Concepción leninista de la guerra

En el periódico Masas, números 657, 658 y 659, publicamos una serie de documentos sobre la autodeterminación de Ucrania, escritos por Lenin y Trotsky. Ahora, en este número, reproducimos algunos extractos de Lenin sobre la guerra en la época imperialista, y el texto integral «El programa militar de la revolución proletaria». El objetivo es asimilar y aplicar correctamente la concepción marxista de las guerras en general y, en particular, de las guerras en la época del capitalismo imperialista.

La guerra de Ucrania no es una excepción a las leyes generales del capitalismo, pródigo en guerras. Las particularidades, sin embargo, son necesarias para entender el lugar de Rusia en el marco del capitalismo en descomposición, tras el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

El Comité de Enlace por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional (CERCI) ha publicado una serie de Declaraciones y un Manifiesto, así como una Resolución, destinados a denunciar la guerra en Ucrania de acuerdo con las leyes de la historia. Ha llevado a cabo una campaña política, ideológica y práctica, basada en las banderas: desmantelamiento de las bases militares de la OTAN y de Estados Unidos; derogación de las sanciones económicas y financieras contra Rusia; autodeterminación y unidad territorial y retirada de las tropas rusas de Ucrania. Estas banderas están interconectadas de tal manera que el POR las difunde y defiende integralmente

Las posiciones programáticas del marxismo sobre la autodeterminación de las naciones oprimidas se han mostrado aplicables y necesarias, para definir la orientación del proletariado ante la guerra en Ucrania. Las formulaciones de Lenin sobre la guerra, no nos cabe duda, establecen el norte programático que corresponde a la doctrina de la lucha de clases y la estrategia revolucionaria de la lucha por el fin del capitalismo y la construcción del socialismo

En septiembre de 1914, Lenin escribió el Manifiesto «La guerra y la socialdemocracia de Rusia». Se considera la primera formulación oficial del Comité Central del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). El Manifiesto fue enviado a la dirección de la Segunda Internacional, que capituló ante la política de guerra del imperialismo. A continuación reproduciremos algunos de sus pasajes.

«La guerra europea, preparada durante decenios por los gobiernos y los partidos burgueses de todos los países, se ha desencadenado. El aumento de los armamentos, la exacerbación extrema de la lucha por los mercados en la época de la novísima fase, la fase imperialista, de desarrollo del capitalismo en los países avanzados y los intereses dinásticos de las monarquías mas atrasadas, las de Europa Oriental, debían conducir inevitablemente y han conducido a esta guerra. Anexionar tierras y sojuzgar naciones extranjeras, arruinar a la nación competidora, saquear sus riquezas, desviar la atención de las masas trabajadoras de las crisis políticas internas de Rusia, Alemania, Inglaterra y demás países, desunir y embaucar a los obreros con la propaganda nacionalista y exterminar su vanguardia a fin de debilitar el movimiento revolucionario del proletariado: he ahí el único contenido real, el significado y el sentido de la guerra presente. (…)

Pero cuanto mayor es el celo con que los gobiernos y la burguesía de todos los países tratan de dividir a los obreros y de azuzarlos a unos contra otros, cuanto mayor es la ferocidad con que se aplica para este elevado fin el sistema del estado de guerra y de la censura militar (…),mas imperioso es el deber del proletariado consciente de salvaguardar su cohesión de clase, su internacionalismo, sus convicciones socialistas frente al de todo los países. (…)

La transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil es la única consigna proletaria justa, indicada por la experiencia de la Comuna, señalada por la resolución de Basilea (1912) y derivada de todas las condiciones de la guerra imperialista entre los países burgueses altamente desarrollados.. (…)»

Del 27 de febrero al 4 de marzo de 1915 se celebró en Berna una «Conferencia de las secciones del POSDR» en el extranjero. El punto dos del tema se dedicó a «La guerra y las tareas del Partido». Esta Conferencia aprobó una resolución que sirvió de base para una campaña revolucionaria contra la guerra imperialista y en defensa de la guerra civil de liberación de clase. De enorme importancia es la precisión sobre el «carácter de la guerra». Aquí está:

«La guerra actual tiene carácter imperialista. Esta guerra es producto de las condiciones de una época en la que el capitalismo ha alcanzado la fase superior de desarrollo; en la que tiene ya la importancia más esencial no sólo la exportación de mercancías, sino también la exportación de capital; en la que la cartelización de la producción y la internacionalización de la vida económica han adquirido proporciones considerables; en la que la política colonial ha conducido al reparto de casi todo el globo terráqueo; una época en la que las fuerzas productivas del capitalismo mundial han rebasado el marco limitado de las divisiones en Estados nacionales; una época en la que han madurado por completo las condiciones objetivas para realizar el socialismo..»(…)

Responde a la bandera burguesa de la «defensa de la patria»: «Las frases acerca de la defensa de la patria, de la resistencia a la invasión enemiga, de la guerra defensiva, etc., son por ambas partes un completo engaño al pueblo. (…) «Las guerras verdaderamente nacionales registradas, sobre todo, en la época de 1789-1871 se fundaban en un largo proceso de movimientos nacionales de masas, de lucha contra el absolutismo y el feudalismo, de derrocamiento de la opresión nacional y de creación de Estados sobre una base nacional, como premisa del desarrollo capitalista..» (…)

Entre julio y agosto de 1915 Lenin escribió el folleto «El socialismo y la guerra». Reafirma los fundamentos del Manifiesto y la resolución de la Conferencia de Berna. Destacamos dos aspectos:

1) » Esta famosa sentencia pertenece a Clausewitz, uno de los más profundos escritores sobre temas militares. Los marxistas siempre han considerado esta tesis, con toda razón, como la base teórica de las ideas sobre la significación de cada guerra en particular. Justamente desde este punto de vista examinaron siempre Marx y Engels las diferentes guerras. (…) «Basta considerar la guerra actual como una prolongación de la política de las «grandes» potencias y de las clases fundamentales de las mismas para ver de inmediato el carácter antihistórico, la falsedad y la hipocresía de la opinión según la cual puede justificarse, en la guerra actual, la idea de la «defensa de la patria«. (…)

2) Derecho de las naciones a la autodeterminación.

«(…)

 Los socialistas no pueden alcanzar su elevado objetivo sin luchar contra toda opresión de las naciones. Por ello deben exigir absolutamente que los partidos socialdemócratas de los países opresores (sobre todo de las llamadas «grandes» potencias) reconozcan y defiendan el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación, y justamente en el sentido político de esta palabra, es decir, el derecho a la separación política. El socialista de una gran potencia o de una nación poseedora de colonias, que no defiende este derecho, es un chovinista.

La defensa de este derecho no solamente no estimula la formación de pequeños Estados, sino que, por el contrario, conduce a que se constituyan, del modo más libre, más deciclido y por lo tanto más amplio y universal, grandes Estados o federaciones de Estados que son más ventajosos para las masas y más adecuados para el desarrollo económico.

A su vez, los socialistas de las naciones oprimidas deben luchar absolutamente por la unidad plena (incluida la unidad orgánica) de los obreros de las naciones oprimidas y opresoras. La idea de una separación jurídica entre una y otra nación (la llamada «autonomía cultural nacional» propugnada por Bauer y Renner) es una idea reaccionaria.

El imperialismo es la época de la opresión creciente de las naciones del mundo entero por un puñado de «grandes» potencias, razón por la cual la lucha por la revolución socialista internacional contra el imperialismo es imposible sin el reconocimiento del derecho de las naciones a la autodeterminación. «Un pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre» (Marx y Engels). Un proletariado que acepte que su nación ejerza la menor violencia sobre otras naciones no puede ser socialista. “

A continuación publicamos un documento programático sobre la guerra, escrito por Lenin


El programa militar de la revolución proletaria – V. I. Lenin (1916)

 

En Holanda, Escandinavia y Suiza, entre los socialdemócratas revolucionarios, que luchan contra esa mentira socialchovinista de la «defensa de la patria» en la actual guerra imperialista, suenan voces en favor de la sustitución del antiguo punto del programa minimo socialdemócrata: «milicia» o «armamento del pueblo», por uno nuevo: «desarme». Jugend-Internationale ha abierto una discusión sobre este problema, y en su numero 3 ha publicado un editorial en favor del desarme. En las últimas tesis de R. Grimm[1] encontramos también, por desgracia, concesiones a la idea del «desarme». Se ha abierto una discusión en las revistas Neues Leben [2] y Vorbote [El Precursor]. Examinemos la posición de los defensores del desarme.

