Sobre sionismo y antisemitismo
A continuación publicamos una respuesta a la acusación de que luchar contra el sionismo es defender el antisemitismo. En el conflicto de septiembre de 2014, los sionistas recurrieron a este engaño. Ahora vuelven a reproducirlo ante la guerra de dominación que aplasta la Franja de Gaza. Por el contrario, enfrentarse al sionismo forma parte de la lucha más general contra cualquier tipo de opresión nacional y discriminación racial.
Sobre sionismo y antisemitismo (POR Brasil, Massas 484 – 7 de septiembre de 2014)
El artículo «Por qué los judíos están preocupados», de Deborah E. Lipstadt, publicado en The New York Times y reproducido por O Estado de São Paulo (2/2/08), advierte de los peligros de un renacimiento del antisemitismo. La preocupación surge en medio de la barbarie de Israel contra la Franja de Gaza. Sin embargo, Lipstadt se limita a atacar a Hamás. Está perfectamente claro que el artículo encubre la matanza de Gaza. Eso no significa que sus informaciones sobre el antisemitismo no deban tenerse en cuenta.
Una de las pancartas citadas es: «Hamás, Hamás, los judíos al gas». Aunque admitamos que expresa el odio de los manifestantes palestinos ante la masacre, la referencia a las cámaras de gas del Holocausto conlleva la aterradora sombra del antisemitismo. Es muy probable que, para quienes llevan cargan en sus espaldas a cientos de niños muertos por los bombardeos de Israel, el antisemitismo sea indiferente o incluso justificable.
El imperativo de separar el antisemitismo del sionismo sólo lo aplica rigurosamente el marxismo revolucionario. Ninguna masacre de palestinos o de cualquier otra nacionalidad puede borrar las diferencias irreconciliables entre ambos significados históricos. Los propios sionistas se esfuerzan por fusionarlas y confundirlas: ser antisionista es ser antisemita. La persecución, la discriminación y las masacres (pogromos) sufridas por los judíos, en particular el Holocausto, son la oscuridad que sirvió y sirve de cobertura al bárbaro sionismo.
Es reconocido que el antisemitismo nazi-fascista de la burguesía alemana y de sus aliados actuó como palanca para el movimiento sionista. Las dos guerras mundiales, a su vez, fueron decisivas para hacer de Palestina el territorio para la constitución del Estado sionista. El enfrentamiento entre las fuerzas imperialistas por el reparto del mundo permitió que las acciones de Theodor Herzl y sus seguidores junto con los gobiernos y banqueros adquirieran un poder inimaginable. Ni siquiera un revolucionario de la talla de León Trotsky -luchador de primer orden contra la reacción antisemita- tuvo como prever la victoria del sionismo.
La caracterización de Lenin de que las tesis sionistas de una nación judía eran reaccionarias se confirmó plenamente. Esto es lo que dijo: «Totalmente insostenible desde el punto de vista científico, la idea de una nación judía separada es, por su significado político, una idea reaccionaria.» Esta posición de principio del bolchevismo, adoptada en 1903, se confirmó con la decisión de la ONU, bajo la tutela de Estados Unidos, en 1947, de construir un Estado sionista en Palestina.
El pueblo judío -aquí hablamos en términos generales, como nacionalidad, sin distinguir entre clases- venía sufriendo pogromos disfrazados de nacionalismo reaccionario en Europa del Este, pero fue en Alemania, potencia capitalista, donde el genocidio tomó forma definitiva. El antisemitismo de contenido religioso dejó al descubierto su rostro económico y sus raíces de clase.
Ningún movimiento de opresión nacional puede formarse sin que adopte la forma de política estatal. El marxismo -más que cualquier otra orientación política democrática burguesa o pequeñoburguesa- ha revelado rápida y correctamente la base de clase del antisemitismo. Recordemos que Trotsky, entre 1912 y 1913, en su informe «La cuestión judía en Rumanía y la política de Bismark» demostró la política antisemita de Estado. Esto se oponía a las posiciones de los «socialistas» sionistas rusos. Ningún grupo político de la época luchó con tanta energía y convicción contra el antisemitismo y el sionismo como los bolcheviques.
