Análisis de Marx sobre la Comuna de Paris (Lenin, Parte III)
Publicamos para concluir nuestra campaña de los 150 años de la Comuna de Paris, las dos últimas partes del capítulo III, del libro El Estado y la Revolución, de Lenin (Massas 634 – POR Brasil)
4. Organización de la Unidad Nacional
«… En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna debía ser. . . la forma política hasta de la aldea más pequeña del país». . . Las comunas elegirían la «delegación nacional» de París
«… Las pocas, pero importantes funciones que aun quedarían entonces al gobierno central no se suprimirían, como falseando conscientemente la verdad se ha dicho, sino que serían desempeñadas por funcionarios comunales, es decir, rigurosamente responsables…»
«… No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal. La unidad de la nación debía convertirse en una realidad mediante la destrucción de aquel Poder del Estado que pretendía ser la encarnación de esta unidad, pero quería ser independiente de la nación y estar situado por encima de ella. De hecho, este Poder del Estado no era más que una excrescencia parasitaria en el cuerpo de la nación…» «La tarea consistía en amputar los órganos puramente represivos del viejo Poder estatal y arrancar sus legítimas funciones de manos de una autoridad que pretende colocarse sobre la sociedad, para restituirlas a los servidores responsables de ésta».
Hasta qué punto los oportunistas de la socialdemocracia actual no han comprendido — tal vez fuera más exacto decir que no han querido comprender — estos razonamientos de Marx, lo revela mejor que nada el libro herostráticamente célebre del renegado Bernstein: «Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia». Refiriéndose precisamente a las citadas palabras de Marx, Bernstein escribía que en ellas se desarrolla un programa «que, por su contenido político, presenta, en todos sus rasgos esenciales, la mayor semejanza con el federalismo de Proudhon. . . Pese a todas las demás diferencias que separan a Marx y al ‘pequeñoburgués’ Proudhon [Bernstein pone esta palabra entre comillas, queriendo darle una intención irónica], en estos puntos el curso de las ideas es el más afín que cabe en ambos». Naturalmente, prosigue Bernstein, que la importancia de las municipalidades va en aumento, pero «a mí me parece dudo so que esta abolición [Auflösung — literalmente: disolución] de los Estados modernos y la transformación completa [Umwandlung : cambio radical] de su organización, tal como Marx y Proudhon la describen (formación de la Asamblea Nacional con delegados de las asambleas provinciales o regionales, integradas a su vez por delegados de las comunas), tendría que ser la obra inicial de la democracia, desapareciendo, por tanto, todas las formas anteriores de las representaciones nacionales» (Bernstein «Las premisas del socialismo», págs. 134 y 136, edición alemana de 1899).
Esto es sencillamente monstruoso: ¡Confundir las concepciones de Marx sobre la «destrucción del Poder estatal, del parásito», con el federalismo de Proudhonl Pero esto no es casual, pues al oportunista no se le pasa siquiera por las mientes pensar que aquí Marx no habla en manera alguna del federalismo por oposición al centralismo, sino de la destrucción de la antigua máquina burguesa del Estado, existente en todos los países burgueses.
Al oportunista sólo se le viene a las mientes lo que ve en torno suyo, en medio del filisteísmo mezquino y del estancamiento «reformista», a saber: ¡sólo las «municipalidades»! El oportunista ha perdido la costumbre del pensar siquiera en la revolución del proletariado. Esto es ridículo. Pero lo curioso es que nadie haya contendido con Bernstein acerca de este punto. Bernstein fue refutado por muchos, especialmente por Plejánov en la
literatura rusa y por Kautsky en la europea, pero ni uno ni otro han hablado de esta tergiversación de Marx por Bernstein.
El oportunista se ha desacostumbrado hasta tal punto de pensar en revolucionario y de reflexionar acerca de la revolución, que atribuye a Marx el «federalismo», confundiéndole con el fundador del anarquismo, Proudhon. Y Kautsky y Plejánov, que quieren pasar por marxistas ortodoxos y defender la doctrina del marxismo revolucionario, ¡guardan silencio acerca de esto! Nos encontramos aquí con una de las raíces de ese extraordinario bastardeamiento de las ideas acerca de la diferencia entre marxismo y anarquismo, que es característico tanto de los kautskianos como de los oportunistas y del que habremos de hablar todavía más.
En los citados pasajes de Marx sobre la experiencia de la Comuna, no hay ni rastro de federalismo. Marx coincide con Proudhon precisamente en algo que no ve el oportunista Bernstein. Marx discrepa de Proudhon precisamente en aquello en que Bernstein ve una afinidad. Marx coincide con Proudhon en que ambos abogan por la «destrucción» de la máquina moderna del Estado. Esta coincidencia del marxismo con el anarquismo (tanto con el de Proudhon como con el de Bakunin) no quieren verla ni los oportunistas ni los kautskianos, pues ambos han desertado del marxismo en este punto.
Marx discrepa de Proudhon y de Bakunin precisamente en la cuestión del federalismo (para no hablar siquiera de la dictadura del proletariado). El federalismo es una derivación de principio de las concepciones pequeñoburguesas del anarquismo. Marx es centralista. En los pasajes suyos citados más arriba, no se contiene la menor desviación del centralismo. ¡Sólo quienes se hallen poseídos de la «fe supersticiosa» del filisteo en el Estado pueden confundir la destrucción de la máquina del Estado burgués con la destrucción del centralismo!
