¿Qué esperar del nuevo gobierno de Siria?
Esa es la pregunta que se hacen las fuerzas implicadas en derribar el régimen de Bashar al-Assad. Los más interesados son Estados Unidos, Turquía y los países árabes que se oponen a Irán. El Estado sionista de Israel también figura en esta lista. El consenso es que los grandes perdedores son Rusia e Irán. De esta conflictiva relación surge la pregunta sobre las perspectivas de Siria, tras 13 años de guerra civil, unos 600.000 muertos, 6,8 millones de refugiados, 13 millones de desplazados y el 90% de la población arrojada al a la miseria. No hace falta describir con detalle el carácter sanguinario de la dinastía de la familia Assad, que gobernó el país por más de medio siglo. La apertura de cárceles y la excavación de fosas comunes demuestran por sí solas que el gobierno feudal-burgués de Assad deja una larga historia de opresión de las masas sirias y de las nacionalidades que componen el territorio.
Sin embargo, es esencial, al reconocer la tragedia siria, no perder de vista el carácter capitalista y de clase del Estado y su expresión gubernamental encarnada por la dinastía Assad. Es más, es imperativo mostrar hasta qué punto Siria ha sufrido los condicionamientos económicos dictados por las potencias imperialistas, empezando por la ocupación francesa en 1920. La rebelión de los sirios contra la opresión nacional a mediados de esa década, pese a ser aplastada por Francia, fue la base del movimiento nacionalista de 1958 que levantaría la bandera de la unificación territorial, constituyendo una «República Árabe Unida». La idea era que Siria y Egipto unificados estarían en mejores condiciones de garantizar su independencia frente a las fuerzas del imperialismo. Aunque no consiguieron este objetivo, marcó el camino a la tesis de la necesidad de una «Federación de Repúblicas Árabes». En este contexto, Siria luchó por la reunificación con el Líbano, chocando con la oposición francesa.
La trayectoria política de Siria desde la Primera Guerra Mundial, el acuerdo de partición Sykes-Picot y, por tanto, la disolución del Imperio Otomano, ha sido la búsqueda de la unificación como forma de hacer frente a la nueva dominación encarnada por Inglaterra y Francia. Al final de la Segunda Guerra Mundial, con la nueva partición, Siria se opuso resueltamente a la decisión de la ONU de establecer el Estado sionista de Israel en Palestina. Esta determinación situó a Siria a la cabeza de la resistencia nacionalista a la ofensiva estadounidense en Oriente Medio.
La creación del Partido Árabe Socialista Baath en 1947 fue importante. El general Rafez al-Assad lo dirigió tras tomar el poder a finales de 1970. Mantuvo la línea nacionalista de unificar los países árabes. La guerra entre Irak e Irán en 1980 socavó las tendencias unificadoras, ya debilitadas por el fracaso del nacionalismo egipcio de Gamal Abdel Nasser. En su base está el creciente divergencia sobre la dominación de Palestina por Israel y la creciente influencia de Estados Unidos sobre los Estados y gobiernos árabes, dada la creciente importancia estratégica de la economía del petróleo y la ruta comercial marítima. Aumentaron los enfrentamientos de Siria con Israel en suelo libanés.
Cuando Bashar al-Assad tomó el relevo de su padre en junio de 2000, la situación en Oriente Medio era explosiva. Siria se había negado a participar en los acuerdos de Oslo, oponiéndose así a la OLP, y había condenado la creación de la Autoridad Palestina. El conflicto de Siria con Israel había dado un giro importante con la guerra de 1967 y la anexión de los Altos del Golán en 1981.
La invasión estadounidense de Irak en abril de 2003 fue rechazada por Siria. Estados Unidos impuso sanciones económicas a Siria. En 2011, la llamada «Primavera Árabe» sacudió a una serie de gobiernos del norte de África y Oriente Medio. En el contexto de la guerra que arruinó Irak y de los movimientos de desafío a las dictaduras, estallaron los antagonismos nacionales y religiosos. La proyección del movimiento nacionalista-religioso Estado Islámico, cuya organización se vio impulsada por la intervención estadounidense en Irak, ha tenido un gran impacto en la crisis económica y política de Siria.
La guerra civil que comenzó en 2011 puso en escena diversas facciones vinculadas o no a la yihad islámica. Estalló en medio de una campaña mundial del imperialismo estadounidense y sus aliados contra lo que calificaban de organizaciones terroristas. No fue precisamente una guerra civil, puesto que ya estaban presentes fuerzas externas a Siria. Hubo incluso una grotesca alianza entre Rusia, Estados Unidos y Turquía contra el Estado Islámico y Al Qaeda. El aplastamiento de la yihad en Irak y Siria permitió un acuerdo provisional de alto el fuego. Sin embargo, el gobierno de Assad se convirtió en rehén del apoyo ruso, mientras que Turquía, Qatar y Estados Unidos apoyaban a las facciones organizadas que finalmente derrocarían al gobierno el 8 de diciembre de 2024.
La embestida de la Organización del Levante para la Liberación de Siria (Hayat Tahir al-Sham/HTS) se produjo en el marco de la intervención del Estado sionista en la Franja de Gaza y Líbano. Los ataques de Israel en territorio sirio demostraron la impotencia del gobierno de Assad. Esto preparó el terreno para su derrocamiento por Turquía y sus aliados. Rusia, implicada en la guerra de Ucrania, no reaccionó. Irán, por su parte, no tenía forma de contraatacar, presionado como está por Israel y Estados Unidos.
Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea han establecido un cerco para comprometer al gobierno de Abu Mohammed al-Jolani, líder de HTS, con los objetivos estratégicos del imperialismo para Oriente Medio. Se trata de un gobierno que ha nacido dependiente de fuerzas externas. Esto demuestra que carece de capacidad para reorganizar el país sobre nuevas bases económicas y políticas decididas, apoyadas y defendidas por las masas sirias. Los bombardeos de Estados Unidos e Israel, que destruyeron instalaciones militares del ejército sirio y su flota naval, así como el hecho de que los sionistas invadieran territorio sirio en el Golán, son señales de que el nuevo gobierno es incapaz de levantar al pueblo sirio por la independencia y la soberanía nacionales.
Queda pendiente la tarea de liberar a Siria del intervencionismo exterior e imponer su soberanía. El fin del gobierno de Assad no ha debilitado las posiciones de Estados Unidos e Israel en Oriente Medio. La propaganda de que Siria se democratizará y que mantendrá su unidad acogiendo pacíficamente a las nacionalidades en conflicto oculta los objetivos estratégicos del imperialismo de utilizarla para consagrar la proyección del Estado sionista de Israel en Oriente Medio. El momento de euforia de los sirios pasará pronto. La dura realidad a la que deben enfrentarse es la de organizar un movimiento independiente y revolucionario para expulsar a Estados Unidos y a sus aliados, cuyo auxilio es para mantener su dominación sobre las naciones oprimidas y las masas explotadas.
Todo indica que la escalada de antagonismos en Oriente Medio continuará bajo la ofensiva del Estado de Israel sobre la Franja de Gaza, Cisjordania y Líbano. El orden mundial de posguerra se descompone. Así lo demuestran la guerra en Ucrania y los preparativos de Estados Unidos para una guerra con China. No hay otro camino para detener la marcha de la barbarie que la lucha del proletariado guiado por el programa de la revolución social.
POR Brasil – Editorial del periódico Massas nº 730