Un año de guerra: Solamente la clase obrera, con su programa internacionalista, puede detener el curso de la barbarie

POR Brasil Editorial, Masas 683, 26 de febrero de 2023

El 14 de feberero, pocos días antes de que la guerra cumpla un año, los autodenominados aliados de Ucrania se reunieron en Bruselas, sede de la OTAN, y se comprometieron a seguir suministrando un gran volumen de armas y municiones para que Ucrania mantenga su resistencia a Rusia. Esa misma semana, el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, pronunció un discurso en el que afirmó que la guerra está consumiendo más munición que la capacidad de producción de sus «aliados». Pidió un aumento de la producción e «inversiones en capacidad productiva».

Una semana después, Biden visitó Ucrania el 20 de febrero y pronunció un discurso en Kiev, en el que prometió llevar la guerra hasta la derrota de Rusia. Al día siguiente, Putin anunció que Rusia suspendía el tratado New Start, que prevé la reducción de las armas nucleares. El día 23, por tanto, en vísperas del primer aniversario de la guerra, la Asamblea General de la ONU aprobó por 141 votos una resolución condenando a Rusia por la invasión, exigiendo la retirada «inmediata, completa e incondicional» de las tropas rusas, así como reclamando una «paz justa y duradera» que garantice la «soberanía e integridad territorial de Ucrania». Brasil, para disimular su capitulación ante la resolución dictada por Estados Unidos, añadió la recomendación del «cese de hostilidades» y la búsqueda de la paz.

El imperialismo norteamericano y sus seguidores europeos han tratado evidentemente de librarse de toda responsabilidad por la guerra. Montaron un gran teatro para justificar la escalada militar, potenciada e impulsada por Estados Unidos y su complejo militar. Así, los buitres del mundo se hicieron pasar por cálidos amantes de la paz, la soberanía de los pueblos y la democracia. La realidad, sin embargo, demuestra que las potencias que han utilizado al pueblo ucraniano como carne de cañón en la guerra con Rusia no tienen forma de ocultar sus intereses económicos, dirigidos a la inmensa y rica región anteriormente controlada por la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), colapsada y atomizada en varias nacionalidades en diciembre de 1991.

En general, lo fundamental es que estos acontecimientos indican que la guerra está lejos de haber terminado. Y también indican la posibilidad real de que traspase las fronteras ucranianas. La tendencia es que el conflicto se intensifique, con un aumento del parasitismo financiero de la industria bélica, mayores envíos de armas y municiones a Ucrania y mayores movimientos ofensivos por parte de Rusia, que ha dejado claro que puede utilizar «armas nucleares tácticas» si Estados Unidos, su brazo armado la OTAN, y sus aliados europeos llegan a amenazar su «seguridad».

En los últimos años quedó claro que la escalada de las inversiones bélicas de los países imperialistas era la preparación de una conflagración amplia y duradera. El asedio de la OTAN a Rusia y la guerra comercial de EEUU con China constituyen los pilares de esta crisis mundial. Los beneficios de este sector monopolista han alcanzado cotas extraordinarias. El llamamiento de Stoltenberg a invertir cada vez más en armamento debe verse como una advertencia a las masas en general, que seguirán pagando caro el avance de la crisis económica mundial y, en particular, a la población ucraniana, que seguirá siendo masacrada por los intereses expansionistas y anexionistas del imperialismo, encabezado por Estados Unidos, y por las necesidades proteccionistas, y por tanto capitalistas, del Estado ruso.

La decisión del gobierno de Putin de retirarse del tratado de limitación de la producción de armas nucleares fue interpretada por muchos analistas como una señal de que ya no tenía más nada que anunciar. Y que se trataba de un paso meramente formal de algo a lo que ya no se adherían ninguna de las partes. Uno de los argumentos de Putin fue que los futuros tratados deberían incluir al Reino Unido y a Francia. La cuestión nuclear adquirió una nueva dimensión tras la Segunda Guerra Mundial. Y ahora emerge bajo el peligro de una tercera guerra.

La trascendencia de la guerra en Ucrania aún no ha sido percibida y asimilada por la clase obrera y las masas trabajadoras en general. Lo que significa comprender el lugar de Estados Unidos como peligro para la humanidad. Su empeño en prolongar la guerra en Ucrania y poner a la OTAN en confrontación con Rusia constituye el gran problema de la crisis mundial, que se desarrolla a pasos agigantados.

Rusia y Estados Unidos tienen aproximadamente el mismo número de cabezas nucleares, algo así como 6.000 cada uno. Tras ellos está China, con 350 ojivas; el Reino Unido y Francia juntos tienen aproximadamente 515 ojivas.

Como puede verse, la visita de Biden a Ucrania fue el resultado de una operación especial, lo que demuestra que está dispuesto a llevar la guerra contra Rusia hasta sus últimas consecuencias. De allí partió hacia Polonia, que sirve de instrumento a la OTAN y a Estados Unidos para avivar los odios nacionales y llevar adelante la guerra fronteriza. Fue una maniobra destinada a ampliar el apoyo internacional ante la creciente aprensión de la población europea por la prolongación de la guerra y sus terribles consecuencias, que recaen sobre la mayoría oprimida. El discurso ideológico del jefe imperialista, de que se trata de la «defensa de la libertad», y de que esta defensa «no es obra de un día ni de un año», revela que pretende prolongar esta guerra todo el tiempo que sea necesario para conseguir sus objetivos, y, para ello, ha garantizado más armas y recursos para el gobierno ucraniano, así como nuevas sanciones contra Rusia.

Es evidente que las tendencias belicistas de la crisis del capitalismo siguen avanzando y se confirman en cada acontecimiento particular. La posibilidad de una guerra generalizada en Europa, o incluso que llegue a América, no es una mera especulación, debe ser tomada en serio por la vanguardia, que exige también una respuesta a la altura. Y sólo la clase obrera, apoyada por la mayoría oprimida, puede responder a la guerra de dominación y dar un curso revolucionario a la desintegración mundial del capitalismo. Los explotados europeos han ensayado una respuesta, con huelgas en Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania, etcétera. El movimiento nace de la resistencia al aumento del coste de la vida y a las contrarreformas capitalistas, que sacrifican viejos derechos de los trabajadores.

La raíz de este problema está en la crisis histórica de dirección del proletariado, que se encuentra desorganizado y sin preparación para responder con su propia política y métodos. Asumir plenamente esta constatación hace posible que la vanguardia con conciencia de clase se esfuerce por aplicar el programa de la revolución y el internacionalismo proletario en condiciones tan difíciles.

Durante este último año, el Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional (CERCI) ha seguido y desarrollado cada aspecto particular de la guerra, además de exponer sus raíces históricas. Ha elaborado un conjunto de banderas que pretenden unificar a la clase obrera rusa y ucraniana y al mundo entero. Así, ha demostrado que se trata de una guerra de dominación, en la que Ucrania es utilizada como carne de cañón por el imperialismo en su cerco a Rusia, por un lado, y utilizada como escudo por Rusia, por otro, en su acción defensiva frente al cerco de la OTAN. Forma parte de esta relación el fortalecimiento de los planes imperialistas para cercar a China. La guerra dura ya doce meses y ha confirmado que sólo el proletariado puede imponer una paz sin anexiones, una paz dictada por los explotados que luchan en la guerra, una paz que detenga la escalada militar y el curso de una conflagración mundial.

(POR Brasil – Masas nº683)

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