Y bien, si el proletariado y los campesinos pobres toman en sus manos el Poder del Estado, se organizan de un modo absolutamente libre en comunas y unifican la acción de todas las comunas para dirigir los golpes contra el capital, para aplastar la resistencia de los capitalistas, para entregar a toda la nación, a toda la sociedad, la propiedad privada sobre los ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc., ¿acaso esto no será el centralismo? ¿Acaso esto no será el más consecuente centralismo democrático, y además un centralismo proletario?
A Bernstein no le cabe, sencillamente, en la cabeza que sea posible un centralismo voluntario, una unión voluntaria de las comunas en la nación, una fusión voluntaria de las comunas proletarias para aplastar la dominación burguesa y la máquina burguesa del Estado. Para Bernstein, como para todo filisteo, el centralismo es algo que sólo puede venir de arriba, que sólo puede ser impuesto y mantenido por la burocracia y el militarismo.
Marx subraya intencionadamente, como previendo la posibilidad de que sus ideas fuesen tergiversadas, que el acusar a la Comuna de querer destruir la unidad de la nación, de querer suprimir el Poder central, es una falsedad consciente. Marx usa intencionadamente la expresión «organizar la unidad de la nación», para contraponer el centralismo consciente, democrático, proletario, al centralismo burgués, militar, burocrático.
Pero, no hay peor sordo que el que no quiere oir. Y los oportunistas de la socialdemocracia actual no quieren, en efecto, oir hablar de la destrucción del Poder del Estado, de la eliminación del parásito.
5. La destrucción del Estado Parasito
Hemos citado ya, y vamos a completarlas aquí, las palabras de Marx relativas a este punto.
«Generalmente, las nuevas creaciones históricas están destinadas a que se las tome por una reproducción de las formas viejas, y aun ya caducas, de vida social con las cuales las nuevas instituciones presentan cierta semejanza. Así, también esta nueva Comuna, que viene a destruir [bricht — romper] el Poder estatal moderno, ha sido considerada como una resurrección de las Comunas medievales… , como una federación de pequeños Estados, con arreglo al sueño de Montesquieu y los girondinos. . . , como una forma exagerada de la vieja lucha contra el excesivo centralismo…”
«… Por el contrario, el régimen comunal habría devuelto al organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía devorando el ‘Estado’, parásito que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento. Con este solo hecho habría iniciado la regeneración de Francia…»
«… El régimen comunal habría colocado a los productores rurales bajo la dirección ideológica de las capitales de sus provincias y les habría ofrecido aquí, en los obreros de la ciudad, los representantes naturales de sus intereses. La sola existencia de la Comuna implicaba, como algo evidente, un régimen de autonomía local, pero no ya como contrapeso a un Poder del Estado que ahora sería superfluo…»
«Destrucción del Poder estatal», que era una «excrescencia parasitaria», su «amputación», su «aplastamiento», el «Poder del Estado que ahora sería superfluo»: he aquí cómo se expresa Marx al hablar del Estado, valorando y analizando la experiencia de la Comuna.
Todo esto fue escrito hace poco menos de medio siglo, pero hoy hay que proceder a verdaderas excavaciones para llevar a la conciencia de las grandes masas un marxismo no falseado. Las conclusiones deducidas de la observación de la última gran revolución vivida por Marx fueron dadas al olvido precisamente al llegar el momento de las siguientes grandes revoluciones del proletariado.
«. . . La variedad de interpretaciones a que ha sido sometida la Comuna y la variedad de intereses que han encontrado su expresión en ella demuestran que era una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno, que habían sido todas esencialmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era en esencia el gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política, descubierta, al fin, bajo la cual podía llevarse a cabo la emancipación económica del trabajo. . .»
«Sin esta última condición el régimen comunal habría sido una imposibilidad y una impostura». . . Los utopistas habíanse dedicado a «descubrir» las formas políticas bajo las cuales debía producirse la transformación socialista de la sociedad. Los anarquistas se desentendían del problema de las formas políticas en general. Los oportunistas de la socialdemocracia actual tomaron las formas políticas burguesas del Estado democrático parlamentario como el límite del que no podía pasarse y se rompieron la frente de tanto prosternarse ante este «modelo», considerando como anarquismo toda aspiración a romper estas formas.
Marx dedujo de toda la historia del socialismo y de las luchas políticas que el Estado deberá desaparecer y que la forma transitoria para su desaparición (la forma de transición del Estado al no Estado) será «el proletariado organizado como clase dominante». Pero Marx no se proponía descubrir las formas políticas de este futuro. Se
limitó a la investigación precisa de la historia francesa, a su análisis y a la conclusión a que llevó el año 1851: se avecina la destrucción de la máquina del Estado burgués.
Y cuando estalló el movimiento revolucionario de masas del proletariado, Marx, a pesar del revés sufrido por este movimiento, a pesar de su fugacidad y de su patente debilidad, se puso a estudiar qué formas había revelado.
La Comuna es la forma, «descubierta, al fin», por la revolución proletaria, bajo la cual puede lograrse la emancipación económica del trabajo.
La Comuna es el primer intento de la revolución proletaria de destruir la máquina del Estado burgués, y la forma política, «descubierta, al fin», que puede y debe sustituir
a lo destruido.
Más adelante, en el curso de nuestra exposición, veremos que las revoluciones rusas de 1905 y 1917 prosiguen, en otras circunstancias, bajo condiciones diferentes, la obra de la Comuna, y confirman el genial análisis histórico de Marx.