Lenin – Nuestra Revolución (A propósito de las notas de N. Sujanov)
Se trata de un escrito poco difundido, por lo que sabemos. Lenin lo escribió cuando ya estaba afligido por la enfermedad. Se lo dictó a su secretaria en dos ocasiones. Según la información de las Obras Completas, el artículo fue entregado al periódico Pravda por su compañera Nadezhda Konstantinovna Krupskaya. No tenía título, por lo que la redacción de Pravda le puso el nombre de «Nuestra revolución (a propósito de las notas de N. Sujanov)». N. Sujanov fue un economista adscrito al grupo menchevique de Martov hasta 1920. Se adhirió al bolchevismo, pero sin reconocer sus errores. En el artículo «Los métodos de la intelectualidad burguesa contra los obreros», Lenin expone su trayectoria oportunista.
El breve artículo que publicamos aquí, a pesar de las difíciles condiciones de salud en las que se encontraba el líder de la Revolución Rusa, lleva consigo las lecciones de la aplicación del materialismo histórico y la revelación de las leyes de la revolución en la época del capitalismo imperialista. Los médicos autorizaron a Lenin a leer las «Notas sobre la revolución» de Sujanov. Esta obra constaba de cuatro volúmenes, por lo que decidió responder.
Publicamos esta obra del final de la vida de Lenin, en el marco de la campaña del Partido Obrero Revolucionario (POR) por el 105 aniversario de la Revolución Rusa. La máxima asimilación de las formulaciones programáticas y teóricas de Lenin es una de las condiciones básicas para construir un partido de cuadros, enteramente dedicado a la organización y preparación de la revolución proletaria.
Lenin – Nuestra Revolución (A propósito de las notas de N. Sujanov)
En estos días he hojeado las notas de Sujánov sobre la revolución. Salta a la vista, sobre todo, la pedantería de todos nuestros demócratas pequeñoburgueses, así como de todos los héroes de la II Internacional. No hablando ya de que son extraordinariamente cobardes y de que incluso los mejores de ellos recurren a reservas cuando se trata de la menor desviación del modelo alemán, sin hablar, pues, de esta cualidad de todos los demócratas pequeñoburgueses, suficientemente puesta de manifiesto durante toda la revolución, salta a la vista su imitación servil del pasado.
Todos ellos se dicen marxistas, pero entienden el marxismo de una manera harto pedante. No han comprendido lo decisivo del marxismo: precisamente su dialéctica revolucionaria. Incluso las indicaciones directas de Marx, de que en los momentos de revolución es necesario mostrar la máxima flexibilidad, no las han comprendido en absoluto, y ni siquiera se han fijado, por ejemplo, en las indicaciones hechas por Marx en su correspondencia que, si no recuerdo mal, se remonta al año 1856, en la que expresaba su esperanza de que la guerra campesina en Alemania, capaz de crear una situación revolucionaria, se fundiese con el movimiento obrero. Incluso eluden esta indicación directa, dando vueltas alrededor de ella como el gato alrededor de la leche caliente.
En toda su conducta se manifiestan como unos reformistas cobardes que temen alejarse de la burguesía y aún más romper con ella, encubriendo al mismo tiempo su cobardía con la más descarada fraseología y jactancia. Pero, incluso desde el punto de vista puramente teórico, salta a la vista en todos ellos su plena incapacidad de comprender la siguiente consideración del marxismo: han visto hasta ahora un camino determinado de desarrollo del capitalismo y de la democracia burguesa en la Europa Occidental, y no son capaces de imaginarse que este caminu iiu puede ser considerado como modelo mutatis mutandis sin introducir en él ciertas correcciones (absolutamente insignificantes, desde el punto de vista de la historia universal).
Primero: una revolución ligada con la primera guerra imperialista mundial. En tal revolución debían manifestarse rasgos nuevos o modificados, debido precisamente a la guerra, porque jamás ha habido en el mundo una guerra como ésta y en una situación semejante. Vemos que hasta ahora la burguesía de los países más ricos no ha podido «normalizar» las relaciones burguesas después de esta guerra, mientras que nuestros reformistas, pequeñoburgueses que se las dan de revolucionarios, consideraban y consideran como un límite (insuperable, además) las relaciones burguesas normales, comprendiendo además está «norma» de una manera harto estereotipada y estrecha.
Segundo: les es completamente ajena toda idea de que, dentro de la regularidad general del desarrollo que se observa en toda la historia universal, no quedan en modo alguno excluidas, sino que, por el contrario, se presuponen etapas determinadas de desarrollo que representan una peculiaridad), ya sea en la forma o ya sea en el orden de este desarrollo. Ni siquiera les pasa por las mentes, por ejemplo, que Rusia, situada en la línea divisoria entre los países civilizados y aquellos que por vez primera son arrastrados definitivamente por esta guerra al camino de la civilización —los países de todo el Oriente, países no europeos—, que Rusia podía y debía, por eso, revelar ciertas peculiaridades, que no se desvían, claro está, de la línea general del desarrollo mundial, pero que hacen que se diferencie su revolución de todas las anteriores revoluciones operadas en los países de Europa Occidental y que introducen algunas innovaciones parciales al desplazarse a los países orientales.