 

I

Como argumento fundamental se aduce que la reivindicación del desarme es la expresión más franca, decidida y consecuente de la lucha contra todo militarismo y contra toda guerra.

Pero precisamente en este argumento fundamental reside la equivocación fundamental de los partidarios del desarme.

Los socialistas, si no dejan de serlo, no pueden estar contra toda guerra.

En primer lugar, los socialistas nunca han sido ni podrán ser enemigos de las guerras revolucionarias. La burguesía de las «grandes» potencias imperialistas es hoy reaccionaria de pies a cabeza, y nosotros reconocemos que la guerra que ahora hace esa burguesía es una guerra reaccionaria, esclavista y criminal. Pero, ¿qué podría decirse de una guerra contra esa burguesía, de una guerra, por ejemplo, de los pueblos que esa burguesía oprime y que de ella dependen, o de los pueblos coloniales, por su liberacion? En el 5ƒ punto de las tesis del grupo «La internacional», leemos: «En la epoca de este imperialismo desenfrenado ya no puede haber guerras nacionales de ninguna clase» — esto es evidentemente erróneo.

La historia del siglo XX, siglo del «imperialismo desenfrenado», está llena de guerras coloniales. Pero lo que nosotros, los europeos, opresores imperialistas de la mayoría de los pueblos del mundo, con el repugnante chovinismo europeo que nos es peculiar, llamamos «guerras coloniales», son a menudo guerras nacionales o insurrecciones nacionales de esos pueblos oprimidos. Una de las caracteristicas esenciales del imperialismo consiste, precisamente, en que acelera el desarrollo del capitalismo en los países más atrasados, ampliando y recrudeciendo así la lucha contra la opresión nacional. Esto es un hecho. Y de él se deduce inevitablemente que en muchos casos el imperialismo tiene que engendrar guerras nacionales. Junius, que en un folleto suyo defiende las «tesis» arriba mencionadas, dice que en la época imperialista toda guerra nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervencion de otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, y que, de este modo, toda guerra nacional se conviate en guerra imperialista. Mas también este argumento es falso. Eso puede suceder, pero no siempre sucede así. Muchas guerras coloniales, entre 1900 y 1914, no siguieron este camino. Y sería sencillamente ridiculo decir que, por ejemplo, después de la guerra actual, si termina por un agotamiento extremo de los países beligerantes, «no puede» haber «ninguna» guerra nacional, progresiva, revolucionaria, por parte de China, pongamos por caso, en unión de la India, Persia, Siam, etc., contra las grandes potencias.

Negar toda posibilidad de guerras nacionales bajo el imperialismo es teóricamente falso, erróneo a todas luces desde el punto de vista histórico, y equivalente, en la práctica, al chovinismo europeo. ¡Nosotros, que pertenecemos a naciones que oprimen a centenares de millones de personas en Europa, en Africa, en Asia, etc., tenemos que decir a los pueblos oprimidos que su guerra contra «nuestras» naciones es «imposible»!

En segundo lugar, las guerras civiles también son guerras. Quien admita la lucha de clases no puede menos de admitir las guerras civiles, que en toda sociedad de clases representan la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento — naturales y en determinadas circunstancias inevitables — de la lucha de clases. Todas las grandes revoluciones lo confirman. Negar las guerras civiles u olvidarlas sería caer en un oportunismo extremo y renegar de la revolución socialista.

En tercer lugar, el socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno, de golpe, todas las guerras en general. Al contrario, las presupone. El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. De otro modo no puede ser bajo el regimen de producción de mercancías. De aquí la conclusión indiscutible de que el socialismo no puede triunfar simultaneamente en todos los países. Triunfará en uno o en varios países, mientras los demás seguirán siendo, durante algún tiempo, países burgueses o preburgueses. Esto no sólo habra de provocar rozamientos, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del Estado socialista. En tales casos, la guerra sería, de nuestra parte, una guerra legítima y justa. Sería una guerra por el socialismo, por liberar de la burguesía a los otros pueblos. Engels tenía completa razón cuando, en su carta a Kautsky del 12 de septiembre de 1882,[3] reconocía directamente la posibilidad de «guerras defensivas» del socialismo ya triunfante. Se refería precisamente a la defensa del proletariado triunfante contra la burguesía de los demás países.

Sólo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no sólo en un país, serán imposibles las guerras. Y desde un punto de vista científico sería completamente erróneo y antirrevolucionario pasar por alto o disimular lo que tiene precísamente más importancia: el aplastamiento de la resistencia de la burguesía, que es lo más difícil, lo que más lucha exige durante el paso al socialismo. Los popes «sociales» y los oportunistas están siempre dispuestos a soñar con un futuro socialismo pacífico, pero se distinguen de los socialdemócratas revolucionarios precisamente en que no quieren pensar ni reflexionar en la encarnizada lucha de clases y en las guerras de clases para alcanzar ese bello porvenir.

No debemos consentir que se nos engañe con palabras. Por ejemplo: a muchos les es odiosa la idea de la «defensa de la patria», porque los oportunistas francos y los kautskianos en cubren y velan con ella las mentiras de la burguesía en la actual guerra de rapiña. Esto es un hecho. Pero de él no se deduce que debamos olvidar en el sentido de las consignas políticas. Aceptar la «defensa de la patria» en la guerra actual equivaldría a considerarla «justa», adecuada a los intereses del proletariado, y nada más, absolutamente nada más, porque la invasión no está descartada en ninguna guerra. Sería sencillamente una necedad negar la «defensa de la patria» por parte de los pueblos oprimidos en su guerra contra las grandes potencias imperialistas o por parte del proletariado victorioso en su guerra contra cualquier Galliffet de un Estado burgues.

Desde el punto de vista teórico sería totalmente erróneo olvidar que toda guerra no es más que la continuación de la politica por otros medios. La actual guerra imperialista es la continuación de la política imperialista de dos grupos de gran des potencias, y esa política es originada y nutrida por el con junto de las relaciones de la época imperialista. Pero esta misma época ha de originar y nutrir también, inevitablemente, la política de lucha contra la opresión nacional y de lucha del proletariado contra la burguesía, y por ello mismo, la posibilidad y la inevitabilidad, en primer lugar, de las insurrecciones y guerras nacionales revolucionarias; en segundo lugar, de las guerras e insurrecciones del proletariado contra la burguesía; en tercer lugar, de la fusión de los dos tipos de guerras revolucionarias, etc.

 

II

A lo dicho hay que añadir la siguiente consideración general. Una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo merecería que se la tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases. En toda sociedad de clases — ya se funde en la esclavitud, en la servidumbre, o, como ahora, en el trabajo asalariado — , la clase opresora está armada. No sólo el ejército regular moderno, sino también la milicia actual — incluso en las repúblicas burguesas más democráticas, como, por ejemplo, en Suiza — , representan el armamento de la burguesía contra el proletariado. Esta es una verdad tan elemental, que apenas si hay necesidad de detenerse especialmente en ella. Bastará recordar el empleo del ejército contra los huelguistas en todos los países capitalistas.

El armamento de la burguesía contra el proletariado es uno de los hechos más considerables, fundamentales e importantes de la actual sociedad capitalista. ¡Y ante semejante hecho se propone a los socialdemócratas revolucionarios que planteen la «reivindicación» del «desarme»! Esto equivale a renunciar por completo al punto de vista de la lucha de clases, a renegar de toda idea de revolución. Nuestra consigna debe ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta es la única táctica posible para una clase revolucionaria, táctica que se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista, y que es prescrita por este desarrollo. Sólo después de haber desarmado a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero sólo entonces ; de ningún modo antes.

