Avance de la OTAN en el cerco a Rusia

Sólo el proletariado, con su programa revolucionario, sus métodos de lucha de clases, unido y en combate, puede oponerse a la ofensiva del imperialismo y derrotarla

Se esperaba que Finlandia ingresara en la OTAN. Turquía dio finalmente su consentimiento. Ahora se espera que la misma maniobra del gobierno turco se aplique en el caso de Suecia. Con Finlandia, el brazo armado de Estados Unidos en Europa y en el mundo cuenta ahora con 31 miembros. El imperialismo y sus lacayos de la prensa internacional lo saludan como un gran logro al servicio del objetivo de derrotar a Rusia en la guerra que se libra en suelo ucraniano.

Controlando una zona fronteriza de 1.300 kilómetros, la OTAN duplica su frontera con Rusia, se fortalece estratégicamente y puede impulsar la escalada militar liderada por Estados Unidos. Un contingente de 280.000 soldados finlandeses y una potente artillería quedan bajo el control del mando de la OTAN y por lo tanto del imperialismo yanqui. Lo más importante es que las potencias occidentales están ganando más terreno para instalar su máquina de guerra justo en frente de Rusia.

Al recibir de manos del ministro finlandés de Asuntos Exteriores el documento que autoriza a la OTAN a subordinar al país nórdico a sus designios, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, aprovechó la ocasión para presentar una vez más al imperialismo como heraldo de la paz entre los pueblos. Ha sido fundamental -para justificar la formación de la coalición de potencias, la subordinación del gobierno ucraniano a las directrices norteamericanas, el vertido de armas en Ucrania y el impulso al rearme de Alemania y Japón- la acusación de que Rusia es la única responsable de la conflagración que viene sacudiendo las relaciones en Europa y en el mundo. Se trata de un fraude histórico como el que se hizo para justificar la invasión y la guerra contra Irak, con la que Estados Unidos, bajo el gobierno del republicano George W. Bush, gastó 2,4 billones de dólares, arrasó el país y dejó tras de sí cantidades de muertos. Una secuencia de intervenciones bárbaras cae sobre las costas de la mayor potencia, como en Siria, Afganistán, Libia, etc.

En todos estos acontecimientos, los gobiernos norteamericanos, republicanos o demócratas, se han presentado como defensores de la paz y de los derechos de los pueblos. Hacen la guerra como si la potencia hegemónica se viera obligada a utilizar su poder armado para combatir dictaduras que amenazan la democracia y la armonía de los pueblos. Biden recurrió a esta vieja justificación ideológica para el caso de la actual guerra en Ucrania. Sin embargo, Estados Unidos intervino en el proceso de crisis económica y política que sacude Ucrania desde 2003/2004. Apoyó a la fracción oligárquica dependiente del capital de la UE. Crearon las condiciones para derrotar a la fracción oligárquica dirigida por Rusia. Estuvieron detrás de la división del país y de la guerra civil que surgió entre el norte y el sur, entre Kiev y el Donbass. Alimentaron a las fuerzas de ultraderecha para aplastar la resistencia proletaria en Lugansk y Donetsk principalmente. Se hicieron eco del nacionalismo ultraderechista y fascistizante. Y así dieron lugar al separatismo.

La realidad -y ahí reside la verdad histórica- es que Estados Unidos, su alianza europea y la OTAN utilizaron la crisis ucraniana, surgida del colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de la restauración capitalista, para convertir a Ucrania en carne de cañón. La recuperación de Europa del Este, la reunificación capitalista de Alemania, la disolución del Pacto de Varsovia y la liquidación de la URSS por la contrarrevolución estalinista no bastaron para que Estados Unidos y sus aliados depusieran las armas de la «Guerra Fría». Por el contrario, cuanto más libre se hacía el camino con el avance de la contrarrevolución restauracionista, más potenciaba el imperialismo las tendencias bélicas gestadas en las entrañas del capitalismo en descomposición. Se trataba y se trata de la necesidad de un nuevo reparto del mundo, motivado por la disputa por el mercado, el enfrentamiento por las fuentes de materias primas, el monopolio de las nuevas tecnologías, la protección del capital parasitario y la supremacía de la industria militar.

Rusia, que fue el pilar de la revolución proletaria, el eje de la constitución de la URSS y la palanca del internacionalismo proletario, no podría volver al capitalismo más que como paria y vasalla del imperialismo. Sin embargo, se ha mantenido como potencia regional, más militar que económica, mientras que las antiguas repúblicas soviéticas han pasado a la condición de semicolonias. El imperialismo no podía ni puede permitir que Rusia ejerza hegemonía en la región que una vez fue soviética. Y Rusia no puede ceder más de lo que ya ha cedido a las presiones del capital internacional y del complejo militar del imperialismo. La disputa sobre Ucrania forma parte de un conflicto más amplio en toda la región euroasiática. Por eso se agravan las contradicciones internas entre Rusia, que necesita imponer su hegemonía, y las ex-repúblicas soviéticas.

Sobre la base de estas contradicciones y conflictos, Estados Unidos utiliza a la OTAN para cercar a Rusia, ya que ésta no puede ceder mediante la guerra comercial y los acuerdos diplomáticos. Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Lituania, Estonia, Letonia, Bulgaria, Rumanía y Macedonia forman un complejo armado por la OTAN y Estados Unidos. Ucrania aún no ha caído completamente bajo el control de la alianza occidental, pero su oligarquía dirigente y su gobierno ya forman parte de la OTAN. Georgia se encuentra en una situación conflictiva con Rusia. Las disensiones entre Armenia y Azerbaiyán tienden a servir cada vez más a los intereses del imperialismo. Y ahora la entrada de Finlandia en la OTAN refuerza el avance de la dominación imperialista.

La sumisión directa del pueblo finlandés a las potencias occidentales es un acontecimiento de gran importancia estratégica que, unido a las dificultades prácticamente insalvables que tiene Rusia para poner a Ucrania bajo su tutela, evidencia que no será por la guerra entre Estados y de carácter de dominación que romperá el círculo de fuego establecido por Estados Unidos.

El imperialismo cuenta a su favor, no sólo con la superioridad económica y militar, sino también, por el momento, con la división de la clase obrera ucraniana y rusa, y cuenta, sobre todo, con el retraso en el despertar de la clase obrera europea ante la gravedad de la guerra y la responsabilidad de Estados Unidos y los aliados europeos. En este mismo momento, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se reúne con el presidente de China, Xi Jinping, y ha anunciado que discutirá el papel del gobierno chino en la búsqueda de un camino hacia la paz. No hay manera de buscar una solución para poner fin a la guerra, sin que sea dictada por Estados Unidos. Todo indica que se prolongará, y se hará más mortífera y peligrosa para unas relaciones mundiales ya desequilibradas y en avanzado estado de degeneración, alimentadas por la escalada bélica. Macron siente en su país la fuerza de la lucha de clases y sabe que tiende a extenderse por toda Europa.

La adhesión de Finlandia a la OTAN -y pronto la de Suecia- representa sin duda un duro golpe para Rusia. Estos nuevos pasos en la crisis europea muestran claramente que la única vía para combatir la guerra de dominación sólo puede ser abierta por la clase obrera, poniéndose a la cabeza de la mayoría oprimida con su programa revolucionario. En este sentido, es imperativo reforzar la campaña internacional del Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional, propagandizando y agitando sus banderas y su estrategia revolucionaria entre los explotados.

(POR Brasil – Masas nº686)

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