Tres meses de guerra en Ucrania – Declaración del CERCI

Destrucción, muertes y agravamiento de la crisis mundial
Para ganar la paz, debemos acabar con la presencia de la OTAN y las bases militares estadounidenses en Europa

7 de junio de 2022

La decisión de Estados Unidos de entregar armas aún más poderosas al gobierno ucraniano empeorará las condiciones de la guerra. El imperialismo actúa en el sentido de que está establecida la derrota de Rusia. Aunque nada indica por el momento esta posibilidad, tal objetivo sólo corresponde al cálculo de los estrategas del Pentágono de prolongar el enfrentamiento militar el mayor tiempo posible.

El uso de misiles Hirmars hipersónicos de precisión y largo alcance por parte de las Fuerzas Armadas de Ucrania requerirá una respuesta más amplia, más destructiva y letal de Rusia. No importa si Estados Unidos promete que el gobierno ucraniano se ha comprometido a no extender la guerra más allá de sus fronteras. La clave es que el nuevo armamento impulsará la escalada de enfrentamientos, destrucción y muertes. Esta es la forma de ir más allá de los marcos en los que se desarrolla la ofensiva rusa por el control del Donbass y la respectiva resistencia ucraniana.

Está claro que el Pentágono tiene la intención de utilizar Ucrania como laboratorio para el Hirmars de Lockheed Martin Missile, que cuesta 5,6 millones de dólares. Para gastos tan elevados, Biden cuenta con 33.000 millones de dólares. El ostensible intervencionismo del imperialismo estadounidense en defensa del ingreso de Ucrania a la OTAN fue el principal factor que llevó a Putin a decidir una invasión militar, el 24 de febrero.

No se tenía, en ese momento, la dimensión que tomaría la guerra. Pero pronto se observó que sería larga, destructiva y sangrienta. Las tropas rusas no solo se enfrentarían a un país débil económica y militarmente -con la debida proporción-, sino también a una amplia alianza imperialista, bajo la dirección de Estados Unidos y su brazo armado en Europa, la OTAN. Putin y el comando general de las Fuerzas Armadas no pudieron usar sus máximas capacidades destructivas -no nos referimos a las armas atómicas- para imponer una victoria rápida.
Los límites políticos de una guerra están dados por la situación mundial y las condiciones de las fuerzas en confrontación. La antigua URSS y luego enseguida Rusia acumularon duras experiencias bélicas, en Afganistán (1979-1989) y en Chechenia (1991-1996). Un hecho es que Estados Unidos promovió la destrucción y la matanza en Irak; otra cosa sería que Rusia hiciera lo mismo en Ucrania.

La alianza imperialista montó un cerco político en todo el mundo, y en especial en Europa, para debilitar la acción militar de las Fuerzas Armadas rusas. Aun así, el gobierno de Zelensky y la alianza de EE. UU. armaron un escándalo por una supuesta ejecución masiva de prisioneros por parte de soldados rusos, -supuesta porque no se ha comprobado-. La campaña política para condenar a Rusia y liberar a Estados Unidos, a las potencias europeas y al gobierno títere de Ucrania de la responsabilidad de los conflictos que llevaron a la guerra, fue configurada por toda una estructura de Estados occidentales, para llegar a todas las latitudes del mundo.
La propaganda política en dimensiones gigantescas sirvió como cortina de humo no solo para presentar al imperialismo como un amante de la paz, los derechos humanos y la independencia de Ucrania frente a la tiranía rusa, sino también para justificar el envío de armas y recursos financieros al gobierno de Zelensky, así como para justificar la medidas de sanciones contra Rusia, hasta ahora desconocidas por su alcance y sus consecuencias nocivas para la economía rusa y mundial. La exigencvia del gobierno de Putin, en esencia, consistía en limitar el cerco de la OTAN, que se reforzaría con la inclusión de Ucrania y amenazaría la seguridad de Rusia, tras haber violado todos los acuerdos de que la OTAN no se extendería más allá de Alemania. Era una cuestión antigua, que se remontaba a la “Guerra Fría”, y que tomó proporciones crecientes con la desintegración de la URSS, las tendencias centrífugas que desembocaron en la ruptura de la unidad de las nacionalidades y el avance de la restauración capitalista.

