Brasil: Nuevas composiciones en la segunda vuelta
Los sondeos se vieron muy comprometidos por los errores de predicción del resultado de la primera vuelta. Sin embargo, confirmaron la tendencia general de que Lula es el que más votantes tiene a su favor. Ahora, las encuestas vuelven a indicar que Lula está por delante, aunque con una diferencia menor. Si se confirma la tendencia general, su victoria está asegurada. Pero los propios analistas no se atreven a arriesgar una predicción, porque aún es pronto, y las fuerzas de Bolsonaro tienen margen para avanzar.
Todo indica que la derrota de Bolsonaro como mayor posibilidad abrió el camino para que los estrategas electorales del PT se acerquen al espectro de centro derecha de la política burguesa y a los sectores empresariales. La elección de Geraldo Alckmin como compañero de fórmula presidencial de Lula obedeció al cálculo de la necesidad de la candidatura del PT de acercarse a una importante fracción de la clase capitalista, sin la cual sería mucho más difícil ganar las elecciones, y aún más difícil gobernar el país, en las condiciones de la crisis económica nacional y mundial.
La debilidad de la llamada candidatura de la «tercera vía», representada por Simone Tebet, y apoyada por el MDB, el PSDB y la coalición Ciudadanía, y su completo desplome, abrió la posibilidad de una división en la segunda vuelta, con una parte inclinada hacia Lula y otra hacia Bolsonaro. Sin embargo, el aspecto más importante de esta ruptura de la coalición fue el hecho de que Tebet no sólo declaró su apoyo a Lula, sino que prestó activo apoyo a su candidatura. Este hecho staba más o menos previsto. Tebet se destacó en el Senado como una de las parlamentarias más críticas con las políticas de Bolsonaro durante el período de la Pandemia, hasta el punto de liderar la CPI del Covid. Se preparaba así para la disputa electoral que vendría después. El cuarto candidato, Ciro Gomes, hizo un gesto formal de apoyo a Lula, pero su partido, el PDT, no tardó en unirse al bloque del PT.
En las filas del bolsonarismo también se han producido algunos giros hacia Lula, como es el caso del alcalde evangélico de Belford Roxo, un importante municipio de la Baixada Fluminense de Río de Janeiro.
Por su parte, una pléyade de intelectuales y economistas del PSDB, críticos contumaces de Lula, no dudaron en declarar su voto al candidato del PT. Finalmente, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso apareció en público, a favor de la victoria de Lula.
En un encuentro denominado «Derribando Muros», el líder del Partido de los Trabajadores selló un acercamiento con sectores de la agroindustria. Es sintomático que Alckmin haya logrado incorporar a las filas de Lula a un representante del agronegocio, Pimenta da Veiga, muy vinculado a Bolsonaro. Lula necesita atraer a una parte del agronegocio, que se ha consolidado como una poderosa base para la derecha y la ultraderecha.
Todo indica que, del lado del Bloque del PL, del Bolsonarismo, ya se esperaban los apoyos, como los de los gobernadores electos de Minas Gerais y Río de Janeiro. Los evangélicos actúan como batallones, para reducir el rechazo a Bolsonaro de la inmensa mayoría del electorado femenino. Lula y el PT se ven presionados para declararse en contra del derecho al aborto, y para comprometerse a mantener los beneficios fiscales a las iglesias creados por el presidente de la República.
La descripción de estos desplazamientos muestra que la victoria en la primera vuelta, por estrecha que sea, y la perspectiva de que Lula derrote a Bolsonaro en la segunda vuelta, aunque sea como una posibilidad mayor, establecieron una amplia alianza burguesa opuesta al continuismo.
