El centrismo y la lección chilena

El carácter democratizante del centrismo es un serio obstáculo para la lucha revolucionaria. Chile demuestra -como en Bolivia recientemente y cada vez con mayor claridad- el papel lamentable que está llamado a cumplir. La importancia de esta serie de artículos que se vienen elaborando no solo radica en extraer conclusiones sobre lo que acontece en la situación política, marcando todas y cada una de las volteretas y oscilaciones que realiza el revisionismo trotskista. El contenido fundamental de esta crítica está en advertir a los activistas y vanguardia que aún conservan poderosas simpatías para con estos partidos, las implicancias prácticas de la presencia centrista en la agudización de la lucha de clases en nuestros países.

Las formulaciones algebraicas tan firmemente aprendidas y repetidas hasta el hartazgo por estas organizaciones, demuestran hoy la inconsistencia al enunciarse en la realidad objetiva. Lo que puede decirse sin consecuencias en momentos de aparente tranquilidad, actúan como diques de contención del movimiento de lucha durante episodios convulsivos. El abandono o directamente la total ausencia de política revolucionaria desnuda, a su turno, toda su fragilidad e impotencia política, quedando desarmados programáticamente para intervenir revolucionariamente en el escenario actual de América Latina.

 

El centrismo hasta la víspera

Señalado una y otra vez por el imperialismo como país modelo de la política más reaccionaria, privatista y antiobrera en América Latina, se ha convertido en el último año en el terror y pesadilla de la clase dominante continental. ¿Cómo puede explicarse un fenómeno tan contradictorio en tan corto período? El 18 de octubre de 2019 no fue otra cosa más que el punto de inflexión: el cambio cualitativo de un largo y tedioso proceso molecular que se ha venido operando subterráneamente con cada una de las luchas de los oprimidos en Chile durante las últimas décadas.

Este proceso incomprendido por nuestros centristas ha caído de improviso en sus precarios análisis. El ejemplo más grotesco vino por parte del PTS -y su Partido hermano el PTR de Chile- que faltando solo una semana para el inicio de la rebelión pronosticaban en su III Conferencia (que debiera ser uno de los puntos más altos de análisis y debate de una organización) “un bajo nivel de lucha de clases”, en donde “priman rasgos de estabilidad relativa y el escenario electoral toma cada vez más peso”. Sus conclusiones, por consiguiente, giraron en torno a presentarse electoralmente y de potenciarse virtualmente… en sus palabras “una revolución en la forma de militar”. Repetimos: esto a escasos días del inicio del conflicto.

En sintonía con lo anterior el Partido Obrero ha insistido machaconamente (como en tantas otras latitudes) por una “Asamblea Constituyente” una y otra vez ante cada episodio de la situación política chilena. Por más adjetivos que intente agregársele no cambia su contenido de clase, y su limitación al marco democrático burgués. El embellecimiento de esta receta tautológica no hace más que reflejar el carácter democratizante del planteo, es decir nos señala una política no proletaria. Se trata de una estrategia, en definitiva, legal, adaptada a no sacar los pies del plato de la democracia burguesa.

 

La Convención y la Asamblea Constituyente

El Partido Obrero sostiene que el plebiscito es “un producto, aunque deformado, de la rebelión popular”. Bien, pero esto no nos permite avanzar un paso en la comprensión de la dirección buscada por la burguesía. A renglón seguido describe en una serie de artículos de qué forma se han coaligado los partidos del régimen para limarle aún más sus contornos. Sin embargo, luego de esta enunciación sostiene que el plebiscito “es la forma mediante la cual se puede asestar un golpe concreto a la reacción política”. Es difícil seguir estos enredos a través de todos sus recovecos.

La Asamblea Constituyente es para estas organizaciones la panacea universal, la política predilecta en nuestros días capaz de satisfacer todas nuestras demandas, para “reorganizar al país sobre otras bases sociales” (PrensaObrera 26/10/2020) para “terminar con la privatización educativa, de la salud, el negocio jubilatorio” (31/10/2019). Es decir, el centrismo tiene en la Asamblea Constituyente su estrategia política por antonomasia.

En igual sentido se expresa la Tendencia del Partido Obrero (Altamira y Ramal). Partiendo de una correcta caracterización como “operativo político para dejar fuera toda participación de la clase obrera y el pueblo en los cambios que requiere el país” termina sosteniendo que podría utilizarse en su lugar una nueva Constitución “elaborada por una Comisión de honorables (¡!), sometidas a la votación popular (¿?)”. Ni un rasgo de las concepciones sovietistas de los organismos de doble poder. La estrechez democratizante de Altamira se expresa en el embellecimiento no ya de su tan anhelada “Asamblea Constituyente Soberana” (con mayúsculas para mostrar lo prestigiosa que será) sino de la propia Convención constitucional, que siendo “electa representa un polo de poder potencial (¿?) frente al gobierno de turno”.