Las fuerzas económicas del imperialismo, aprovechando el fracaso de la política de “socialismo en un solo país” y de “coexistencia pacífica” con el imperialismo, jugaron un papel decisivo en el proceso regresivo de transformaciones revolucionarias, iniciadas con la Revolución de Octubre de 1917. Sus intereses sólo pudieron prosperar, después de la Segunda Guerra Mundial, con la liquidación de la URSS, llevada a cabo por la propia burocracia, heredera del estalinismo, dividida, corrompida y completamente descompuesta. Por eso agravó en escalas impensables la opresión nacional que sufrían innumerables nacionalidades. La constitución de nuevas fronteras nacionales en Eurasia, antes cubierta por la unidad, aunque maltratadas por la burocratización y por la centralización autoritaria del Kremlin, facilitó mucho la penetración de fuerzas económico-militares, impulsadas por Estados Unidos y la Unión Europea, bajo la custodia de OTAN.

El imperialismo fue ganando terreno gradualmente, comenzando con la asimilación de Alemania Oriental, la reintegración de las antiguas repúblicas populares de Europa Central y Oriental y las antiguas repúblicas soviéticas del Báltico. La intervención de Rusia en el conflicto separatista de la ex república soviética de Georgia puso de relieve las tendencias más generales de enfrentamientos alimentados por la proyección de las fuerzas imperialistas en Eurasia. Estas tendencias se manifestaron en la crisis de Ucrania en 2014, y que finalmente dio paso a la guerra actual.

Desde la crisis mundial de la década de 1970, Estados Unidos se vio en la contingencia de estrechar el cerco a la URSS. La OTAN ha demostrado ser fundamental para lograr este objetivo. Desde entonces, la guerra comercial ha recrudecido, motivada por el agotamiento de la partición del mundo establecida al final de la Segunda Guerra Mundial. Las fuerzas productivas, reconstruidas bajo el liderazgo de los Estados Unidos, comenzaron a chocar con las relaciones capitalistas de producción, como ya había ocurrido al estallar la Primera Guerra Mundial.

Las potencias europeas retrasaron todo lo que pudieron la ofensiva estadounidense para someter a Ucrania a la OTAN. La desintegración de la URSS había allanado el camino para sus capitales, los acuerdos comerciales y, sobre todo, la garantía de suministro de petróleo y gas a un precio competitivo. Alemania fue una de las naciones ganadoras. Las potencias europeas creían que no había motivo para poner a Rusia contra la pared, utilizando a la OTAN. Ante la progresión en el campo económico, abierta por el proceso de restauración capitalista y desmantelamiento de la URSS, entendieron que no requería una franca ofensiva militar, salvo por parte de Inglaterra, que perdió proyección mundial y se convirtió en punta de lanza de Estados Unidos en Europa.

Los tres años de feroz crisis mundial, de 2007 a 2009, en las condiciones del surgimiento de China como potencia económica, elevaron la guerra comercial a un nivel superior. Los dos bandos de los choques de intereses económicos se centraron precisamente en China y Rusia. Ambos fueron construidos en oposición al capitalismo mundial y la dominación estadounidense sobre la base de las revoluciones proletarias. Y ambos entraron en el proceso de restauración capitalista, adaptándose a las presiones del mercado mundial y del sistema financiero. Si bien los intereses del imperialismo, en particular los de Estados Unidos, fueron servidos hasta cierto punto, permaneció la máscara de la coexistencia pacífica, los intereses mutuos y el orden global multipolar. Esto mientras avanzaba con sus bases militares en el mundo. Su propia crisis, descomposición y desintegración económica abrió el camino de la transformación de la guerra comercial en guerras militares.