El presidente logró controlar el Congreso Nacional, especialmente la Cámara de Diputados, a través del «presupuesto secreto», y mantener a las Fuerzas Armadas de su lado, pero no logró domar a la cúpula del poder judicial, cuyas diversas decisiones chocaron con el intento de Bolsonaro de imponerse como gobernante bonapartista. Las divisiones de la política burguesa y de la burocracia estatal se manifestaron con mayor virulencia en la disonancia entre el poder ejecutivo y el judicial. Las sucesivas crisis políticas siempre han acabado pasando por ahí, hasta el punto de que Bolsonaro y sus generales se esfuerzan por poner la «espada de Damocles» de un golpe de Estado sobre la cabeza del Tribunal Supremo (STF). Los desacuerdos sobre las urnas electrónicas fueron una de las más graves divisiones entre los dos poderes del Estado burgués. Por eso, los ex ministros del poder judicial están abiertamente a favor del regreso de Lula a la presidencia.
El movimiento «en defensa de la democracia», que terminó involucrando a pesos pesados de la clase empresarial, fortaleció, sin duda, los desplazamientos que, ahora en la segunda vuelta, han hecho posible el deseado frente amplio antibolsonarista, que se esbozó durante las manifestaciones de «Fuera Bolsonaro y el Impeachment», montadas apenas se enfrió la Pandemia y se agotó la pauta de «aislamiento social», de «quedarse en casa». Por eso, los objetivos electorales de la bandera «Fora Bolsonaro e Impeachment» acabaron convergiendo con el rechazo de sectores influyentes de la burguesía a los ataques de los bolsonaristas al poder judicial, y la amenaza de golpe explicitada por el propio presidente de la República.
Las direcciones de las centrales sindicales más importantes, como la CUT y Força Sindical, incluida la CTB controlada por los estalinistas del PCdoB, se unieron a la Federación de Industrias de São Paulo (Fiesp) y a la Federación Brasileña de Bancos (Febraban), bajo el rotulo de «defensa de la democracia y el estado de derecho». Esta fusión política entre las organizaciones de trabajadores como las de empresarios demarcó un amplio campo de oposición burguesa a la continuidad de Bolsonaro. Como la tercera vía nació muerta, la única alternativa que quedó fue Lula, que mantuvo su ascendencia sobre vastas capas populares y sobre ciertas regiones del país, más precisamente, sobre el Nordeste.
La recuperación de los derechos políticos de Lula y la condena por la Operación Lava Jato por «exceder los marcos legales» se produjo en medio de la agudización de la crisis de gobernabilidad, impulsada por las contradicciones económicas, el avance de la barbarie social y la creciente desmoralización de la conducta política de Bolsonaro y sus partidarios. Lula salió de la cárcel como un candidato capaz de galvanizar a la oposición burguesa, que crecía, mientras el gobierno de Bolsonaro se hundía, incapaz de responder a las presiones de la crisis, y de mantener unidas las fuerzas burguesas, que apuntalaron su victoria, en 2018, contra el pequeñoburgués Haddad.
Lo más importante que hay que extraer y entender de la descripción de este proceso radica en el hecho de que la candidatura de Lula se fortaleció y se mantuvo firme en el liderazgo de la disputa electoral, gracias a la confluencia de un sector de la burguesía -un peso pesado- que ya no veía cómo salvar al gobierno de Bolsonaro de la catástrofe política, por una solución aunque no sea la más deseada. Esta confluencia culminó en la segunda vuelta para demarcar de antemano los límites trazados por el poder económico para un tercer mandato de Lula.
Ciertamente, estos límites, que no se pueden delimitar con precisión, se cargarán en función de las nuevas etapas de la crisis económica y política, que en general se señalan en el horizonte. En principio, el gobierno de Lula deberá continuar con la política de descargar la crisis económica y la desintegración del capitalismo sobre los hombros de la mayoría oprimida. Las capas más pobres y miserables serán las responsables de la derrota de Bolsonaro, pero no tendrán forma de ver realizadas sus ilusiones democráticas ampliamente despertadas por la polarización en las entrañas de las divisiones y disputas interburguesas. El lugar de Lula como gobernante será utilizar su ascendencia sobre las masas y el control de la burocracia sindical para desviar y desactivar las tendencias de revuelta de los explotados, que han sido ocultadas y sofocadas bajo la polarización electoral.
