Rebelión en el Líbano │ Es necesario construir el Partido de la Revolución Proletaria
El 4 de agosto, la capital libanesa, Beirut, sufrió una explosión masiva de un depósito que contenía 2.750 toneladas de nitrato de amonio, reduciendo a escombros las instalaciones portuarias y gran parte del centro de la ciudad. Se contabilizaron 160 muertos y 6.000 heridos. En la explosión, también se perdió el 80% de las existencias de cereales previstas para este año.
El hecho no sería más que un trágico accidente, en caso de no salir a la luz que, un mes antes, un informe de la Dirección General de Seguridad del Estado emitió numerosas advertencias sobre la peligrosidad del nitrato de amonio, almacenado en el puerto desde 2013. El informe también expuso la corrupción endémica de las facciones étnicas y religiosas (sunitas, chiítas, católicas e islámicas) que controlan el aparato estatal. La administración del puerto más grande y principal del Líbano (aproximadamente el 75% de las importaciones ingresan al país por vía marítima) es conocida como “La tumba de Ali Babá y los 40 ladrones”, por su manejo discrecional y corrupción, que involucran permisos de importación y exportaciones.
El 5 de agosto estallaron manifestaciones callejeras masivas, exigiendo la renuncia del gobierno «en bloque», acusándolo de ser el responsable de la tragedia. Bajo nuevas condiciones, se reanudó el levantamiento obrero y popular, que derivó en el derrocamiento del primer ministro, Saad Hariri, el 29 de octubre de 2019, impotente para brindar una solución efectiva a las apremiantes necesidades de la población explotada.
Ocurre que el gobierno de Hariri implementó un plan de ajustes presupuestarios, un aumento de los impuestos regresivos, violentas contrarreformas sociales, que sometía aún más al Líbano al parasitismo financiero imperialista. Las medidas estimularon la rápida destrucción del poder adquisitivo libanés, aumentaron el desempleo y proyectaron miseria y pobreza a gran escala.
Estas medidas se presentaron como la única forma de resolver la grave crisis económica. Pero las masas que lucharon contra los ataques impidieron que Hariri implementara su programa antipopular y antinacional. Impotente, renunció a su cargo. En estas condiciones, Hassan Diab fue elegido primer ministro. Sin embargo, su elección no alteró las relaciones fisiológicas dentro del aparato estatal, ni alteró la orientación antipopular y antinacional de la ofensiva de la burguesía imperialista y nacional.
Diab heredó una situación convulsiva y se enfrentó a la inesperada pandemia del Covid-19, que agravó aún más el cuadro de crisis económica y social. En abril, la mitad de los 4,5 millones de habitantes cayó por debajo de la línea de pobreza, los precios de los productos básicos aumentaron en un 60%, 200 mil trabajadores perdieron su empleo (el desempleo alcanzó el 35%), cerraron más de mil casas de comercio y empresas, así como se potenció la crisis de salud pública, y se recrudeció del parasitismo de la minoría capitalista, que exigía un aumento en la transferencia de fondos públicos a sus bolsillos. Tales condiciones hundieron al Líbano, un país quebrado, que importa el 80% de los productos que consume, además de sustentar a 1,5 millones de refugiados sirios y 400.000 palestinos. Estos cargos desangran al tesoro nacional, ya comprometido con el saqueo imperialista de la deuda pública, que representa el 170% del PIB.
Las masas comprobaron por experiencia que la elección de Diab no alteró las tendencias del colapso económico, social y político. El nuevo gobierno se comprometió a mantener la política económica de su antecesor, aunque había propuesto posponer la implementación de contrarreformas y negociaciones con el FMI. Ciertamente, formaba parte de los cálculos de las fracciones feudal-burguesas libanesas que el intercambio de un gobierno burgués por otro, junto con el impasse en las negociaciones con el FMI, permitiría enfriar temporalmente la lucha de clases y garantizar la gobernabilidad burguesa.
Sin embargo, el empeoramiento de la crisis económica, combinado con los efectos devastadores de la pandemia en el empleo, los salarios y las condiciones de vida de las masas, impidió que la lucha de masas fuera definitivamente abortada. La explosión y sus consecuencias expusieron a las masas que nada había cambiado desde la caída de Hariri. Revueltas, se levantaron en lucha y enfrentaron a una represión brutal. La reanudación del levantamiento alertó al gobierno del peligro de que las masas rompieran definitivamente con el régimen burgués. Es en estas condiciones que Diab dimitió como primer ministro, junto con 30 de sus ministros, y se convocó a elecciones anticipadas.
Lo esencial es que, sobre la base de este curso convulsivo de la crisis política, se produce el colapso económico y la caída violenta de las condiciones de vida de las masas. El avance de la pobreza y la miseria de la mayoría choca con la gigantesca concentración de riqueza en manos de una minoría.
La convocatoria de elecciones anticipadas busca crear una válvula de escape a la explosión de estas contradicciones sociales. Pero la maniobra electoral no disolverá la convulsa situación. Esto es lo que se puede observar con las maniobras del imperialismo para utilizar la tragedia para condicionar la “ayuda humanitaria” a la aprobación de contrarreformas dictadas por el FMI. Emanuel Macron, presidente de Francia, llegó a Beirut dos días después de la explosión. Entre los escombros, ofreció organizar personalmente la ayuda internacional, pero con la condición de que las reformas abortadas por la caída de Hariri se impongan de inmediato. Para que la “reconstrucción del Líbano”, bajo el eufemismo de “ayuda humanitaria”, sea pagada por las masas oprimidas mediante contrarreformas laborales, de seguridad social y fiscales.
Es bueno recordar que el Líbano es un país en permanente disputa entre las fracciones árabes sunitas y chiítas. La connivencia «pacífica» sólo fue posible mientras la economía mundial y los acuerdos para compartir territorios y áreas de influencia permitieran acomodar los choques. La crisis de 2008, con el colapso de la economía, estimuló la lucha entre las fracciones dominantes de la burguesía feudal en Oriente Medio. El empeoramiento de los enfrentamientos bélicos regionales entre Israel y Palestina, Hezbolah (organización paramilitar dominante en el Líbano) y Siria, por un lado; así como las amenazas intervencionistas de los países sunitas contra Irán (chiíta), por otro, dejan al descubierto la sombra de la guerra civil que asoló el país durante 15 años, y que se proyecta en la actual situación política. Sobre estas facciones, en permanente disputa, pende el capital monopolista imperialista, que pretende retomar los vínculos de su dominación, potenciando el intervencionismo sobre las semicolonias de la región.
Tal es el cuadro más general en el que las masas retoman su lucha en defensa de sus condiciones de vida. La situación, por tanto, requiere que los libaneses explotados den un salto en su organización política independiente, y se esfuercen por transformar la fuerza social del levantamiento obrero y popular en un movimiento capaz de imponer la autodeterminación del país y abrir el camino a la lucha del proletariado por el poder.
Las condiciones son favorables para que la vanguardia con conciencia de clase se coloque por construir partido marxista-leninista trotskista. Ésta es la tarea estratégica que surge en medio de la lucha de masas. En Brasil apoyamos la lucha del pueblo libanés por su liberación de las fracciones de poder que expresan los intereses de la burguesía feudal y del imperialismo colonizador.