Si la guerra actual despierta entre los reaccionarios socialistas cristianos y entre los jeremias pequeños burgueses sólo susto y horror, sólo repugnancia hacia todo empleo de las armas, hacia la sangre, la muerte, etc., nosotros, en cambio, debemos decir: la sociedad capitalista ha sido y es siempre un horror sin fin. Y si ahora la guerra actual, la más reaccionaria de todas las guerras, prepara a esa sociedad un fin con horror, no tenemos ningún motivo para entregarnos a la desesperación. Y en una época en que, a la vista de todo el mundo, se esta preparando por la misma burguesía la única guerra legítima y revolucionaria, a saber: la guerra civil contra la burguesía imperialista, la «reivindicación» del desarme, o mejor dicho, la ilusión del desarme es única y exclusivamente, por su significado objetivo, una prueba de desesperación.

Al que diga que esto es una teoría al margen de la vida, le recordaremos dos hechos de carácter histórico universal: el papel de los trusts y del trabajo de las mujeres en las fábricas, por un lado, y la Comuna de 1871 y la insurrección de diciembre de 1905 en Rusia, por el otro.

El propósito de la burguesía es desarrollar trusts, empujar a niños y mujeres a las fábricas, donde los tortura, los pervierte y los condena a la extrema miseria. Nosotros no «exigimos» semejante desarrollo, no lo «apoyamos», luchamos contra él. Pero ¿como luchamos? Sabemos que los trusts y el trabajo de las mujeres en las fábricas son progresistas. No queremos volver atrás, a los oficios artesanos, al capitalismo premonopolista, al trabajo doméstico de la mujer. ¡Adelante, a través de los trusts, etc., y más allá de ellos, hacia el socialismo!

Este razonamiento, con las correspondientes modificaciones, es también aplicable a la actual militarización del pueblo. Hoy la burguesía imperialista no sólo militariza a todo el pueblo, sino también a la juventud. Mañana tal vez empiece a militarizar a las mujeres. Nosotros debemos decir ante esto: ¡tanto mejor! ¡Adelante, rapidamente! Cuanto más rapidamente, tanto más cerca se estará de la insurrección armada contra el capitalismo. ¿Cómo pueden los socialdemócratas dejarse intimidar por la militarización de la juventud, etc., si no olvidan el ejemplo de la Comuna? Eso no es una «teoría al margen de la vida», no es una ilusión, sino un hecho. Y sería en verdad gravisimo que los socialdemócratas, pese a todos los hechos económicos y políticos, comenzaran a dudar de que la época imperialista y las guerras imperialistas deben conducir inevitablemente a la repetición de tales hechos.

Cierto observador burgués de la Comuna escribía en mayo de 1871 en un periódico inglés: «¡Si la nación francesa estuviera formada sólo por mujeres, qué nación tan horrible sería!» Mujeres y niños hasta de trece años lucharon en los días de la Comuna al lado de los hombres. Y no podrá suceder de otro modo en las futuras batallas por el derrocamiento de la burguesía. Las mujeres proletarias no contemplarán pasivamente cómo la burguesía, bien armada, ametralla a los obreros, mal armados o inermes. Tomarán las armas, como en 1871, y de las asustadas naciones de ahora, o mejor dicho, del actual movimiento obrero, desorganizado más por los oportunistas que por los gobiernos, surgirá indudablemente, tarde o temprano, pero de un modo absolutamente indudable, la unión internacional de las «horribles naciones» del proletariado revolucionario.

La militarización penetra ahora toda la vida social. El imperialismo es una lucha encarnizada de las grandes potencias por el reparto y la redistribución del mundo, y por ello tiene que conclucir inevitablemente a un reforzamiento de la militarización en todos los países, incluso en los neutrales y pequeños. ¿¿Con qué harán frente a esto las mujeres proletarias?? ¿Se limitarán a maldecir toda guerra y todo lo militar, se limitarán a exigir el desarme? Nunca se conformarán con papel tan vergonzoso las mujeres de una clase oprimida que sea verdaderamente revolucionaria. Les dirán a sus hijos: «Pronto serás grande. Te darán un fusil. Tómalo y aprende bien a manejar las armas. Es una ciencia imprescindible para los proletarios, y no para disparar contra tus hermanos, los obreros de otros países, como sucede en la guerra actual, y como te aconsejan que lo hagas los traidores al socialismo, sino para luchar contra la burguesía de tu propio país, para poner fin a la explotación, a la miseria y a las guerras, no con buenos deseos, sino venciendo a la burguesía y desarmándola».

De renunciar a esta propaganda, precisamente a esta ptopaganda, en relación con la guerra actual, mejor es no decir más palabras solemnes sobre la socialdemocracia revolucionaria internacional, sobre la revolución socialista, sobre la guerra contra la guerra.

 

III

Los partidarios del desarme se pronuncian contra el punto del programa referente al «armamento del pueblo», entre otras razones, porque, según dicen, esta reivindicación conduce más fácilmente a las concesiones al oportunismo. Ya hemos examinado más arriba lo más importante: la relación entre el desarme y la lucha de clases y la revolución social. Examinaremos ahora qué relación guarda la reivindicación del desarme con el oportunismo. Una de las razones más importantes de que esta reivindicación sea inadmisible consiste precisamente en que ella, y las ilusiones a que da origen, debilitan y enervan inevitablemente nuestra lucha contra el oportunismo.

No cabe duda de que esta lucha es el principal problema inmediato de la Internacional. Una lucha contra el imperialismo que no esté indisolublemente ligada a la lucha contra el oportunismo es una frase vacía o un engaño. Uno de los principales defectos de Zimmerwald y de Kienthal, una de las principales causas del posible fracaso de estos germenes de la III Internacional, consiste precisamente en que ni siquiera se ha planteado francamente el problema de la lucha contra el opor tunismo, sin hablar ya de una solución de este problema que señale la necesidad de romper con los oportunistas. El oportunismo triunfó, temporalmente, en el seno del movimiento obrero europeo. En todos los países más importantes han aparecido dos matices fundamentales del oportunismo: primero, el socialimperialismo franco, cínico, y por ello menos peligroso, de los Plejánov, los Scheidemann, los Legien, los Albert Thomas y los Sembat, los Vandervelde, los Hyndman, los Henderson, etc.; segundo, el encubierto, kautskiano: Kautsky-Haase y el «Grupo Socialdemócrata del Trabajo» en Alemania; Longuet, Pressemane, Mayeras, etc., en Francia Ramsay McDonald y otros jefes del «Partido Laborista Independiente», en Inglaterra; Mártov, Chjeídse, etc., en Rusia; Treves y otros reformistas llamados de izquierda, en Italia.

El oportunismo franco esta directa y abiertamente contra la revolución y contra los movimientos y explosiones revolucionarias que se están iniciando, y ha establecido una alianza directa con los gobiernos, por muy diversas que sean las formas de esta alianza, desde la participación en los ministerios hasta la participación en los comites de la industria armamentista (en Rusia). Los oportunistas encubiertos, los kautskianos, son mucho más nocivos y peligrosos para el movimiento obrero porque la defensa que hacen de la alianza con los primeros la encubren con palabrejas «marxistas» y consignas pacifistas que suenan plausiblemente. La lucha contra estas dos formas del oportunismo dominante debe ser desarrollada en todos los terrenos de la política proletaria: parlamento, sindicatos, huelgas, en la cuestión militar, etc. La particularidad principal que distingue a estas dos formas del oportunismo dominante consiste en que el problema concreto de la relación entre la guerra actual y la revolución y otros problemas concretos de la revolución se silencian y se encubren, o se tratan con la mirada puesta en las prohibiciones policíacas. Y eso a pesar de que antes de la guerra se había señalado infinidad de veces, tanto en forma no oficial como con carácter oficial en el Manifiesto de Basilea, la relación que guardaba precisamente esa guerra inminente con la revolución proletaria. Mas el defecto prin cipal de la reivindicación del desarme consiste precisamente en que se pasan por alto todos los problemas concretos de la revolución. ¿O es que los partidarios del desarme están a favor de un tipo completamente nuevo de revolución sin armas?

