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Brasil: Lula decreta salario mínimo de hambre

Cuando Lula fue elegido en octubre de 2002, hizo la promesa de duplicar el valor del salario mínimo. El desfasaje que venía del gobierno Cardoso era enorme, debido, entre otros factores, a la brutal devaluación promovida por el Plan Real. Lula consiguió restablecer el valor de los salarios, apoyándose en la relativa fortaleza de la economía mundial, principalmente debido a la exportación de commodities a China. Este hecho marcó su gobernabilidad a los ojos de millones de trabajadores y sus familias. Esta vez, en su disputa con Bolsonaro, el candidato del PT no tuvo forma de hacer cumplir la promesa electoral del 100% en 2022.

Con Temer y Bolsonaro, los años de aplastamiento del valor del salario mínimo, cuyos reajustes apenas han seguido el ritmo de la inflación, han hecho retroceder la revalorización que se produjo durante los mandatos de Lula. De vuelta a la presidencia de la República, sin embargo, el jefe del PT buscó distanciarse de la vieja promesa de duplicar el poder adquisitivo del salario mínimo. Sólo así pudo conquistar un amplio apoyo de sectores de la burguesía e incluso de una parte de los partidos oligárquicos opuestos a Bolsonaro.

Los gobernadores y los alcaldes se oponen a cualquier valorización real. Los políticos de la burguesía necesitan explotar hasta los tuétanos a los trabajadores que ganan de uno a dos salarios mínimos. Lo mismo ocurre en el sector privado, sobre todo los que basan sus negocios a costa de contratar pagando el salario mínimo.

Por eso, el número de personas que sobreviven con hasta un salario mínimo ha aumentado, en lugar de disminuir. La época de la pandemia sirvió de justificación para semejante monstruosidad. Pero el hecho es que el índice de los que dependen de estos míseros ingresos ha aumentado y sigue aumentando.

El nuevo gobierno de Lula se basa en esta realidad social, completamente adversa para los 30,2 millones de brasileños que dependen, para ganarse la vida, de hasta un salario mínimo. En términos relativos, son el 34,4% de la población. Cabe destacar que el 43,1% de los negros ocupados son los más sacrificados.

Bolsonaro dejó como legado un salario mínimo de R$1.302,00, ajustado con base en el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC). Las centrales sindicales querían que Lula lo subiera a 1.382,71 reales. Se acordó que se negociaría. Pero Lula aplazó el cambio hasta el 1 de mayo, cuando el salario mínimo será de 1.320 reales.

La miseria no sólo es causada por el desempleo –el peor de todos los flagelos del capitalismo- sino también por los bajos salarios, especialmente el salario mínimo, que está muy por debajo de las necesidades básicas de una familia trabajadora. El subempleo y la informalidad son responsables de poner en la condición de indigentes a millones de trabajadores que sobreviven con menos de un salario mínimo.

La explotación capitalista del trabajo es la fuente de la que emanan la pobreza, la miseria y el hambre, que afectan a la mayoría de los brasileños. Lula sabía que, si era elegido, para gobernar, tendría que comprometerse con la clase capitalista a mantener el salario mínimo de hambre y todas las contrarreformas de Temer y Bolsonaro (reformas laboral y de las pensiones, y la ley de tercerización). Sus discursos contra la miseria y el hambre se han vuelto cansinos y burlescos. Ya no hay espacio para la demagogia y el cinismo, como en los ocho años en que gobernó el país, distribuyendo migajas asistenciales a los hambrientos y concediendo el reajuste del salario mínimo por encima de la inflación.

El problema, ciertamente, no está en el carácter burgués de Lula, sino en la política de servilismo de las direcciones sindicales y de los movimientos populares, que propusieron vergonzosamente un reajuste apenas un poco superior al que finalmente fue decretado por el petista. El problema está en las corrientes de izquierda que votaron por Lula en primera o segunda vuelta, y que ahora tienen que apoyar al gobierno burgués de frente amplio, o posar como oposición democrática en nombre de los trabajadores.

El Partido Obrero Revolucionario, principalmente a través de su boletín Nuestra Clase, hace campaña para denunciar el salario mínimo de hambre de Lula y la política de conciliación de clases de las direcciones sindicales. Hace campaña en defensa de un salario digno, reajustable automáticamente en función del aumento del coste de la vida. Y lucha por la derogación inmediata de las contrarreformas de Temer y Bolsonaro.

(POR Brasil – Masas nº683)

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