Descomposición de la democracia oligárquica
El PL y la alianza que encarnaba el bolsonarismo salieron reforzados en la composición del nuevo Congreso Nacional. Podrán insuflar aún más vida al llamado «centrón». Y como parte del espectro del centro, la derecha y ultraderecha, comandada por el Frente Parlamentario Evangélico en la Cámara de Diputados, se erige como uno de sus pilares. El PT ganó la posición de segunda fuerza parlamentaria, pero, incluso sumado a sus aliados de centro-derecha, quedó muy lejos del bloque de poder de la derecha y la ultraderecha. También hay que considerar la posibilidad de que los bolsonaristas controlen la gobernabilidad en el sureste y el sur. Sólo falta la definición de una segunda vuelta en los estados de São Paulo y Rio Grande do Sul. Si este escenario se completa, en principio, la formación de una alianza de derecha y ultraderecha muy fuerte y hostil al nuevo gobierno. En caso de que Lula gane, este surgimiento de gobernadores de derecha será un factor de inestabilidad para el gobierno federal, considerando el hecho de que esta orientación política prevalece en el Congreso Nacional. Esta correlación de fuerzas que surge de las elecciones, si se confirma plenamente, será muy desfavorable para el gobierno de Lula, que estará, por un lado, en manos de la alianza de centro-izquierda, y acosado por la alianza de derecha y ultraderecha, por otro.
Este es un pronóstico general, basado en la polarización del momento. Evidentemente, las contradicciones económicas y la lucha de clases condicionarán la dinámica de estos polos. Dado que los problemas económicos y sociales tienden a potenciarse, nacional e internacionalmente, Lula difícilmente tendrá el espacio necesario para ocultar el carácter antiobrero y antipopular de su gobierno, como lo hizo en sus dos mandatos anteriores. Y se verá obligado a exponer su servilismo a las potencias imperialistas.
La política burguesa en su conjunto tiende a la derecha, lo que hace más significativo el peso de la ultraderecha. Observamos que no se trata de un fenómeno estrictamente nacional, sino de orden internacional. El golpe de Estado de 2016, que derrocó al gobierno de Dilma Rousseff, guarda cierta similitud en la forma con el que acabó con el mandato de Collor de Melo en diciembre de 1992. La diferencia radica en que el impeachment de Dilma Rousseff expresó la tendencia de derechización de la burguesía en general, que se manifestó incluso en el gobierno de Lula, y que se acentuó en el gobierno de Dilma, que se enfrentó al fin del ciclo de bonanza económica, que favoreció la gobernabilidad en el período de su antecesor.
Los gobiernos de Temer y Bolsonaro impusieron contrarreformas, largamente exigidas por el capital financiero y los acreedores de la deuda pública brasileña. Los gobiernos del PT habían cedido a las contrarreformas, pero no hasta el punto de promover cambios sistémicos, como hicieron Temer y Bolsonaro. La derechización de la política y la gobernabilidad burguesa se debe a las contradicciones que se mueven en la base económica del país, cuyas tendencias generales son de bajo crecimiento, estancamiento y recesión.
Los sueños del PT reformista, la idealización de la implantación de un «gobierno democrático-popular», la esperanza de lograr un «crecimiento sostenible con distribución de la renta» y la promesa de acabar con el hambre quedaron enterrados en los años de administración del Estado por parte del PT, y de adaptación a las relaciones oligárquicas de la democracia burguesa, que se está pudriendo indisimuladamente
Lula salió de la cárcel para ejercer lo que conserva de la fuerza de un caudillismo, potenciado en el período en que el restablecimiento de la democracia tras el fin de la dictadura militar permitió un reordenamiento de las fuerzas políticas burguesas, destinado a canalizar la revuelta de los explotados y a disciplinar la lucha de clases mediante la regimentación de los sindicatos, la legislación punitiva y la represión policial. Tras el proceso de ascenso y caída del PT reformista, la escalada al poder presidencial se ha producido en unas condiciones en las que la política burguesa se inclina hacia la derecha, y en las que el caudillismo de Lula depende aún más del apoyo de poderosos grupos económicos y del favor del aparato estatal.
