Se agrava la crisis en los Estados Unidos

La invasión del Congreso por cientos de seguidores de Trump, que tenía por objetivo impedir la certificación de la victoria de Biden, marcó la gravedad de la crisis social y política estadunidense. Después de horas de ocupación, muertes, decenas de detenciones y negociaciones, los manifestantes retrocedieron y se realizó una sesión conjunta de las Cámaras para confirmar la victoria de Biden.

Asombró la displicencia de la policía federal al no resistir la invasión y, en gran medida, facilitar la ruptura del cerco policial. La connivencia de las fuerzas de seguridad convergió, de esa forma, con la política de Donald Trump de insuflar y convocar a las organizaciones derechistas y supremacistas blancas a defender su gobierno.

La mayoría de los republicanos y de los demócratas condenó la invasión como un “ataque a la democracia”. Aun así, Trump y sus secuaces en el Parlamento declararon que el hecho demostraba la necesidad de una auditoria de las elecciones.

En todo el mundo hubo declaraciones rechazando el ataque y en defensa de la democracia y su mayor símbolo: El Capitolio. Todos ocultan el carácter de clase de esa democracia burguesa, la dictadura del capital, que se ejerce sangrientamente sobre todo el mundo, para defender al 1% más poderoso. Por eso rechazamos toda la hipocresía y la mentira que se esconde detrás de esa “defensa de la democracia”.

Las imágenes de la invasión –de las muertes (una manifestante murió apuntada por las fuerzas de seguridad del Congreso, y otros tres mientras recibían atención médica), de los gases esparcidos por todo el predio, congresistas huyendo y personal de seguridad con armas en puño- impresionaron para transformar la principal institución de la política burguesa imperialista en una plaza de guerra. En particular, puso de relieve la existencia de las tendencias fascistizantes, que vienen ganando proyección en la política burguesa y en las relaciones entre las clases en los EE.UU.

La explosión de la crisis capitalista en los Estados Unidos, en 2008, indicó el agravamiento de las contradicciones sociales mundiales. La elevación de Trump al comando del pilar más importante de la política imperialista evidenció la potenciación de las fuerzas burguesas y pequeño-burguesas nacionalistas dictatoriales; así como el agravamiento de la opresión social y nacional, como única vía de los monopolios para mantener sus ganancias.

El avance de la guerra comercial y del intervencionismo sobre las semicolonias demuestra que no hay cómo resolver el agotamiento de la división del mundo, surgido de la post-Segunda Guerra Mundial, sin imponer un nuevo reparto. La violencia policial contra las masas negras y el crecimiento del nacional-chauvinismo blanco demuestran, al mismo tiempo, cuánto se avanzó en la militarización dentro de las fronteras nacionales.

Sobre esa base material y social es que eclosionan las profundas divisiones políticas estadunidenses. Las movilizaciones de las masas negras contra el racismo y la violencia policial confluyeron con las huelgas obreras en defensa de los salarios y derechos. Lo que expresa la revuelta instintiva de los explotados y oprimidos contra la desintegración social, económica y política del régimen burgués y la crisis estructural del capitalismo. También, al mismo tiempo, tomó forma la proyección y crecimiento de las organizaciones nacional-chauvinistas, expresión social de la desesperación de la pequeña burguesía arruinada y sectores obreros blancos, frente a la inevitable declinación de la economía estadounidense.

La elección y la posesión de Trump en enero de 2017 aparecieron, ilusoriamente, como una vía para superar los impasses del gobierno demócrata, confrontado con la marcha de la crisis mundial y con los límites de su estrategia internacional, la que se denominó multilateralismo. La pandemia agravó la crisis interna y mundial. Por un pequeño margen, Trump fue derrotado. La división interburguesa, que atraviesa el país, no desaparece ni se atenúa con la victoria de Biden, cuya bandera de retomar el multilateralismo se encuentra deteriorada.

La resistencia de Trump en reconocer la victoria de los demócratas y la tentativa de invalidar las elecciones se apoyan en una inmensa capa de la clase media que no ve en los demócratas un gobierno capaz de protegerla de la desintegración económica. Trump sale del gobierno sin haber concluido la experiencia de su nacional-chauvinismo. La manifestación de un grupo radical en el Parlamento reflejó más una acción desesperada que un movimiento de la pequeña-burguesía descontenta con la victoria de Biden. De cualquier modo, el gobierno de Biden se iniciará con la división bien demarcada y manchada de sangre.

La desorganización de la clase obrera estadounidense y la pudrición del sindicalismo burocrático salen a la superficie en estas condiciones. Sin banderas, política y estrategia propia, las masas son arrastradas por detrás de los republicanos y demócratas, que manejan la vida social del país y los intereses imperialistas de los monopolios y del capital financiero. No se puede perder de vista que las contradicciones económicas de la mayor potencia y la descomposición creciente de su democracia se reflejan en todo el mundo, en la forma de guerra comercial, intervencionismo militar, cercos económicos, imposición de planes antinacionales e intensificación de la explotación del trabajo y el saqueo de riquezas.

Los explotados no encontrarán ninguna salida, sea el gobierno demócrata o republicano. La lucha de clases pasará a tener cada vez más proyección. Un paso que se de en la construcción del partido marxista-leninista-trotskista en los Estados Unidos pesa en la balanza de la vanguardia con consciencia de clase, que lucha por la superación de la crisis mundial de dirección revolucionaria.

Declaración Partido Obrero Revolucionario

7 de Enero, 2021

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