El pronóstico es de un agravamiento de la crisis mundial
La tarea principal es luchar para superar la crisis de dirección
El año 2022 estuvo marcado por el comienzo de una nueva etapa de desintegración del capitalismo. Se intensificaron las disputas por los mercados, por el control de las fuentes de materias primas, por el monopolio de la alta tecnología y los cambios en la producción industrial. La subida generalizada de los precios de los combustibles, las materias primas y los alimentos obligó a los gobiernos a tomar medidas antiinflacionistas, en unas condiciones en las que predominaban las tendencias al estancamiento y la recesión. Así, se combinaron inflación y recesión, dos fenómenos que desintegraron la economía mundial. Como consecuencia, el valor medio de la mano de obra ha disminuido, la tasa de desempleo ha aumentado, la pobreza y la miseria han crecido. Evidentemente, en grados y ritmos diferentes, según las particularidades de cada país y región.
Se trata de un nuevo momento de la crisis mundial que estalló en 2007-2008 y desembocó en una profunda recesión internacional en 2009. Su epicentro estaba en la gran potencia, Estados Unidos. Desde la década de 1970, han surgido crisis en varios países que, a pesar de haber sido sorteadas coyunturalmente, no pudieron resolverse, por lo que se acumularon y fueron la base del colapso económico y financiero de Estados Unidos en 2008. En la década de 1990, la descomposición económica del capitalismo estuvo marcada por el colapso económico de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que acabó desintegrándose en diciembre de 1991, en pleno proceso de restauración capitalista. Esto abrió el camino al intervencionismo imperialista en la región, reavivando viejas disputas fronterizas entre nacionalidades.
Las grandes crisis destruyen las fuerzas productivas a gran escala, mediante el colapso económico, el aumento del desempleo y un ejército creciente de desocupados. Esto es lo que ocurrió, sobre todo, en 2009. La gigantesca intervención de los Estados más poderosos, encabezados por Estados Unidos, seguidos por las potencias europeas, especialmente Alemania, Francia e Inglaterra, enfrió el proceso general de colapso económico y financiero, pero no pudo frenar las tendencias recesivas ni abrir un nuevo periodo de vigoroso crecimiento mundial. Los factores del colapso fueron relativamente manejados durante un tiempo sin que las potencias fueran capaces de encontrar soluciones al fenómeno de la sobreproducción, al agravamiento del parasitismo financiero, a la caída de la tasa media de ganancia de los monopolios y al proceso recesivo. Los fuertes ajustes llevados a cabo por la Unión Europea y Japón tuvieron lugar bajo directivas norteamericanas que, evidentemente, sirvieron para proteger, en primer lugar, el sistema financiero y los monopolios industriales de la potencia del Norte.
Estados Unidos se ve obligado a desatar una ofensiva global e intensificar la guerra comercial contra la emergente China. Subordinan Europa a sus intereses nacionales y se proponen limitar el alcance productivo y comercial de la insumisa China. En el contexto de la crisis iniciada en los años 70 y generalizada a finales de los 2000, el imperialismo estadounidense provocó guerras e intervenciones en diversas partes del mundo, incluida Europa. Los Estados de Europa Occidental se mostraron sumisos o impotentes para disciplinar el intervencionismo generalizado de Estados Unidos, aunque sus intereses también se vieron afectados. El reconocimiento de estos antecedentes de la crisis actual es necesario para comprender por qué el mundo está inmerso en una nueva etapa de la desintegración del capitalismo.
El acontecimiento que establece el nuevo hito es la guerra de Ucrania, cuyos antecedentes, a su vez, hunden sus raíces en la década de 1990 y mediados de la de 2000. Se trata de un periodo de proyección de la crisis general del capitalismo y de la ofensiva norteamericana, en función de su hegemonía alcanzada en la Segunda Guerra Mundial, y que está en declive desde los años setenta. La conflagración, que comenzó el 24 de febrero, ha durado diez meses, y todo indica que durará aún más. Estados Unidos es el principal y gran responsable de la fermentación del conflicto entre los Estados ruso y ucraniano, que se unieron en la construcción de la URSS en 1922, y que se han distanciado y convertido en adversarios, atenazados por la restauración capitalista.
Los peligros de la implicación directa de la OTAN -el brazo armado de Estados Unidos con base en Europa- son cada vez más amenazadores. La decisión del imperialismo yanqui de escalar la guerra enviando el sistema de misiles Patriot no es sólo para mantener el conflicto militar, sino también para hacerlo más ofensivo. Esto indica la gravedad de la guerra, que podría traspasar las fronteras de Ucrania y Rusia. En Asia, Estados Unidos fomenta el enfrentamiento entre China y Taiwán. En Oriente Medio crece la animosidad entre el Estado sionista de Israel, parte de los países árabes e Irán. La escalada militar se produce en el marco de la guerra comercial, que tiene todo para volverse más agresiva.
El año que comienza será de estancamiento y recesión. Según las previsiones del FMI se producirá una contracción económica en «más de un tercio de la economía mundial». De forma que los enfrentamientos, que están teniendo lugar en Europa, Asia y Oriente Medio, tienen todo para ser más explosivos. En América Latina, las tendencias de la crisis son poderosas. En particular, la desintegración económica de Brasil mantendrá su marcha. La mayor posibilidad es que aumenten los desequilibrios mundiales. La clase obrera y los demás explotados son las víctimas de la desintegración del capitalismo senil, que sólo tiene para ofrecer a la mayoría oprimida destrucción de puestos de trabajo, desempleo a gran escala, aumento de la miseria y hambre en el mundo.
Ante esta situación catastrófica, se plantea el gran problema, que es la crisis de la dirección revolucionaria. La lucha de clases es cada vez más fuerte en todas partes. Las masas intentan defenderse como pueden. Pero se topan con la política traicionera de las viejas cúpulas, que controlan sus organizaciones. La vanguardia con conciencia de clase debe partir de estas contradicciones para afrontar la crisis de dirección. La lucha para que los explotados tomen en sus manos su propio programa, se unifiquen mediante los métodos de la lucha de clases, levanten sus organizaciones colectivas y marchen bajo la estrategia de la revolución social, está plenamente planteada por la situación objetiva. Este es el camino para construir partidos revolucionarios y reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista. El Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional es el punto de partida para abordar esta tarea histórica.
8 de enero de 2023
(POR Brasil – Editorial del periódico nº Massas 680)