La condena de Rusia en la cueva del imperialismo

Raramente la Asamblea General Extraordinaria de la ONU es convocada. Esta vez, ante la ocupación militar de Ucrania por parte de Rusia, Estados Unidos animó a su Consejo de Seguridad a convocarlo. El objetivo de dar un aire de institucionalidad a la campaña internacional del imperialismo, como si hubiera sido el promotor de la paz, era utilizar la condena de Rusia para apoyar las brutales medidas económicas y financieras que afectarán a todo el mundo. Si hubiera sentido de la decencia, la resolución debería ser para la derogación inmediata de las sanciones dictatoriales que afectan no sólo a Rusia, sino a toda Europa, y especialmente a los países con economías débiles. También debería haberse tratado la cuestión del cerco militar de la OTAN a Rusia, principal motivo de la guerra. Pero nada de esto le importó a la Asamblea reunida por Estados Unidos, como lo demuestran los 141 votos a favor de condenar a Rusia. Pero las 35 abstenciones, entre las que se encontraban países importantes como China, India y Sudáfrica, no fueron insignificantes. Sólo 5 votos fueron en contra de la condena, y éstos no se encontraban entre los países influyentes. Las abstenciones reflejaron una doble posición: que Rusia tiene razón al exigir que Ucrania no sirva de base militar para la OTAN; y que la forma de resolver el conflicto no debe ser la ocupación de Ucrania por tropas rusas.

La campaña de la prensa mundial, controlada por Estados Unidos, trató de mostrar a la población que la condena equivalía al aislamiento total de Rusia. Ocultó el significado de la abstención de importantes países, que estaban a favor de condenar el avance de la OTAN hacia la frontera de Ucrania con Rusia. Dos votos que sorprendieron fueron los de Brasil y Argentina. Jair Bolsonaro y Alberto Fernández, poco antes del agravamiento del choque militar, se inclinaron por la neutralidad. Sin embargo, acabaron votando con Estados Unidos. Los dos países más importantes de Sudamérica han estado históricamente bajo la influencia de Estados Unidos, aunque los movimientos nacionalistas burgueses habían enarbolado la bandera de la independencia y la soberanía nacionales. La vergonzosa capitulación de Bolsonaro y Fernández, bajo la intensa presión de Washington, sólo confirma el servilismo de las burguesías nacionales de ambos países hacia Estados Unidos. También hay que señalar que varios países africanos se abstuvieron, siguiendo la línea adoptada por China e India. No pocos países latinoamericanos también se abstuvieron. No es necesario destacar el voto de México con Estados Unidos. El gobierno de Obrador, considerado de izquierda, se ha mostrado desde hace tiempo como un felpudo de la Casa Blanca.

Uno de los argumentos más fuertes contra Rusia fue que había roto la Carta de la ONU, que establece la no intervención por la fuerza de un país sobre otro. Pero fue Estados Unidos quien más pisoteó la soberanía de países débiles e indefensos. La guerra de Bush contra Irak es un ejemplo del descarado desprecio de Estados Unidos por la ONU. Sólo Gran Bretaña se alineó con el Pentágono. La CIA montó la farsa de que el gobierno iraquí estaba preparando una guerra biológica y química. Aunque el Consejo de Seguridad no había obtenido pruebas concretas, y por tanto no se negó a autorizar la invasión de Irak, Estados Unidos y Gran Bretaña llevaron a cabo, en marzo de 2003, la fulminante operación militar. Dejaron el país en ruinas, causaron miles de muertos -hasta la fecha, no debidamente contabilizados, se calcula que hay entre 150.000 y 500.000 muertos-, derrocaron al gobierno de Saddam Hussein y establecieron un tribunal de pena de muerte. Ahora, los lacayos estadounidenses están montando un expediente de crimen de guerra contra Putin. Son incontables el número de intervenciones estadounidenses en todo el mundo tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

La ONU, desde su nacimiento en octubre de 1945, ha funcionado como un “anteparo” institucional a la prepotencia del imperialismo estadounidense. En particular, sirvió de instrumento para la Guerra Fría y la destrucción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Bajo esta política mundial, dirigida contra las conquistas del proletariado, se creó la OTAN en abril de 1949, unos meses antes de la fundación de la ONU. La idea de que sucediera a la Sociedad de Naciones, creada en 1919, tras el final de la Primera Guerra, para establecer un nuevo marco de paz mundial, hace tiempo que se esfumó, con la sistemática intervención militar de Estados Unidos en todas partes. Sin embargo, su bancarrota se hizo evidente con la guerra contra Irak. Ahora, ante un conflicto de orden mundial, se muestra incapaz de cualquier gesto para contener el avance del cerco de la OTAN a Rusia, y evitar el mayor conflicto mundial tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

El juego de las fuerzas reaccionarias en la Asamblea de la ONU mostró la base material de la descomposición del capitalismo, la contundente guerra comercial y las ciegas tendencias belicistas. El capitalismo de la época imperialista provocó dos guerras mundiales. El «nuevo» orden internacional que siguió – la Sociedad de Naciones y la Organización de las Naciones Unidas, acompañadas de instituciones de «regulación» y de «cooperación económica», etc. – sólo sirvió para apoyar la hegemonía del imperialismo estadounidense.

Los acuerdos de desarme promovidos entre Estados Unidos y Rusia, al final y después del colapso de la URSS en 1991, resultaron estar en desacuerdo con la necesidad de Estados Unidos de alimentar su poderosa industria bélica y garantizar la hegemonía lograda en la Segunda Guerra Mundial. El enfrentamiento en Ucrania hizo surgir el peligro de una guerra devastadora, empezando por Europa. La sombra de la hecatombe nuclear que dejaron los ataques de Estados Unidos en agosto de 1945, cuando la guerra ya estaba ganada, volvió a planear sobre el mundo, con la información de que Putin había preparado su arsenal atómico. Esta advertencia de Rusia fue motivo de denuncias por parte de Estados Unidos, que mantiene el mayor y más potente sistema nuclear.

La Asamblea de la ONU, aunque no fue más allá de la puesta en escena de cartas marcadas, dio la dimensión de hasta qué punto el capitalismo en descomposición libera sus fuerzas más destructivas, que son las guerras dirigidas o inducidas por el imperialismo. Es imperativo que la vanguardia con conciencia de clase aproveche esta experiencia, que aún estamos viviendo, para luchar bajo el programa de la revolución y el internacionalismo proletario.

 

(POR Brasil – MASSAS nº659)

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