El programa del proletariado se opone a todas las formas de opresión de clase y nacional. Los judíos no sólo estaban formados por comerciantes y financieros, sino también por proletarios y campesinos. Una multitud vivía en guetos en Rusia, Ucrania, Polonia, etc., donde se forjaba el yiddish y se mantenía la fisonomía de la nacionalidad judía, mientras que en otros lugares tenía lugar el proceso económico y social de asimilación.
La clase obrera, por el lugar que ocupa en la producción social y porque es la clase que destruirá el capitalismo y construirá una sociedad sin clases, no tolera ningún tipo de discriminación. Esta condición se plasma en su programa de revolución mundial, de internacionalismo marxista. En el pasado, los revolucionarios lucharon contra el antisemitismo y los pogromos (incluso organizando la autodefensa judía) y predijeron que el ascenso de Hitler en Alemania abriría una gigantesca tumba para los judíos.
Basta con estar dispuesto a recurrir a las formulaciones, predicciones y orientación política de la IV Internacional para encontrar el arma que derrotará definitivamente al antisemitismo. Al respecto, cabe señalar que fueron los trotskistas enfrentados a los estalinistas quienes asumieron la defensa de los judíos, no sólo contra el nazi-fascismo, sino también contra el imperialismo «democrático», que incluso cerró sus fronteras o dificultó la huida de los perseguidos por los nazis.
En estos momentos en que los sionistas están masacrando a los palestinos, es importante recordar que Trotsky y la IV Internacional denunciaron los ataques a los judíos en los países que los expulsaban y en los que no los acogían. Busquen las denuncias de Trotsky y encontrarán a Estados Unidos entre los que cerraron sus fronteras, que luego se convirtió en portavoz del sionismo israelí.
En una discusión con los revolucionarios estadounidenses en 1940, Trotsky les pidió que elaboraran «una especie de plataforma para la cuestión judía». Consideraba necesario «hacer balance de toda la experiencia del sionismo». En ese momento, Palestina ya estaba en ebullición. La victoria final del movimiento sionista estaba al alcance de la mano. El desenlace de la Segunda Guerra Mundial, con el declive de Gran Bretaña y el ascenso de Estados Unidos, así como el fortalecimiento del estalinismo contrarrevolucionario, se decantaron a favor de la causa sionista y en contra de la resistencia de la población palestina al proceso inmigratorio de ocupación territorial. Trotsky no pudo prever esta variante. Sin embargo, su experiencia como revolucionario y su dominio del programa marxista le habían permitido, unos años antes, recomendar a quienes construían la sección de la IV Internacional en Estados Unidos que lucharan por influir en los obreros y campesinos judíos hacia una solución progresista y revolucionaria de la cuestión judía.
La importancia de una plataforma específica residía en demostrar que «el pueblo judío no puede salvarse si no es mediante la revolución socialista».
Ante la cuestión de qué táctica emplear, Trotsky confiesa que «no está bien informado sobre el momento». Sostiene que «si los obreros y campesinos judíos piden un Estado independiente (…), no lo obtendrán bajo la dominación inglesa». De hecho, el imperialismo británico maniobraba entre los sionistas y los árabes. Estados Unidos estaba dispuesto a marginar a la burguesía inglesa y a servir a los intereses de los sectores sionistas vinculados al gran capital.
La IV Internacional se opuso a la vía sionista, afirmando la lucha contra todo tipo de opresión de los judíos. O bien la revolución socialista resolvería la cuestión judía, o bien no habría solución para ella bajo el capitalismo en decadencia. Esta suposición resultó ser correcta. La creación forzosa del Estado de Israel no estableció una nación judía libre e independiente. Adoptó la forma de un enclave del imperialismo, gestionado desde arriba por el capital financiero. Por eso allanó el camino para su existencia con métodos colonialistas y se impuso como un Estado racial-militar.