Solo para quienes padecen una severa confusión existen diferencias cualitativas entre la Convención Constituyente aprobada por el Plebiscito del 25 de octubre de 2020 y la Asamblea Constituyente (“libre”, “soberana”, “con poder” etc., etc.) levantada por nuestros centristas. Dicha incomprensión constituye la enfermedad congénita de los revisionistas, imposibilitados de analizar los recursos con los que cuentan las instituciones de la democracia burguesa para salvaguardar su régimen social. Recursos que, como platos una y otra vez recalentados, pierden incluso su aroma novedoso y apetecible. Es decir, la Asamblea Constituyente no pasa de ser un grito reformista en los márgenes del Estado Burgués.

 

Proyectando deseos e intenciones

Cuando Altamira sostiene que “El ‘score’ de casi 80% a 20, contra el Rechazo y contra una Asamblea digitada por el Congreso representa una rebelión popular (¿?)” está señalando estar imposibilitado para trascender el terreno meramente electoral. El 80% solo puede ser caracterizado como una “rebelión popular” para quienes pretenden encauzar la propia rebelión en los marcos de una votación plebiscitaria. Nótese el brutal parecido con la anteriormente transcripto del PO (Oficial) sobre “el golpe concreto a la reacción política”. Ridículamente similar, también, al “mazazo” recibido por el “golpismo boliviano” con la victoria de Arce. El centrismo amenaza con la lucha de clases, pero “golpea” con la papeleta electoral.

A partir de estos resultados la Tendencia del PO indica que Piñera “debería dejar el poder y despejar el camino para una constituyente libre y soberana”. Aquí se desata el nudo gordiano del centrismo: Piñera da un paso al costado y ¡eureka! Tenemos Asamblea Constituyente Libre y Soberana. Al margen de sus “nobles” deseos, así no se desenvuelve la lucha de clases. Piñera ha salido rápidamente a montarse en el triunfo de su democracia, de la paz, de la lucha contra “la violencia”.

El Partido Obrero (oficial) curiosamente le adjudicó a las masas sus más profundos anhelos sobre el reclamo de una Asamblea Constituyente que junto con el la caída de Piñera constituyeron “las consignas de mando de las masas sublevadas”. Lo que la realidad no tardó en constatar es que esas masas en rebelión luchan por derribar al Gobierno y al régimen en su conjunto (los famosos 30 años), sin ponerle etiquetas democratizantes. Han luchado de forma instintiva, con lo que tenían a mano, conduciéndose a ciegas, retomando, donde pudieron, un extraordinario hilo histórico con las asambleas populares y los cordones de asambleas. Fue el intento de liquidar esta rebelión, o institucionalizarla, lo que plasmó en la situación política una Convención Constituyente, y no al revés.

 

Lecciones de octubre

Ha quedado por demás demostrado que no pecábamos de exagerados cuando iniciamos el artículo lanzando una severa pero real sentencia: el centrismo representa un obstáculo para la independencia política de la clase obrera. Este veredicto no invalida reconocer, sino todo lo contrario, la abnegada actividad política que llevan a cabo amplias camadas militantes en estas organizaciones. Es este elemento, actualmente, el que nos lleva a interesarnos por sus análisis y no la mayor o menor injerencia en el rumbo político de las masas que pueden tener estas organizaciones.

Si algo demostraron las inmediatas movilizaciones luego de la votación del 25, o los cortes de ruta y barricadas levantadas por los pescadores al día siguiente, es que ni el Plebiscito ni la Constituyente parecen capaces de detener la rebelión popular. Podrán desviarla transitoriamente, podrán enlentecer el proceso, pero muestran hoy día toda su impotencia para acabar con él. Pero es necesario también aclarar que los sacrificios y la energía revolucionaria no manan de una fuente inagotable.

Como dicen nuestros compañeros de la sección chilena del CERCI: “Debemos agitar una campaña permanente e inclaudicable por las reivindicaciones centrales que hemos reclamado durante años y que no han sido incluidas ni podrán ser incluidas en la reforma constitucional en trámite. Con la finalidad impostergable de politizar a la vanguardia que ha peleado sin descanso, que ocupó la primera línea de combate, que levantó las asambleas populares y los cordones de asambleas, aquella que siente directamente la traición electorera utilizada por el estalinismo del PCCH y Frente Amplio FA , que han creado grandes ilusiones utilizadas para desmovilizar, como único recurso de los desposeídos es la Independencia de Clase frente a la burguesía y sus sirvientes políticos burgueses. Esta votación ni el proceso constituyente lograrán detener la rebelión comenzada el 18/O del 19, ésta sigue su curso” (Lucha Obrera, Octubre 2020).

Chile no puede ser reformada, no puede ser “democratizada” (mucho menos por una Constituyente). Instintivamente la demanda de esas movilizaciones que se transformaron en el eje de intervención desde octubre de 2019, es por terminar con este régimen político… y ese instinto debe trocarse en conciencia política. Es allí, y en la mejor utilización de esa tenacidad y empuje revolucionarios, que se vuelve una cuestión de vida o muerte el fortalecimiento del Partido Obrero Revolucionario. La sección hermana de Chile, como parte integrante del CERCI, se encuentra firmemente abocada a esa colosal tarea.

(nota de MASAS nº 381)

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