Entre las masas, las iglesias evangélicas han consolidado su acción, rompiendo el antiguo monopolio de la Iglesia católica. La política en el estado de Río de Janeiro está llena de la influencia del proselitismo evangélico, por un lado, y de las milicias, por otro. En otros estados del sureste y del sur, el bolsonarismo se ha aclimatado en las filas de la clase media y de los pequeños y medianos capitalistas. Y el lulismo siguió apoyándose en la clase obrera y en las masas pobres de estos estados, y especialmente en los estados del noreste. Pero el reformismo ya ha demostrado su impotencia política frente a los choques entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que van más allá de las fronteras nacionales, o más exactamente, que expresan la decadencia mundial del capitalismo.
En el marco del capitalismo, rodeado de contradicciones de carácter histórico, no hay forma de que la democracia, su orden de poderes y los partidos del orden se estabilicen y detengan el proceso de descomposición. No sólo el bolsonarismo es la prueba viviente de este fenómeno, sino también el propio PT, carcomido por todos los vicios, todas las distorsiones y todo tipo de arribismo de la política burguesa, antiobrera y antipopular, que sobrevive en estado de putrefacción, gracias a la profunda crisis de dirección, la desorganización de los explotados y, por tanto, el retraso de la revolución social, proletaria.
La cara antidemocrática de las elecciones
No hay nada nuevo en el hecho de que las elecciones expresen las características oligárquicas de la democracia burguesa en Brasil. Pero hay particularidades que demuestran lo mucho que ha avanzado su descomposición. El Fondo del Partido y el Fondo Electoral concentran los privilegios y el poder del partido. La ley que impide la aportación de poder económico en forma de contribuciones legales resultó ser fácilmente eludible. Los grupos empresariales se esforzaron por influir en la polarización de forma abierta y ostentosa. El «presupuesto secreto» favoreció enormemente a una casta de parlamentarios vinculados al presidente de la República. Bolsonaro utilizó descaradamente la maquinaria estatal, no sólo a través del asistencialismo, como «Auxílio Brasil» y los subsidios a grupos sociales, sino también a través de la estructura estatal.
La «guerra electoral» a través de las redes sociales se hizo con muchos recursos financieros y con la experiencia de los traficantes de información y propaganda ideológica. Las iglesias evangélicas se activaron a escala de un «ejército» de «guerra ideológica», evidenciándose como una grandiosa organización material apoyada por el Estado, y protegida por el gobierno de Bolsonaro. Llegaron a competir con la Iglesia católica, que históricamente fue y es parte del Estado, y ha servido y sirve como un valioso instrumento de dominación burguesa sobre las masas.
Las candidaturas y la consecuente polarización entre Lula y Bolsonaro actuaron como un rebaño de masas francamente crédulo, dividido entre evangélicos y católicos, mujeres y hombres, negros y blancos, pobres y miserables, nordestinos y sureños, etc. Los planificadores de la campaña pudieron escudriñar las relaciones sociales, económicas e ideológicas para difundir falsificaciones, mentiras y promesas, gracias a los millones y millones conferidos por los Fondos Partidarios y Electorales, el «presupuesto secreto», la intervención de grupos empresariales, los canales de la burocracia estatal y las instituciones religiosas y civiles.
A esto hay que añadir el hecho de que los sindicatos y las centrales sindicales se han visto arrastrados por esta avalancha de disputa política e ideológica en el marco de la dominación burguesa sobre la mayoría oprimida. Esto indica el alto grado de estatización de las organizaciones sindicales. La política de conciliación de clases, cuya fuente más copiosa se encuentra en el PT, rodeada de los aparatos de la izquierda reformista, estalinista y socialdemócrata, no escapa a la fuerza de los aparatos y condicionamientos de las iglesias. Bolsonaro, de ser católico, se ha identificado con las iglesias evangélicas; Lula siempre ha sido adepto al catolicismo. Todas estas expresiones políticas e ideológicas de la dominación burguesa afloraron con claridad meridiana y en forma de «guerra» por la regimentación de la mayoría oprimida y, entre ella, la clase obrera, que es la clase revolucionaria capaz de lograr la independencia política y organizativa mediante la construcción de su partido, que encarna el programa de la revolución social.
