifiesto por la Paz» se opone al envío de armas a Ucrania y aboga por la apertura de negociaciones entre las partes. Se trata sin duda de una expresión de la pequeña burguesía pacifista, pero señala el agotamiento de la guerra y los peligros de su prolongación, apoyada por la coalición montada por Estados Unidos.

Se plantea la necesidad objetiva de levantar un poderoso movimiento de masas por el fin de la guerra. El problema reside en las direcciones procapitalistas que controlan las organizaciones del proletariado y de los demás trabajadores. Las consecuencias económicas y sociales de la guerra ya se dejan sentir más de cerca en Europa, y la lucha de clases por las reivindicaciones de los explotados toma cuerpo con huelgas y grandes manifestaciones. Bajo esta tendencia social surgirá un movimiento por el fin de la guerra, que chocará con los intereses capitalistas implicados en la conflagración.

La vanguardia con conciencia de clase debe guiarse por las banderas y la campaña del Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional (CERCI), formuladas a lo largo de este año de guerra: «Por el fin de la guerra, desmantelamiento de la OTAN y de las bases militares norteamericanas, derogación de las sanciones económicas de Estados Unidos y aliados contra Rusia; autodeterminación, integridad territorial y retirada de las tropas rusas de Ucrania, por la paz sin anexiones. Sólo el proletariado tiene los medios para imponer una paz sin las imposiciones de Estados Unidos y las potencias imperialistas aliadas. Una paz sin anexiones sólo puede lograrse mediante la lucha de clases, con el proletariado revolucionario a la cabeza con su política frente a la guerra de dominación y su propia estrategia para el poder, que es la de la revolución socialista y la dictadura proletaria.

27 de febrero de 2023

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *