La crisis sanitaria muestra el fracaso del gobierno
Al momento de escribir el presente artículo son más de 250 mil el total de contagiados en el país desde la aparición del Coronavirus en la Argentina, mientras que el total de muertos ya supera ampliamente los 5.000. A grandes rasgos estas cifras, hasta hace pocas semanas mostradas como escalofriantes cuando aparecían en otros países, revelan una política sanitaria que ha fracasado. Y contrariamente a lo una y otra vez anunciado, lo peor parece estar aún muy lejos de haber pasado.
Primeras medidas de un Gobierno impotente
Ni bien aparecida la noticia de este nuevo virus, y a pesar de los vanos intentos de desmentirlo, fue el propio Ginés González García, Ministro de Salud de la Nación, quien sostuvo que no había posibilidad que este virus llegara al país. Pero el virus llegó. Por esto a mediados de marzo el Gobierno decretó el “Aislamiento social, preventivo y obligatorio” (ASPO), como principal (y prácticamente única) herramienta para hacer frente al desarrollo de la enfermedad que anticipadamente mostraba en Europa y Asia su potencial destructivo. Esta medida mostró toda su incapacidad para hacerle frente a los contagios.
Las semanas y meses iban sucediéndose con un Gobierno que se vanagloriaba de una aparente eficacia política y la celeridad para decretar la cuarentena estricta. Hasta el Ministro de Salud de la Nación llegó a sostener cínicamente en medio de su habitual raid mediático que el mundo veía a la Argentina como un ejemplo en la lucha contra el Coronavirus. ¿Cuándo comparecerá por semejantes barbaridades?
Los tan anunciados hospitales modulares se “inauguraban” con bombos y platillos para quedar como cáscaras vacías por falta de personal al día siguiente (como denuncian en Lomas de Zamora, Esteban Echeverría, y 3 de Febrero); la centralización del sistema de salud en el país se anunciaba impunemente también para desecharse en menos de 24 horas. Esto también forma parte de su política sanitaria.
No es posible justificar las cifras del desastre sanitario
El Gobierno no actuó aisladamente con sus primeras medidas. Los legítimos reclamos por conocer la real situación de la circulación del virus por parte de sectores de la sociedad, de lugares de trabajo y de los barrios más carenciados eran ridiculizados en nombre de la ciencia: una amplia red de científicos apologistas de toda política del Gobierno aparecieron para quedarse y salir al cruce de toda crítica que pudiese esbozarse.
“Los testeos masivos no sirven” fue una de las primeras aseveraciones que livianamente se instalaron en los medios. Luego fue el turno de la responsabilidad individual por las marchas o reuniones como principal foco de contagio: “lo que pasa hoy es por hacer asados”, negando cualquier tipo de responsabilidad por la política de transporte o la complicidad con la negligencia patronal en cada uno de los lugares de trabajo. A su turno, este grupo de inescrupulosos junto con renombrados funcionarios del Gobierno, hasta se dieron el lujo de oponerse a la estatización de clínicas, sanatorios y obras sociales, en una clara muestra de sus fuertes ataduras con la red privada de salud. A pesar de la abnegación demostrada por estos aduladores, muchos de los enunciados fueron desmentidos no solo por la evidencia científica a nivel mundial, sino por la propia experiencia actual en la Argentina.
La realidad es que Argentina tiene un bajo índice de test por millón de habitantes, mostrando a la vez una elevada cantidad de contagiados y una cantidad de muertos que escala rápidamente. Peor aún, en los últimos días Argentina tuvo un crecimiento dramático en la cantidad de infectados por día y muertos. La aparente preparación inteligente de la que hizo gala el Gobierno muestra su total ineficacia para dar algún tipo de respuesta ahora que crecen las cifras avecinando el colapso del sistema. Las “cuarentenas estrictas” no han servido y no solamente porque no se pueden subsanar décadas de vaciamiento sanitario en unos pocos meses, sino porque todas y cada una de las medidas tomadas no iban al corazón del problema: el capitalismo.
La responsabilidad de los gobiernos
Villa Azul (en el Sur de la Provincia de Buenos Aires) constituye un caso paradigmático en esta Pandemia. Ante los primeros casos en el barrio y ante los oídos sordos de los funcionarios, solo la movilización de los vecinos y el corte del “Acceso Sudeste” lograron que repartiesen los elementos de limpieza (alcohol en gel, lavandina) y se realizaran los test necesarios, mostrando una realidad insoslayable: el virus ya circulaba y los politiqueros se negaban a atender la situación.
Sucede que siempre que fue posible, el Gobierno, las patronales y las principales autoridades de los lugares de trabajo, intentaron desentenderse de sus propias responsabilidades. La búsqueda desenfrenada de la ganancia ha llevado incluso a condicionar los propios “protocolos médicos” para el rastreo de casos sospechosos y el subsiguiente hisopado. “Protocolos médicos” que mostraron la completa impotencia del Gobierno de Alberto Fernández frente al poder de los grandes capitalistas y las corporaciones de la salud.