La lucha por la independencia de clase del proletariado
Es en estas condiciones, analizadas y evaluadas desde el punto de vista de los explotados, que el Partido Obrero Revolucionario (POR) utilizó las elecciones para propagar y agitar el programa propio de la clase obrera, y para demostrar que a través del voto se preserva el régimen social de explotación del trabajo, fuente de pobreza, miseria y hambre.
La defensa del voto nulo se llevó a cabo principalmente en las puertas de las fábricas, a través del Boletin Nuestra Clase, y más ampliamente a través de afiches.
En la segunda vuelta quedó y queda claro que el POR luchó y lucha contra la flagrante polarización político-electoral. Esto explica la drástica reducción del número de votos en blanco y nulos. En otras palabras, no fue posible que una parte importante de las masas mostrara su descontento y desaprobación de la política gubernamental a través del voto en blanco y nulo. La inmensa mayoría de la clase obrera, de los campesinos, de la pequeña burguesía arruinada y de la juventud oprimida se regimentó para las dos candidaturas, que sin duda se distinguen por el democratismo burgués y el autoritarismo.
El POR no desconoce, ni ignora, las diferencias entre un gobierno de centro-izquierda y uno de ultraderecha. La experiencia del mandato de Bolsonaro ha demostrado que sus rasgos de un gobierno bonapartista, tendiente a los rasgos fascistizantes, no podían prosperar hasta el punto de presentarse a un segundo mandato como una candidatura abiertamente fascista, tal y como evalúan el PT y las corrientes de la izquierda.
Es necesario tener claro si en realidad los explotados están ante un golpe fascista, que pone en riesgo la propia democracia burguesa. La tendencia general de la burguesía de tender hacia la derecha no es suficiente para decir que la democracia está a las puertas de su liquidación. La inestabilidad del régimen político es enorme, hasta el punto de que Bolsonaro agita el deseo de mantenerse en el poder mediante un golpe de Estado. Ha surgido un sector de la burguesía dispuesto a una aventura golpista. Bolsonaro se vio obligado, sin embargo, a someterse a una disputa con su rival más odiado, demostrando así que la fracción más poderosa del capital, apoyada por el imperialismo, no ha llegado a la conclusión de que el funcionamiento democrático está, en la situación actual, agotado.
Esta evaluación es importante, porque los partidos de izquierda que lanzaron candidatos a la presidencia -PSTU, PCB y UP- decidieron votar por Lula en la segunda vuelta, bajo la justificación de combatir el fascismo. Buscan enmascarar sus políticas oportunistas, con las que participaron en las elecciones con sus propias candidaturas. Como partidos legalizados y con acceso a los recursos electorales del Estado, podían aprovechar para exponer a los explotados el carácter burgués de las elecciones y la polarización entre Lula y Bolsonaro, de modo que, armados con principios clasistas, podrían haberse colocado desde la primera vuelta en el terreno de la lucha por la independencia de clase del proletariado. Pero, el centrismo y el estalinismo (PCB y UP son variantes del estalinismo), desarrollan una política dentro de la democracia burguesa, que se manifiesta en contradicción con el programa de la revolución y la dictadura del proletariado. Fueron aplastados por la polarización, sin poder aprovechar electoralmente las ilusiones democráticas de las masas, y la adaptación oportunista a la democracia comandada por la oligarquía capitalista. Esta conducta no hace más que repetir posiciones anteriores, pero en una situación de mayor arribismo pequeñoburgués.
Tras estas elecciones se producirá un cambio importante. Con la aplicación de la cláusula de barrera, perderán una fuente de financiación para sus políticas oportunistas, e incluso podrán no participar en futuras elecciones. Por eso el PSOL se apresuró a unirse con el partido de Marina Silva, la Rede. Este partido pequeñoburgués, nacido en el seno del PT, se salvó de la ley discrecional, gracias a su profunda adaptación en el marco de la democracia burguesa. Pero ningún partido basado esencialmente en la clase media puede garantizar que permanecerá entrelazado con la democracia oligárquica durante mucho tiempo.