Ante una situación como ésta, en la que las modernas y poderosas Fuerzas de Defensa de Israel realizan, una vez más, sus sangrientas incursiones contra los palestinos, la historia del antisemitismo y del sionismo pasa a primer plano. Casualmente, es el septuagésimo aniversario del Holocausto. El artículo de Lipstadt lo toma como referencia para demostrar que está surgiendo un nuevo antisemitismo. Sin embargo, no hay forma de verificar la reanudación de cualquier ataque racial contra los judíos sin recurrir al antisemitismo típico del capitalismo.
En julio de 1940, pocos días antes de ser asesinado a instancias de Stalin, Trotsky temía que las acciones de los sionistas de trasladar masivamente colonos judíos a Palestina pudieran ser trágicas para los propios judíos. Se refirió a «una trágica estafa al pueblo judío». Preveía el conflicto en estos términos: «El futuro desarrollo de los acontecimientos militares podría convertir Palestina en una trampa sangrienta para miles de judíos». Y concluye: «Nunca se ha visto tan claramente como hoy que la salvación del pueblo judío está inseparablemente ligada a la destrucción del sistema capitalista.»
De hecho, la inmigración, la apertura de conflictos raciales y los cambios en las relaciones económicas en Palestina provocaron enfrentamientos mortales entre los colonos judíos y los habitantes palestinos. Los árabes en general no aceptaban la forma sionista de establecer un Estado judío. Los riesgos para los inmigrantes llamaron la atención de Trotsky. El antisemitismo europeo iba en aumento, especialmente en Alemania. Incluso en la Unión Soviética, que resurgía bajo la dictadura burocrática de Stalin. El gobierno británico mostraba signos de dar marcha atrás en su posición a favor del establecimiento de un estado sionista. La guerra mundial se acercaba. La IV Internacional vio con absoluta claridad que el imperialismo incendiaría Europa y el mundo. Lo que finalmente ocurrió con el establecimiento del Estado de Israel en la posguerra fue que el mayor coste en sangre recayó sobre los palestinos.
Los seis millones de judíos asesinados por el nazi-fascismo en la guerra pusieron al descubierto la terrible cara del antisemitismo, una de las manifestaciones del chovinismo. Las potencias vencedoras y el movimiento sionista utilizaron la tragedia para justificar la creación de un Estado desde fuera para adentro en Palestina en un flagrante acto de opresión nacional. Cabe señalar que la trampa temida por Trotsky nunca se materializó. Estados Unidos tomó la delantera en el proceso y utilizó la causa sionista para expulsar a Gran Bretaña de Palestina, establecer nuevas condiciones para el reparto de Oriente Medio y asentar su hegemonía. Los hechos demuestran que la resolución de 1947 que creó el Estado judío reflejaba el amplio proceso de redefinición de la dominación imperialista del mundo.
La burguesía imperialista, los sionistas y también el estalinismo, que aprobó la resolución estadounidense de los dos Estados, trataron de ocultar que la matanza, los campos de concentración, las cámaras de gas y la limpieza étnica antisemita fueron consecuencia del capitalismo convulsivo y de las rivalidades económicas de las potencias por los mercados y el control de las naciones semicoloniales. El Estado de Israel surgió así como si fuera la redención de un pueblo aplastado y la solución definitiva a la identidad nacional judía
¿La conquista de una parte de Palestina por los sionistas contradecía la tesis marxista de que sólo el proletariado a la cabeza de la revolución socialista encontraría una solución a la cuestión judía? En absoluto. Al contrario, la confirmó definitivamente a través de la experiencia. El Estado judío no se constituyó como expresión del pueblo judío extendido por el mundo, sino como expresión de las necesidades del imperialismo y de su fracción burguesa judía. Por eso la ocupación sionista de Palestina, mediante la financiación de la inmigración y la garantía de armas, se llevó a cabo con métodos colonialistas, cuando el colonialismo ya había asumido plenamente el contenido económico e histórico del imperialismo (no el impulso de las fuerzas productivas del mundo, sino su bloqueo por los monopolios y su destrucción masiva mediante las guerras).