Prosigamos. En modo alguno estamos contra la lucha por las reformas. No queremos desconocer la triste posibilidad de que la humanidad — en el peor de los casos — pase todavía por una segunda guerra imperialista, si la revolución no surge de la guerra actual, a pesar de las numerosas explosiones de efervescencia y descontento de las masas y a pesar de nuestros esfuerzos. Nosotros somos partidarios de un programa de reformas que también debe ser dirigido contra los oportunistas. Los oportunistas no harían sino alegrarse en el caso de que les dejasemos por entero la lucha por las reformas y nos eleváramos a las nubes de un vago «desarme», para huir de una realidad lamentable. El «desarme» es precisamente la huida frente a una realidad detestable, y en modo alguno la lucha contra ella.

En semejante programa nosotros diríamos aproximadamente: «La consigna y el reconocimiento de la defensa de la patria en la guerra imperialista de 1914-1916 no sirven más que para corromper el movimiento obrero con mentiras burguesas». Esa respuesta concreta a cuestiones concretas sería teóricamente más justa, mucho más útil para el proletariado y más insoportable para los oportunistas que la reivindicación del desarme y la renuncia a «toda» defensa de la patria. Y podríamos añadir: «La burguesía de todas las grandes potencias imperialistas, de Inglaterra, Francia, Alemania, Austria, Rusia, Italia, el Japón y los Estados Unidos, es hoy hasta tal punto reaccionaria y está tan penetrada de la tendencia a la dominación mundial, que toda guerra por parte de la burguesía de estos países no puede ser más que reaccionaria. El proletariado no sólo debe oponerse a toda guerra de este tipo, sino que debe desear la derrota de ‘su’ gobierno en tales guerras y utilizar esa derrota para una insurrección revolucionaria, si fracasa la insurrección destinada a impedir la guerra».

En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no somos partidarios de la milicia burguesa, sino únicamente de una milicia proletaria. Por eso, «ni un céntimo, ni un hombre», no sólo para el ejército regular, sino tampoco para la milicia burguesa, incluso en países como los Estados Unidos o Suiza, Noruega, etc. Tanto más cuanto que en los países republicanos más libres (por ejemplo, en Suiza) observamos una prusificación cada vez mayor de la milicia, sobre todo en 1907 y 1911, y que se la prostituye, movilizándola contra los huelguistas. Nosotros podemos exigir que los oficiales sean elegidos por el pueblo, que sea abolida toda justicia militar, que los obreros extranjeros tengan los mismos derechos que los obreros nacionales (punto de especial importancia para los Estados imperialistas que, como Suiza, explotan cada vez en mayor número y cada vez con mayor descaro a obreros extranjeros, sin otorgarles derechos). Y además, que cada cien habitantes de un país, por ejemplo, tengan derecho a formar asociaciones libres para aprender el manejo de las armas, eligiendo libremente instructores retribuidos por el Estado, etc. Sólo en tales condiciones podría el proletariado aprender el manejo de las armas efectivamente para sí, y no para sus esclavizadores, y los intereses del proletariado exigen absolutamente ese aprendizaje. La revolución rusa ha demostrado que todo éxito, incluso un éxito parcial, del movimiento revolucionario — por ejemplo, la conquista de una ciudad, un poblado fabril, una parte del ejército — obligará inevitablemente al proletariado vencedor a poner en práctica precisamente ese programa.

Por último, contra el oportunismo no se puede luchar, naturalmente, sólo con programas, sino vigilando sin descanso para que se los ponga en práctica de una manera efectiva. El mayor error, el error fatal de la fracasada II Internacional, consistió en que sus palabras no correspondian a sus hechos, en que se inculcaba la costumbre de recurrir a la hipocresia y a una desvergonzada fraseologia revolucionaria (vease la actitud de hoy de Kautsky y Cía. ante el Manifiesto de Basilea). El desarme como idea social — es decir, como idea engendrada por determinado ambiente social, como idea capaz de actuar sobre determinado medio social, y no como simple extravagancia de un individuo — tiene su origen, evidentemente, en las condiciones particulares de vida, «tranquilas» excepcionalmente, de algunos Estados pequeños, que durante un periodo bastante largo han estado al margen del sangriento camino mundial de las guerras, y que confían poder seguir apartados de él. Para convencerse de ello basta reflexionar, por ejemplo, en los argu mentos de los partidarios del desarme en Noruega: «Somos un país pequeño, nuestro ejército es pequeño, nada podemos hacer contra las grandes potencias» (y por ello nada pueden hacer tampoco si se les impone por la fuerza una alianza imperialista con uno u otro grupo de grandes potencias) . . . , «queremos seguir en paz en nuestro apartado rinconcito y proseguir nuestra política pueblerina, exigir el desarme, tribunales de arbitraje obligatorios, una neutralidad permanente, etc.» (¿»permanente», como la de Bélgica?).

La mezquina aspiración de los pequeños Estados a quedarse al margen, el deseo pequeñoburgues de estar lo más lejos posible de las grandes batallas de la historia mundial, de aprovechar su situación relativamente monopolista para seguir en una pasividad acorchada, tal es la situación social objetiva que puede asegurar cierto éxito y cierta difusión a la idea del desarme en algunos pequeños Estados. Claro que semejante aspiración es reaccionaria y descansa toda ella en ilusiones, pues el imperialismo, de uno u otro modo, arrastra a los pequeños Estados a la vorágine de la economía mundial y de la política mundial.

En Suiza, por ejemplo, su situación imperialista prescribe objetivamente dos lineas del movimiento obrero: los oportunistas, en alianza con la burguesía, aspiran a hacer de Suiza una unión monopolista republicano-democrática, a fin de obtener ganancias con los turistas de la burguesía imperialista y de aprovechar del modo más lucrativo y más tranquilo posible esta «tranquila» situación monopolista.

Los verdaderos socialdemócratas de Suiza aspiran a utilizar la relativa libertad del país y su situación «internacional» para ayudar a la estrecha alianza de los elementos revolucionarios de los partidos obreros europeos a alcanzar la victoria. En Suiza no se habla, gracias a Dios, un «idioma propio», sino tres idiomas universales, los tres, precisamente, que se hablan en los países beligerantes que limitan con ella.

Si los 20.000 miembros del Partido suizo contribuyeran semanalmente con dos céntimos como «impuesto extraordinario de guerra», obtendríamos al año 20.000 francos, cantidad más que suficiente para imprimir periódicamente y difundir en tres idiomas, entre los obreros y soldados de los países beligerantes, a pesar de las prohibiciones de los Estados Mayores Generales, todo cuanto diga la verdad sobre la indignación que comienza a cundir entre los obreros, sobre su fraternización en las trincheras, sobre sus esperanzas de utilizar revolucionariamente las armas contra la burguesía imperialista de sus «pro pios» países, etc.

Nada de esto es nuevo. Precisamente es lo que hacen los mejores periódicos, como La Sentinelle, Volksrecht y Berner Tagwacht, pero, por desgracia, en medida insuficiente. Sólo semejante actividad puede hacer de la magnífica resolución del Congreso de Aarau algo mís que una mera resolución magnífica.

La cuestión que ahora nos interesa se plantea en la forma siguiente: ccorresponde la reivindicación del desarme a la tendencia revolucionaria entre los socialdemócratas suizos? Es evidente que no. El «desarme» es, objetivamente, el programa más nacional, el más especificamente nacional de los pequeños Estados, pero en manera alguna el programa internacional de la socialdemocracia revolucionaria internacional.

 

Escrito: En septiembre de 1916.
Primera publicación: Publicado por vez primera en septiembre y octubre de 1917, en los numeros 9 y 10 de Jugend-Internationale. En ruso se publicó por vez primera en 1929, en las ediciones 2 y 3, tomo XIX, de las Obras Completas de V. I. Lenin.*

(Extracto de Marxist.org)

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