Observamos que todos los partidos se desplazan hacia la derecha, de forma más o menos pronunciada, como reflejo de las tendencias burguesas. Sin tener los dos pies plantados en el campo de la independencia de clase, era imposible en estas elecciones polarizadas que la izquierda no se viera arrastrada a posiciones más a la derecha de lo habitual. El voto a Lula en la segunda vuelta es consecuencia de las posiciones desarrolladas en la primera.
Hubo pequeñas agrupaciones anarquistas y ultraizquierdistas que se colocaron por el voto nulo, pero como tales no pudieron presentarse con una táctica electoral que se correspondiera con la estrategia revolucionaria. Una parte de esta militancia deberá comprender la política del POR para abrazar el programa de la revolución proletaria. Las bases obreras o proletarias del PSTU, del PCB y de la UP tendrán que romper con el oportunismo y defender el fortalecimiento del POR.
El aislamiento que sufren los marxistas-leninistas-trotskistas es pasajero, se limita a la polarización electoral, ya que la defensa del programa, los propios métodos de lucha de los explotados, la organización proletaria y la democracia están en consonancia con las condiciones objetivas de la crisis y la desintegración del capitalismo. Las masas pronto verán que el nuevo gobierno, sea Lula o Bolsonaro, no podrá cumplir lo que prometió, y tendrá que aplicar medidas antinacionales y antipopulares, para asegurar los intereses de los banqueros, industriales, terratenientes y agroindustriales.
El programa divulgado y explicado por el POR seguirá siendo, al día siguiente de la segunda vuelta, la única manera de que la clase obrera y el resto de los oprimidos se defiendan de la barbarie del hambre. Esta barbarie se ve reforzada por la guerra comercial promovida por el imperialismo y la guerra militar, que desgarra a Ucrania y se refleja en toda Europa y el mundo.
(POR Brasil Masas nº675)
PSTU, PCB y UP lanzan su apoyo a Lula en la 2ª vuelta
En el número anterior del periódico Masses (674), presentamos una nota crítica sobre la actuación de los partidos centristas en la primera vuelta de las elecciones. La esencia de esta crítica era que seguían alimentando las ilusiones electorales en las masas, por lo que no utilizaban el proceso electoral para desarrollar una posición de independencia de clase, que requería llevar a cabo la propaganda de las banderas estratégicas del proletariado, la revolución proletaria y la dictadura.
Como se esperaba, los tres partidos lanzaron su apoyo a la candidatura burguesa de Lula en la segunda vuelta. El PCB fue el más apresurado, y emitió su declaración pocas horas después del resultado de la primera ronda. El PSTU dudó durante unos días, reprogramando el lanzamiento de su posición, pero, como es habitual, presentó su voto crítico. Unidad Popular tardó más de una semana en publicar su posición, pero a diferencia del PSTU, que trató de llenar su apoyo con críticas y advertencias de que el PT no resolverá los problemas de los trabajadores, UP lanzó su campaña con entusiasmo, concertando reuniones con Gleisi Hoffmann y el propio Lula.
Lo que une a estos tres partidos en la segunda vuelta es el argumento de que las masas, que deberían haber votado por ellos en la primera vuelta, deben votar ahora por Lula, contraponiéndolo al fascismo. Esto es una farsa, ya que, si el fascismo es inminente, todos deberían haber pedido el voto para el PT, desde la primera vuelta. El riesgo de fascismo sólo empezó a existir en la segunda vuelta? Para justificar tal impostura y regimentar a un pequeño sector de la clase obrera y de la vanguardia que sigue sus políticas, lanzan banderas oportunistas como «ocupar las calles para derrotar a Bolsonaro en las urnas», etc.
La lucha de la vanguardia con conciencia de clase pasa por la crítica al oportunismo electoral de las corrientes de izquierda, porque fortalecen las ilusiones democráticas de las masas.
(POR Brasil – Masas nº675)