Por ejemplo, no puede ser más estereotipada la argumentación empleada por ellos y que han aprendido de memoria en la época del desarrollo de la socialdemocracia de Europa Occidental, de que nosotros no hemos madurado para el socialismo, que no existen en nuestro país, como se expresan varios señores «eruditos» que militan en sus filas, las premisas económicas objetivas para el socialismo. Y a ninguno de ellos les pasa por la imaginación preguntarse: ¿pero no podía un pueblo que se encontró con una situación revolucionaria como la que se formó durante la primera guerra imperialista, no podía, bajo la influencia de su situación desesperada, lanzarse a una lucha que le brindara, por lo menos, algunas perspectivas de conquistar para si condiciones no del todo habituales para el ulterior incremento de la civilización?
«Rusia no ha alcanzado tal nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que haga posible el socialismo». Todos los héroes de la II Internacional, y entre ellos, naturalmente, Sujánov, van y vienen con esta tesis como chico con zapatos nuevos. Esta tesis indiscutible la repiten de mil maneras y les parece que es decisivi para valorar nuestra revolución.
Pero ¿qué hacer, si una situación peculiar ha llevado a Rusia, primero, a la guerra imperialista mundial, en la que intervinieron todos los países más o menos importantes de Europa Occidental, y ha colocado su desarrollo al borde de las revoluciones del Oriente, que comienzan y que en parte han comenzado ya, en unas condiciones en las cuales hemos podido llevar a la práctica precisamente esa alianza de la «guerra campesina» con el movimiento obrero, de la que, como una de las probables perspectivas, escribió un «marxista» como Marx en 1856, refiriéndose a Prusia?
Y ¿qué debíamos hacer, si una situación absolutamente sin salida, decuplicando las fuerzas de los obreros y campesinos, abría ante nosotros la posibilidad de pasar de una manera diferente que en todos los demás países del Occidente de Europa a la creación de las premisas fundamentales de la civilización? ¿Ha cambiado a causa de eso la lineal general del desarrollo de la historia universal? ¿Ha cambiado por eso la correlación esencial de las clases fundamentales en cada país que entre, que ha entrado ya, en el curso general de la historia universal?
Si para implantar el socialismo se exige un determinado nivel cultural (aunque nadie puede decir cuál es este determinado «nivel cultural», ya que es diferente en cada uno de los países de Europa Occidental), ¿por qué, entonces, no podemos comenzar primero por la conquista, por vía revolucionaria, de las premisas para este determinado nivel, y luego, ya a base del poder obrero y campesino y del régimen soviético, ponernos en marcha para alcanzar a los demás pueblos?
16 de enero de 1923
Para implantar el socialismo —decís— hace falta cultura. Perfectamente. Pero, entonces, ¿por qué no habíamos de crear primero en nuestro país premisas culturales como la expulsión de los terratenientes y de los capitalistas rusos y, después, iniciar ya el movimiento hacia el socialismo? ¿En qué libros habéis leído que semejantes variaciones del orden histórico habitual sean inadmisibles o imposibles?
Recuerdo que Napoleón escribió: «0« fengage et puis… on voit», lo que traducido libremente quiere decir: «Primero hay que entablar el combate serio y después ya veremos lo que pasa». Pues bien, nosotros, en octubre de 1917, entablamos primero el combate serio y después ya hemos visto los detalles del desarrollo (desde el punto de vista de la historia universal, éstos, indudablemente, son detalles), tales como la paz de Brest, o la nueva política económica, etc. Y hoy no cabe ya duda de que, en lo fundamental, hemos obtenido el triunfo.
Nuestros Sujánov, sin hablar ya de aquellos socialdemócratas que están más a la derecha, incluso no se imaginan que las revoluciones, en general, no pueden hacerse de otra manera. Nuestros pequeñoburgueses europeos no piensan ni por soñación que las ulteriores revoluciones en los países del Oriente, con una población incomparablemente más numerosa y que se diferencian mucho más por la diversidad de las condiciones sociales, les brindarán sin duda más peculiaridades que la revolución rusa.
Ni que decir tiene que el manual escrito siguiendo a Kautsky fue, en su época, cosa muy útil. Pero ya es tiempo de renunciar a la idea de que este manual había previsto todos las formas del desarrollo de )a historia universal. A los que piensan de tal modo es hora ya de llamarles simplemente imbéciles.
17 de enero de 1923