El sionismo no puede confundirse con el pueblo judío. Tampoco debe confundirse con la respuesta histórica al antisemitismo. Ninguna forma de nacionalismo será erradicada en el marco del capitalismo. Por regla general, el nacionalismo adopta posiciones reaccionarias y contrarrevolucionarias. Se opone, sin excepción, al internacionalismo proletario.
Los sionistas que acusan indiscriminadamente a sus oponentes de ser antisemitas distorsionan la historia del antisemitismo en el capitalismo, ocultando sus raíces de clase. Dicho esto, volvamos al artículo «Por qué los judíos están preocupados».
No sabemos el alcance de la pancarta «Hamás, Hamás, los judíos en la cámara de gas», si está aislada o no. Pero su contenido es antisemita y debe ser rechazado como tal. No ayuda a la causa palestina. Ayuda a la causa de la burguesía sionista.
El artículo de la profesora de historia judía Deborah Lipstadt pretende concluir que se trata de un «nuevo antisemitismo». Hamás lo encarnaría. Curiosamente, el nuevo antisemitismo de los musulmanes se basa en las falsificaciones del antiguo antisemitismo (una referencia en el folleto de Hamás al famoso documento «Protocolos de los Sabios de Sión», falsificado por la Rusia zarista y la falsa acusación del uso de sangre de niños para el matzo, una recreación zarista del antiguo mito de que los judíos comían carne humana en sus rituales religiosos – la nueva versión dio lugar al juicio antisemita contra el joven Beilis).
La historiadora denomina a esta nueva versión «antisemitismo musulmán». Reconoce que «el Islam no ha tratado tradicionalmente a los judíos de esta manera». Esta relación cordial se habría transformado en posiciones antisemitas. Los judíos se enfrentan, por tanto, a un «nuevo antisemitismo». Un fenómeno que «mezcla el antisemitismo cristiano (…) y una forma secular de antisemitismo más izquierdista». Esta explicación apenas oculta la cara sionista de la redactora.
La tesis de que el antisemitismo que condujo al Holocausto «nació de la derecha (en los años 30) y tenía sus raíces en la visión cristiana secular que demonizaba a los judíos» es la misma patraña sionista que encubre las raíces de clase del antisemitismo moderno. La «derecha» de los años 30 no era más que una fracción del imperialismo -el imperialismo alemán- que chocaba con la fracción del imperialismo que no tiene nada de izquierda, imperialismo anglo-francés.
De hecho, Lipstadt oculta que el antisemitismo que condujo al Holocausto fue consecuencia de la descomposición del capitalismo en la era imperialista. El viejo antisemitismo cristiano apenas sirvió para encubrir las verdaderas causas de la persecución de los judíos por el nazi-fascismo. Los rasgos antisemitas que pueden manifestarse ahora entre los musulmanes -como la mencionada bandera- son reflejos del viejo antisemitismo que resurge deformado en el nacionalismo árabe como consecuencia de la barbarie sionista.
No hay que pasar por alto que el Islam es tan reaccionario como cualquier otra religión, aunque esté al servicio del nacionalismo de los pueblos oprimidos. ¿Acaso el judaísmo no ha servido de máscara al colonialismo sionista y para justificar políticas de Estado nacionalistas que recurren al racismo y al genocidio? La historiadora estadounidense no dice una palabra sobre las posiciones raciales del Estado de Israel.