La guerra de Estados Unidos contra Irak en 2003 marcó un cambio significativo en el orden mundial. La intervención en Afganistán (2001) ya había indicado las profundas tendencias bélicas encarnadas por el imperialismo estadounidense. Aun así, China y Rusia se habían colocado detrás del imperialismo, bajo la justificación de combatir el terrorismo islámico. No pasó mucho tiempo para que esta alineación resultara coyuntural e insostenible. Estados Unidos, al convertirse en el epicentro de la crisis mundial, intensificó la guerra comercial y el intervencionismo militar. Las multinacionales y el capital financiero necesitan romper el control de Rusia sobre una porción significativa de los recursos naturales, especialmente el petróleo y el gas. Esto ha resultado en una disputa territorial, que involucra a las antiguas repúblicas soviéticas.

Fue en este contexto de empeoramiento de la crisis mundial y de la violenta guerra comercial que surgió la guerra en Ucrania. Y que se potenciaron las tendencias bélicas en torno a China, involucrando a Taiwán y Hong Kong. Biden justifica el envío de armas más avanzadas al gobierno de Zelensky, diciendo que no tiene la intención de permitir que Ucrania ataque más allá de sus fronteras. Y que no quiere “prolongar la guerra solo para hacer sufrir a Rusia”. Esta farsa no puede ocultar que Estados Unidos ha utilizado y utiliza a Ucrania como carne de cañón para sus objetivos expansionistas en Eurasia. Las presiones para que Finlandia y Suecia se unan a la OTAN en plena guerra son otro factor por el que el cerco a Rusia seguirá avanzando, independientemente del acuerdo que se pueda realizar. Está en el interés explícito de los Estados Unidos prolongar la guerra. Lo cual ha estado causando críticas y fisuras dentro de Estados Unidos y la alianza europea. Los poderosos efectos de la guerra sobre la crisis económica mundial, que apenas se recuperaba de los impactos de la crisis sanitaria, se están sintiendo a nivel mundial. La perspectiva es que se reanude la recesión, con Estados Unidos a la cabeza. Las masas soportan la peor parte del desempleo, el aumento del costo de vida y la devaluación de la mano de obra.

El problema es que la clase obrera europea y del mundo no despertó para el significado más profundo de la guerra de Ucrania, que corresponde a las tendencias bélicas encarnadas por el imperialismo, responsable de las dos guerras mundiales. Este adormecimiento refleja la grave crisis de dirección, que se concretó con la degeneración estalinista del Estado Obrero, la liquidación de la Tercera Internacional, el avance del proceso de restauración capitalista y el derrumbe de la URSS.

Ahora los explotados se enfrentan al empobrecimiento y la miseria. Crece la necesidad de defenderse colectivamente, con sus reivindicaciones, métodos de lucha y organización independiente. Es muy importante revelar al proletariado y la mayoría oprimida, la responsabilidad de los Estados Unidos y su alianza por la guerra y por su prolongación, sin dejar de condenar la opresión nacional ejercida por la Rusia restauracionista sobre las ex repúblicas soviéticas.

El CERCI viene realizando una campaña sistemática por el fin de la guerra, bajo un conjunto de banderas interligadas: desmantelamiento de las bases militares de la OTAN y EE.UU., revocación de todas las sanciones contra Rusia; autodeterminación, integridad territorial y retirada de las tropas rusas de Ucrania. Afirmó y afirma que sólo la clase obrera unida puede derrotar la bárbara ofensiva del imperialismo, acabar con la política servil del gobierno oligárquico de Zelensky, conquistar la autodeterminación de Ucrania y combatir todas las formas de opresión nacional que ejerce Rusia.

Ante la política estadounidense de prolongar la guerra y la determinación del gobierno ruso de controlar parte del territorio ucraniano por la fuerza de las armas, no es posible alcanzar una paz que elimine los peligros del asedio de la OTAN a Rusia y que asegure la integralidad del territorio de Ucrania. , como expresión del derecho a la autodeterminación de la nación oprimida.

El CERCI llama a la clase obrera y a la vanguardia con consciencia de clase a luchar contra la prolongación de la guerra, y por una Paz sin el imperialismo y sin la OTAN. Por la unidad de la clase obrera europea y mundial bajo la estrategia de la revolución proletaria y los Estados Unidos Socialistas de Europa.

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