Perú: Se ratifica la inviabilidad del reformismo en la etapa imperialista del capitalismo

La última experiencia que se está viviendo con el gobierno reformista de Pedro Castillo en Perú es el corolario de muchas otras experiencias anteriores de gobiernos reformistas como el peronismo en Argentina, el nacionalismo de contenido burgués cuya variante trasnochada es el masismo en Bolivia, el chavismo en Venezuela, el correísmo en Ecuador, el petismo lulista en el Brasil, etc. Todas estas experiencias que aparecen como antimperialistas y que, invariablemente, terminan entregándose en cuerpo y alma al opresor foráneo y fracasan en el intento de desarrollar sus países en el marco del respeto a la gran propiedad privada de los medios de producción y al Estado burgués.

El gobierno de Pedro Castillo, recientemente posesionado en medio de gran esperanza en el reverdecimiento de gobiernos reformistas en América Latina, sorprendentemente se desmorona rápidamente entrando en graves contradicciones con el partido político, Perú Libre (PL) cuyos organizadores son afines al foquismo senderista, que lo catapultó al poder creando ilusiones en los sectores más pobres del vecino país. Las graves discrepancias entre Castillo y el PL surgen en torno a la política que debe desarrollar el gobierno frente a CAMISEA, un ricos yacimiento de gas en manos de una transnacional. De principio, los dirigentes de Perú Libre, han planteado su nacionalización y Castillo, que cada día es más prisionero de la derecha, señala que sólo se debe renegociar con la transnacional para mejorar un poco los ingresos al Estado con la explotación del gas. En reiteradas ocasiones ha dicho que las relaciones del gobierno peruano con los inversionistas extranjeros serán en el marco del respeto irrestricto de las leyes peruanas y de los intereses de los inversionistas.

La poderosa presión de la derecha que es mayoría en el parlamento obligó a Castillos a echar de su gabinete de ministros al senderista Guido Bellido y reemplazarlo por la moderada Mirtha Vásquez, dejando en evidencia el viraje conservador del gobierno.

Vladimir Cerrón, el máximo dirigente de “Perú Libre” que se autoproclama como radical marxista – leninista ha anunciado oficialmente que el PL se aleja definitivamente del gobierno y ha oficializado que sus parlamentarios no darán su voto de confianza al nuevo gabinete de ministros de Castillo para que éste pueda consolidarse como gobierno. Todo hace prever que Castillo, si quiere permanecer en el poder, recorrerá el camino de una franca derechización hasta convertirse en instrumento de la ultraderecha dirigida por el fujimorismo.

Esta última experiencia reformista peruana, junto al fracaso del gobierno peronista de Fernández en Argentina que se entrega amarrado de pies y manos al imperialismo y otros, se comprueba una vez más la inviabilidad de los gobiernos reformista de contenido burgués, que se inician discursivamente como radicales antimperialistas pero que, en la práctica, están ligados umbilicalmente a sus burguesías nativas y a las transnacionales imperialistas.

Se trata de la reiterada confirmación de la tesis marxista, leninista y trotskista que señala, de manera categórica, que ha pasado definitivamente la hora de los movimientos reformistas en la presente etapa de agotamiento del capitalismo porque éste se ha convertido en el obstáculo para el desarrollo posterior de las fuerzas productivas y, por tanto, de cualquier posibilidad de que los países atrasados de economía combinada donde conviven el atraso y el desarrollo en su estructura económica, como es el caso de Bolivia, puedan todavía conocer un crecimiento generoso de sus fuerzas productivas y ejecutarse reformas sociales, económicas y culturales para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes como ocurrió en la etapa de crecimiento del capitalismo.

Esta tesis ya reiterativamente probada en los diferentes procesos político en Latinoamérica y en otras latitudes del mundo, diferencia al trotskismo del conjunto de la izquierda reformista y del estalinismo contrarrevolucionario. No se trata de una simple predicción de las posibilidades políticas del reformismo, sino del profundo conocimiento de las leyes internas del desarrollo del capitalismo.

Los reformistas no pueden comprender que la propiedad privada de los medios de producción y las relaciones capitalistas de producción se han convertido en el chaleco de fuerza que impide el crecimiento de las fuerzas productivas y que la revolución de nuestra época consiste en liberarlas implantando la propiedad social en el marco de un nuevo Estado de obreros y campesinos.

(POR Bolivia – MASAS nº2673)

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