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Cumbre Amazónica: politiqueria burguesa en detrimento de la protección de la naturaleza

La cumbre, que se celebró los días 8 y 9 de agosto en Belém do Pará, reunió a representantes de ocho países en el marco de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA): Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela. El gobierno brasileño había preparado el escenario para la Cumbre de la Amazonia con la intención de proyectar una imagen de defensor del medio ambiente, ampliar su influencia regional y mundial y recaudar fondos de los países imperialistas. El evento fue precedido por otro, denominado «Diálogos Amazónicos», y fue promovido como preparación para la COP-28, que se celebrará en diciembre de este año en los Emiratos Árabes Unidos, y la COP-30, prevista para 2025, también en la capital de Pará. Como resultado del encuentro, se firmó un documento llamado «Declaración de Belém», que no fue más que una «carta de intenciones», conteniendo generalidades sobre la defensa de la naturaleza y revelando, en realidad, la impotencia e hipocresía de la burguesía en relación a la cuestión climática

Durante el evento, hubo manifestaciones en la ciudad anfitriona, con especial participación de indígenas. Vale la pena recordar que aún está en trámite en el Congreso Nacional el Proyecto de Ley de Marco Temporal, que pretende legalizar el acaparamiento de centenares de tierras indígenas, claramente con intereses depredadores vinculados a empresas madereras, mineras, etc. Al final de las reuniones de la Cumbre, la «Declaración de Belem» fue criticada por la falta de medidas efectivas en dos puntos principales: el objetivo de deforestación cero y la cuestión de la exploración petrolífera. Se habló mucho de la necesidad de evitar el llamado «punto de no retorno», que tiene que ver con la capacidad de regeneración del bioma. El carácter inocuo de la reunión, sin embargo, tiene raíces más profundas: puso de manifiesto la incapacidad de coordinar esfuerzos en pro de la preservación del medio ambiente en el capitalismo, debido a los intereses de las multinacionales, los grandes monopolios, el capital financiero y los países imperialistas, sacando a la luz el fenómeno de la anarquía de la producción.

La explotación irracional de los recursos, combinada con los débiles llamamientos, principalmente del ecologismo pequeñoburgués, revela el período de decadencia del sistema capitalista de producción y distribución. El choque entre el desarrollo altamente potenciado de las fuerzas productivas y las relaciones monopolísticas de producción se manifiesta en forma de crecimiento de la barbarie, que no es sólo social sino también medioambiental. Los saltos tecnológicos, en lugar de convertirse en el motor del desarrollo de la humanidad, acaban volviéndose en su contra, poniendo de manifiesto el rasgo destructivo del capitalismo en la era imperialista. El discurso a favor del «desarrollo sustentable» parece falaz ante la anarquía de la producción. Roza el cinismo hablar de la «defensa de los bosques» cuando las tendencias belicistas del capitalismo, potenciadas por la guerra de Ucrania, amenazan con degenerar en una nueva conflagración mundial, con el riesgo de la destrucción total del planeta mediante artefactos nucleares. Llama la atención la desvergüenza de países como Francia, que presiona a los gobiernos sudamericanos sobre la cuestión amazónica, al tiempo que prepara una intervención en Níger, debido, entre otros factores, a que este país es uno de los mayores productores de uranio, material radiactivo conocido por su nocividad para el medio ambiente y la salud humana.

La Cumbre de la Amazonia también planteó la cuestión de la disparidad entre las economías regionales. El relativo fracaso de la reunión se debió principalmente a la imposibilidad de que los gobiernos renunciaran a la explotación de los recursos. El impacto de un compromiso de «deforestación cero» y de extracción de petróleo sería diferente, dadas las particularidades de cada país de la región. Bolivia, por ejemplo, dado el carácter sensible de la cuestión de los hidrocarburos para su economía, tuvo que frenar el acuerdo, contribuyendo al vaciamiento de la «Declaración de Belem». De hecho, los presidentes de Bolivia, Arce Catacora, y de Colombia, Gustavo Petro, utilizaron la tribuna para pronunciar discursos verborragicos contra la influencia de las ONG y otras «formas encubiertas de dominar la Amazonia», una acusación vacía -en realidad, una tomadura de pelo-, ya que se trata de gobiernos sin poder y completamente subordinados al poder de las multinacionales.

Dentro del propio Brasil, el problema de los desequilibrios regionales se planteó durante la Cumbre. El día anterior, Lula acabó refiriéndose al asunto al argumentar que la región amazónica debe ser un «espacio de generación de riqueza para el pueblo, no un santuario». Los gobernadores Zema y Tarcísio, de Minas Gerais y São Paulo respectivamente, causaron polémica, casi simultáneamente a la reunión de Pará, al abogar por una alianza sur-sureste, por entender que este eje no estaba recibiendo la debida compensación, teniendo en cuenta la magnitud de su producción de riqueza. El hecho es que Brasil no ha resuelto la tarea democrática del desarrollo regional armónico, que implicaría la superación del atraso del Norte y del Nordeste, regiones históricamente subordinadas al Sudeste, explotadas y oprimidas en el marco de la federación. Es la ley del desarrollo desigual y combinado la que explica la cuestión. El Brasil semicolonial conserva en sus fronteras franjas que aplican el mayor grado de desarrollo económico y tecnológico, mientras coexisten con zonas completamente inmersas en el precapitalismo.

Este es uno de los elementos constitutivos de la realidad brasileña, que demuestra claramente la necesidad de una superación revolucionaria del capitalismo. No habrá protección de la naturaleza ni desarrollo armónico de las fuerzas productivas bajo este sistema podrido. Estos y todos los demás problemas estructurales del país sólo se resolverán rompiendo la camisa de fuerza de la propiedad privada de los medios de producción. La revolución proletaria y la instauración de un gobierno obrero y campesino, expresión de la dictadura del proletariado, son pues un punto de partida para el salto cualitativo en la economía nacional que históricamente se requiere, punto de partida que debe ser complementado con el avance de la revolución en el continente -con la construcción de los Estados Unidos Socialistas de América Latina- y en el mundo. Esta gran obra, sin embargo, debe comenzar con la lucha por las reivindicaciones básicas de las masas. La lucha en defensa de la Amazonia debe combinarse con la lucha contra la Ley de Marco Temporal, así como la lucha en defensa de la tierra para los campesinos, que incluye la defensa de las condiciones de vida de los explotados, la defensa de los puestos de trabajo, salarios y derechos, etc. En otras palabras, es necesario movilizar a toda la nacionalidad oprimida en un poderoso frente único antiimperialista, comenzando por las cuestiones inmediatas y enlazándolas con la lucha más amplia en defensa del socialismo.

(POR Brasil – Masas nº695)

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