Fue noticia estos últimos días, y en medio de un pico de contagios en la Provincia de Buenos Aires del Gobernador Kicillof y del Ministro de Salud Gollán, cuando se decretó el cambio de metodología para diagnosticar la enfermedad, revelando la falta total de recursos necesarios. ¿Qué estuvieron haciendo estos meses que ni siquiera pudieron equiparse con lo necesario para conocer la real situación de la población?
Clínicas, Sanatorios, Obras Sociales son noticia a diario por negarse a cumplir con los hisopados correspondientes, incluso a los que pagan decenas de miles de pesos por mes para “asegurarse” una salud privada “de calidad”.
También los contagios entre los trabajadores de salud alcanzan además cifras alarmantes (una de las mayores a nivel mundial) mostrando cómo, por ejemplo en Capital Federal, faltan los insumos básicos para cuidar la salud de los trabajadores del sector. Ponga donde se ponga el dedo, salta el pus capitalista.
Una política de clase
Los intereses de clases antagónicas son irreconciliables. El Gobierno se ha llenado la boca mostrando todo un conjunto de medidas que tomadas en forma aislada, inconexa, se van esterilizando, y terminan resultando puro maquillaje para que nada cambie, y están fracasando. Ante el fracaso evidente, lejos de realizar algún tipo de autocrítica, señalan a diestra y siniestra buscando responsabilidades ajenas. Que contagian los “runners”, que contagian los “incumplimientos”, y hasta aseguró Alberto Fernández que “cada marcha hizo que suban los casos” basándose en sus propios fantasmas y ensoñaciones. (Por nombrar solo uno, el reciente estudio “Black Lives Matter Protests, social distancing and COVID-19” ha demostrado que en ninguna de las más de 300 ciudades relevadas en Estados Unidos se muestra una relación entre las movilizaciones por el asesinato de George Floyd y el número de casos, desmintiendo rotundamente al Presidente).
Claro está que sus dichos no son inocentes. No persiguen un objetivo científico o de protección de la vida de las personas. Sus dichos tienen implicancias políticas definidas. Con represión, regimentación de la población, espionaje en las redes sociales, entre otras, buscan mantener a raya a la población que se rebela instintivamente. El objetivo es atemorizar y disciplinar a aquellos sectores que muestren descontento mientras se concretan los pactos más ominosos: el pacto con la complicidad de la CGT para reducir salarios, el pago en cuotas del aguinaldo, los despidos masivos o como el reciente acuerdo colonial con los bonistas. Todo dejado en un segundo plano mientras se muestran tablas y diapositivas por cadena nacional, premeditadamente sesgadas e inexactas, que buscarían darle la razón al Gobierno. Nadie puede tragarse esas mentiras.
Forma parte de la política burguesa las condiciones en las que se vive, con hacinamiento alarmante, con falta de agua potable, con falta de servicios esenciales, con la imposibilidad para buena parte de la población de recibir los aportes nutricionales básicos para luchar contra la malnutrición, factores que agravan las consecuencias del virus en la población. Y también la desidia patronal, obligando a sus trabajadores a exponerse a las condiciones más miserables, sin ventilación, sin higiene, con vestuarios y comedores abarrotados (en el caso que haya), con la amenaza de despido constante al que se niegue a aceptar esas condiciones.
Por el otro lado está la política de la clase obrera, aun inmadura en la conciencia de los explotados. Lastimosamente no logra sobrepasar, todavía, las ilusiones en el Gobierno recientemente votado y no logra tomar proporción del ataque sobre sus espaldas. Que ni remotamente ha empezado el arduo camino de superar a sus direcciones conciliadoras y traidoras en sus sindicatos y “movimientos sociales”. Que apenas comienza a recorrer una incipiente y atomizada defensa por sus condiciones de vida y de trabajo, cuando despiertan en la comprensión que inevitablemente deberán volver a sus fábricas, a sus empresas y que éstas se transforman en el principal foco de contagio que pone en riesgo su salud y la de su familia.
Esta clase social es antagónica a los intereses de la burguesía responsable a nivel mundial del desastre sanitario que se expresa en gran parte del planeta. Única clase en la sociedad actual capaz de desenvolver un programa político progresivo para superar la actual crisis capitalista, exacerbada por el Coronavirus. Esta clase necesariamente debe luchar por su independencia política, que significa estructurarse en partido político. Y solo de esta manera puede plantear el conjunto de reivindicaciones indispensables para enfrentar la crisis actual, relacionándola con la lucha por acabar con el sistema de explotación capitalista. Inevitablemente debe confiar únicamente en sus propios métodos históricos: las asambleas, las deliberaciones colectivas, las huelgas, las movilizaciones, y utilizar los innovadores métodos virtuales como un mero complemento a la indispensable acción directa de masas.
Las camadas de trabajadores vuelven a sus puestos de trabajo sabiendo que lo peor no ha pasado, y parece que ni siquiera ha empezado a transitarse. Por lo tanto, no puede posponerse un segundo más la lucha por acabar con este sistema putrefacto si queremos luchar consecuentemente contra la crisis que atravesamos.