Las masas musulmanas derrotarán al colonialismo israelí -brazo del imperialismo en Oriente Medio- superando el nacionalismo religioso burgués y pequeñoburgués. Cualquier rastro de antisemitismo debe ser extirpado de la lucha por la liberación de las masas palestinas. Hay una condición para ello: el partido revolucionario debe construirse entre las masas árabes. Los judíos explotados tendrán que librarse de la carga sionista. Las masas judías de Israel que siguen la política colonialista del sionismo y se someten a la orientación general del imperialismo se ponen al servicio del nacionalismo reaccionario y sirven de base social al odio racial instigado por la burguesía. Llegará un momento en que los judíos proletarios y de clase media pobre tendrán que separar categóricamente el sionismo del antisemitismo.
La tarea estratégica de los marxistas es unir a palestinos y judíos contra el colonialismo de la burguesía israelí y la dominación general del imperialismo.
En la situación de una ofensiva militar del Estado de Israel, este objetivo parece imposible. Necesariamente, la política del proletariado mundial es luchar contra las fuerzas que oprimen a los palestinos, incluidas las que sirven de auxiliares al sionismo (la burguesía feudal árabe y sus gobiernos serviles al imperialismo). Pero en ningún caso esta posición de lucha contra el sionismo deja de lado la lucha contra el antisemitismo. Las masas judías y árabes explotadas sólo podrán dar un paso progresivo hacia su emancipación situándose en el lado opuesto del nacionalismo y de los odios religiosos que suscita.
En sus consideraciones sobre el 70 aniversario del Holocausto y los peligros de las acciones antisemitas, Lipstadt cita otros ejemplos de actos ocurridos en Europa (asesinato en una escuela judía de Toulouse (Francia) en 2012, ataques a tiros contra judíos en el Museo Judío de Bruselas en mayo de 2014, amenazas en Dinamarca contra el uso del velo, manifestaciones contra negocios judíos en Italia e Inglaterra). Los asesinatos tuvieron lugar antes de la incursión de Israel en Gaza. Esto lleva a la historiadora a tachar de simplista la explicación de que se trata de reacciones de «jóvenes musulmanes descontentos». Sin embargo, se limita a señalar «una cepa distintiva del antisemitismo musulmán». No analiza el fenómeno señalado ni lo pone en relación con el racismo sionista del Estado de Israel.
Es un error ignorar las consecuencias negativas de las masacres de palestinos sobre los judíos. Pero también es un error brutal hacer la vista gorda ante el renacimiento del antisemitismo en general. ¿Por qué? Porque las manifestaciones de xenofobia contra los inmigrantes de todas las nacionalidades y credos ya se expresan como parte del programa de los partidos burgueses con características fascistas.
Las recientes elecciones al Parlamento Europeo señalaron un fortalecimiento del chovinismo. La pequeña burguesía alberga todo tipo de prejuicios y discriminaciones promovidos por el capitalismo. La burguesía los utiliza en función de las condiciones materiales del momento. Hitler mostró hasta las últimas consecuencias cómo maximizar el socialchovinismo a partir de la desesperación de la pequeña burguesía, empujada al borde del precipicio del capitalismo en decadencia. El antisemitismo fue sólo una de sus expresiones, sin duda la más evidente.
No se puede hablar de antisemitismo en Europa sin demostrar que forma parte de la descomposición capitalista. Pero lo más evidente no es el antisemitismo, sino el chovinismo social contra los inmigrantes, los pobres y los miserables. Una vez más, las tesis del marxismo resultan vitales. No se puede luchar contra una variante de la opresión nacional-racial sin luchar contra todas las demás variantes. Sólo así la acción política corresponderá a un inequívoco contenido de clase: el del programa revolucionario del proletariado.
Los sionistas enmascaran su ideología racial y sus acciones con el horror causado por el antisemitismo. Pero cada vez que se lanzan a la masacre de palestinos, revelan sus raíces de clase en común con el antisemitismo. Los acontecimientos demuestran la caracterización del marxismo-leninismo-trotskismo de que el sionismo es reaccionario no sólo por su orientación territorialista, sino fundamentalmente porque se materializa como una acción del imperialismo. La revolución social encarnada por el proletariado liberará a los palestinos de la opresión sionista y a los judíos de la opresión antisemita.